Elcano, viaje a la historia. Edición V Centenario - Tomás Mazón - E-Book

Elcano, viaje a la historia. Edición V Centenario E-Book

Tomás Mazón

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En esta nueva edición ampliada de Elcano, viaje a la historia, el lector encontrará mucha más información y documentación sobre Elcano y los suyos, a través de crónicas, relaciones y otros legajos escritos hace quinientos años, estudiados para contar la travesía épica de la vuelta al mundo, repleta de peligros, sacrificios y amenazas, pero también de valentía, honor y gran pericia. Como concluye Braulio Vázquez, director del Archivo Histórico Provincial de Sevilla: «el lector disfrutará ahora de la mejor síntesis escrita hasta la fecha sobre la primera vuelta al mundo, porque Tomás se ha superado a sí mismo». Una hazaña magníficamente narrada por el emocionante y seguro pulso de Tomás Mazón. —Iván Vélez, Libertad Digital Elcano, viaje a la historia recrea con amenidad y hasta el mínimo detalle la hazaña de los primeros hombres que recorrieron el planeta. —Vicente Olaya, Babelia Un plato gourmet tanto para los expertos en la materia como para los que se inician en ella. —Antonio Puente Mayor, El Correo de Andalucía Cuando se conmemoran cinco siglos de los distintos hitos de la ruta, Mazón publica el libro Elcano, viaje a la historia para dar voz a aquellos hombres que se dejaron la vida, la carne y la imaginación en mostrar al mundo su redondez. —César Cervera, ABC

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Tomás Mazón Serrano

Elcano, viaje a la historia

Edición V Centenario

Prólogo de Braulio Vázquez Campos

Nueva edición corregida y ampliada, marzo de 2022

© El autor y Ediciones Encuentro S.A., 2020

© Prólogo de Braulio Vázquez Campos

Imágenes del pliego elaboradas por Tomás Mazón Serrano en rutaelcano.com

Imagen de las guardas: firmas de los tripulantes recopiladas por Tomás Mazón Serrano en rutaelcano.com

Imagen de cubierta: Juan Sebastián de Elcano, Museo Naval de Madrid

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Colección Nuevo Ensayo, nº 98

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

ISBN EPUB: 978-84-1339-431-2

Depósito Legal: M-5851-2022

Printed in Spain

Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:

Redacción de Ediciones Encuentro

Conde de Aranda 20, bajo B - 28001 Madrid - Tel. 915322607

www.edicionesencuentro.com

A May, porque somos dos en este barco, y a mis padres, por ser mi faro.

Índice

Prólogo a la Edición V Centenario

Preámbulo

Nota preliminar sobre la nueva edición

Las fuentes documentales

PRIMERA PARTE. LA EXPEDICIÓN DE LA ESPECIERÍA

I. Antes de zarpar

Magallanes: su proyecto y su secreto

Un destino con dos caminos

Los preparativos de la expedición

II. La búsqueda del ansiado paso

En el Atlántico

Hacia el mapa en blanco

El motín del Puerto de San Julián

En tierra de patagones

El descubrimiento del estrecho

La vuelta a Sevilla de la nao San Antonio

Por fin el gran océano

III. Hacia el otro lado del mundo

Llegada a las Islas Filipinas

La muerte de Magallanes

La traición de Humabón

Perdidos y de nuevo al borde del desastre

SEGUNDA PARTE. EL VIAJE A LA HISTORIA

IV. El cumplimiento de la misión y la gran decisión

Elcano y Espinosa toman el mando

La estancia en las Molucas

La separación de las naos y la decisión de dar la vuelta al mundo

V. El drama de la nao Trinidad

El intento de tornaviaje

El calvario de los supervivientes

VI. La gesta se consuma

En el Atlántico hasta el límite

El desesperado intento de escala en Cabo Verde

La llegada

La gloria eterna

TERCERA PARTE. MÁS DETALLES PARA LA ADMIRACIÓN

VII. Los conocimientos técnicos con los que dieron la vuelta al mundo

El Pacífico: el ya esperado ancho mar

Interrogantes y reflexiones sobre las navegaciones de Magallanes y Espinosa en el Pacífico

VIII. Grandes hasta el final

Al Maluco por segunda vez y muerte de Elcano

Hernán Cortés al auxilio de Elcano y Espinosa

El final de otros muchos compañeros

¿Qué fue de la nao Victoria?

El legado de Elcano al Monasterio de la Santa Faz de Alicante

Epílogo personal

Anexo I. Los tripulantes

Anexo II. El testimonio de Martín de Ayamonte

Anexo III. Crónica de Fernando de Oliveira, o Manuscrito de Leiden

Anexo IV. Las fuentes

Otra bibliografía

Prólogo a la Edición V Centenario

Como Elcano y sus compañeros cuando regresaron a Sanlúcar de Barrameda, Tomás y yo llevamos años compartiendo viaje en el estudio de la primera vuelta al mundo. Recuerdo cómo, allá por 2017, los comisarios de la exposición El viaje más largo, que conmemoraría el V centenario de aquel hito —Antonio Fernández Torres, Guillermo Morán Dauchez y yo mismo—, estábamos debatiendo aún el discurso narrativo de la muestra, y que alguno preguntó si habíamos visitado la página web www.rutaelcano.com. Sí, claro que la conocíamos, era impresionante cómo podías moverte sobre el mapa de Google Earth siguiendo, bordada a bordada, el trayecto de la Armada de la Especiería de Magallanes según el Derrotero de la nao Victoria que entregara el piloto Francisco Albo a la Casa de la Contratación. Era (es) una página magnífica, con entradas sobre los protagonistas, la cartografía, las matemáticas y las técnicas de geoposicionamiento de la época, a las que sumaba apartados de bibliografía y fuentes documentales que permitían reconstruir esta expedición y otras que la siguieron por el Pacífico... Todo ello en constante proceso de rectificación y mejora, y sin siquiera un anuncio publicitario que compensara los gastos. Como supe luego, a Tomás le ha estado costando su buen dinero y su tiempo la divulgación desinteresada de esta historia. Sin dudarlo, casi al unísono, decidimos que teníamos que conseguir que este sorprendente estudioso trabajara con nosotros. Lo llamamos para conocernos y lo citamos en el Archivo General de Indias.

Cuando nos reunimos en mi despacho poco tiempo después, tuve el gusto de mostrarle algunos documentos que atañían a la armada de Magallanes. A lo largo de mi carrera profesional, he tenido ocasión de observar a cientos de investigadores trabajar con papeles de siglos de antigüedad. Pocas veces he visto a alguien mostrar un respeto tan reverencial, y a la vez tanto entusiasmo y amor por la Historia, como a Tomás cuando pudo leer los pliegos en cuarto del Derrotero de la nao Victoria, copia de finales del siglo XVI del original que terminara de confeccionar el piloto Francisco Albo. Fue fácil ponerse de acuerdo con una persona de estas características que, por si fuera poco, no pedía nada a cambio de su colaboración. Su contribución fue fundamental para el gran éxito de la exposición El viaje más largo, que acercó la historia de la primera circunnavegación, entre septiembre de 2019 y febrero de 2020, a más de 320.000 visitantes en el Archivo General de Indias, y que repitió éxito en 2021 en el otro extremo de España, en el Museo San Telmo de San Sebastián.

Este libro es ya un clásico sobre la cuestión. Decía en mi prólogo a su primera edición que había sido escrito por un «simple» ingeniero técnico de obras públicas e historiador aficionado, como él se definió humildemente en cierta ocasión. También aficionado a la astronomía, por cierto, como otro insigne divulgador de la primera vuelta al mundo, el recientemente fallecido profesor D. José Luis Comellas. Este carácter de outsider, lejos de suponer un inconveniente, es, en mi opinión, un gran soplo de aire fresco. Aquellos que se acercan a aprender los rudimentos de una disciplina con el bagaje de unos estudios y una experiencia profesional radicalmente distintos tienen la ventaja de estar libres de los prejuicios, vicios y fronteras mentales de los profesionales del ramo (me viene ahora a la memoria esa joya que es Ciencia secreta, de María Portuondo, otra ingeniera metida a historiadora). Tal circunstancia es especialmente valiosa en una ciencia —y la Historia lo es, o algunos aspiramos a que lo sea—, que consiste, en esencia, en un método de verificación de hipótesis para, si no alcanzar la verdad, al menos irnos alejando de las mentiras. Mi opinión profesional, en mi doble vertiente como historiador y archivero, es muy simple: hay que estar siempre dispuesto a aprender, de quien sea que haya estudiado un tema con rigor, y especialmente si aporta una perspectiva nueva.

Lo mejor de reescribir este prólogo es tener el privilegio de ser de los primeros en leer la versión mejorada del estudio de Tomás. Ya no me sorprende su vasto conocimiento de la documentación y la cronística del Viaje (sí, sigo escribiéndolo con mayúscula), porque he seguido muy de cerca sus desvelos en bibliotecas y archivos, tanto físicos como virtuales; hasta tal punto ha llegado su dedicación que hasta mi admirado Arquivo Nacional da Torre do Tombo ya lo cita como autoridad en sus descripciones de documentos. Pero no se le ha subido nada de ello a la cabeza. Se ha acentuado en él el espíritu crítico, su natural modestia y su creatividad, que en fértiles y afables discusiones (en su sentido prístino, el de examinar atenta y particularmente una materia), le han llevado a pulir sus ideas con rigor adamantino. Sigo admirando cómo ha sabido descubrir en documentos archiconocidos lo que a otros les había pasado inadvertido —¡ah, esa carta de López de Recalde! ¡Y qué me dicen del testimonio de Martín de Ayamonte!—, y cómo no le importa desdecirse de algunas de sus propias hipótesis si con ello considera acercarse a la verdad. Concluyo, en fin, que el lector disfrutará ahora de la mejor síntesis escrita hasta la fecha sobre la primera vuelta al mundo, porque Tomás se ha superado a sí mismo.

Pero no es solo que este libro esté bien documentado y sea muy sólido desde el punto de vista científico. Es que, además, su autor, con gran pulso literario, nos embarca con aquellos marinos y nos hace lamentar sus errores, dolernos de sus padecimientos, alegrarnos de sus buenos sucesos y enorgullecernos de sus éxitos como si fueran propios. No es logro baladí hacernos saltar por encima de los siglos para mirarnos en el espejo de aquellos hombres. Será muy difícil que, al pasar la última página, el lector no vea con afecto, como a viejos amigos, no ya a Elcano y Magallanes, sino a todos los aventureros que los acompañaron: el astrónomo Andrés de San Martín, el piloto Francisco Albo, el maestre Juan Bautista, el paje Vasquito Gallego, el marinero Ginés de Mafra, el Capitán Gonzalo Gómez de Espinosa, el grumete Antón Moreno, y tantos y tantos otros. Y milagro será que, como acontece con los buenos libros de aventuras que nos aficionaron a la lectura en la niñez, a poco de arribar exhaustos al puerto de destino, no anhelemos volver a enrolarnos en la Armada de la Especiería y revivir la empresa.

Dije en mi primer prólogo que no me cabía duda de que Tomás, a quien estos años de balanceo por las olas de alta mar desequilibraban en la quietud de tierra firme, se pondría a la cabeza de nuevas expediciones a otras tierras y mares aún inexplorados, que merecerían ser contadas... y vividas. Y yo, amigo, ahora que sé que pronto comandarás otra, sigo queriendo, si me lo permites, enrolarme en el nuevo viaje.

Braulio Vázquez Campos

Doctor en Historia y directordel Archivo Histórico Provincial de Sevilla

Sevilla, 11 de enero de 2022

Preámbulo

Saberá tu Alta Magestad lo que en más avemos de estimar y tener es que hemos descubierto e redondeado toda la redondeza del mundo.

Carta de Juan Sebastián de Elcano dirigida al rey Carlos I, escrita a su llegada a Sanlúcar de Barrameda, el 6 de septiembre de 1522

Les pido que vuelvan a leer la cita de arriba, que lo hagan despacio y que reflexionen sobre ella, porque es la piedra angular de esta historia maravillosa que nos disponemos a contar: contiene la auténtica motivación del capitán Juan Sebastián de Elcano, aquello de lo que más orgulloso se sentía, tras haber concluido el viaje más épico llevado nunca a término.

En el momento de escribir estas palabras, justo al regresar a Sanlúcar de Barrameda, Elcano sabía que acababa de ganar la eternidad. Era plenamente consciente de haber escrito una página de la Historia, un nuevo hito para la humanidad que sería recordado por todas las generaciones futuras. Exactamente eso fue lo que movió a Elcano y a sus hombres a hacer lo que hicieron, y del modo en que lo hicieron.

Nadie les había pedido que dieran la vuelta al mundo. El objetivo de la expedición capitaneada por Fernando de Magallanes nunca había sido otro que el de alcanzar las islas de la Especiería, también llamadas entonces Maluco o Moluco, —hoy islas Molucas, en Indonesia—. Intentar completar la vuelta al mundo fue algo improvisado, una idea que surgió durante el viaje entre los expedicionarios supervivientes tras la muerte de Magallanes, quienes consiguieron encontrar las Molucas y, desde el otro lado del mundo, tomaron la decisión consciente de elegir el camino de vuelta que les iba a permitir circunnavegar por primera vez el globo, sabedores de que así entrarían en la Historia.

Con ello se arriesgaron a volver atravesando el hemisferio que, según el Tratado de Tordesillas, correspondía a Portugal, el reino rival que pugnaba por hacerse con el comercio de las lucrativas especias y que había dispuesto localizar y capturar a la armada de Magallanes. Esto llevó a Elcano a realizar el viaje de vuelta siempre lejos de la costa para tener menos probabilidades de ser detectado, lo cual otorga a su logro un valor añadido enorme, y un grado de épica y de sufrimiento más allá de todo límite.

Con este libro pretendo acercar al lector, profano o experto, a la verdadera historia de este viaje, desgranando la información que sobre él encontramos en los archivos históricos y en las relaciones que dieron sus propios protagonistas. Con ello, no solo vamos a ser capaces de comprender la magnitud colosal de este viaje y el esfuerzo que supuso, sino que, además, el modo de actuar de aquellos hombres nos llevará a admirarlos por su valía, su valentía, y su enorme sentido del deber y el honor.

Empezamos nuestro viaje a esta historia.

Nota preliminar sobre la nueva edición

Escribo estas líneas cerca de dos años después de que la primera edición de Elcano, viaje a la historia largara velas y, ante todo, lo hago agradecido a tantas personas que lo han leído e impulsado a seguir navegando, no solo a él sino también a mí, cada vez más y más lejos.

Tras su publicación, el libro emprendió su viaje, mientras que yo seguí con el mío. Aquellos marinos de la especiería me habían atrapado de tal manera que continuar profundizando en el conocimiento sobre ellos se había convertido en una necesidad. Así, he seguido con lo que más me gusta, investigar en los archivos intentando acercarme un poco más a la verdad de aquel viaje, de aquellos hombres y de quienes les siguieron.

Qué razón tenía mi querido amigo Braulio Vázquez en el prólogo que me regaló cuando definía el estudio de la Historia como un método de verificación de hipótesis para, si no alcanzar la verdad, al menos alejarnos de las mentiras. Esta frase me ha venido a la mente una y mil veces, cada vez que encontraba un nuevo dato que dejaba obsoleto lo que ya había escrito, que modulaba mi forma de comprender determinados hechos, o incluso que contradecía a otras informaciones e interpretaciones y, paradójicamente, no me hacía sentir más cerca de la verdad, sino más lejos.

En la primera edición del libro busqué pretendidamente que el lector se pudiera embarcar en las naos cuanto antes, por lo que resumí el contexto previo y lo concerniente a los preparativos a lo que consideré como mínimo imprescindible. En cambio, ahora creo que gran parte de lo ocurrido durante los primeros meses de navegación estaba poco menos que predestinado desde antes de la partida, porque encuentro en esta fase previa algunas claves fundamentales que explicarían lo acaecido después.

En la primera edición lancé una hipótesis, según la cual Magallanes había ocultado el camino que verdaderamente pensaba seguir, diciendo a los que le acompañaban que irían por el cabo de Buena Esperanza y que, por eso, se terminó produciendo el motín del Puerto de San Julián. Ahora creo conveniente matizarlo, según expondré. Las veces en que me he referido a ella con posterioridad he acostumbrado a decir que tenía la sensación de que nos faltaba alguna pieza del puzle para comprender bien qué pasó. Sin embargo, ahora pienso que, en realidad, las piezas ya las teníamos, pero no estábamos (estaba) encajándolas bien unas con otras. El problema no era otro que nuestros (mis) prejuicios e ideas preconcebidas, que ponían un velo delante de mí al leer e interpretar ciertos documentos, de los que solo he podido comprender su auténtico valor tras releerlos con mente abierta. Creo haber alcanzado una interpretación de todo ello que, manteniendo el apego por lo expresado en las diferentes fuentes, me parece que resulta más natural, como si todo quedara mejor engrasado y ajustado y, por ello, resulta más convincente.

En este punto quiero expresar mi agradecimiento a una persona de extraordinario espíritu crítico, cuyos puntos de vista me han servido como acicate para reflexionar, revisar documentos sobre la cuestión y ponerme en el que ahora creo es el camino correcto. Se trata del director del Departamento de Estudios e Investigación del Instituto de Historia y Cultura Naval de la Armada Española y Capitán de Navío don José Ramón Vallespín. No espero convencerlo de mis conclusiones pero, al menos, sí quiero que sepa de mi gratitud.

Más allá de la documentación relativa a los preparativos, a lo que he dedicado más tiempo en mis pesquisas posteriores ha sido a lo acaecido tras el viaje, en especial a todo aquello que pudiera tener relación con los marinos supervivientes. Dado que gran parte de ellos volvieron a hacerse a la mar, he ampliado mi mirada mucho más allá de la historia de la primera vuelta al mundo, y me he embarcado en otros viajes tan ricos y apasionantes como este, descubriendo además en ellos a otros marinos de talla excepcional.

Además, la historia de la expedición quedará ahora salpicada de datos y aportes adicionales, en su mayoría pequeños detalles, que enriquecen todavía más esta epopeya y sirven para comprender mejor ciertos hechos y a quienes los protagonizaron.

Como ven, mi viaje continúa, y tengo algunas cosas nuevas que contarles.

Las fuentes documentales

Antes de comenzar, resulta conveniente tratar acerca de las fuentes que nos van a permitir conocer la historia de este viaje.

Lo primero que puede resultarnos asombroso es saber que, pese a que han pasado ya quinientos años, se conservan cientos de documentos relacionados con la expedición. En su mayoría se trata de manuscritos originales —o copias coetáneas— que se conservan principalmente en el Archivo General de Indias de Sevilla y, en menor medida, en el Arquivo Nacional da Torre do Tombo (Lisboa), aunque también hay algunos otros documentos muy relevantes en otros archivos.

Entre este inmenso legado encontramos información muy diversa, que principalmente fue generada o recopilada en su día por los oficiales de la Casa de Contratación de Indias de Sevilla, un organismo creado algunos años antes por los Reyes Católicos con el fin de gestionar la logística necesaria para las expediciones al Nuevo Mundo. Esta tarea la ejercían de forma muy eficaz, si nos atenemos a su manera de trabajar en lo relacionado con esta expedición.

La Casa de Contratación registraba con especial celo todo aquello que supusiera un coste, de manera que, gracias a ello, hoy podemos conocer hasta el más insignificante detalle de qué fue lo que se embarcó en las naos, el sueldo estipulado para cada tripulante, de dónde procedía cada uno o el nombre de sus familiares más allegados, además de los pagos que se les fueron realizando tras la vuelta y un sinfín de otros pormenores. La Casa de Contratación también recibía y guardaba los escritos con las disposiciones reales o reales cédulas, en las que vamos a poder conocer el parecer de Carlos I acerca de todo tipo de cuestiones relacionadas con la organización de la expedición.

El grueso de estos documentos nos va a servir para averiguar cómo se gestó la expedición y qué pasó tras su regreso, pero ¿qué hay acerca de lo que sucedió durante el viaje? En este caso, los archivos guardan diferentes testimonios que se tomaron ante escribano, que era la manera acostumbrada por entonces de dar fe pública a un documento. Así, por ejemplo, tras el regreso de Elcano, tanto él mismo como el piloto Francisco Albo y el barbero —quien ejercía como enfermero— Hernando de Bustamante contestaron a diferentes preguntas que les formuló el alcalde De Leguizamo, y en ellas relataban su versión de diferentes hechos, tales como la muerte de Magallanes o la disputa que este mantuvo con el capitán Juan de Cartagena. Algunos de estos documentos incluso nos cuentan el viaje casi completo, como la declaración que hizo el grumete Martín de Ayamonte, huido en la isla de Timor, al narrar a los portugueses que más tarde lo encontraron cómo había llegado hasta allí.

Hay muchos otros testimonios parciales de los tripulantes, como el que fue tomado a varios responsables de la expedición antes de partir, declarando las dificultades que hubo para reclutar gente, o los escritos de los oficiales de la Casa de Contratación dando noticias al rey de lo que venían contando los llegados a bordo de la nao San Antonio tras su regreso prematuro desde el estrecho de Magallanes. Contamos también con el testimonio que mandó tomar el capitán general tras el motín del Puerto de San Julián, o el conocido como Libro de las Paces, en que se asentaron los acuerdos amistosos firmados con los reyes locales de diferentes islas asiáticas por las que pasaron.

Además de ello, tenemos una copia coetánea del Derroterode Francisco Albo, el piloto griego, aunque de origen probablemente genovés1, que compiló en un largo texto las posiciones observadas diariamente, lo que nos permite conocer dónde estuvieron cada día, en general con un grado de precisión excelente. Resultan también de una gran relevancia las relaciones de fallecidos, en las que se anotaba el día y causa de la baja de cada tripulante. Contamos con dos de estas relaciones: la que vino en la nao Victoria con un listado completo, y otra específica de las bajas que se produjeron entre los tripulantes que quedaron en la nao Trinidad para intentar volver desde las Molucas hasta España por el Pacífico.

Por si todo esto no fuera suficiente, algunos de los supervivientes al viaje escribieron largos textos en los que narraron las diferentes vicisitudes por las que pasaron, aunque en ningún caso han perdurado sus textos originales, sino copias realizadas tiempo después. La más conocida y extensa de estas relaciones es la de Antonio de Pigafetta, un italiano originario de Vicenza, ciudad próxima a Venecia, que se encontraba en Castilla acompañando al nuncio del papa en la corte y, al tener noticia de que se estaba preparando la expedición, pidió permiso al rey para embarcar. Como resulta patente en su texto, Pigafetta terminó estrechando amistad con Fernando de Magallanes, de quien se convirtió en un ferviente admirador. Pese a que gracias a Pigafetta conocemos detalles que no encontraremos en ninguna otra fuente, se aprecia cierto sesgo en su relación, al no mencionar siquiera a Elcano o a Gonzalo Gómez de Espinosa, los dos hombres más relevantes de la expedición desde la muerte de Magallanes, y omitir algunos hechos de gran calado en la historia del viaje.

Ginés de Mafra embarcó como marinero en la nao Trinidad, y en ella se mantuvo durante toda la expedición, así que no volvió a España con Elcano, sino que sufrió cinco años de penalidades hasta que consiguió pisar de nuevo Palos, donde residía. Tras el fallido intento de volver por el Pacífico, los supervivientes de la Trinidad regresaron a las Molucas y allí fueron apresados por los portugueses que habían acudido a la caza de los de Magallanes. Después de años preso en diferentes lugares de Asia, Ginés de Mafra terminó siendo liberado en Lisboa y, tiempo después, entregó su relato a un compañero suyo anónimo, que terminó escribiendo lo que le contó. Este texto es una de las principales fuentes sobre el viaje tanto por su extensión como por su grado de veracidad, y se conoce como la Relación de Ginés de Mafra.

Dos de sus compañeros a bordo de la Trinidad fueron los genoveses León Pancado, o Pancaldo, y Juan Bautista de Punzorol. En su caso, huyeron como polizones en una nao portuguesa desde la India hacia Lisboa, pero fueron descubiertos y apresados en Mozambique, donde este último falleció. Cualquiera de los dos pudo ser el autor del conocido como Roteirode un piloto genovés, aunque es más probable que lo fuera León Pancaldo, puesto que sobrevivió, volviendo a colarse como polizón en un navío portugués que regresaba a Lisboa. Desde Mozambique ambos escribieron tres cartas con información muy valiosa dirigidas a Carlos I y a un personaje desconocido, que se conservan en Lisboa.

Otra carta similar y profundamente conmovedora la escribió el capitán de la nao Trinidad, Gonzalo Gómez de Espinosa, desde su prisión en Cochín (India), narrando el periplo y las penurias sufridas, que se completa con las declaraciones que dieron ante escribano a su vuelta tanto él como León Pancaldo, Ginés de Mafra y Juan Rodríguez «El Sordo».

De la mano de Juan Sebastián de Elcano contamos con una copia coetánea y figurada (imitando la firma original) de la maravillosa carta en que daba noticia de su llegada a Sanlúcar de Barrameda al rey. Según él mismo declaró, tras su regreso dejó varios documentos en poder de Juan de Sámano, secretario del Consejo de Indias, que no se han conservado.

La última relación de mano de uno de los tripulantes es una breve narración que publicó Giovanni Baptista Ramusio en italiano en 1554, bajo el nombre Relación2 de un portugués compañero de Duarte Barbosa, que fue en la nao Victoria en el año de 1519. Puesto que su autor decía ser un «portugués» superviviente, y no hay registro de que ninguno de los portugueses que se enrolaron completara el viaje, se especula con que pueda ser obra del grumete Vasco Gómez Gallego, quien había embarcado diciendo ser de Bayona (Pontevedra), aunque después se tuvo por portugués durante algún tiempo —hasta que «por probar ser gallego» el rey ordenó que se le pagara «como a los otros»3—.

Por último, no podemos olvidarnos de las crónicas sobre la expedición. Algunas de ellas son muy importantes porque las escribieron personas que tuvieron contacto con Elcano a su regreso. Así, tenemos la de Maximiliano Transilvano, la de Gonzalo Fernández de Oviedo y la de Pedro Mártir de Anglería, sin olvidarnos de la de Bartolomé de las Casas, que estuvo presente en Valladolid cuando Magallanes acudió a la corte a ofrecer su proyecto a Carlos I.

Más tarde, Francisco López de Gómara y Bartolomé Argensola también aportaron interesantes crónicas, pero sin duda la más prolija, que además resulta ser muy fiable por su concordancia con otras fuentes, es la de Antonio de Herrera y Tordesillas, incluida en su obra conocida como Décadas, o Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar océano, publicada en el año 1601.

También hubo cronistas portugueses que trataron la historia de la expedición. Se trata de João de Barros, Fernão Lopes de Castanheda, Gaspar Correa y Fernão de Oliveira. Son todas muy interesantes porque, en general, se sabe que tuvieron acceso a documentación original o incluso pudieron en algún caso tratar directamente con algún superviviente, con la excepción quizás de la de Gaspar Correa que resulta en ocasiones poco certera. La de Fernando de Oliveira, a veces llamada Manuscrito de Leiden, la publicaremos en un anexo al final del libro por ser muy poco conocida y de alto valor historiográfico.

También al final del libro relacionaremos todas las fuentes de forma exhaustiva con el fin de que resulte de utilidad para quien se interese por profundizar en ellas.

Apuntes de la Casa de Contratación con las cuentas a pagar a Juan Sebastián de Elcano tras su regreso, y registro de los pagos sucesivos en que se le abonó el importe resultante. Elcano terminó percibiendo 613.250 maravedís, una auténtica fortuna. Ministerio de Cultura y Deporte. A.G.I.,Contaduría,425,N.1,R.1.

Gracias a toda esta información, no solo seremos capaces de reconstruir lo que ocurrió durante los tres años que duró la expedición con un grado de certeza bastante elevado, sino que además nos daremos cuenta de la clase de gente que llevó a cabo esta gesta, de un modo que nos llevará a admirarlos no solo por lo que hicieron, sino también por cómo lo hicieron. Quedarán siempre puntos abiertos a la discusión, asuntos que no terminen de poder comprenderse quizá en toda su dimensión y, sin duda, hechos que nunca quedaron escritos, pero la información que tenemos es mucha y suficiente para que, quinientos años después, podamos embarcarnos con ellos en aquel viaje que, como ellos sabían, les iba a servir para entrar en la Historia.

PRIMERA PARTE. LA EXPEDICIÓN DE LA ESPECIERÍA

I. Antes de zarpar

La carrera por la Especiería

Quizás hoy nos resulte difícil alcanzar a comprender que unas simples especias como la pimienta, la canela, el clavo o la nuez moscada fueran codiciadas de tal manera en tiempos pasados que llegaran a constituir un motor para la humanidad, ya desde la Antigüedad. Las especias se cultivaban solamente en Asia, y algunas de ellas únicamente en unas islas remotas y envueltas en un halo de leyenda, llamadas de la Especiería.

Las especias se caracterizaron siempre por ser escasas y caras. Ya Plinio el Viejo se sorprendía de que la gente pagara en Roma altas sumas por la pimienta: «Está su precio en seis libras, y cosa admirable es que haya agradado tanto su uso, porque […] solo agrada por su picante sabor, y por éste se va a buscar hasta Indias»4. Algunas especias servían para condimentar alimentos, algo muy importante cuando se carecía de medios de conservación adecuados porque mitigaban el mal sabor; otras eran empleadas como perfume o con fines medicinales.

Durante la Edad Media su comercio había sido llevado a cabo pormercaderes árabes, que las compraban en origen y las transportaban hasta Oriente Medio, donde las vendían a venecianos y genoveses, quienes se ocupaban de su distribución por Europa. Sin embargo, tras la caída de Constantinopla en 1453, el emergente Imperio otomano obstaculizó estas rutas comerciales, lo que provocó un aumento espectacular del precio de la espeçiería dada su aún mayor escasez.

Los emergentes reinos de la península ibérica

Mientras, en el extremo opuesto del Mediterráneo, los reinos cristianos de la península ibérica habían forjado un carácter muy especial y un espíritu de continua necesidad de expansión arraigado desde el mismo momento de su nacimiento. La Reconquista había convertido en algo acostumbrado la expansión hacia nuevos territorios que después había que repoblar e integrar.

La Reconquista terminó para Portugal antes que para Castilla. Aquel reino dio entonces continuidad a su impulso expansionista a través del mar, de la Mar Océana. Fueron pioneros en el desarrollo de sistemas y medios de navegación que permitieron a sus marinos llegar cada vez más lejos: los remos desaparecieron de los navíos, que pasaron a impulsarse solo por unas velas más desarrolladas; las naves permitieron cada vez mayor capacidad de carga y resistencia a los temporales oceánicos gracias a una mayor altura de bordo; se desarrollaron la astronomía, la cosmografía y las matemáticas, ciencias necesarias para saber orientarse y navegar en mar abierto.

Lo que inicialmente había sido un deseo de incorporar territorios a sus dominios a lo largo de la costa atlántica africana, devino durante la segunda mitad del siglo XV en una voluntad y una determinación férrea por hallar el modo de bordear África para alcanzar Asia y abrir una nueva ruta comercial marítima que les permitiera hacerse con el comercio de la especiería. Siguiendo este empeño, Bartolomé Días consiguió en 1488 el hito fundamental de doblar el que llamó cabo de las Tormentas, en la actual Sudáfrica, aunque a su rey Juan II no gustó el nombre y prefirió pasar a llamarlo tal como hoy lo conocemos: el cabo de Buena Esperanza.

Por entonces un tal Cristóbal Colón trataba de convencer a los Reyes Católicos de que él sería capaz de llegar a la Especiería navegando hacia poniente. No consiguió ser atendido hasta que se completó la conquista del último bastión musulmán en la península ibérica, con la toma de Granada el 2 de enero de 1492. No es por ello casualidad que ese mismo año se consumara un hecho que iba a cambiar el mundo. Apoyado especialmente por la reina Isabel I de Castilla, Colón se lanzó a navegar lo desconocido hasta topar con unas tierras que se interpusieron en su camino y, aunque quiso creer haber llegado a Asia, Colón descubrió el Nuevo Mundo.

¿Se imaginan que hoy España y Portugal se «repartieran» el mundo, la mitad para cada uno, sin contar con los demás? Esto fue exactamente lo que ocurrió entonces con la firma del Tratado de Tordesillas en 1494. Con Portugal pretendiendo asegurarse el dominio de la costa africana, y el reino de Castilla el de las nuevas islas descubiertas por Colón —y quién sabía entonces si se trataban del extremo oriental de Asia— este acuerdo, con el que se reordenaban los ya establecidos con anterioridad, nos da una idea perfecta de la mentalidad sin límites de esta gente, que ni más ni menos se repartió el mundo, con «todo lo que hasta aquí se tenga hallado y descubierto, y de aquí adelante se hallare y descubriere [...], así islas como tierra firme».

El Tratado de Tordesillas es una de las claves en la historia de la expedición de la primera vuelta al mundo, ya que establecía una línea de repartición o demarcación en mitad del océano Atlántico, un meridiano de polo a polo, que dividiría el globo en dos mitades y serviría de frontera entre el hemisferio oriental, que quedaba para Portugal, y el occidental, que sería para Castilla. Más adelante nos detendremos sobre él porque sus términos exactos dan lugar a la interpretación con interesantes repercusiones.

Bajo este marco, los esfuerzos de cada reino se centraron en continuar la exploración de sus respectivos hemisferios. Así, los españoles recorrieron el Caribe, descubrieron la tierra firme continental americana y, en 1513, Vasco Núñez de Balboa, tras cruzar a pie el istmo de Panamá, descubrió un océano a espaldas de América al que llamó Mar del Sur. Hubo otras expediciones que avanzaron cada vez más hacia el sur en busca de un paso que les permitiera dirigirse hacia Asia, hasta la Especiería. El último avance logrado fue alcanzar el actual Río de la Plata, donde el piloto de la Casa de Contratación Juan Díaz de Solís encontró la muerte a manos de los nativos en 1516.

Portugal alcanza la Especiería

Por su parte, los portugueses continuaron avanzando hacia Asia y la Especiería por su lado del mundo hasta lograr alcanzarla. En 1499, Vasco de Gama llegó a India, pero no solo eso, sino que, en 1511, Diogo Lopes Sequeira se estableció todavía más hacia el oriente, en Malaca —en la actual Malasia—, en una expedición en la que encontramos a alguien de excepcional valía, y que ya daba muestras de ello: un joven Fernão de Magalhães.

A finales de ese mismo año, desde Malaca partió una nueva expedición más hacia el oriente, bajo el mando de Antonio de Abreu, en la que viajaba otra persona importante en nuestra historia, amigo y quizás pariente de Magallanes, llamado Francisco Serrão. Tras recorrer el cordón de islas principales que constituyen Indonesia (Sumatra, Java, Bali…), esta expedición alcanzó las islas ubicadas más al sur del archipiélago de las Molucas, las de Ambón y Banda. Lograron así encontrar algunas de las míticas islas de la Especiería, aunque no se establecieron en ellas y decidieron regresar a Malaca. Pero durante la vuelta ocurrió algo relevante: Francisco Serrano quedó en una isla5 junto con 9 o 10 hombres, mientras los demás se marcharon. Terminó en la de Ternate, y desde allí escribió una carta a Fernando de Magallanes en la que le avisaba de que acudiera allí si quería hacerse rico. Nos lo cuenta así Gómara:

Mostraba [se refiere a Magallanes] una carta de Francisco Serrano, portugués, amigo o pariente suyo, escrita en los Malucos, en la cual le rogaba que se fuese allá si quería ser presto rico, y le avisaba cómo se había ido de la India a Java, donde se casara, y después a las Malucas por el trato de las especias.

Además, en esta carta Francisco Serrano ponía en conocimiento de Magallanes la ubicación de las islas Molucas, las verdaderas islas de la Especiería, y le contaba que se encontraban muy alejadas hacia el oriente. Tan lejos le dijo que estaban, que se salían de la demarcación portuguesa, y caían dentro de la castellana. Magallanes guardó bien la carta de su amigo.

Magallanes: su proyecto y su secreto

Tras su regreso a Portugal en 1513, Fernando de Magallanes participó en una campaña militar en Azamor, en el actual Marruecos, donde fue herido en una pierna. Como consecuencia de ello quedó con una visible cojera de por vida. Algunos de los suyos le acusaron falsamente de haber vendido ganado del rey allí, algo por lo que, o bien fue absuelto, o bien quienes le acusaban retiraron los cargos.

Sabemos que obtuvo entonces el rechazo de su rey Manuel I a una subida de pensión que había solicitado. Para él supuso un agravio y un deshonor que no pudo asumir. La crónica de Gaspar de Correa nos cuenta, además, que Magallanes le pidió permiso para marchar a servir a otro rey con quien pudiera ser más afortunado, obteniendo como respuesta «que hiciera lo que quisiera, y cuando quiso besar la mano de su rey, este no se dignó a dársela». No sabemos fehacientemente si esto último fue cierto o no, pero en cualquier caso, herido en su orgullo, deshonrado, y con un rey que cometió el grave error de dejar marchar a alguien con tanto empuje y tantos conocimientos sobre los últimos descubrimientos portugueses, Magallanes decidió pasar a España en octubre de 1517.

Hay dos cuestiones relativas a él que se han difundido de tal manera que han acabado por asumirse como ciertas por la historiografía, aunque en ninguna de las documentaciones primarias o crónicas relacionadas se mencionan. Una de ellas es que ofreció al rey de Portugal dirigir una armada hasta la Especiería por la vía de occidente. Simplemente, no es cierto. Quien sí lo había hecho fue Colón, no Magallanes. La segunda de estas cuestiones es su edad: aunque veremos en casi todas partes que nació en 1480, no hay base documental cierta para afirmarlo6.

Retrato de Fernando de Magallanes. Copia anónima realizada en 1579 de un retrato anterior hoy perdido.Kunsthistorisches Museum de Viena.

El caso es que Magallanes pasó a Sevilla con el fin de obtener licencia de Carlos I para organizar una expedición hasta la Especiería. El propósito inicial era organizarla por sus propios medios, en colaboración con dos socios, el bachiller Rui Faleiro, también portugués, y el mercader y armador burgalés Cristóbal de Haro.

Rui Faleiro —o como castellanizó después su nombre, Ruy Falero—, era un reputado cosmógrafo experto en navegación y hombre de ciencia, que quizás encajaría en el arquetipo de científico extravagante7 —y del que Bartolomé de las Casas refirió que «tenía un demonio familiar»—. Por su parte, Cristóbal de Haro aportaría su gran experiencia como armador de expediciones comerciales, así como la mayor parte del respaldo económico.

Sevilla por entonces era una ciudad boyante, en plena expansión desde el siglo XIV, que se vio muy reforzada desde que los Reyes Católicos fundaran en ella la Casa de Contratación de Indias, donde se organizaban las expediciones hacia el Nuevo Mundo. A ella acudía desde todas partes gente emprendedora y se acumulaba y trasmitía el conocimiento adquirido en cada viaje. La Casa de Contratación desarrollaba la logística y la ciencia necesaria para llevar a cabo las expediciones. Esto convirtió a Sevilla en un foco de atracción para que en ella se establecieran extranjeros y, en concreto, muchos portugueses que habían pasado a servir en Castilla. Uno de ellos fue Diego Barbosa, noble con el importante cargo de alcaide de las Atarazanas y los Reales Alcázares8, quien prestó apoyo inmediato a Magallanes tras su llegada a Sevilla. Además, casó inmediatamente a su hija Beatriz con él antes de que acabara aquel mismo año de 1517. Magallanes y Beatriz Barbosa tuvieron un hijo, llamado Rodrigo, y estaban a la espera del nacimiento del segundo cuando partió la expedición.

Por aquel entonces se vivía en Castilla un período de transición bajo la regencia del cardenal Cisneros, tras la muerte de Fernando el Católico el año anterior. El joven rey Carlos I de Habsburgo había llegado desde Flandes a Asturias solo un mes antes de que Magallanes llegara a Sevilla, pero no fue hasta febrero de 1518 cuando las Cortes de Castilla le juraron como rey junto a su madre Juana.

Magallanes, Faleiro y Haro encontraron eco enseguida. Al explicar que las islas del Maluco se hallaban dentro de la demarcación castellana, mostrando como aval las cartas de Francisco Serrano, Carlos I comprendió de inmediato que el interés estratégico del viaje era enorme. Por ello, en vez de concederles permiso para marchar, convirtió en suyo el proyecto y, solo un mes después, el 22 de marzo de 1518, otorgó las Capitulaciones de Valladolid9, es decir, el contrato por el que se les concedía a Magallanes y Faleiro la capitanía de la expedición y se les prometía grandes beneficios en caso de éxito. El viaje ya no sería organizado por aquellos intrépidos hombres, sino por el rey, que correría con la mayor parte de la inversión y dispondría de todos los medios de la Casa de Contratación de Indias de Sevilla.

Sin embargo, pese a que su visita a la corte castellana podría considerarse a simple vista como un éxito rotundo, había algo que inquietaba a Magallanes de esta organización impuesta por Carlos I. Sabía que iba a tener difícil reservar su secreto.

Magallanes guarda un secreto

Magallanes había resuelto abrirse un camino que ningún navegante había conocido hasta entonces, pero se guardó muy bien de dar a conocer su atrevido proyecto, por temor a que trataran de persuadirle, por los probables peligros que tendría que correr, y por no desanimar a su tripulación.

Este es un fragmento extraído de la primera página del relato de Antonio de Pigafetta. En él se desvela algo tan sorprendente como que Magallanes no quiso compartir con nadie cuál era su proyecto.

Después de leer esto, cualquiera podría malinterpretar la situación de partida de esta expedición, y es que el proyecto de Magallanes no tenía nada de nuevo para la Corona castellana, si lo entendemos como la pretensión de alcanzar el oriente navegando hacia el occidente. El propio Cristóbal Colón había perseguido esta idea y, una vez descubiertas las Indias, el Almirante realizó tres viajes más en los que nunca cejó en su empeño de avanzar tan al oeste como le fue posible, aunque topando siempre con costas que se lo impidieron. El caso se repitió después y fue una tónica constante en las sucesivas exploraciones castellanas.

Como decíamos antes, el último intento previo al de Magallanes había sido el del piloto mayor Juan Díaz de Solís. La orden que había recibido del rey Fernando El Católico fue tan ambiciosa como rotunda, puesto que le pidió alcanzar el Pacífico y alejarse de América nada menos que 1.700 leguas al oeste —más de 9.000 km—, a contar desde el meridiano de demarcación del Tratado de Tordesillas.

Yr a las espaldas de la tierra donde agora está Pedrarias, my capitán general e gobernador de Castilla del Oro, e de allí adelante yr descubriendo por las dichas espaldas de Castilla del Oro mill e sietecientas leguas y más, si pudiéredes, contando desde la raya de la demarcación10.

De este modo, si entendemos el proyecto de Magallanes como la idea de llegar a la Especiería navegando al poniente, vemos que no era original en su concepción, sino tan solo un nuevo intento.

Lo que en realidad hacía diferente a Magallanes era otra cosa. Gracias a la carta de Francisco Serrano, él sabía dónde se encontraban las islas de la Especiería, y aseguraba que eran castellanas. Esta información tan reservada daba un enorme valor añadido a su propuesta de dirigir una armada hasta allí. El conocimiento de la ubicación concreta del Maluco era su principal baza, y convertía a Magallanes en alguien valioso. Ese era su principal secreto, e hizo cuanto pudo por preservarlo. La insistencia del rey le obligó a terminar revelándolo, pero lo hizo tan tarde que con ello dio lugar a una trama repleta de intrigas y recelos digna de la mejor de las novelas, que debemos abordar en la medida en que los documentos originales nos ayuden a comprenderla.

Por otro lado, cuando Pigafetta decía que Magallanes se guardó muy bien de dar a conocer su atrevido proyecto, lo más probable es que se estuviera refiriendo al camino pretendido. Como veremos, Magallanes dijo a quienes le acompañaban que irían al Maluco por el cabo de Buena Esperanza, pero lo que hizo fue perseverar en la búsqueda de un paso en Sudamérica y, tras hallarlo, atravesar el Pacífico. Según todo apunta, lo atrevido de su proyecto era que, si este primer camino resultaba estar cerrado, no pensaba renunciar a alcanzar su destino sino que, desde América, se dirigiría al Maluco atravesando el hemisferio portugués.

El primer documento que cronológicamente nos habla de ello —inmediatamente posterior a las Capitulaciones de Valladolid— es muy revelador. Se trata de una carta11 mediante la que Carlos I daba respuesta a un problema que Magallanes le había planteado. El capitán temía que si revelaba la posición del Maluco, algún otro de los que fueran con él se le podría adelantar y, además, si él moría, sus descendientes perderían las prebendas que tenía pactadas. Decía así el rey:

...os teméis que [...] si [...] alguno de vosotros o entrambos falleciéreis, y hubiéreis dado a la gente que en ella fuere instrucción y regimiento que para el dicho descubrimiento fuere necesario, y aprovechándose de él descubrieren las partes e islas que vosotros así vais a descubrir, que vuestros herederos y sucesores, de cada uno de vosotros, hayáis de gozar y gocen de las mercedes y privilegios en las dichas capitulaciones y asientos contenidas.

Además de que en esta importante carta el rey tranquilizaba a Magallanes y Faleiro asegurándoles que mantendría lo pactado aunque alguno se les adelantase, les ordenaba declarar al resto de integrantes de la armada qué derrota iban a seguir y, consecuentemente, también la ubicación prevista del Maluco.

Como vemos, Magallanes había comprendido de inmediato que si revelaba este secreto a los demás tenía mucho que perder y nada que ganar.

Un año después, el 19 de abril de 1519, los principales responsables de la armada habían quedado designados, pero Magallanes todavía seguía sin proporcionar la derrota. Así queda de manifiesto en la carta12 que el rey dirigía aquel día a la tripulación, en la que les decía que esta les iba a ser dada por Magallanes y Faleiro:

Capitanes, pilotos, maestres, contramaestres y marineros de los navíos de la armada de que van por nuestros capitanes generales Fernando de Magallanes y Ruy Falero [...] en presencia de nuestros oficiales de la Casa de la Contratación de las Indias que residen en la ciudad de Sevilla, vos mostrarán la derrota con todos los regimientos de altura que saben para el dicho viaje.

Unos días después, en una carta13 dirigida a la Casa de Contratación a cinco de mayo, el rey seguía insistiendo en que Magallanes y Faleiro debían proporcionar la derrota a seguir:

Ya sabéis como los dichos capitanes han de declarar la derrota que han de llevar en el dicho viaje. Yo vos mando que la recibáis de ellos por escrito.

Tres días más tarde, Carlos I promulgaba su Instrucción14 para la armada, un extensísimo y exhaustivo documento en que el rey establecía 74 directrices a seguir durante la expedición. La Instrucción establecía que, después de hacerse a la mar, Magallanes mostrara a los demás cuál sería el primer punto en que pretendía hacer escala, para que lo supieran en previsión de que un temporal separase la flota:

Primero que salgáis del río de la dicha ciudad de Sevilla o después de salidos de él, llamaréis a los capitanes, pilotos y maestres y les daréis las cartas que tenéis hechas para hacer el dicho viaje y mostraréis la primera tierra que esperáis ir a demandar, porque sepan en qué derrota está para la ir a demandar, y porque los otros navíos vos puedan siempre seguir y acompañar, y no se aparten de vosotros.

La insistencia del rey ejerciendo presión a Magallanes para que proporcionara a los demás el camino a seguir y, con ello, la posición esperada del Maluco, demuestra que Carlos I cada vez se sentía más molesto con su capitán, quien llevaba más de un año sin hacer caso a esta petición. A estas alturas, a mediados del mes de mayo, los preparativos se encontraban en una fase muy avanzada y la cuerda se seguía tensando entre Magallanes y el rey por esta cuestión.

La situación resultaba endemoniada. El rey no podía prescindir de un capitán que no le hacía caso, porque sin él la expedición perdería la gran ventaja que otorgaba su conocimiento de la ubicación del destino del viaje, mientras que Magallanes era consciente de que, si lo revelaba, aquel podría apartarlo inmediatamente y ordenar que su proyecto lo ejecutara otro.

El pulso continuó.

Recelos mutuos

La tensión entre Magallanes y Carlos I por cuenta de la declaración a los demás oficiales de la armada de la derrota alcanzó un punto de no retorno a mediados de mayo de 1519.

Hay que ponerse en la piel del capitán general. Desde un primer momento las cosas no estaban yendo como él había pretendido. Tras las Capitulaciones de Valladolid, tuvo que asumir que quien mandaba en su expedición a partir de entonces era el rey. Además, fue patente que le molestaba que este hubiera vinculado la organización de la armada a la Casa de Contratación de Indias, a buen seguro porque su libertad de maniobra para realizar los preparativos quedaba así aún más encorsetada.

Sobre esto resulta muy ilustrativa la carta15 que Sebastián Álvarez, factor portugués en Sevilla, escribió a su rey Manuel I contando que los oficiales de la Casa de Contratación «podían mal tragar las cosas de Magallanes» y que este les decía que «haría en la armada lo que quisiese sin darles cuenta». Como vemos, además de mostrarse reacio a contar su plan, Magallanes se preocupó poco por hacer amigos en la Casa de Contratación y dio muestra de un carácter muy fuerte y autoritario.

Por otro lado, el hecho de que Magallanes fuera portugués despertaba recelos en algunas personas. Nos da una buena medida de ello lo ocurrido el 22 de octubre de 1518, cuando, siguiendo una costumbre de entonces, el capitán mandó izar el pendón con su escudo de armas en una de las naos16. La gente lo confundió con las armas del rey de Portugal y se organizó una fuerte algarada. Alguno incluso sacó la espada e hirió en la mano al piloto Juan Rodríguez de Mafra. Pese a que Magallanes retiró su pendón para evitar males mayores, el veterano tesorero de la Casa de Contratación, el doctor Sancho Ortiz de Matienzo, tuvo que intervenir para aplacar los ánimos.

Este episodio sirvió a Magallanes para comprobar que despertaba fuertes recelos en mucha gente, pero también para darse cuenta de que al frente de la Casa de Contratación había un hombre honrado en quien sí podía confiar. Antes de su partida, el capitán nombraría como su albacea testamentario a Sancho Ortiz de Matienzo.

Además de este suceso, el por entonces alguacil Gonzalo Gómez de Espinosa afirmó que, en relación con las dificultades por reclutar a la gente necesaria, algunos dijeron que «por ser portugués el capitán, no querían ir»17. Como vemos, aunque Magallanes nunca tuvo intención de traicionar a Carlos I, hubo quienes recelaron de él porque quizás terminara entregando aquella armada a los portugueses.

En relación con esto, también tenemos que mencionar las maniobras del embajador portugués Álvaro da Costa. El rey de Portugal necesitaba ganar tiempo para conseguir implantarse en el Maluco, objetivo que trató de acelerar al conocer el propósito de Magallanes y Faleiro. Por ello, llevó a cabo diversos movimientos en Castilla a través de este embajador, ofreciendo «mercedes» a ambos portugueses para que volvieran a su reino, quejándose e intentando convencer a Carlos I de que eran gente de poco crédito y «hombres de poca substancia»18, y quizá incluso tratando de acabar con ellos19.

Quizá las insidias del embajador portugués causaron mella en Carlos I, quien por causa de la negativa de Magallanes a cumplir su orden de dar la derrota ya tenía motivos suficientes para recelar de su capitán. Algo había que hacer, y el rey actuó.

La respuesta del rey al pulso de Magallanes

Así, el 26 de julio, cuando urgía afrontar la salida de la expedición, Carlos I envió una extensa orden20 a la Casa de Contratación —y es significativo que no la dirigiera a Magallanes— mediante la que tomaba una serie de importantes resoluciones que modificaban lo anteriormente pactado. Por un lado, dejó en tierra a Rui Faleiro, el cual daba síntomas de enfermedad mental, prometiendo enviarlo en la siguiente armada que se organizaría en seguimiento de esta. Además, limitó el número de portugueses que podrían embarcar y obligó a que el piloto Juan Rodríguez Serrano ocupara el puesto de capitán de la nao Santiago, el cual Magallanes pretendía asignar al piloto portugués Lopes Carvalho. Con todo esto resulta claro que el rey pretendía restar peso a Magallanes. Sin embargo, la principal de estas medidas, por su mayor calado en los hechos que después se produjeron, fue que elevó al capitán Juan de Cartagena al rango de «conjunta persona», al mismo nivel que Magallanes y con sus mismos poderes.

Cartagena ya había sido nombrado en abril capitán de una de las naos y veedor real21, es decir, nada menos que el representante del rey en la expedición, pero ahora, tres meses después y muy poco antes de partir, Carlos I lo ascendía todavía más, y lo equiparaba en rango al propio Magallanes como su conjunta persona. Este es un hecho clave, y para justificarlo no encontramos otra razón que la desconfianza que a estas alturas Magallanes había despertado en el rey.

El capitán Juan de Cartagena no era un cualquiera. Se trataba de un contino al servicio continuo del rey, «caballero de Burgos», y con una evidente vinculación con la Casa de Contratación de Indias. Es muy posible que, además, el obispo Juan Rodríguez Fonseca tuviera algo que ver en su designación. Fonseca era una especie de ministro de Indias, alma mater de la Casa de Contratación, a quien los Reyes Católicos habían encargado su creación, y una de las personas de mayor influencia en toda Castilla. Fonseca y Cartagena no solo compartían ser burgaleses sino que, según la crónica de Pedro Mártir de Anglería, también tenían parentesco «familiar». Aunque quizá el cronista exageraba —ninguna otra fuente nos habla de esta relación—, no cabe duda de que Juan de Cartagena no solo tenía plena confianza del rey y, por ello, fue la persona elegida para equipararlo en rango a Magallanes, sino que también era alguien con peso y muy vinculado a la Casa de Contratación.

Con todos estos cambios organizativos el rey rompía con lo capitulado previamente y por ello Magallanes se quejó. Dando nueva muestra de su fuerte personalidad, avisó por escrito de que él no iba a aceptar cambios respecto a las instrucciones recibidas en Barcelona. Se estaba refiriendo al extenso documento en que el rey había dado su Instrucción para la armada. Decía así el capitán general:

En Barcelona, cuando en el Consejo le dieron el regimiento, que le dijeron que aquel compliese y guardase, y él dijo que así haría, e que si otra cosa S. A. o su Consejo le mandase en contrario del dicho regimiento y capitulación, que él no la guardaría22.

Ante esto, los oficiales de la Casa de Contratación respondieron a Magallanes, también por escrito, diciéndole fundamentalmente que no iban a discutir con él las órdenes reales, y que no se excusara en esto para demorar la salida de Sevilla. Añadieron además una interesante referencia a cierto peligro que no quedó especificado: «que haga de bajar las naos el río abajo para hacerse a la vela cuando fuere tiempo, [...] porque hay peligro en la tardanza». Como después veremos, ¿se estarían refiriendo a la peste?

Magallanes debió comprender que de poco le serviría quejarse, y dio orden de zarpar de Sevilla a los pocos días, sin que sepamos de más discusiones. Sin embargo, a la vista de su forma de actuar durante los primeros meses del viaje, no asumió la organización impuesta por el rey en el último momento y, con ello, la suerte de Juan de Cartagena estaba echada de antemano. En esto no engañó a nadie el capitán general.

Un destino con dos caminos

Magallanes apuró hasta el último momento para cumplir con lo que el rey le exigía. Al fin, terminó haciéndolo. Un día antes de que las naos partieran de Sevilla, declaraba haber comunicado la derrota a seguir:

Está de partida y la armada toda presta y tiene dado todas las cosas a que se obligó de regimientos y cartas de marear, astrolabios, cuadrantes y regimientos para los capitanes y derrota a los pilotos23.

Sin embargo, no sabemos qué fue lo que contó, porque no consta el documento con la declaración de la derrota en el que los oficiales de la Casa de Contratación estaban obligados a dejarla por escrito, siguiendo lo ordenado por Carlos I. Ello resulta extraño cuando son centenares, miles, los folios que en su día generaron y que todavía hoy perduran, con todo tipo de información relacionada con este viaje. Sin embargo, hay indicios para sospechar que la derrota prevista sí quedó declarada por escrito, pero no era exactamente lo que se esperaba, dando lugar incluso en su época a cierta controversia sobre si se trataba de la derrota a seguir o no.

Decimos esto porque, cuando años más tarde los herederos de Magallanes presentaron una reclamación por lo que creían que se les debía, inicialmente el Consejo de Indias sentenció que no se les pagara «por no tener provado el comendador Barbosa [suegro de Magallanes] el dicho Magallanes aver dado la derrota y regimiento que dio a los pilotos del armada». Sin embargo, los herederos recurrieron la sentencia y lograron demostrar que el capitán general sí había comunicado la derrota antes de partir.

...y porque los dichos herederos sabían el dicho Magallanes aver dado la dicha derrota, apelaron de la dicha sentencia y hizieron nuevas probanças en que se provó aver largamente complido [...] y el fisco fue condenado a que se compliese con los dichos herederos todo lo que se prometió al dicho Magallanes24.

Ahora bien, ¿cuál fue esa derrota que dio de antemano? El único documento que se conserva en nuestros días que podría parecerse en algo a un escrito para comunicarla se conoce como Memorial de Magallanes25. Se trata de un único folio sin fecha ni firma, dirigido al rey, en que se proporcionaba la ubicación esperada del Maluco en longitud y latitud, así como datos geográficos con las posiciones del cabo de Santa María (en la embocadura del Río de la Plata), del cabo de Buena Esperanza, de Malaca, del Maluco, así como de los meridianos que limitaban las demarcaciones castellana y portuguesa según el Tratado de Tordesillas. Su atribución a Magallanes resulta poco dudosa, y más teniendo en cuenta lo que alguien escribió en su portadilla con una letra claramente de la época: «El memorial que dexó Hdo. de Magallanes antes de partir a la Espeçiería».

Sin embargo, este documento no fue escrito con la idea de transmitir la derrota a seguir, sino con la de aclarar la posición del Maluco dentro de la demarcación castellana, en previsión de que el rey de Portugal quisiera ponerla en discusión. Así comenzaba:

Porque podría ser que el rey de Portugal quisiese en algund tiempo dezir que las yslas de Maluco están dentro en su demarcaçión...

Si nos fijamos, la forma de obtener la posición del Maluco que se muestra en este interesantísimo documento consiste en realidad en una guía paso a paso de posiciones y distancias relativas entre los hitos geográficos que se iban relacionando, de tal manera que, si se recorren sucesivamente, se terminaría llegando a la Especiería por la parte asiática del mundo, tras haber recorrido la costa de Sudamérica hasta el Río de la Plata. Por ello, podríamos considerar que sí pudiera haberse tenido por Magallanes como una declaración del camino a seguir en su viaje. ¿Consideraría Magallanes que con ese Memorial podía dar por cumplido el deseo del rey de comunicar la derrota? Quizás sí, y merece la pena que nos planteemos esta hipótesis.

De ser esto cierto, resultaría bastante coherente con lo que nos contaba Bartolomé de Las Casas, quien afirmó haber estado presente en la corte cuando acudieron Magallanes y Faleiro a proponer su viaje al rey, y dejó escrito que «hablando yo con el Magallanes, diciéndole qué camino pensaba llevar, respondióme que había de ir a tomar el cabo de Sancta María, que nombramos el Río de la Plata, y de allí seguir por la costa arriba [en realidad, refieriéndose a continuar navegando hacia el sur], y así pensaba topar el estrecho. Díjele más, ‘¿y si no halláis estrecho por dónde habéis de pasar a la otra mar?’. Respondióme que cuando no lo hallase iría por el camino que los portugueses llevaban».

Como vemos, de Las Casas nos refiere que Magallanes pretendía dar un paso más respecto a lo conseguido anteriormente por Juan Díaz de Solís, avanzando hacia el sur por la costa sudamericana desde el cabo de Santa María o, lo que es lo mismo, desde el Río de la Plata, hasta encontrar un estrecho que le permitiera cruzar a espaldas de América. En caso de no hallarlo, viajaría al Maluco dirigiéndose al oriente, atravesando el hemisferio portugués.