El túnel del tiempo - Ester Martín Santos - E-Book

El túnel del tiempo E-Book

Ester Martín Santos

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Beschreibung

Madrid, julio de 2008. Cuando Berta, Hugo, Jana, David y su perro, Jagger, inician sus vacaciones, no imaginan que la extraña carretera que toman para evitar el atasco de salida les va a llevar… ¡veinte años atrás! Se inicia así una carrera contrarreloj en la que tratarán de regresar a su tiempo antes de que el sol se ponga y queden atrapados. Capitaneados por Jana, la "rarita" del grupo, tendrán que superar todos los obstáculos que se les presenten para encontrar El túnel del tiempo que les devuelva al mundo al que pertenecen. Para ello necesitarán la ayuda de una persona del pasado.

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Primera edición digital: septiembre 2021 Campaña de crowdfunding: equipo de Libros.com Imagen de la cubierta: José Andrés Vázquez López Maquetación: Blanca Revenga Moreno Corrección: Ana Briz Revisión: Juan Francisco Gordo

Versión digital realizada por Libros.com

© 2021 Ester Martín Santos © 2021 Libros.com

[email protected]

ISBN digital: 978-84-18769-97-9

Ester Martín Santos

El túnel del tiempo

Índice

 

Portada

Créditos

Título y autor

El túnel del tiempo

Mecenas

Contraportada

En casa de Berta

 

Berta y Hugo llegaron caminando al portal de la chica. Ella buscó las llaves en su bolsito de Tous rosa, las sacó y antes de meterlas en la cerradura se dirigió a su novio:

—¿Estás seguro de que quieres hacerlo?

—Por supuesto.

—Todavía estás a tiempo de echarte atrás si quieres… —propuso Berta.

—De ninguna manera, te lo llevo pidiendo mucho tiempo. Y ahora, que por fin me has hecho caso, no te vayas a echar atrás tú.

—Ya te dije, y te sigo diciendo, que me parece muy pronto —se justificó ella.

—Pero, nena, si llevamos saliendo casi un año. ¿Cuánto quieres esperar?

—Pues… no sé. No es cuestión de esperar, sino de encontrar el momento adecuado.

—¿Y cuándo, según tú, es el momento adecuado? —preguntó interesado Hugo.

—Pues me parece que, me guste o no, va a tener que ser hoy… —sentenció Berta—. Mira, por ahí viene mi hermano Fran. ¡Ale, ya empiezas a conocer a mi familia!

Se acercó a ellos un chico que rondaba los treinta años, un poco más alto que Berta, con el pelo castaño como ella y sus mismos ojos verdes. Llevaba una camisa polo Ralph Lauren azul claro de manga larga elegantemente remangada hasta el codo y unos pantalones de pinzas con deportivas blancas.

—Hola, hermanita, ¿cómo estás? —Se acercó a Berta y le dio un beso en la mejilla—. Y tú debes de ser Hugo, ¿qué tal, tío? Yo soy Fran, el hermano mediano de esta pija.

—Encantado —contestó Hugo estrechándole la mano—. Berta me ha hablado mucho de ti.

—Así que hoy es el gran día, ¡vas a conocer a mis padres! Qué emoción, ¿no? —bromeó Fran.

—Sí, parecía que Berta no se atrevía a presentármelos, pero por fin se ha decidido.

—¡Tú lo has querido! —advirtió la chica.

—¿Y estás seguro de que quieres conocerlos? Yo puedo decir que no te he visto, ¿eh?, que por mí no sea… —continuó Fran.

—Claro que sí, ¿por qué no voy a querer conocerlos? —preguntó Hugo extrañado.

—Vale, tío. ¡Pues ánimo y mucha suerte! —rio Fran.

Algo en su tono le hizo dudar a Hugo de si realmente había sido una buena idea querer conocer a los padres de Berta. Ella ya conocía a su madre, y a su padre lo había visto una vez de forma muy rápida. Lo lógico era que ella también le presentase a los suyos, pero, siempre que lo comentaba, Berta cambiaba de tema. Ya le había advertido su chica de que sus padres podían ser un poco puñeteros en cuanto a novios de su hija pequeña, pero él no se lo había creído del todo. Para Hugo, su relación iba muy en serio, pero tenía dudas de que para ella fuese igual de formal y presentarle a su familia suponía un paso adelante. ¿Pensaría Berta que quizás él no iba a estar a la altura para ellos? Sabía que eran un poco esnobs, pero ese día estaba dispuesto a conquistarles. Se había arreglado de forma especial. Se había afeitado la barba de tres días que solía llevar y recortado un poco el pelo, pues estaba algo desgreñado. Se había puesto un polo azul marino y vaqueros, pero al ver a su hermano pensó que quizás habría sido mejor llevar camisa. Ya no había vuelta atrás.

Los jóvenes entraron en la casa seguidos de Fran. Berta hizo las presentaciones.

—Mamá, papá, este es Hugo —indicó—. Estos son mis padres, Montse y Juan Luis.

De primeras parecían agradables, aunque él notó que la madre le había hecho un repaso de arriba abajo. Pasaron al salón, donde ya estaba la mesa puesta para la cena y, todavía de pie, le sirvieron una copa de vino. Él habría preferido tomar cerveza, pero no se atrevió a pedirla, ya que así se había servido para todos y Montse propuso un brindis por conocer al fin al novio de su hija.

El salón era muy amplio, casi tanto como su casa entera. Sobre la mesa colgaba una enorme lámpara de cristales que reflejaban la luz por toda la sala y las paredes estaban recargadas con cuadros y tapices. A Hugo le recordaba un poco a la casa de sus abuelos, pero con mucha más elegancia y mucho más dinero invertido entre aquellas paredes.

Sonaba música clásica de fondo cuando el padre les indicó que podían sentarse a la mesa. Comenzaron hablando de temas triviales; la madre era muy cordial, aunque le daba la sensación de que su padre estaba esperando el momento para saltarle al cuello. Montse se disculpó por la ausencia de su hijo mayor, Juan Luis, pero justo ese día había tenido que viajar al extranjero por temas de trabajo. Le contó que era director de negocio de una importante compañía internacional y que estaba constantemente viajando a distintas partes de Europa. Había querido invitar a Nuria, su mujer, pero ella ya había hecho planes. Berta había elegido la fecha de la presentación a sabiendas de que su hermano mayor no podía asistir; a veces podía ser tan cretino como su padre, y no quería ponérselo más difícil a Hugo. Sin embargo, sabía que Fran estaría dispuesto a echarle un capote si la cosa se complicaba. De momento no iba mal, hasta que su padre decidió que ya había pasado el tiempo oficial de cortesía y comenzó con el interrogatorio:

—Hugo, ¿a qué te dedicas? Berta no nos lo ha contado —le preguntó mientras echaba a su hija una mirada de reprimenda.

—Trabajo en un supermercado —respondió Hugo sin querer entrar en detalles.

—¿Eres encargado? —quiso saber Montse.

—No, soy reponedor, llevo solo unos meses.

—Quizá con el tiempo sí que llegue a encargado —intervino Berta.

Hugo le echó a su chica una mirada de incredulidad, intentando que no le viesen sus padres. Pensaba que al menos les habría contado dónde trabajaba para así allanarle un poco el terreno.

—¿Y qué has estudiado? Tengo muchos contactos y quizá podría conseguirte un puesto mejor.

—¡Papá, por favor! —le recriminó Berta.

—No pasa nada, Berta —le indicó Hugo calmado, aunque por dentro sentía que una llama se había encendido por el desprecio que su padre había mostrado hacia su trabajo. Se dirigió a él, sabiendo que su respuesta le iba a gustar menos todavía que su puesto—: No he estudiado nada, no era muy bueno en los estudios. Acabé el instituto y me puse a trabajar. Llevo casi cinco años trabajando.

—¿Pero cuántos años tienes? —preguntó el padre.

—Tengo veinticuatro.

—¿Y con veinticuatro años qué has pensado hacer con tu vida? ¿Vas a trabajar siempre en el supermercado? —continuó su padre. Hugo tenía la sensación de que trataba de dejarlo en evidencia delante de toda la familia.

—Papá —apaciguó Berta—, ahora mismo Hugo tiene un puesto fijo y lleva dinero a casa para ayudar a su madre. Y más adelante ya veremos, no tiene por qué decidir ahora qué va a hacer con su futuro.

—Sabes que Berta está en tercero de Periodismo, ¿verdad? —le preguntó bajándose las gafas para mirarle directamente a los ojos.

—Claro que lo sé —respondió Hugo muy serio—. Y estoy muy orgulloso de ella. La voy a apoyar en todo lo que necesite y a aceptar sus decisiones. —Era una puñalada directa, pues Hugo sabía que su padre no había aceptado al principio de su carrera que eligiese esos estudios.

De repente se creó una fuerte tensión entre ellos, con sus miradas fijas el uno en el otro. Berta no sabía si intervenir ni de qué forma. Miró a su madre, pero ella parecía asentir a la opinión de su padre. Miró a Fran en busca de ayuda y este le guiñó un ojo: era la persona adecuada para calmar los ánimos.

—Y hablando de la carrera de Berta —intervino Fran—, tengo un regalo por haber aprobado este duro curso. —Y diciendo esto, le entregó una cajita de no más de un palmo envuelta en papel de regalo.

Berta se quedó muy sorprendida. No se atrevía a tocar la cajita, que atrajo también la atención de los demás comensales permitiendo a Hugo relajarse un poco.

—Pero si todavía me faltan dos exámenes por hacer y varias notas por saber —dijo Berta.

—Hermanita, ¿cuándo has suspendido tú? Anda, ábrelo y dime si te gusta.

Berta obedeció, intrigada por lo que contenía la caja misteriosa, y cuál fue su sorpresa al descubrir que se trataba del iPhone, el teléfono de Apple que todavía no había llegado a España.

—¿Pero cómo lo has conseguido? ¡Si aún no está a la venta! Sale el mes que viene, ¿no? —preguntó Berta maravillada a su hermano.

—¡Exacto! Sale el 11 de julio en España. Este es un modelo americano, en exclusiva para ti. Me lo ha conseguido un compañero de trabajo que viaja mucho a Nueva York y lo hemos formateado para que puedas usarlo con tu operador de telefonía. ¿Te gusta?

—¡Me encanta!

—Mira, te enseño todo lo que trae de serie. Aquí tienes las fotos, la cámara, que es una pasada, el acceso a internet, que tendrás que configurar, los mapas… Y esto te va a flipar, el iTunes para descargar música y tonos…

Fran le fue enseñando todo lo que tenía el teléfono. Berta estaba emocionada. El cacharro había captado también toda la atención de sus padres, que por un momento se habían olvidado del chico y de su trabajo en el súper. Comparado con esto, el Kindle que Hugo le había regalado para su cumpleaños quedaba a la altura del betún. Sin embargo, tenía que agradecerle que le permitiera dejar de estar en el punto de mira de su padre.

El resto de la cena trascurrió más tranquila, con el iPhone como tema principal de conversación. Un rato después de los postres, Hugo dio las gracias a la familia por la invitación y alegó que se marchaba pronto porque debía madrugar al día siguiente para el trabajo. Berta sabía de sobra que tenía turno de tarde, pero había ido tan mal la presentación con su padre que ella también prefería que se fuese enseguida. Decidió acompañarlo hasta el coche.

—Siento que mi padre se haya comportado como un auténtico cabrón —se disculpó Berta.

—Ya, no ha sido muy amable, la verdad… —respondió Hugo—. Pero no me importa lo que piense tu padre. Lo que más me jode es que no les hayas dicho nada de mí. Me hubiese ayudado un poquitín si les hubieses contado algo.

—Sí que les he hablado de ti —mintió Berta—, pero no les había dicho en qué trabajas. Ya has visto cómo se pone mi padre y no quería pelearme con él antes de que os conocierais, porque hubiese sido todavía peor y me hubiese empezado a decir «este chico no te conviene» y esas gilipolleces.

—No te preocupes, que esa conversación seguro que te está esperando para cuando vuelvas a casa.

—He intentado que te conozca a ti y que le caigas bien por ti mismo, sin pensar en trabajos o qué vas a hacer en un futuro —se defendió Berta.

—Ah, así que soy yo el que la ha cagado, ¿no?

—Yo no he dicho eso.

—Pues yo creo que sí… Mira, Berta, me voy porque vamos a acabar mal hoy. Ya hablamos…

—Sí, llámame mañana —pidió seria Berta.

—No te preocupes, que te llamo… a tu teléfono nuevo —dijo con un tono de guasa.

—Adiós, Hugo —dijo Berta cerrando la puerta del coche de un portazo. Se dio la vuelta y fue caminando hacia su portal sin mirar atrás.

Cambio de planes

 

Había pasado una semana desde la cena en casa de Berta con sus padres. Hugo seguía malhumorado y tardó tres días en llamarla. Ella tampoco estaba muy contenta ni con sus padres ni con su chico. Para colmo, habían quedado en un bar y él le había contado que su hermano iba a ir con ellos en la semana que habían planeado ellos solos de vacaciones en Cádiz. La cosa iba de mal en peor. Después de un buen rato en el bar en silencio, la chica le pidió que la llevase a casa.

Berta subió al coche malhumorada y cerró de un golpe la puerta del copiloto. Sabía que eso enfurecería a Hugo, que cuidaba con más mimo su Seat León que a ella misma. Este la miró de reojo y se mordió el labio inferior porque sabía que, si abría la boca, podía soltar por ella cualquier insensatez de la que más tarde se arrepentiría y tendría que ir con las orejas gachas a pedirle perdón.

No se hablaron en todo el trayecto, en un absurdo juego de orgullo en el que el primero que pronunciase una palabra daría muestra de su debilidad. Hugo frenó de golpe al final de la calle de Berta para que sus padres no los viesen, no le apetecía volver a encontrárselos. Ella le miró seria; sabía que el frenazo había sido a propósito, él estaba ansioso por continuar la conversación que se había quedado paralizada en el bar, pero no quería ser el primero en pronunciarse y ella no se lo iba a poner fácil.

—Bueno, entonces, ¿qué vas a hacer? —rompió el hielo finalmente Hugo, reconociendo que el que había cambiado los planes era él y, por tanto, el último cabreo había comenzado por su culpa.

—¿Qué voy a hacer? Entonces ya has decidido que nuestras vacaciones juntos se van a la mierda y que ahora soy yo la que se puede acoplar o no a las vacaciones que has planeado con tu hermano —respondió dolida, con ceño fruncido y brazos cruzados.

—¡Joder, no te lo tomes así! Simplemente hemos cambiado los planes y ahora nos vamos los tres juntos, si tú quieres.

—¡Pero ya no será lo mismo! No van a ser las vacaciones de pareja que me habías prometido. Ya me imagino las cenas románticas a la orilla del mar, tú, yo, el sujetavelas de tu hermano y seguramente también su perro. ¡Qué bonito!

—¿Y tú le has dicho a tus padres que te vienes conmigo? —contraatacó Hugo.

—No —admitió Berta—. ¿Crees que me hubiesen dejado ir con lo bien que os caísteis el otro día? Les he dicho que voy con mis compañeras de clase.

Los dos se quedaron en silencio, pensando en la situación mientras el enfado poco a poco se iba desvaneciendo.

—Cariño, entiéndelo, es mi hermano y todos los años pasamos unos días en la playa juntos. Pensaba que me iban a dar más vacaciones en el curro y que me podría ir con él en agosto, mientras tú estás con tus padres en Niza, pero no me dan más que esa semana. ¿De verdad te importa tanto que vayamos los tres? Si David y tú os lleváis bien, ¿qué más te da? Y el perro se lo quedará mi padre —añadió Hugo, tratando de recuperar el buen humor.

—No vamos a tener tiempo para estar a solas —le reprochó Berta en un tono tierno, mientras le acariciaba el brazo y se recostaba contra él.

—Vamos a hacer una cosa. Dile a alguna amiga tuya que se venga también, así distrae a mi hermano y tenemos tiempo para nosotros. ¿Por qué no se lo dices a María, eh? María mola, además seguro que se consigue ligar a David.

—María va a estar de exámenes hasta finales de julio, tiene varias asignaturas de segundo todavía pendientes. Además, te recuerdo que el examen de Historia del Periodismo pilla en esa semana y yo solicité que me lo adelantasen para poder hacer este viaje contigo…

—Vale, vale, vale. No salgas con esas otra vez que ya sabes que no he podido elegir los días de vacaciones. Díselo a la amiga que quieras y ya está.

—Quizá pueda venir Jana. Creo que en Psicología acababan los exámenes pronto, además hace mucho que no pasamos un tiempo juntas, estaría bien.

—¿La pirada esa de tu vecina? No me jodas, ¿lo haces para castigarme o qué?

—No te pongas así —continuó Berta—. Jana es muy maja, ya verás cuando la conozcas un poco más.

—Vale, nena, no voy a seguir discutiendo, díselo a quien quieras.

—Eso sí, no creo que ni Jana ni ninguna otra de mis amigas se ligase a tu hermano.

—¿Y eso por qué? ¿No tiene David el caché de tus amigas o qué?

—Puede que el caché sí, pero todavía es un poco joven para ellas.

—Pues ya podía alguna de tus maduras amigas espabilarle un poco, que todavía no le he visto con ninguna tía. Yo a los diecisiete años ya había tenido unas cuantas novias. A ver si se va a volver maricón.

—¿Maricón? ¡Eso es que no has visto cómo me mira el culo!

—¿Que te mira el culo? ¡Menudo cabronazo!

Berta llegó pronto a casa para la cena, besó a su madre y se dirigió rápido a su habitación, sin darle tiempo a que le hiciera ninguna de las preguntas cotillas que solía hacerle acerca de dónde había pasado la tarde.

Se sentó en su escritorio y sacó los apuntes del próximo examen, Géneros de opinión, con idea de repasar un poco antes de la cena. Suspiró mientras ojeaba el volumen de páginas a estudiar, todas ordenadas escrupulosamente por capítulos, subcapítulos, apartados y guiones. Tenía una letra redonda y muy legible, aunque fuesen notas tomadas rápidamente en clase, motivo de préstamo de sus apuntes a muchos compañeros más holgazanes. Subrayaba en rojo lo más importante de cada lección y elaboraba un resumen al final del tema, como le habían enseñado desde pequeña en sus clases de técnicas de estudio. Le funcionaba bastante bien ese método, era chica de sobresaliente y aunque sus notas le hubiesen permitido de sobra entrar en Periodismo en la universidad pública, no como a la mayoría de sus compañeros, sus padres decidieron que estudiase en una privada, simplemente por el prestigio que le proporcionaría a la hora de buscar un futuro trabajo.

No era capaz de concentrarse. Seguía dándole vueltas al asunto de sus vacaciones con Hugo. ¿Había sido tal vez muy dura con él? Después de todo, le parecía entrañable que quisiera pasar unos días con su hermano. Conocía poco a David, pero suficiente para saber que era muy tímido y que seguramente tendría pocos amigos. Ella pasaba poco tiempo con sus hermanos mayores, no sentía la complicidad que tenían Hugo y David, quizá por la diferencia de edad entre ellos, de ocho y diez años, o porque ellos eran chicos y, en su mundo, su hermana pequeña no pintaba nada. Solo recordaba haber pasado unas vacaciones con los dos, sin sus padres, hacía un par de años cuando Juan Luis estudiaba el máster de Dirección de Empresas en Londres y Fran y ella fueron a visitarle en Semana Santa. Juan Luis les hizo un recorrido por los lugares más pintorescos de la capital británica: el Big Ben y las casas del parlamento, el Palacio de Buckingham, Trafalgar Square, la Torre de Londres, el Museo Británico y los enormes parques, donde las valientes ardillas les robaban los cacahuetes de la bolsa.

Recordaba con cariño aquel viaje, sus largas conversaciones mientras descansaban del ajetreo londinense tomando un café sin las tensiones que tantas veces había entre ellos en casa, incluso Fran le había pedido consejo para ligarse a una chica de su oficina con la que llevaba tiempo tonteando, pero sin llegar a nada. Mantenía de recuerdo de Londres una minifalda que se había comprado en el mercadillo de Camden Town, muy corta, de cuero morado con cintas a los lados, original para ella, pero indecente para su padre, que le prohibió salir de casa con ella puesta. Esa minifalda causaba sensación entre el género masculino y Berta bien lo sabía. La había guardado en el fondo del armario y aprovechaba para ponérsela cuando sus padres no estaban.

Se levantó del escritorio y se tumbó en la cama con los apuntes todavía en la mano, no había conseguido pasar de la primera hoja. Solo le quedaban dos exámenes para acabar el curso y ya estaba impaciente por terminar aquel tercer año de carrera, que estaba resultando mucho más difícil que los dos anteriores. Deseaba con ansia que llegase el momento de poner rumbo a la playa con Hugo y descansar de los estudios y de sus padres. Habían planeado el viaje hacía más de un mes. Pasarían una semana en Cádiz, en el apartamento que el padre de Hugo tenía en Zahara de los Atunes. El apartamento era lo único que el padre se había quedado en propiedad cuando se separó de su mujer. Él solía ir muy poco, pero lo mantenía por los chicos, que acostumbraban a hacerse un par de viajes al año. Hugo conocía bien el pueblo y le prometió llevarla a los mejores restaurantes y chiringuitos de la playa. Había hecho bien en decirles a sus padres que se iba con las amigas de la universidad, así sería más fácil y tendría que dar menos explicaciones.

La presentación familiar de Hugo no había ido nada bien, aunque ella ya se lo esperaba y por eso había tratado de evitarlo durante tanto tiempo. Su anterior novio, Felipe, era el yerno perfecto, a Berta le costó menos cortar con él que contárselo a sus padres. Fue todo un trauma, sobre todo para su madre, que lo adoraba. Felipe era el hijo de unos amigos de sus padres, estudiaba Derecho, era refinado, detallista, muy atento con su familia y vestía siempre elegante con marcas caras. Berta se sintió atraída por su físico —era alto y guapo— y por lo cortés que era con ella, pero en unos meses vio que tenían poco en común y se fue cansando de él. Hugo era el plano opuesto: no tenía estudios, llevaba el pelo largo y los pantalones caídos mostrando parte de los calzoncillos. A Berta no le importaba que no hubiese ido a la universidad, pero su padre no entendía que no se labrase un porvenir, como él decía. Hugo llevaba años trabajando y gracias a eso se podía permitir lo que quería sin depender del dinero de sus padres, como ella.

Llamaron a la puerta de su habitación y su madre abrió suavemente.

—Nena, la cena está lista.

—Voy ya mismo, mamá.

Siempre cenaban los tres juntos a las nueve de la noche, sus hermanos ya hacía tiempo que se habían independizado. Su padre hacía algún comentario del trabajo en el bufete o su madre contaba algún cotilleo de la comunidad de vecinos, mientras de fondo se oía la televisión. Durante la cena, Berta les recordó a sus padres el viaje a Cádiz con las compañeras de curso en cuanto hiciesen el último examen, que era el siguiente viernes. A Montse y Juan Luis les parecía bien, se había esforzado mucho durante el curso y no le vendrían mal unos días de sol y playa junto a sus amigas, y alejada del melenudo. Su madre les contó que Juan Luis y Nuria habían decidido ir con ellos a Niza unos días a finales de agosto. Se habían casado hacía año y medio y su madre estaba deseando que tuviesen un bebé. Pensaba que la tranquilidad de la Costa Azul les ayudaría a conseguirlo y no había parado de hablar con Nuria hasta convencerla de que los acompañasen unos días. Fran, sin embargo, no podría coger vacaciones hasta septiembre. Acababa de entrar a trabajar en una consultoría de software como director de proyectos internacionales y, por mucho que su madre insistiera, era pronto para pedir vacaciones.

Al acabar la cena, Berta volvió a su cuarto. Encendió su ordenador y revisó su correo electrónico. María le había enviado el examen de Historia del Periodismo de 2007, el año anterior, para hacerse una idea, ya que el profesor era el mismo. En otro correo, Fran le reenviaba un mail donde hablaba de la manipulación de la información de los medios de comunicación. De vez en cuando, recibía algún e-mail de ese tipo de su hermano mediano, relacionado con la profesión en la que se estaba forjando. De toda su familia, Fran era el que más la tomaba en serio y el único que confiaba plenamente en que su hermanita sería una buena profesional del periodismo. Sus padres hubiesen preferido que estudiase Medicina, no tanto por verla ejerciendo como futura doctora, sino por la posibilidad de encontrar un buen médico al que unir su vida y establecer un porvenir sólido y seguro. Contra viento y marea, trató de convencerles de entrar a la facultad de Periodismo, pero Berta era obstinada y no paró un segundo hasta conseguirlo. Finalmente, aunque no muy contentos, sus padres tuvieron que aceptar la decisión, pues ya no era una niña y debían aprender a aceptar su criterio.

Entró en Messenger y vio que Jana estaba conectada.

BERTA dice: Hey Jana, estás x ahí? :-)

JANA dice: Hola. Akí ando, hoy tuve mi último examen y estoy muerta.

BERTA dice: Q suerte! A mí me qdan 2. Q tal t han salido?

JANA dice: Creo q bien, pero ya veremos. Me dan ls notas la prox semana.

BERTA dice: Perfecto, xq tengo 1 plan para nosotras a partir dl sábado…

JANA dice: D q se trata?

BERTA dice: 1 semanita en playa, cn Hugo y su hermano. T ape?

JANA dice: Mmmm, dónde?

BERTA dice: Zahara de los Atunes, en Cádiz. Vent, lo pasaremos guay! Sol, playa y mojitos! :-)

JANA dice: Tiene buena pinta…

BERTA dice: Entonces t viens! Pero dile a tus padres q vamos cn mis compañeras de clase, x si hablan cn los míos xfa.

JANA dice: Ns vemos mañ y m cuentas + dl viaje? Estoy q m caigo de sueño.

BERTA dice: OK, mañ t llamo x la tarde.

JANA dice: OK, hasta mañ!

BERTA dice: Bs!

Jana se había quedado la noche anterior estudiando el examen de Psicología Social hasta las tres de la madrugada. Había dormido cuatro horas y se había marchado a la facultad a transcribir sus conocimientos en la materia. Era el último examen de su clase y al finalizarlo se habían ido todos a la cafetería a hartarse de cervezas. Por la tarde muchos compañeros decidieron continuar la fiesta en los bares de Moncloa, cercanos a la Ciudad Universitaria, pero ella y otras dos chicas se fueron a casa, agotadas por el mes y medio de exámenes, que cerraba su primer año de universidad.