El perro de aguas Palomo y otros congéneres agregados al cuartel - Jose María Martinez Martínez - E-Book

El perro de aguas Palomo y otros congéneres agregados al cuartel E-Book

Jose María Martinez Martínez

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Beschreibung

Entre historias de amor, humor, desprecio, valentía y lealtad, Palomo, Sagasta, Mazzantini y otros perros de aguas protagonizan episodios que justifican la afirmación de que el perro de aguas español es una herencia invaluable para la humanidad. ¿Por qué España es tierra de perros y espadas? Nares, albañariego, cárabo, lanudo… ¿Por qué perro y por qué de aguas? Con la ligereza aparente de un anecdotario, esta obra se sumerge en registros documentales que van dándole forma a la historia del perro de aguas español. Más aún, a la historia del perro como animal domesticado que ha sido formador y transformador de la cultura en todas sus dimensiones: desde la guerra hasta la compañía; desde la caza y el pastoreo hasta la ostentación en salones de la realeza. Con énfasis en la historia del perro militar en el Ejército español hasta 1921, Sejo introduce al lector en diversos contextos de los que se desprenden, por ejemplo, que la palabra genérica «perro» nace alrededor del perro de aguas español, y compila registros históricos (legales, literarios y pictóricos) que atestiguan la participación de esta raza en la historia de España.

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El perro de aguas Palomo

y otros congéneres

agregados al cuarteL

(hasta 1921)

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El perro de aguas Palomo

y otros congéneres

agregados al cuarteL

(hasta 1921)

Aproximación histórica al perro de aguas

o de lanas en el Ejército español

José María Martínez Martínez (Sejo)

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.

(c) José María Martínez Martínez (Sejo)

El perro de aguas Palomo

y otros congéneres agregados al cuartel

(hasta 1921)

Imagen de portada: foto del cuadro Más firme que una roca, óleo sobre lienzo del pintor español Joaquín Agrasot (Orihuela, Alicante, 1836-Valencia, 1919).

Libro en papel: 978-84-685-6518-7

eBook en PDF: 978-84-685-6466-1

eBook en ePub: 978-84-685-6517-0

Impreso en España

Editado por Bubok Publishing S.L.

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Entrada triunfal del perro Palomo en la Villa y Corte,

de vuelta de la guerra de África, del ilustrador Francisco

Javier Ortego y Vereda (1833-1881)

Índice

PRÓLOGO

CAPÍTULO I

Del nombre perro y el porqué de agua(s)

CAPÍTULO II

La Edad Media (476-1453)

CAPÍTULO III

Canarias y sus perros en el siglo XV

CAPÍTULO IV

Perros militares llevados a América

CAPÍTULO V

El perro de aguas en la Edad Moderna (1453-1789)

CAPÍTULO VI

Los perros de aguas al inicio de la Edad Contemporánea

CAPÍTULO VII

El perro de aguas Palomo

CAPÍTULO VIII

El perro de aguas en la guerra moderna

CAPÍTULO IX

Ocaso

ADENDA

Los perros de aguas «agregados» o «cuarteleros»

en la literatura y prensa de España

Miguel de Cervantes Saavedra

Félix Lope de Vega Carpio

El procurador general del rey y de la Nación

Máximo García López

La Gaceta de Madrid

El Fénix (Valencia)

La Nación (Madrid)

Javier de Ramírez

Eduardo Sojo Sanz, alias Demócrito

Mariano Francisco de Cavia y Lac

Ramón Ferrer e Hilario & Guillermo Iturmendi Biosca

Francisco Barado y Font

Juan Salcedo y Mantilla de los Ríos

José Osuna Pineda

Pedro Alcántara Berenguer y Ballester

Ángel Rodríguez Chaves

Antonio Bergnes de las Casas

La Nueva Iberia del 28/06/1868.

Enrique Pérez Escrich

Madrid cómico

Leopoldo Alas Clarín

Semanario Pintoresco español de 1837

ANEXOS

ANEXO 1

Noticias del blanchete valenciano en el siglo XV

ANEXO 2

Relación de algunos pintores españoles

que pintan el perro de aguas

ANEXO 3

Características del perro de aguas español

ANEXO 4

Algunas postales, fotografías y objetos

adquiridos durante la confección del presente libro (2017-2022)

ANEXO 5

Curiosidad

ANEXO 6

Humor

ANEXO 7

Carta del médico D. Antonio Freán y Lizandra

despidiéndose de los Cazadores de Baza n.º 12

ANEXO 8

Adonis, el perro de José Echegaray

ACERCA DEL AUTOR

.

A mi padre, Ignacio Martínez Jábega, Caballero Mutilado de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo.

.

¡Oh, perro de aguas!

Si destapara las lanas

que cubren tu velludo rostro,

veré, más precioso que un diamante,

tus almendrados ojos brillar,

y en la profundidad de ellos

el verdadero y tierno amor.

¡Quisiera ser cómo tú!

José María Martínez Martínez (Sejo)

PRÓLOGO

Lector, lectora:

Si en tus manos tienes este libro, da gracias a Dios porque él hizo la luz que permite que lo veas. Esta obra no viene a pontificar ni a sentar cátedra, pues yo me declaro un ignorante. Novicio y profano en cuanto a juntar letras, es osadía el atrevimiento de ponerme a escribir sobre perros soldados, pero vamos a ello.

En la escuela se me quedó grabado que los seres vivos nacen, crecen, viven, se desarrollan, se reproducen y mueren. Así que cuando supe que muy pocos perros viven más de veinte años y nosotros, que somos más malos que ellos, hasta ochenta o noventa años, me dio qué pensar. De mi pasado podría contar algunas cosas, pero como no soy escritor, ni me siento muy inclinado a ello, no sé qué poner, pues solo recuerdo haber escrito, en la adolescencia, unas poesías que quería entregar a una tal Dolores, de la que, iluso, me sentía completamente enamorado. Hice varias composiciones lírico-poético-fantasiosas durante algunos días. Al acabarlas, las metí en un sobre con objeto de entregarlas a mi amada soñada, que no me amaba. Salí a un parque, con mis preciosas odas y loas amoriles1, que no amorales, y me senté en un banco. Me levanté y me fui. Al cabo de un rato comprobé que no tenía el fruto de mi ardiente trabajo. Volví presuroso a donde había estado sentado y ya no estaban las hojas, que no del otoño; volaron, cual ligeras mariposas aladas. El que las encontrara buena tranca a reír se daría a mi costa. Una de las poesías decía:

En estado de carencia,

en fluidos de alcanfor,

de entre todas las locuras,

la mía posee el color.

La segunda vez que volví a intentar escribir, también fueron poesías a una idolatrada y bella damisela que gustaba de las matemáticas y que llamaremos, por tanto, Pi..., la cual no me hizo, al caso, valga la redundancia, mucho caso, ni sustentó mi latente amor de manera alguna. Yo tenía un problema, que era la distancia, pero ella no me lo resolvió, ni yo di con la solución. Recuerdo que una de las poesías de marras se las traía. Empezaba con:

Sentir sobre sí,

susurro solo soy;

soledad sencilla,

sin saber su ser.

Menos mal que no se la entregué porque hubiera pensado, con tanta ese sinuosa: «¡Ese soso soporífero es una serpiente que me quiere sibilinamente pi...car!».

Pero como a la tercera va la vencida, como se suele decir... «¡Valor y al toro!», y como buen Tauro, nacido en abril, algún churro palabreril saldrá al ruedo y algún «pitonazo» meteré con el presente libro.

Después de un decalustro de existencia, he llegado a la conclusión, y comprobado, de que es cierta la idea de que cuando un poderoso bebe en demasía es un gracioso; pero si lo hace un pobre, es un borracho. Así que si soy objeto de críticas por mi ignorancia y pobreza de ideas sobre los canitos belicosos de antaño, no me voy a espantar a estas alturas de la vida. También tengo presente que lo que hice mal no lo puedo olvidar ni borrar, porque todos tenemos una conciencia, esa voz que nos recuerda que debe haber algo más. Seguramente, tú te creerás bueno, pero con certeza, si recapacitas, no será así. Yo me declaro también malo, para qué decirte una mentira.

Pero centrémonos en el libro que tienes sobre tus dedos, que lo anterior es humo y vanidad, (que no sé para qué lo escribí). Pues has de saber que hace aproximadamente unos dos decenios, tiempo atrás, comencé a elaborar una web dedicada al perro de aguas. También elaboré otras más de temática diversa, las cuales subí, por ser gratuitas, a Inicia, Tripod, Ono, y finalmente pasé todas ellas a GeoCities. Luego, administré, con el alias de Perrosete, una comunidad MSN que engendré, llamada «El perro de aguas español» o «PDAE», donde llegaron a inscribirse cerca de dos mil personas. En diciembre del 2008, me vi obligado a abandonar mis ataduras cibernéticas... Por otro lado, las distintas comunidades MSN, grupos y GeoCities cerraron, por decisión unilateral, el 23 de febrero y el 27 de octubre de 2009, respectivamente. Quedé sumido, por tanto, en el olvido cibernético...

En los años 1996 a 2002 trabajé en Suances (Cantabria). En esa preciosa villa costera conocí, al nunca bien valorado escultor y caricaturista del hierro, Alfonso Martín Casas, el Vasco (1914-2009); natural de Zumaia (Guipúzcoa), ahijado del grandioso pintor Zuloaga2. En amenas pláticas, Alfonso me contaba con gran sentimiento que el Paraíso estuvo ubicado en el norte de España, y que prueba de ello son los distintos topónimos existentes, como el río Deva (de Eva), el monte Caín... Muy seriamente afirmaba que el vascuence era la lengua de aquel jardín de las delicias y que, por tal motivo, cuando van a insultar los vascongados en su lengua materna, como no tienen vocablos al uso para este menester despectivo o denigrante, deben usar palabras ofensivas o malsonantes de otras lenguas (es obvio, que tiene razón ya que en el edén no habría menester de pronunciar groserías). En su juventud, a los perros de aguas, el señor Alfonso los conoció como auxiliares de los intrépidos pescadores de las marineras traineras que salían, valientemente, a la mar en busca del banco de sardina y la parrocha de abril. Estos canes marineros eran llamados de «cho»,3 que vendría a traducirse como ‘muchacho’, ‘grumete’, ‘pequeño’ o ‘recadero’.

En el mes de marzo de 2001 me regalaron, en la villa marinera de Suances, un cachorro con muy pocos días de vida. Era un hermoso perro negro, con botines y corbata blanca. Desde el primer momento quedé prendado de su gallardía y belleza natural. Cuando lo llevaba en el coche, camino de Santa Cruz de Bezana, población cercana de Santander, pensé: «¿Qué hago con un guau aquí?». Y, de pronto, surgió su nombre: ¡Guaquí!

A ese inocente perrito siempre lo recordaré como el mejor amigo que nunca tuve y tendré. ¡Pobrecito! Aunque no sé mucho de sus orígenes familiares, el veterinario me lo inscribió como perro de aguas. Su madre era, efectivamente, una noble perra de aguas de pura casta; y su padre, barruntábase que debió de ser un hermoso setter gordon que la rondaba. Fue el único macho de la camada, ya que todas sus hermanas nacieron blancas enteras, sonrosadas e idénticas a la madre, según me dijeron.

Al poco de tener a Guaquí me encargaron, desde Madrid, una perra de aguas auténtica. Como no tenía ninguna a mano, compré a Greta a un criador profesional por 35 000 pesetas. La entregué y al día siguiente me fue devuelta. Así que me encontré, sin querer, con una pareja perruna. En su primer celo, cayó bajo los encantos del gentil Guaquí-lindo. Tuvieron una camada o lechigada de seis perreznos —cuatro machos, parecidos al padre, y dos hembras, muy semejantes a la madre primeriza—. Por suerte, conseguí dar, de gracia, todos los cachorros «a buenas familias adoptivas», sin cobrar ni mercadear, gracias a la comunidad de MSN de la que era administrador. Baste decir que a ninguno de estos perrucos y cadelitas les corté el apéndice o cola que la naturaleza sabia y generosa les había dotado.

Cuando conviví con Guaquí, mientras era un tierno perrín se activó en mí, inconscientemente, un sentimiento de unión, de descubrimiento de una herencia oculta y perdida. Desde entonces, y aun ahora, cuando pienso en la imagen de un perro lanudo con su jadeante y pendulada lengua; con sus profundos, penetrantes y vivos ojos; con su garrida postura cuando reposa sentado majestuosamente siento una extraña impresión, muy poderosa. Más adelante, confirmé que ya se daba en nuestros ancestros.

No sé cómo describir cómo era este animalito tan entrañable, pero por un soneto de Narciso Campillo y Correa (1835-1900), intitulado Contra un doctor materialista podrás, caro lector, hacerte una somera idea de sus virtuosas cualidades:

Yo tengo un perro. Si mi humor es triste,

llega y me halaga y a mis pies se tiende;

mas juega y brinca y mi alegría entiende

si gozosa expresión mi faz reviste.

Como nocturno centinela asiste

en mi tranquilo hogar y lo defiende,

y si de alguno el ademán me ofende4,

ládrale ronco y con furor le embiste5.

En diferente voz me advierte o llama:

y si es preciso, por mi bien se inmola.

Este perro, este amigo que me ama.

Doctor, os hago una pregunta sola:

¿Si espíritu no tiene que le inflama,

me quiere con el lomo o con la cola?

La perra Greta tenía LOE6 y era nieta del famoso perro de aguas Cheto. Nació el 3 de diciembre de 2000 y murió el 23 de octubre de 2019. Dos meses después de fallecer Greta, durante la noche del 13 de diciembre, un mendigo muy querido por los vecinos de la calle Illescas, en el madrileño barrio de Campamento, murió en su domicilio habitual (que era un banco de madera) acompañado únicamente por una hermosa perra blanca, de orejas canela, que siempre estaba a su lado. Esta perrita cuidaba con celo los pobres enseres que tenían. En ocasiones, paraba a hablar con Santiago, pues ese era su nombre. De la primera vez que hablé con él, recuerdo que la conversación se inició de la siguiente manera:

—¿Cuál es el nombre de esa perrita tan bonita? —pregunté.

—Y tan buena —me respondió.

A continuación, me manifestó que esa hermosa perrita se llamaba Paloma y era nacida en Gerona, de donde también era él. Sorprendido por el nombre y del origen de ambos infortunados callejeros, le conté la historia de Palomo. Sus ojos, al escucharme, brillaron de alegría, pues reconocía y me manifestaba que su fiel compañera tenía los mismos valores de lealtad, ayuda, valentía y protección que demostró el olvidado perro de aguas, cabo segundo del ejército español, nacido en Barcelona, probablemente, en el barrio de Gracia, hace ya más de ciento sesenta años.

Palomo, Paloma y Santiago,

que nacisteis en Cataluña,

y vinisteis a morir a Madrid;

donde quiera que estéis:

que solo puede ser al lado

de la reparadora Divinidad.

En memoria de estos dos perros catalanes, en recuerdo de mis dos perros de aguas y de todos aquellos otros canes amados, maltratados, perseguidos, exterminados y olvidados que han acompañado a nuestros antepasados, sean de casta pura, atravesados o meros chuchos, dedico el trabajo de hacer el presente libro.

Perdónenme, Greta y Guaquí, por no haberles dado tanto amor como me dieron.

Sejo

CAPÍTULO I

Del nombre perro y el porqué de agua(s)

Nadie puede servirse del perro, ni del caballo,

ni menos del hombre si no le ama, o al menos

si no recibe algún contento en verle.

Sócrates

Se admite que el primer animal domesticado fue el perro en el Paleolítico superior. ¿Dónde se conseguirá inicialmente tal amansamiento por vez primera? Muchos indicadores positivos señalan a la península ibérica (España y Portugal) como el primer lugar en donde aconteció tan importante hecho para la humanidad; ya que las primeras representaciones (de las que tenemos constancia) del perro domesticado y usado para la caza aparecen en pinturas rupestres de España.

También se sabe que la tierna oveja convivió con el mamut en España; por lo que no es desdeñable pensar que la ganadería debió nacer, por ende, en nuestra amada y denostada piel de toro cuando cuadrúpedos salvajes, durante milenios, en sus bajadas y subidas por los cambios estacionales en busca de mejores pastos, hacían con sus pezuñas sendas marcadas, año tras año. Posteriormente, estos senderos y cañadas serán utilizados por la Mesta7.

Será en esa trashumancia cíclica y estacional donde el hombre y el perro, siguiendo o acechando rebaños salvajes —fuente y despensa de alimentos— sellarán una eterna e inquebrantable amistad que perdurará hasta el fin de los tiempos; pero que nosotros romperemos, consciente o inconscientemente, en muchas ocasiones.

Domesticado el perro, y auxiliado por tan fiel amigo, el ser humano conseguirá, poco a poco, amansar a otros mamíferos y aves. Nacerá la ganadería menor y la mayor, ora trashumante o andariega, ora estante o riberiega. Con bastante probabilidad no solo el conejo, la castaña y otras especies animales y vegetales tienen su origen en la península ibérica, sino también la blanca y tierna oveja y el inmaculado y candoroso perro de aguas.

El mejor amigo del hombre, fiel escudero, ayudará y acompañará altruista y filantrópicamente, de una manera tan incondicional, a nuestros antecesores remotos, que estos, sin tanto temor, se adentrarán y explorarán selvas, bosques y montañas inhóspitas. Solo gracias al perro, amaestrado y amansado, el antiguo habitante de España (tierra de perros) podrá domeñar y dominar la feraz naturaleza. La bondad y fidelidad que el perro mostrará al aborigen hispano le hará ser menos salvaje, más afable y bondadoso, ante su prójimo, y se firmará un indeleble y eterno pacto de amistad que el perro siempre mantiene.

Fidelidad que vemos manifestarse el 22 de noviembre 1895 en la localidad madrileña de Campamento, a la altura del kilómetro siete de la carretera de Extremadura, donde se encontró el cadáver de un paisano conocido como el Borreguero,8 que había recibido un tiro que le atravesó el pecho de parte a parte, en una riña con soldados del Primer Batallón del Regimiento de Cuenca n.º 27, cuando regresaban de unos ejercicios de fuego que habían realizado en los descampados de Carabanchel (Madrid).

Como hemos dicho, el cadáver corresponde a un robusto joven9, con el traje correspondiente al de pastor o vaquero. En su mano derecha llevaba una honda de las que emplean estas gentes para el gobierno de las reses, y junto a él, y como guardando el cadáver, había un magnífico perro de aguas, el cual costó no poco trabajo apartar de allí (pues acometía a cuantos se acercaban al cadáver), para que el Juzgado cumpliera su triste misión.

La Iberia. (Madrid), 23 de noviembre de 1895.

Los perros de aguas, debido a su facilidad para nadar al poseer en los dedos membranas palmípedas o interdigitales como los patos; por su habilidad incansable y ardiente para descubrir los nidos y señalar las aves acuáticas escondidas en las malezas de cañaverales, espadañales, lagunas, charcas, estanques, ribazos, marismas y ríos de nuestra amada y denostada patria; por su instinto natural para llevar y traer las piezas caídas o heridas en el agua; fueron enseñados y usados, desde tiempo inmemorial, tanto para la caza en el medio acuático de anátidas y otras aves, como para el rastreo, cuidado de ganado, defensa de la tribu y vigilia del poblado.

Los melenudos íberos tenían perros iguales a ellos. El carácter noble y bondadoso de esos pueblos remotos se reflejará en el perro, pues es dado que el can se asemeje a su amo espiritual y físicamente. Pero ese carácter inocente y casto se perderá, poco a poco, tras los contactos e invasiones a la península ibérica por otros pueblos advenedizos a lo largo de los siglos venideros.

La mitología griega respaldaría lo antedicho, y no puede estar errada; pero a la hermosa España siempre se le ha quitado o intentando arrebatar toda gloria y grandeza por codiciosos y ladinos vecinos que la rodean, por oportunos y falsos amigos, por declarados u ocultos enemigos, por renegados traidores y desafectos y por nuestro singular desinterés o pachorra de no conservar y defender lo autóctono y genuino.

Inoculada la codicia, el odio y la envidia para con nosotros mismos; ya, torpes, hemos caído, con la complacencia de intereses ajenos y foráneos, públicos o secretos, en producir los amargos frutos del separatismo, del individualismo, del despilfarro y de la consecuente/consiguiente deuda eterna, imposible de pagar; lo que propicia, a su vez, la desencarnada insolidaridad que actualmente vemos entre regiones, provincias y pueblos españoles. ¿Cómo puede vivir un reino dividido? Tampoco se nos perdona haber llevado, con la espada y la cruz, a numerosos pueblos del orbe, la blanca luz de nuestra católica religión verdadera y el tener el perro primero10.

Hércules volvió victorioso con los ganados que quitó al gigante Gerión en España y que estaban custodiados por el perro Ortho u Orcho.11 Y así, en la obra Epítome de la primer parte de las fábulas de la antigüedad (Madrid, 1635), de Juan Izquierdo de Piña (1566-1643), leemos que «tenía Gerión un bravo perro de dos cabezas. Esto se dice por ser poderoso en la mar y en la tierra».

El único perro poderoso en el mar y en la tierra que los españoles hemos tenido, durante siglos, ha sido el gallardo y antiguo perro de aguas o de lanas.

Seréis al fin perro de agua;

que en el Jordán, el Mesías

manda que le bauticéis

mirad qué presa tan rica.

Y perro que caza en tierra,

y pesca en el agua fría,

por la caza y por la pesca

hace mal quien no lo estima.

Y pues en todo es la prima,

para que os pesque, Dios mío,

echadle en el río.

Romance a San Juan Bautista

Alonso de Ledesma Buitrago (1562-1623), natural de Segovia.

Los soldados íberos que acompañaban a Aníbal llevaban unos albornoces tan blancos que causaron admiración en Roma. Las lanas andaluzas fueron muy apreciadas desde muy temprana edad, en la Antigüedad. Íberos y celtíberos comerciaban con ellas mucho antes de la llegada de los romanos a la península. Se distinguía, además de la blanca y negra, la rubia o dorada (erythrea), la morada (ferrigenea) y la parda (baetica o fusca). Sobre todo, sobresalía la excelente lana merina, el hermoso vellón de los rebaños del Betis, cantado por Virgilio. Y esas bellas ovejas tenían hermosos y nobles perros guardianes.

La Bicha de Bazalote, famosa estatua íbera, representa a un ser barbudo, con cuerpo de vaca. La palabra «bicha» nos evoca al pequeño y blanco «barbichón» o «bichón»; sea este el diminuto habanero, el zato tinerfeño, el antiguo maltés o el fino blanchete valenciano. En algunas zonas de España, se llama «cucho» indistintamente al perro o al ternero.

Los perros que acompañaban a los íberos y celtíberos al combate, estaban enseñados a lanzarse contra la mano que portaba la espada del oponente y la mordían, lo que se aprovechaba para clavar o sajar fácilmente el cuerpo del contrario. Tenían perros para la defensa de los poblados, la custodia de ganado, la ayuda a los pastores y la sangrienta pelea. Esto ya lo sabía el inmortal Cervantes, que no dudará en escribir:

¿Serán por ajenas manos

nuestras casas derribadas?

Y las bodas esperadas

¿Hanlas de gozar romanos?

En salir haréis error,

que acarrea otros mil yerros,

pues dejaréis sin los perros

el ganado, y sin señor.

Numancia (1613).

Lo más probable es que la raza primitiva, o tronco de todas las castas de cánidos, proceda del perro pastor o albarrán. Los celtíberos tenían grandes rebaños de cabras y ovejas, así como canes ovejeros para la ayuda, defensa, compañía y solaz. Estas castas selectas pasaron de una generación a otra, hasta llegar a nuestros cercanos días. Seleccionadas y adiestradas para el cuidado, conducción y defensa del rebaño doméstico serían conocidas, en la Edad Media, como «nares».12 Eran estos canes unos perros trashumantes que acompañaban al ganado. También serán conocidos como «albanarriegos», «albarraniegos» o «albaraniegos», y más tarde se les llamará de «grifón»13 o «perros barbas».

Posible imagen del perro Nares14

Los pastores han tenido predilección para que el perro del ganado fuera de color blanco o alba, para distinguirlo fácilmente, de noche, de otros animales carniceros, de piel negra, parda u oscura, como los lobos. Esto lo hacían por dos motivos: el lobo creía que todos los animales detrás del defensor perro serían tan fieros como el que oponía tenaz resistencia; lo que lo obligaba a recelar y a seguir adelante en su intento nocturno de atacar, aprovechándose de la noche. El segundo motivo, como ya intuyes, ya leído, es porque el pastor, al acudir en auxilio del rebaño, no lo hiriera accidentalmente por no distinguirlo en la noche cerrada. Asimismo, el perro blanco siempre fue para los españoles símbolo de la fe y de la amistad. Los naturalistas del siglo XIX se percataron de que, cuando el perro de España pasaba a Inglaterra o a otras regiones alejadas, cambiaba de color —oscureciéndose— y las orejas se hacían más elevadas y pequeñas.

ALBAÑARIEGO, GA. adj. Epíteto que se da al perro propio para cazar en lagunas y cenagales, y a los perros de los ganados trashumantes.

Diccionario general de la lengua castellana, (Madrid, 1849).

El origen del perro de aguas es fuente de controversia. Se sabe que los cretenses tenían muy buenos perros para la caza y la navegación. También, es muy conocido que Jantipo15, almirante de la armada ateniense, con ocasión de las guerras médicas (hacia el año 480 a. C.), dejó un perro que tenía en el puerto y el animal, al no soportar el abandono, siguió al trirreme nadando durante tres días, hasta que, llegando a Salamina, desfallecido por el gran esfuerzo realizado, agonizó.

Otros consideran que bien pudo venir a España con los caldeos que huyeron de Nabucodonosor II (¿630?-562 a. C.). También podría avalarse la tesis de que los trajeron los fenicios en sus mercantes naves, aunque también se puede atribuir su llegada a descendientes de la tribu de Benjamín, en la diáspora que se produjo en tiempos del segundo emperador romano Tiberio (42 a. C. -37 d. C.), los cuales se refugiaron en la península ibérica y viajaron acompañados de algunos perros de singular estimación. En valor de esta última tesis se sabe, ciertamente, que los hebreos tenían perros lanudos, con unas colas espesas, que hacían labores de pastoreo.

El historiador judío Flavio Josefo, en su obra La guerra de los judíos, fue testigo de vista del asedio que el emperador romano Vespasiano hizo a la ciudad de Jatapata (Galilea), en el año 67 d. C. En la antedicha obra escribirá: «...mandábalos venir por las noches, cubiertas sus espaldas con unos pellejos, porque si algunos los veían y les descubriesen, pensasen que eran unos perros; y esto se llevó a cabo de esta forma, hasta que las guardas que estaban de noche como centinelas, lo pudieron descubrir y cerraron el valle».

El área geográfica donde se ubicaría la presencia del perro de aguas o de lanas, en la Antigüedad, sería los territorios del mítico rey Íbero16, apodado el Grande, que abarcaba la actual España, Portugal y sur de la Galia o Francia; o el espacio físico que vendría a coincidir, siglos más tarde, con las demarcaciones territoriales de los visigodos, a ambos lados de los Pirineos.

Para el conde de Buffon (1707-1788), naturalista francés, en su L’Historie Naturelle, générale et particuliére, avec la description du Cabinet du Roi, los perros de aguas eran originarios de España y Berbería17. Otras proposiciones avalan que su origen sería Noruega o Dinamarca, incluso Rusia. Sea de donde fuera originario, el perro de aguas es el más misterioso de todos los canes.

La Real Academia de la Lengua reconoce que el perro de aguas tendría un origen en España. Así, la edición del año 1884 dice:

Perro || de aguas. Casta de perro, que se cree originaria de España, y que se distingue en el pelo largo y ensortijado, en su mayor inteligencia y en su aptitud para nadar, de donde le viene el nombre.

La edición de la Real Academia de la Lengua Española del año 1899 es mucho más detallada. En ella se escribe:

Perro || de aguas. El de raza que se cree originaria de España, con cuerpo grueso, cuello corto, cabeza redonda, hocico agudo, orejas caídas, y pelo largo, abundante, rizado y generalmente blanco. Es muy inteligente y se distingue por su aptitud para nadar.

Una de las teorías que se ha desechado y que algunos antiguos eruditos y sabios españoles mantenían hasta la llegada del regionalismo montaraz de estos vacuos reinos de taifas, es que el nombre de ESPAÑA nació y hacía referencia a la terrible espada por la que los remotos pueblos reconocían y denominaban a los moradores de la península ibérica. Nuestros antepasados íberos eran portadores de una repujada y temible hoja tajadora, de doble filo, que llamaban, en vascuence, ezpata. También, esta espada sobresalía por tener una punta muy aguda, punzante y dura.

En el Diccionario Trilingüe Castellano, Bascuence y Latín (San Sebastián, 1745), obra del jesuita Manuel de Larramendi (1690-1766), leemos:

Porque con nombre de espada, sphata se entiende lo que Polybio llama gladium hispaniensem por su particular forma puntiaguda, larga, y de dos filos que era arma propia de españoles, como el acinaces18 de los persas. Esta especie de arma pasó de los españoles a los romanos, y entonces pasó también el nombre español que tenía, como pasó el nombre acinaces con el arma, que era un alfanje particular. Consta de Tito Livio y Lucio Floro, que en la primera guerra macedónica usaban los romanos de esta arma, y que no la conocían los griegos, y que estos se espantaron de ella. Era la espada española (sable español llamó M. Rollin19) y aun no luego empezaron a llamarla con el nombre español. El nombre español era sin duda ezpata20 y los griegos a su modo dijeron spatha como de Ezpaña, España, dijeron Spania21.

Esa espada, invención española, era recta y bastante ancha. No era solo cortadora por los dos filos, sino que se aceraba exageradamente en sus extremidades para que las estocadas fueran más efectivas y mortales. Siendo nuestro gentilicio «español», y que dicho vocablo hace referencia al hombre o al pueblo que porta una espada o ezpata singular, no es de extrañar que ilustrados extranjeros se hayan empeñado en desprestigiar que poseamos y conservemos LA COLADA y LA TIZONA del Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar (¿1043?-1099) y, no conformes con eso, pretenden que ingenuos creamos y admitamos que nobles, religiosos y reyes que han custodiado, desde un principio, tan singulares aceros, fueron vulgares tramoyistas que quieren darnos un perro al cambio. La envidia duele. Algunos gnósticos españoles22, sumisos o complacientes, les han dado la razón23.

La espada del Cid —la Colada— presenta un grabado a punzón y en dorado, en grafía del siglo XII, donde se lee: «SI, SI NONNO». Esta frase encierra y condesa todo el Evangelio:

Pero yo les digo: No juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Tampoco jures por tu cabeza, porque no puedes hacer que ni uno solo de tus cabellos se vuelva blanco o negro. Cuando ustedes digan «sí», que sea realmente sí; y, cuando digan «no», que sea no. Cualquier cosa de más, proviene del maligno.

Mateo, 5; 34-37.

El ínclito historiador D. José Ferrer de Cuoto (1820-1877), capitán graduado de Infantería, que amaba la verdad pues aspiraba a la sabiduría, rigió su labor académica por la máxima del Quijote: «La historia es como cosa sagrada, porque ha de ser verdadera, y donde está la verdad está Dios, en cuanto a verdad». En su obra Álbum del Ejército (Madrid, 1846), nos informa que, en una carta del rey Alfonso XI de Castilla (1311-1350), este monarca manifiesta su gran devoción tanto al convento benedictino de Cardeña (Burgos) como hacia la espada Colada del Cid que custodian, y a la que llama «cruz». En prueba de cortesía, en la misiva, tiene a bien condonar la quitanza de 3000 maravedíes que les había solicitado para sustentar las guerras. En dicha misiva leemos:

Don Alfonso, etc. Al Abad de San Pedro de Cardeña, salud y gracia. Sepades que por la gran devoción que habemos con la cruz del Cid, la cual llevamos la otra vez cuando fuimos junto a Gibraltar, tenemos por bien enviar por ella para llevarla con nosotros en esta ida que imos a Portugal, y enviamos allá para que nos la traigan a Alvaro Rois e Juan García, nuestros ballesteros, e vos, que enviedes dos monges con ellos.

En las sepulturas de Isabel la Católica y de doña Ximena, esposa del Cid Campeador —cuando estuvo enterrada en el monasterio de San Pedro de Cardeña (Burgos)—, aparece un pequeño perrito de aguas blanco labrado o esculpido a los pies, a objeto de manifestar la fidelidad y la conexión trascendental con el más allá y lo eterno.

El morisco Julián del Rey, quien tomó este nombre cuando se hizo converso, al ser apadrinado por Fernando el Católico (1452-1516), es el armero que fraguó unas famosas espadas conocidas como de (o del) «perrillo». Estos afamados aceros recibieron tan peculiar nombre porque en la canal de la hoja aparece grabado un pequeño perro. Fabricadas en Toledo y Zaragoza, eran unas espadas anchas y cortas. Tal fue la fama y renombre de aquellos aceros que su eco llegó hasta después de los tiempos de Miguel de Cervantes (1547-1616), quien las cita en la novela ejemplar Rinconete y Cortadillo (Madrid, 1613).

El perro ha estado unido al soldado español, al guerrero, desde tiempo inmemorial, siguiéndole fielmente en sus campañas, lides, marchas, tanto de día como de noche; acompañándole y arropándole en vida y en muerte.

El teniente Gustavo Gómez Spencer(Campaña de Melilla, 1909)

El perro de aguas fue una raza militar agregada al cuartel por excelencia, desde tiempos remotos. En llaves de pistolas, escopetas y arcabuces aparecerá, con frecuencia, la esfinge o la silueta inconfundible del perro de aguas medio esquilado. ¿Nos ha de extrañar esto?

En el Museo del Romanticismo (Madrid) se puede ver un par de pistolas de la fábrica Ignacio Orbea (Eibar, 1850), acero tallado y madera, en donde el pistón es un perro con medio trasero pelado, aunque algunos lo confunden con un delfín. También en el actual Museo del Ejército hay una colección de llaves o martillos donde aparece el perro de aguas, con su inconfundible esquilado, de medio cuerpo.

Otrosí que afirma la importancia del perro en la milicia es que al martillo o llave que cae sobre el pistón e inflama la pólvora para provocar el disparo, denominamos «perrillo» o «can»; y a la acción de poner en el disparador la llave del arma de fuego, llamamos «calar el can». También, a unas pistolas de bolsillo, en el siglo XIX, se las conocerá como «cachorrillos».

Detalle de la escopeta de dos cañones transformada a percusión. Museo del Ejército en Toledo (n.º inventario 36249.46 & 36249.47) Guisasola. Eibar. 1841

La Dirección General de Infantería, mediante la circular n.º 83 del año 1867, en cumplimento de un real decreto de ese mismo año, ordenará que, en la espada de los jefes y oficiales, la cruz de la empuñadura termine en una cabeza de perro. En esas espadas vislumbramos el inconfundible perfil, nariz y orejas colgantes del perro de aguas.

Nunca España ultrajada fue en vano,

que doquier las ofensas vengó;

si la espada tomó con su mano,

la victoria su sien coronó24.

El licenciado Sebastián de Covarrubias y Orozco (1539-1613) mantenía que la palabra «perro» vendría del griego Pyr (‘fuego’), y que dicha palabra hace referencia al carácter seco de sus cuerpos que los obliga, cuando quieren dormir o tumbarse, a girar sobre sí mismos para poder doblarse. Esta explicación es, a todas luces, insuficiente y no fundada.

Sin embargo, a mi parecer, el vocablo «perro» procedería de algo todo lo contrario al fuego, que es el agua. La palabra «perro» es una voz genuina y completamente española en toda su semántica y tremendamente descriptiva. Esta palabra presenta dos erres, y la ‘r’, letra líquida, también es conocida como «la letra canina», ya que su sonido imita al perro cuando gañe, gruñe, late o ladra.

Los pueblos antiguos denominaban a las cosas, animales, pueblos u otras tribus por lo que hacían, tenían o por lo que se caracterizaban y sobresalían; de suerte que «lebrel» hace referencia al can que caza liebres; «setter» o «de muestra» al que señala o indica la pieza deseada; «podenco», al que con sus pies anda sin parar; «ovejero» al que cuida ovejas; «venteador» al que tiene mucha vela, descubre la pieza alzando la nariz al viento y la sigue sin perder el rastro; «sabueso», al que procedía de Saboya; «alforjero»25, a aquel que cuida del hato y las piezas cazadas, etc.

Un criado llevaba un magnífico perro de caza atado con un grueso cordón.

—Valiente perro —exclamó un transeúnte.

—No es perro, señor —dijo el criado

—Bueno, mejor todavía, excelente perra —repuso el otro.

—No es perra, señor —contestó el criado.

—¿Pues qué es entonces?

—Es perdiguero, señor —repuso el criado; y continuó su interrumpido camino.

Periódico La Alhambra (Granada), 28 de abril de 1858.

Por ende, el término «perro» tendría que significar alguna característica propia para llamarse así. Ese vocablo se usó en un principio para identificar al can más adecuado y esforzado para la caza de aves acuáticas, en especial las ánades, que usualmente llamamos patos.

En la Edad Media y en el siglo XVI, en España, se llamaba «labanco» o «parro» al pato; de suerte que el can más útil para la caza del parro, tomará el nombre de «parro» para indicar que es él, y solo él, la raza más útil para cazar a estas palmípedas aves.

Al sonido que hacen los patos o parros se le dice «parpar». Perro es, por tanto, el can parro. Con el tiempo, la ‘a’ cambió a ‘e’ (en otras ocasiones, es al revés, como vemos en los términos «perroquiano» o «perroquia» del siglo XVI, pero que ahora escribimos y pronunciamos con ‘a’ en «parroquiano» y «parroquia»).

MARCIO.- Está bien, así lo haremos, pero decidme, ¿por qué escribís siempre «e» donde muchos ponen «a»?

VALDÉS.- ¿En qué vocablos?

MARCIO.- En estos: decís rencor, por rancor; renacuajo, por ranacuajo; rebaño por rabaño.

VALDÉS.- A eso no os sabré dar otra razón sino que porque así me suenan mejor, y he mirado que así escriben en Castilla los que se precian de escribir bien.

Diálogos de la lengua.

En sus Diálogos de la lengua, el conquense Juan de Valdés (¿1499?-1542) expresa que prefiere escribir antes el vocablo «can» que la palabra «perro», ya que considera que también es una palabra de origen español y que aparece en refranes muy antiguos.

CORIOLANO.- Sé que can no es vocablo español.

VALDÉS.- Sí es, porque un refrán dice: «El can congosto a su dueño vuelve el rostro»; y otro: «Quién bien quiere a Beltrán, bien quiere a su can».

Diálogos de la lengua.

Una de las formas antiguas, que tenemos de llamar al perro en España es «Ca» o «Ka», voz que se ha mantenido en el mallorquín, donde al perro de aguas o de lanas dicen «ca d’aigo». Asimismo, en el Diccionario gallego el más completo en términos y acepciones de todo lo publicado hasta el día con las voces antiguas que figuran en códices, escrituras y documentos antiguos, términos familiares y vulgares y su pronunciación (Barcelona, 1876) escrito por Juan Cuveiro Piñol (1821-1906) figura que «Cas» (en La Coruña) y «Cans» (en Pontevedra) significa «perros», y que antiguamente se usaba para la idea de «casa».

En uno de los sermones que sobre los evangelios de la Cuaresma hizo Fray Christoval de Avendaño (1569-¿1628?), de la Orden de Nuestra Señora del Carmen, hacia el año de 1620, en la Villa y Corte de Madrid, dijo lo siguiente:

Sale un hombre a caza en un cuartago con una escopeta en el arzón, vale siguiendo un perro; impertinencia fuera preguntar de qué es cazador este hombre: hermano, mirad al perro que le sigue, que por ahí lo sacaréis: es galgo cazador de liebres; es podenco cazador de perdices; es perro lanudo cazador de labancos: sucede que se está el labanco refocilando en las aguas; llega el cazador con silencio, dispara, apenas dispara, cuando arremetió el perro lanudo que venía detrás, y sacó el labanco en la boca. Que de pecadores olvidados de este, Memento, homo quia pulvis es, cuando se prometían larga vida, gozar de la ocasión, cuando más olvidados de la cuenta, las manos en la masa de los placeres, cuando menos pensaba despacha Dios a la muerte que camine por la posta, y el perrazo del infierno en su seguimiento, flechole la muerte, apenas le hubo flechado, cuando aquel sabueso del infierno que iba en su seguimiento le tragó. Esto pues nos advierte la iglesia, Memento, homo quia pulvis es. Hombre, acuérdate que eres mortal, que te flecharon en Adán, que va subiendo el veneno al corazón, no seas tan desagradecido, que venga para ti la muerte vestida de amarillo a flecharte de improviso, guárdate no te trague el infierno.

En suma, con la palabra «perro», que aparece escrita por primera vez en el siglo XV, se referían al parro o perro (de aguas) y no a la totalidad de razas caninas, aunque luego ese término se generalizó para designarlas a todas ellas. Esto ya lo sabían o intuían los españoles cultos, como el ilustrado D. Ángel Fernández de los Ríos (1821-1880), que no dudará en escribir en la obra Bernardo y León26:

Cuando se habla en general de un perro, sin designar especialmente su especie, se sobrentiende que se trata de uno de aguas; de la propia suerte que cuando se designa a un soldado del imperio, se fija ya sin más la mente en un granadero de la antigua guardia, con su largo capote y echada la gorra para adelante.

Etiqueta de botes de pimientos dulces (1901)

En el Seminario Pintoresco Español del año 1836, en un artículo anónimo titulado «Los perros», se demuestra que para el español de entonces (y de antes), el perro por antonomasia era el perro de aguas:

En uno de aquellos días lluviosos del mes de marzo, que sirven para hacer vegetar las plantas y envejecer a los hombres, hallábame en aquel estado de fastidio que proporciona la falta de ocupación y movimiento. Yo soy viejo, no tengo buen humor; soy sobrio, no tengo apetito; soy celibato, no tengo familia; soy pobre, no tengo amigos; vivo en una buhardilla, no tengo ventana; con que por todas estas razones no podía engañar el tiempo cantando, riñendo, fumando, comiendo o asomándome al balcón. Los libros eran pues mi único recurso, pero mi biblioteca es algo exigua y añeja, y apenas podía sacarme del apuro. Sin embargo, tomé primero un libro de poesías, pero muy luego lo arrojé diciendo: «¿Esto qué prueba? Que los hombres engañan a las mujeres». Cogí luego una novela, y a las pocas hojas la solté diciendo: «Las mujeres engañan a los hombres». Me quedaba un libro de historia, pero este acabó de indisponerme haciéndome conocer que «los hombres se engañan unos a otros».

En aquel momento mi perro de aguas, único compañero de mis meditaciones, asomó por la puerta su cara respetable de gastador veterano; mi imaginación herida por su noble continente se fijó de pronto en las cualidades de aquel cuadrúpedo, y conducido a reflexiones filosóficas abandoné con facilidad a los hombres y sus libros para echarme decididamente a perros (...)

(...) Siempre que se hable del perro en general, se representa en la imaginación el perro de aguas. Este perro inteligente, diestro, que hace el ejercicio27, que se arroja al agua a buscar el bastón de su amo, a quien el domingo se peina antes que a los niños; el perro de aguas, dotado de bastante paciencia para prestarse gustoso a los juegos crueles y tiránicos de los bulliciosos herederos de su amo; este perro, que a pesar de su aspecto nada seductor, de sus modales un tanto groseros, y tal vez de su condición que le destierra de los salones y lo reduce a la mansión del artesano, encuentra el medio de hacerse aristócrata, y ufano con la chaqueta azul de su amo, ladra a las chaquetas pardas, muerde a los aguadores y persigue de lejos a los traperos28.