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Un ladrón de guante blanco, un inspector de policía que no logra capturarlo. Dos mujeres con sed de venganza, ¿lograrán lo que lleva intentando durante años el inspector Bown, atrapar al Gato Negro? 1891, una mujer que tiene la valentía de seguir sus sueños a pesar de la oposición de su familia. Una chef que por su ego lo pierde todo. Un matrimonio en apariencia perfecto, un escritor y la palabra son algunos de los personajes que el lector encontrar en estas historias. París, Londres, Nueva York son algunos de los lugares a los que viajara el lector, mientras descubre la fuerza de la palabra y del cariño. Una antología de relatos que explora las diversas facetas del alma humana, con sus luces y sombras, y en el que se hace un pequeño homenaje a Ada Lovelace, la pionera de la informática.
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Seitenzahl: 90
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Para la mayoría de nosotros, la vida
verdadera es la vida que no llevamos.
Oscar Wilde
Antología compuesta por relatos inéditos, como el que da título al libro, y otros que han sido publicados como colaboración en la obra colectiva promovida por la editorial Playa de Ákaba, Generación Subway.
Un ladrón de guante blanco, un inspector de policía que no logra capturarlo. Dos mujeres con sed de venganza, ¿lograrán lo que lleva intentando durante años el inspector Bown, atrapar al Gato Negro? 1891, una mujer que tiene la valentía de seguir sus sueños a pesar de la oposición de su familia. Una chef que por su ego lo pierde todo. Un matrimonio en apariencia perfecto, un escritor y la palabra son algunos de los personajes que el lector encontrar en estas historias. París, Londres y Nueva York son algunos de los lugares a los que viajara el lector, mientras descubre la fuerza de la palabra y del cariño
Una colección de relatos que explora las diversas facetas del alma humana, con sus luces y sombras, y en el que se hace un pequeño homenaje a Ada Lovelace, que se convirtió en la pionera de la informática.
Sandra Ovies
EL MISTERIO DEL GUANTE ROJO
TÚ, TIRAMISÚ. YO TARTA DE MANZANA
EL GATO NARANJA
LA MAQUINACIÓN
LA DESPEDIDA
LA LIBERTAD DE CASILDA
TIEMPO DE MANZANAS
TODO PUEDE SUCEDER BAJO EL CIELO DE PARÍS
EL HADA DE LA SONRISA
UNA NOCHE DE LLUVIA
EL ESCRITOR Y LA PALABRA
AGRADECIMINETOS
SOBRE LA AUTORA
Federico volvió a mirar los planos del museo, nada podía salir mal. No era un principiante, ni era su primer robo, era uno de los ladrones de guante blanco más reconocidos y buscados del mundo. Detrás de su pista estaban los policías más prestigiosos y con más renombre en la profesión, sin olvidarse de las aseguradoras y sus perros de presa.
Este sería su último robo, y si lo hacía no era porque lo necesitara, ni porque detrás estuviera uno de los hombres más ricos del mundo y lo hubiera presionado hasta la saciedad. Este robo lo hacía porque necesitaba tener en sus manos, al menos por un instante, el diamante azul, que había perteneció a una princesa india.
El diamante Noche Azul, había terminado en manos de la acaudalada familia Morrison después de pasar por diferentes dueños durante los últimos doscientos años.
John Morrison lo había adquirido en una subasta a un precio astronómico, y era el regalo que le iba a entregar a su mujer en el aniversario de boda que celebran el próximo día 25 de noviembre en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.
Federico no solía estudiar en profundidad a quien iba a robar, se centraba en el botín, y en no deja ni un cabo suelto.
Sabía que el diamante estaría expuesto en una vitrina brindada durante la cena, y que en los postres sería cuando John le daría el diamante a su esposa. La vitrina, no tenía para él ningún secreto, la sala donde se encontraba el diamante estaba cerra y en la puerta había dos guardias de seguridad. La habitación estaba equipada con rayos infrarrojos y detectores de movimientos. Al menor movimiento saltaba la alarma y en menos de dos minutos estaría allí toda la policía de Nueva York.
Se deslizaría como un gato por el conducto de ventilación que se abría justo encima de la vitrina, el tema en el que estaba ahora enfrascado era en cómo llegar al diamante sin taladrar la vitrina.
Rebeca había estado trabajando en un rayo láser que derretía el cristal como si fuera mantequilla. Esa tarde iban a hacer la última prueba, ya que el evento era al día siguiente.
Federico pasó el día de lo más relajado, solo sentía la adrenalina que le producía el hecho de robar. Al principio comenzó a hacerlo porque prefería quedarse con los bienes ajenos a trabajar. Cuando amaso una considerable fortuna lo siguió haciendo porque descubrió que le gustaba. Se sentía eufórico preparando un nuevo golpe, y luego cuando llegaba el momento se sentía vivió de verdad.
El día había amanecido especialmente frío a pesar del sol que llenaba todo de luz, como si ese sol fuera un presagio de que el robo iba a ser perfecto, pero en la vida nada se puede dar por hecho. Desde primera hora de la tarde estaba Federico en el museo. Se había colado como uno de los proveedores de champán; después de escabullirse se escondió en el cuarto de mantenimiento hasta que no hubo peligro y pudo comenzar a preparar el equipo. Cuando empezaron a llegar los invitados fue el momento elegido por Federico para comenzar su gran golpe.
Con la agilidad de un gato trepo hasta la trampilla de ventilación, a pesar de tener ya sus años no había perdido la destreza, y seguía conservando un cuerpo musculoso y delgado que se deslizaba por el estrecho conducto. Con presteza llego sin ningún problema hasta el punto desde el que debía deslizarse, pero el asombro llego cuando vio que en la vitrina en lugar del diamante había un guante rojo de mujer cuidadosamente colocado. La sorpresa dejó a Federico irresoluto, solo cuando comenzó a sonar la alarma tuvo la capacidad de desandar el camino y volver al cuarto de mantenimiento. En su vida se había sentido tan vivo, notaba como el corazón le latía con fuerza; con diligencia se puso la ropa que le había servido para colarse dentro del museo, pero al dejar la bolsa en el suelo con los útiles necesarios para el robo vio cómo se desprendía un papel rojo con algo escrito. Con curiosidad tomo el papel en el que pudo leer:
Mañana estarás en todos los periódicos.
El guante rojo
A Federico no le hizo falta preguntarse qué significaba aquello, alguien había robado el diamante y lo había inculpado. No le dio tiempo a pensar quien le podía haber hecho semejante jugarreta, tenía el tiempo justo para emprender la huida. Llevaba años en el negocio, tenía enemigos, pero siempre habían sabido mantener los límites. Cuando llego a su casa le dio el tiempo justo para ponerse un batín y fingir que estaba pasando una tranquila velada antes de que el inspector Brown llamará a su puerta.
La frustración del inspector Brown se hizo palpable en su rostro. Como siempre, mil sospechas, pero ninguna prueba contra El Gato Negro. El inspector y Federico eran viejos conocidos, llevaba años detrás de Federico, pero nunca había logrado pruebas. Después de interrogarlo y buscar algún indicio de que Federico estaba involucrado en el robo del diamante, su frustración se hizo aún más evidente, al no encontrar nada que probara que Federico había estado en el museo aquella noche.
Como decía la nota, al día siguiente el robo del diamante aparecía en todos los periódicos y su nombre se barajaba entre los sospechosos de haberlo perpetrado. Por primera vez Federico experimento la frustración que sentía el inspector Brown, era el principal sospechoso en un robo que iba a cometer, pero que no había cometido.
Federico hizo un repaso mental de quien podría estar detrás del robo, pero no encontraba a nadie. Aquel guante era un guante de fiesta de mujer, y la letra era de una mujer. Federico jugueteó con la nota y miró con detenimiento la letra que le resultaba familiar, de estas cavilaciones lo saco el timbre de la puerta; un mensajero le traía un sobre. Después de cerrar la puerta, Federico abrió el sobre con premura, algo le decía que aquel sobre estaba relacionado con el robo del diamante, y no se equivocaba. De nuevo aquella letra:
¿Te gustaría ver el diamante? 15:30 h en The Corner Bookstore.
El guante rojo
«¿En una librería?» farfullo Federico mientras examinaba con detenimiento aquella letra. Le resultaba familiar, pero no sabía de qué, y eso lo exacerbaba. Miro el reloj y vio que apenas le quedaba tiempo, menos mal que la librería estaba cerca de su casa.
Agradeció el frío viento que lo saludo al salir a la calle, le ayudaría a aclarar las ideas de camino a la librería. Aquello cada vez era más extraño, ¿quién lo había citado?, ¿y si era una trampa del inspector Brown?, idea que desecho inmediatamente; el inspector Brown no tenía la imaginación suficiente para haber urdido un plan tan imaginativo.
Embebido en esos pensamientos se encontró delante de la puerta de la librería, dentro no había mucha gente. Estaban tres dependientes, uno detrás del mostrador y los otros dos colocando libros en lo alto de una estantería.
Al fondo pudo ver a dos mujeres. Una de ellas sería aproximadamente de su edad, la otra era más joven. Ambas llevaban puestas gafas de sol negras, y la más mayor completaba su vestimenta con un elegante sombrero y un guante rojo igual al que habían colocado en el lugar del diamante en el museo. Aquello disparo todas las alarmas en Federico, no entendía absolutamente nada. Cuando se disponía a dar la vuelta para irse, la mujer mayor se le acercó.
—Hola Federico, ¿no saludas a una vieja amiga?
Federico en un primer momento quedo desconcertado, aquella voz, ¡no podía ser ella!, hacía más de cuarenta años que se habían visto por última vez. Había sido en Niza.
Olivia se acercó un poco más, al tiempo que se quitaba las gafas.
— ¿No saludas a una vieja amiga?
—Olivia —acertó a decir Federico con un hilo de voz.
—Soy yo.
—¿Qué haces aquí?
—Vivo aquí desde hace bastantes años, después de que me abandonarás a merced de la policía en Niza, decidí poner tierra de por medio e iniciar una nueva vida.
—Yo… Olivia.
—Señora Morrison.
—¿Morrison? ¿Tu marido es John Morrison? —preguntó Federico perplejo.
—Así es.
Federico entendió lo que estaba pasando, Olivia había robado el diamante y sabía que todas las sospechas caerían sobre él. Un ladrón de guante blanco de talla internacional no se resistiría a robar un diamante como el diamante azul.
—¿Ahora te haces llamar El Guante Rojo? — pregunto Federico con sarcasmo.
—Solo para saldar deudas con viejos amigos.
Olivia iba a seguir hablando, pero la presencia de su joven acompañante la interrumpió.
—Tenemos que darnos prisa, acabo de llamar y en menos de diez minutos mi padre estará aquí.
Federico miró con desconcierto aquella joven que metía la mano en uno de los bolsillos del abrigo y sacaba una pequeña bolsa de terciopelo negra. Con una sutileza apabullante dejo caer la pequeña bolsita en uno de los bolsillos del abrigo de Federico.
—Encantada de conocerle por fin en persona, soy Linda; y creo que conoce a mi padre, el inspector Brown.
—¿Qué significa todo esto? —pregunto Federico levantando la voz.
—Solo estamos saldando viejas deudas.
—Eso es Federico, Olivia te está agradeciendo que la abandonara en Niza, y yo estoy dándole a mi padre la prueba que lleva años buscando. Encontrarlo con una pieza robada, pero resulta que esta pieza es la única que usted no ha robado y por la que lo va a restar.
—Adiós Federico, espero que disfrutes mucho en la cárcel.