El menonita zen - Carlos Velázquez - E-Book

El menonita zen E-Book

Carlos Velázquez

0,0
10,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Tras cinco años de pausa en el cuento, género que lo ha consagrado, Carlos Velázquez está de regreso con su sexta colección de relatos. Aquí, como en sus libros anteriores, Velázquez no solo consigue mantener el lugar que se ha ganado como uno de los escritores más notables del país, sino que además reafirma su insobornable originalidad. Como autor, se reinventa a sí mismo con esta serie de historias crepitantes. La frontera, el poliamor, el deseo fratricida, el suicidio y la risotada constante burbujean por estas páginas con voracidad radiactiva. A su vez, este conjunto de tramas muestra su evolución como cuentista y su capacidad intacta para situarse dentro de lo mejor de la literatura, esa que está destinada a perdurar. Una chava fitness que cuando se embriaga sale a buscar sexo con gordos, un menonita que decide dejar de ser lo que su religión exige de él y se inicia en la práctica milenaria de la meditación, un hombre que se convierte en payaso después de que su hermano le arrebata a su esposa son algunas de las criaturas que habitan los relatos de El menonita zen. Un cóctel de situaciones extravagantes con las que el autor nos deslumbrará, con personajes inolvidables, una prosa atrevida y espumeante humor negro. Con su habilidad narrativa, Carlos Velázquez nos demuestra una vez más por qué el cuento es un género mayor. "Carlos Velázquez ya es un género literario; también es un estilo." ROBERTO PLIEGO, SUPLEMENTO LABERINTO, MILENIO "Es un genio." ADRIÁN DÁRGELOS, VOCALISTA DE BABASÓNICOS, ENTREVISTA CON GATOPARDO

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 304

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Para Celeste Velázquez, Little Baby Nothing

Para Javier García del Moral, Wild Detective

Not getting angry, I’m staying hungry

THE STROKES

Siempre arriba, nunca abajo

REY TRUENO

El fantasma de Coyoacanistán

Algunas parejas viven en armonía. Otras no. Algunas parejas discuten y pelean. Otras no. A algunas parejas las une el amor. O la soledad. A otras el sexo. A Clau y a mí nos unieron los Mazapunks.

Era la banda favorita de Clau. Y la nueva sensación del rock mexicano.

Serán los próximos Caifanes, me dijo emocionada.

Nadie será tan grande como Caifanes, le respondí.

Estaba repegada a la valla. Era delgadita pero fibrosa. Llevaba una playera de Él mató a un policía motorizado una talla más grande, pero debajo se despachaba un cuerpazo de trapecista del Circo du Soleil. Cabello negro y jíter en la mano derecha. Al que le daba fumadas ocasionales nerviosa de entusiasmo, mientras esperábamos a que Alex Mazapunk, Rigo Mazapunk, Ro Mazapunk y Nico Mazapunk salieran al escenario.

¿Entras gratis a todas las tocadas?, preguntó al ver la cámara colgada de mi cuello.

Cubrir conciertos era parte de una de mis tareas como esclavo de Deperfil, el semanario escenoso que se repartía de manera gratuita en todos los establecimientos hípsters de Ciudad Godínez. La otra consistía en sacar a pasear a Tweedledum y Twidledee, los perros de Rulo, el director de Deperfil, cada mañana por la Condesa. Un par de chihuahueños inmamables que siempre se cagaban afuera del Foro Shakespeare. Remilgosos pero cultos.

No era un mal trato. Mis aspiraciones por aquella época consistían sólo en realizar cualquier actividad que menos se asemejara a un trabajo de verdad. Alquilaba un cuartucho en la Roma. Se lo rentaba a un pintor que había salido de la Esmeralda, al que en las pedas se le paralizaba la pierna izquierda. Pedía ayuda a cada rato para ir a miar. Por supuesto que fantaseaba con largarme lo antes posible. Pero la oportunidad de mudarme no se presentaba.

Se me antoja una chela, dijo Clau. Pero no quiero perder mi lugar.

Ya van a salir, acoté.

Te disparo una si te lanzas, ofreció.

Sobres, respondí.

Sacó de la bolsa de su pantalón un rollo de billetes de 500 y me tendió uno.

Qué acaudalados son los punks de ahora, pensé.

Retaché con los litros y le pedí al guarro que la cruzara para este lado de la valla.

Párate aquí, le indiqué. Nomás no te muevas para que no le estorbes a los fotógrafos.

Me llamo Claudia, por cierto, dijo con coquetería.

Sabino, así me conocen todos, contesté seco.

Quién es tu guitarrista favorito, quiso saber.

Pedro Sá, respondí.

No lo conozco.

Nos terminamos las chelas. Me tendí por la segunda ronda. Luego la tercera y la cuarta. Y la banda nunca salió. El Foro Merlina estaba a reventar. Un tipo, supongo que era el mánayer, anunció por el micrófono la suspensión del show por causas de fuerza mayor. Lo que significaba que alguno de los miembros se había puesto autista con eme o metanfeta u otra madre. Hay músicos que consiguen treparse al escenario en cualquier condición, pero éste no era el caso.

Un multitudinario buuuuu sobrevoló el lugar, se encendieron las luces y las bocinas escupieron “Feel the Pain” de Dinosaur Jr. La gente comenzó a arrastrarse hacia la salida.

Deberíamos de armarla de pedo, protestó Clau. Que nos regresen el costo de la entrada.

Pero nadie del público se alebrestó.

Es más fácil sonsacarle una devolución a Hacienda que te reembolsen un boleto, dije.

Pues qué chafa, se quejó.

Hay toda una noche por delante, apunté con tal de no tener que caerle al depa a alcanzarle el orinal al pintor. Vamos al Centro de Salud, instigué.

Va que va, consintió, pero sólo un rato que mañana chambeo.

No duramos ni siquiera una chela. El antro estaba semivacío. Era martes. Apenas si había diez personas. Nada en comparación con el ambientazo de los sábados.

Así funciona Ciudad Godínez, sentencié. El mundo godín, es decir, la mayoría de la población, se divierte los fines de semana. A esta urbe la mueve el trabajo.

Yo soy el ejemplo perfecto, bromeó. Pero ya me prendí, vámonos a mi casa.

Vivía en un minúsculo depa en la Roma. En la avenida Baja California, a unos pasos de los tacos Los Parados.

No le subas mucho a la música que mi rumi es bien gruñona, me alertó.

Sirvió un par de mezcales. Al primer trago comenzamos a besuquearnos. Me arrastró a su cuarto y encendió una vela que desprendía un aroma a vainilla.

Pon un disco, me pidió.

Puse Nina Simone Sings the Blues. Nada mejor que la voz de una cantante negra drogadicta para sonorizar una pimpeadita.

Nos encueramos y cogimos sin condón. Por calientes, sí. Pero también por apego.

¿Sí sabes que esto va en serio?, me preguntó Clau.

Sí, le respondí mirándola a los ojos.

¿Te quedarás a dormir?, consultó.

Ojos nariz y boca, respondí más que convencido.

Qué.

Que sí.

A las siete de la mañana sonó la alarma de mi celular. Tenía que pasear a Tweedledum y Twidledee.

En la madre, me quedé dormida, gritó Clau y de un portazo se encerró en el baño.

Encendí un cigarro y con toda la calma de la galaxia procedí a enfundarme mis Dr. Martens. Me puse a inspeccionar la cocina en busca de algo con qué entretener la tripa, un té, una barrita energética, unos Doritos, lo que fuera.

Mientras me bajaba un marranito marca El Panqué de Durango con un vaso de leche de almendras salió Clau encuerada, escurriendo de la regadera.

Está muerto, gritó. Se mató. Se mató.

Lloraba con tal intensidad que pensé que se refería a su padre o a un hermano.

Qué pedo, quién se murió, pregunté.

Se mató, no paraba de chillar. Se mató. Alex Mazapunk se suicidó.

La abracé tratando de consolarla. Empapados, nos quedamos en medio de la sala hasta que remontó el shock. Le costó bastante recuperar el habla. En poco tiempo Alex Mazapunk se había convertido en la voz de una generación. Y eso que los Mazapunks apenas habían sacado un EP con cuatro canciones. Su debut era el álbum más esperado en décadas. Desde El nervio del volcán ningún disco había conseguido amasar ese nivel de expectativa.

Me tengo que ir a trabajar, dijo Clau ya más repuesta, y regresó a la ducha.

Encendí la televisión. Alex Mazapunk ya era nota nacional. Y ni siquiera había salido de gira. Lo más lejos que habían llegado los Mazapunks era Naucalpan.

Una pérdida irreparable para el rock mexicano, dijo Juan Villoro en Canal 22.

Cuando Clau salió arreglada se me volvió a parar el pito. Su uniforme de trabajo consistía en un top minúsculo y unos leggins psicodélicos.

A dónde vas, la interrogué.

A trabajar.

¿Vestida así? ¿Pues dónde trabajas?

En un gimnasio. Soy maestra de yoga, reviró. Te marco más tarde para ir al velorio. ¿Me acompañarías?

Por supuesto, cuenta conmigo.

Cierra cuando te vayas, dijo, me besó y se fue.

Cuando comencé a caminar por la calle de Medellín me cayó el veinte de la muerte de Alex Mazapunk. Yo también era fan de los Mazapunks. Y tenía puestas las esperanzas en ese primer disco. No sé si se debía al clima, estaba nublado, o al impacto de la partida del naciente ídolo, pero la urbe me pareció más desoladora. Más temible. Pero también llena de promesas. Hacía menos de veinticuatro horas me había hecho un regalazo: conocer a Clau.

Giré la llave y entré al departamento de Rulo.

¿Esclavo?, preguntó como si no supiera quién era.

¿Te enteraste?

La promesa del rock mexicano se quitó la vida la noche anterior.

Sí, carajo, qué pinche tristeza.

Necesito que cubras el entierro, me dijo con la frialdad propia de una grabación de Telcel que te informa que tu plan de datos se ha terminado. Pero antes saca a pasear a Tweedledum y Twidledee, añadió.

La Condesa, la Roma, la Escandón y parte de la Narvarte estaban congregadas en el panteón para despedir a Alex Mazapunk. Músicos de otras bandas, periodistas, hípsters, fans, unos compungidos, otros desconcertados, pero todos fusionados en un marasmo de consternación.

Clau arribó con su atuendito yogui. Eran las seis de la tarde. Una lluvia itálica se cernía sobre la ciudad.

Alex le rompió el corazón a la Ciudad de México, pronunció alguien a quien no pude identificar.

Casi todo mundo andaba pachipedo y coco. O portaba una guitarra. La concurrencia cantamos a coro “Ya no soy poser”, el hasta entonces mayor éxito de los Mazapunks. Pero como había que extender el tributo nos seguimos con “La célula que explota”, “Metro Balderas”, “Alármala de tos”, “Chilanga Banda”, “Microbito”, “Kumbala”, “Azul casi morado”, etc. Y como nunca falta en nuestro rock: “Gavilán o paloma”. Y para rematar un mariachi interpretó “Cielito lindo”.

Nadie quería desprenderse del cementerio, pero la intensidad de la lluvia nos arrancó del sepulcro de Alex Mazapunk. Se produjo la desbandada. Cada uno de los asistentes corrió a alguna cantina. Clau y yo nos refugiamos en la Villa de Sarria. Todavía le escurría el cabello cuando pedimos la segunda ronda.

Éste era su chupadero favorito, dijo.

Cómo lo sabes.

Lo leí en una entrevista.

A los pocos minutos el local se retacó de viudas de Alex Mazapunk. Que no alcanzaron mesa porque el tráfico las rezagó.

¿Crees en el destino?, me preguntó.

A qué te refieres.

A que las cosas suceden por alguna razón.

Eso sería como creer en fantasmas, ¿no?

Pues me parece especial que nos hayamos conocido precisamente la noche en que se suicidó Alex Mazapunk.

Especial no significa sobrenatural.

Para mí sí posee algo de particular.

La muerte de Alex Mazapunk era un misterio. El ataúd había permanecido cerrado durante todo el velorio. Corrió el rumor de que en el panteón sería abierto, para echar un último vistazo a la leyenda trunca, pero al final no ocurrió. En la cantina circularon toda clase de teorías. Desde la obvia, que le achacaba las razones de su muerte a un pasón, hasta que se había ahorcado accidentalmente mientras se masturbaba colgado de una soga, pasando por la trillada de que lo hizo por desamor.

No todas las cogidas tienen que terminar en tragedia, apuntó Clau.

No sería la primea vez que un músico se encaja un cuchillo en el pecho, agregué.

La cantina parecía una mazmorra. Había gente de pie apretujada junto al baño. La música flotaba sobre el murmullo general. La rocola estaba embarazada de nueve meses de monedas de diez varos. Sonaba “Oye cantinero”.

Estoy harta de mi rumi, cambió Clau de tema.

Bienvenida al club.

Es una pesadillita. Una fanática de la limpieza. Me recuerda a mi mamá. A mí me gusta vivir en un entorno libre de suciedad, pero esta vieja exagera.

Mi caso es todo lo contrario. Si no fuera por mí las bolsas de basura llegarían hasta el techo.

¿Pues con quién vives?

Con un pintor.

Los artistas son un tema. Bueno, tú eres medio artista, ¿no?

Tomo fotos por deporte. Mi verdadero talento consiste en pasear perros.

¿De plano el pintor es muy cochinón?

Es un cocainómano lisiado que mea en cualquier rincón del departamento. Él dice que no lo hace a propósito. Que es sonámbulo, que lo hace dormido. Ya estoy acostumbrado.

Qué asco. ¿Y por qué sigues ahí?

Ya le agarré cariño.

Yo ya estoy fastidiada de esta tipita. ¿Y sabes? La muerte de Alex Mazapunk me abrió los ojos. Me hizo darme cuenta de que desaprovecho mi vida.

Una tragedia así a quién no pone a filosofar, dije.

Quiero que vivamos juntos.

¿Estás segura?

¿No te gusto?

Muchísimo.

¿Entonces? ¿No me prefieres al pintor minusválido?

Nos acabamos de conocer.

¿No te das cuenta? Si no fuera por Alex Mazapunk nunca nos habríamos topado. Me gustaste desde que te vi. Pero haber estado juntos durante su muerte es para mí la señal de que eres el elegido.

Experimenté cierta clase de remordimiento. Aquel acostón ahora ponía ante mí la posibilidad de la vida marital. Sentí que estaba lucrando con la muerte de Alex Mazapunk. Sin embargo, también estaba cansado de mi precariedad. Hacía dos años que me encontraba en una especie de limbo. No es que estuviera precisamente perdido. Pero sí sin rumbo. Quizás era momento de probar las mieles del amasiato.

Jamás imaginé que una estrella de rock muerta sería mi celestina, confesé.

Por Alex Mazapunk, dijo Clau alzando su chela.

Por Alex Mazapunk, brindé.

Después nos dimos un beso largo como la avenida Reforma. De fondo sonaba “Triste canción”.

Mañana mismo empiezo a buscar departamento, prometí.

Una semana después de haberse encontrado el cuerpo del líder de los Mazapunks la ciudad continuaba consternada.

Esclavo, necesitamos un reportaje sobre Alex Mazapunk, reclamó Rulo.

Pero está muerto, argumenté.

No me digas.

Le dedicamos la parte central de la sección de música del último número.

Ya lo sé.

¿Acaso no hemos explotado lo suficiente su figura?

Canal Once ya prepara un especial. Mientras el interés no decaiga, tendremos que alimentar la aflicción general.

No se me ocurre nada más que podamos decir al respecto.

Vete a hacerle una visita a su jefita. En una de ésas te enseña fotos de cuando era chiquito.

¿Estás loco? No voy a ir hostigar a la señora.

Es parte del duelo de toda estrella.

Lo que me pides me parece una mamada. Me van a correr a patadas.

O investiga quiénes fueron sus compañeros en la escuela. Estuvo en el Madrid. De ahí puede salir algo.

Mira, en un año, cuando se cumpla su aniversario, le armamos un especial chingón.

Primero asegúrame que vamos a mantenernos a flote los siguientes dos números y después hablamos de lo que va a pasar en un año.

Por qué simplemente no dejamos descansar en paz al fantasma de Alex Mazapunk.

Porque no. Así que no regreses sin un texto, me gritó.

Abandoné la redacción de Deperfil indignado. La asignación era un insulto para la familia del difunto. Me tacharían de carroñero. De insensible. De hijo de la chingada. Pero era una encomienda y no podía darme el lujo de no cumplirla. Estaba desesperado por mudarme con Clau, estábamos hartos de tener que coger a bajo volumen para que su rumi no nos escuchara, y necesitaba el sueldo. Y aunque quizá pudiera encontrar otro trabajo con facilidad no quería dejar de formar parte de la plantilla de Deperfil.

Mi primer impulso fue buscar a la exnovia de Alex Mazapunk. Pero me contuve. Molestar a la viuda también me resultaba improcedente. Mis fuentes se reducían por culpa de mis escrúpulos. Entonces me acordé del vieneviene que se apostaba afuera de la sala de ensayos de los Mazapunks. Era famoso porque lo habían incluido en los agradecimientos del EP. El local de ensayo no estaba lejos de la cantina Nuevo León. El vieneviene me pasó el número celular de un díler. Y el díler me soltó la dirección de Alex Mazapunk.

Me trepé a la línea verde olvido del metro con dirección a Universidad. El depa de Alex Mazapunk estaba en una callecita pegada a los Viveros de Coyoacán. No tuve bronca para dar con el domicilio. Era un dúplex que coronaba un edificio de departamentos de tres plantas. En una esquina había una farmacia, en la otra un minisúper con venta de chela las veinticuatro horas y en contra esquina una taquería. Mejor ubicación imposible. Toqué el timbre y salió un ruco con una playera ajadísima de Radiohead.

Seguro pertenecía a Alex Mazapunk, pensé.

Buenas tardes, joven, saludó el conserje.

Buenas, don, le respondí.

¿Viene a ver el departamento?, me preguntó.

Qué departamento, don.

El dúplex.

Sí, le dije siguiéndole la corriente.

Mientras subíamos las escaleras deduje que era el mismo que había habitado Alex Mazapunk. Era el único en la construcción. Y estaba en renta.

Aquí vivió un músico, me informó al abrir la puerta. ¿Sí sabía?

No don, no estaba al tanto.

Era un buen muchacho. Pintaba para hacerse famoso.

Y qué pasó.

Se mató. Dicen que metió la cabeza en el horno y abrió la llave del gas.

Qué fuerte.

Así como ve el dúplex es como lo dejó el finado. Todas sus pertenecías siguen intactas.

¿También los muebles eran de él?

Todo.

Y por qué siguen aquí.

La familia no ha venido a reclamar y la casera no quiere pagarme para que me deshaga de las cosas. No quiere que las toque. Asegura que es de mala suerte.

Ah, qué ñora tan supersticiosa.

Sí. Dice que se encarguen los próximos que lo renten. Si es que alguna vez eso sucede.

¿Ha venido mucha gente a verlo?

Como unas cinco personas. Pero en cuanto se enteran de que aquí se quitó la vida un cristiano salen corriendo.

Y en cuánto lo arrendan.

Baratísimo. En diez mil pesos. Y no piden deposito ni aval. Lo que quieren es que se ocupe. El inquilino anterior pagaba veintiséis mil. Yo creo que por eso se suicidó.

¿Ves? Te lo dije, exclamó Clau cuando le conté. Alex Mazapunk nos está tirando paro desde el más allá.

Me resistía a creer que se trataba de un designio de ultratumba. Para mí era fruto de la casualidad. Pero eso no impidió que al día siguiente firmara el contrato de arrendamiento del que fuera el dúplex del exlíder de los Mazapunks.

Clau y yo acordamos que conservaríamos el espacio tal y como estaba en memoria de Alex Mazapunk. Nos quedamos los muebles, incluido un estéreo Fisher inservible, respetamos la decoración (incluido el cuadro de The National que colgaba de una pared) y el horrendo color melón de las paredes. Sólo evacuamos sus pertenencias personales. Ropa, fotografías, su cepillo de dientes. Pero por nostalgia no nos atrevimos a deshacernos de ellos. Los metimos en una bolsa negra y los arrecholamos en el cuarto de lavado de la azotea.

El único objeto que conservé fue el diario de Alex Mazapunk. No era un documento excepcional. No contenía confesiones escabrosas ni revelaciones comprometedoras. O pistas sobre su suicidio. Sólo fragmentos de canciones inconclusas, garabatos resacosos, poemas en prosa, recetas para curarse el reflujo y pensamientos garabateados de madrugada inducidos por el bajón de coca. Pero me sirvió para el artículo que me había exigido Rulo. Publicamos un par de dibujos (chafísimos) y un extracto:

Esto no es una traición

No vayas a creer que yo soy bueno. La próxima vez que escuches a alguien decir que soy humano, no le creas. Soy cantante. Me verás correr por la pista como un caballo con la lengua de fuera. No vayas a pensar que soy bueno. Pregunta cuánto debo en la tiendita de la esquina. Mira cómo me rasco. Las cervezas las pedí fiadas. Pregunta si soy bueno para el tiro al blanco. No vayas a decir lo que otros: “en el fondo es un buen muchacho”. Primero pregúntale a tu mamá si deja a tu hermano juntarse conmigo, es más, ¿ves esta cicatriz? Me la hicieron en un baile. No vayas a creer que soy bueno, pero tampoco soy malo, sólo soy uno más, uno de tantos que andan en la fiesta. Soy músico, toco el bajo en los Bukis.

Y aunque tu mamá diga que no, yo sí sé bailar.

El descubrimiento me otorgó cierta familla casera entre la ralea freelance chilanga. Y por unas semanas me convertí en algo más que la mascota estrella de Deperfil.

Hicimos una fiesta de inauguración del depa. Por supuesto que invité a Rulo.

¿Te deshiciste de todos los cachivaches de Alex Mazapunk?, me preguntó.

Absolutamente.

¿Seguro? Los músicos son bien moja brocha, no te vayas a topar con alguna sorpresita.

¿Cómo qué? ¿Una jeringa? ¿Un altar a la Santa Muerte? ¿Un bebé muerto?

Con los rockstars nunca se sabe.

Espulgamos como fanáticos de la minuciosidad. Excepto su diario, todo está arrumbado en la azotea.

¿Y había algo que sirva de material para sacarnos de la manga otra croniquita?

No sus trapos, su guardarropa era monótono. Varios pares de Converse negros, skiny pants y como quince playeras de los Ramones. Una pipa, para mota, no creas que para cristal. Y pendejaditas como recibos de depósitos del oxxo. Apostaría a que destinados a su díler.

Como es típico de las parys, recibimos más raza de la que habíamos invitado. Caras desconocidas que nos aperraron el dúplex. No se podía caminar. Me tardé un chingo en poder llegar a la cocina para prepararme un bacachá. Habíamos planeado una reunión pequeña. Máximo veinte personas. Sin embargo, a las dos de la madrugada había cien como mínimo. Al parecer el aura del dúplex como foso de la perdición seguía intacta.

¿Quieres una tacha?, me ofreció un completo desconocido.

Órale, va, le respondí ya enfiestadote.

Doscientos varos, requirió.

Cámara, contesté, pensé que me la estabas brindando.

Nel, carnal. Qué no sabes quién soy yo.

Pues la neta no, acepté.

Soy el encantador de serpientes de las fiestas de Alex Mazapunk. Así que, si quieres una, afloja o circula que me espantas a los fritos, dijo y se levantó la playera, traía una pistola encajada en la cintura.

No distinguí el calibre. Ni me molesté en explicarle que Alex Mazapunk había cambiado de código postal. Para qué. Ni que fuera el Notitas musicales. Ya me miaba. Pero la fila para el baño era de varios metros. Me dieron ganas de decirles que aquellos que se iban a meter coca lo hicieran a la vista de todos, que dejaran espacio para los que sí necesitábamos desaguar. Sería una pérdida de tiempo. Así que mejor subí a orinar en la azotea. Arriba encontré a Clau fumando.

Quiénes son todos esos autómatas, me interrogó.

Pensé que tú los habías invitado.

No tienen finta de trabajar en un estudio de meditación, ¿o sí?

Yo tampoco los afané. Serán parte del séquito del extinto Alex Mazapunk.

Qué cagado, mis compañeros yoguis van a pensar que soy de lo peor, dijo y sonrió.

A mí lo que me preocupaba era el batuqueadero que nos iban a heredar.

Abrázame, me pidió Clau, melindrosa. Te voy a hacer muy feliz, dijo.

Nos besamos y bajamos al reven. Un cabrón con pinta de ingeniero de audio puso un disco de Black Rebel Motorcycle Club.

Ésta era la rola favorita de Alex Mazapunk, dijo cuando comenzó a sonar “Whatever Happened to My Rock ‘N’ Roll (Punk Song)” y de inmediato se fue la luz en la manzana entera.

La bandita prendió sus encendedores como si no hubiera pasado nada. Y continuaron pegándole a la copa. Flotaba la esperanza de que regresara la energía, pero pasados los veinte minutos el dúplex comenzó a vaciarse de manera automática. Era el fin de la fiesta.

Medio sacados de pedo, Clau y yo nos quedamos agüitadillos. Aunque la neta yo prefería ese final abrupto al horizonte que ya vislumbraba: que a las siete de la mañana todavía tuviéramos a un grupito de aferrafters llamándole a otro díler. Nos alumbramos el camino hacia la cama con la lámpara del iPhone y caímos podridos. Qué cierre para nuestra primera noche en la exguarida de Alex Mazapunk.

Imaginaba que mi concubinato con Clau sería una luna de miel interminable. Sin embargo, la rutina, esa maldita promotora de la guerra, se desparramó a sus anchas más rápido que lo que tarda en entibiarse una cerveza. Y nuestras patologías, que habíamos mantenido agazapadas hasta entonces con destreza, abrieron pista a la segunda rola.

La primera clase de Clau en el gym era a las siete a.m. Y regresaba a casa hasta las siete de la tarde. Como muchas otras parejas de Ciudad Godínez, nos veíamos hasta el anochecer. Yo era un nini. Llegaba fresco. Y ella supercansada. Sin embargo, como estaba ausente todo el día se dedicaba a limpiar. Y no se dormía hasta secar el último plato, acomodar las tazas y las cucharas. Pasadas las once de la noche. Nuestra convivencia se reducía a compartir la cena. Y los fines de semana lavaba ropa. Y era abducida por las muchas tareas del hogar. Es como un vórtice. Empiezas a sacudir el polvo y las labores domésticas se reproducen como gremlins. Verla limpiar de manera obsesiva comenzó a desesperarme.

Entonces se presentó el incidente del escusado.

¿Has recibido visitas?, me preguntó un domingo por la tarde.

No, respondí admirado.

Ven a ver.

La codependencia es más adictiva que la piedra de Tepito, se leía en una de las paredes del baño.

Ah, cabrón, ¿y esa joya?

Lo mismo quiero saber, secundó Clau.

Será un recuerdo de la fiesta de inauguración.

No, atajó Clau. Nunca la había visto. Hasta hace un momento.

A lo mejor no pusiste atención.

Estoy segura de que ayer no estaba. ¿Tú la habías visto?

La neta tampoco.

¿De verdad no le prestaste el baño a nadie? ¿No viniste a la casa con alguien de la chamba?

No, desde el día de la fiesta sólo hemos entrado tú y yo.

¿Y no fuiste tú?

Por supuesto que no, dije y solté la carcajada. No rayo ni los baños de los bares. Por qué lo haría con el mío.

No te burles, dijo Clau molesta.

Perdón, me da risa.

Si no fuiste tú, quién, ¿un fantasma?

Me late que ese garabato siempre ha estado ahí, pero no reparamos en él.

Yo limpié el baño a conciencia después de la fiesta. Imposible que no lo viera.

A ver, aguanta. Déjame checar una cosa, dije y fui por el diario de Alex Mazapunk.

Contrasté la letra del exlíder de los Mazapunks con la pinta del baño: eran idénticas.

No mames, Sabino.

Qué, inquirí.

¿Me la estás aplicando? ¿Me estás jugando una broma? Me estás asustando, idiota.

No, le respondía lo más serio que pude.

Pues no estaba ayer.

Y por qué crees que puedo imitar la caligrafía de Alex Mazapunk a la perfección, repliqué.

No sé cómo lo hiciste, pero qué creepy.

Te juro que no tengo nada que ver, le dije. Y era absolutamente cierto. Pero tampoco pensaba que era obra de un espíritu.

Clau agarró las llaves de su coche y se encaminó hacia la calle.

A dónde vas, le pregunté.

A la ferretería, respondió malhumorada.

Pero vamos a ir a la Cineteca, le recordé.

Yo no. Vete tú. No puedo permitir que esa frasecita siga decorando nuestro hogar.

A lo mejor el cansancio no te permitió verla.

Qué quieres decir.

Pues que inviertes demasiado tiempo chacheando que quizá te pasó de largo.

Cuarenta minutos después regresó con pintura y se puso a lijar la pared.

Déjame lo hago yo, me ofrecí.

No, me voy a entretener aquí. Se va a ver raro si nada más cubro una parte. Voy a darle dos manos completas a todo el baño. Tú vete a hacer la despensa.

Tomé la lista que había pegado al refri con un imán y me largué al Superama.

Aquella noche Clau estaba hecha un trapo. Nos acostamos pasadas las doce de la noche. La abracé cuando apagó la lámpara de lectura. Temí proponerle que cogiéramos por temor a que se levantara a darle una tercera capa al baño.

Cómo va la vida marital, me preguntó Rulo, mi confidente sentimental, a la mañana siguiente.

Aguantando mutación, como diría Saúl Hernández. Aunque la verdad me veo muy bien así: valiendo madre.

No chille, es cuestión de tiempo para que se acomoden.

Mi miedo es que adoptemos la dinámica de un matrimonio envejecido.

Se está afianzando la relación.

Y por eso se dedica todo el tiempo a sacudir.

Ya se le pasará.

Y no deja de quejarse de que su exrumi se obsesionaba con ese pedo.

Si quieres te presento a mi doña de la limpieza.

Gracias, pero Clau insiste en hacerlo todo ella misma. Desconfía de las empleadas domésticas.

Pensé que era por broncas de lana.

No, sí podríamos permitírnosla una vez a la semana.

Si Clau cambia de parecer me avisas.

La veo cabrón.

Lo que está muy cagado es la aparición fortuita de esa leyenda en el baño.

Estoy seguro de que Clau se alucina. Lo más probable es que a Alex Mazapunk lo haya asaltado la inspiración y al no tener su diario a la mano vandalizara su propia pared.

O sea, tú crees que estaba ahí desde antes de que ocuparan el departamento.

Sí, no existe otra explicación posible.

Los siguientes días Clau se comportó aún más distante. La promesa de Rulo de que la situación mejoraría no fructificó. Cada noche, después de cenar, Clau levantaba la mesa y se disponía a lavar los trastes. Un par de veces le ofrecí que me los dejara a mí, que viéramos una película desparramados en el sofá, y que por la mañana los lavaría. Se negó.

No puedo conciliar el sueño si sé que hay un plato sucio en la tarja, confesó.

Admiraba el profundo sentido del deber de Clau, pero me preocupaba que su compulsión nos destruyera. Empezaba a perder las esperanzas. Amaba a Clau, pero aquello no me lo esperaba. Antes de conocernos yo era, como todo hombre soltero, un tanto desprolijo. Pero tampoco vivía en la inmundicia. Y con Clau todo debía rozar lo inmaculado. Y cuando parecía que nada sería capaz de conciliarnos, ocurrió lo del estéreo.

Una madrugada nos despertó la música.

He muerto muchas veces

acribillado en la ciudad

pero es mejor ser muerto

que un número que viene y va

Y en mi tumba tengo discos

y cosas que no me hacen mal

Después de muerto, nena,

vos me vendrás a visitar.

¿Y ese ruido?, preguntó Clau.

Es “El fantasma de Canterville” de Sui Generis, respondí.

¿Los vecinos tienen fiesta?

No son los vecinos, suena aquí.

Pero si hoy ni prendimos la bocina. Yo no. ¿Tú? ¿Olvidaste apagarla?

Es el Fisher.

¿El estéreo de Alex Mazapunk?

Sí.

¿No que no era puro adorno? Un fósil.

Sí, incluso traté de hacerlo jalar y nunca respondió.

Bajé al mueble donde se encontraba el aparato y quise apagarlo. Pero el botón de encendido no obedecía. Tuve que desconectarlo de la corriente. Subí la escalerita del dúplex y me tendí junto a Clau tarareando la rola.

Cht, me calló. Me puso los pelos de punta. Si hubiera estado a solas me habría dado un vahído.

Pinche estéreo, qué momento escogió para resucitar.

Qué hora es.

Las 3 a.m.

Y por qué sonó esa canción.

Por el cedé que tenía dentro.

Sí, pero por qué precisamente ésa. “El fantasma de Canterville”.

Alex Mazapunk era fan de Charly García.

Abrázame, Sabino, me pidió.

La rodeé con mis brazos y comenzamos a besarnos.

Quítame la ropa, dijo.

Cogimos como la noche en que nos conocimos. Antes de siquiera imaginar que terminaríamos por vivir juntos en el departamento de una estrella de rock en ascenso. Antes de que sospecháramos que florecerían nuestras inseguridades ante el otro.

Voy por un vaso de agua, le dije cuando terminamos.

No, no te vayas, me detuvo. Quiero decirte una cosa.

Qué rock.

Sé que he estado muy ausente. Pero no es a propósito. Lo que pasa es que cuando comienzo a limpiar entro en modo fantasma.

Sí me he percatado.

Te juro que no sé qué me pasa. En el depa que compartía con mi exrumi no sentía esta necesidad de limpiar a fondo.

Qué quieres decir. ¿Que nuestro hogar te tiene embrujada?

No quiero exagerar, pero creo que este lugar produce cierto efecto en mí. Apenas entro aquí me atacan unas ganas irrefrenables de fregar, de barrer, de planchar.

Lo que tienes es un TOC.

No, no es trastorno obsesivo compulsivo. En el gym no me sucede. Y mira que a veces los baños están bien puercos y tengo que orinar de aguilita.

Clau, yo te quiero mucho. Y mi amor no va a cambiar por tu TOC. Sin embargo, quiero que sepas que más que mi pareja siento que eres mi rumi. Casi ni nos vemos. Y cuando lo hacemos ese tiempo lo dedicas a chachear.

Yo también te quiero, Sabino. Y te prometo que las cosas serán diferentes en adelante. Cógeme otra vez.

Pero ya es muy tarde.

No importa. Mañana voy a llegar desvelada a la clase, pero qué importa.

Nos vemos a las ocho en la Condesa, le dije a Clau.

¿Ya es hoy? Qué emoción.

Esa noche un puñado de músicos rendirían tributo a Alex Mazapunk. Y yo debía cubrir el evento para Deperfil.

Su vicio por la limpieza había disminuido un poco desde la espantada que le metió el estéreo.

Salgo del gym y allá te alcanzo. No me perdería el homenaje por nada, me dijo y me plantó un besote.

Todo el trayecto en el metro me acordé de la noche en que nos conocimos. Una vez más Alex Mazapunk fungía como nuestro alcahuete.

Cuando llegué por Tweedledum y Twidledee, Rulo atacaba un panecito de dulce con un café. Parecía que vivía dentro de Los Soprano. Siempre estaba tragando o empedándose.

¿Vas a ir al tributo?, le pregunté.

Ya sabes que casi no me paro en conciertos, respondió.

Pero si es nuestro Elliot Smith. Las huestes roqueras se congregarán.

Ya lo sé. Muchos de mis amigos van a estar ahí. Quizá se me quite la güeva y me dé una vuelta. ¿Viene Clau?

No falta, es fan from hell de Alex Mazapunk.

¿Y ya se compuso la onda?

Ya nos reconciliamos. Pero como toda adicción lleva su tiempo desintoxicarse.

¿Sigue fanatizada con la limpieza?

Le ha bajado, pero de repente se clava.

Uy, mano, ni pedo. ¿Y cae en el autosabotaje?

Es complejo, no es un capataz. Nunca me da órdenes. Nunca me pone a tender la cama. Entonces no peleamos. La bronca es que soy como el Pacman, ando detrás de un fantasmita.

Que la pasen bien en el tributo.

Es el plan. Esta noche es especial para nosotros. Ojalá y nos lance hacia la redención, dije y me despedí.

Después de pasear a los perros por el parque México me zambutí en la redacción de Deperfil. Tenía un chingo de pendientes. Pero no hice ni madres. Procrastiné sabroso. Salí por unos tacos árabes del Greco. Vi dos capítulos de Malcolm in the Middle. Leí dos relatos de Las biuty queens de Iván Monalisa. Y a las 7:45 me tendí al Caradura.

En Ciudad Godínez la puntualidad es una anomalía. Los únicos que arriban a tiempo a un compromiso son los melindrosos o los fantasmas. A pesar de los últimos, Clau no apareció a la hora acordada. Era la norma. Al finalizar la última clase tenía que pegarse un baño y correr al metro. Le di quince minutos más. A las 8:30 le marqué a su celular y me mandó a buzón. Algo ocurría. Quizás alguien se había aventado a las vías y el vagón en el que viajaba Clau se habría detenido.

A las 8:45 ingresé al Caradura y le dejé a Clau su pulsera de invitada en la entrada. El show comenzó a las nueve y cuarto. Bryan Amadeus ¿o era Jared Leto? subió al minúsculo escenario, que bajo las luces sólo exhibía un piano de media cola color ostión. El Caradura siempre se atasca. Pero esa noche parecía la estación Bellas Artes en hora pico. La alcurnia del rock mexicano, desde los más chagalagas hasta los más milenials, estaba embelesada con el set acústico.

Al fondo divisé a Rulo bacachá en mano.

Qué exitazo, me saludó.

No creí que se fuera a aperrar, la neta.

Pos cómo no. Si llevamos el homenaje en la sangre. Somos la tierra del culto al mártir. Nos lo enseñan desde la primaria. Pido un aplauso para nuestro pueblo.

Pinche Alex Mazapunk, poco falta pa que lo estampemos en un ayate.

El hit de esta velada confirma que lo mejor que puede pasarle a una estrella de rock es morirse. Su obra, por mínima que sea, va a ser valorada con otros ojos.

Los antihéroes nunca van a pasar de moda.

Oye ¿y Clau? No la he visto.

Debe andar por ahí, le dije.

Revisé mi celular. No tenía ninguna llamada perdida o mensaje suyo.

Cámara, voy a acercarme a tomar unas fotos, le dije a Rulo.

Una hora después el show finalizó y el antro comenzó a vaciarse. Clau nunca apareció. Intenté llamarla de nuevo pero traía el teléfono apagado. Me escabullí sin despedirme de Rulo, que estaba concentradísimo chacoteando con el baterista de los Mazapunks. Paré un taxi y me trepé preocupado. ¿Se habría quedado a pulir los pisos? ¿Y si le había ocurrido un accidente?

El depa estaba en silencio. Pensé que Clau no estaba. La encontré sentada a oscuras. Fumaba. Nunca la había visto fumar. Hacía frío. Por los Viveros siempre refresca. No importa la época del año. Estaba toda envuelta en un chipiturco color fabuloso aires del campo. Por debajo se adivinaba que no se había cambiado de ropa. Asomaban los leggins con los que había salido de casa esa mañana.

Te estás cogiendo a alguien, me cuestionó a quemarropa.

Sí, a ti, respondí. Bueno, antes.

Mi broma le inyectó una ira en los ojos que no le conocía. Pero era la verdad. Y me parecía una mejor respuesta que la llana negación. Con mi bobada pretendía aligerar la atmósfera. Pero sólo conseguí ponerla más fúrica.

Es por mi manera de limpiar, ¿verdad?

El qué.

Que te acuestas con otras.

De dónde sacas eso.

Ay, por favor. No me digas que no conoces a tipitas en los conciertos que te tiren la onda.

Clau, que tú y yo nos hayamos conocido en esas circunstancias no significa que tenga onda con cada persona con la que coincido en un toquín.

Entonces contratas sexoservidoras. Dime, ¿metes sexoservidoras cuando yo no estoy?

Clau, qué te pasa.

De quién son estas calcetas, dijo y me mostró un par de calcetas rosas.

De prostituta no, están demasiado ñoñas.

No te hagas el chistoso. Puede ser una sexoservidora kinky o cosplay.

Y por qué me preguntas a mí. Yo no sé a quién pertenecen.

Las encontré en mi cajón. Las duchas del gym estaban ocupadas y decidí venir a bañarme a casa. Cuando sacaba mi ropa las descubrí.

Si aparecieron en tu cajón entonces son tuyas.

No te hagas el inteligente, Sabino. ¿Crees que si fueran mías te estaría haciendo pedo?

Y tú crees que soy tan pendejo para meter una prenda de otra persona en tu cajón de la ropa interior.

Quizá te confundiste.

Nunca las había visto en mi vida.

Ni yo tampoco. ¿Le prestaste a alguien el departamento para que viniera a revolcarse?