El secreto de la tierra y los primeros dioses - Pablo Orellana - E-Book

El secreto de la tierra y los primeros dioses E-Book

Pablo Orellana

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Beschreibung

Durante la noche del vigesimoquinto aniversario de la guerra de los Sueños, las melodías del arpa, el pandero y el laúd flotaban en la sala del trono del castillo. Los asistentes a la celebración ignoraban lo que se desataría cuando el vino y el banquete se asentaran en sus cuerpos. Hasta aquella velada, Ur era respetada y temida por los reinos cercanos, quienes también codiciaban el misterioso poder oculto detrás de sus murallas. El secreto de la tierra y los primeros dioses transporta al lector a un mundo donde las deidades están más cerca de lo que la imaginación humana puede creer. La muerte, la amistad, la sed de conquista y el idealismo arrastrarán a los personajes a sangrientas luchas por cambiar la sociedad donde viven.

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EL SECRETO DE LA TIERRA 

Y LOS PRIMEROS DIOSES

Pablo Orellana

PRIMERA EDICIÓN
Diciembre 2021
Editado por Aguja Literaria
Noruega 6655, departamento 132
Las Condes - Santiago - Chile
Fono fijo: +56 227896753
E-Mail:  [email protected]
Sitio web:  www.agujaliteraria.com
Facebook:  Aguja Literaria
Instagram:  @agujaliteraria
ISBN: 9789564090061
DERECHOS RESERVADOS
Nº inscripción: 2021-A-7901
El secreto de la tierra y los primeros dioses
Pablo Orellana
Queda rigurosamente prohibida sin la autorización escrita del autor,bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obrapor cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático
Los contenidos de los textos editados por Aguja Literaria son de la exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan el pensamiento de la Agencia
TAPAS
Ilustración: GENZO
Diseño: Josefina Gaete Silva

ÍNDICE

El cristal

Una fiesta en el castillo

Orfanato

Contrato de la EDE

Despertar

Miriam

Rescate

La batalla de los dioses

El puente de los Condenados

Un nuevo rey

Una gran diferencia

KaphkaYahvehHades

Quizás les cuente la historia de un mesíaso un diluvio universal,tal vez ambas...

El cristal

Hace mucho tiempo, una gran guerra se desató en los reinos de poniente. Dirigido por el rey Sephnas, el ejército de Ur marchó con inclemencia hasta el reino de Kah, con el único objetivo de destruirlo todo.

Sephnas era un hombre de abundante barba y espalda ancha, fuerte, severo y con una espectacular destreza con la espada; además, poseía la habilidad de predecir el futuro mediante sueños proféticos, característica que lo llevó a conseguir el ejército más grande de la historia, conquistando y sometiendo durante años todas las ciudades y tribus cercanas al reino de Ur.

Cegado por su ambición y el temor al cumplimiento de cierta profecía, no encontró más que dolor y muerte para su gente. Pues la muralla de Kah, ubicada entre las dos mitades de la montaña partida, resultó ser impenetrable.

Encontrándose con arqueros eficientes y soldados imparables, el rey de Ur tuvo que enfrentar a las enormes bestias de la isla de Rugiet: tigres y leones enormes de diferentes razas, que con sus afilados y enormes colmillos, devoraban y despedazaban sin piedad a los hombres, quebrando y penetrando en sus armaduras como si fueran papel.

El apoyo de los pueblos que habitaban el norte fue clave durante la batalla en defensa de la muralla. Hombres salvajes y feroces, sin miedo a la muerte, pelearon con valentía para defender a sus familias y la tierra que los vio nacer.

Sucedió entonces, que luego de dos días de enfrentamiento, los soldados de Ur empezaron a perder la esperanza, frustrados por no lograr su cometido.

—¡Señor, debemos retirarnos! —gritó agitado el general Seodher, mientras luchaba desesperadamente en su intento por aniquilar a todo aquel que encontraba en su camino.

—¡No! —respondió furioso el rey Sephnas, con tono enérgico y determinante, poco acostumbrado a obedecer una idea que no naciera de él.

El rey observaba con impotencia la escena, sus soldados caían por centenares, mientras él movía sus ojos a tal velocidad que parecía que escaparían de sus cuencas en cualquier momento. Luego se giró hacia el general y vociferó:

—¡En mi sueño, el castillo de Yahveh ardía en llamas! ¡El reino de Kah nos destruirá, si no los acabamos antes!

Furioso por la terquedad de su rey, el general Seodher lo levantó con violencia, sujetándolo de la pechera y lo reprendió:

—¡Entonces volvamos a nuestra ciudad y defendámosla! ¡Nuestros arietes y torres fueron destruidos, y nuestro ejército masacrado! ¡Te advertí que no podías confiar en los duedinos! ¡A la primera oportunidad cambiaron de bando y nos atacaron! ¡Ese muro no caerá hoy, eso puedo aceptarlo! ¡Pero morir aquí sin defender a mi esposa y a mi hijo…! ¡Eso no…! ¡No puedo permitirlo!

Sephnas permaneció estupefacto, intentando procesar las palabras de Seodher. Al mismo tiempo, luchaba contra su orgullo, el cual le impedía retractarse de su cometido. Frustrado y asustado, observaba las heridas de sus soldados y el cansancio en sus ojos, sus desesperados intentos por mantenerse en pie y seguir peleando. Inmerso en sus pensamientos, solo salió de este estado al sentir que Seodher ya no lo sujetaba con tanta fuerza. Tras dirigir la vista hacia su general y amigo, notó con horror que una flecha atravesaba su espalda.

En ese momento, fue el rey quien sujetó a su general. De la boca del hombre comenzó a brotar sangre, hasta que se desplomó en sus brazos. De inmediato, el rey lo recostó sobre la tierra húmeda y ensangrentada, mientras los soldados se acercaban para cubrirlo con sus escudos formando un perímetro.

Ahogándose en su sangre, Seodher sabía que pronto se encontraría con Hades.

—Mi hijo… cuida a mi hijo… —susurró con debilidad.

—Tu hijo te visitará en el inframundo, pues él tomará tu lugar. Y su hijo tomará el de él. Pues los hijos de Ur reencarnan en guerreros hasta cumplir la misión que su rey les ha encomendado.

Con ira en el corazón, Seodher utilizó sus últimas fuerzas para intentar golpear a Sephnas, quien le sostuvo los brazos con firmeza mientras lo veía morir.

Humillado y derrotado, el rey huyó de regreso a la ciudad de Ur, con solo dos mil quinientos de los treinta y seis mil soldados que lo acompañaron en su cruzada. Detrás de ellos, el gran ejército de Kah avanzó en busca de venganza, tratando de terminar lo que Sephnas comenzó.

Luego de una breve batalla, y a pesar de los esfuerzos de los urimerios, las murallas de Ur fueron penetradas y la ciudad ardió en llamas, tal y como había sucedido en los sueños de Sephnas.

Mientras los soldados enemigos intentaban abrir las puertas del castillo de Yahveh, ubicado en el centro de la ciudad, un destello de luz atravesó las ventanas y nubló la vista de todos en la ciudad. De pronto, la luz tomó forma y despojó de sus almas a los soldados y bestias enemigas que se encontraban tanto dentro como fuera de las murallas. El misterioso resplandor dejó con vida tan solo a Khalimer, rey de Kah, y a una fracción de su caballería, quienes observaban lo sucedido desde la distancia.

Los habitantes y soldados de Ur, llenos de dudas y temerosos de aquel poder, se dirigieron al palacio y encontraron al rey Sephnas y la reina Helena muertos a los pies de un enorme cristal.

Como una estrella bajada del cielo, el cristal iluminó el castillo, expulsando su intensa luz blanca a través de los ventanales y vitrales. Algunos aseguraron que se podían escuchar voces desde el interior, muchos pensaron que estaban encerradas las almas de los reyes. Por tal motivo, el guardián del castillo de aquel entonces, Abithur de Brienth, decidió dejar el cristal en la cima para recordarnos que los reyes del pasado nos vigilan y protegen.

Desde entonces la ciudad de Ur ganó el respeto y temor de las demás naciones. Sus límites con el reino de Kah quedaron delimitados por el río Muerto, una corriente de agua amarga y helada que nacía en la cordillera y desembocaba en el mar junto al faro de Hades, una enorme torre de marfil negro, tan antigua como la creación del mundo, que se erguía sobre las aguas, iluminando las costas con una llama imperecedera que ninguna tormenta podía extinguir.

Con el paso del tiempo, la historia de la guerra y de cómo fue derrotado el ejército de Kah se esparció por el mundo. Los reinos que antes fueron enemigos de Ur, empezaron a pagar tributo por temor a su poder y su magia.

Si estás leyendo esto, significa que quieres saber cómo comenzó todo, el origen del mundo y sus deidades. Sin embargo, déjame aclararte que no hablo del mundo que conoces, sino de uno mucho más pequeño, aunque no distante.

Palabras de Nathalith, escriba del rey.

Una fiesta en el castillo

Entre risas y cantos, bailes y música se encontraba la ciudad de Ur. Aquel cálido día de verano se celebraba el veinticincoavo aniversario del final de la guerra; por tal motivo, la ciudad se adornaba con miles de cristales colgados en cada casa, tienda y bazar. No había puerta o ventana que careciera de un cristal blanco, en representación al de mayor tamaño ubicado en la torre más alta del castillo de Helena, el cual albergaba el cristal desde el año seis después de la guerra. Como símbolo de paz, se erigía sobre el monte Munhadar en el centro de Ur, entregando esperanza y salud a los habitantes del reino.

Los habitantes de Ur eran felices. Pasado un tiempo después de la guerra, se descubrió que las cualidades del cristal impedían las enfermedades, así que personas de diversas partes del mundo acudían al reino para beneficiarse de sus cualidades curativas. Dolencias como la lepra, la fiebre, la capria y las lesiones físicas, entre otras, se curaban pasando tan solo unos días en el interior de la zona santa delimitada por las estatuas de Yahveh. En consecuencia, los ingresos económicos del reino se multiplicaron y este, a su vez, prosperó.

Ur era una ciudad religiosa, su cultura se basaba en la creencia del Padre y sus cuatro hijos: Zheno, Kaphka, Hades y Yahveh. Estatuas y templos se alzaban en sus calles, principalmente dedicados a Yahveh, la diosa de la vida, quien, según se contaba, había habitado cientos de años atrás el castillo que llevaba su nombre. Las viviendas poseían agua potable y alcantarillado, además de un par de pilares en cada pórtico y un patio interior con el cielo descubierto en el centro de sus hogares.

En cuanto a sus tradiciones, guardaban un día especial para celebrar y honrar a cada dios, mientras que en año nuevo se presentaban ofrendas al Padre. Sin embargo, la más popular de las festividades era el aniversario del final de la guerra, también conocida como la guerra de los Sueños. Duelos de espada, justas a caballo, torneos de arquería, luchas cuerpo a cuerpo y batallas por escuadrón eran algunas de las atracciones de la fiesta, pero la más importante era la competencia de cacería, ya que el premio para quien completara la hazaña consistía en cien monedas de oro y un favor del rey.

Aquel año se consideraba ganador a quien capturara vivo al jabalí de mayor tamaño y lo presentara en la plaza, frente al castillo de Yahveh, a más tardar al mediodía. Antes de emitir el veredicto, los jueces, compuestos por personal del palacio como el vocero real, el general del ejército y el cocinero real, revisaban uno a uno a los ejemplares, todos dignos de admiración por su conveniente gordura e imponencia, ya que el animal ganador se convertiría en el plato principal del gran banquete llevado a cabo en el castillo durante la noche de la celebración.

Mientras deliberaban para elegir al mejor cazador, a tanto a solo algunas calles de la plaza, fuera de la tienda de suvenires, se encontraba el viejo Faride ordenando los pequeños cristales que, por una mala mano del destino, había dejado caer hasta romper dos, recibiendo una fuerte reprimenda de su jefe.

—¡Rompes un cristal más y te irás de aquí! —gritó el comerciante—. ¡Somos la única tienda de esta estúpida calle! ¡Solo llegan aquí turistas extraviados, no podemos perder ni un solo souvenir! ¡Recoge esto! ¡Aprisa!

Faride recogía los trozos a regañadientes, hasta que sintió que se movieron durante un instante. Pensó que se trataba de su imaginación, una jugada de su mente producto de su avanzada edad, así que cruzó la calle hasta el callejón y botó los restos en el basurero, sin percatarse de la enorme bestia que pasó corriendo a sus espaldas. Al voltearse de nuevo, se encontró con todos los cristales hechos trizas y esparcidos a lo largo de la calle, mientras el letrero de la tienda colgaba de una de sus cadenas. Su jefe, al escuchar el estruendo, salió de inmediato de la tienda, solo para encontrarse con el desastroso escenario.

—¡Faride, estás despedido!

El viejo, a quien el hombre no permitió pronunciar una palabra, lanzó su escoba al suelo y se marchó murmurando.

En ese mismo momento, en la plaza, mientras el vocero del rey observaba de cerca los colmillos del último de los ejemplares, sintió de pronto que la tierra temblaba bajo sus pies con pequeñas vibraciones que poco a poco aumentaron. En paralelo y no muy lejos de allí, se alzaron sonidos de objetos destruidos, violentos golpes y aterradores gritos. De pronto, todas las personas que se encontraban en la plaza se giraron en múltiples direcciones, intentando ver lo que sucedía.

A lo lejos, avanzando por la calle principal, se acercaba un joven cabalgando el jabalí más grande que se haya visto. El animal se aproximaba destrozando todo a su paso, arrastrando consigo lienzos, puestos de comida y uno que otro balcón.

Ante aquella escena, los habitantes huyeron del lugar despavoridos. Dire Herth, general del ejército y uno de los jueces del certamen, se plantó frente al caótico escenario y desenvainó con valor la espada que colgaba de su cintura, tomando una posición defensiva a la espera del enorme animal.

A punto de que la bestia llegara a la plaza, el jinete haló con mucha fuerza las riendas atadas a los colmillos; de golpe, el animal se detuvo frente al general, levantando una enorme nube de polvo.

Iracundo, el general Dire gritó con fuerza un nombre:

—¡SETH!

Del lomo del jabalí descendió un joven de cabello largo, liso y castaño oscuro. Vestía una chaqueta azul con capucha, donde tres colmillos negros hacían las veces de botones. La parte inferior frontal de la chaqueta se abría, mientras que la zona posterior terminaba en forma de punta. Usaba, además, pantalones color café oscuros y botas negras, mientras que una mochila colgaba de su espalda y una espada de su cintura.

Luego de que el joven plantara su pies en tierra, y con el animal más calmado, los asistentes a la celebración, aún temerosos, comenzaron a adentrarse en la plaza otra vez.

Lleno de ira, el general del ejército no paraba de reprender al muchacho y vociferar:

—¡Espero que tengas una buena explicación para esta destrucción! ¡En nombre del rey fuiste enviado a los mares del sur como consecuencia de tus acciones desleales a la corona! Y al regresar a tu ciudad, ¡destruyes las calles y causas dolor a sus habitantes!

Seth giró su cabeza para mirar detrás del animal, donde se encontró con una multitud enfurecida.

—Señor, hace solo unos días que terminé mi misión. Luego de ir de cacería, me apresuré a presentar mi ofrenda en la competencia de caza. No fue mi intención causar problemas.

Mientras el joven hablaba, uno de los participantes del certamen alzó la voz:

—¡Exijo que el chico sea descalificado! En primer lugar, por los daños causados a la ciudad, es obvio que no dominó el animal. Y en segundo lugar, dudo mucho que esa criatura sea un jabalí. No existe en el mundo uno de ese tamaño, es ridículamente enorme. Además, miren sus patas: son gruesas y no tienen pezuñas.

—Pero tiene colmillos y está cubierto de pelos, es un jabalí… —Seth le dirigió una mirada impasible—. Solo que… es de una raza diferente… Además, logré que se detuviera, tengo total control sobre él.

Siguieron discutiendo de esta forma durante un buen rato, mientras los jueces, habiendo presenciado lo que ocurrió, se reunieron para deliberar.

—Escucho sus opiniones. —Aemer, hijo de Thermir y vocero del rey, se adelantó. Era un hombre de delgada figura, ojos oscuros y rostro alargado. Vestía, debido a su labor en el castillo, una fina túnica púrpura y un sombrero puntiagudo del mismo color, con detalles dorados en los bordes.

—Esa enorme criatura sería perfecta para el banquete. —Goroteo, hijo de Ur y cocinero principal del palacio, era conocido en la ciudad por su enorme tamaño, alcanzando los dos metros con veinte centímetros. Vestía prendas blancas, pechera negra de cuero y un sombrero blanco que siempre se le caía. Además, portaba una enorme cuchara de palo que llegaba al metro cincuenta de largo, con la que constantemente golpeaba a sus cocineros ayudantes cuando cometían algún error con el menú.

—¿Es en efecto un jabalí? —preguntó Aemer.

—Dire debería saberlo, conoce más sobre las bestias que cualquiera de nosotros. Por mi parte, consideraría un enorme logro personal cocinar semejante ejemplar.

—Cualquiera creería que, por ser un cocinero tan talentoso, conoces a casi todos los animales.

—La verdad es que puedo cocinar lo que sea. No importa de qué animal se trate, puedo darle buen sabor y desintoxicar hasta la carne más amarga. Si se trata de un jabalí, seguro sabré preparar un manjar con él.

El general guardó silencio durante un momento y luego suspiró:

—En efecto, es un jabalí lanudo. Los vi una vez en las lejanas islas del sur, al otro lado de la cordillera… Goroteo, ¿no lo consideras perfecto para la cena de esta noche?

—Creo que cumple con las características para ser considerado un ganador.

Al transcurrir un par de minutos, los jueces llegaron a una resolución, así que Aemer alzó la voz para dirigirse a la concurrencia:

—Señoras y señores, hemos decidido, en representación del rey Héctor y la reina Jazmín, que el vencedor de la competencia de caza de este año, ganador de cien monedas de oro y el favor del rey, sea el señor Seth, hijo de Ur, y su increíble ejemplar.

Al escuchar el veredicto, Seth saltó de felicidad, aunque la mayor parte del público y los demás participantes no ocultaron su descontento, así que comenzaron a lanzarle lo que tenían a mano: tomates, lechugas y uno que otro zapato pasaron rozando su cabeza.

Aemer exigió silencio a los presentes y agregó:

—Sin embargo, el premio en dinero será retenido para pagar los daños causados por el animal y reconstruir las calles y puestos dañados. Además, el resto de los participantes serán incluidos en la lista de invitados del castillo para la cena de esta noche.

Dicho esto, el rostro de Seth no pudo ocultar su disgusto. Por su parte, los comerciantes y asistentes a la ceremonia celebraron la decisión gritando y saltando, algunos incluso lo abrazaron.

Al apaciguarse los gestos de alegría, los jueces agradecieron a los participantes y se retiraron, dando así por terminado el evento.

Con el rostro desconcertado y la mirada perdida, Seth permaneció de pie en la plaza, hasta que fue despertado por un manotazo en la cabeza que sacudió su cerebro. Tras pestañear varias veces, el general Dire, el juez que antes lo reprendiera, estaba frente a él.

Dire Herth era un hombre robusto, de apariencia imponente y rojo cabello rizado, al igual que su espesa barba. Su enorme tamaño y su gruesa voz imponían respeto en quienes lo rodeaban; además, era considerado el más fuerte de los caballeros del reino. Siempre llevaba dos espadas con él: una enorme y reluciente atada en la espalda, en cuya hoja relucía el símbolo de Yahveh, y una menos común en su cinturón. Usaba, además, una armadura plateada y una capa blanca que lo distinguía como general del ejército de Ur.

Dire y Seth se miraron durante un momento, luego el joven se acarició la nuca.

—También me da gusto verte.

—Tuviste suerte de que nadie saliera herido, Seth… y tuviste suerte de que te ayudara a ganar. Ambos sabemos que esa criatura no es un jabalí.

—Emm… ¿Tú crees? —Esbozó una expresión cómplice y soltó una risa nerviosa.

Dire guardó silencio y lo miró fijeza, hasta que Seth se dispuso a confesar:

—Está bien, ese animal lo encontré en unas islas del sur, aunque no estoy seguro de lo que sea. Sé que antes tenía una larga nariz, como si una serpiente saliera de su cara, pero unos cazadores se la cortaron y el trozo restante se hinchó y cicatrizó así. Luego de rescatarlo, no se quiso apartar de mí, pero cuando llegué a la ciudad, se asustó con un gato y se puso a correr como loco.

—Esa criatura no es un jabalí, es un mamut.

—¿Un mamut? —Seth lucía tan intrigado como sorprendido.

—Antiguamente había muchos en el extremo sur, pero los cazaron en exceso. Me sorprende que lo encontraras, los creía extintos. Sé lo mucho que te gustan los animales, no creo que quieras que sea cocinado esta noche.

—De hecho, intentaré llegar a un acuerdo con Goroteo.

—Trata de no meterte en problemas, mañana asumirás el cargo de oficial en las compañías libres.

—Eso es bueno. Fueron cinco largos años sin paga, costó mucho recuperar la confianza del rey.

—Bueno, tendremos tiempo para hablar de eso.

El joven y el experimentado general guardaron silencio por un momento, mientras caminaban juntos y veían a los soldados intentando atar a la bestia.

—¿Tienes noticias de Arsenth? —Seth rompió el silencio de pronto.

—Nada desde la misión de espionaje en Kah.

—¿Qué hay de los demás espías?

—Ya no enviamos. Hemos enviado a cuarenta y tres, entre ellos a Xhavi, pero solo han regresado doce, y ninguno con noticias de Arsenth.

—Y los que regresaron, ¿qué noticias han traído?

—Dicen que nadie cruza el río Muerto desde hace un año. La gente de la fortaleza de NorThor asegura que desde el río se levantó una espesa niebla y que en él habitan criaturas de agua a las que llaman kappa. Según la descripción que nos dieron, son seres verdosos con rostro similar al de una tortuga y forma semihumana. Los espías que enviamos y lograron volver con vida confirmaron esto, pero aseguran que las personas que han muerto en el lugar siguen ahí. Dicen que si no te atrapan los kappas, lo harán los fantasmas de los muertos, y muchos han fallecido al intentar rescatar a sus seres queridos que aún deambulan por el río.

—¡Eso es increíble! —Muy sorprendido, Seth intentó procesar esas revelaciones—. ¿Qué tal si cruzan por el mar desde las islas de Khronos?

—El rey de Khronos asegura que no han pasado más allá del faro de Hades. Los barcos que intentan ir al norte son abordados y destruidos por fantasmas y bestias marinas.

—¿Desde hace cuánto ha estado sucediendo esto?

—Un año más o menos, al igual que lo del río.

—Entonces significa que…

—… significa que el norte esconde algo y debemos estar listos para un ataque, pero…

—¿Qué sucede?

—Abithur ha insistido en cerrar la ciudad y prepararse para la guerra, aunque el rey no presta atención a sus palabras. Insistí en la misma estrategia, pero no me escuchó. Tuvimos una fuerte discusión, así que me envió como juez a esta y otras competencias como castigo. Según él, para dar mayor seguridad y confianza al pueblo.

Seth suspiró antes de agregar:

—Arsenth no puede estar muerto, es el mejor soldado que conozco…

—No quisiera que bases tus esperanzas tan solo en el deseo de tu corazón. —El general sujetó el hombro del muchacho.

—Creo que… creo que lo mejor será ir a casa para descansar del viaje. —La tristeza se apoderó de la voz de Seth—. ¿Sigues teniendo a Phortos?

Movido por su empático sentimiento, el general le cedió su caballo con amabilidad.

—Phortos está atado en el establo junto a la panadería, trata de llegar a tiempo a la fiesta del palacio, debes cobrar la otra parte del premio.

—Lo haré.

Comenzó a alejarse en silencio, hasta que un grito de Dire llamó su atención y le hizo girar la cabeza:

—¡Seth, me alegra que estés de vuelta!

Él sonrió al responder:

—También me da gusto verte.

Acto seguido, ambos tomaron caminos separados y la noche cayó sobre Ur.

La ciudad poseía una estructura muy particular. Tras su fundación, la urbe se desarrollaba alrededor del castillo de Yahveh, un templo dedicado a la adoración de la diosa, ubicado al oriente del lago Minar y al poniente del monte Munhadar. Al sur del castillo se encontraba el río Ghost y al norte el río Logg, ambos rodeaban la montaña y desembocaban en el lago, así que Ur era una fortaleza muy bien protegida.

Luego de la segunda guerra, denominada la guerra de los Sueños, la ciudad ganó prestigio y, gracias al poder del cristal, las arcas del reino se llenaron lo suficiente para construir un nuevo castillo en la cima del monte Munhadar, donde se trasladó el gran cristal. Este nuevo castillo recibió el nombre de Helena, en honor a la última reina de Ur. A raíz de esto, el castillo de Yahveh se convirtió en el principal templo, mientras el resto de la ciudad se organizó alrededor de la montaña hasta tomar una forma circular, dejando intactas miles de hectáreas de bosque pertenecientes al monte. De esta manera, los ríos Ghost y Logg atravesaban Ur hasta llegar al lago, el cual desembocaba en el mar a través de un río navegable del mismo nombre.

La única manera segura de llegar al castillo de Helena era utilizar uno de los cuatro puentes que cruzaban el bosque, debido a que en él vivían criaturas tan hermosas como peligrosas, lo que resultaba favorable para sus habitantes, ya que dificultaba aún más el acceso. Con el paso del tiempo, entre el bosque y el castillo de Helena se construyó un lago artificial alimentado por una vertiente, encargado de protegerlo y, al mismo tiempo, proveer de agua a la ciudad.

El objetivo de esta distribución fue proteger el cristal. Aunque durante los primeros años ningún reino se atrevió a atacar Ur, luego de cumplido el séptimo del fin de la guerra muchos intentaron tomarlo por la fuerza, aunque sin éxito. La batalla de las Bombardas del Lago y la batalla del Río Seco resultaron ser las más recordadas por su complejidad estratégica y la repercusión política que tuvieron en la región. En definitiva, en solo veinticinco años el reino de Ur se convirtió en el más poderoso y próspero de ese lado de la cordillera.

La noche de la fiesta, los puentes que atravesaban el lago artificial y conectaban el castillo de Helena se encontraban adornados con miles de velas en ambas orillas. Las estrellas se reflejaban en sus aguas, creando un efecto de espejo que maravillaba a los invitados.

Hermosos carruajes llegaron a las puertas, precedidas por una larga escalera de mármol, con un par de pilares a cada lado y, frente a ellas, una fuente con las esculturas de los cuatro dioses.

—Gracias —dijo Ana a Seth, mientras la ayudaba a descender de uno de los carruajes.

—Gracias a ti por acompañarme. —El joven subía las escaleras con la chica tomada de su brazo—. Desde que llegué no he podido comunicarme con Miriam. De no ser por ti, habría venido solo, eres una gran amiga.

—Tú también lo eres. —Soltó una coqueta sonrisa—. Acompañaste nuestra caravana durante días y nos protegiste de los saqueadores. Mi padre te ama, para los mercaderes es cada vez más difícil llegar ilesos a estas tierras. Luego de que abandonaras la caravana, pensé que no te vería de nuevo, pero una parte de mí tenía la esperanza de que nos encontráramos.

—Me alegra que sucediera, habría sido muy aburrido viajar solo desde el sur del continente. El camino es largo, pero con la compañía adecuada se hace ameno.

Aquella noche, Seth vestía las prendas que usaban los capitanes en eventos importantes: túnica roja con capucha, mangas largas y anchas, pantalón que dejaba los tobillos a la vista y un paño de tela atado como cinturón. Llevaba el cabello suelto como siempre y portaba su espada en la cintura, cosa que, frente al rey y en eventos, aparte de los guardias solo podían hacer los oficiales y suboficiales de Ur. Ana, por su parte, lucía un hermoso vestido azul turquesa con un discreto escote. Su largo cabello negro combinaba muy bien con sus ojos delineados del mismo color, mientras que su piel morena, ojos verdes y hermosa figura atraían la mirada de la mayoría de los hombres presentes.

—¡Es realmente increíble! —Ana estiró su cuello para observar las hermosas pinturas que adornaban el techo y los miles de detalles en oro, piedras preciosas y telas finas que engalanaban el castillo.

—Personas de diferentes partes del mundo vienen a la ciudad a sanarse. Algunas no tienen forma de pagar, así que el reino los hace trabajar un año a cambio de recibir las cualidades curativas del cristal. Gracias a eso las construcciones de la ciudad se erigieron en un período de tiempo relativamente breve, con mano de obra barata.

—Creo que es un precio justo para sanar de la lepra y las enfermedades incurables. ¿O me equivoco?

—Sí, pienso igual. Además, no se le niega la entrada a nadie.

—¿Sabes? Mi padre me pidió que aprovechara esta ocasión para conocer a personas importantes, así podré presentárselos después para que haga negocios.

—Han acudido los representantes de las familias más importantes del reino; por ejemplo, los miembros de los cuatro castillos cardinales. La fortaleza militar de NorThor al norte, liderada por lord Sebastián Berserk, quien está por allá con su esposa lady Cerim. ¿La ves? Es la mujer del vestido rojo.

—Sí, la veo, es hermosa.

—Allá está lord Bartolomé Casther por Fajarath, al oriente, donde se dedican a la agricultura. En este momento, platica con lord Thecleo Vasth, quien es señor de BarackRoth, la fortaleza que se ubica al poniente de Ur; allí también son agricultores. Ambos, además, son famosos por proveer muy buenos caballos.

»Por último, lord Xinthos Prath, gobernante de Salmeth, la fortaleza del sur. Es aquel hombre que está en la escalera, viste una chaqueta azul con detalles dorados.

—Nuestra caravana atravesó sus tierras, casi siempre comerciamos con ellos. Sus minas de oro y piedras preciosas los convierten en objetivo de todos los mercaderes de las tierras cercanas.

—Así es, muchas veces tuvimos que defenderlas de saqueadores y bandidos.

Ambos jóvenes se internaron en el gran salón del palacio. La fiesta de aniversario del final de la guerra era el evento máximo, hecho que Ana pudo comprobar con sus propios ojos.

Aquella noche, el nombre de Miriam Gil (o como algunos la llamaban, la Loba) estaba en boca de todos. De forma constante, los habitantes de Ur relacionaban su voz con el aullido de animal, pues al cantar todo a su alrededor quedaba en silencio, ya que encantaba incluso a los corazones más fríos. Sin embargo, por más que sus ojos la buscaron, Seth no la encontró.