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Lecciones sobre el valor, la inteligencia, el amor o la solidaridad en un texto lleno de fantasía. El mago de Oz es el cuento infantil norteamericano más leído y traducido a otras lenguas; por lo tanto, uno de los libros favoritos de los niños de todos los países. La historia nos cuenta el viaje fantástico de Dorothy por el camino de adoquines amarillos hacia la Ciudad Esmeralda, junto a sus compañeros, el espantapájaros, el leñador de hojalata y el león cobarde, en busca del mago de Oz. Aunque alejado de los argumentos tradicionales de los cuentos populares, guarda un mensaje que es el de propugnar el bien frente al mal y la verdad frente a la falsedad, así como el de enseñar que la inteligencia, la bondad, el esfuerzo, el valor y la solidaridad deben ser las cualidades que todos los niños y adolescentes han de poseer para llegar a ser adultos ejemplares.
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Seitenzahl: 165
Veröffentlichungsjahr: 2019
Introducción
I. El ciclón
II. Encuentro con el pueblo de los munchkins
III. Dorothy salva al espantapájaros
IV. El camino del bosque
V. El rescate del leñador de hojalata
VI. El león cobarde
VII. Prosigue el viaje hacia el país del gran Oz
VIII. El campo de amapolas mortales
IX. La reina de los ratones de campo
X. El guardián de la puerta
XI. La maravillosa Ciudad Esmeralda de Oz
XII. En busca de la malvada bruja del Oeste
XIII. Los cuatro se reúnen de nuevo
XIV. Los monos alados
XV. El descubrimiento de Oz, el terrible
XVI. Las artes mágicas del gran farsante
XVII. El lanzamiento del globo
XVIII. Hacia las tierras del Sur
XIX. El ataque de los árboles luchadores
XX. El país de la delicada porcelana china
XXI. El león se convierte en rey de los animales
XXII. El país de los quadlings
XXIII. La bruja buena concede a Dorothy su deseo
XXIV. De vuelta al hogar
Apéndice
Créditos
El siglo XIX fue una época de grandes viajes, a fin de completar los conocimientos del planeta que se habían iniciado en los siglos anteriores con Magallanes y Elcano, el capitán Cook…, y en este siglo con Humboldt, Darwin, Livingstone, Stanley, y tantos otros. Pero los Estados Unidos de América estaban todavía por descubrir. El río Misisipi marcaba la frontera entre el mundo civilizado y el no civilizado. Desde que en 1776 la nación había logrado su independencia respecto a Gran Bretaña, los diversos presidentes se plantearon entre sus objetivos explorar a fondo las tierras del Oeste. Así Thomas Jefferson (1801-1809) promovió la búsqueda de un paso que llevase hasta el océano Pacífico, con la idea de establecer relaciones comerciales con Asia y liberarse de la sujeción a Europa.
A esta tarea se encomendaron militares y exploradores, como Lewis y Clark, que iniciaron su viaje en San Luis, en 1804, y dos años más tarde volvieron con la ruta abierta hasta Vancouver, preparando así una de las vías más importantes para las grandes emigraciones hacia el Oeste. Otros expedicionarios intrépidos fueron Pike y Long, que exploraron las fuentes de los ríos Misisipi, Misuri y Arkansas, con el fin no solo de conocer las grandes llanuras, sino de firmar acuerdos con los indios nativos para poder desarrollar el comercio en esa zona. A estos siguió Charles Fremont, que entre 1842 y 1846 exploró por primera vez las montañas Rocosas y llegó a California.
En 1848, Estados Unidos conquista Texas y la Alta California a México, entre otros territorios, y en 1850 se encuentran en esta minas de oro. Inmediatamente, cientos de caravanas se ponen en marcha desde Kansas hasta allí o hasta Oregón, buscando no solo el oro, sino también mejores oportunidades; seis meses para atravesar 3000 kilómetros y llegar a las nuevas tierras. Muchos de los que cruzan el país son aventureros, pero otros son granjeros y también inmigrantes. En 1860 la población del país pasa de diez millones a más de treinta, de los cuales 250000 habitan en California.
En 1861 asistimos a otra hazaña viajera, se crea el Pony Express, un sistema de correos a caballo que atravesaba desde San Luis, a orillas del Misisipi, a Sacramento, en California; 3000 km en diez días. Uno de los más famosos jinetes de este servicio fue el legendario William Cody, apodado Búfalo Bill por ser cazador de búfalos para abastecer de carne a los trabajadores del ferrocarril. Y es que se estaba construyendo la línea férrea que en 1869 uniría las dos costas, de Nueva York a California, teniendo en Chicago su principal nudo de comunicación. Para ese año, el oro de las minas californianas se había agotado, pero la población ya estaba asentada en aquellas tierras.
Y conforme iba avanzando el hombre blanco, más aún tras la Guerra Civil o de Secesión (1861-1865), la población nativa india fue cediendo sus territorios de las grandes praderas al gobierno. Y a pesar de la sonada derrota del general Custer en la batalla de Little Big Horn, en Montana, 1876, los indios fueron perseguidos, derrotados y masacrados, como en la matanza del poblado de Wounded Knee, en 1890, hasta casi su total extinción o reclusión en reservas. Hoy apenas quedan unos miles en todo el país. Por el contrario, en 1890 la población norteamericana crece hasta los 63 millones, de los cuales 23 son inmigrantes europeos.
En 1898, el presidente William Mckinley (1897-1901) inicia su política imperialista, tras vencer a España en la guerra y anexionarse las que habían sido colonias españolas, Puerto Rico y Filipinas, y Cuba, que se convertirá en su protectorado. Estados Unidos sigue de este modo los pasos de su matriz, Gran Bretaña, gobernada por la reina Victoria, con la misma «pompa y circunstancia» —parafraseando el título de la marcha orquestal del compositor Edward Elgar, de 1901—. Al mismo tiempo, Norteamérica se proclama adalid de la paz del mundo. Su participación en la Primera Guerra Mundial (1914-1919) así lo corrobora.
Este es el país y la época en que nace y vive nuestro autor, Frank Baum. Su obra, El mago de Oz, se inicia no en un país lejano e imaginario, sino en Kansas, estado que entró a formar parte de la Unión en 1861, con el número 34. Está situado en el centro del país, en la Norteamérica profunda de las grandes llanuras o praderas, zona agrícola de mediano desarrollo. Baum repite hasta la saciedad la palabra «gris» para describir esta zona y a sus tristes y serios habitantes, los granjeros tíos de Dorothy, la protagonista. Y frente a esta tierra real y civilizada, seca, árida, pobre, batida por los tornados y asolada por la guerra, Baum opone el país maravilloso, fantástico y no civilizado de Oz, lleno de color, prosperidad y felicidad. Los tópicos clásicos llamaban a este tipo de lugar paraíso, edén, locus amoenus, Arcadia, utopía…, y Baum lo llama Oz. No dejamos de ver una cierta crítica al mundo civilizado, porque este no hace al hombre más feliz. Pero lo que no encontramos es sátira despiadada, ni rechazo hacia el mundo que se ha dejado atrás, al estilo del Gulliver de Jonathan Swift; todo lo contrario, asistimos a una exaltación de la tierra y del hogar de uno, aunque sean feos y humildes. De ese país maravilloso, el personaje tampoco es arrojado, como le pasa a Alicia en Wonderland.
Podemos definir la ciencia como el conocimiento exacto y razonado de las cosas, que se deriva de la investigación y es verificable. Por lo tanto, aquellos fenómenos que no se pueden explicar por el método científico entran en el campo de lo sobrenatural, lo metafísico o lo místico, o sea, lo que no es científico. Y aquí es donde puede entrar la magia, que se basa precisamente en la creencia de que entre el hombre y el mundo que lo rodea hay una conexión no siempre explicable por la razón. De hecho, la presencia de lo que está fuera de las leyes naturales en la vida cotidiana ha sido siempre admitida por todos los países y clases sociales; así, mientras que en el siglo XIX asistimos a la revolución industrial y a los avances científicos y tecnológicos, crecen las sociedades y clubes privados de esoterismo, ciencias ocultas y teosofía, precisamente Frank Baum y su esposa pertenecían a una de ellas.
La palabra magia proviene del griego magos, que significa «hechicero, brujo»; pero verdaderamente no debemos ver a estos de la manera negativa que lo hacemos hoy. La magia es una forma primitiva de religión o de ciencia, cuyo objetivo era comprender y analizar los fenómenos de la naturaleza, y los magos serían los sacerdotes o iniciados en los misterios de estos: la noche y el día, los periodos de lluvia y de sequía, la emigración de los animales, la germinación de las plantas y sus propiedades curativas o tóxicas, la composición de los minerales…, todos procesos esenciales para la supervivencia del grupo. Estos individuos, más observadores y estudiosos que el resto, de alguna forma podían predecir, avisar, curar y ayudar a sus vecinos. Pero también los podían manipular, convenciéndolos de sus superiores poderes para dirigir y dominar esas fuerzas visibles u ocultas de la naturaleza, a los animales que necesitaban cazar o a las tribus enemigas a las que se tenían que enfrentar; y lo podían hacer mediante palabras —conjuros, hechizos, sortilegios, oráculos—, acciones —pócimas, danzas, maleficios, exorcismos, sacrificios de animales—, objetos —amuletos, tótems, pinturas, tatuajes—. Los brujos han existido desde los albores de la humanidad, como se puede ver en las pinturas rupestres. Y todavía hoy día hay mucha gente atemorizada por ellos.
Magia, religión y ciencia, ya tenemos establecidas sus bases, las cuales en los pueblos primitivos se confunden, siendo los magos a la vez sabios, sacerdotes y adivinos. Muchos científicos considerados como tales hoy día, en su época fueron tenidos por magos o brujos. Y cuánto les deben nuestras ciencias actuales a los alquimistas, cabalistas, astrólogos o curanderos. Posteriormente, la magia se separó de la religión, quedando esta en manos de la Iglesia y se produjo el rechazo y la persecución de aquella, llegando a ser considerada un delito similar a la herejía. Así, en 1022, a raíz del Concilio de Orleans, en Francia, ya se empezaron a quemar a miembros de la secta de los cátaros —puritanos reformistas, que criticaban el alejamiento de las normas de la liturgia y la relajación de los clérigos—, acusándolos de herejes. Y fue el papa Inocencio III el que sentó las bases para la creación del tribunal de la Inquisición, que quedó establecido en la ciudad de Toulouse, en 1229. Además de ocuparse de los herejes, también lo hacía de los crímenes de apostasía —consistente en renegar de las creencias religiosas—, hechicería y magia. Los acusados podían sufrir tortura, cárcel perpetua, exilio, confiscación de sus bienes y muerte en la hoguera. El papa Gregorio IX mandó extender el tribunal a toda la cristiandad de 1231 a 1233. Filósofos, científicos, maestros y ciudadanos de todas clases se convirtieron en víctimas de su insensible obcecación, así Juana de Arco, que había luchado contra los ingleses en la guerra de los Cien Años, fue entregada a estos y quemada por hereje en Francia, en 1431; Miguel Servet, médico, fue quemado en Suiza, en 1553; Galileo Galilei, físico y astrónomo, fue juzgado y obligado a retractarse de sus teorías en Italia, en 1633; y hasta el mismo Isaac Newton (1643-1727) era tenido por brujo, aunque no fue perseguido por la iglesia de Inglaterra.
En España, el tribunal de la Inquisición se instauró en Aragón en 1232, de allí pasó a Navarra y a Castilla con los Reyes Católicos, en 1478, perdurando hasta 1834. En Italia fue abolido en 1870 y en Portugal en 1826. También fue llevado a América. Se piensa que en España fue donde más personas murieron a manos de la Inquisición, pero no es cierto, porque en Europa —Alemania, Holanda, Inglaterra, Francia, Suiza…— fueron condenadas muchas más, debido a las guerras de religión, esto es, al enfrentamiento entre católicos y protestantes o anglicanos. En total, hoy sabemos que mientras que en España acabaron en la hoguera 500 supuestos herejes o brujos, en Europa el número pudo llegar a 60000, de los cuales 25000 lo fueron en Alemania. No sabemos si Frank Baum conocería la historia de la Inquisición en Europa, pero seguramente conoció el célebre proceso de las brujas de Salem, ciudad cercana a Boston, en 1692. Prácticamente toda la ciudad fue acusada de brujería, muchos de sus habitantes fueron encarcelados y 20 ejecutados. Cuatro años después de ahorcarlos, los jueces confesaron su error, debido al miedo y a la histeria desatada entre la población.
Todo este sacrificio injusto de personas, muchas doctas, frenó el progreso en los países supuestamente civilizados. Nos trasladamos ya al país de Oz, donde contrariamente a lo que creía Dorothy, que las brujas y los magos habían desaparecido hacía muchos años, todavía quedaban allí porque ese no era un país civilizado. Baum hace aquí una crítica indudable a lo que supone la civilización y el progreso. En este mundo mágico de Oz, las brujas sí tienen poderes, pero Oz no es un brujo ni un mago, así que lo único que conoce son los trucos que aprendió de joven en el circo. En ese país maravilloso, todo se puede trastocar: los árboles son luchadores, las figuritas de porcelana tienen vida, seres monstruosos salen al paso; hay zapatos y gorros mágicos, monos voladores, brujas que se derriten en el agua como los azucarillos. Fantasía y realidad, magia y ciencia, seres reales y espantapájaros de paja y hombres de latón. Este es el mundo esplendoroso que tanto atrae a los niños.
Entre 1830 y 1890 se desarrolla en Estados Unidos lo que se ha dado en llamar la «edad de oro» de su literatura, pues en esos años viven los escritores que se consideran clásicos en el país: Edgar Allan Poe (muerto en 1849), Herman Melville: Moby Dick (1851), Harriet Beecher Stowe: La cabaña del tío Tom (1852), Mark Twain: Las aventuras Huckleberry Finn (1884).
Frank Baum es un lector entusiasta y conoce bien la literatura de su país, así como la europea, en especial Charles Dickens, que es su favorito. Con quince años empieza a escribir poemas, después un drama teatral y más tarde cuentos, que inventa para sus hijos. Y es en este género en el que ha dejado su nombre.
Desde la antigüedad, el cuento se entiende como una narración corta, ingenua y fácil, cómica o fantástica, de la cual se puede desprender una enseñanza. Según los críticos, escribir un buen cuento es más difícil que una buena novela, dado que en el contenido ha de ser todo acción y en la forma, el autor ha de buscar la palabra exacta capaz de expresar esa acción con un estilo claro, sencillo y conciso, con el fin de captar la atención del público al que pretende llegar. El propio Baum decía que escribir cuentos fantásticos para niños le parecía mucho más importante que escribir novelas para adultos. La inspiración le venía en un momento y anotaba las ideas en cualquier papel; pero lo que le costaba era elaborar el argumento, la estructura y los personajes.
Baum sabía lo que les gustaba a los niños: peripecias, movimiento, descripciones simples, lenguaje suelto, y personajes que supieran reaccionar ante las situaciones y salir airosos de las pruebas y adversidades que se les planteaban. El mago de Oz, publicado en 1900, marcó un hito en los cuentos infantiles norteamericanos; desde ese momento nunca más libros descoloridos y aburridos. Sin embargo, no rechazó los ingredientes europeos tradicionales: brujas, magos, objetos mágicos…, que se sumaron a sus novedosos personajes, el espantapájaros, el leñador de hojalata, el león cobarde, los monos voladores o los cabezas de martillo. Lo que no incluyó fue escenas que pudieran herir o excitar la sensibilidad infantil: asesinatos de niños ( Pulgarcito), o de mujeres ( Barba azul), amoríos entre príncipes y princesas ( La bella durmiente), las bajas pasiones como el odio, la envidia, los celos ( Blancanieves, Cenicienta), el miedo ( Caperucita roja)…, y, en fin, la moraleja final educativa. No obstante, algunos episodios del libro, como las órdenes de aniquilar a los protagonistas en el capítulo de la bruja malvada del Oeste o la muerte de un hachazo del lince, contradicen esta intención.
Con todo, lo que pretendía Baum era entretener y divertir a los niños. Complacer a un niño es la mayor recompensa que un escritor puede esperar, dijo en una entrevista. Aunque también en el fondo subyace una lección escondida sobre el valor de la inteligencia, el amor, el valor, la solidaridad, el esfuerzo y la iniciativa, la humildad, el respeto hacia los demás…, estas son las virtudes que los niños deben aprender para madurar. Y todo esto gustó tanto a los niños como a los padres. Baum había creado, pues, un cuento moderno, al reelaborar el contenido antiguo y darle una forma nueva.
Se han querido ver en el libro alusiones políticas de línea socialista, por ejemplo sobre la forma de vida de los campesinos —representados por el espantapájaros—, del obrero —el leñador—, o el propio país de Oz como una utopía del comunismo. Esto hizo que en un momento dado el libro fuese rechazado por los educadores y retirado de las escuelas y de las bibliotecas públicas. Hoy día, todo eso está superado y El mago de Oz es uno de los libros más valorados en Estados Unidos y más traducidos a casi todas las lenguas del mundo, junto a Alicia en el país de las maravillas y Peter Pan.
Siguiendo las normas de la colección de Clásicos a Medida, la obra que aquí presentamos es una traducción y adaptación del original inglés. Dada su extensión, no nos hemos visto obligados a eliminar apenas nada; por lo tanto, se conservan íntegros su argumento y el sentido que el autor quiso darle a su obra.
Este libro está dedicado a mi buena amiga y compañera, mi esposa.
L.F.B.
El folclore, las leyendas, los mitos y los cuentos de hadas han acompañado a los niños a lo largo de los tiempos, porque todo adolescente saludable desarrolla un amor instintivo por las historias fantásticas, maravillosas y claramente irreales. Las aladas hadas de los hermanos Grimm o de Christian Andersen han llevado más felicidad a los corazones infantiles que cualquier otra creación humana.
Sin embargo, los viejos cuentos de hadas, después de haber prestado su servicio a muchas generaciones, pueden ser clasificados ahora como «históricos» en las bibliotecas infantiles, pues ha llegado la hora de una serie de cuentos maravillosos en los que se eliminan los estereotipos del genio, del enano y del hada, junto con todos los horribles y espeluznantes episodios inventados por sus autores para inculcar una terrible moraleja en cada cuento. La educación moderna ya contiene una enseñanza moral.
Teniendo esto en cuenta, El maravilloso mago de Oz fue escrito con el fin único de complacer a los niños de hoy. Pretende ser un cuento de hadas moderno, en el que se mantienen la magia y la alegría, y se rechazan los sufrimientos y las pesadillas.
L. Frank BaumChicago, abril de 1900
Dorothy vivía en medio de las grandes praderas de Kansas, con el tío Henry, que era granjero, y la tía Em, su esposa. Su casa era pequeña, pues la madera para construirla había tenido que ser traída en carretas desde muy lejos. Se reducía a una habitación que contenía una vieja y oxidada cocina, un armario para guardar los platos, una mesa, tres o cuatro sillas y las camas. Los tíos dormían en una cama grande, en un rincón, y Dorothy en una cama pequeña, en otro rincón. No había buhardilla, ni sótano, excepto un pequeño hueco cavado en el suelo al que llamaban el refugio de los ciclones, en el que la familia podía resguardarse en caso de que se levantara un tornado capaz de arrasar cualquier cosa que se interpusiera en su camino. A este agujero se accedía por una escalerilla y se encontraba en el centro de la habitación cubierto por una trampilla.
Cuando Dorothy salía a la puerta de la casa y miraba a su alrededor, no veía nada más que una inmensa llanura gris; ni un árbol, ni una casa rompían el ancho horizonte, que llegaba hasta el mismo cielo en todas direcciones. El sol había cocido la tierra labrada, hasta convertirla en una masa gris llena de grietas y surcos; ni siquiera la hierba era verde, pues el sol también la había quemado y ennegrecido. La casa estuvo pintada una vez, pero el sol había abombado la pintura y la lluvia la había desconchado, así que ahora era tan gris y oscura como todo lo demás.
