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Peter Nightman y Lucy Morningsun son alumnos de High School del Upper East Side de Manhattan y junto a otros compañeros tienen vivencias con vampiros, hombres lobos y espectros en parques de la ciudad, en cementerios y en bosques alejados de Nueva York.
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Seitenzahl: 259
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Capa
Folha de Rosto
Créditos
Lucía Morningsun
Mitología y Peter
El encuentro
Washington Square
Los secretos de Washington Square
Washington Mews
Más que amigos
Clase de Mitología - Los Dáimones 1
El pleito
Emocional
Mi adorado
Peter Nightman
La Mansión de Washington Heights
El secreto del preceptor
Clase de Mitología - Los Dáimones 2
Sola en la noche
El regreso a la Mansión de Washington Heights
El profesor Dominic
El profesor Dominic - Segunda parte
Clase de Mitología - Los Dáimones 3
Las palomas de St. Catherine’s Park
La Biblioteca de Chelsea Park
El misterio del cementerio de Green-Wood
Bryan Park
El monstruo del parque
Clase de Mitología - Los Dáimones 4
La noche interminable de Lucy y Peter
El laboratorio de Ciencias
La mujer de Brighton Beach
Clase de Mitología - El Dáimon controlador
Union Square
El Túnel del Metro
Las sospechas de Lucía Morningsun
La infancia de Peter
Clase de Mitología - Ángeles y Vampiros
El extraño
La Desaparición de Sara
Lucy y Peter
El rescate de Sara
La comunidad de Licántropos
Los padres de Lucy
Gabriel
Ethan
Clase de Mitología - El Cuervo Negro
El Gemelo
Ezequiel
Peter y el Gemelo
Clase de Mitología - El cuervo grande o Corvus corax
Peter y Gabriel
El sótano de la escuela
¿Quién hace tañir la campana?
La Dama del Callejón
El Joven y la Dama
Clase de Mitología - Los Arcontes
Lección oral de Peter sobre los Arcontes
Astrid
El Secreto de Valeria
Peter y Valeria
La Niña del Bosque
Clase de Mitología - El Cuervo Gris
Lección oral de Peter - La Leyenda del Cuervo Gris
La chica que no estaba
La excursión
Recuperación
MTA 38th St. Train Yard & Facility
El espectro de Sunset Park
La Sombra Siniestra de Van Cortlandt Park
El castillo embrujado
Reunión en casa de Peter
La Sombra del Castillo de Hudson Highlands State Park
La profesora Daciana
El encuentro con Daciana
El Guardián
La Sombra en el Espejo
Una tarde tranquila en Bryan Park
Día de Graduación
Termina el año lectivo
El ser del Túnel de New Jersey
Descanso en un lago
Capa
Folha de Rosto
Página de Créditos
Sumário
Mi nombre es Lucía Morningsun, aunque mis compañeras me dicen Lucy.
La escuela donde voy está ubicada en el vecindario de Carnegie Hill en el Upper East Side de Manhattan.
Estaba contenta, había comenzado septiembre y pensaba:
— Bueno… es un hermoso jueves y comienzo el último año de High School. El próximo, al College.
— ¿Señorita Lucy?
Me di vuelta y miré al hombre: alto, con bigote fino, muy atento.
— Sí, Edward, ¿qué sucede?
— Señorita Lucy, va a tener que ir caminando a la escuela, sus padres se llevaron los dos coches.
— Ahhh… Edward, eso no es problema — le respondí al mayordomo. Son solamente doce blocks.
— Muy bien, señorita Lucy, que le sea lindo el día.
— ¡Gracias! Seguramente tendré compañeras nuevas.
Y me puse a caminar. Vivía en una zona residencial en el Upper East Side y mis padres trabajaban en el otro extremo de Manhattan. Mi padre, en Wall Street y mi mamá, Audrey, abogada, también en el Downtown. Papá Clarence era una persona recta, no ambiciosa y no se arriesgaba a comprar acciones de las que no se sentía seguro. Solo lo perdía su vanidad al comentar en cada oportunidad que éramos de clase alta.
Llegué por fin a la escuela y me encontré con mis amigas preferidas: Sally, Alice, Grace y Vicky.
No conversábamos en clase, respetábamos el curso y todas éramos buenas alumnas. Pero entre curso y curso íbamos a la cafetería, en donde podíamos tomar un cappuccino, comer un croissant o una dona mientras conversábamos. Eso lo veníamos haciendo habitualmente todos los años, y este año no podía ser menos. Obviamente mirábamos a los chicos, había varios chicos nuevos y estaban los de siempre.
— Mira a Mike — comentó Grace entre risas.
Michael Osbon se creía que era un galán porque Lina y Malena competían por salir con él. Eran demasiado fáciles de manipular. Sin embargo, se jactaban ante sus compañeras, exclamando.
— ¿Saben con quién he salido? Con Michael Osbon.
Y Mike nunca iba a decir que no, salvo que la chica en cuestión no le gustara demasiado. No era el único galán, había dos más: Adrián y Gabriel, de los que también decían:
— Miren, ahí van los rompe corazones. (Risas)
— No, eso no era para nosotras, ni Vicky, ni Alice, ni Grace ni Sally ni yo jamás saldríamos con un chico que se quiere más a sí mismo que a la pareja que pueda tener en ese momento. No, ese tipo de jóvenes no era para nosotras (más risas).
Empezó el año lectivo y habían agregado dos materias bastante difíciles… no venía tan fácil el curso. Historia antigua que, bueno, dentro de todo en años anteriores habíamos estudiado, aunque no en profundidad. Pero ahora habían contratado a una profesora extraña, de apellido Kovac, con quién veríamos Mitología. Lo hablé con las chicas y les dije:
— No, no me molesta la materia. Al contrario, me parece que es una tarea sencilla hablar de los mitos, hay mitos en Grecia, hay mitos en Roma, mitos escandinavos, yo creo que nos vamos a sacar buen puntaje, ¿qué opinan?
Sally comentó:
— Yo pienso que sí, que va a ser como tú dices, Lucy. Va a ser una materia sencilla.
Los primeros días pasaron de manera normal, siempre mirábamos a los nuevos. En una mesa apartada se sentaban tres estudiantes bastante… raros. El que más me atrajo fue un muchacho alto, 1,85 cm, delgado, cabello oscuro, tez blanca y unos ojos grises a los que costaba mantenerles la mirada. Se llamaba Peter Nightman.
Los que acompañaban a Peter eran sus primos. Obviamente, yo averiguaba todo. Se llamaban Ronald y Sabrina. No hablaban con nadie, solamente entre ellos. Saludaban con educación a otros estudiantes, pero no conversaban con nadie. Había en ellos como un halo de misterio que era muy difícil definir.
Para los demás, para Mike el conquistador, para Adrián, para Gabriel, eran indiferentes, es como que fueran invisibles. Quien los miraba de muy mala manera era Kevin, el famoso busca pleitos, un jugador de básquet que medía casi dos metros. Nadie se metía con él, aunque si bien Kevin tampoco se metía con nadie, imponía respeto por su estatura. En la clase era un alumno promedio — regular. Se llevaba algunas materias, los profesores le decían:
— Tienes que mejorar.
Kevin, educadamente, les respondía de manera cortés:
— Profesor, prometo que voy a mejorar.
Digamos que trataba de llevarse bien con los profesores, no así con sus compañeros. No era prepotente, pero más de una vez discutía con algún compañero. El año pasado, por ejemplo, uno que estaba cansado de su prepotencia lo quiso enfrentar y terminó con un ojo morado. Cuando el profesor le preguntó a la supuesta víctima de Kevin qué había pasado, dijo:
— Estaba muy jabonoso el piso, se ve que no lo secaron bien, y me di de cabeza contra el lavabo… tengo varios testigos.
Todos afirmaron que sí por temor a que Kevin se molestara con ellos.
Nosotras directamente no lo tratábamos a Kevin, él tampoco se ocupaba de nosotras. Le gustaba alguna chica, pero seguramente saldría con alguien que no era de la escuela.
Mi mente no registraba a Kevin. Me preguntaba cómo sería Peter Nightman. Era un joven que me desconcertaba y no entendía por qué… si era por sus ojos grises de mirada profunda, por su carácter tan reservado o por su halo de misterio.
— ¿En qué piensas? — me preguntó Alice.
— En esa nueva materia: Mitología. — respondí.
*
Recuerdo que terminando la primera semana de clase llegué a casa. Me sorprendió que mis padres hubieran llegado temprano.
— Tenemos una sorpresa, Lucy.
— ¿Qué pasó?
— Cámbiate, ponte tu mejor vestido, vamos a ir a un restaurante italiano en el Middletown.
— Bueno.
Me encogí de hombros, me bañé, me cambié. Esa noche no tenía ningún compromiso con ninguna de las chicas y además hacía rato que no salía con mis padres. (Risas) La cosa no era tan sencilla.
La cena no era gratis, yo podía preguntarle a mi padre:
— ¿Cómo te va en Wall Street?
O a mamá:
— ¿Cómo te va en tu despacho jurídico?
Pero en realidad me importaba poco. En cambio, ellos sí se interesaban. Me preguntaban desde la A hasta la Z cómo me estaba yendo en High School cada día. Y había dos emociones encontradas en mí. La primera, “otra vez la misma lata, qué densos que son”. Pero por otro lado me agradaba, era señal de que les importaba. Al fin y al cabo, era su única hija. Aproveché que ellos estaban de buen humor y les dije:
— ¿Saben que por la mañana se llevan los dos coches? ¿A qué distancia está tu bufete — le dije a mamá — de Wall Street?
— Poco más de diez blocks.
— Bueno madre, te puede acercar padre y me dejas el otro coche.
— ¿Para qué, para lucirte en la escuela?
— ¿Lucirme? Hay aparcamiento, puedo aparcar sin hacerme notar.
— Está bien. — dijo mamá. ¿Y a la vuelta, qué? Supongamos que un día me quedo hasta más tarde o padre se queda hasta más tarde. ¿En qué voy a venir, en metro? ¿Te imaginas Lucy a tu madre viajando en metro? Olvídate.
— Bueno, ganan bien, somos de clase alta, pueden comprar un coche pequeño para mí.
— Tenemos otras inversiones que hacer — cortó papá.
Y lo conozco, una vez que corta, por más que insistas es no. Así que, bueno, esa primera semana recién terminaba. Había muchísimo más.
La clase de mitología era como una introducción al misterio. Pero no era el único misterio. Aparte de mis amigas Alice, Grace, Vicky y Sally, conversábamos con otras chicas y nos fuimos enterando de todas las cosas raras, extrañas, sumamente extrañas que pasaban, no solamente en la escuela, sino en los alrededores. Y cuando digo extrañas es porque suavizo la palabra. Cosas que daban pavor.
Ya les contaré...
*
Siempre conversaba con mis amigas entre clase y clase. Con Alice, con Sally, Grace y Vicky. ¿Y cuál era nuestro tema de conversación? Peter. No tanto sus primos Ronald y Sabrina, ellos no. Aunque los tres eran raros… vestían de negro, hablaban entre ellos, amables, pero algo distantes.
Venía caminando por la 1ra Avenida desde Yorkville. Tenía ganas de tomar algo y no en un lugar de comidas rápidas o de burgers. Había una cafetería bastante buena en la calle 74 Este, casi llegando a la 1ra Avenida, y entré.
En verdad tenía sed.
De repente mi corazón latió más de prisa. En una de las mesas, lejos de las ventanas contra una pared, con una luz amarilla que iluminaba la mesa, vi a Peter. Estaba solo, leyendo un libro. Y me decidí, me acerqué.
— Hola.
Tardó como cinco segundos en mirarme.
— ¿Eres Peter?
— Así es.
— Somos compañeros.
— ¿Tú eres Lucy, no?
Me sorprendió que supiera mi nombre.
— ¿Qué estás leyendo? Disculpa mi intromisión.
— No, no, está bien. Estoy leyendo un libro de mitología.
— ¡Vaya! Te estás preparando para las clases.
— Me gustó desde siempre. ¿Quieres tomar asiento?
— ¿No te incomoda?
— Para nada.
Cuando se acercó el camarero, Peter me preguntó qué quería tomar, le dije y encargó un cappuccino. Él estaba tomando un café. Le comenté:
— Yo sé poco de mitología, pero para la vida cotidiana, para la vida real…
— Espera, espera Lucy, ¿a qué le llamas la vida real?
— Bueno, mi padre trabaja en Wall Street, en la Bolsa de Comercio. Mi madre es abogada, estudió mucho, tiene su propio bufete y ahora contrató abogados nuevos. Eso es la vida real. Entonces, a esa vida real, digamos, ¿de qué le sirve la mitología?
Peter me miró con esos ojos grises, perforadores como taladros de titanio, y a su vez me dijo:
— Podría decir también, ¿de qué sirve la historia antigua?, ¿de qué sirve saber de pintura?
— Bueno, puedo tomar clases de pintura y transformarme en una gran pintora de cuadros. Estudiar historia antigua y ser profesora de facultad, pero la mitología en sí, ¿qué aporta? Lo pregunto de curiosa, no es que esté en contra, a contrario, me atrae lo desconocido.
Peter me miró y me dijo:
— Lucy, en esa vida real de la que tú hablas, la mitología aporta mucho, aporta conocimiento interno, aporta el saber cómo somos. El saber cómo eres tú o el saber cómo es cualquier persona. Primeramente, el saber cómo es uno, sí. — continuó Peter. — Pero también saber cómo son las personas que uno trata.
— No le veo relación. — objeté.
— Tiene relación, tiene mucha relación. Lo que pasa es que hay que profundizar mucho en la mitología, tomarla en serio, no tomarla como lo que representa ante la sociedad.
— Y según la mayoría — exclamé, ¿qué representa ante la sociedad?
— Una estructura de mitos que sirven para hacer películas y atraer a la gente, pero va mucho más allá. Hay situaciones que la gente desconoce y la mitología puede dar una explicación. Es más, la mitología se acerca más a la vida real, a esa vida diaria que tú mencionas que la historia antigua, por ejemplo.
— Pero no es algo de lo que se pueda sacar provecho.
Peter observó mi semblante.
— Entiendo que tú hablas de provecho económico, y seguramente hay otras materias como Derecho, como Arquitectura o Contabilidad — que te enseñan en el College — y te van a aportar más en lo económico. Tienes un diploma de perito mercantil, luego te recibes de contadora pública. Sí, van a aportar más en lo económico, pero no en lo humano.
— Y tú dices que la mitología aporta en lo humano, ¿cómo?
— Lucy, ya lo dije antes, primero conociéndote tú. Luego conociendo a los demás.
— Quizá pueda parecer una pregunta muy banal, pero ¿qué tiene la mitología como para que te enseñe a conocer a los demás? O sea, hablemos de nuestro curso, somos 18 chicas y 12 varones, seguramente durante el año va a haber traslados de alumnos nuevos, o algunos quizás cambien de escuela por mudanzas, etc. ¿Pero tú nos conoces a todas las chicas, conoces a todos los varones?
— No conozco sus vidas, Lucy. No conozco sus familias, no conozco cómo viven. Conozco su interior, hasta puedo saber cómo van a reaccionar ante una pregunta, ante un hecho, ante una situación determinada o inesperada.
— Quizás sea poco delicada en mi comentario, pero ¿no estás exagerando, no estás pecando de vanidad?
— Es justamente lo opuesto, Lucy, la mitología, la profunda mitología evita todo lo que es vanidad y lo que tenga que ver con el ego.
— No entiendo.
— Claro, hablamos de que la mitología te enseña a conocerte a ti misma, ahora ¿quién eres tú?, ¿cómo te defines?
— Bueno, soy una chica hija única, ya te comenté de mis padres, tenemos un mayordomo, Edward, prácticamente está con nosotros desde que yo era una beba, jejé. Y ya dentro de poco cumplo 18.
— Me has contado de tu parte exterior. ¿Quién eres? ¿Qué te gusta? ¿Te atrae el misterio?
— Sí, totalmente, ¿a quién no?
— Te atrae conversar del misterio. Pero si tuvieras que participar de un hecho enigmático quizás no te gustaría, seguramente te sentirías incómoda.
— No sé, a veces me ha pasado que admiro la noche en la terraza de casa, veo las estrellas y… siento como en mi pecho algo lindo y feo a la vez, no sabría cómo explicarlo, Peter, como que me invade un déjà vu.
— Está bien. Imagínate esa misma situación: cielo, luna, estrellas, en un callejón en donde hay poca luz. ¿Estarías embelesada mirando las estrellas?
— No, para nada. Miraría a los costados, adelante, atrás, me imaginaría ruidos o quizá fuesen ruidos reales y me apuraría por coger un taxi.
— Bueno, me has dado la respuesta.
— ¿Cómo?
— Claro, quedábamos en que te gustaba el misterio. Y yo te dije “una cosa es que te guste hablarlo”, pero ahora respondiste a una situación imaginaria donde en lugar de estar en la terraza de tu casa estarías en un callejón y seguro estarías asustada. Ahí te das cuenta de que es diferente hablar de un hecho oscuro a vivir ese hecho misterioso.
— O sea, ¿tú, Peter, relacionas misterio con peligro?
— No, no siempre, pero algunas veces sí… algunas veces, sí.
— Hay gente que vivió toda su vida y no pasó por un episodio de misterio.
— ¿Sabes qué sucede, Lucy? A veces nosotros los seres... humanos, por así decirlo…
— ¿Por qué has titubeado?
— No, por nada. — respondió Peter. Los seres humanos lo que hacen es pensar y a veces atraen el misterio, atraen el peligro, atraen el riesgo, les gusta el riesgo porque no lo han vivido.
— No es así, Peter. ¿Y qué pasa con esos deportes extremos? Generalmente quienes hacen deportes extremos han practicado meses o años. Así y todo ponen en riesgo tontamente su vida.
— O sea que no te gustan los deportes extremos.
— No me gusta que el ser humano arriesgue su vida por sentir emoción, porque hay muchas maneras de sentir emoción. Sin mover un dedo se puede sentir emoción.
— Dame tu mano — me pidió.
Me miró.
— Tus latidos estaban en 72 por minuto, ahora están en 78, casi 80. Simplemente porque te he tomado la mano. Me soltó lentamente. — Defínemelo. — pidió.
— Sorpresa, me has tomado la mano de sorpresa y seguramente eso me elevó los latidos.
— ¿Por qué sorpresa? ¿Por qué no emoción?
Me dejó pensando…
Seguimos conversando como una hora. Miré mi reloj, llamé al camarero, pagó él y me dijo:
— Te acompaño.
— No, está bien.
— ¿De qué tienes temor? ¿De qué nos vean juntos?
Me puse colorada.
— No, para nada. Acompáñame si quieres.
Me miró.
— No tomes mi pedido como una obligación. Tienes que ser auténtica contigo misma.
— No entiendo.
— Claro, no aceptes que yo te acompañe para quedar bien conmigo. Tú tienes que quedar bien contigo.
— Entiendo. De todas maneras, quiero que me acompañes.
— Bien, marchemos entonces.
Por un lado, me sentía contenta, por otro lado, extrañada, asombrada. Y si bien ninguno de los dos, ni Peter ni yo hablamos del tema, en la escuela solamente nos saludábamos. Empezamos a salir, fuimos a distintos lados. Pasados casi dos meses volvimos a la cafetería de la primera vez, al 400 de la calle 74 Este.
— ¿Sigues con el mismo libro? — le pregunté.
— Sí, ten en cuenta que en un libro de más de 400 páginas. Además, no es que lo lea, lo estudio; lo leo, lo vuelvo a releer, es algo que me encanta.
Pero pasó algo muy raro. Lo llamaron por el celular y habló:
— Sí. Sí, Ronald, ¿dónde? Sí, sí, estamos tomando algo con Lucy. No, no hay problema, le digo, le digo. OK, OK.
Y cortó la comunicación.
— Eh... surgió algo urgente. ¿No te incomoda que me tenga que ir?
— No, no, no, por favor. ¿Es muy urgente?
— Es urgente, es…
— Disculpa que te pregunte, ¿es algo grave?
— Sí, sí, algo grave, privado.
Le pagó al camarero y marchó para la 73 Street.
Me di cuenta de que se había olvidado el libro. Estábamos a 60 pasos de la esquina, cojo el libro, salgo a la calle y corro hasta la 73 Street, miro para ambos lados y nada, no estaba.
— ¡Pero no puede ser, salvo que haya entrado a alguna casa cerca de las esquinas! Porque no tardé ni 40 segundos en llegar y no puede recorrer un block tan rápido, ni siquiera corriendo. Parece como si hubiera desaparecido en el aire.
A la mañana siguiente nos vimos en la escuela, nos saludamos y luego en el momento de descanso me pedí un cappuccino y él estaba hablando con sus primos. Antes de irnos le dije:
— Te habías olvidado el libro. Te lo quise alcanzar, pero no te vi.
— Cogió el libro y me dijo: — Gracias.
— ¿Nos vemos en la tarde? — pregunté.
— Sí.
— ¿Tienes alguna idea de a dónde iremos?
— Sorpresa — me respondió.
— Bueno, está bien.
Me habló de no encontrarnos en la puerta de la escuela. Ya estaba acostumbrada, no era la primera vez. Cuando nos vimos le dije:
— Quiero hacerte una pregunta de corazón. ¿Estamos saliendo en serio o solo somos amigos?
Me miró con esos ojos grises perforadores, hizo una leve sonrisa y me preguntó:
— ¿Qué es lo que tú deseas?
— Estar segura.
— ¿De la relación entre nosotros?
— Sí, por supuesto.
— Pero para eso tienes que estar segura de ti misma, ¿lo estás?
— No lo sé. — me encogí de hombros.
Me tomó de la mano y me dijo:
— Somos más que amigos.
Me tomó de la mejilla y me dio un beso suave, pero rápido, como si fuera algo formal. Me gustó que me besara, pero… no fue un beso apasionado. De todos modos, estábamos en la calle y a Peter lo veía como una persona discreta y bueno, de alguna manera eso me hacía sentir cómoda. Yo no era una chica de dar escenas en la calle.
— ¿En qué vamos?
— Aquí tengo mi coche.
— ¡Eso es una antigüedad! — exclamé — ¿Qué coche es?
— Un Torino modelo 1967.
— Vaya, es que sí es una antigüedad, pero lo tienes como nuevo.
— Lo cuido. Tiene motor nuevo.
— Recién me entero que tienes coche, ¿italiano?
— No.
— Por el nombre, digo.
— No, es un coche argentino.
— ¡Vaya, mira qué sorpresa!
— ¿Entramos?
— ¿A dónde vamos? — pregunté.
— Al Greenwich Village.
— Conozco muy poco por ahí, aunque un par de veces fui con mis padres.
Sonrió y me dijo:
— Claro, siempre estás en el Upper East Side.
— No soy una millonaria.
— No, pero vives bien.
— Nunca me has hablado de ti.
— ¿Qué quieres que te cuente?
— De tus padres.
— No, no tengo padres.
— Vaya, ¿fallecieron ambos?
No me respondió.
— ¿Y los padres de tus primos, tus tíos?
Hizo que no con la cabeza, como diciendo “tampoco están”.
— ¿Ellos viven contigo?
— Tenemos una casa lindera en TriBeCa.
— ¿O sea que vives solo, ya que Sabrina y Ronald viven al lado?
— Sí.
— ¿No te aburres?
— Escucho música, estudio, a veces salgo.
— Ahhhh… ¿vas a fiestas? ¿A bailes?
Frunció el ceño.
— No, Lucy, no.
— Discúlpame mi indiscreción, pero ¿por qué no tienes amigos en la escuela? Me refiero a compañeros con los que hables.
Frenó ante un semáforo en rojo y me miró.
— ¿Y de qué voy a hablar con los jóvenes, con las chicas?, ¿de bailes?, ¿de moda?, ¿de la última banda de música?, ¿de las nuevas canciones de YouTube? ¿De qué voy a hablar? Lo que a mí me interesa no les interesa a ellos y viceversa.
— Pareces una persona hermética.
— Seguramente lo soy. Pero contigo puedo hablar.
— Bueno, lo tomo como un halago. — le respondí sonriendo.
Avanzamos, llegamos a un parque.
— ¿¡Y esto!?
— Washington Square. Es uno de los parques más interesantes de la ciudad de Nueva York.
— Obviamente (risas), no lo comparemos con Central Park.
— Ya iremos a Central Park. Este es un parque muy sugestivo ubicado en el Village. Ha sido testigo de muchos eventos importantes a lo largo de los años.
— ¿En serio?
Aparcó el carro.
— En serio. Bajemos.
Caminamos por el parque.
— ¿Qué tipo de eventos?
— Bueno… políticos, protestas, pero también actividades culturales.
— Interesante.
— Pero la música, amo la música… la música es el alma del parque.
Había un señor tocando el piano.
— Y este señor es conocido. — Me explicó Peter — Es el pianista de Washington Square Park. Es un músico callejero. Se hizo famoso por tocar el piano aquí, se llama Colin.
— Vaya, lo conoces.
— Sí, es un pianista clásico, comenzó a tocar aquí en 2007, así que imagínate hace cuánto hace.
— Pero, ¿es profesor de piano?
— Sí, pero perdió su trabajo. Desde entonces ha ganado una gran cantidad de seguidores por su música y aparte tiene un estilo de vida poco convencional.
— Me interesa el tema, continúa.
Peter dijo:
— Es una persona carismática. Colin se presentó por primera vez en el parque con un piano de cola que fue llevado ahí con ayuda de amigos. Desde entonces ha llevado varios pianos al parque, incluido uno de cola que construyó él mismo. Es un artesano.
— Vaya, ¡me encanta!
— Es más, Lucy, sus actuaciones en el parque se han convertido en una especie de ritual para todos los neoyorkinos, incluso para los turistas. Vienen de distintos países y con sus cámaras y sus celulares le viven sacando fotos (risas). Pero no todo es tan alegre.
— ¿Por qué, Peter?
— Porque Colin, a pesar de su éxito en el parque, ha enfrentado varios desafíos: oposición de algunos vecinos, lucha contra las restricciones impuestas por las autoridades del parque…
— No molesta a nadie.
— Lo sé, Lucy. Por suerte su perseverancia y amor por la música han hecho de él un símbolo de la creatividad y la pasión.
— Te digo que me encanta.
Seguimos caminando.
— Es un parque hermoso, yo veo ese arco y deslumbra. También me encanta la fuente.
— Eso no es todo, hay muchos guitarristas conocidos que vienen a practicar al parque. Se sientan en unos asientos de piedra que hay en las aceras y tocan.
— ¿La gente se para a verlos?
— No, no, no porque no tocan canciones enteras. Practican tonos, semitonos y así.
— Vaya. Parece un parque tranquilo.
— Parece, pero la gente del lugar lo conoce mucho mejor.
— No entiendo.
— ¿Has escuchado hablar del fantasma?
— Haces chistes.
— No, no son chistes. Uno de los misterios más notorios asociados con el parque es la historia del fantasma de Washington Square.
— Vaya. Coméntame.
— Según la leyenda, el fantasma de Washington Square es el espíritu de una joven llamada Mary que vivía en la zona durante el siglo XIX. Mary estaba enamorada de un hombre que no era aceptable para su familia adinerada. Por lo que su padre la encerró en su casa y nunca, nunca más la dejó salir para que no vea al hombre al que la familia de Mary despreciaba.
— ¿Y qué pasó?
— La pobre Mary finalmente murió en su encierro y dicen que su espíritu quedó atrapado en la casa.
— Obviamente es un cuento.
— Será, pero muchas personas, muchas, ¿eh? Han visto el espíritu de Mary en el Washington Square, generalmente por la tardecita cuando baja el sol.
— ¿Me estás hablando en serio?
— Te hablo en serio Lucy, los testigos afirman haber visto a una joven con un vestido anticuado caminando por la plaza y algunos incluso afirman haber hablado con ella.
— Cómo van a hablar con un fantasma?
— Te comento de lo que yo me entero. También se dice que el fantasma puede ser visto en la ventana de la casa donde murió, mirando hacia la plaza. Mira, ese edificio tiene mucho más de un siglo.
— Viejísimo.
— Bueno, en esa ventana que ahora está con la cortina baja, allí se asomaba Mary.
— De todos modos, es una leyenda, Peter.
— Supongo…
¿Supones? Te burlas de mí… — dije con el ceño fruncido.
— Lucy, en realidad no hay pruebas concretas de la existencia del fantasma de Washington Square. La historia ha pervivido durante décadas, décadas y décadas. Y ha sido contada por los lugareños e incluso por los visitantes de Nueva York. Hay gente muy imaginativa que asegura haber visto al fantasma de Mary descendiendo por las escaleras de la vieja mansión.
Es más, la leyenda del fantasma de Washington Square se ha convertido en parte de la cultura popular de la ciudad y no deja de ser un recordatorio del rico patrimonio histórico de Nueva York.
Me quedé pensando.
— ¿Pero esa Mary existió de verdad?, ¿o es parte de la leyenda?
— Existió, estaba enamorada de un joven que la familia despreciaba y por eso la encerraron.
— ¿Pero cómo pueden ser tan crueles para encerrarla?
— Estamos hablando del siglo XIX. De todos modos, ¿qué más te puedo decir, Lucy?
— ¿Tú has visto al fantasma?, Tú, Peter, ¿has visto al fantasma?
— Más de una vez.
— Ahora te burlas de mí.
— Lucy, nunca me burlaría de ti.
— ¿Has conversado con el fantasma de Mary?
Me tomó del hombro y me dio un beso mucho, mucho más largo que el anterior. Y seguimos caminando.
— ¿El beso fue por deseo o porque no me querías responder más sobre el fantasma de Mary?
— Si supieras los otros secretos que esconde Washington Square te espantarías — exclamó Peter.
— Ahora no me dejes con la intriga, le pedí.
— ¿Estás segura, Lucy?
— Obviamente — aseguré.
—Primero te contaré del antiguo cementerio — habló Peter — De 1791 a 1821 el brote de fiebre amarilla originó un alto volumen de fallecimientos que llevaron a usar el lugar como fosa común, allí se enterró a más de 20 mil cuerpos de personas de bajos recursos que no podían costear una tumba.
El parque de Washington Square se construyó en 1826, sobre la ubicación del antiguo cementerio.
— ¡Vaya! Nunca lo había escuchado — exclamé sorprendida.
— Seguro que tampoco escuchaste hablar de El Árbol de los Ahorcados.
— ¿Cómo? ¿Es una leyenda?
— Te cuento y sacas tus conclusiones.
— Está bien, Peter.