El poder infinito del amor - Pedro Donoso Brant - E-Book

El poder infinito del amor E-Book

Pedro Donoso Brant

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Beschreibung

El verdadero crecimiento espiritual a través el regalo de amor.

El poder del amor es infinito. El amor todo lo vence, el amor todo lo conquista. La autoestima o amor a uno mismo es fundamental para el fortalecimiento de la persona, como bien sabemos, pero el verdadero crecimiento espiritual está en dar ese mismo amor a los demás. Ahí es donde se produce la magia de la vida y donde ésta nos sorprende regalarnos pequeños o grandes milagros para hacernos inmensamente felices. Es en ese momento cuando internamente empezamos a entender por qué y para qué hemos nacido. En este libro encontrarás cientos de reflexiones de La Biblia, de la mano de Pedro Donoso Brant, uno de sus mayores exégetas, que te ayudarán a elevar tus pensamientos de cariño y estima hacia los demás, con el fin de dar sentido a cada uno de tus días en la Tierra.
"Amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio, y de este modo obtendréis una gran recompensa...” Lc 6,35s

Descubre cientos de reflexiones de La Biblia que te ayudarán a elevar tus pensamientos de cariño y estima hacia los demás, con el fin de dar sentido a cada uno de tus días en la Tierra.

FRAGMENTO

San Buenaventura, gran doctor, que por 17 años fue Superior General de los Padres Franciscanos, nos enseña esta regla para hablar de los ausentes: “Así deben ustedes hablar del ausente, como si él estuviera presente, y lo que ustedes no se atrevieran a decir de él si estuviera presente y lo oyera, lo han de hacer en su ausencia. Entiendan todos que tienen seguras las espaldas en ustedes.” Ésta es una regla muy buena y que comprende así las cosas graves como las que parecen livianas, que son las que muchas veces nos suelen engañar, porque algunas veces no son tan livianas como entonces nos parecen, como queda dicho. Y así no nos hemos de excusar con esto, ni con decir que no hacen los otros caso de aquellas cosas, ni con decir que son públicas; porque la perfección que profesamos no admite estas excusas. Por tanto, así como nos enseña San Buenaventura, el cual nunca hablaba en su conversación de los vicios ajenos, aunque fuesen públicos y se dijesen por las plazas, y quería que los nuestros por nuestros vicios se hiciesen lo mismo. Es decir, todo lo que salga de nuestra boca, sean palabras buenas, virtuosas y honradas, y tenga todo el mundo entendido que por nuestros dichos, ninguna persona sea dañada ni sea tenida en menos. Entonces, nos cabe muy bien la enseñanza del sabio: “¿Has oído algo? ¡Quede muerto en ti! (Ecles 19,10) haciéndonos comprender que los sabios y prudentes tienen corazón amplio para guardar y sepultar esas cosas tontas que oímos y que mueran y se acaben allí.

TESTIMONIO

Amor sincero, concreto y profundo… como dice en uno de sus pasajes este libro. Estas páginas son un abrazo lleno de afecto y devoción al prójimo. Un ejemplo a seguir - Alana Hernández Mejía

EL AUTOR

Pedro Donoso Brant, ocds, fue una de las primeras personas en el mundo en utilizar internet para divulgar la Palabra del Evangelio. Ya en el año 95 empezó a vislumbrar las posibilidades que ofrecía este medio para poder acercar a gente sencilla la verdadera dimensión de La Biblia. Actualmente publica a diario, en su web Caminando con Jesús, reflexiones, cuentos y testimonios; algunos de los cuales se pueden encontrar en importantes medios de información católicos.

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Advertencia legal:

Queremos hacer constar que este libro es de carácter meramente divulgativo, donde se exponen consejos prácticos para mejorar situaciones personales y/o profesionales. No obstante, las siguientes claves y recomendaciones no son una ciencia exacta, y la información que figura en esta obra no garantiza que se alcancen los mismos resultados que describe el autor en estas páginas, por lo que ni el autor de la obra ni la editorial Mestas Ediciones se hacen responsables de los resultados que se obtengan siguiendo este método. Consulte siempre a un profesional antes de tomar cualquier decisión. Cualquier acción que usted tome, será bajo su propia responsabilidad, eximiéndonos al autor y a la editorial de las responsabilidades derivadas del mal uso de las recomendaciones del libro.

A mi familia, mi esposa Anita Luz, mis hijas,Catalina Ariane, Bernardita Karina, María José,Rubí Ágata y Pedro José Pablo.

PRÓLOGO

En este libro “Amor al prójimo” presento mis artículos escritos para publicarlos en mi página web www.caminandocon-jesus.org y están inspirados en los conceptos que expongo más adelante. En la Biblia encontramos una amplia y significativa presentación del amor humano, en ella tenemos sobre todo la descripción del amor en su dimensión religiosa. Con este concepto entendemos no solamente el amor que tiene por objeto a Dios, sino también el amor al prójimo tal como lo propone el Señor en la Sagrada Escritura.

El amor invita a superar cualquier juicio y a considerarlo como una relación de don y de entrega total a la otra persona, bien sea Dios o bien el hombre. Más aún, el amor auténtico al prójimo depende del amor a Dios: “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: en que amamos a Dios y guardamos sus mandamientos” (1Jn 5,2).

El mundo está habitado por personas de diversas creencias, y las religiones que más fieles reúnen son el cristianismo, judaísmo, hinduismo, islamismo y budismo. Al mismo tiempo, estas mismas confesiones de fe tienen muchas subdivisiones, como en el caso del cristianismo, donde hay católicos, ortodoxos, anglicanos, luteranos, protestantes y evangélicos de diversas denominaciones. En el caso de la religión cristiana, que es la que conozco, en la que tengo fe, y en la que creo, hay muchas cosas importantes que nos unen, la mayor de todas, es que creemos y le creemos a Cristo. A mí me parece que es muy bueno creer en Cristo Jesús, y creerle a él, acoger sus enseñanzas, seguir sus huellas, fiarse de él, saberse acompañado de él para no sentir miedo porque sabemos que siempre está con nosotros, por cuanto hacemos bien en comprometernos con Cristo, sentirle presente en todos los hombres para que cada vez seamos más auténticamente hermanos y sepamos respetarnos.

Creer en Jesucristo es amarle en el prójimo, y todo cuanto hagamos por los demás, ayudarles, ser amables, misericordiosos, compasivos, agradecidos, justos, solidarios, vivir sin rencor ni odiosidad, pacientes, respetuosos, caritativos, etc. Y todo lo que le hacemos a otro, se lo hacemos a Cristo. “Todo cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.” (Mt 25,40) y es así como nos pide Jesús: “Lo que os mando es que os améis los unos a los otros.” (Jn 15,17).

Todo los artículos de este libro están reflexionados de los que he ido aprendiendo de Cristo Jesús, que nos ha enseñado que el primer mandamiento es “El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas y que el segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos.” (Mc 12, 29-31)

Todo viviente ama a su semejante

En la Biblia hallamos expresiones de generosidad, altruismos o filantropía cuando trata el tema del amor al prójimo; sin embargo, el amor al prójimo tiene prevalentemente motivaciones religiosas; más aún, algunas veces se inserta en la experiencia salvífica del éxodo o se fundamenta en el amor del Hijo de Dios a todos los hombres. Tiene más bien un sabor desprendido la sentencia sapiencial del Eclesiástico (Eclo 13,15ss), “Todo viviente ama a su semejante, y todo hombre a su prójimo”, en donde el amor al prójimo se considera como un fenómeno natural.

Un aspecto análogo conserva la exhortación a amar a los esclavos juiciosos y a los siervos fieles: No maltrates al criado que trabaja fielmente, ni al jornalero que pone su empeño. Al criado prudente ame tu alma, y no le prives de la libertad. (Eclo 7,20-21).

Amarás a tu prójimo como a ti mismo

Sin embargo, en otros pasajes la motivación del amor al prójimo es ciertamente de carácter sobrenatural, ya que esta actitud se presenta como un precepto del Señor: “No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. (Lev 19,18), o como lo expresa el Evangelio de Mateo: “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan” (Mateo 5,43-44) o “El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,39), e incluso a veces el amor al hermano se fundamenta en el amor a Dios, por lo que este segundo mandamiento es considerado como semejante al primero sobre el amor al Señor (Mt 22,39).

A este propósito, Juan se expresa así en su primera carta: “Si alguno dice: Amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ama también a su hermano.” (1Jn 4,20-21). Más aún, el amor auténtico al prójimo depende del amor a Dios: “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos” (1Jn 5,2).

La razón del amor al prójimo es de carácter histórico-salvífico o sobrenatural

En realidad, desde los textos más antiguos de la Sagrada Escritura la relación religiosa con Dios está íntimamente vinculada al comportamiento con el prójimo. El decálogo une los deberes para con el Señor: “Entonces pronunció Dios todas estas palabras diciendo: Yo, Yahveh, soy tu Dios… No habrá para ti otros dioses delante de mí… porque yo, Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso… y tengo misericordia por millares con los que me aman y guardan mis mandamientos… No tomarás en falso el nombre de Yahveh, tu Dios. No darás testimonio falso contra tu prójimo. No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo”. (Léase y confróntese (Ex 20,1-17) o como en libro del Deuteronomio 5,6-21).

Además, muchas veces el amor al prójimo en la Biblia se fundamenta en la conducta de Dios: hay que portarse con amor, porque el Señor ha amado a esas personas; que hace justicia al huérfano y a la viuda, y ama al forastero, a quien da pan y vestido. (Amad al forastero porque forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto.) (Dt 10,18ss); o como en el Evangelio de Mateo; Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan… Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos?… (Mt 5,44-48) o en el Evangelio de Lucas; “Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio…”; Lc 6,35s; y en Juan, como tan hermosamente pide Jesús: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva”… (Jn 4,10s). No se trata, por consiguiente, de mera solidaridad humana o de filantropía, ya que la razón del amor al prójimo es de carácter histórico-salvífico o sobrenatural. Por tanto, en la Sagrada Escritura el hecho natural e instintivo del amor ha sido elevado a la esfera religiosa o sobrenatural e insertado en la alianza divina.

¿Quién es el prójimo al que hay que amar?

El primer problema necesario a resolver, cuando se habla del amor al “prójimo”, corresponde al significado de este término. La cuestión difiere mucho de resultar ociosa, ya que semejante pregunta se la dirigió también a Jesús nada menos que un doctor de la ley. Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: Y ¿quién es mi prójimo?” (Lc 10,29). Para el Antiguo Testamento, el prójimo es el israelita, muy distinto del pagano y del forastero. En la Torah encontramos el famoso precepto divino de amar al prójimo como a sí mismo, en paralelismo con la prohibición de vengarse contra los hijos del pueblo israelita; “No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev 19,18). El prójimo, en realidad, indica al hebreo; “Salió al día siguiente y vio a dos hebreos que reñían. Y dijo al culpable: ¿Por qué pegas a tu compañero?” (Ex 2,13) o como en el Levítico: “Siendo juez no hagas injusticia, ni por favor del pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo” (Lev 19,15) y más adelante expone: No odies en tu corazón a tu hermano, pero corrige a tu prójimo, para que no te cargues con pecado por su causa” (Lev 19,17).

El amor al prójimo que pide Jesús

En los Evangelios, cuando se habla del amor al prójimo, se cita a menudo el precepto de la ley mosaica; “Honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 19,19) o “Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas (Mt 22,39) o como en el Evangelio de Marcos; “El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos”. (Mc 12,31) o “y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. (Mc 12,33) y se presupone, al menos en el nivel del Jesús histórico, que el prójimo es el israelita.

No obstante lo anterior, en la parábola del buen samaritano queda superada la posición de que el prójimo es el israelita, ya que en ella el prójimo indica con toda claridad a un miembro de un pueblo enemigo; “Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: Y ¿quién es mi prójimo?… Jesús respondió: Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó… ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?” (Léase y confróntese Lc 10,29-36).

Jesús revolucionó el mandamiento de la ley mosaica que ordenaba el amor al prójimo y permitía el odio al enemigo; “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan”, (Mt 5,43-44).

Amar al prójimo es el cumplimiento de la ley

En las cartas de los apóstoles no pocas veces se apela a la Sagrada Escritura para inculcar el amor al prójimo; “Si cumplís plenamente la Ley regia según la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, obráis bien” (Santiago 2,8). En este precepto del amor fraterno se ve el cumplimiento pleno de la ley; “Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. (Ga 5,14), o como se expresa en Romanos; “Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley”. (Rom 13,8ss).

El amor al forastero, los emigrantes

La ley de Moisés no ignora a los emigrados, a los que se establecen en medio de los israelitas, pero sin ser israelitas. Éstos tienen que ser amados, porque también los hijos de Jacob pasaron por la experiencia de la emigración en Egipto: “Cuando un forastero resida junto a ti, en vuestra tierra, no le molestéis”. (Lev 19,33s). En efecto, Dios ama al forastero y le procura lo necesario para vivir; por eso también los israelitas, que fueron forasteros en tierras de Egipto, tienen que amar al forastero por orden del Señor; “que hace justicia al huérfano y a la viuda, y ama al forastero, a quien da pan y vestido. (Amad al forastero porque forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto.) (Dt 10,18s). El autor de la tercera carta de Juan se congratula con Gayo por la caritativa acogida a los forasteros; “Querido, te portas fielmente en tu conducta para con los hermanos, y eso que son forasteros”. (3Jn 5s).

No amar a los enemigos y las guerras santas de Israel

El Señor en el Antiguo Testamento no manda amar a los enemigos; más aún, en estos libros encontramos expresiones y actitudes realmente desconcertantes para los cristianos. Así, las órdenes de exterminar a los paganos y a los enemigos de Israel nos dejan muy desorientados y hasta escandalizados. Efectivamente, la historia del pueblo hebreo está caracterizada por guerras santas, en las que los adversarios fueron aniquilados en un auténtico holocausto, sin que quedara ningún superviviente ni entre los hombres ni entre los animales, en los libros de Éxodo, los ataques de Israel; “Vinieron los amalecitas y atacaron a Israel en Refidim. Moisés dijo a Josué: Elígete algunos hombres, y sal mañana a combatir contra Amalec. Yo me pondré en la cima del monte, con el cayado de Dios en mi mano. Josué cumplió las órdenes de Moisés, y salió a combatir contra Amalec” (confróntese Ex 17,8ss), o cuando Israel es atacado; “Israel envió mensajeros a decir a Sijón, rey de los amorreos: Quisiera pasar por tu tierra. No me desviaré por campos y viñedos, ni beberé agua de pozo. Seguiremos el camino real hasta que crucemos tus fronteras. Pero Sijón negó a Israel el paso por su territorio; reunió toda su gente y salió al desierto, al encuentro de Israel, hasta Yahás, donde atacó a Israel” (Confróntese Número 21,21ss; 31,1ss).

El exterminio de las poblaciones paganas

También nos desconcierta el aniquilamiento que se expone en el Deuteronomio; “Nos apoderamos entonces de todas sus ciudades y consagramos al anatema toda ciudad: hombres, mujeres y niños, sin dejar superviviente”. (Dt 2,34). En el libro de Josué (Jos), hallamos textos de mucha odiosidad al pagano; “Consagraron al anatema todo lo que había en la ciudad, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, bueyes, ovejas y asnos, a filo de espada” (Jos 6,21), “Prendieron fuego a la ciudad con todo lo que contenía. Sólo la plata, el oro y los objetos de bronce y de hierro los depositaron el tesoro de la casa de Yahveh”. (Jos 6,24), “Entonces Josué tomó a Akán, hijo de Zéraj, con la plata, el manto y el lingote de oro, a sus hijos, sus hijas, su toro, su asno y su oveja, su tienda y todo lo suyo y los hizo subir al valle de Akor. Todo Israel le acompañaba” (Jos 8,24s). Más aún, la Biblia refiere cómo Dios ordenó a veces destinar al anatema, es decir, al exterminio, a todas las poblaciones paganas, sin excluir siquiera a los niños o a las mujeres encinta; “Porque de Yahveh provenía el endurecer su corazón para combatir a Israel, para ser así consagradas al anatema sin remisión y para ser exterminadas, como había mandado Yahveh a Moisés. Por entonces fue Josué y exterminó a los anaquitas de la Montaña, de Hebrón, de Debir, de Anab, de toda la montaña de Judá y de toda la montaña de Israel: los consagró al anatema con sus ciudades. No quedó un anaquita en el país de los israelitas” (Jos 11,20 1S 15,1-3). Además, el salmo 109 contiene fuertes implicaciones contra los acusadores del salmista que han devuelto mal por bien y odio por amor; “En pago de mi amor, se me acusa, y yo soy sólo oración; se me devuelve mal por bien y odio por mi amor: (Salmo 109 4-5). En otros lugares del AT se invoca la venganza divina contra los inicuos (Sal 5,11 28,4s; 137,7ss; Jr 11,20 20,12, etc.).

La superación del odio a los enemigos

No obstante, incluso antes de la venida de Jesús se prescriben en la Torah actitudes que suponen la superación del odio a los enemigos, puesto que se exige la ayuda a esas personas; “Si encuentras el buey de tu enemigo o su asno extraviado, se lo llevarás”. (Éx 23,4ss); “Si tu enemigo tiene hambre, dale de come; si tiene sed, dale de beber” (Prov 25,21). Además, en el A.T. algunos justos supieron perdonar y amar a las personas que los habían odiado y perseguido. Los modelos más claros y conmovedores de esta caridad los tenemos en el hebreo José y en David. El comportamiento del joven hijo de Jacob resulta verdaderamente evangélico y ejemplar. Fue odiado por sus hermanos, hasta el punto de que tramaron su muerte; en vez de ello fue vendido como esclavo a los madianitas; “Vieron sus hermanos cómo le prefería su padre a todos sus otros hijos, y le aborrecieron hasta el punto de no poder ni siquiera saludarle” (léase Gn 37,4 al 28ss). Cuando las peripecias de la vida lo llevaron al ápice de la gloria, hasta ser nombrado gobernador y virrey de todo el Egipto, pudo haberse vengado con enorme facilidad de sus hermanos. Por el contrario, después de haber puesto a prueba su amor a Benjamín, el otro hijo de su madre Raquel, se les dio a conocer, les perdonó, intentando incluso excusar su pecado, y les ayudó generosamente; Ya no pudo José contenerse delante de todos los que en pie le asistían y exclamó: Echad a todo el mundo de mi lado. Y no quedó nadie con él mientras se daba a conocer José a sus hermanos. (Y se echó a llorar a gritos, y lo oyeron los egipcios, y lo oyó hasta la casa de Faraón.) Léase Gn del 45 1 al 50,19).

Amor a los enemigos

También la historia de David parece muy edificante en esta cuestión del amor a los enemigos. En efecto, el joven pastor, después de haber realizado empresas heroicas en favor de su pueblo, fue odiado por Saúl por su prestigio en aumento; más aún, este rey intentó varias veces acabar con su vida y disparó contra él su lanza; “Blandió Saúl la lanza y dijo: Voy a clavar a David en la pared. Pero David le esquivó dos veces”. (1S 18,6-11), le persiguió y lo acorraló: “Se apoderó de Saúl un espíritu malo de Yahveh; estaba sentado en medio de la casa con su lanza en su mano y David tocaba. Intentó Saúl clavar con su lanza a David en la pared; esquivó David a Saúl y la lanza se clavó en la pared; huyó David y se puso a salvo. Aquella misma noche” (1S 19,9-10). En una ocasión, mientras Saúl le perseguía, se le presentó a David la ocasión de eliminar al rey de una simple lanzada. Pero el hijo de Jesé le respetó la vida, a pesar de que sus hombres le invitaban a vengarse de su rival; “Llegó a unos rediles de ganado junto al camino; había allí una cueva y Saúl entró en ella para hacer sus necesidades. David y sus hombres estaban instalados en el fondo de la cueva. Los hombres de David le dijeron: Mira, este es el día que Yahveh te anunció: Yo pongo a tu enemigo en tus manos, haz de él lo que te plazca” (1S 24,4-16 1S 26,6-20).

Noble ejemplo de amor a los perseguidores

Otro noble ejemplo de amor a los perseguidores nos lo ofreció igualmente David al final de su vida, con ocasión de la rebelión de su hijo Absalón; éste quería destronar a su padre, y para ello sublevó a todo el pueblo, obligando a David a huir de Jerusalén; “Al cabo de cuatro años dijo Absalón al rey: « Permíteme que vaya a Hebrón a cumplir el voto que hice a Yahveh. Porque tu siervo hizo voto cuando estaba en Guesur de Aram diciendo: Si Yahveh me permite volver a Jerusalén, daré culto a Yahveh en Hebrón. El rey le dijo «Vete en paz» Él se levantó y se fue a Hebrón”. (2S 15,7ss); persiguió luego al pequeño grupo que había permanecido fiel al rey y les atacó en la selva de Efraín. Allí el rebelde se quedó enredado con su cabellera en las ramas de una encina, y Joab, faltando a las órdenes dadas por David, lo mató clavándole tres dardos en el corazón;”. El rey ordenó a Joab, Abisay y a Ittay: « Tratad bien, por amor a mí, al joven Absalón. » Y todo el ejército oyó las órdenes del rey a todos los jefes acerca de Absalón… Y tomando tres dardos en su mano los clavó en el corazón de Absalón” (Léase Samuel 18,1-15). Cuando el rey tuvo noticias de la muerte de su hijo tembló de emoción, explotó en lágrimas y lloró, gritando amargamente: “Entonces el rey se estremeció. Subió a la estancia que había encima de la puerta y rompió a llorar. Decía entre sollozos: “¡Hijo mío, Absalón; hijo mío, hijo mío, Absalón! ¡Quién me diera haber muerto en tu lugar, Absalón, hijo mío, hijo mío!” (2S 19,1). Este comportamiento desconcertante irritó profundamente a Joab, que reprochó a David amar a quienes lo odiaban; “porque amas a los que te aborrecen y aborreces a los que te aman; hoy has demostrado que nada te importan tus jefes ni tus soldados” (2S 19,7).

Jesús prohíbe formalmente el odio a los enemigos

En el sermón de la montaña no sólo se anuncia la regla de oro: “Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas” (Mateo 7,12 y par), viviendo la cual se destruye toda enemistad, sino que se prohíbe formalmente el odio a los enemigos; más aún, Jesús ordena expresamente amar a esas personas, precepto realmente inaudito para un pueblo acostumbrado a lanzar maldiciones contra sus opresores y perseguidores. El pasaje de Mateo 5,43-48, forma el último de los seis mil paralelismos o antítesis de la amplia sección del sermón de la montaña, en, donde se recoge la nueva ley del reino de los cielos: “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”. (Mt 5,43-48).

Jesús nos pide amar a nuestros enemigos y bendecirlos

Al pedir Jesús “Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan” (Mt 5,44), nos está exigiendo el amor a los enemigos y se enfrenta con la práctica dominante y se inspira en la conducta del Padre celestial, que no excluye a nadie de su corazón y por eso concede a todos sus favores. En el Evangelio de Lucas, no solo se nos reitera lo mismo, amar a los enemigos, sino que además rezar por ellos, bendecirlos y presentarle la otra mejilla, es decir estar siempre dispuesto a perdonarlos; “Pero yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y los perversos. Lc 6,27-35).

El modelo perfecto de este amor a los enemigos

El modelo perfecto de este amor a los enemigos y los perseguidores lo encontramos en la persona de Jesús, que no sólo no devolvía los insultos recibidos y no amenazaba a nadie durante su pasión; “El que, al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no amenazaba, sino que se ponía en manos de Aquel que juzga con justicia”, (1Pe 2,23), sino que desde la cruz suplicaba al Padre por sus verdugos, implorando para ellos el perdón; “Jesús decía: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. (Lc 23,34). El primer mártir cristiano, el diácono Esteban, imitará a su maestro y Señor, orando por quienes lo lapidaban; “Mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: Señor, no les tengas en cuenta este pecado”. (Hech 7,59-60).

Jesús invita a amar a los hermanos

En el Nuevo Testamento, el amor cristiano se presenta como el ideal y el signo distintivo de los discípulos de Jesús. Éstos son cristianos sobre la base del amor: el que ama al hermano y vive para él demuestra que es un seguidor auténtico de aquel maestro que amó a los suyos hasta el signo supremo de dar su vida por ellos. El que no ama permanece en la muerte y no puede ser considerado de ningún modo discípulo de Cristo.

¡Amaos como yo os amo! Jesús invitó a los discípulos a una vida de amor fuerte y concreto, semejante a la suya. En sus discursos de la última cena encontramos interesantes y vibrantes exhortaciones sobre este tema. En el primero de estos grandes sermones, ya desde el principio, Jesús se preocupa del comportamiento de sus amigos en su comunidad durante su ausencia; por eso les dice: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros” (Juan 13,34s). Este precepto del amor es llamado “mandamiento nuevo”, ya que nunca se había exigido nada semejante antes de la venida de Cristo. En efecto, Jesús exige de sus discípulos que se amen hasta el signo supremo del don de la vida, como lo hizo él; “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. (Juan 13,1).

Jesús ama y da la vida por sus amigos

Ciertamente, nadie tiene un amor más grande que el que ofrece su vida por el amigo; “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15,13). En el segundo discurso de la última cena el Maestro reanuda este tema en uno de sus trozos iniciales, centrados precisamente en el amor fraterno: “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado”… Esto os mando: “Amaos unos a otros” (Jn 15,12 y Jn 15,17). Son diversos los preceptos que dio Jesús a sus amigos, pero el mandamiento específicamente “suyo” es uno solo: el amor mutuo entre los miembros de su familia.

Los cristianos deben amarse los unos a los otros

Juan, en su primera carta, se hace eco de esta enseñanza de Cristo: “Éste es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos los unos a los otros” (1Jn 3,11) y también en; “que nos amemos unos a otros. Y en esto consiste el amor: en que vivamos conforme a sus mandamientos. Este es el mandamiento, como lo habéis oído desde el comienzo: que viváis en el amor” (Cf. 2Juan 5s) hasta el don de la vida, siguiendo el ejemplo del Hijo de Dios: “En esto hemos conocido lo que es amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1Juan 3,16). Los cristianos deben amarse los unos a los otros, concretamente, según el mandamiento del Padre; “Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó.” (1Jn 3,23). A imitación de Dios, que manifestó su amor inmenso a la humanidad, enviando a la tierra a su Hijo unigénito, los miembros de la Iglesia tienen que amarse los unos a los otros: “Nosotros amamos porque él nos amó primero” (1Jn 4,19). En realidad, los cristianos tienen que inspirarse en su comportamiento en el amor del Señor Jesús, que llegó a ofrecer su vida por su Iglesia; “y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma”. (Ef 5, 2).

El último día serán juzgados sobre la base del amor concreto a los hermanos: el que haya ayudado a los necesitados tomará posesión del reino; pero el que se haya cerrado en su egoísmo será enviado al fuego eterno; léase y confróntese Mateo 25,31-46.

Amor sincero, concreto y profundo

En los primeros escritos cristianos encontramos continuamente el eco de esta enseñanza de Jesús. Efectivamente, Pablo en sus cartas inculca en diversas ocasiones y en diferentes tonos el amor fraterno: el amor debe ser sincero y cordial: “Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien; amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros”; (Rom 12,9-10). Los cristianos de Tesalónica demuestran que son modelos perfectos de ese amor sincero; “En todo momento damos gracia a Dios por todos vosotros, recordándoos sin cesar en nuestras oraciones. Tenemos presente ante nuestro Dios y Padre la obra de vuestra fe, los trabajos de vuestra caridad, y la tenacidad de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor. Conocemos, hermanos queridos de Dios, vuestra elección”; (1Tes 1,3-4) “Nos acaba de llegar de ahí Timoteo y nos ha traído buenas noticias de vuestra fe y vuestra caridad; y dice que conserváis siempre buen recuerdo de nosotros y que deseáis vernos, así como nosotros a vosotros. Así pues, hermanos, hemos recibido de vosotros un gran consuelo, motivado por vuestra fe, en medio de todas nuestras congojas y tribulaciones”. (1Tes 3,6-8). “En cuanto al amor mutuo, no necesitáis que os escriba, ya que vosotros habéis sido instruidos por Dios para amaros mutuamente. Y lo practicáis bien con los hermanos de toda Macedonia. Pero os exhortamos, hermanos, a que continuéis practicándolo más y más”, (1Tesálonica 4,9).

El amor cristiano no se agota en el sentimiento, sino que ha de concretarse en la ayuda

La generosidad a la hora de ofrecer a los necesitados bienes materiales es signo de amor auténtico; “Y del mismo modo que sobresalís en todo: en fe, en palabra, en ciencia, en todo interés y en la caridad que os hemos comunicado, sobresalid también en esta generosidad. No es una orden; sólo quiero, mediante el interés por los demás, probar la sinceridad de vuestra caridad”. (2Corintios 8,7-9s). Efectivamente, el amor cristiano no se agota en el sentimiento, sino que ha de concretarse en la ayuda, en el socorro, en el compartir; por eso el rico que cierra su corazón al pobre no está animado por el amor; “Si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad”. (1Juan 3,17-18s).

Como expresa San Juan, en realidad, el que sostiene que ama a un Dios que no ve y no ama al hermano a quien ve es un mentiroso, porque es incapaz de amar verdaderamente a Dios; Si alguno dice: « Amo a Dios », y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano. (1Juan 4,20-21). Pero también es verdad lo contrario: la prueba del auténtico amor a los hermanos la constituye el amor a Dios; “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos”. (1Juan 5,2).

Dar gracias a Dios y orar por los amigos

Los padres y los pastores de las Iglesias se alegran y dan gracias a Dios cuando constatan que el amor fraterno se vive entre los cristianos; “Noche y día, me acuerdo de ti en mis oraciones”. (2Timoteo 1,3), “Por eso, también yo, al tener noticia de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestra caridad para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros recordándoos en mis oraciones” (Efesios 1,15), “Damos gracias sin cesar a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por vosotros en nuestras oraciones”, (Colosense 1,3s); “Sed perseverantes en la oración, velando en ella con acción de gracias; orad al mismo tiempo también por nosotros para que Dios nos abra una puerta a la Palabra, y podamos anunciar el Misterio de Cristo”.“Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos”; (Colosense 3,14); Con el fin de llegar a una fraternidad sincera, amaos entrañablemente unos a otros; “para amaros los unos a los otros sinceramente como hermanos. Amaos intensamente unos a otros con corazón puro” (1Pedro 22).

Estar animados por el amor fraterno

Todos los cristianos tienen que estar animados por el amor fraterno, pero de manera especial los ancianos; “que los ancianos sean sobrios, dignos, sensatos, sanos en la fe, en la caridad, en la paciencia, en el sufrimiento”, (Tito 2,2) este amor, aunque tiene como objeto específico a los miembros de la Iglesia, incluye el respeto para con todos; “Honrad a todos, amad a los hermanos, temed a Dios”, (1Pedro 2,17), “Ante todo, tened entre vosotros intenso amor, pues el amor cubre multitud de pecados. Sed hospitalarios unos con otros sin murmurar. Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios” (1Pedro 4,8-10).

Así, el que está empapado por este amor fraterno permanece en la luz, vive en comunión con Dios, que es luz; “Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna. Si decimos que estamos en comunión con él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos la verdad. Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, (1Juan 1,5-8).

Dios mora en el corazón del que ama a su hermano, a su amigo, a su prójimo

Termino esta segunda parte, comentado que no cabe duda que Dios mora en el corazón del que ama a su hermano, a su amigo, a su prójimo. El amor se identifica realmente con Dios; es una realidad divina, una chispa del corazón del Padre comunicada a sus hijos, ante la cual uno se queda admirado, lleno de asombro. San Pablo exalta hasta tal punto esta virtud del amor que llega a colocarla por encima de la fe y de la esperanza, puesto que nunca podrá fallar: en la gloria del reino ya no se creará ni será ya necesario esperar, puesto que se poseerán las realidades divinas, pero se seguirá amando; más aún, la vida bienaventurada consistirá en contemplar y en amar (1Corintios 13). Por consiguiente, el que ama posee ya la felicidad del reino, puesto que vive en Dios, que es amor. La salvación eterna depende de la perseverancia en el amor; “Con todo, se salvará por su maternidad mientras persevere con modestia en la fe, en la caridad y en la santidad”. (1Timoteo 2,15). Dios, en su justicia, no se olvida del amor de los creyentes, concretado en el servicio; “Porque no es injusto Dios para olvidarse de vuestra labor y del amor que habéis mostrado hacia su nombre, con los servicios que habéis prestado y prestáis a los santos”. (Hebreos 6,10). Por eso los cristianos animados por el amor aguardan con confianza el juicio de Dios: “En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del Juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amemos, porque él nos amó primero”. (1Jn 4,17-19).

REGALAR MISERICORDIA Y ALEGRÍA AL PRÓJIMO

“Vete y haz tú lo mismo.”

(Lc 10, 37)

Habrá más alegría por un solo pecador que se convierta

Los evangelios acreditan con fuerza el rostro de un Jesús apasionado por los pobres, los enfermos y los pecadores. Y lo impactante es ver como él no hace ninguna diferencia entre los hombres, ni de raza ni de nacionalidad. Jesús distribuye a manos llenas el perdón y abre todo su corazón de modo generoso y empapado de misericordia. Para los fariseos esta actitud de Jesús es una práctica escandalosa, pues a ellos les perturba los criterios religiosos más indiscutibles de su forma de ser, y está en discrepancia con el pensamiento más común de Dios que tienen los religiosos de esa época. Sin embargo, para Jesús esta actitud revela el verdadero rostro de Dios, que no quiere otra cosa que darse a su pueblo. Con mucha claridad, esto se revela, a modo de ejemplo, en las parábolas de Lucas narradas en el evangelio de la oveja que se había perdido, de la mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra, y del padre misericordioso que espera el regreso de su hijo. Tres relatos de Lucas 15, donde Jesús muestra la práctica de la misericordia de su corazón y hace presente la misericordia del Padre.

Se pueden mencionar muchos relatos donde se revela la práctica de la misericordia de Jesús y en él la del Padre, pero en estos tres relatos que he mencionado, hay un factor común que me parece importante destacar y es la alegría de Jesús, la alegría del Padre. La parábola de la oveja perdida pide: “Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido.” (Lc 15, 6); la parábola del dracma perdido pide; “Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido.” (Lc 15,9); la parábola del hijo que estaba muerto y ha vuelto a la vida; “convenía celebrar una fiesta y alegrarse” (Lc 15,32.)