El negocio de la seducción - Charlotte Lamb - E-Book

El negocio de la seducción E-Book

Charlotte Lamb

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Beschreibung

Bianca Milne era una directiva ambiciosa, atractiva y distante. Pero debajo de esa coraza se escondía otra Bianca que no dejaba que el mundo viera. Hasta que le encargaron que gestionara la compra de la empresa de Matt Hearne. Matt había oído un montón de rumores sobre Bianca. Pero ¿hasta dónde sería capaz de llegar para conseguir su empresa? Una noche, cuando lo llamaron para que cuidara de su hija, Bianca le ofreció su ayuda, sin pensar siquiera que al estar tan cerca de él podrían encenderse las llamas de la pasión...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Charlotte Lamb

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El negocio de la seducción, n.º 1486 - marzo 2021

Título original: The Seduction Business

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1375-150-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

HABÍA cuatro hombres y tres mujeres reunidos en la sala de juntas a las diez de una soleada mañana del mes de mayo. Se sentaron alrededor de la mesa de madera que ocupaba el centro de la habitación, por orden de antigüedad y puesto. El director de ventas, Jack Rowe, en el centro, miraba su reloj.

–Ya llega tarde. Esperaba que por lo menos hoy llegara un poco antes.

–Ha estado hablando por teléfono sin parar desde las ocho de la mañana –comentó la directora de publicidad, Noelle Hyland, criticando el tono utilizado por el director. Se inclinó hacia delante, para mirar a Jack con desgana. El sol iluminaba su cabello dorado, haciéndola parecer un erizo rubio, en especial porque llevaba un traje de punto negro.

–Parece muy cansado –comentó la directora de personal Andrea Watson, suspirando. Una mujer regordeta que llevaba un jersey de angora y falda blanca, a quien también le disgustó el comentario que había hecho Jack Rowe acerca del director gerente a quien ella era totalmente leal.

Una mujer que sonreía mucho, muy divertida, cariñosa y que le gustaba vivir. Pero ese día, al igual que sus colegas, estaba seria, preocupada y un poco pálida.

Matt Herane se detuvo en la puerta y se los quedó mirando, antes de que ellos notaran su presencia. ¿Sería alguno de ellos el Judas, capaz de venderle a él y a su empresa?

Alguien dentro de la empresa estaba implicado, le había dicho Leigh Hampton, su abogado, hacía tan sólo diez minutos.

–Tienes a un caballo de Troya, Matt. Tienes que averiguar quién es y rápido.

Matt no quería creérselo.

Sus ojos azules brillantes miraron los rostros de sus empleados, deseando poder leerlos como si de un balance se tratara. Pero no era tan fácil en los seres humanos. ¿A cuántos les habrían garantizado un puesto de trabajo si aquella absorción salía adelante?

El pecho le dolió de ira. Había dedicado diez años de su vida a aquella empresa.

Y alguien estaba intentando arrebatársela.

Pero no lo iban a conseguir tan fácilmente, porque estaba dispuesto a luchar con uñas y dientes. Nunca se había considerado un tirano, pero podía serlo si no le quedaba más remedio. Creía que siempre había que hacer lo que se tuviera que hacer en cada momento.

Avanzó unos pasos y todos fijaron su mirada en él, tratando de leer su expresión y descubrir lo que sentía.

Andrea le dirigió una sonrisa de esperanza. Lo consideraba un hombre brillante, maravilloso, más inteligente que cualquier hombre que había conocido y muy sensual también. Aunque estaba casada y era madre de dos gemelos de diez años de edad, Matt le gustaba mucho. Su marido, Gary, se había dado cuenta una noche de las miradas que dirigía a Matt en una fiesta y le había tomado el pelo.

–Pierdes el tiempo, cariño. A ese hombre lo que le excitan son los ordenadores, no las mujeres. De todas maneras, no sé lo que veis en él. ¿Qué es lo que tiene que yo no tenga?

–Nada cariño, nada –le había respondido ella, porque lo que menos quería era herir los sentimientos de Gary. Pero la verdad era que aunque estaba enamorada de su marido, ver a Matt, incluso en pantalones vaqueros y manchado de barro, después de trabajar en el jardín, era todo un espectáculo. Parecía una estrella del cine. Y todas las mujeres de la oficina pensaban lo mismo. Sabía que Noelle lo adoraba. De hecho no había conocido todavía a ninguna mujer que no le encantaran sus ojos azules, tan cálidos y sensuales, su pelo castaño y sedoso, su sonrisa encantadora y su forma de caminar.

En las horas de la comida, en la cafetería que había al lado de la oficina donde se tomaban una ensalada y patatas asadas, las mujeres que trabajaban con él se pasaban horas hablando de lo sensual que era Matt Hearne, deseando que alguna vez se fijara en alguna de ellas.

Pero él nunca se fijaba en nadie.

Matt no había salido con ninguna mujer desde que su esposa, Aileen, murió hacía tres años, al dar a luz a una hija prematura. Andrea lo había visto al día siguiente de aquel suceso y se quedó impresionada al comprobar lo viejo que parecía. Habían sido un matrimonio feliz. Aileen y él se conocían desde el colegio. La muerte de su mujer lo había dejado destrozado. Ella había tratado de consolarlo, pero él le había respondido:

–Te lo agradezco, Andrea, pero en realidad no quiero hablar de ello.

Pálido, ausente y ojeroso, se había alejado y no lo había visto por la oficina en diez días. Cuando volvió, era un hombre diferente. Desde entonces, se había encerrado en su trabajo. Había perdido peso, casi no hablaba, se había convertido en un ser triste y taciturno.

Todo el mundo estaba preocupado por él, pero no se atrevían a decirle nada. Matt, un hombre encantador, se había convertido en un ser triste y peligroso. Había muchos que incluso le tenían miedo.

Pero poco a poco había ido volviendo a ser el de antes. Volvió a reír, sonreía a veces, hablaba con ellos de cosas sin importancia, era accesible. Pero en el fondo de su mirada todavía se podía percibir una herida profunda en su corazón.

A veces, Andrea lo había visto cómo observaba el cielo gris sobre el Támesis, con un gesto triste, y deseaba poder decirle algo, o hacer algo para alegrarlo, pero temía que le diera un desplante.

–Buenos días a todos y gracias por ser tan puntuales –los saludó, sentándose en su silla en la cabecera de la mesa, que miraba a los ejecutivos–. No voy a hacerles perder el tiempo con un largo preámbulo. Todos sabemos por qué estamos aquí. Alguien ha estado comprando nuestras acciones. Lo cual quiere decir que corremos el peligro de una oferta para apoderarse del control de la empresa. Están invirtiendo mucho dinero. Le he pedido a Rod que averigüe todo lo que pueda. Escucharemos lo que nos tenga que decir y después quiero que todos me deis vuestra opinión personal sobre la oferta antes de empezar a discutir la táctica. ¿De acuerdo?

–¿Se han puesto en contacto contigo, Matt? –le preguntó Jack Rowe, su cara tensa por los nervios.

Matt negó con la cabeza y respondió:

–Todavía no, pero pronto lo harán, sin duda. Son gente importante. Diles a quiénes nos enfrentamos esta vez, Rod.

–TTO –informó Rod Cadogan.

A nadie pareció sorprenderle, notó Matt. Ya habían oído que Tesmost Technical Operations estaba detrás de la oferta. No había forma de mantener esas cosas en secreto. Aquel era un mundo muy pequeño. Todas las empresas de electrónica se conocían. En los últimos dos años había habido varias que habían intentado comprar Hearne, porque se habían enterado de que estaban trabajando en un programa de voz muy barato. En aquel negocio, las nuevas tecnologías eran la clave. Había que estar lanzando nuevas ideas o te exponías a morir. Matt había intentado mantener en secreto su línea de investigación el máximo tiempo posible, pero en algún momento tenía que empezar a fabricar el ordenador, lo cual suponía que había que contratar a más gente para el proyecto. Y en cuanto se empezaba a hacerlo, todo el mundo se enteraba y acudían los buitres.

Matt había tenido suficiente dinero como para superar las ofertas de las empresas pequeñas, pero TTO era una empresa muy grande con más capital del que podía reunir Matt. Si pedía dinero prestado para luchar contra ellos, podría perder el control de la empresa y al final tener que venderla a quien le había dejado el dinero.

Ojalá pudiera superar aquella oferta sin tener que pedir dinero a nadie. Pero sabía que estaba entre la espada y la pared. Quizá tendría que vender la casa que tenía en Essex, que había comprado cuando estaba casado con Aileen.

Porque él vivía en su piso de Londres, que tenía el tamaño ideal para un hombre soltero, muy cerca del trabajo y rodeado de restaurantes y tiendas. Pero su madre y su hija vivían en la casa de Essex, que tan sólo estaba a una hora de camino, por lo que las visitaba con frecuencia. Cuando Aileen había muerto, su madre se había ido a vivir con él para cuidar de Lisa y desde entonces no se habían separado.

Su mirada se ensombreció. Había veces que todavía no se creía que hubiera muerto. Aileen había sido una mujer tan llena de vida. Casi podía verla, riéndose.

Sintió un nudo en la garganta.

No debía pensar en ella. Tenía que poner fin a esos pensamientos. No podía echar la mirada atrás. Había que mirar al futuro.

Si tenía que vender la casa la vendería. Era capaz hasta de vender el piso también y buscar una casa en la que pudieran vivir todos juntos. A lo mejor había llegado el momento de vivir todos juntos. No tenía sentido estar tan separados. Tenía que pasar más tiempo con Lisa, que ya había dejado de ser un bebé y se había convertido en una niña.

–Yo creo, Matt, que esto es un ataque muy organizado –oyó de pronto. Volvió a la realidad y miró a Rod. Asintió.

–Me temo que sí.

Rod suspiró.

–Tengo una lista de acciones que han comprado los grandes inversores, los fondos de pensiones y grandes empresas –con su acento londinense, Rod empezó a leer los nombres de la lista, como si fueran los nombres de los plañideros en un funeral.

Hizo una pausa, levantó la mirada y comentó:

–Y organizando esta oferta, coordinando la compra por las grandes empresas, está Bianca Milne, directora de planificación de TTO –Rod puso una foto de aquella mujer en la mesa, para que todo el mundo la viera.

Jack Rowe emitió un silbido.

–¡Vaya mujer!

Andrea sintió un poco de envidia. ¡Ojalá fuera como ella! No era justo. Algunas mujeres lo tenían todo.

Matt ya había oído el nombre de Bianca Milne. Pero nunca la había visto. Estiró la mano y levantó la foto.

–No es mi tipo, Jack. Y no creo que fueras a ningún sitio con ella. Es de las de mírame y no me toques. Fíjate en sus ojos. Fríos como el hielo.

Andrea sonrió. Matt era muy bueno adivinando el carácter de las personas nada más verlas.

–¿Cuántos años tiene? –preguntó alguien–. Parece muy joven para un puesto con tanta responsabilidad.

–No es tan joven como parece –respondió Rod–. Va a cumplir treinta dentro de un mes.

–Pues yo creo que a esa edad uno es joven –comentó Jack–. Ojalá yo los cumpliera el mes que viene.

–¿Está casada? –preguntó Andrea, esperanzada.

Rod negó con la cabeza.

–No. Y no tiene novio. Se comenta que salía con el hijo de Lord Mistell, Harry Mistell, que trabajaba en uno de los bancos a los que su empresa vendía equipos electrónicos.

Matt miró a Rod.

–¿Quién rompió la relación, él o ella?

–Ella. Ganaron millones con aquella venta. Semanas más tarde dejó de ver a Mistell.

A Matt no le sorprendió. Se limitó a asentir.

–Seguro que salía con él sólo para lograr vender los equipos –dijo Noelle frunciendo el ceño–. Es horrible.

Rod se encogió de hombros.

–Nadie sabe si lo estaba utilizando o sólo fue una coincidencia. Pero eso es lo que la gente comenta. Lleva trabajando en TTO nueve años y ha ascendido muchos puestos en la empresa. Su aspecto parece que la ha ayudado, pero es una mujer inteligente y muy ambiciosa. Tiene mucho poder en la empresa. Existe un rumor de que está saliendo con Don Heston, el jefe ejecutivo de la empresa, pero no se sabe si es cierto –Rod hizo una pausa, antes de añadir–. Heston está casado.

–Y tiene hijos –dijo Matt. Rod asintió.

–Dos. Un niño y una niña, adolescentes. Heston tiene unos cincuenta años, pero parece más joven. Nadie ha visto a su esposa. Vive en el campo con los niños, en una casa que tienen en Buckinghamshire. Heston viaja mucho por todo el mundo. Bianca Milne va a menudo con él.

–Y por eso los rumores, claro –comentó Matt–. ¿Quién podría recriminarle que mezclara el placer con los negocios con una mujer con ese aspecto? Está bien, veamos la posición de TTO en el mercado, Rod. Vamos a concentrarnos todos. Tenemos que descubrir algún punto débil. Concertaré una entrevista con Heston dentro de unos días para ver con qué nos tenemos que enfrentar.

Se fijó de nuevo en la fotografía. Bianca Milne tenía una cara como una madona. ¿Qué cerebro se escondería detrás de aquellos ojos verdes tan grandes? Era evidente que era una mujer que se dejaba dominar más por la cabeza que por el corazón.

Matt se acordó de su esposa, una mujer dulce, cariñosa, todo corazón. Cómo la echaba de menos. Día y noche. Especialmente por las noches, cuando sentía su cama fría y vacía.

Se levantó y trató de apartar los recuerdos de su cabeza. Se quedó mirando la foto de Bianca Milne. Cuando el río sonaba, agua llevaba. ¿Se habría acostado con Lord Mistell sólo para conseguir el contrato? ¿Sería ese tipo de mujer? Rod había oído que era la amante de Heston y también su mano derecha.

Sin embargo debía tener algún punto débil. A lo mejor ella era precisamente el punto débil de Heston. Sería útil averiguarlo.

 

 

Bianca estaba dictando a su secretaria una carta, cuando Don llamó.

–¿Lista?

Un hombre que no malgastaba ni tiempo ni palabras. No le sorprendió su tono cortante.

Miró su reloj y le sorprendió, sin embargo, que ya fueran las doce. Había sido una mañana muy ajetreada. Había perdido la noción del tiempo, porque había estado muy concentrada en sacar todo el trabajo antes de ir a aquella comida de negocios.

–Sí, claro. Bajo en dos minutos.

Don se marchó y Bianca terminó de dictar la carta.

–Patricia, escríbela en el ordenador e imprímela. Luego la firmo antes de irme a casa esta noche.

Patricia se levantó, con el cuaderno en una mano, mirando todas las cartas que tenía que escribir en el ordenador. Era una chica pequeña de pelo oscuro, a la que no le gustaba mucho su trabajo. Tenía un contrato de seis meses y estaba contando los días que le faltaban para casarse, momento en el que, según le había dicho a Bianca, iba a dejar su trabajo.

Bianca le había dicho:

–Una actitud un poco anticuada. Durante el primer año de matrimonio, dos sueldos son mejor que uno. ¿Podéis permitiros vivir sólo de un salario?

Pero parecía que el futuro marido de Patricia era un analista financiero que ganaba seis veces lo que Patricia ganaba. El sueldo de ella no era importante.

Patricia había sonreído en actitud orgullosa.

–No nos preocupa el dinero. Tony gana lo suficiente para los dos y queremos tener hijos. Tiene treinta y cinco años y se nos acaba el tiempo. A mí me encantan los niños y queremos vivir en una casa con jardín. Siempre ha sido mi sueño. Nunca he estado casada con mi trabajo, como tú.

–Ya me he dado cuenta de que no te gusta mucho tu trabajo –comentó Bianca en tono neutral–. Espero que te guste el trabajo de ama de casa. Te darás cuenta de que no es muy divertido. Bueno, dímelo con antelación suficiente para poder buscar alguien que te sustituya.

La secretaria que contratara tendría que gustarle el trabajo que hacía.

Cuando se dirigía a la puerta, Patricia le preguntó:

–¿A qué hora crees que vas a volver de comer?

–No lo sé. Depende de cómo reaccione la gente de Hearne. Puede que terminemos pronto, o puede que nos quedemos discutiendo toda la tarde. De todas maneras termina esas cartas para que las pueda firmar.

Patricia salió del despacho y Bianca se fue al cuarto de baño para ver su aspecto. Estaba bien peinada, pero se tenía que pintar los labios. Notó algunas gotas de sudor en su nariz y en las sienes. Se lo secó y se maquilló.

Una mujer, con su aspecto, ganaba la mitad de la batalla contra un hombre. Había investigado la vida de Matt Hearne durante algunos meses y sabía que tenía reputación de duro con las mujeres, pero si era como la mayoría de ellos, la miraría mientras estuvieran hablando y quería causarle una buena impresión.

Sus delicadas curvas femeninas y su rostro ovalado contrastaban con el traje de corte de negocios que llevaba puesto.

Siempre se ponía ese traje cuando tenía alguna reunión importante. Al principio, los hombres, cuando la miraban y veían su cabello rubio, no la tomaban en serio y la trataban como si fuera una estúpida.

En su trabajo, la actitud de los hombres era un fastidio. Le hacía perder el tiempo. Era aburrido e irritante tener que hacer que la tomaran en serio.

Había intentado varias formas de ganarse el respeto de los hombres y había descubierto que poniéndose un traje lo conseguía.

Era un conflicto visual que los dejaba desconcertados el tiempo suficiente como para que Bianca tuviera tiempo de convencerlos de que no era una cualquiera y que la escucharan igual que si estuvieran escuchando a un hombre.

Levantó la carpeta de la mesa, miró a su alrededor para ver que llevaba todo lo que necesitaba y salió de su despacho.

TTO ocupaba gran parte de un edificio moderno en la City of London. Las oficinas en las que Don Heston y su equipo de secretarias trabajaban estaban en el piso treinta. Encima estaba el jardín, donde a veces hacían alguna barbacoa con el personal. Allí también estaba el apartamento que Don tenía para recibir a las personas importantes de otros países del mundo que no se querían quedar en hoteles.

La estaba aguardando en su limusina negra, delante del edificio. Era un hombre alto, de aspecto rudo, con pelo rizado y ojos marrones penetrantes, que parecía más joven de lo que era, porque todos los días iba al gimnasio y jugaba al golf, nadaba, hacía dieta y llevaba trajes de los más caros que había en el mercado.

Se sentó en la parte de atrás, junto a él. Bianca no lo miró.

–Llegas tarde.

–Lo siento, Don. Estaba dictando unas cartas cuando llegaste.

–¿Has preparado esta reunión?

–Claro.

–Buena chica –comentó. Se acercó a ella, hasta que su rodilla tocó la de ella y su mirada recorrió su cuerpo de arriba abajo–. Esa ropa tendría que acabar con la pasión de cualquiera. Odio ver a las mujeres con ropa de hombre. Pero tú logras estar más sensual. Esperemos que Hearne piense lo mismo. Sería muy útil que se enamorara de ti, como el joven Mistell hizo.

Ella se mordió el labio. No quería acordarse de Harry.

Don puso el brazo en el respaldo del asiento detrás de ella. Bianca notó sus dedos en su cuello y se puso tensa.

–Quieto –susurró no deseando que el conductor la oyera y se apartó de Don, sintiéndose más aliviada cuando dejó de sentir su mano en su piel, aunque su rodilla seguía pegada a la de ella.

Había estado haciéndole requiebros desde que había empezado a trabajar con él, pero hasta el momento siempre había logrado mantener las distancias. Sabía que había tenido aventuras con otras mujeres en la empresa y no quería ser una más en aquella lista. Pero Don era una persona muy tenaz, decidida, que nunca se daba por vencida y no aceptaba una negación. Nunca dejaba escapar una oportunidad, por pequeña que fuera.

Era irritante, pero Bianca no quería cortarle. Respetaba su inteligencia y además le gustaba. Pero estaba casado, y como ella era hija de padres divorciados, no le gustaba la idea de ser la causa de que un matrimonio rompiera. Nunca había visto a su mujer, ni la conocía siquiera. No era un hombre de familia. Casi nunca iba a su casa de campo. Bianca era muy discreta en sus comentarios, pero recordaba su niñez y sabía lo mucho que esas largas ausencias podían alterar a los hijos.

Le gustaba mucho su trabajo, que consistía en buscar empresas que la compañía pudiera adquirir con ciertas ventajas. Bianca tenía que conocer bien los valores del mercado, y a veces los activos de una empresa y las posibilidades de futuro, que con frecuencia ocultaban al público.

Don le daba la responsabilidad y el poder que ella siempre había soñado y que nunca había imaginado que pudiera conseguir. A las mujeres no se les permitía acceder a los puestos más altos. Sabía que todo eso se lo debía a Don y se sentía agradecida.

Sin duda, él asumía que ella le pagaría alguna vez el precio. Pero hasta el momento no se había molestado cuando ella lo rechazaba.

–Eres fría como una piedra –le dijo sonriendo, porque en el fondo sabía que no era cierto y confiaba que algún día se abriera a él.

Don había visto con buenos ojos su relación con Harry, sabiendo que de esa manera podría conseguir un acuerdo con Lord Mistell, que adoraba a su único hijo. La relación se había roto cuando Harry empezó a oír comentarios de que era la amante de Don. Bianca había intentado convencerlo de que era mentira, pero él no la había escuchado. Se separó de ella y nunca más lo había visto.

–Tú estás casado, Don. Y no quiero romper tu matrimonio.

–Ya te he dicho que yo mantengo un matrimonio muy abierto. Yo hago lo que quiero y ella también. Sara siempre está muy ocupada. Tiene a los niños, la casa, los perros, las reuniones de caridad. No tiene tiempo para mí.

Bianca sonrió.

–A mí me da igual la forma en que lleves el matrimonio, pero yo no estoy libre para ese tipo de relación. No quiero que por mí alguien cometa adulterio.

–Eres una anticuada –la recriminó él–. No obstante, recuerda que Matt Hearne está viudo y libre como los pájaros.

–¡Esto es una comida de negocios! ¿No me estarás pidiendo que utilice el sexo para conseguir que Matt Hearne firme?

–Utiliza lo que quieras –le dijo Don–. ¿Cuántas veces te he dicho que en el negocio no existen cuestiones morales? Todo es cuestión de dinero. Ninguna otra cosa cuenta.

–¡No seas cínico!

–Soy racional, no cínico. Si no nos apoderamos de la nueva tecnología de Hearne, pronto empezaremos a perder dinero. Es fundamental que nos ganemos a Hearne. Es un genio. Ningún otro investigador se le puede comparar. Lo queremos a él y a su empresa.

–¡Entonces, convéncelo tú!

Don cambió de táctica.

–Escucha, el hombre debe sentirse solo. Desde que su esposa murió, no ha salido con nadie. Seguro que está necesitado de sexo. Así que quiero que seas agradable con él. Muy agradable, Bianca. Ya sabes lo que quiero decir –se echó a reír.

Bianca le dirigió una mirada gélida.

–A ti todo esto te puede hacer gracia, Don, pero a mí no. No voy a acostarme con él sólo para que firme el contrato –los músculos del cuello se le pusieron en tensión por la ira–. El sexo puede ser tu respuesta para todo, pero no es la mía.

Entraron en el patio del Savoy Hotel y la limusina se detuvo delante de la puerta principal. Un hombre uniformado se dirigió a abrirles la puerta. Bianca salió y se intentó calmar. No era el momento de empezar a discutir con su jefe.

–No tienes sentido del humor –le dijo él, siguiéndola hasta la puerta–. ¡Anímate, cariño! –siguió sonriendo–. Recuerda que tenemos que conseguir que Hearne firme.

Matt Hearne y dos de sus ejecutivos ya habían llegado, les dijeron, y estaban esperando en el bar River Room, sentados al lado de uno de los inmensos espejos, en los que se reflejaba la luz de los grandes candelabros que colgaban del techo.

–Ahí está Hearne –dijo Don, pasando al lado del piano que estaba colocado en el centro de la sala.

Bianca caminó a su lado. Parecía más calmada de lo que en realidad estaba. Don la había provocado. Los hombres que los estaban esperando se levantaron.