El mago de flamas azules - Lucas López González - E-Book

El mago de flamas azules E-Book

Lucas López González

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Beschreibung

El mago de flamas azules nos introduce en un emocionante viaje a través de mundos desconocidos y desafíos inimaginables. Cuando Elkon, un valiente joven, es elegido por el arcángel Rafael para una misión en otro mundo, pierde todos sus recuerdos y se encuentra en medio de un grupo de aspirantes en la ciudad de Athenas. Junto a estos personajes, entrenará bajo la tutela del archimago William y atravesará numerosas aventuras y sucesos. A medida que luchan por sobrevivir, descubren pistas sobre el pasado de Elkon y las misteriosas flamas azules que lo rodean. Elkon intentará descubrir su verdadero origen. Sin embargo, nuevos personajes y oscuros secretos emergen y una amenaza se cierne sobre todos. ¿Cuál será el desenlace inesperado de la grandiosa pelea entre los protagonistas unidos contra la entidad que pone en peligro al mundo, y cómo afectará este enfrentamiento al destino de los personajes y al mundo en su conjunto?

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Arte de tapa: Diego Gabriel Trigo.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

González López, Lucas David

El mago de flamas azules : saga : los dos mundos / Lucas David González López. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2023.

594 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-699-4

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. 3. Novelas Fantásticas. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2023. González López, Lucas David

© 2023. Tinta Libre Ediciones

Prólogo

¿Cómo fue el comienzo del universo?

Las dos grandes explicaciones que suelen rivalizar en la actualidad son que un ser todopoderoso creó todo a su imagen y semejanza con su infinito poder, mientras que la segunda dice que se creó a partir de una gran acumulación de energía que estaba concentrada en un solo punto y que, al explotar, dispersó materia y energía por todo el universo. Este suceso se conoció como Big Bang. Los defensores de una normalmente son detractores de la otra, pero, a la hora de explicar el origen, ¿son tan inconexas?

¿Y si te digo que fue un poco de ambas?

Hace incontables eones, hubo una gran batalla. Los dos hijos del gran creador se peleaban por el trono; uno fue elegido, el otro lo quería. Durante cientos de años, las peleas nunca cesaron, hasta que un día el padre intervino para frenar tal matanza. Planteó una solución: los mejores campeones de ambos lados, en una contienda. El ganador se quedaría con el trono.

El hijo elegido optó por sus doce flamas, sus generales y más fuertes guerreros, mientras que el hijo envidioso decidió tomar el reto por sus propias manos, sin importarle el número de guerreros contra el que se enfrentaba.

Una lucha intensa como nunca antes se había visto en la historia tuvo lugar. Fue tal la magnitud de la lucha que el choque entre ambos lados dio lugar a una explosión, y esta fue tan inmensa que un universo se creó de ella. Eso fue lo que nosotros conocemos como Big Bang. Con esta, se dio el final de la lucha.

El hijo envidioso fue derrotado, su alma se partió en siete pedazos y estos se perdieron en la infinidad de la creación, mientras que el hijo elegido y sus doce campeones fueron felicitados por el padre de todo.

Pero la batalla había dado lugar a un nuevo universo. Cuando esto se vio, el hijo elegido decidió primero dar forma a este nuevo universo, creando el día y la noche, dando vida y energía a todos los nuevos mundos creados en él. Así como había hecho su padre, eligió uno de todos los planetas para marcarlo como centro de la creación, para que algún día sus habitantes se expandieran para conocer el ancho y vasto nuevo universo. El padre, al ver tal acción, conectó este mundo central con el central del otro universo antiguo, por si en algún momento los universos necesitaran ayuda uno del otro.

Así, un nuevo universo fue creado lleno de vida. Los doce campeones dieron parte de su poder para llenar de recursos y vitalidad cada planeta. Luego de este acto, ellos descansaron, esperando el día en que fueran necesarios otra vez, pero manteniendo un ojo sobre la creación, siempre atentos ante cualquier amenaza que buscara corromper o destruir lo que este nuevo dios había creado.

Primera parte

El mago

Emboscada

En un mundo completamente ajeno a él, yacía un hombre inconsciente en el suelo. Sin embargo, no estaba solo en su desamparo, pues un grupo de ocho personas se congregaba a su alrededor. Buscaban refugio bajo una especie de cúpula formada por tierra que uno de ellos había logrado crear mediante su habilidad mágica. En medio de este improvisado refugio, el líder del grupo se encontraba sentado en posición meditativa, concentrado en protegerlos de un inminente peligro.

En el exterior, hordas de bandidos y piratas enfurecidos arremetían sin descanso, decididas a quebrantar la resistencia del domo. Los sonidos de golpes de espadas, martillos y flechas se mezclaban en un caótico estruendo que sacudía la pequeña fortaleza, pero esta se mantenía firme a pesar de todo. No era su estructura física lo que le confería su solidez, sino el control ejercido por aquel que la había creado. Sin embargo, gradualmente, este ser que los protegía iba perdiendo poder, debilitándose poco a poco.

—Max, ¿te encuentras bien? ¿Cuánto más puedes resistir? —decía una mujer con aspecto rudo. Vestía ropa bastante sugerente, pero estaba armada con dos dagas en su cintura. Era una de los líderes de aquel grupo.

—No mucho —dijo el mago mientras fruncía el ceño—. Sus ataques no son fuertes, pero son demasiados, mi magia se debilita.

—Hace mucho frío —se quejaba uno de los soldados.

—Lo siento, no pude practicar mucho este hechizo —dijo la maga disculpándose—. Se irá en unos segundos.

—Estamos de suerte por haberlos encontrado, esto no podría haberse llevado a cabo sin su ayuda. —Luego, la portadora de dagas miró al joven desmayado y preguntó—: ¿Quién es él?

—Cayó desde el cielo inconsciente. Los bandidos se acercaban, no podíamos dejar que un inocente cayera por nuestra culpa —contestó un aprendiz de paladín robusto.

—Pero, capitana, los bandidos nos perseguían a nosotros por la joya. Debimos haber huido y dejarlo… —una aprendiz de maga llamada Victoria se quejó.

—Hicieron bien, Paul —contestó la capitana Lily—, es el deber de un soldado de Athenas proteger a los civiles que no pueden luchar.

—Es extraño. Por sus ropas y su apariencia, parece un forastero —dedujo otro aprendiz de paladín llamado John, que era un poco más delgado.

La aprendiz de maga se acercó para verlo más detenidamente y le dijo al forastero:

—No sé quién eres, pero nos sería de gran ayuda que despertaras, así no tendríamos que cargarte mientras huimos.

Arenisca caía de la cúpula del domo y unos rayos de luz penetraban en el interior. Se empezó a sentir que la tierra del domo se rasgaba, se rompía.

—Estoy perdiendo el poder, no podré sostenerlo por más tiempo —decía Max mientras trataba de mantener la concentración.

—Todos prepárense, esto está por ponerse muy feo —gritó Lily mientras sujetaba con firmeza sus afiladas dagas.

***

Esa misma mañana, en las cercanías de un lugar conocido como la Abadía, se había estado desarrollando una importante zona de entrenamiento donde los jóvenes del reino buscaban postularse para formar parte del ejército. Nos encontramos en los bosques de Hera, un paraje que albergaba la grandiosa ciudad del rey, Athenas y que irradiaba una atmósfera llena de historia y poder.

La Abadía, un punto neurálgico de reclutamiento de los ejércitos del rey, recibía cada año a cientos de jóvenes dispuestos a convertirse en los guardianes de la ciudad. Al frente de esta institución, destacaba el comandante McBride, un hombre respetado y reconocido como un héroe de Athenas debido a su participación en innumerables guerras. Ahora había decidido asumir el importante rol de mentor y guía de estos jóvenes aspirantes, presentándolos al ejército real y preparándolos para las duras batallas que les aguardaban.

Ante la mirada expectante de los reclutas, el comandante McBride se posicionó frente a ellos, listo para pronunciar sus palabras de instrucción y motivación. Su voz resonó con autoridad y experiencia, envolviendo a todos los presentes en un aura de determinación y disciplina.

—Bienvenidos sean todos —habló el instructor en jefe desde una plataforma—. Bienvenidos a este nuevo año de reclutamiento del ejército real. Soy el instructor en jefe y comandante Adolf McBride. En estas semanas de entrenamiento, ustedes, aspirantes, al aprobar, pasarán a ser soldados del ejército de Athenas. Hay varias especializaciones para elegir que pertenecen a los tres gremios que rigen en el mundo. Una vez aprobado este curso, tendrán que cumplir misiones para asegurar una mejora en su rango y pasar a ser caballeros. De esta manera, podrán postularse o no para ser miembros de los gremios. Toda esta información se verá con más profundidad durante su estadía. Así que, para comenzar a precalentar, tendrán una misión de entrenamiento con un capitán asignado en pequeños grupos. Pasaré a nombrarlos.

Continuando con su enérgico discurso, el comandante McBride procedió a mencionar a cada uno de los reclutas y sus respectivos líderes. Estos líderes eran antiguos reclutas que, habiendo demostrado habilidades sobresalientes, habían decidido colaborar en el entrenamiento para adquirir una valiosa experiencia en liderazgo de grupos. Con sus nombres pronunciados, los reclutas se sentían llenos de orgullo y expectativas por la misión que los esperaba.

Dando por concluido su discurso, el comandante McBride asignó una misión específica a cada grupo, desafiándolos a aplicar los conocimientos y habilidades adquiridas durante su entrenamiento. Con determinación en sus rostros, los líderes tomaron la responsabilidad de preparar a sus equipos y asegurarse de que estuvieran listos para emprender la misión.

En este momento, nos situamos en uno de los grupos de reclutas que se encontraban a punto de recibir a su líder asignado. La expectativa se palpaba en el aire mientras aguardaban con ansias la llegada de quien los guiaría en esta trascendental empresa.

—Novatos —dijo despectivamente una mujer ruda mientras se acercaba—, bienvenidos al peor grupo que pudo haberles tocado. Mi nombre es Lilian, pero díganme Lily, si quieren. —Tomó una pausa para verlos y luego les ordenó—: Preséntense.

—Mi nombre es Victoria Connors, soy una postulante a la especialidad de hielo elemental —una joven aprendiz de maga rompió el silencio incómodo. La líder se sorprendió brevemente al oír su apellido; sin embargo, no hizo ningún comentario.

—Mi nombre es John Dannors y él es mi hermano Paul —dijo un joven de cabello corto señalando a otro de cabello más largo a su lado, quien hizo una leve reverencia—. Somos postulantes a paladines.

—De acuerdo. Escuchen bien —decía Lily mientras los veía con desagrado—, porque solo lo diré una vez: me harán caso a mí y solo a mí. Ustedes, simples novatos, si quieren sobrevivir, tendrán que aprender a escuchar y hacer su trabajo.

—¿Por qué nos tratas así? —le recriminó John—. ¿Quién te crees? Ustedes, los del clan de asesinos, son patéticos, siempre atacan por las espaldas y se creen los mejores. Son bas… —En un abrir y cerrar de ojos, atrás de él apareció Lily con una daga en su cuello.

—Termina la frase, mocoso —dijo Lily con odio en su voz cautivadora mientras apoyaba su daga en el cuello de John—. No me molestaría pedir un nuevo miembro para reemplazarte.

—Deja a mi hermano ya —exigió Paul con tono serio poniendo una mano en la empuñadura de su mazo.

—Esperen un poco —interrumpió Victoria viendo que, por culpa de sus nuevos compañeros, se arruinaría su primera misión sin siquiera haber empezado—. Aunque no nos agrade, ahora somos un grupo y tenemos que actuar como tal. Tú, “capitana”, deberías actuar como líder y no ser tan impulsiva. Y ustedes deberían ser más respetuosos —les decía mientras los señalaba enojada.

Lily retrocedió liberando a John mientras Paul soltaba su mazo. Y, sin darle mayor importancia al asunto, la capitana comenzó a hablar:

—Pasaré a contar el plan. —Lily se puse frente a los tres y desenrolló un mapa—. Nuestra misión es la siguiente: dentro del bosque, lejos de la Abadía, se encuentra un campamento de bandidos. Se dice que ellos tienen en su poder un preciado botín: una gema azul, conocida como la joya del mar. Pertenecía a la antigua reina de Athenas. Dicen que tiene poderes especiales; no sé bien cuáles eran, no presté atención. Solo debemos traerla de nuevo con nosotros.

—Entonces, la misión es ir, patear traseros de bandidos, recuperarla y volver, ¿no es así? —dijo John con confianza.

—En resumen, sí —dijo Lily mirando con curiosidad—. Cuando estén listos, vamos, ¿entendido?

Cuando estuvieron completamente preparados, el grupo de Lily se adentró más profundamente en el bosque, atravesando un canal que dividía la Abadía y separaba la zona de entrenamiento de un pequeño bosque al pie de las montañas. Esta última ubicación era el lugar conocido más cercano, donde se creía que se encontraban los bandidos. Una vez cerca de su base, se ocultaron detrás de un viejo pino caído, observando detenidamente cómo podrían ingresar al campamento sin ser detectados.

Pronto, notaron una pequeña abertura en la empalizada que rodeaba el campamento, la cual utilizaron sigilosamente para adentrarse sin dudarlo. Se escondieron detrás de unos barriles, aunque al hermano más alto le resultaba incómodo debido a su voluminoso tamaño. En ese momento, notaron que el supuesto líder de los bandidos se dirigía hacia afuera acompañado de sus guardaespaldas, aparentemente, para recibir a alguien importante. Aprovechando esta oportunidad, Lily y su equipo se deslizaron hacia la carpa principal sin ser vistos.

Dentro de la carpa, vieron la majestuosa joya del mar expuesta en un atril, parecía que el líder de los bandidos se jactaba de ella. Sin embargo, antes de que tuvieran tiempo de tomarla, escucharon el regreso de un grupo de soldados a la carpa. Sin saber dónde esconderse, solo les quedó enfrentar directamente a los bandidos, por lo que prepararon sus armas para la batalla. Pero, de repente, algo inesperado ocurrió: sin previo aviso, el suelo los engulló repentinamente.

Resulta que otro capitán, llamado Max, y su equipo habían sido asignados a la misma misión. El comandante McBride se había percatado de algo en el último momento y había enviado dos grupos en lugar de uno. Desde su refugio en el suelo, esperaron pacientemente hasta que los bandidos se marcharon, momento en el cual salieron y tomaron la gema.

Aunque entrar nuevamente y tomar la gema fue relativamente sencillo, el verdadero desafío sería salir del campamento. Había incluso más soldados que cuando llegaron, por lo que debían ser furtivos en su escapada. Lily usó su daga para cortar un costado de la carpa donde había menos seguridad, y se escabulleron por allí, agachados y en completo silencio para evitar ser detectados por los guardias. Sin embargo, debido a un error de un novato del grupo de Max que pisó una ramita crujiente, fueron descubiertos. Se vieron obligados a huir de inmediato, ya que eran superados en número y los novatos carecían de experiencia en batallas con enemigos abrumadoramente numerosos.

Corrieron a través del bosque, con los bandidos pisándoles los talones. Sin embargo, mientras corrían, se dieron cuenta de que más enemigos los perseguían. De repente, varios magos malvados aparecieron frente a ellos, rodeándolos y comenzando a atacar. Se vieron obligados a desviarse del camino principal, intentando escapar y evitando el choque directo con los magos.

En ese momento, una pequeña explosión resonó en el aire. Al principio, pensaron que los magos habían lanzado un hechizo a distancia, pero el ruido provenía de otro lugar. Alzaron la vista y presenciaron cómo destellos de luz fulgurantes en el cielo se repetían una y otra vez. Tanto los capitanes como sus grupos lograron verlos mientras continuaban corriendo y se preguntaron si era obra de sus perseguidores. Sin embargo, su asombro aumentó cuando, desde esa misma luz brillante en el cielo, una figura humana descendió en caída libre en la misma dirección que ellos huían. El cuerpo cayó entre los árboles y quedó tendido e inconsciente en el suelo, cerca de donde estaban.

El contingente que llevaba la joya estaba decidido a continuar su huida y cumplir con su misión, pero Paul se detuvo junto al cuerpo y comprobó que aún estaba con vida. Informó a sus compañeros de grupo, y solo John se detuvo junto a él. Dado que esa persona corría el riesgo de ser asesinada por los bandidos, decidieron llevarla consigo. Sin embargo, descubrieron que era muy pesada y, antes de que pudieran actuar, fueron rodeados por los bandidos.

Se vieron obligados a proteger al desconocido en ese lugar, con Lily y los novatos reteniendo a los enemigos a su alrededor, mientras Max preparaba un hechizo protector. Victoria intentó utilizar un ataque que congeló una zona del suelo e inmovilizó los pies de quienes la pisaban, pero, al no tener experiencia suficiente, también congeló a sus propios aliados, lo que generó la frustración de sus compañeros. Por suerte, en el momento oportuno, Max completó su hechizo, creando un domo protector hecho de tierra y rocas disponibles en el lugar; una defensa ideal para resistir los golpes y la magia de los bandidos, aunque solo por un tiempo limitado.

Y así, en medio de esta confrontación desesperada, nos encontramos en el inicio de esta historia llena de peligros y sorpresas.

—Estoy perdiendo el poder —gritaba Max mientras apretaba con fuerza sus manos—. No podré sostenerlo por más tiempo.

—¡Prepárense! —ordenó la capitana—. Esto está por ponerse muy feo —dijo mientras sujetaba sus dagas con fuerza.

—Hermano, ¿estás listo? —Paul miró a su hermano mientras sostenía con fuerza su martillo.

—Sí, hermanito, vamos a darle —afirmó sosteniendo con miedo y fuerza ambas espadas.

—Primero, agáchense —les dijo Lily—. Les demostraré por qué soy reconocida en todo el reino como una de las mejores del clan de dagas sangrantes. —Y, justo antes de que el domo cediera, con un fuerte grito, exclamó—: ¡Magia de sangre! ¡Círculo mortal!

Mientras los demás se agachaban, comenzaron a invocarse muchas dagas y armas arrojadizas, como pequeñas hachas o kunais, al alrededor de la asesina formando un círculo. En el último segundo, el capitán Max gritó y el domo se rompió desmoronándose y cayendo en pedazos y polvo. Por esos espacios, Lilian aprovechó para atacar enviando dagas a todos los bandidos que los rodeaban.

En medio del caos y la desesperación, el ataque sorpresa de Lily y su equipo logró frenar al enemigo y darles a los novatos la oportunidad de incorporarse a la lucha contra la segunda oleada de bandidos. Sin embargo, rápidamente se dieron cuenta de que la situación empeoraba, ya que un gran grupo de bandidos se había unido a la contienda. Ahora estaban rodeados y parecía que no había escapatoria, pues sus ataques terminarían con todos ellos. Además, los enemigos tenían magos listos para ejecutar ataques poderosos.

En ese momento de desesperación, una gran luz surgió y una figura poderosa apareció, arrasando con varias líneas de piratas en un solo ataque y colocándose frente a los novatos para protegerlos. A medida que avanzaba entre los enemigos, se reveló como el líder del grupo, alguien de aspecto imponente y mucho más grande que los demás. Vestía prendas similares a las de un pirata, con una capa roja que cubría desde sus hombros hasta sus pies y un sombrero pirata. Portaba dos armas enormes, un trabuco y un hacha gigante, que llevaba en su espalda.

Mientras tanto, en el otro extremo de la batalla, se asomó una persona de edad con apariencia de sabio. Vestía una túnica de colores variados y con símbolos, y sostenía un bastón de forma irregular. A diferencia de los grandes magos, su barba era corta en forma de candado y tenía el pelo largo atado con una cinta.

La presencia de estos dos personajes misteriosos en medio del conflicto añadía un giro inesperado a la situación.

—Miren quién viene a proteger a estos sucios ladrones. —Se acercaba un bandido con aspecto de líder—. No es otro más que el architonto William.

—Edwin —le reclamó el archimago—, ¿por qué estás aquí?, ¿te perdiste? ¿No sabes dónde está el mar? ¿Qué quiere el rey pirata por esta zona?

—Eso no te incumbe —le dijo el pirata mientras lo miraba con desprecio—. Mis asuntos son con esos pequeños ladrones.

—Si tu problema es con ellos —le dijo el mago mirándolo fijamente y con aspecto desafiante—, también es conmigo. —¿Quieres comenzar una pelea aquí? —le preguntó Edwin mientras sujetaba el mango de su espada con una mano—. Sabes muy bien que la última vez quedamos, lamentablemente, en un empate.

—Si hace falta, lo haré —dijo el archimago mientras apretaba su bastón—. Pero no dejaré que les hagas daño a estos ocho jóvenes. —Mirando para atrás, logró ver que había alguien más—. Digo, no les harás nada a estos nueve jóvenes.

—No les haré nada —con una pequeña mueca dijo el pirata—, siempre y cuando devuelvan lo que me robaron: mi preciosa piedra. Quiero mi joya del mar de vuelta.

—Para empezar, no es tuya —le recriminó el mago—. La robaste de un barco que transportaba pertenencias del reino.

—Bueno —decía el pirata—, yo encontré un barco varado sin gente en el mar abierto, no era de nadie. Es del primero que lo encuentra, ¿no?

—No lo encontraste —dijo el mago enojado—, lo atacaste, mataste a sus tripulantes y robaste el botín.

—Detalles, simples detalles —dijo el pirata mientras movía sus manos como una balanza y sus súbditos se reían—. Pero, volviendo al presente, quiero mi gema ahora. Miró más detenidamente el grupo y pudo ver al joven que estaba inconsciente. Se percató de un amuleto, un collar extraño, con la forma de un dragón rodeado de unas alas emplumadas. Era un amuleto extraño que pendía del cuello del joven, una digna joya de un pirata.

—Si no, mejor dame a ese niño, el inconsciente. Entréguenmelo y los dejaré ir con la preciada joya del mar.

—¿Piensas que te daré una vida inocente? —Lo miró fijamente—. Estás demente, tendré que terminar esta charla aquí. —Nadie se había percatado de que, desde la llegada de William, un círculo mágico se había formado en el suelo, un círculo de teletransportación—. Escúchame bien: la próxima vez que nos enfrentemos, la tierra temblará y los mares se sacudirán con nuestro poder, pero solo uno podrá quedar en pie, Edwin. —Y, haciendo un gesto con sus manos, una luz que emergió desde el suelo los hizo desaparecer a todos y los llevó lejos de ahí.

—Oh, William, viejo amigo —el gran pirata, con una mueca de confianza, decía—, dalo por seguro, nos volveremos a ver.

Luego de la intensa batalla y la aparición de los misteriosos aliados, el grupo se retiró de vuelta a su base con la determinación de continuar la lucha contra sus enemigos. Sin embargo, también sentían una fuerte curiosidad acerca del joven desconocido y el extraño amuleto que portaba.

Al llegar a la Abadía utilizando la teletransportación, el líder del grupo, William, ordenó que llevaran al joven misterioso a la enfermería y le pidió a Victoria que se encargara de él. Le instruyó en que, si notaba algún indicio de que el joven se estuviera despertando, debía informarle de inmediato.

Mientras tanto, el comandante se acercó al grupo y solicitó que los novatos se retiraran, quedándose únicamente los capitanes presentes. Esta solicitud indicaba que la situación era grave y requería una discusión y un análisis más profundos por parte de los líderes. La tensión en el aire era palpable, ya que todos eran conscientes de que habían desencadenado una serie de eventos inesperados y debían tomar decisiones cruciales para enfrentar las consecuencias de su misión.

—Tengo que agradecerle, mi señor William —dijo el comandante McBride—, por ayudarlos en un momento tan crítico.

—Siempre trato de estar donde me necesitan —le respondió.

—Mis disculpas, señor archimago —se excusó Max, incapaz de verlo a la cara—. Si hubiera sido un mago más completo, mi protección no debería haber fallado.

—No te disculpes, joven capitán —dijo sonriendo el archimago—. Todavía tienes un gran camino por recorrer. Aparte, no es necesario que me llames archimago, no me gustan los títulos.

—Lo bueno de todo esto —decía Lily— es que conseguimos completar nuestra misión. Aquí tiene, señor, la joya del mar.

—Bien hecho, capitanes —los felicitó el comandante—. La joya del mar en manos de piratas despiadados hubiera sido un peligro. Cuenta la leyenda que aquellos capaces de controlarla podrían manejar un gran poder en campos de batalla acuáticos.

—Entonces, por eso los piratas la buscaban —dijo Max.

—No lo creo —dijo el archimago—. Es un objeto extraño y hermoso. Edwin busca cosas así, tesoros que presumir, como todo pirata. Deberíamos agradecer que no haya tenido conocimiento del poder real que posee la joya. Si hubiera sido así, no la habría dejado en una simple base, tan cerca de nosotros.

—Hablando de eso —comentó McBride—, ya envié escuadrones de soldados a limpiar esa base. De haber sabido que esto ocurriría, no habría enviado a los novatos. Debimos haber ido con todo el poderío militar desde un principio.

—Perfecto —agradeció el archimago, que seguía quedándose en el lugar. Volteó a ver a los capitanes y, con curiosidad, preguntó acerca del joven misterioso que estaba inconsciente.

—No sabemos, señor —le respondió Max—. Lo encontramos mientras huíamos.

—Literalmente, nos cayó del cielo —continuó Lily—. Estaba inconsciente, pensábamos que sería una mala idea dejarlo ahí.

—Es extraño —dijo el comandante con desconfianza—. Veremos qué pasará cuando despierte. William, usted podría…

—Ya estoy en eso —afirmó el archimago—. Mandé a la maga novata a que lo cuide y me avise cuando despierte. Luego lo interrogaré.

—Perfecto. —Lo miró el comandante—. Sin más temas, pueden retirarse, capitanes.

Victoria se encontraba en la habitación de la enfermería, vigilando al joven misterioso mientras este permanecía inconsciente. Aunque todo en él era intrigante, lo que más capturaba su atención era el amuleto que colgaba de su cuello. Sentía una fuerte curiosidad por examinarlo y estudiarlo en detalle, pero se contuvo y decidió esperar pacientemente a que el joven despertara antes de abordar cualquier tema relacionado con el amuleto.

Entendía que, en ese momento, la prioridad era asegurarse de que el joven estuviera a salvo y se recuperara adecuadamente. Observándolo con atención, Victoria trataba de encontrar cualquier indicio de que estuviera despertando. A medida que pasaba el tiempo, la incertidumbre crecía, pero ella se mantenía en guardia, lista para notificar a William en cuanto el joven mostrara señales de conciencia.

La habitación de la enfermería se llenaba de expectativa y curiosidad, mientras Victoria se preparaba para el momento en que el misterioso joven finalmente despertara y pudiera desvelar los secretos que rodeaban tanto su amuleto como su propia existencia.

¿Tengo poderes?

En la tranquila atmósfera de la enfermería, el joven yacía en un estado de inconsciencia, sumergido en el torbellino de sus sueños. Repentinamente, la intensidad de sus visiones lo arrancó de su letargo, dejándolo sobresaltado y confundido. Incorporándose con cautela en la cama, sus ojos apenas lograban distinguir la habitación a su alrededor. Su respiración agitada se aquietó mientras una voz, reconocible y cálida, le llegaba desde la penumbra. La voz inquiría sobre su bienestar, y él, con un esfuerzo perceptible en su voz debilitada, aseguraba estar bien. El peso de su cansancio y la confusión que lo envolvían finalmente lo vencieron, arrastrándolo de nuevo hacia el sueño.

Mientras el joven se encontraba momentáneamente despierto, Victoria, consciente de la tarea encomendada, se apresuró a informar al archimago, como este le había solicitado previamente. El anciano recibió la información con gratitud y asumió la responsabilidad, liberándola de su deber. A pesar de ello, Victoria optó por retornar al lado del joven en la enfermería. Había descubierto en ese pequeño espacio una sensación de calma y seguridad que la había atraído, por lo que se decidió a aguardar allí.

Victoria, aspirante a convertirse en maga elemental, pertenecía al linaje de los Connors, una familia prominente en el clan de sacerdotes, dedicado a la magia de la luz sagrada. Aunque sus habilidades eran innegables, siempre se había sentido a la zaga de sus compañeros, consciente de que su destino parecía estar vinculado a la especialización de su familia. Sin embargo, movida por una profunda determinación, desafiando las objeciones de su familia, eligió el camino de la magia elemental. Cada día, se sumergía en el estudio y la práctica, forjando sus aptitudes con diligencia y demostrando así que su elección no era en vano. Mientras reflexionaba sobre esta trayectoria en su mente exhausta, se dejó vencer por el sueño.

La aurora siguiente trajo consigo la conciencia de Victoria, que se despertó después de haber pasado la noche entera inmersa en sus ejercicios. Aún estaba sentada en la silla junto a la camilla, con su cuerpo apoyado sobre una mesa cercana. Sus ojos captaron el perfil de alguien sentado junto a la ventana, despierto y observador. Sin dudar, Victoria rompió el silencio al dirigirse a él.

—Bienvenido, ¡por fin despiertas! —Se acercó un poco con curiosidad, pero manteniendo la distancia.

—Gracias. ¿Hace mucho estoy así? —Sin mirarla, seguía con su vista en la ventana.

—Bastante. Ya van casi cuatro días desde que te encontramos.

—Es mucho. —Bajó su mirada y comenzó a mirar sus manos—. Me siento extraño, diferente, no entiendo por qué... —Su rostro demostraba confusión y duda.

—No es de extrañar, caíste desde una gran altura… ¿Cuál es tu nombre? —preguntó curiosa la joven maga.

—Mi nombre…

Se quedó pensando un momento. Aunque buscaba en su mente la respuesta, no podía hallarla. Tenía un remolino confuso de recuerdos borrosos, no terminaba de entender ninguno de ellos. Solo una palabra rondaba por su mente en ese momento; era su nombre, porque una persona de voz profunda y amable la decía. Y ese nombre era…

—Elkon, creo que ese es mi nombre.

—Un gusto, mi nombre es Victoria. —Hizo una pequeña reverencia—. Soy una aspirante a maga y quiero presentarte a alguien, espera un momento. —Salió despedida de la habitación y, al cabo de unos minutos, entró nuevamente acompañada de su superior, el archimago.

—¡Por fin despiertas! —dijo con tono jovial el archimago mientras entraba a la sala—. Ya comenzaba a pensar que eras un cadáver con pulso. Me presento —haciendo una pequeña reverencia, continuó diciendo—: soy William, el archimago a cargo del clan de magos elementales. Me gustaría que saber un poco más de ti. Después de todo, no es muy común que la gente caiga del cielo. —Tomó la silla en donde antes había estado sentada Victoria y la acercó al lado de la cama. Luego se sentó—. ¿Cómo te llamas?

—Mi nombre es Elkon. —El archimago se quedó sorprendido por el nombre unos momentos.

—¿Elkon? Bueno… es un gusto, Elkon. Ahora, si me permites, te seré directo: me gustaría, no…, quiero que me digas ¿cómo llegaste a ese bosque?

—¿Bosque? —El joven parecía no entender la pregunta.

—Te encontramos en medio de una misión —intervino la maga—. Mientras estábamos en una persecución, nos topamos con una persona que cayó del cielo: tú.

—¿Les hice fracasar en la misión?

—No, solo fuiste un leve contratiempo. Estábamos escapando, te encontramos, nos rodearon, pero fuimos rescatados por el archimago justo a tiempo.

—Entonces, debo agradecerles… —El joven agachó la cabeza con humildad ante sus salvadores.

—De nada —Respondió el archimago. Sin embargo, este no estaba dispuesto a dejar que el tema se desvirtuara—. Retomo la pregunta —y, con un tono más serio, volvió a inquirir—, ¿qué hacías ahí?

—Lo siento… no puedo recordarlo. —Bajó la cabeza y se tomó las manos—. Solamente recuerdo estar cayendo desde el cielo y el sonido de las ramas rompiéndose con mi cuerpo.

—¿No puedes recordar nada? Será amnesia, tal vez. ¿Usted qué piensa, archimago?

—Realmente, es una gran incógnita… —dijo acariciando su barba mientras pensaba—. En estos casos, cuando se sufre un golpe tan fuerte como el que tuviste, es común tener olvidos. Supongo que lo iremos descubriendo con el tiempo hasta que tu mente sane. No te presiones—. Luego, poniéndose en pie y con tono más serio, añadió—: Sin embargo, joven Elkon, te pregunto, ¿qué piensas hacer?

—¿A qué se refiere?

—Este lugar no es una posada en la que recibamos a cualquiera, no podemos tener a un civil. Distinto sería si fueses un recluta…

—¿Recluta? —preguntó aún confundido—. ¿Qué es este lugar al que me trajeron?

—Se llama Abadía del bosque de Hera, ¿quieres verlo por ti mismo? —El joven asintió emocionado de poder salir de esa habitación tan lúgubre—. De acuerdo, si puedes caminar, acompáñame. —Miró a la joven maga—. Victoria, tú también, necesitaré que le expliques algunas cosas.

Guiándolo con paciencia por los recovecos de la Abadía, Victoria le proporcionó una explicación detallada del lugar. Antaño, luego de haber sido un monasterio, la Abadía había evolucionado para convertirse en el epicentro de formación y conscripción del reino de Athenas, la capital de la raza humana. Allí, año tras año, innumerables jóvenes acudían para unirse al ejército real y enrolarse en clanes especializados. Estas agrupaciones, conocidas como clanes, constituían la base de la formación militar en la Abadía y permitían a los reclutas especializarse en diversos tipos de combate: magia, soldadura, sanación, arquería, cada uno de los cuales cumplía un papel crucial en el campo de batalla. Asimismo, estos clanes relacionados se unían para formar gremios, estructurando aún más la jerarquía y organización.

En este entorno, un joven tenía la tarea de seleccionar su clan, una elección que podía ser motivada por deseos personales, arraigo a la tradición familiar o incluso una inclinación innata. Mientras el archimago compartía estos detalles, Elkon absorbía cada palabra y observaba con detenimiento su entorno: los campos de entrenamiento, los jóvenes reclutas, los grupos comprometidos en diversas disciplinas. Todo esto le parecía fascinante, como un sueño transformado en realidad.

El recorrido culminó en un amplio campo de práctica, donde el archimago detuvo sus pasos y dirigió su atención hacia Elkon. Le planteó una pregunta que dejó en el aire, esperando su respuesta.

—Entonces, si te interesa, ¿quieres unirte a un clan?

—Me interesa… Pero ¿qué es eso de los clanes? No lo terminé de entender —reconoció el joven.

—Es raro que ni siquiera recuerdes los conceptos más intrínsecos del mundo. —El archimago suspiró sonoramente antes de seguir—. Pero está bien, te lo explicaré igualmente. Hay cuatro gremios importantes, aunque uno de ellos es independiente y no está entre las opciones que te ofrecemos aquí, así que lo obviaremos, te contaré sobre los otros tres. Para hacerlo simple —soltó una pequeña carcajada—, un gremio es para los fortachones que prefieren el combate cuerpo a cuerpo; otro, para los estratégicos, aquellos a los que le gusta el sigilo y la distancia, mientras que el último gremio es para los intelectuales y bellos como nosotros, los magos —poniendo cara de orgullo y vanidad—. Cada uno de ellos se divide en clanes. Se podrían llamar subdivisiones de los gremios con las especialidades más claras. Un ejemplo sería mi gremio, los magos de elementos.

—Entiendo…

—Entonces, dime, ¿de qué piensas que estás hecho?

—Me gustaría ser mago —dijo con seguridad.

—Interesante —decía mientras se llevaba la mano a la barba para acariciarla—. Con tu cuerpo, podrías ser tranquilamente un guerrero, tienes la contextura adecuada, aunque… —le pinchó la barriga con el bastón—, te haría falta un poco de entrenamiento físico.

Elkon no recordaba mucho de sí mismo, pero sabía que la actividad física extenuante no era la suyo. Por otro lado, el concepto de magia le sonaba de algo y lo llenaba de emoción.

—No, gracias. Algo dentro de mí me llama a la magia.

—Entonces, hablas con la persona correcta —dijo sonriendo el de cabello blanco—. Puedo ofrecerte dos tipos de magos: los de la luz y los elementales.

—¡Los elementales, los que lanzan ataques! —dijo con emoción el joven alzando su puño, gesto que causó risa en el archimago al ver su entusiasmo.

—Entonces, probemos… —Le señaló un muñeco de entrenamiento que no estaba muy lejos—. ¿Ves la diana de aquel muñeco? Quiero que le lances una bola de fuego.

El joven se le quedó mirando con dudas.

—¿Cómo se supone que voy a hacer eso?

—Ya que voy a ser tu compañera… —se metió en la conversación Victoria para explicar—, hay varias formas de invocar un hechizo, depende de tu capacidad. Algunos invocan la magia recitando hechizos, otros más experimentados no necesitan hacerlo. Y aquellos con poco maná utilizan runas. Todo depende del potencial de la persona. Te enseñaré el básico para cualquier hechizo. —Apuntó su mano hacia la diana y dijo—: Magia elemental de fuego, ¡bola de fuego!

De pronto, salió de su mano una bola del tamaño de su puño a toda velocidad y chocó contra el muñeco.

—Mientras dices correctamente el nombre del hechizo y lo visualizas en tu mente, sentirás cómo la energía de tu cuerpo se dirige a tu mano; así, tu puño se convertirá en antorcha. Luego debes empujarlo con fuerza apuntando al lugar deseado. Lleva tiempo acostumbrarse, no te angusties si no lo logras en seguida.

—Como una antorcha… Está bien, ¡lo intentaré!

Apuntó su dedo índice hacia la diana, cerró los ojos y se concentró. Dijo el nombre del hechizo mientras visualizaba su mano encendida fuego. Fue entonces cuando, tal y como dijo Victoria, sintió la energía de su cuerpo fluir hacia su mano. Al abrir los ojos, una pequeña bola de fuego del tamaño de una pelota envolvía su mano. Esto lo hizo sonreír, pero, al momento de empujarla hacia adelante, la llama se encogió hasta adquirir el tamaño de su dedo meñique. En esta forma se lanzó hacia delante, dejando un rastro de fuego en su mano e impactando en la diana levemente.

—Felicidades, ¡no todos lo logran a la primera! —le dijo con entusiasmo la joven, que trataba de minimizar el hecho de que la bola de fuego fuera minúscula.

—OK, eso fue… suficiente. —Tenía una cara de decepción—. Está bien, te aceptaré como novato de mago elemental, por ahora.

Tras una cortés despedida, el archimago se retiró dejando a Elkon y Victoria en aquel campo de práctica. Mientras el silencio comenzaba a envolver el espacio, Victoria, antes de partir tras el archimago, transmitió un gesto alentador a Elkon y luego se dirigió apresuradamente tras el anciano.

Al quedarse solo por un instante, Elkon sorprendió a quienes podrían haber asumido que estaría abatido por no haber tenido éxito en la prueba de poderes, ya que su semblante irradiaba una felicidad incomprensible. La sensación de haber utilizado la magia por primera vez, el poder que había percibido palpitando en su interior lo había inundado de un júbilo que trascendía la decepción. Con una sonrisa que reflejaba su dicha y un rubor en sus mejillas, se cubrió la boca instintivamente, evitando que un grito de asombro y alegría escapara de sus labios. Respiró hondo, concentrándose en recobrar la calma.

Con su serenidad recuperada, Elkon se propuso explorar el entorno. Su mente estaba decidida a buscar libros que pudieran ampliar su comprensión de esa magia que había sentido, ese poder latente que parecía haber despertado en él. Su sed de conocimiento lo guio por los pasillos, adentrándose en la Abadía en busca de las respuestas que anhelaba.

Mientras Victoria se retiraba tras el archimago, entregó un papel a su cuidado. El papel contenía algo que tenía la intención de comunicar al anciano.

—Ahí tiene lo que me pidió —le dijo la joven—. No soy buena dibujante, pero se parece bastante al collar que tiene puesto.

—Muchas gracias, jovencita. —Se quedó mirando el dibujo—. Todo en este joven me parece extraño y familiar… su nombre, su collar… sé que lo escuché alguna vez.

—¿Cree usted que debemos confiar en él?

—Hay un dicho que dice mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos aún más cerca. El tiempo nos dirá cuál de los dos es. Por lo pronto, mantén un ojo en él, por favor. Cualquier cosa rara, me la informas.

—Sí, señor. —Miró para atrás y vio a Elkon tapándose la cara y moviéndola de un lado para otro—. Defina “raras”, por favor.

Al amanecer del siguiente día, después de que un médico certificara su aptitud, Elkon se unió a los otros reclutas para embarcarse en su formación. Le fue asignada una habitación en el pabellón y le proporcionaron ropas, dado que solo poseía lo que llevaba consigo. Inmerso en el ambiente de la Abadía, Elkon adoptó una rutina de entrenamiento riguroso. Mañana y tarde, se sumergía en sesiones de práctica junto a sus compañeros magos, aunque sus habilidades en ese ámbito eran todavía modestas.

Esta limitación no pasaba desapercibida para los demás aspirantes a magos, quienes aprovechaban cualquier oportunidad para susurrar y reírse cuando llegaba el turno de Elkon. Sin embargo, él se mantenía imperturbable, perseverando en su esfuerzo sin ceder ante las palabras burlonas. Durante las noches, mientras los demás descansaban, Elkon acudía a la biblioteca y se sumergía en el estudio. Su dedicación al aprendizaje era inquebrantable; deseaba profundizar en los fundamentos de la magia, desentrañar los secretos de la formulación de hechizos y saciar su incansable sed de conocimiento.

A pesar de llevar semanas de trabajo incesante, los resultados no eran los que esperaba. A diferencia de él, incluso aquellos que al principio eran inexpertos habían logrado avanzar, lanzando bolas de fuego de tamaño considerable mientras que las de Elkon seguían siendo diminutas. No obstante, intuía que había algo fundamental que no estaba comprendiendo, algo que se le escapaba y que no lograba identificar.

Poco a poco, las risas disimuladas y los murmullos se volvieron menos sutiles. Aunque la situación le molestaba profundamente, Elkon se esforzaba por ignorar los comentarios despectivos. Su confianza en sí mismo y su creencia de que con dedicación y empeño podría alcanzar a sus compañeros seguían intactas. Sin embargo, en un día particular, mientras participaba en una sesión de entrenamiento, un grupo de magos se aproximó a él. Este grupo era encabezado por Jonás, otro recluta de la Abadía.

—Así que sigues intentando. ¿Por qué no te rindes? —decía con tono burlón el mejor de la clase.

—No quiero rendirme —dijo Elkon con seguridad—. ¿Por qué lo haría, en todo caso? Me gusta esto, ¿por qué ahora lo cambiaría?

—No lo sé… ¿porque eres malo? —El grupito que lo acompañaba rio a carcajadas. Era claro que lo estaba amedrentando para pelear; sin embargo, él no caería en eso—. Elkon, no fuiste hecho para ser un mago, acéptalo.

—No lo haré. Este es mi destino, lo siento dentro de mí, pienso cumplirlo. Te lo demostraré.

—¡Guau!, un momento, ¿me estás retando?

—No, no te estoy retando —dijo moviendo las manos de un lado a otro—, dije que te lo demostraré, con el tiempo.

—¡Así que me está retando! —gritó mientras se daba vuelta mirando a los demás reclutas, que aún no habían oído la conversación—. Miren todos, el más patético de los magos de la Abadía se atreve a desafiarme a mí, el mejor de la clase.

—¡Hey! Detente, yo no te desafié —dijo poniéndose de pie y queriendo aclarar la situación.

—¡Te daré una semana! —exclamó mientras lo señalaba con el dedo de modo muy desafiante—. Nos encontraremos en el ring de práctica al atardecer. Si no vas, todos aquí sabrán que eres un cobarde. —Luego agregó entre susurros para que solo Elkon oyera—: Veremos de qué está hecho tu destino.

Apartándose con su círculo de seguidores aduladores, Jonás se entregaba a gestos y risas de triunfo, deleitándose en su victoria. Era reconocido como el mago más poderoso en la Abadía, una posición que ostentaba con orgullo. Mientras tanto, Elkon se encontraba en una situación complicada.

Victoria fue la primera en acercarse a él, confrontándolo por haber aceptado el desafío propuesto por Jonás.

—¡No lo hice! —se excusó Elkon—. Ese imbécil me amedrentó y luego hizo parecer que mis palabras eran un desafío. No sé para qué lo hizo.

—El tipo solo quiere alimentar su ego y fue a lo seguro: el más inútil de la clase. —Oye…

—No importa, el duelo ya ha sido fijado. No tienes más opción que prepararte. Yo te ayudaré.

El rumor del inminente duelo se extendió como un reguero de pólvora, pasando de boca en boca a una velocidad sorprendente. El simple hecho de que dos novatos se enfrentaran en un duelo era un acontecimiento raro, y la curiosidad de todos se avivó. Era una oportunidad única para presenciar algo que rara vez ocurría en la Abadía: un enfrentamiento directo entre aspirantes. El nombre de Jonás, ya establecido como un mago formidable, despertaba expectativas de una victoria segura, lo que daba al duelo una atmósfera de anticipación y emoción.

A medida que el rumor se esparcía, llegó a oídos del archimago, quien se sintió intrigado por lo que estaba por suceder. El día del duelo, llegó y todos se reunieron como si estuvieran a punto de presenciar un enfrentamiento épico. Gradas improvisadas se alzaron y fervorosas hinchadas comenzaron a alentar al renombrado mago Jonás. La expectación estaba en su punto máximo, creando la ilusión de un espectáculo de alto nivel. La multitud se emocionó aún más cuando ambos combatientes se aproximaron al escenario. El apoyo hacia Jonás era abrumador, mientras que los ánimos a favor de Elkon apenas llegaban por intermedio de Victoria. El ambiente se volvió extrañamente tenso y eléctrico. Aquel día, que debería haber sido de descanso, se convirtió en un día de apuestas, emoción y enfrentamiento gratuito. Las apuestas estaban abismalmente en contra de Elkon: eran de cien a uno. La opinión generalizada sobre su capacidad estaba clara.

No obstante, Elkon permanecía tranquilo a pesar de las circunstancias. En su interior, había un nivel de serenidad inesperado. A medida que el duelo se aprestaba para comenzar, un giro sorprendente tuvo lugar. Apareció en escena el archimago William, un hecho que llenó de temor a la multitud. Todos sabían que los duelos entre novatos eran ilegales hasta que fueran profesionales, y la sola presencia del archimago insinuaba la gravedad de la situación. Sin embargo, para sorpresa de todos, William se ofreció a ser el juez en el enfrentamiento. El público estalló en vítores y aplausos, y cualquier esperanza que Elkon hubiera albergado de que una figura de mayor autoridad detuviera la locura se desvaneció rápidamente.

Con pasos decididos, el archimago se adelantó hacia el centro del ring, preparándose para dar inicio al duelo.

—Bueno —dijo con su tono tranquilo y paciente—, un poco de silencio no vendría mal… —Viendo que nadie lo oía y que seguían hablando, tomó aire y gritó fuertemente—: ¡Silencio!

El sonido desapareció del lugar quedando solo la voz del archimago.

—Estamos aquí para presenciar una vieja tradición que ya hacía unos años no ocurría: un duelo de magos. —El grupo volvió a festejar, el archimago miró con enojo y todos se callaron—. Por un lado, tenemos a Jonás. —El lugar estalló de gritos alentando al joven mago—. Y, por el otro lado, tenemos a Elkon. —El lugar quedó totalmente silencioso y solo se escuchó la voz de Victoria alentando, quien, al ver que era la única, fue escondiéndose entre la gente—. Bien, ¿algo que decir?

—Esto va a arder —dijo Jonás mientras saltaba moviendo manos y hombros—. Estoy muy encendido.

—Sigo diciendo que esto es un error —decía Elkon—. Pero, ya que no quieres escuchar lo que te digo, te lo haré entender por las malas.

—Sin nada más que decir —el archimago gritó—, ¡que comience el duelo!

Desde el mismo comienzo, Elkon se encontró en una posición totalmente desfavorable. Jonás no aguardó un momento para iniciar su ofensiva, lanzaba ataques de fuego a discreción, sin la necesidad de recitar hechizos. Su arsenal de ataques era diverso y aplastante. Con cada golpe que asestaba o que evitaba, Jonás disfrutaba la superioridad en el enfrentamiento. La multitud estallaba en celebración y risas cada vez que Elkon recibía un golpe, convirtiendo el duelo en un espectáculo humillante para él.

Mientras tanto, Elkon luchaba por contraatacar con ataques débiles, encontrando poco más que la eficaz defensa de Jonás. Este último jugó con el novato durante un largo período, deleitándose en la superioridad que ostentaba, hasta que decidió poner fin al asunto. Lanzó un ataque tan potente que arrojó a Elkon a varios metros de distancia, dejándolo aparentemente inconsciente en la arena.

Jonás celebraba su victoria con júbilo mientras el archimago se acercaba al lugar donde Elkon había caído, para confirmar que ya no estaba en condiciones de continuar la lucha. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, unas palabras emergieron de los labios de Elkon.

—Esto no terminó…

A pesar de su tambaleante estado, Elkon logró ponerse de pie. Su actitud cambió abruptamente, adquiriendo un matiz más sombrío. Su mirada parecía perdida, como la de alguien que hubiera perdido el control de sí mismo, un semblante que recordaba a la locura.

Victoria observó atentamente a Elkon y notó que su amuleto, esencial para su protección, ya no estaba en su lugar. Había caído a un costado debido al devastador ataque de Jonás. Fue ella la única que percibió este detalle crucial.

En el instante siguiente, Jonás desató un ataque con una bola de fuego aún más imponente que la anterior. Sin embargo, Elkon realizó algo inesperado: atrapó la bola de fuego con aparente facilidad, maniobrándola en sus manos. La tonalidad del fuego cambió a un oscuro tono negro y su poder se intensificó notablemente. Con una sonrisa sádica en su rostro, Elkon devolvió el ataque a Jonás con una furia desenfrenada. El joven desafiante esquivó por muy poco el impacto, y la bola de fuego chocó contra uno de los postes en el área, reduciéndolo a escombros. El impacto también dejó una cicatriz de fuego que dividió la arena en dos mitades, dejando en claro el incremento desmesurado en el poder de Elkon.

Mientras el mago transformado se preparaba para lanzar otro ataque, Jonás optó por recurrir a su carta secreta. Juntó sus manos y erigió un colosal escudo de hielo para protegerse. Sin embargo, el impacto del ataque de Elkon destruyó el escudo y lo arrojó varios metros hacia atrás. Jonás quedó perplejo al constatar que Elkon había sido capaz de romper su robusto escudo de hielo con semejante contundencia. Si el impacto hubiera alcanzado directamente su cuerpo, la situación habría sido muy diferente. Ahora era Jonás quien se encontraba en una posición humillante, y el momento había llegado para que sacara a relucir lo que tenía guardado en reserva.

—Los magos de alto nivel, como yo, aprendemos a manejar varios elementos. —Apoyando su mano en el suelo, un pilar de hielo golpeó a Elkon y lo lanzó lejos—. ¡Toma esto!

Por una mera coincidencia, Elkon cayó cerca de donde su collar yacía tirado. Al entrar en contacto con su amuleto, recuperó tanto su conciencia como su apariencia normal. El grito de Victoria resonó junto con los alentadores vítores de aquellos que, impresionados por su repentina transformación, comenzaron a animarlo fervientemente. Con esfuerzo y dificultad, logró ponerse en pie.

Mientras su energía se estabilizaba, Elkon pronunció las siguientes palabras:

—Yo quiero ser un mago, el más fuerte de todos. —Se concentró en esa idea, la de demostrar su valor a todo el mundo, y cerrando sus puños agregó—: tal vez mi fuego no sea tan poderoso como el tuyo en este momento, ¡pero te mostraré las llamas que arden en mi corazón!

Sus manos resplandecieron con un fuego de tonalidad azul. Este cubrió sus manos y se extendió hasta el codo. Con un gesto seguro, exclamó:

—¡Aquí termina esto!

Concentrando toda su energía en un único y poderoso ataque, moldeó una imponente bola de fuego azul en sus manos y la lanzó con determinación hacia Jonás. A pesar de que Jonás intentó protegerse con su escudo, este fue destrozado al instante por la abrumadora fuerza del impacto, que lo arrojó lejos de la arena y lo dejó inconsciente.

El archimago William, quien hasta ese momento había observado desde la distancia, se aproximó a Jonás para verificar su estado. Al comprobar que el mago estaba efectivamente inconsciente, el archimago decretó el fin del duelo. La multitud estalló en júbilo y asombro, vitoreando a Elkon como el vencedor.

La victoria estaba sellada, y Elkon, a pesar de todas las adversidades, había logrado sorprender a todos y ganarse el respeto y la admiración de quienes lo rodeaban.

Un trago de grog

Tras el ardor del enfrentamiento, Elkon regresó a la enfermería para descansar. El ataque final que había lanzado había ejercido una considerable carga en su cuerpo, ya que no estaba acostumbrado a emplear magia tan poderosa. Necesitaba tiempo para que su cuerpo se adaptara a la fatiga que conllevaba el uso de tal nivel de magia. Pasaron un par de horas mientras descansaba y los médicos determinaron que estaba en condiciones de ser dado de alta. Al salir, encontró a alguien esperándolo afuera.

Apoyada contra la pared, estaba Victoria. Al divisar a Elkon, una sonrisa de alegría se formó en su rostro. Ella tironeó amistosamente de su brazo, llevándolo en dirección a una taberna cercana. La Abadía no era simplemente un edificio aislado, sino que abarcaba diversas instalaciones, como hospitales, áreas de entrenamiento, posadas, arenas de combate y otros edificios. En este caso, entraron en una taberna conocida como El Rugido del León. Era un lugar donde los instructores y algunos aspirantes con más recursos solían reunirse en las tardes y noches para desconectar y disfrutar de algunas bebidas. Se acomodaron en una mesa un tanto tambaleante, y les fueron servidas unas bebidas llamadas grog, mientras el ambiente vibraba con cantos y conversaciones animadas de los demás clientes.

Aunque Elkon se mostraba escéptico hacia la bebida de color verde y con burbujas extrañas, Victoria disfrutaba de su copa con entusiasmo. Mientras ella festejaba algo con su bebida, él se mantenía alerta, sin querer meterse en problemas nuevamente. La situación le generaba desconfianza y prefería no perder el control en un ambiente que no le resultaba del todo familiar.

—Debo darte las gracias, Elkon —exclamó la maga mientras apoyaba la bebida en la mesa después de un trago.

—¿Por qué?

—Gracias a tu triunfo, me has hecho ganar un montón de dinero. No puedo decir que soy millonaria, ya que a los aspirantes no se les puede sacar mucho, pero, al ser muchos lo que apostaron, ha sido una suma considerable. Lo menos que podía hacer era invitarte a tomar algo.

—Ya me parecía raro, una invitación tan repentina como para ser una cita…

—¿Cita? —Victoria jamás había tenido una cita en su vida, por eso desconocía las implicancias de su accionar. Al darse cuenta, simplemente se sonrojó y comenzó a hablar rápido para ocultar su vergüenza—. ¡¡No, para nada!! Esto no es una cita, no tengo ninguna intención contigo. Digo, eres agradable y todo eso, pero… Aparte, recién nos conocemos. ¿Por qué te invitaría a una cita? Los hombres son los que lo hacen y...

—Está bien, tranquila. Perdona mi confusión, entonces.

Victoria bebió un largo trago de su grog y, luego de haberse calmado por el momento incómodo, empezó a cuestionar a su compañero con otro tema.

—¿Sabes? Es la primera vez que veo una magia como la tuya, ¿cómo lo hiciste? —El mago inexperto miraba sus manos como si buscara en ellas la respuesta que debía dar.

—No lo sé. Fue algo del momento. He intentado en la enfermería volver a encender ese fuego azul, pero no he podido hacerlo, no puedo volver a invocarlo. Cada vez que lo intento, formo el fuego común. —Alzó su mano y mostró cómo podía encenderla como una antorcha—. Pero aún no puedo hacerla azul. Lo único bueno es que ya puedo invocar el fuego a mi gusto sin recitar el nombre del hechizo, por lo menos, de la mayoría.

—Tal vez solo tuviste un golpe de buena suerte… Pero ¡¡hey!!¡Estuviste muy genial en ese momento! ¡Con tu frase y tu pose te viste genial! Aunque fue extraño. Por un momento, fuiste tenebroso y después tan genial. No solo lo derrotaste, sino que también le diste una lección. Para ser alguien que se creía poderoso por manejar dos elementos y sobresalir en los entrenamientos, fue derrotado por un novato. Ha tenido su merecido.

—No entiendo a qué te refieres con tenebroso. Sin embargo, yo creo que tienes razón: tuve suerte. Sí. Hasta que no pueda volver a invocar ese fuego azul, lo llamaré suerte. Debo seguir entrenando.

—Espera, ¿no recuerd…?

En ese instante, la puerta de la taberna se abrió y bajo el umbral apareció nada más y nada menos que Jonás. A pesar de sus heridas y las muletas que lo asistían, sus amigos lo habían convencido de que se uniera a ellos en un intento por levantar su ánimo. Sin embargo, jamás imaginaron que en ese mismo establecimiento se encontrarían con su adversario de la tarde. La única mesa libre estaba al fondo del local y, para llegar a ella, debían caminar frente a la mesa en la que se encontraban Elkon y Victoria.

Con la ayuda de sus amigos, Jonás avanzó hasta colocarse frente a Elkon. Mantuvo su mirada fija en él y le dirigió estas palabras:

—Ganaste en toda regla —reconoció Jonás mientras lo miraba con humildad. Hizo una breve pausa y luego agachó la cabeza en señal de respeto—. Te debo una disculpa por subestimarte. —Luego alzó la cabeza y en sus ojos brilló su orgullo—. Esta no será la última vez que me enfrente a ti. La próxima, no te dejaré ganar tan fácilmente.

—Aunque en un principio yo no estuve de acuerdo con el duelo, para la próxima, lo estaré esperando con ansias.

Jonás esbozó una sonrisa y extendió su puño, el cual Elkon chocó con determinación. Era un gesto que trascendía la rivalidad y reflejaba una especie de pacto entre compañeros, hombres y rivales. Sin decir más, Jonás se retiró a su propia mesa. Se podía ver en sus ojos la decisión de mejorar y superarse, y, a pesar de la derrota, su mirada irradiaba determinación. Sabía que debía encontrar la manera de superar ese inusual y poderoso fuego helado.

Por su parte, Victoria soltó un suspiro de alivio al ver que no habían vuelto a enfrentarse físicamente en ese ambiente. Sin embargo, el recuerdo de lo que Elkon había mencionado más temprano volvió a su mente y decidió retomar la conversación que habían dejado pendiente.

—Me estabas diciendo que no lo recuerdas.

—¿Qué cosa? —preguntó Elkon mientras por fin se decidía a darle un sorbo al grog. Primero hizo una cara de desagrado, miró la bebida de nuevo, se encogió de hombros y le dio otro trago.

—Hubo un momento en el que tus llamas se volvieron negras como el carbón, fueron tan poderosas como las azules que usaste al final. Pero… en ese momento tu actitud cambió, no solo eso, incluso tu aspecto, todo. Creo… Es solo una teoría, pero ¿está relacionado con tu collar?

—¿Collar? ¿Qué collar? —dijo confundido mientras se vaciaba el contenido de la jarra.

—El que traes colgando, imbécil. —Le señaló con el dedo el talismán que pendía de su cuello. Al verlo, Elkon se asustó.

—¿Eh? ¿En qué momento…? No recuerdo haberme puesto este collar, no me di cuenta de que lo tenía.

—¿Lo dices en serio? —gritó enfadada Victoria—. ¡¿Cómo una persona puede no darse cuenta de lo que tiene puesto?! ¿Acaso sabes siquiera si tienes ropa interior?

—Oye… —Luego de hacer una breve pausa, para recordar el color de su ropa interior, continuó hablando—: No te burles, no me di cuenta solamente. Estos últimos días fueron sucediendo cosas muy… extrañas. —Aunque le preocupaba el hecho de no haberse percatado de aquel colgante hasta ese momento, trató de desviar la conversación con Victoria para que no lo siguiera reprendiendo—. Bueno, dejemos de hablar de mí, cuéntame de ti. —Victoria se enderezó en su asiento, asombrada por el repentino interés de Elkon—. Hay algo que me ha llamado la atención. Escuché que venías de una familia de sacerdotes, ¿por qué no me lo contaste? Hemos estado entrenando juntos todos estos días, pensé que teníamos algo de confianza.

Victoria apretó la jarra con el resto de grog entre sus manos. Estaba algo incómoda; sin embargo, habló:

—Es que no es fácil hablar de ello. Es una historia larga. Como bien dijiste, mi familia es de otro clan. Para empeorar, es la familia líder, la cabeza del clan. Lo que me hizo cambiar fue un suceso pasado, algo que ocurrió hace diez años, en la ciudad de Southville… —Su mirada había cambiado, ahora lucía un leve sonrojo en las mejillas—. Perdóname, pero es algo muy… personal.

—Está bien, no es problema, todos tenemos secretos. Discúlpame por obligarte a hablar de algo tan doloroso para ti.

—Gracias por entender. Lo único que puedo decir es que aquellos sucesos fueron los que me dijeron cuál era mi camino. —Repentinamente, tomó la jarra y bebió lo último que quedaba en ella lanzando un suspiro de satisfacción. Luego llamó al camarero y pidió otra ronda. Mirando a Elkon, dijo—: No estamos aquí para hablar del pasado, sino del presente, ¿no? Por favor, Elkon, come, bebe, es tu triunfo, ¿no?

—Sí… está bien.

Permanecieron en la taberna durante un largo tiempo, envueltos en el bullicio de la gente y el suave murmullo de la música que emanaba de un bardo en el fondo del lugar. Mientras compartían el espacio, sus pensamientos giraban en torno a lo que habían vivido, recordaban y reflexionaban sobre sus decisiones.

Al despedirse, Elkon se adentró en el bosque nocturno, rumiando las palabras de Victoria respecto a su comportamiento tenebroso y el misterioso collar. Aunque no le había mencionado nada para no preocuparla, la verdad era que no recordaba nada de esos eventos. Caminó sin un rumbo claro durante varios minutos, inmerso en sus pensamientos, hasta que de repente detuvo sus pasos. Mirando a su alrededor, se dio cuenta de que se había perdido, alejándose mucho de la Abadía. ¿Había caminado realmente tanto?

Cuando estaba a punto de regresar, sintió una extraña atracción en el bosque. Se movía a ciegas en la oscuridad, como si algo invisible lo guiara. Finalmente, se encontró frente a un antiguo pino que exhibía marcas inusuales. Pequeños recuerdos afloraron en su mente. Este árbol era el lugar en el que había caído, donde los soldados de la Abadía lo habían encontrado.

Sentado en el suelo, la angustia lo embargó y lágrimas de nostalgia brotaron de sus ojos, como si hubiera perdido algo de gran valor, aunque no sabía qué era. Mientras lloraba, comenzó a escuchar un sonido que provenía del bosque, como si alguien se moviera entre los árboles. Se incorporó de golpe, limpiando las lágrimas con la manga de su ropa, y miró a su alrededor con temor, tratando de identificar quién se acercaba.