Sí, quiero - Sandra Ovies Fernández - E-Book

Sí, quiero E-Book

Sandra Ovies Fernández

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Beschreibung

Sí, quiero recoge las vivencias de María Esther Fernández como maestra durante sus años de docencia por Asturias. Después de jubilarse decidió escribir sus experiencias y recuerdos como maestra por los pueblos y ciudades de Asturias. Una enamorada de su profesión que llevo durante cuarenta años la educación y la cultura, desde las ciudades donde impartió clase a los lugares más recónditos. Con este libro te sumergirás en los paisajes de Asturias, y viajaras por ella sin salir de casa, al tiempo que te atrapara la pasión que en estas páginas hay por la educación y la cultura.

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Seitenzahl: 95

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Mi escuela, mi escuela. Homenaje a los maestros. Gloria Fuerte.

Yo voy a una escuela

Muy particular

Cuando llueve se moja

Como las demás.

Yo voy a una escuela

Muy sensacional

Si se estudia, se aprende,

Como en las demás.

Yo voy a una escuela,

Muy sensacional,

Los maestros son guapos

Las maestras son más.

Cada niño en su pecho

Va a hacer un palomar

Donde se encuentre a gusto

El pichón de la Paz.

Yo voy a una escuela

Muy sensacional.

«Prediqué mi evangelio didáctico y puse una flor de comprensión en la desgracia humana, en la incultura sin culpa, en el querer y no poder, en lágrimas inocentes. Luché contra la injusticia y la petulancia. Les di todo lo mejor de mi vida y formé aquellos niños para ser hombres y mujeres del mañana. Aquellos ojos inocentes que cada mañana al entrar en la escuela, me miraban con amor puro, y me decían: «“te queremos, nunca te olvidaremos“».

Mª Esther Fernández Fernández:

Agradecimientos

Muchas gracias al lector que tenga la amabilidad de sumergirse y dejarse acompañar por las vivencias que aquí se cuentan. en nombre de M.ª Esther Fernández y en el mío propio.

¡Mil gracias a todos!

Nota de la autora

Querido lector, en primer lugar, me voy a presentar. Soy Sandra Ovies Fernández, y aunque figure como autora de este libro, debes de saber que soy una mera transmisora de vivencias reales de M.ª Esther Fernández Fernández, mi madre, y la autora de este libro. Después de jubilarse como maestra de primaria durante cuarenta años, y en la tranquilidad que da la jubilación, decidió escribir las vivencias que había tenido como maestra desde su inicio en 1958 hasta su jubilación.

Como iréis descubriendo en las páginas de este libro, recorrió prácticamente toda Asturias, desde ciudades a los lugares más recónditos de Asturias, llevando con ello la educación y la cultura.

Sí, quiero recoge las vivencias e impresiones que ella transmite, y que yo he querido que vea la luz porque considero que es el mejor homenaje que le puedo hacer después de su partida. En estas páginas se ha vuelto inmortal, y además, soy de las personas que considera que mientras se recuerde a una persona está viva.

Querido lector, como he mencionado al principio, soy una mera transmisora. Mi función en este libro es darle visibilidad, hacértelo llegar y perfeccionar alguna cosa. Tal vez te preguntes a qué se debe el nombre del libro. He decido titularlo Sí, quiero porque es un «Sí» con mayúsculas a todo: a la vida, al amor, a la amistad, al crecimiento personal. A no dejarse doblegar por las adversidades, pero sobre todo a la educación y la cultura; una reivindicación a la excelente labor que realizan los maestros, ya que no siempre es justamente valorada. No debemos olvidar que el maestro es esa persona que nos enseña a leer y a escribir, a tomar contacto desde la más tierna infancia con la cultura y la educación, y deja huella en nuestra personalidad con sus enseñanzas. El buen maestro nos enseña a desarrollar nuestra inteligencia emocional, esa que nos va a acompañar durante nuestra vida y nos va a permitir relacionarnos con los demás. Considero que el maestro es el catalizador que ayuda a gestionar de forma positiva las emociones.

Querido lector, sin más me despido, espero que te guste la lectura tanto como yo he disfrutado del trabajo de recopilación de textos de este libro.

Sandra Ovies Fernández

Indice

Agradecimientos

Nota de la autora

Esther

Uno. Presentación

Dos. Mis años de estudiante

Tres. Comienza la Andadura

Cuatro. La boda

Cinco. Mis escuelas

Seis. La jubilación

Poesía

Nota de la autora II

La despedida

Tiempo de Manzanas

Epílogo

Esther

Al tratar de decir algo sobre la vida de Esther se agolpan, sin orden ni prioridad, sentimientos y sensaciones como cariño, sencillez, dedicación, orgullo de su vida, ansia de conocimiento, ganas de viajar, conocer y hacer nuevas amistades, sabiduría sobre lo que es importante y circunstancial, y sobre todo envolviendo toda su vida como el aire envuelve nuestra existencia, el cariño hacia todos que sabía dar a raudales en cada gesto, en cada palabra, en cada enfado.

Dado que este libro saca a la luz sus memorias, iniciaré mis comentarios por lo orgullosa que estaba de su vida dedicada exclusivamente a enseñar a los niños de los pequeños pueblos de Asturias a saber defenderse en la vida culturalmente y si era posible desarrollar el ansia de mayor conocimiento, y al mismo tiempo y sobre todo a inculcarles valores morales y humanos de respeto a todos, cultura de ayuda mutua, igualdad de trato a niños y niñas, todo ello salpicado de enseñanzas religiosas, consecuencia de su profunda convicción cristiana.

En este punto es conveniente hacer constar el ambiente y cultura de los pueblos pequeños de montaña, de hace sesenta años, semianalfabetos y cuya mayor prioridad era la simple supervivencia, pero alertados del cambio que se estaba produciendo a su alrededor, y por ello, normalmente, respetuosos y colaboradores con los maestros.

Esto suponía una dedicación constante a sus niños, como ella decía, a las preguntas, quejas o dudas de sus padres, y a los contratiempos de incomprensión que con relativa frecuencia le acarreaba su forma de actuar. No era fácil mantener su enseñanza y ser aceptada en todas las familias o en todos los ambientes. Su sencillez, su bondad y el ir por la vida como “un libro abierto” le ayudaron a resolver situaciones, aunque no faltaron días de sensación profunda, de soledad y cansancio.

Cómo ella decía, las muchas preguntas de los niños me han hecho consciente de las muchas cosas que desconozco. Ello la llevaba a preguntar sobre multitud de cosas. Los temas de astronomía, medicina, arte y descripción de viajes la encantaban.

Una vez jubilada, Arcadio y ella hicieron multitud de viajes, pequeños en su recorrido, pero variados, en los que dejaron constancia de su capacidad de empatía con las personas, creando una relación amistosa con muchas de ellas.

Mientras ella estuvo trabajando nuestros encuentros fueron escasos, pues los periodos vacacionales suyos y míos no siempre coincidían en fecha y lugar, aunque siempre hubiese relación telefónica. Fue más tarde, cuando centró su domicilio en Villar definitivamente, cuando tuve ocasión de pasar tardes enteras charlando con ellos. Fue entonces cuando conocí en todo su valor la exquisitez de su personalidad, su inteligencia para valorar las cosas importantes de la vida pública de las que cambiarían al poco tiempo, su sensibilidad hacia los desprecios ajenos, aun cuando los disculpaba por las ocupaciones o por la edad que “suele ser muy inconsciente”. Arcadio y Esther supieron hacer una vida sencilla, volcada en el disfrute de la naturaleza y del jardín en que convirtieron su hogar y tener siempre la puerta abierta para envolver en cariño a quien llegase a su casa. Siempre estaba dispuesta a atender la necesidad de quien se acercase, y cuando solo se iba a saludarles era tradicional el descorche de la botella de sidra que nunca faltaba en los ratos de charla si era verano, o de vino ribeiro si era invierno.

Arcadio, en su sencillez, ha sabido ser en todo momento el apoyo en sus dudas, el sosiego en sus arranques de energía, y su punto de equilibrio cuando se sentía incomprendida.

¿Qué más puedo recordar de Esther? ¿Recordar o decir? Hasta ahora he reflejado sobre todo los recuerdos, aunque se note en ellos el cariño que la tengo.

Falta dejar que hable el corazón, que no necesita razones para quererla, que no necesita detallar virtudes para admirarla, que no necesita comparar riquezas para envidiarla.

Porque eso era ella, una persona con vida plena, vivida con intensidad por la que merece la mejor de las envidias; llena de energía, coraje, sensibilidad y cariño hacia todos, valores que la han hecho admirable; llena de amor hacia todos los que estuvimos cerca de ella, y yo junto a Isabel y mis hijos tuvimos la fortuna de ser elegidos, razón por la cual la tendremos siempre en nuestro recuerdo más encumbrado, aun con el pesar de haberla perdido, pero con la esperanza de encontrarla en el Cielo.

Tú no has muerto, Esther. Tu esfuerzo ha dado el ciento por uno de resultados, y tu cariño ha dejado cien corazones enamorados de ti. Enhorabuena. Descansa en Paz.

Antonio Fernández

Uno. Presentación

Mi nombre es M.ª Esther Fernández Fernández. Hija de Manuel Fernández y Leonor Fernández. Hermana de Domingo, Hilario, Trini, Martina, Mateo y Florentina. Nací el 15 de marzo de 1933 en Villar de Mazarife1, León.

Según me contaron, nada más nacer quise abandonar este mundo, debe de ser que me resistía a iniciar mi andadura terrenal. Mi padre me contaba que estuve unos minutos como muerta nada más nacer, pero que en el altísimo no me quisieron y me mandaron de vuelta; así es cómo llegué a este mundo, una fría y soleada mañana de marzo en el seno de una familia humilde de labradores; yo era la última de siete hermanos.

Mi pueblo era un desierto, el páramo leonés vivíamos de la agricultura, pero sus tierras eran muy pobres al carecer de lo principal: el agua. Debo de decir que esas llanuras infinitas y ocres tienen su encanto y aún a día de hoy me hipnotiza mirarlas. Es de una gran belleza para mí presenciar un atardecer. Ver cómo el sol se prepara para ir a dormir y da paso a su amada luna con un sinfín de colores que se funden en el horizonte. Parece que en ese momento mágico va a aparecer en esas inmensas llanuras don Quijote y su fiel amigo Sancho a lomos de sus corceles y dispuestos a luchar contra las injusticias.

En la infancia. viví algo muy desagradable Tenía tres años cuando empezó la guerra civil en España en 1936. De esta etapa casi no recuerdo nada, pues mi corta edad me lo impedía. La posguerra ni la recuerdo, aquello fue horroroso, se pasó mucha hambre y mucha miseria. Yo recuerdo que nos daban una barrita de pan muy pequeña y el pan era tan negro y malo que ni los perros lo comían. Mis padres eran labradores y el pan se hacía en casa, pero no nos dejaban ir a comerlo a la calle; los niños del pueblo no tenían pan y podían quitártelo si no ibas con cuidado. Todos los niños del pueblo teníamos piojos y sarna. Mi madre nos decía: «no arriméis las cabezas a otros niños y venir pronto para casa, nada más salir de la escuela», nos lavaba la cabeza, nos echaba una pomada para la sarna y nos íbamos al campo a coger hierba para alimentar a los cerdos y las vacas. Mi amiga Aquilina y yo éramos inseparables. Si alguna vez teníamos alguna golosina nos la repartíamos, como excelentes amigas que éramos.

Mi buenísimo padre, de noche, iba a moler trigo a un pueblo a unos diez km, estaba todo tan vigilado que si los guardias te pillaban te lo quitaban y te trataban muy mal y corrías el riesgo de que te dieran una paliza. Si los guardias eran buenos hacían que no veían nada y te dejaban llegar a casa.

Ya teníamos harina, ya nos podía hacer pan mi madre, y aquel día, olía la casa a pan recién horneado y comíamos unos pedazos hermosos que mi madre nos untaba con tocino y nos sabía riquísimo.