El sosiego de volver a verte - Abel Tur Arabí - E-Book

El sosiego de volver a verte E-Book

Abel Tur Arabí

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El horror de la guerra y la esperanza del amor: dos temas clásicos de la literatura se conjugan en un relato desgarrador donde el amor, la pérdida de los amigos y la intriga están presentes en cada página. Las tragedias se acumulan en la vida de Mario a medida que avanza la Segunda Guerra Mundial, pero la ilusión de reencontrarse con Erza, su amor, lo ayudan a sobrevivir un día a la vez..., aunque no es fácil cumplir la promesa de sobrevivir en el campo de batalla.

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El sosiego de volver a verte

Abel Tur Arabí

© Abel Tur Arabí

© El sosiego de volver a verte

Junio 2023

ISBN papel: 978-84-685-7516-2

ISBN ePub: 978-84-685-7515-5

Depósito legal: M-18767-2023

Editado por Bubok Publishing S.L.

[email protected]

Tel: 912904490

Paseo de las Delicias, 23

28045 Madrid

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Índice

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 12

Pasión y Tragedia en Tiempos de Guerra

La guerra, la agonía y la desesperanza que muchas personas vivieron durante la segunda guerra dejó marcadas a miles de personas, quienes enterraron a sus seres queridos. La guerra no solo dejó un saldo enorme de muertos en todo el mundo, sino que dejó tantas familias destruidas, tantos corazones destrozados y tanto odio y sangre en esta tierra que por mucho que pasen los años, jamás serán olvidados.

Pero la guerra también nos dejó los encuentros románticos más hermosos del mundo. Y aquí durante la segunda guerra mundial nace la historia de amor más hermosa de todos los tiempos, de dos jóvenes que se amaron desde que se conocieron con el sonido de las alarmas de bombardeo de fondo, dos jóvenes que lucharon por mantenerse juntos y que se juraron amor eterno en el año 1943.

CAPÍTULO 1

El sonido de la alarma que indicaba un bombardeo hacía eco en mis pensamientos, para mí era simplemente imposible dejar de escuchar ese sonido aún en mis sueños. La vida se había convertido en una constante ansiedad y preocupación sobre cuando volvería a sonar esa alarma. Aún recuerdo muy bien como inició todo y como era mi vida antes de la Segunda Guerra Mundial, claro está que, para esa época, no se la conocía con ese nombre. Muchos años después, los historiadores apodarían a esa masacre la Segunda Guerra Mundial.

Pero en el momento en el cual me encontraba, simplemente era otra guerra más. Mi padre había luchado en la Primera Guerra Mundial y había regresado sano y salvo a los brazos de mi madre. Sin embargo, él nunca fue el mismo otra vez; mi padre volvió, pero vivía en un constante temor. Durante las noches no podía dormir, se levantaba muchas veces con miedo a que pudiese ser asesinado por alguien mientras se encontraba acampando o durmiendo en una trinchera.

Mi padre decía también que para él era imposible olvidar el miedo y la ansiedad que causaba el pensar que podrías morir en los próximos segundos y que nadie podría hacer nada para salvarte.

—Es horrible, Mario —dijo mi padre —Es una sensación de muerte inminente, como si la mismísima dama negra te estuviese respirando en la parte de atrás del cuello —dijo mi padre una tarde cuando yo tenía tan solo 8 años, él me estaba contando todo lo sucedido durante la famosa Primera Guerra Mundial, la cual duro desde 1914 hasta 1918.

En aquella época en la cual mi padre luchó, yo ni siquiera había nacido, ni siquiera mis padres se lo planteaban. Yo nací en el año 1925, 7 años después de esa temible guerra, mi padre constantemente me recordaba a mí y a mis hermanos como fue esa guerra, para mi padre simplemente fue imposible sacarse el clamor de los disparos y de las bombas de sus pensamientos. Recuerdo lo que me dijo cuando tenía 8 años. Nunca se me olvidará esa conversación con mi padre.

—El miedo avasallante, la sensación de muerte inminente, el olor a sangre y a gangrena impregnando el aire mientras que la pólvora te hacía cosquillas en la nariz y los ojos —dijo mi padre —Las manos entumecidas del frío portando los rifles, mientras el metal de esos rifles parecía haber sido besado por la muerte, de lo fríos que estaban. No había nada más frío que ese metal, excepto el cuerpo sin vida de algún soldado que acababa de fallecer.

—No deberías contarles esas historias a los niños, Federico —dijo mi madre mientras caminaba por el porche de la casa; ella llevaba un largo vestido a cuadros azul y unas zapatillas desgastadas también azules, el cabello de mi madre era de color caoba y sus ojos eran color chocolate. Ella no era muy alta, medía 1.60 quizás, además era muy delgada y a través de su piel color nieve podías ver sus huesos asomándose en su piel.

—Deben de saber sobre el odio del hombre, Carmina —dijo mi padre, llamando a mi madre por su diminutivo. Ella se llamaba María del Carmen, pero en Italia era muy común que a las mujeres con ese nombre se les llamase Carmina.

—Es un niño de 8 años —dijo ella —No debería estar escuchando cuentos sobre lo despiadada que fue la guerra, debería estar jugando con sus dos hermanas y con su hermano pequeño, no hablando de esa masacre —dijo ella y se fue a tender la ropa en el patio.

—No escuches a tu madre —dijo mi padre mientras se encontraba sentado en su mecedora en el porche de la casa; él llevaba unos pantalones de color gris, una camisa blanca y unos tirantes de color negro que sostenían su pantalón, además de unas botas de color negro. Mi padre era muy alto, medía 1.85m, era también muy delgado y su piel era de color blanco, pero no tan blanca como la de mi madre. Además, él tenía cabellos de color negro y ojos color café.

—La guerra da miedo – le dije.

—Tienes razón, Mario —dijo mi padre mientras colocaba su mano en mi cabeza y revolvía mis cabellos color castaño —Eres la viva imagen de tu madre —dijo mi padre mirándome con ojos compasivos. Muchas personas, decían que me parecía mucho a mi madre, ya que había heredado su color de piel, el color de su pelo e inclusive el color de sus ojos. Pero que al menos no había heredado su estatura, ya que, a mis 8 años, yo era el más alto de la clase.

—La guerra nunca volverá, ¿cierto? —dije.

—Espero que no —dijo mi padre —No quiero volver a sufrir esa incertidumbre y ese miedo recorriendo mi espina en cada segundo del día, yo le pido a Dios todas las noches para que ni tú, ni tu hermano menor deban ir a la guerra nunca. También pido a Dios, por tus hermanas, que nunca deban ir a las fábricas a confeccionar uniformes y balas a los soldados, como tuvo que hacer tu madre —dijo mi padre mirando hacia la nada y con una mirada triste en su rostro —Espero que nunca debas empuñar una espada ni un rifle, ni mucho menos apuntar un cañón —dijo mi padre y después de eso hizo una pausa.

—Si —dije.

—Espero que nunca debas sufrir los horrores de la guerra y que, a partir de ahora, solo haya paz —dijo mi padre —Espero que yo sea el único de esta familia que cargue con esa agonía de haber matado a otro ser humano, de haber tocado un rifle y haber manchado mis manos con pólvora y sangre, yo simplemente espero que nunca tengas que vivir algo como eso, hijo mío.

—Si —repetí yo.

—Prométemelo —dijo mi padre.

—¿El qué? —dije.

—Prométeme que nunca iras a la guerra —dijo mi padre —Sé que es algo obligatorio y que si estamos en guerra y tienes 18 años tendrás que ir a la guerra, pero yo quiero que me prometas que no irás nunca —dijo mi padre —Escóndete en las montañas si es necesario, huye lejos de aquí si hace falta, Mario —dijo mi padre.

—Lo haré, padre —dije sin saber lo que esa promesa significaría más adelante, sin tener ninguna idea que años más adelante todo empeoraría drásticamente.

—Esto debe quedar entre tú y yo —dijo mi padre —No deben enterarse ni tu madre ni tus hermanos.

—¿Por qué? —dije.

Finalmente, todo llegó. En septiembre de 1939, llamaron a todos los hombres mayores de 18 años que pudiesen empuñar un rifle o una espada al frente, porque empezaría nuevamente la guerra. Mi padre tuvo que asistir a esa guerra y en ese momento, yo tenía 14 años, mi hermano menor apenas tenía 7 y mis dos hermanas tenían 11 y 9 años respectivamente. En el momento, en que mi padre se colocó su uniforme y partió a la guerra, él me recordó esa promesa que le hice cuando tenía 8 años y yo solamente pude asentir.

Mi padre se despidió ese día, besó a mi madre en la frente y a cada uno de nosotros también. Hoy muchos años después, entiendo que mi padre sabía que no volvería. Él lo sabía en su interior, que simplemente esta vez no regresaría con vida. Ese día de septiembre, lo recuerdo con Valentina, temor y con algo de nostalgia, pues fue la última vez que vi a mi padre en pie, la última vez que vi la espalda ancha de mi padre alejándose de la casa.

—Debemos ser fuertes —dijo mi madre mientras una lágrima resbalaba por su mejilla y caía en el piso de madera de nuestra casa, dejando una marca circular. Ella sostenía a mi hermano Fernando en brazos mientras con su mano libre tomaba la mano de mi hermana Catalina de 9 años, mientras que mi hermana de 11 años y yo nos tomábamos de nuestras manos para despedir a nuestro padre.

—¿Papá regresará? —dijo Valentina, mi hermana de 11 años.

—Lo hará —dije —Es un hombre fuerte.

—Si —dijo mi madre y después de eso entramos a la casa. Aquella noche, yo pude escuchar el llanto de mi madre, ella estaba muy triste por la partida de mi padre. En ese momento, yo no lo entendía, pensaba que era absurdo que mi madre estuviese llorando, ya que mi padre era un guerrero fuerte y seguro regresaría. Hoy en día, entiendo que mi madre sabía que él no volvería, que seguramente perecería en esa guerra y por eso ella lloraba desconsoladamente, porque no sabía que haría a continuación sin mi padre.

Los días pasaron rápidamente desde que mi padre se fue a la guerra, de vez en cuando recibíamos telegramas que él enviaba donde decía que estaba bien, que estaba vivo y me decía que debía recordar la promesa que le hice, nadie sabía sobre esa promesa, ni siquiera mi madre ni mucho menos mis hermanos. Era una promesa que había quedado entre él y yo.

De pronto, ya los días se volvieron semanas y las semanas se volvieron meses. Y así, en un suspiro, la ausencia de mi padre se prolongó por un año. A lo largo de ese año, muchas cosas cambiaron, una de ellas fue el constante y angustiante sonido de la alarma de bombardeo, la cual podía sonar en cualquier momento del día. Esa alarma podía sonar en la noche, en la madrugada, en la tarde. En cualquier momento y en cualquier lugar. El sonido tan espantoso solamente significaba que había que ir a un refugio antibombas.

No tenías tiempo ni de pensar en qué hacer, ya tu mente y tu cuerpo se movían de manera automática hacía el refugio más cercano. Así, nos había dejado esta guerra que tan solo comenzaba. Nos había enseñado a sufrir de una angustia inigualable, ya que siempre estabas preocupado sobre si aquel familiar que había partido hacía ese horrible escenario seguía con vida. La guerra nos había enseñado también que una carta podía ser un motivo de alegría o un motivo de llanto y desesperación.

La guerra había enseñado tantas cosas a los jóvenes como yo y les había enseñado también muchas cosas a personas más jóvenes que yo. Había aprendido lo que era el temor de escuchar la alarma de bombardero y de no saber si podías llegar a tiempo a un refugio, aprendí que aquellas personas que no llegan a tiempo a esos refugios morían completamente quemados y aquellos que sobrevivían a esas temibles bombas quedaban tan malheridos que simplemente prolongaban la agonía y el deseo de una muerte digna.

En agosto del año 1940, yo había salido a comprar algunos víveres con el poco dinero que le pagaban a mi madre por trabajar en la fábrica de uniformes. Cuando de repente, se escuchó una alarma de bombardeo. Me encontraba muy lejos de mi casa, así que no podía ir al refugio antiaéreo que se encontraba cerca de mi casa. Tenía que dirigirme a otro refugio, así que me dirigí al más cercano.

Al llegar allí, pude darme cuenta de que ya había muchas personas dentro del refugio, muchos de ellos eran ancianos, muchas mujeres y algún niño. No había ninguna cara conocida en aquel refugio. Me quedé allí sentado en un rincón en la oscuridad que reinaba aquel lugar, mientras escuchaba los susurros de las personas que se encontraban allí.

Me senté en un rincón y flexioné mis piernas para que me sirvieran de apoyo para mis brazos y para mi cabeza. Me encontraba cansado, la noche anterior no había dormido mucho ya que las alarmas de bombardeo sonaron durante toda la noche. Me encontraba muy cansado y quería cerrar mis ojos por algunos minutos para descansar y olvidarme de esta agobiante tragedia que nos perseguía.

—¿Eres nuevo aquí? —dijo una persona sentándose a mi lado.

—¿A qué te refieres? —dije mirando hacia al frente, sin haberme dado cuenta de quién era esa persona.

—Me refiero a que si es tu primera vez en este refugio, nunca te había visto antes —dijo esa persona y yo levanté la cabeza de entre mis piernas para mirar a la persona que me estaba hablando. Al levantar la vista, me di cuenta que se trataba de una chica, quizás tenía mí edad. Ella tenía unos largos cabellos color rubio, los cuales tenía entrelazados en dos largas trenzas, sus ojos eran de color azul y su piel color blanco. No podía reconocer muchos más detalles de aquella chica, ya que los refugios generalmente tenían poca iluminación y ese no era la excepción.

—Si —dije.

—¿De qué cuadrante eres? —Ella me preguntó.

—Soy del sector 16 de esta localidad —dije haciendo referencia a que nuestra ciudad había sido dividida en 20 cuadrantes, y en cada uno de ellos había un refugio antiaéreo, de esta manera se podía distribuir mejor el volumen de personas y no había aglomeraciones en ellos.

—Este refugio es del sector 5 —dijo ella —Aquí en esta localidad hay muchos ancianos y niños pequeños, los cuales son cuidados por sus hermanas mayores, ya que la mayoría de las mujeres se encuentran en las fábricas de uniformes o de balas.

—Lo sé —dije —Estaba haciendo unas compras por aquí y escuche la alarma. ¿No crees que es algo odioso?

—¿Te refieres a la alarma o a la guerra? —dijo ella y en ese momento, me quedé pensativo, sobre cuál de las dos opciones era la más odiosa.

—Creo que la alarma me resulta más odiosa en este momento —dije —

—Pero la alarma no sonaría si no fuese por la guerra —dijo ella —Así que la alarma quizás es la consecuencia de la guerra, por esa razón, yo considero que la guerra es más odiosa —dijo ella y yo no pude evitar reír por su comentario.

—No me había reído en mucho tiempo —dije cuando recuperé un poco el aliento después de estar riendo tanto.

—Llevaba tiempo sin escuchar reír a alguien —dijo ella —Siento que la guerra nos ha quitado las sonrisas y las esperanzas a muchas personas.

—Creo que la guerra nos ha arrebatado todo, desde la felicidad y la esperanza hasta inclusive las vidas de nuestros seres amados, inclusive ha adelantado el paso al plano celestial de muchas personas —dije.

—Creo que nuestros líderes buscan ganar poder usando a unos peones en su juego, peones que no quieren luchar —dijo ella.

—¿Tu padre está en la guerra? —dije.

—Estaba —dijo ella, pero yo no entendí a qué se refería, así que ella continuó hablando para poder explicarse. —Hace una semana, mi madre y yo recibimos un memorándum sobre mi padre, el memorándum decía que mi padre había fallecido en el campo de batalla como un valiente héroe —dijo ella —Pero yo no lo creo así.

—¿Podrías explicarte? —dije.

—Mi padre no murió como un valiente, yo creo que él tendría mucho miedo mientras sentía que su vida se le escapaba de las manos —dijo ella —Yo creo que estaba temblando de miedo al ver la bala acercarse lentamente hacía él, que estaría asustado hasta los huesos al ver como su sangre se escapaba de su cuerpo —dijo ella —Esa carta fue mentira, mi padre no murió como un valiente, él tenía miedo de morir. Pero, —dijo ella y luego hizo un silencio —creo que en ese momento, él tenía más miedo sobre qué haríamos mi mamá y yo, quizás en ese momento, su miedo a la muerte era menor al miedo a dejarnos solas —dijo ella y me quedé en completo silencio.

Nunca había pensado en cómo me sentiría cuando supiera que mi padre había muerto. Nunca había pensado en esa posibilidad, con mis 15 años. Pensaba que mi padre volvería en algún momento y que todos volveríamos a ser la misma familia feliz. Quizás mi padre traería consigo nuevos cuentos desesperanzadores para contarnos a mis hermanos y a mí. Quería volver a ver a mi padre y decirle que podíamos romper la promesa, ya que la guerra había terminado y no era necesario que yo fuese a la guerra.

—¿Tu padre está en la guerra? —dijo ella.

—Si —dije —Cuando puede nos escribe, nos cuenta que está bien y que espera que pronto termine la guerra.

—Espero que tu padre viva para reunirse con ustedes —dijo ella —Y si no es así, porque la guerra es cruel, fría y despiadada, entonces espero que muera teniendo miedo por la muerte y preocupándose por ustedes hasta el último instante —dijo ella.

—Suena algo cruel —dije al escuchar sus palabras diciendo que esperaba que mi padre muriese con miedo.

—El miedo es algo natural —dijo ella —Además, es mejor escuchar una verdad dolorosa a una mentira hermosa.

—Yo aún espero que mi padre regrese con nosotros —dije.

—Espero que tu sueño se vuelva realidad, pero como te mencioné hace unos minutos. Es realmente doloroso el pensar que mi padre ha muerto como un valiente, cuando seguramente habrá muerto con mucho miedo —dijo ella —Me gustaría saber cuáles fueron los últimos pensamientos de mi padre. Pero imagino que nunca lo sabré —dijo ella y en esa oscuridad, yo pude sentir como su voz se quebraba ligeramente, ella realmente estaba dolida por la muerte de su padre en una guerra sin sentido.

Muchas personas pensaban igual que aquella chica, incluso mi hermana de 10 años pensaba lo mismo. Era una guerra sin sentido, donde los débiles e inocentes morirían por defender unos ideales que ni siquiera creían. Mi padre nunca creyó que la guerra era la solución, él siempre pensaba que había muchas otras formas de expandir los ideales de Hitler y Mussolini, pero que la guerra no era el camino más indicado. Sin embargo, la avaricia de algunos hombres por el poder había llevado a derramar la sangre de miles de personas inocentes en un campo de batalla, mientras que las almas de esos inocentes clamaban por una solución sin violencia.

Aquella chica se quedó en silencio durante unos minutos. Ella no pronunció ni siquiera un suspiro, únicamente podía escuchar el sonido de su respiración entrecortada. Estaba buscando de alguna forma calmar sus pensamientos sobre la muerte de su padre, pero era algo difícil de hacer con el constante golpeteo de las bombas sobre nuestras cabezas. Con cada golpe sentía como mi alma clamaba por salirse de mi cuerpo, realmente era muy difícil mantener la calma en un momento como ese. La chica estaba temblando de miedo, mientras abrazaba sus rodillas buscando algo de calma. En ese momento no había rastro de la chica que había dicho esas palabras tan desafiantes.

—¿Cómo te llamas? —dije buscando darle algo de calma a ella.

—Erza —dijo ella —Me llamo Erza —repitió ella.

—Es un lindo nombre —dije.

—¿Cómo te llamas tú? —dijo ella.

—Me llamo Mario —dije y sonreí esperando que ella pudiese ver mi sonrisa en aquella oscuridad del refugio.

—Es un hermoso nombre —dijo ella mientras aún seguía abrazando sus piernas —El golpeteo de las bombas me da mucho miedo —admitió.

—Mientras estés conmigo no deberías tener miedo —dije buscando calmarla un poco. Erza, al igual que mis dos hermanas, sufría la ansiedad que producían los bombardeos.

—Eres muy amable conmigo —dijo ella.

—Solo quiero ayudar a las personas que lo necesiten durante estos terribles momentos que vivimos por culpa de la guerra.

—Dime —me dijo ella —¿Crees que esta será otra guerra mundial? ¿Crees esta se convertirá en la Segunda Guerra Mundial? —dijo ella y por un momento pude sentir la seriedad en su voz.

—Espero que sea una guerra pasajera —dije sin entender de donde había salido su pregunta tan repentina.

—Ninguna guerra es pasajera, dejan secuelas imborrables en la naturaleza, en los corazones de las personas que participan y una huella innegable en el tiempo que se mantendrá por siempre en los libros de historia —dijo ella —¿Sabes que es lo peor de todo esto?

—No —dije.

—Lo peor de todo esto, es que nadie recordará el nombre de los pobres civiles que fueron forzados a participar en esta guerra —dijo ella —Nadie recordará el nombre de tu padre, ni el de mi padre —Ella hizo una pausa —Sus nombres no saldrán en los libros de historia y mucho menos pasarán a la posteridad, pero los nombres de estos nefastos líderes quedarán siempre grabados en las memorias y en los libros de muchas personas.

—Creo que analizas muy a fondo cualquier pensamiento que tienes o cualquier incidente —dije.

—Es una cualidad extraña en una chica —dijo Erza —Mi madre constantemente me dice que una chica no debe pensar así, que una chica debe aprender a cocinar, a lavar la ropa y a cuidar a los niños, que las mujeres debemos ser buenas esposas y no tener criterio propio —dijo ella. —Mi madre se enfada mucho conmigo cuando hago algunos de estos comentarios, pero tú pareces entenderme.

Yo no supe que responderle en ese momento, realmente no sabía que decir, ella realmente tenía una mente muy audaz y perspicaz, lo que quizás causaría mucho miedo en esta época, sobre todo en una mujer. Si un hombre llegase a pensar lo mismo que ella, lo enviarían a la guerra e inclusive lo echarían de su puesto de trabajo. Pero en el caso de una mujer se veía muy mal.

—Creo que simplemente eres diferente —dije —Me gustan las personas que pueden pensar de manera diferente. Vivimos en un mundo, donde se nos exige que debemos pensar de la misma manera que nuestros gobernantes, pero me alegra que tú puedas pensar de manera diferente.