Un hombre de honor - Karen Rose Smith - E-Book

Un hombre de honor E-Book

Karen Rose Smith

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Beschreibung

El Sheriff Tucker Malone era tan noble y honesto que a Gertie Anderson no se le ocurrió nadie mejor para albergar bajo su techo a la dulce y momentáneamente amnésica Emma hasta que esta averiguara su pasado. Pero Tucker parecía distraído desde que Emma dormía en su casa, y se sentía profundamente irritado y molesto cada vez que otro hombre se acercaba a ella. Por eso, sus amigos empezaban a sospechar que, aunque él no lo supiera, Emma le había robado el corazón…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Harlequin Books S.A.

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un hombre de honor, n.º 1202- junio 2021

Título original: Her Honor-Bound Lawman

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises

Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-583-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

EL sheriff Tucker Malone retiró el fajo de papeles que tenía encima de la mesa, se levantó y se volvió hacia la ventana. Estaba demasiado distraído para trabajar. Y el motivo de su distracción era una mujer: Emma.

La noche de Halloween en Storkville solía ser una noche tranquila, pero se había quedado en la oficina por si acaso lo necesitaban. Y también porque se sentía incómodo con su forma de reaccionar ante una mujer que ni siquiera era capaz de recordar su propio nombre. Afortunadamente, llevaba una gargantilla con su nombre grabado, «Emma». Pero esa era la única pista que tenía para su investigación.

Se apartó de la ventana y tomó la foto de Emma que tenía sobre el escritorio. La había enviado por fax a todas las comisarías de los alrededores. En algún lugar tendrían que conocer a aquella mujer. Un asaltante le había robado el bolso y con él cualquier cosa que pudiera servir para identificarla. En Storkville nadie la conocía. Pero no podía haber llegado desde muy lejos, puesto que no se había encontrado ningún coche abandonado en la ciudad. Era un auténtico misterio.

Lo miraba con sus chispeantes ojos verdes desde la fotografía. Una melena cobriza y rizada rodeaba su rostro. Tenía una piel cremosa y delicada, una sonrisa dulce… Y cuando la miraba, Tucker Malone sentía la necesidad irreprimible de protegerla.

Pero tenía que controlarse, averiguar cuanto antes quién era y enviarla pronto a su casa.

Emma había pasado los últimos tres días bajo su techo y Tucker estaba a punto de volverse loco. Durante los dos meses anteriores, la joven se había quedado en casa de Gertie Anderson, única testigo del asalto y de su caída. Pero cuando la familia de Gertie había llegado desde Suiza de forma inesperada, para darle una sorpresa, se había quedado sin espacio para Emma. Y sin pensárselo dos veces, Tucker le había ofrecido su casa.

Sabiendo que Emma ya estaría allí, puesto que eran casi las once, se puso la cazadora y salió de su despacho. Antes de marcharse, les deseó a Earl Grimes y a Barry Sanchek una noche tranquila.

Tenía el coche aparcado en la acera. Sacó las llaves y presionó el botón del control remoto para abrirlo. Mientras subía, pensó en los tres años que llevaba viviendo en Storkville y en la relativa paz que allí había encontrado. Aquel trabajo había salvado su cordura y probablemente también su carrera, aunque ser sheriff en Nebraska no tuviera nada que ver con lo que hacía un policía secreta en Chicago. Pero a los habitantes de Storkville parecía gustarles su forma de trabajar.

Las farolas iluminaban los barrios de las afueras mientras Tucker los cruzaba para asegurarse de que todo estaba tranquilo.

Poco tiempo después, tomó el camino que conducía al garaje de una casa de estructura colonial de dos pisos y abrió a distancia la puerta del garaje. De vez en cuando, se preguntaba por qué se habría comprado aquella casa tan grande. Se la habían dejado a muy buen precio porque era necesario reformarla. Tenía tres habitaciones y un baño en el piso de arriba y un salón, una enorme cocina y un estudio en el de abajo. Y un sótano enorme.

Pero Tucker no tenía intención de formar una familia. Había renunciado a aquel tipo de fantasías en cuanto había firmado los papeles del divorcio. En realidad, había renunciado a aquellas fantasías la noche que…

Interrumpió rápidamente aquellos recuerdos que todavía no era capaz de soportar, dejó el coche oficial al lado de la camioneta, cerró la puerta del garaje y salió. En cuanto entró en casa, se dirigió hacia la cocina. Al pasar por el salón, oyó el murmullo de la televisión.

Al parecer, Emma todavía no se había acostado.

 

 

El sonido del coche de Tucker alertó a Emma de su vuelta. Le había dicho que llegaría tarde y ella había decidido esperarlo despierta para pasar un rato con una de las pocas personas que conocía. Desde que se había dado aquel golpe en la cabeza, se había olvidado de todo su pasado y todavía luchaba para enfrentarse a ello. ¿Qué ocurriría si nunca volvía a recordar?

La tía Gertie, Tucker y las trabajadoras del centro infantil en el que trabajaba como voluntaria eran las únicas personas que tenía en el mundo. Cuando Tucker le había ofrecido una habitación, se había mostrado renuente a aceptarla, pero tía Gertie, como casi todo el mundo la llamaba, había resuelto las dudas de Emma asegurándole algo que en el fondo ella ya sabía:

—Tucker Malone es el hombre más honrado que conozco. Te cuidará y hará todo lo que esté en su mano para averiguar quién eres.

Al oír que la puerta del garaje se cerraba, Emma contuvo la respiración. No sabía qué experiencias había tenido con los hombres en el pasado. No muchas al parecer, porque después de examinarla en el hospital, el médico le había asegurado que era virgen. En cualquier caso, sospechaba que Tucker Malone era el hombre más sexy que había conocido.

Oyó sus botas en el suelo de la cocina. Y lo oyó acercarse al salón. Cuando apareció en el marco de la puerta, a Emma ya había dejado de latirle el corazón.

Tucker medía casi dos metros, tenía el pelo oscuro, con algunas hebras plateadas en las sienes. Los hombros eran tan anchos como los de un deportista; la raya marrón oscura del pantalón de su uniforme realzaba la longitud de sus piernas. Emma buscó su mirada y, como siempre, la fuerza y la intensidad que encontró en sus ojos oscuros, hizo que se le secara la boca. Había aprendido ya que era un hombre de pocas palabras. Y, en los tres días que llevaba en su casa, no había averiguado demasiadas cosas sobre él.

En ese momento, arqueó las cejas y Emma comprendió que le estaba preguntando en silencio por los motivos que la mantenían levantada.

Emma señaló hacia las dos copas que había dejado sobre la mesa de pino y, cuando recuperó la voz, le dijo:

—He pensado que podría apetecerte tomar un poco de sidra.

Sin moverse de donde estaba, Tucker le preguntó:

—¿Han venido muchos niños a gastarte bromas?

—Ya me he quedado sin caramelos, pero todavía quedan algunas galletas —señaló la fuente que estaba entre las copas.

Tucker se acercó lentamente hacia ella. Emma lo vio posar la mirada en su pelo y dejar que descendiera por el jersey y los pantalones verdes que llevaba. Todo en su interior pareció agitarse y sintió un intenso calor en las mejillas. Se llevó la mano a la gargantilla, a la única prueba que hasta el momento tenía de su identidad.

—¿Las has hecho tú? —prácticamente gruñó Tucker.

Emma asintió.

Cuando Tucker le había ofrecido su casa, ella había aceptado, pero poniendo la condición de que cocinaría y limpiaría a cambio de su hospitalidad.

Tucker tomó una galleta y se la comió en dos bocados.

—No había probado una galleta tan rica en toda mi vida, Emma.

—Gracias —musitó ella, estudiando su expresión y preguntándose si las pequeñas arrugas que surcaban sus ojos serían la huella de las risas de otros tiempos.

Tucker desvió la mirada y le quitó el mando a distancia de las manos. Al hacerlo, rozó con los dedos la palma de su mano y el calor de aquel contacto inflamó el cuerpo entero de Emma. Cuando Tucker rozó su brazo al bajar el volumen de la televisión, la joven sintió que le iba a estallar el corazón. Desde la misma noche del atraco, crepitaba aquella electricidad entre ellos. Cada vez que estaba cerca de él, deseaba acercarse todavía más. Y las chispas que aparecían en los ojos de Tucker le decían que él también lo deseaba.

—Emma —musitó Tucker con voz ronca.

Emma temía moverse, temía contestar. Y temía que Tucker retrocediera. Así que se limitó a mirarlo, deseando algo que no era capaz de nombrar.

Cuando Tucker inclinó lentamente la cabeza, Emma imaginó que estaba esperando que se apartara. Pero ella no iba a ir a ninguna parte. Sintió su brazo que se acercaba, y también el roce de sus labios. Aquel roce no tardó en convertirse en un encuentro. El encuentro se convirtió en pasión, y la pasión se transformó en un beso que hizo que sonaran campanas y la tierra se moviera. Emma no sabía si la habían besado antes y tampoco qué tenía que hacer a continuación, pero entreabrió los labios y Tucker deslizó la lengua en su interior, con un gesto posesivo y demandante. Emma se entregó por completo a algo que imaginaba era deseo… hasta que Tucker se apartó bruscamente y dijo conciso:

—Esto ha sido un error, Emma. No volverá a ocurrir.

Emma tardó algunos segundos en darse cuenta de que la magia había desaparecido, de que Tucker estaba arrepentido de lo que había sucedido. Continuaba temblando, pero no quería que él lo notara. No quería que supiera lo mucho que la afectaba. Porque sabía que Tucker tenía razón: aquel beso había sido un error.

No podía tener una relación sentimental con nadie hasta que no supiera quién era.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EN cuanto sonó el teléfono de la oficina, a media tarde del primer día de noviembre, Tucker descolgó el teléfono.

—Aquí Malone.

—¿Tucker? Soy Roy Compton, de Omaha.

Roy era uno de los detectives del departamento de policía de Omaha.

—¿Tienes algo para mí?

—Es posible. Hay un hombre en Omaha que denunció la desaparición de su hija. Su hija se llama Emma y encaja perfectamente con la descripción que hiciste de la chica. La denuncia llegó hace seis meses después de que padre e hija tuvieran una fuerte discusión. Él no tiene ninguna fotografía actual de su hija y la foto que nos enviaste por fax no se ve del todo claro, pero dice que el pelo es idéntico y está deseando verla. ¿Crees que podrías traerla esta tarde?

Tucker sabía lo que era echar de menos a alguien, sabía lo que era ver rotas las esperanzas de encontrarlo. Y estaba seguro de que Emma estaría tan ansiosa como su supuesto padre por averiguar si ella era o no su hija.

—Hablaré con Emma y te llamaré para decirte a qué hora llegaremos —tenían que solucionar aquello cuanto antes. Emma necesitaba respuestas a su vida. Y después del beso de la noche anterior…

Tucker admitió por fin que tenía sus propias razones para desear que Emma averiguara su identidad. El beso que habían compartido había sido un gran error. Había provocado en él un deseo que no sentía desde su divorcio. En realidad, no había sentido nunca un deseo tan fuerte y la noche anterior… había sentido todos los efectos de no haber tenido a una mujer en su cama desde hacía años. ¿Y Emma?

Las estrellas que brillaban en sus ojos después del beso indicaban que era mejor que saliera de su casa cuanto antes. Así que Tucker agarró la cazadora y salió hacia su coche.

Como había hecho durante los dos últimos meses, Emma estaba en el centro infantil que habían abierto al lado de la casa de Gertie. A los pocos días de vivir con ella, Emma se había ofrecido como voluntaria en aquel centro infantil. Todos los que la habían conocido en el centro, comentaban lo buena que era con los niños, pero sobre todo la increíble relación que había establecido con Sammy y con Steffie, dos mellizos que habían sido abandonados pocos días antes de que Emma fuera asaltada.

Cinco minutos después de abandonar la comisaría, Tucker entraba en el centro infantil. En cuanto entró, miró hacia la habitación de la derecha. Emma estaba sentada en el suelo, junto a Hannah, la propietaria del centro. Estaban haciendo una torre de bloques de plástico con Sammy y Steffie, que tenían ya cerca de un año. Tucker normalmente guardaba la distancia con los niños y aquellos no eran una excepción.

Al lado de uno de los cambiadores, estaba Gertie Anderson. En cuando vio a Tucker, se acercó a él con una sonrisa. Aquella mujer debía tener ya cerca de setenta años, pero tenía más energía que muchos jóvenes. Como vivía al lado del centro infantil, se acercaba a menudo a echar una mano. Ella había sido la primera persona que había dado la bienvenida a Tucker en Storkville. Lo había invitado a una taza de café y le había puesto al día de la situación de la ciudad y sus habitantes. Tucker no había tardado en darse cuenta de que aquella mujer tenía un corazón de oro.

—¿Es esta una visita oficial o amistosa? —le preguntó Gertie.

—Oficial y amistosa —contestó él—. No pensaba encontrarte aquí con toda la compañía que tienes en casa. ¿Va a quedarse tu familia hasta Navidad?

Gertie lo miró y Tucker comprendió que debería haber hecho la pregunta de forma más sutil.

—¿Quieres quitarte a Emma de en medio?

—Tengo miedo de que empiecen a correr rumores sobre nosotros.

—No parece que eso te importara cuando le pediste que fuera a tu casa. Además, todo el mundo en esta ciudad sabe que eres un hombre intachable. Y también que Emma no tiene ningún otro lugar a donde ir —le palmeó el brazo—. Deja que yo me encargue de los rumores. Lo que deberías hacer es dejar de preocuparte y aprender a disfrutar de la compañía de Emma.

—Es posible que no tenga que estar mucho más tiempo en mi casa. Tengo una pista.

—¿Qué tipo de pista?

—No puedo decir nada más hasta que hable con Emma. Tenemos que irnos a Omaha. ¿Podréis arreglároslas sin ella?

—Claro que sí. Penny Sue vendrá en cuanto salga del instituto y Gwen está también aquí.

Se oyó la risa de Emma flotar en aquella enorme habitación y la mirada de Tucker voló hacia ella. Era una mujer adorable, pero al mismo tiempo demasiado joven y vulnerable. Hannah bloqueó la visión de Tucker un instante, al levantarse para agarrar a Sammy, que escapaba gateando de la manta. Cuando lo agarró, el niño comenzó a llorar y corrió hacia Emma, que tenía a Steffie en su regazo.

—Tengo un presentimiento sobre Emma y esos mellizos —comentó Gertie.

—¿Qué tipo de presentimiento?

—Es posible que Hannah tenga su custodia temporal, pero míralos cuando están con Emma. Se comportan como si la conocieran de toda la vida. Sé que no puede ser su madre, pero creo que hay algún tipo de relación entre ellos.

—No sé, tía Gertie. No entiendo qué conexión puede haber. Aunque quizá tengamos algunas respuestas al final del día.

Tucker cruzó la habitación a grandes zancadas, intentando no reparar en las risas de los niños. Los niños le recordaban a Chad y los recuerdos de Chad le hacían acordarse de que a lo largo de su vida había cometido errores imperdonables.

Al ver a Tucker, Emma se levantó con Steffie en brazos. Llevaba un vestido sin mangas de pana roja con un jersey debajo y una parte del pelo recogida detrás de cabeza; el resto de su sedosa melena caía libremente sobre sus hombros. Tucker recordaba la fragancia de su champú cuando la había besado. Recordaba la suavidad de sus labios, y las pecas que adornaban su nariz. Su erótica dulzura y…

Interrumpió inmediatamente el curso de aquellos pensamientos que le habían robado el sueño y lo habían distraído durante demasiadas veces a lo largo del día. Se detuvo frente a Emma y saludó a Hannah con una inclinación de cabeza.

—Necesito llevarme a Emma esta tarde. Tía Gertie dice que tienes suficiente ayuda.

—Claro que sí.

Steffie miraba a Tucker con curiosidad, como si lo fascinara su rostro, o quizá su sombrero. Le tendió los brazos y él retrocedió al instante.

—¿Tucker? —preguntó Emma, mirándolo con curiosidad.

La pequeña le estaba suplicando con sus enormes ojos azules que la levantara. Y Tucker no fue capaz de resistirlo. Le tendió los brazos y la levantó. Steffie acarició la estrella de su camisa y sonrió como un ángel recién caído del cielo. Tucker sufrió al instante el asalto de los recuerdos… Chad riendo y balbuceando. Tucker tirándolo al aire y leyéndole un cuento por las noches… Incapaz de soportar el dolor que los recuerdos le provocaban, le tendió la niña a Emma.

—He recibido una llamada del detective de Omaha. Hay un hombre que está buscando a su hija. Su hija se llama Emma. La foto que envié no se ve suficientemente bien y le gustaría verte en persona para decidir si eres o no su hija.

Emma palideció.

—¿Quieres que salgamos ya?

—Sí. Le llamaré para decirle que vamos para allá. Te espero fuera.

Steffie rodeó con sus bracitos el cuello de Emma y apoyó la cabeza en su hombro. Emma la besó y cuando alzó la mirada, Tucker ya se había ido.

El sheriff era un auténtico enigma para ella. Su forma de reaccionar con Steffie la había dejado estupefacta. Había visto tanto dolor en sus ojos mientras la sostenía en brazos.

Hannah, que acababa de dejar a Sammy en un corralito, le quitó a Steffie de los brazos.

—Buena suerte —le dijo a Emma.

—Gracias. Casi me da miedo albergar esperanzas. En cualquier caso, mañana podré venir a ayudar hasta que vaya al médico.

—¿Estás bien, Emma?

—Sí, estupendamente. Es solo una revisión. El neurólogo quiere hacer un seguimiento detallado de los dolores de cabeza.

—¿Has vuelto a tener últimamente?

—No, desde el último recuerdo… si es que puede llamársele así —un día, estaba jugando con Steffie y Sammy cuando se había recordado a sí misma tendiendo ropa de bebé. Inmediatamente después, había sentido una fuerte punzada en la cabeza.

—Te veré mañana —le dijo a Hannah mientras acariciaba cariñosamente la cabecita de Steffie.

Después de despedirse de tía Gertie, tomó su abrigo y salió al porche. Allí estaba esperándola Tucker.

Pocos minutos después, salían de la ciudad. Iban los dos en completo silencio hasta que Emma preguntó.

—¿Qué te ha pasado, Tucker?

—No sé a qué te refieres —respondió él tras una larga pausa.

—Con Steffie. Ya me había fijado otras veces en que cuando vienes al centro procuras mantenerte lejos de los niños.

—Eso son imaginaciones tuyas —gruñó Tucker.

—He perdido la memoria, Tucker, pero la vista la tengo perfectamente. ¿No te gustan los niños?

—No me disgustan. Simplemente no soy un hombre muy familiar, eso es todo.

—¿De dónde es tu familia? —preguntó Emma, deseando saber algo más sobre él.

—No tengo familia.

—Tus padres… ¿murieron? —preguntó vacilante.

Tucker la miró de reojo y permaneció un buen rato en silencio, pero al final contestó:

—Mi madre nos abandonó a mi padre y a mí cuando todavía era un niño. No le gustaba estar casada con un policía y quería una vida diferente a la que teníamos. Me enviaba postales de vez en cuando, hasta que llegó un momento en el que dejamos de tener noticias de ella.

—¿Y tu padre?

—Mi padre murió en acto de servicio cuando yo estaba en la academia. Busqué a mi madre para decírselo y descubrí que había muerto tres años antes que él en un accidente de coche.

—Lo siento, Tucker.

Tucker se encogió de hombros.

—La vida continúa.

A Emma no le pareció una respuesta sincera y, además, tampoco explicaba su manera de reaccionar ante los niños. Pero era consciente de que Tucker no quería hablar sobre ello.

—La tía Gertie me contó que solo llevas tres años en Storkville, ¿dónde vivías antes?

—¿A qué vienen todas estas preguntas, Emma?

Emma jugueteó nerviosa con el cinturón de seguridad.

—Necesito concentrarme en algo. No puedo limitarme a estar aquí sentada, preguntándome qué ocurrirá cuando lleguemos a Omaha.

Tucker soltó aire.

—Ya veo. Debería habérmelo imaginado. Pensaba que me estabas haciendo preguntas porque… No importa. Antes de venir a vivir a Storkville, vivía en Chicago.

—¿También allí eras policía?

—Sí, claro.

—¿Entonces por qué viniste aquí?

Tucker tensó un instante la barbilla antes de contestar:

—Necesitaba un cambio y, desde luego, Storkville lo representaba. Supongo que ya sabes por qué se llama así, ¿no?

—No, no lo sé.

—No entiendo cómo no te lo ha contado Gertie. Hace treinta y dos años, una tormenta acabó con todo el tendido eléctrico de la ciudad y hubo un apagón que duró varios días. Nueve meses después, nacieron un montón de bebés. Cuando la gente de los alrededores se enteró, comenzaron a llamarla Storkville, que significa la Ciudad de las Cigüeñas. Al parecer, aquí siempre ha habido muchos nacimientos múltiples. Tía Gertie inventó una leyenda para la ciudad, según ella, cuando las cigüeñas visitan Storkville, dejan más hijos a aquellos cuyo amor es más intenso.

—Lo dices como si no lo creyeras.

—Hay días que no sé ni qué creer.

Emma lo miró de reojo, preguntándose en silencio qué le habría ocurrido para que hubiera renunciado a su vida en Chicago. Pero sabía que no podía hacerle aquella pregunta.

—¿Por qué decidiste ser policía? ¿Por tu padre quizá?

—Supongo que sí. Antes te he dicho que hay días en los que no sé ni qué creer, pero no es del todo cierto. Mi padre me enseñó un código ético, un código de conducta. Él fue para mí un ejemplo y yo nunca he deseado ser otra cosa.

—Eres un hombre afortunado, Tucker.

—¿Por qué?

Sus miradas se encontraron un instante y Tucker volvió a mirar rápidamente hacia la carretera. Pero Emma sabía que estaba muy interesado en su respuesta.

—Tu padre fue un buen hombre que te enseñó las normas básicas de la vida adulta. Da la sensación de que siempre has sabido quién eres. Eres un hombre afortunado.

Tucker apretó los labios y Emma tuvo la sensación de que eran muchas las cosas que le ocultaba, cosas que jamás le diría. Así que continuó hablando ella.

—Me pregunto continuamente quién soy, qué tipo de padres he tenido. Me pregunto qué me enseñaron, dónde crecí y por qué no soy capaz de recordar nada. El neurólogo dice que los traumas amnésicos funcionan de forma selectiva. No estoy muy segura de lo que quiere decir eso, ¿pero será posible que haya decidido inconscientemente olvidar a mis padres?

—Es muy posible que tu amnesia tenga una causa física y que de aquí a media hora puedas tener mucha más información sobre ti. ¿Te apetece escuchar música? ¿Crees que eso te distraerá?

Emma habría preferido seguir hablando con él. Quería que le explicara por qué pensaba que su beso había sido un error. Pero sospechaba que nunca se lo diría, al igual que jamás le contaría otras muchas cosas.

Si Emma había estado alguna vez en Omaha, no podía decirlo. Nada le resultaba familiar. Tucker, sin embargo, sabía exactamente a dónde iban. Cuando aparcaron, en frente de la comisaría, Emma tomó aire.

Tucker salió antes y le abrió la puerta.

—¿Estás preparada? —le preguntó, mirándola atentamente.