Ella: hilos de un amor inesperado - Gonzalo Matías Ferreyra - E-Book

Ella: hilos de un amor inesperado E-Book

Gonzalo Matías Ferreyra

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Beschreibung

¿Alguna vez conociste a alguien que te voló la cabeza? ¿Conociste el verdadero amor? ¿O encontraste a tu hilo rojo? En las páginas de Ella, nos adentramos en un entramado literario que desgrana los matices del amor entre un joven abogado y la cautivadora hija de un magnate inmobiliario. La historia explora las complejidades del amor no correspondido, la lucha contra la violencia de género y la valentía de confiar nuevamente en el amor. Narrada desde la perspectiva de Vito, esta obra se desenvuelve entre encuentros y desencuentros, tejiendo una trama emocionante con giros inesperados. La felicidad de la pareja enfrenta desafíos que amenazan con desvanecer el amor tan cuidadosamente construido. La incertidumbre persiste hasta la última página, dejando a los lectores con la pregunta de si Vito y Ella lograrán preservar su amor en medio de las pruebas y las tribulaciones. La novela es una exploración literaria de las complejidades del corazón humano, donde decisiones equivocadas y momentos críticos amenazan con socavar el amor entre los protagonistas. Ella no solo es una historia de amor, sino una reflexión sobre la efímera naturaleza de la felicidad y la persistente incertidumbre de si el "fueron felices para siempre" es una realidad alcanzable.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Ferreyra, Gonzalo Matías

Ella / Gonzalo Matías Ferreyra. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2024.

188 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-910-0

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. 3. Novelas Románticas. I. Título.

CDD A860

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2024. Ferreyra, Gonzalo Matías

© 2024. Tinta Libre Ediciones

1

Ella se fue, solo se fue… Le grité, le dije que no volviera; mi orgullo pudo más. Gritó, me dijo cosas peores que las que le había dicho yo, golpeó con fuerza la puerta de entrada del estudio y se fue. Todo lo que dijo, esas palabras me persiguen hasta el día de hoy.

Ella es la mujer de mi vida; aquella mujer que marcó un antes y un después; la mujer que me regresó el color, el alma. Mi error, no valorarla como se lo merecía, no cuidarla mejor y pensar que nunca iba a dejarme. Yo, bueno, yo solo soy, ahora, un triste abogado, un tipo de oficina, que lleva la misma vida aburrida y monótona que tenía antes de conocerla.

Ella es una mujer increíble, fuerte, decidida, independiente. Me supo conquistar con su inteligencia, con el afán de una mujer que se lleva el mundo por delante sin importarle nada más que su felicidad, una mujer sin miedos y una sonrisa peculiar que mostraba en ciertas ocasiones, pero cuando lo hacía, se convertía en la mujer más hermosa del mundo.

En ocasiones el amor, cuando llega de verdad, no hace diferencias entre raza, idioma, sexo, edad, etc., él llega, te atrapa, te envuelve en un mundo fantástico, te eleva, te hace volar entre rosas, algodones y, de pronto, cuando te despertás de ese sueño, caés a una cama elástica llena de espinas, que te sube y te baja en un sinfín de saltos y emociones que no terminan nunca. Emociones que te rompen por completo, espinas que se clavan hasta lo más profundo de tu alma, de tu corazón y, peor aún, de tu mente.

La conocí en una fiesta. Recuerdo perfectamente cómo estaba vestida, tenía un pantalón corto de color negro, una camisa blanca sin mangas y unos zapatos negros que le daban una figura armoniosa y sutilmente seductora. Cualquier hombre con un sexto sentido se hubiera parado a admirar un encanto de tal magnitud. La fiesta fue en enero, para ser más exacto, el 28 enero, era de un amigo, su cumpleaños número 23, un amigo que teníamos en común y ninguno sabía, o eso creo, no recuerdo haberla visto antes en fiestas anteriores o en algún otro lugar. Es como si hubiera caído del cielo, un ángel que venía a rescatarme, una musa que llegaba a mi vida para hacerme ver el mundo de otra manera, una forma totalmente distinta a como yo lo veía. Eso lo aprendí hace poco, cuando perdí por completo oportunidad alguna de volver con ella, cuando el destino me daba claras señales de que ya no teníamos chance alguna. Fue ahí donde me di cuenta del papel que ella tenía en mi vida: hacerme caminar derecho, era mi pilar.

Cuando la vi, todo el tiempo me preguntaba cómo iba hacer para hablarle, para acercarme. Si siempre fui un chico muy tímido, callado, vergonzoso, siempre me costó hablar y entablar o comenzar una conversación… ¿Cómo acercarme a ella sin asustarla?, ¿qué iba a hacer para empezar la conversación?, ¿llevarle una copa? ¿Y si estaba en pareja? ¿Y si me rechazaba por no ser un chico lindo? ¿Y si me ignoraba? Miles de preguntas daban vueltas por mi cabeza en ese momento, pero, sin embargo, ella seguía ahí, tan sutil, tan única, tan radiante.

La noche pasaba tranquila, divertida para varios de los que bailaban. Entre tragos me iba acercando, poco a poco, a donde ella estaba bailando con su grupo de amigas. De pronto me interrumpieron la vista, esa armonía que sentía con tan solo verla, verla bailar tan suelta como una bandera que el viento flamea con gracia, tan libre como una paloma, de esas que aparecen de la nada en el medio de la plaza, toman una rama pequeña y vuelven a volar siguiendo el viento, así, tan ella. Era Diego, mi amigo, el cumpleañero, venía junto a una conocida suya, Micaela creo. Entre la música y mi cabeza que estaba puesta en otro lugar, no quise concentrarme en lo que él me decía. Ante su insistencia, decidí prestarle un poco de atención. Él estaba un poco pasado de copas y en ese estado se convierte en una persona totalmente desagradable, pesada, y si no obtiene lo que quiere, se pone violento. Dejé mi copa sobre la barra y le pregunté a Diego:

—Amigo querido, ¿cómo la estás pasando? ¿Quién es tu amiga?

Diego, acercándose a mi oído, con su aliento totalmente pasado de wiski, me dijo:

—Esta linda muchachita quiere bailar con vos; yo le dije que estás solo y la chica tiene ganas de bailar. —Y, guiñando un ojo, prácticamente la arrojó hacia mí.

No sabía qué hacer, pero no era una mala idea bailar con ella, aunque mi intención de ir a su fiesta de cumpleaños no era conocer a nadie, iba solo a divertirme y a despejar un poco mi cabeza, sacarme un poco de encima mi trabajo. Pero había algo que no me dejaba pensar con claridad, alguien a quien no podía sacarle los ojos de encima, de sus pasos, de su figura, había alguien que le daba armonía a mi desorden, alguien que, literalmente, alteraba los latidos de mi corazón.

2

Me sentía totalmente confundido. Sin saber su nombre, sin saber de dónde venía, sin saber absolutamente nada de ella, ya me había conquistado hasta la última neurona que quedaba sin gobernar en mi cerebro. Provocaba sensaciones en mí que no podía manejar, sensaciones que no había sentido jamás; sin hacer absolutamente nada, se apoderó de mí en el mismísimo instante en que la vi.

Mi amigo, Diego, se fue directo al tren de personas que se había armado en el medio de la pista con una canción de cumbia, de esas que son viejas, pero que no pierden el encanto y hacen que sean un éxito en cualquier momento y hacen bailar a todo el mundo. Y ahí me dejó, solo con su amiga. Un poco aturdido por la música, le dije:

—¿Tomás algo? Yo invito.

Esta muchacha no tenía ni siquiera la cuarta parte de belleza que mi conquistadora tenía. No voy a negar que era una chica muy bonita, pero no era la clase de mujer en la que yo me fijaría, no era muy atenta, era un poco egocéntrica… Con una voz sexy y un poco intimidante, me dijo:

—Estuve tomando un par de copas con Diego, gracias, pero… ¿Te gustaría bailar?

Lo pensé un poco, era la excusa perfecta para acercarme a mi chica un poco más. Cortésmente le contesté que sí a la muchacha, ella tomó mi mano y me llevó a la pista. Hablamos, bailamos y, después de un par de canciones, llegó un lento, los famosos lentos que se bailan bien pegados, abrazando a la otra persona. Los nervios me volvieron loco. Cuando empezó a acercarse a mí, me hice a un lado y desaparecí entre la gente, hui. Mi desesperación fue tal que, en el apuro por salir de ahí, ni siquiera miré por donde iba y tropecé con alguien, una sensual y atractiva mujer. Sus ojos irradiaban un brillo que era único, podría jurar que la luna era una mínima estrella ante el brillo de esa mirada, unos ojos marrones tan dulces como la miel; sus labios, ¡por Dios!, eran los labios más perfectos que había visto. Sí, era ella. Nos miramos unos segundos, la conexión fue casi instantánea. Por algunas horas había pensado qué decirle cuando la viera, pero las preguntas volvían y se reproducían como un disco rayado en mi cabeza, se repetían cada microsegundo, una y otra vez. La miré, la miré con una admiración inefable, miré su cabello, su rostro, su cuerpo, sus piernas y sus pies, ¡sus pies!, ¡la estaba pisando! Me sentí el tipo más torpe de la tierra, era mi momento y lo estaba arruinando, empezar así no es muy bueno. Dando un paso hacia atrás, en un acto reflejo, tomé su mano y desesperadamente le dije:

—Te pido disculpas, salí muy apurado del medio de la pista y no te vi.

En realidad sí la había visto, llevaba toda la noche mirándola, pero en ese apuro no la vi. Ella hizo una mueca, como una madre cuando regaña a su hijo por una travesura que hizo y este le regala un beso o un «te quiero, mamá…», esa mueca de afecto, de comprensión. Con ternura, me dijo:

—No te preocupes, no sos el primero que me pisa, mis amigas ya clavaron sus agujas en mi dedo gordo.

No pude evitar sonreír, me tenía totalmente tonto, más de lo habitual. El solo hecho de verla ya me generaba miles de sensaciones; con este cruce de palabras y mi tonta torpeza, ya se había adueñado de mi corazón para siempre. Como un niño embobado, cuando se concentra en observar algo que le es sumamente importante, así quedé mirándola por unos segundos, admirando su belleza, embriagándome con su perfume. Pero ella interrumpió ese momento, sacando su mano de la mía, para decirme:

—¿Me disculpás? Tengo que ir a la barra, me están esperando mis amigas.

En esa milésima de segundo reaccioné, me desperté de ese sueño en el que estaba despierto, no quería soltar su mano, no quería que se marchara, quería conocerla. Miles de preguntas volvían a bailar al compás de la música, pero esta vez solo pude decir una cosa: sí. Se puso las manos en sus bolsillos, se encogió de hombros y se dirigió a la barra donde la esperaban sus amigas. Y ahí me dejó, casi en el medio de la pista, sin palabras, preso ante su manera de caminar, con ganas de seguirla y continuar hablando con ella. Ahí estaba, parada en la barra, mirando su celular, hablando con sus amigas. Yo estaba cerca, a unos pocos metros, mirándola; me generaba una paz interior inmensa, inexplicable, lograba que me sintiera tan grande y pequeño a la vez.

De la nada apareció una amiga, una vieja amiga que podría decir que es mi mejor amiga, mi incondicional, la que siempre está sin llamarla, y así como llegó nos pusimos a charlar, a gritar en realidad; por culpa de la música ninguno entendía lo que el otro decía. Me llevó a una de las barras que había más lejos de la música. Diego es un muchacho de familia con mucho dinero, sus cumpleaños los festejaba a lo grande, siempre. Barras libres, DJ…, algún que otro año festejó su cumpleaños en chacras, pero en esta oportunidad lo hizo en el salón más popular de la ciudad. Mi chica no estaba en esta barra. Mi amiga pidió un trago un poco raro, no recuerdo su nombre, yo pedí otra cerveza. Nos sentamos en los bancos de la barra, charlamos un rato y yo cada tanto me iba de la conversación para verla a ella, pero esta barra estaba más alejada del bullicio de la música y, por lo tanto, más lejos de ella; podíamos hablar más tranquilos.

Le conté un par de cosas que no se había enterado, que había puesto mi propio estudio, que me había mudado de la casa de mis padres y que por mi primera vez iba a poder festejar mi cumpleaños en un departamento que era mío. Emma, mi amiga, me felicitaba, se había puesto muy contenta por mis últimos logros personales, principalmente por mi departamento, ya que a veces en la casa de mis padres ella no podía hablar conmigo de algunos de sus temas personales. Somos muy unidos, casi hermanos te diría. Desde chiquitos tuvimos una confianza y una amistad muy grande y fuerte, de esas que podés pasar un tiempo sin ver a la otra persona pero el lazo sigue intacto. Hacía un par de meses que no nos veíamos. Estuvimos charlando unos minutos más. Emma me contó que había terminado con su novio, una vez más, pero que esta era la definitiva, la había golpeado. A mí su novio nunca me había agradado, jamás, siempre sospeché que era un tipo agresivo, tóxico; nosotros los hombres también tenemos un instinto que nos dice que tal o cual tipo no es bueno para una amiga, una hermana o incluso una ex. Desde que Emma me lo presentó, yo solo acotaba cosas «negativas» de su novio, según ella, pero en cierto punto lo aceptaba porque era el novio de mi mejor amiga. Solo dos veces me invitó a su casa para que cenáramos los tres juntos. En un momento, eché un vistazo a donde había a visto mi chica y ya no estaba, me desesperé, me despedí bruscamente de Emma y me fui.

La fiesta ya estaba casi por terminar. Comencé a buscarla por toda la pista para al menos poder preguntarle su nombre, no podía irme sin saber su nombre. Recorrí todo el salón sin éxito, pregunté a mis conocidos si habían visto a una chica con ciertas características y comencé a detallar sus rasgos, vestimenta y demás; la describía de la misma manera a todas las personas con las que me topaba para poder encontrarla. No estaba, se había ido… Había desaparecido junto a sus amigas, a las cuales tampoco encontré. Me preguntaba si todo había sido real, si ella era real… Pero yo solo pensaba en una cosa, pensaba en ese cruce de miradas, un cruce lleno de magnetismo, sus pupilas irradiaban fuego… Ese impacto inicial fue simplemente inmejorable, esos ojos se habían clavado en mi memoria, una mirada así era inconfundible. Me había vuelto loco, no podía dejar de pensar en ella, desde el mismísimo instante en que la vi, hizo una implosión en mi cabeza, disminuyó por completo mi poder de reacción, solo aparecía ella en mi cabeza. ¿Cabeza?, desde que la vi tengo un parche en donde debería ir la cabeza.

3

Después de una búsqueda sin éxito, la fiesta terminó. Mi amigo Diego estaba totalmente empecinado en que quería seguir de fiesta; luego de unos pasos de baile sin música, se resignó al hecho de que la fiesta ya había culminado. Me despedí de él y comencé a caminar rumbo a mi departamento. En el camino no podía evitar pensar en ella, en la clase de jugada que me estaría haciendo el destino. ¿Sería una prueba? ¿Tendría que seguir buscándola? ¿O solo había sido producto de mi imaginación por culpa del alcohol? No sabía qué respuestas darles a tantas preguntas, mi cabeza no paraba de pensar en toda clase de hipótesis, no sabía qué había pasado conmigo. ¿Por qué de repente ante una mujer tenía tantas dudas? ¿Dudas? ¿Y si solo era una chica más de las tantas que había visto o con las que había tropezado en fiestas? ¿Y si era solo eso, una equivocación de mi imaginación? Quizás solo estaba exagerando la situación, quizás ella solo era una chica normal, común y corriente.

Seguía caminando hacia mi departamento. Obligadamente tenía que pasar por mi oficina, me había olvidado unos papeles importantes de un proceso judicial con los que estaba ayudando a mi padre, tenía que firmarlos él sí o sí y los tenía que presentar el lunes a primera hora. Saqué de mi bolsillo las llaves de la oficina y al entrar, como siempre hacía, levanté apenas la cortina de la ventana continua a la puerta. Al cabo de unos segundos me di cuenta de que ya era domingo y que no iba a volver a la oficina. Puse la cortina en su lugar habitual. Me dirigí a mi escritorio, abrí el segundo cajón, tomé la carpeta celeste de mi padre e inmediatamente me fui. Me generaba mucha ansiedad estar ahí, el solo hecho de ver la pila de trabajo que me esperaba para el lunes por la mañana ya me estresaba. Agarré apurado el manojo de llaves y salí casi huyendo de mi oficina. Cerré la puerta, puse la carpeta bajo mi brazo y seguí caminando. Mi departamento queda a unas tres cuadras de mi estudio, esa fue una de las razones de mi mudanza, aparte de que ya no quería vivir con mis padres.

A una cuadra y media antes de llegar a mi departamento había un negocio, un pequeño almacén que vendía absolutamente de todo. Al pasar por ahí, paré con la intención de comprar unas galletitas y un pote de dulce de leche para desayunar con una buena taza de café. Había un grupo de chicas que estaban comprando prácticamente todo el almacén, dieron a entender algo así como que se iban de viaje o estaban organizadas para ir a pasar el día a algún lugar. Una chica había comprado galletitas dulces, otra había comprado gaseosas, otra llevaba una mochila cargada con mantas y otra tenía un bolso con el mate preparado. El dueño del almacén, don Horacio, estaba solo, su hijo había salido de fiesta y no estaba llegando a horario a trabajar. Si quería desayunar, no me quedaba otra opción que esperar, y así lo hice. Mientras daba vueltas en el negocio, en la parte de las galletitas noté que había una chica al otro lado de la góndola, pude reconocer automáticamente su cabello; aunque lo había visto antes con la poca luz del salón en la fiesta de Diego, con la luz blanca de esos focos viejos que había en el negocio pude admirar con más facilidad su belleza: era ella.

No lo dudé, no titubeé, no, esta vez fui directo. Di la vuelta y, sin más, busqué un tema rápido de conversación. Con el pote de dulce de leche en una mano, con la otra tomé un paquete de galletitas saladas y dije:

—La dieta no me permite darme muchos lujos.

Por dentro pensé: «¿Qué fue lo que dije?». Fue la frase más estúpida que había dicho en mucho tiempo; sin embargo, ella sonrió. Sí, sonrió de la misma forma tierna y comprensiva que lo había hecho en el momento en que la pisé en la fiesta. ¡Sí, era ella! ¡No era una mera fantasía de mi cabeza! Era ella, era esa mujer que había visto en la pista. Luego de esa tierna sonrisa, mis planes de hablarle y de preguntar su nombre se derrumbaron, como cuando una bomba se coloca en un viejo edificio para derribarlo. Así, sin más, me quedé mudo. Se notaba a mil millas que era una chica totalmente diferente a las demás, quizá un poco fría, inteligente… Con una voz suave y cálida, generaba la misma paz en mi pecho que cuando la miraba, y a la vez me ponía tan nervioso… En un tono medio burlesco y dramático, me dijo:

—¿Vos fuiste el que me rompió el dedo de un pisotón en el baile?

Yo no pude evitar reírme, largué una carcajada un poco tonta, nerviosa y tímida, y le respondí:

—Sí, mi torpeza y yo hace años que convivimos, pero no nos hacemos amigos aún. ¿Te lastimé?

Ella volvió a sonreír. En ese instante, mi piel empezó a erizarse, mi respiración se agitaba más y más. De repente, la llamaron sus amigas, haciendo un gesto como de «vení» con las manos. No supe qué decirle, qué preguntarle, me quedé totalmente perplejo, mudo. En una milésima de segundo reaccioné y solo pude decir:

—Soy Vito.

En ese momento pasaba la caravana del club de la ciudad, habían ganado el campeonato regional ese sábado y andaban festejando, venían pasando por las calles principales, y justamente el almacén de don Horacio está en la avenida 9 de Julio. En el momento en que ella me decía su nombre pasaba la tonta caravana… No, no pude entender su nombre, no pude escucharlo, ni siquiera reaccioné al movimiento de sus labios cuando lo pronunciaba. Otra vez, de nuevo volvía ese sentimiento, esa clase de arrepentimiento por no haber hablado antes. ¿Por qué, Victorio? ¿Por qué tenés que esperar siempre? ¡Reaccioná, tonto! La vida pasa rápido. Una de sus amigas la tomó por el brazo y se fueron. Yo me quedé mirando la puerta del almacén como un perro que se queda mirando cuando se va su dueño, dejándolo solo, encerrado entre cuatro paredes; así me sentí, atrapado, totalmente metido en un frasco. Cada segundo sin saber de ella era un segundo que perdía y cada vez me sentía más asfixiado, más arrinconado. Don Horacio me hablaba, yo estaba totalmente bobo mirando la puerta, con la esperanza de que ella volviera a buscar algo que se hubiera olvidado o que regresara a comprar algo más… pero no, no volvió. Don Horacio seguía hablándome. Reaccioné de pronto y me acerqué al mostrador del negocio, coloqué las galletitas y el pote de dulce de leche sobre él, tomé mi billetera. El hombre me dijo:

—Jovencito, son mil quinientos pesos, ¿va a llevar algo más?

De alguna forma extraña, las palabras no salían de mí, solo hice un movimiento con la cabeza, le entregué el dinero, tomé con una mano la bolsa que me entregó con las cosas que compré y con la otra estreché su mano. Me despedí con una mueca de simpatía y me fui, cabizbajo, hacia mi departamento.

4

Al llegar, descarté por completo la idea de tomar un café, de desayunar, lo único que hice fue sacarme los zapatos, el cinturón, conectar el celular al cargador y acostarme en el sillón. Me invadía una tristeza muy grande, como si hubiera perdido algo fundamental de mi vida, y en el sillón, ahí mirando la nada, pensaba en ella, en tratar de descifrar ese nombre, un nombre que seguro no le hacía justicia en lo absoluto, pero necesitaba saberlo, necesitaba buscarla, saber quién era… Necesitaba mirarla a los ojos y decirle todo lo que había provocado en mí, lo que generaba con solo mirarme. De tanto pensar, me quedé dormido, dormí prácticamente todo el domingo, me despertó de golpe una llamada en el celular: eran mis padres, habían llegado unos familiares de afuera y me invitaban a cenar. Me levanté, me di una ducha, busqué el perfume que tanto le gustaba a mi tía, me puse un poco, agarré mi mochila con la carpeta, las llaves de mi moto y salí.

La casa de mis padres, la casa donde me crié, queda saliendo de la ciudad, es una hermosa casa tipo quinta muy grande, ahí están los mejores recuerdos de mi infancia. Cuando llegué, me recibió mi tío con un cálido abrazo. Hacía bastante tiempo que no lo veía y comenzamos a charlar, hablamos de fútbol, de carreras automovilísticas, de trabajo y del tema que más nos importaba a los dos: la comida. Mi tía y mi madre estaban cocinando mi comida favorita, lasaña. Cabe recalcar que soy el más mimado de la familia, único hijo de mis padres y solo tengo dos primos por parte de mi padre. El olor de la comida me invitaba a pasar a la cocina, agarrar un pedacito de pan y cometer un pecado capital para las madres: mojar el pan en la salsa. Mi madre me vio y, de un golpe con el cucharón, me hizo sacar la mano de la olla. Tentados de risa, mis tíos, mi padre y yo nos dirigimos a la mesa, ya que no faltaba mucho para la cena. Más tarde, en la sobremesa, le pedí a mi padre ir a su escritorio para explicarle algunas cosas y que firmara los papeles. Después de una agradable velada, tuve que marcharme, el lunes por la mañana tenía que estar muy temprano en la oficina.

5

La alarma sonó a las 06:15, resonó una y otra vez. Diez minutos antes de que se hicieran las siete de la mañana, salté de la cama, vi la hora, corrí al baño, cepillé mis dientes, lavé mi cara y salí volando para la oficina. Al llegar, estaba mi secretaria esperándome en la puerta.

—Cinthia, ¡perdón!, me quedé dormido —le dije.

Con sus comentarios dulces y sarcásticos, me contestó:

—Por suerte estamos en verano. —Mientras sacaba mis llaves del bolsillo, Cinthia me decía—: No te olvidés, Vito, que hoy tenés tres reuniones.

Por suerte, mi secretaria es excelente, no pude haber elegido mejor, hoy en día encontrar una compañera de trabajo responsable y confiable es difícil. Entramos a la oficina. Ella de inmediato agarró mi agenda y comenzó a señalarme las reuniones que tenía y la hora de cada una. Yo solo pensaba en lo que había ocurrido ese sábado a la madrugada, ese segundo encuentro, solo pensaba en ella. Cinthia me hablaba y yo no la escuchaba; de pronto, me reincorporó con un golpe, había azotado la agenda contra el escritorio.

—¡Victorio! ¿Te pasa algo? —me dijo.

Me quedé mirándola, pensando en qué contestarle. ¿Qué iba a decirle? ¿Que me había enamorado de una mujer de la cual no sabía ni su nombre? ¿Que desde ese momento extraño no podía dejar de pensar en ella? No sabía qué contestarle, solo atiné a decirle:

—Discúlpame, Cinthia, estoy dormido… No descansé muy bien.

Cinthia me miró por unos segundos y me dijo:

—¿Un café, Vito? Y después seguimos…

Después del café, la llamé a mi escritorio y nos pusimos de acuerdo con todas las reuniones. A último momento habían cambiado el horario dos clientes, uno de ellos era el caso Piazzolla, que estaba demorado hacía meses por una escritura que la otra parte de la familia se estaba negando a entregar. Mientras estábamos organizando eso, sonó el teléfono de mi oficina, atendí. Quedé helado al escuchar la voz del otro lado, era ella, esa voz era inconfundible. Volvían las preguntas, las dudas. ¿Qué le digo?, ¿qué hago? ¡No seas tonto, Vito! ¡Hablá! Tímidamente dije:

—Buenos días, estudio Greco, ¿en qué puedo ayudarte?

Del otro lado contestaron con voz suave, pero firme y sin titubear:

—Soy familiar del caso Mancini.