El regreso de la novia fugada - Melanie Milburne - E-Book

El regreso de la novia fugada E-Book

Melanie Milburne

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Bianca 2984 De una boda frustrada… ¿a una noche de bodas? La súper modelo Elodie Campbell estaba dispuesta a demostrarle a la prensa rosa que se había equivocado con ella. Sin embargo, para hacer realidad su marca de ropa necesitaba apoyo financiero y su mejor opción era Lincoln Lancaster, su ex prometido. Elodie amaba a Lincoln, pero no se había querido casar con él porque había tenido miedo a convertirse en una esposa florero y nada más. En esos momentos, lo que Lincoln le pedía a cambio de ayuda no era nada sencillo: debía convertirse en su esposa de conveniencia. ¿Y cuál era la mayor complicación? La irresistible química que seguía habiendo entre ellos.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 170

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2021 Melanie Milburne

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El regreso de la novia fugada, n.º 2984 - febrero 2023

Título original: A Contract for His Runaway Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411413817

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ELODIE Campbell se miró el reloj y maldijo entre dientes. Para una vez que llegaba a tiempo, le hacían esperar. ¿Quién era ese tipo que pensaba que podía tenerla allí, hecha un manojo de nervios?

Aquella reunión era su última oportunidad para conseguir financiación para su negocio, así que tenía que prosperar.

Para entretenerse e intentar tranquilizarse, había hojeado las revistas que tenía delante cinco veces. En una aparecía ella misma en Dubái. Después, se había tomado dos cafés. Tal vez el segundo no había sido buena idea, porque estaba muy nerviosa.

Pasaron ocho minutos y medio más y Elodie sintió ganas de gritar con tanta fuerza que se rompiesen los cristales de aquellas oficinas tan bonitas situadas en la última planta de un alto edificio londinense. Normalmente la esperaban a ella. Su gemela, Elspeth, había heredado el gen de la puntualidad, pero Elodie siempre llegaba tarde.

Cuanto más esperaba, más nerviosa se ponía. ¿Y si aquella reunión salía como la anterior? Se estaba quedando sin alternativas, en especial, después del último escándalo en el que se había visto envuelta. Y, si no conseguía que la financiasen, no podría dejar atrás su carrera como modelo de lencería. Elodie quería demostrar que era algo más que un cuerpo. Quería diseñar su propia colección de vestidos de fiesta, pero necesitaba que alguien la apoyase para poder empezar.

Cinco minutos más tarde, Elodie suspiró y se levantó del sofá. Se acercó a la recepcionista con una sonrisa forzada y le preguntó:

–¿Podría decirme cuándo va a poder atenderme el señor Smith?

–Siento mucho la espera. No tardará –le respondió la otra mujer, sonriendo con educación.

–Mire, tenía cita a las…

–Lo comprendo, señorita Campbell, pero es un hombre muy ocupado. Ha hecho un hueco en su agenda para usted, así que supongo que le ha causado una buena impresión.

–Todavía no lo conozco. Lo único que sé es que me dijeron que estuviese aquí puntual hace media hora, no sé nada más.

La recepcionista miró el intercomunicador, en el que había encendida una pequeña luz verde. Levantó la vista de nuevo hacia Elodie y volvió a sonreírle de manera educada.

–Gracias por su paciencia. El señor Smith la recibirá ahora. Por favor, pase. Es la tercera puerta a la derecha. El despacho del fondo.

Eso significaba que era el jefe. Elodie se dirigió a la puerta y respiró hondo antes de llamar, aunque no consiguió tranquilizarse.

–Adelante.

De repente, apoyó la mano en el pomo de la puerta y sintió pánico. La voz profunda de la persona que había al otro lado hizo que se le erizase el vello. Se pasó la lengua por los labios que tenía acartonados, le costó trabajo tragar saliva. Debían de ser los nervios. Iba a encontrarse con un tal señor Smith. ¿Cómo era posible que la voz de este se pareciese tanto a la de su exprometido?

Abrió la puerta y clavó la vista en el hombre alto y moreno que había detrás del enorme escritorio.

–¿Tú? –inquirió, notando que le ardían las mejillas y otras partes del cuerpo en las que prefería no pensar en esos momentos.

Lincoln Lancaster se levantó del sillón con gracia felina y su habitual gesto cínico, arqueando una ceja oscura, mirándola con sus ojos azules verdosos y esbozando una sensual sonrisa. Llevaba el pelo ondulado peinado hacia atrás, como si acabase de apartárselo de la cara con los dedos e iba vestido con un traje de tres piezas que le sentaba como un guante y enfatizaba sus anchos hombros, el pecho musculado, el abdomen plano y las caderas estrechas. Era un hombre potente, poderoso y persuasivo, que siempre conseguía lo que quería.

–Tienes buen aspecto, Elodie.

Su sensual voz le trajo unos recuerdos que Elodie se había pasado años intentando borrar, imágenes eróticas que hicieron que fuese todavía más consciente de todo en él: su respiración, su mirada, cada uno de sus movimientos.

Cerró la puerta con firmeza y agarró su bolso con fuerza.

–¿Cómo te has atrevido a engañarme para hacerme venir?

Él la miró como si aquello lo divirtiese, lo que la enfadó todavía más.

–Ya sabes la respuesta. Quería verte y este me parecía el único modo de conseguirlo.

–¿Señor Smith? –dijo ella, resoplando–. ¿No se te ha ocurrido nada más original? ¿Y por qué no me has citado en tu oficina de Kensington?

–En otra vida habría podido llamarme Smith –le dijo él–. Utilizo este despacho un par de veces a la semana, ya que estamos reformando el otro.

Hizo un ademán para indicarle que se sentase.

–Ponte cómoda. Tenemos que hablar.

Elodie continuó de pie, con los puños tan apretados que se le estaban clavando las uñas en la palma de la mano y en el bolso de suave piel.

–No tengo nada de qué hablar contigo. No tienes derecho a hacerme perder el tiempo trayéndome aquí con falsos pretextos.

–Siéntate –le ordenó él de manera implacable.

Elodie levantó la barbilla. Durante su relación, habían pasado mucho tiempo discutiendo. Ambos tenían un carácter fuerte y sus apasionadas peleas casi siempre habían terminado resolviéndose en la cama. La posibilidad de que aquella discusión terminase así hizo que se le acelerase el pulso.

–Intenta obligarme –replicó ella con desdén.

Lincoln sonrió de medio lado.

–Me resulta tentador, pero lo que quiero ahora es hacerte una propuesta.

–¿Una propuesta? –repitió ella, abriendo las manos y riendo con incredulidad–. No hay nada que me puedas proponer que me resulte irresistible.

Hubo un largo silencio, un silencio tan intenso que a Elodie se le erizó el vello de los brazos de la tensión.

La mirada de Lincoln era indescifrable. Se levantó, rodeó el escritorio y se apoyó en él. Elodie lo tenía tan cerca que podía aspirar el olor de su aftershave. Olía a cítrico, a fresco y a limpio, y también a bosque después de una tormenta. Sus ojos eran una mezcla extraña de azul y verde, con la profundidad del océano. Elodie no podía apartar la mirada de la sombra que cubría su mandíbula. ¿Cuántas veces había pasado las manos por su barba? ¿Cuántas veces la había sentido arañándole la sensible piel de los muslos?

Llevó la mirada a sus labios y se le hizo un nudo en el estómago. De repente, le costó respirar. Aquellos labios tan sensuales habían explorado cada centímetro de su cuerpo, le habían proporcionado un placer inmenso una y otra vez. No había tenido otro amante como Lincoln Lancaster. Nadie había conseguido hacer que se sintiese igual.

–¿Y si volvemos a empezar? –le sugirió él en tono amable, sin dejar de mirarla–. Tienes buen aspecto, Elodie.

Esta intentó tragarse el nudo que tenía en la garganta, intentó tragarse el orgullo, intrigada por aquel repentino cambio de táctica.

–Gracias –le respondió, sentándose no para obedecerlo, sino porque le temblaban las piernas.

Se apoyó el bolso en el regazo y jugó con el cierre plateado.

–¿Has dicho que querías hacerme una propuesta? –le preguntó.

Lincoln se puso en pie y luego volvió a sentarse en su sillón. Apoyó uno de los antebrazos en la mesa y con la otra mano tomó una pila de papeles.

–Quería proponerte un negocio –le dijo con los ojos brillantes–. Supongo que no esperabas otro tipo de propuesta, ¿no?

–No pienso que quieras repetir errores del pasado –le contestó ella.

Él volvió a sonreír.

–He oído que estás buscando a alguien para que financie tu marca de ropa –le dijo–. ¿Quieres oír mis condiciones?

Elodie se humedeció los labios con la punta de la lengua. ¿Podía ser aquella la oportunidad de hacer realidad sus sueños? Nunca había pensado en convertirse en modelo de lencería, pero había desempeñado el papel con aplomo. Lincoln le estaba ofreciendo una salida, pero ¿en qué condiciones? Era uno de los hombres de negocios con más éxito de todo el país. ¿Vería su propuesta de negocio como una apuesta segura?

–¿Quieres financiarme? ¿Por qué?

Él se encogió de hombros, su expresión era indescifrable.

–No dejo que las emociones me impidan cerrar un buen trato.

¿Significaba eso que confiaba en que Elodie iba a tener éxito?

–¿Y piensas que mi idea de negocio es buena?

–¿Qué opinas tú? –le preguntó él.

–Yo… sí, lo pienso.

–Eso no me vale. Si no crees en ti misma, nadie lo hará.

Su tono de voz hizo que Elodie pusiese la espalda recta.

–Creo en mí. Llevo un tiempo queriendo dejar de ser modelo. Quiero demostrar que tengo algo más que ofrecer que mi físico.

Lincoln arqueó una ceja.

–¿Estás segura?

Elodie levantó la barbilla y lo miró a los ojos.

–Lo estoy.

Lincoln le acercó los documentos que tenía en la mano.

–Bien. Estas son mis condiciones. Puedes leerlas con toda tranquilidad, pero, si prefieres, te hago un resumen.

Elodie dejó el bolso en el suelo y tomó el documento, pero supo que tardaría siglos en leerlo con atención debido a su dislexia. Él también lo sabía, aunque siempre hubiese sido muy comprensivo con ella en el pasado. Había sido otro de los motivos por los que Elodie había pensado que le importaba por algo más que por su aspecto físico, pero la había engañado.

–Hazlo, por favor –le pidió.

Lincoln apoyó la espalda en el sillón, adoptando una postura relajada, casi demasiado relajada.

–Te proporcionaré la financiación necesaria para que lances tu marca.

Dijo una cifra que hizo que Elodie arquease las cejas con sorpresa. Sabía que Lincoln tenía mucho dinero, pero aquello era demasiado, sobre todo, considerando cómo había terminado su relación.

Parpadeó, tenía el corazón a punto de salírsele del pecho.

–¿Y por qué querrías hacer algo así?

–Deja que te explique mis condiciones y no me interrumpas –le contestó él, levantando una mano y volviéndola a bajar–. El dinero será tuyo si accedes a ser mi esposa durante seis meses.

Elodie lo miró con incredulidad, se preguntó si se trataba de una broma. Frunció el ceño y se inclinó hacia delante para dejar los papeles encima de la mesa.

–¿Te estás burlando de mí?

Lincoln tomó un bolígrafo de oro y lo hizo girar entre sus dedos.

–No, no es una broma.

Ella tragó saliva e intentó no clavar la vista en sus dedos, intentó no recordar cómo habían recorrido su cuerpo aquellos dedos para darle placer. Se obligó a mirarlo a los ojos.

–Sabes que no puedo hacer eso.

Él dejó el bolígrafo.

–Como quieras, pero te advierto que mi oferta solo será válida durante veinticuatro horas.

Elodie se levantó con brusquedad. Deseó darle una bofetada por ser tan arrogante. Quiso agarrarlo por la pechera de la camisa y… y… besarlo. ¡No! No quería acercarse a sus sensuales labios.

–No me puedo creer que estés haciendo esto. ¿De verdad pensabas que te iba a decir que sí?

–Necesito una esposa durante seis meses. Es tan sencillo como eso.

–Estoy segura de que tienes muchas candidatas entre las que escoger.

–Sí, pero te quiero a ti.

–¿Y la mujer con que estabas la última vez que nos encontramos? Parecía estar locamente enamorada de ti. Me sorprendió que pudieses respirar, con la fuerza con la que te abrazaba.

Él sonrió, le brillaron los ojos.

–Estaba enamorada de mí. Por eso no es la persona adecuada en este caso.

Elodie frunció el ceño.

–No lo entiendo… ¿Estás diciendo que no quieres…?

–No me sirve alguien que se enamore de mí si solo quiero que sea mi esposa durante seis meses.

Elodie se puso detrás de la silla en la que había estado sentada y se agarró al respaldo con ambas manos. Tenía un incómodo hormigueo en el estómago.

–¿Y por qué solo seis meses?

Él se levantó también y se quitó la chaqueta para colgarla en el respaldo del sillón. Sus movimientos eran metódicos, precisos, como si estuviese preparando mentalmente un discurso. Su expresión era más seria de lo normal.

–Mi madre está muy enferma y quiere ver que he sentado la cabeza antes de morir.

Elodie lo miró confundida.

–¿Tu madre? Pero si me dijiste que había fallecido un par de meses antes de que nos conociésemos.

Él sonrió con amargura.

–Esa era mi madre adoptiva. A mi madre biológica la he conocido hace solo un par de años.

Ella lo miró con sorpresa y sintió que se le encogía el corazón. Entonces, ¿era adoptado? ¿Por qué no se lo había contado antes? Conocía cada centímetro de su cuerpo, sabía cómo le gustaba el café, qué marca de ropa prefería, cuáles eran sus gustos literarios y cinematográficos, sabía qué gesto ponía al llegar al clímax… pero Lincoln nunca le había contado aquello tan importante.

–Nunca me dijiste que eras adoptado. ¿Lo sabías cuando…?

–Siempre lo he sabido.

–¿Pero preferiste no contármelo a pesar de que me pediste que me casara contigo? –inquirió ella en tono enfadado, sintiéndose dolida.

Eso no hacía más que confirmar sus sospechas de que Lincoln no había estado enamorado de ella. Había sentido atracción, pero nada más. La había elegido por su aspecto físico, no por ella.

Y, por desgracia, esa era la historia de su vida.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

TÚ decidiste no casarte conmigo, ¿recuerdas? –replicó él con cierta amargura.

Jamás lo admitiría delante de ella, pero, en realidad, le había hecho un favor al dejarlo plantado en el altar siete años antes. Eso lo había motivado a construir un imperio que se había convertido en uno de los mayores de toda Inglaterra, e incluso del mundo. Había cuadruplicado sus ingresos y había conseguido una cartera de clientes con la que ni siquiera había podido soñar. Todo lo que tocaba se convertía en oro. Nada se interponía en su camino cuando se proponía un objetivo.

Nada ni nadie.

Pero al ver a Elodie se habían despertado en él ciertos sentimientos que también eran difíciles de ignorar. Sentimientos que había aplastado, enterrado y desechado con implacable determinación.

La belleza de Elodie había sido siempre cautivadora. Su pelo rojizo y largo parecía el de una sirena. Su rostro en forma de corazón, con los pómulos marcados, la nariz respingona y los labios pronunciados lo habían atraído nada más verla. Era delgada, pero femenina, y deseó pasar las manos por su cuerpo como lo había hecho en el pasado.

Además, tenía un carácter fuerte, peleón, era apasionada e impulsiva, y ninguna otra mujer lo había excitado tanto como ella. No se le había olvidado lo interesante que le había resultado discutir con Elodie y terminar en la cama. Se excitaba solo de pensarlo.

Ninguna mujer se había enfrentado a él como Elodie.

Y ninguna lo había humillado como ella.

La propuesta de negocio que le estaba haciendo en esos momentos era una manera de resarcirse. Si Elodie la aceptaba, en esa ocasión sería él quien terminaría su relación. La había amado y la había perdido y jamás volvería a darle la oportunidad de volver a burlarse de él.

Elodie se apartó de la silla a la que se estaba agarrando y se abrazó por la cintura.

–Creo que la decisión de dejarte plantado fue la correcta –le dijo, dedicándole una fría mirada–. ¿Cómo pudiste ocultarme algo tan importante?

Lincoln se encogió de hombros.

–Nunca había hablado del tema con nadie.

–¿Por qué? ¿Te avergonzabas de ello? ¿Te enfadaba que te hubiesen abandonado de niño?

–Ni me avergonzaba ni me enfadaba.

En cuanto había tenido la edad suficiente, le habían dicho que era adoptado. Sus padres adoptivos habían sido cariñosos y comprensivos y, en general, había tenido una niñez feliz. También había sabido que sus hermanos pequeños sí que eran hijos biológicos de sus padres, pero nunca se había sentido menos importante que ellos.

–Ya que hablamos de ocultar información… ¿Por qué decidiste dejarme plantado en el altar en vez de hablar conmigo acerca de lo que te preocupaba? Nunca me lo has explicado, ni te has disculpado en persona.

Elodie se ruborizó y apartó la mirada.

–Siento haberte avergonzado. No podía… no podía hacerlo.

Lincoln juró entre dientes.

–Lo mínimo que podrías haber hecho es decírmelo antes. Me habría ahorrado mucho dinero.

–Entonces, ¿lo que más te molestó fue el dinero? –inquirió ella, fulminándolo con la mirada–. Fuiste tú quien quiso una gran boda y quien insistió en pagarlo todo.

–Porque no quería cargar a tu madre con los gastos. Sabía que tu padre no os ayudaría.

Elodie se inclinó a recoger el bolso del suelo y la larga melena brillante le ocultó el rostro por un instante. Se puso recta y volvió a colocárselo detrás de los hombros.

–Me tengo que marchar.

Él deseó poder acariciar la suave melena y aspirar su olor. Había tardado meses en deshacerse del aroma de su perfume en casa a pesar de que le había pedido a su ama de llaves que borrase cualquier rastro de Elodie de ella. Todas las habitaciones le habían olido a ella.

–Quiero una respuesta antes de mañana a las cinco de la tarde.

Elodie lo desafió con la mirada y él sintió deseo.

–Ya te he dado mi respuesta: no vuelvas a ponerte en ridículo pidiéndomelo otra vez. No.

Lincoln apoyó la cadera en el escritorio y se cruzó de brazos. No había esperado que la respuesta fuese afirmativa en un principio. Elodie no solía ceder con facilidad y lo cierto era que la admiraba por ello, pero, después de haber vuelto a verla, sabía que no era completamente inmune a él y eso le daba la convicción de que, antes o después, aceptaría sus condiciones.

El hecho de que él tampoco fuese inmune a Elodie era un tema en el que ya pensaría más adelante. No iba a permitir que volviese a tener poder sobre su persona.

–No te dejes llevar por las emociones. Puedo ayudarte a hacer realidad tu sueño. Podemos salir ganando los dos.

–¿Por qué estás haciendo esto?

–Ya te lo he dicho. Necesito una esposa.

–Pero casarte con alguien a quien no amas no es precisamente una buena manera de honrar a tu madre biológica durante las últimas semanas o los últimos meses de su vida. ¿No se dará cuenta de que no es amor de verdad?

–Nina Smith sabe que me dejaste hace siete años. Es una romántica empedernida que piensa que jamás seré feliz si no vuelvo contigo. No le gusta ver que voy de mujer en mujer y quiere que siente la cabeza antes de que ella falte.

Esbozó una sonrisa cínica y después añadió:

–Tú ya fingiste que me amabas en el pasado, estoy seguro de que puedes volver a hacerlo, sobre todo, teniendo en cuenta el dinero que te voy a pagar.

Ella apretó los labios.

–Si aceptase tu oferta… no me acostaría contigo.

Lincoln se apartó del escritorio y tomó el documento, se lo tendió.

–No será necesario, eso también está en el contrato, en la página tres.

Elodie aceptó el documento como si se tratase de una bomba. Lo apoyó en el escritorio y empezó a leer.

–¿Un matrimonio de conveniencia? –le preguntó, mirándolo a los ojos.