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Es una noche fría, lluviosa. Las calles de Tandil están desiertas. Mariano vuelve a su casa pensando en que debe contarles una noticia difícil a Tony y Fernando, sus amigos de toda la vida, pero cuando están los tres en línea, se frena y no dice nada. ¿Por qué no lo cuenta? Quizás por la misma razón que a Tony le cuesta hablar sobre su matrimonio o que Fer rehúye toda conversación que lo lleve a pensar en el amor que perdió. ¿Miedo a los cambios, a conectarse con las emociones, a sufrir? Lo cierto es que cuando la verdad de Mariano salga a la luz, los tres van a tener que vencer la inercia, tomar las riendas de sus vidas y renovar el pacto que los volvió inseparables. En esta novela apasionante, los hombres toman la palabra y atraviesan todo tipo de conflictos y experiencias: relaciones tóxicas, desgaste, mentiras piadosas y también crueles, amor del bueno y una amistad a prueba de adversidades. Sensible, inteligente, con un talento indudable para interpretar el mundo de las emociones, Laura G. Miranda se pone en la piel de Ellos y espía el universo masculino a través del humor, la perplejidad, la empatía y una calidez que es su sello personal.
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Seitenzahl: 516
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Es una noche fría, lluviosa. Las calles de Tandil están desiertas. Mariano vuelve a su casa pensando en que debe contarles una noticia difícil a Tony y Fernando, sus amigos de toda la vida, pero cuando están los tres en línea, se frena y no dice nada.
¿Por qué no lo cuenta? Quizás por la misma razón que a Tony le cuesta hablar sobre su matrimonio o que Fer rehúye toda conversación que lo lleve a pensar en el amor que perdió. ¿Miedo a los cambios, a conectarse con las emociones, a sufrir? Lo cierto es que cuando la verdad de Mariano salga a la luz, los tres van a tener que vencer la inercia, tomar las riendas de sus vidas y renovar el pacto que los volvió inseparables.
En esta novela apasionante, los hombres toman la palabra y atraviesan todo tipo de conflictos y experiencias: relaciones tóxicas, desgaste, mentiras piadosas y también crueles, amor del bueno y una amistad a prueba de adversidades.
Sensible, inteligente, con un talento indudable para interpretar el mundo de las emociones, Laura G. Miranda se pone en la piel de Ellosy espía el universo masculino a través del humor, la perplejidad, la empatía y una calidez que es su sello personal.
Laura G. Miranda ha logrado un estilo propio dentro de la novela romántica contemporánea en América Latina al punto que se la reconoce como la creadora del “romanticismo simbólico” por la manera única de crear un engranaje entre los sentimientos y los símbolos.
Ha ganado premios nacionales e internacionales como poeta y narradora. En 2017, obtuvo el Premio Lobo de Mar en literatura. Participó de múltiples ferias del libro en el país desde 2014 y en 2022 fue invitada por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara a presentar su novela Tierra en los bolsillos. Es considerada “Patrimonio Cultural Intangible” de la ciudad de Mar del Plata. El 17 de marzo de 2023, el Honorable Concejo Deliberante le otorgó el título de “Vecina Destacada”, reconocimiento máximo en dicha ciudad, “por sus obras y trayectoria, contribuyendo con gran talento, creatividad, entrega e imaginación, al arte y a la cultura”.
Algunas de sus obras, todas publicadas en VeRa: Volver a mí, Las otras verdades, Después del abismo, Ecos del fuego, Tierra en los bolsillos, Más allá del mar, El mejor final.
Conocé más sobre la autora en
lauragmiranda.com
@laura_g_miranda
Para María Itatí Longhi, porque cuando pienso en ella, nada es imposible.
Para mis hijos, Miranda y Lorenzo, siempre.
Quizá sea cierto que las noticias no son ni buenas ni malas, simplemente son.
Tal vez no siempre sean obra del destino, puede que ocurran como consecuencia de decisiones equivocadas que han ido erosionando el día a día hasta quitarle todo el oxígeno. De todas maneras, frente a los hechos irreversibles poco importa la causa. Lo relevante es sin duda el alcance de sus efectos porque el contenido se archiva rápido en la memoria. Así lo impone la vida que no duerme y hace siempre lo que quiere, desplazando unas novedades por otras más recientes.
La muerte es terminante y fatal, pero al final funciona como todo lo demás, ocurre, sorprende y se va, dejando a sus espectadores con preguntas sin responder y palabras sin decir.
Todo cambia cuando quienes la analizan tienen la misma edad que quien partió, porque obliga a pensarla acechando la nuca. Si, además, su presencia próxima acecha a un amigo, entonces un mundo de nostalgia y planteos internos toma el control del presente.
El tiempo lo mezcla todo y lo que parece haber sido ayer resulta llevar años transitando el mismo camino que los pensamientos y los recuerdos. Lo que pudo ser y no ha sido, pretender adivinar si es tarde o todavía es posible. Toda decisión no tomada vuelve por su lugar y cada error reclama su enmienda porque apremia la falta de garantía de tiempo. Todo es prestado, hasta los latidos, y hay que hacer algo de manera urgente.
La muerte –o su amenaza cercana– paradójicamente derrama ganas de vivir. Es el miedo disfrazado de un impulso vital postergado que propone animarse a lo que sea porque total todo termina. La cuestión es que es un sentimiento tramposo al que hay que desenmascarar, pasarlo por un filtro de realidad y enfrentar las cuestiones pasadas y las pendientes a través de la capacidad de hacer cambios, asumir riesgos y ser consecuentes con las ganas cuando la noticia de la muerte, o su desafío inesperado, se descubra lejana.
Alguien fallece o enferma gravemente anunciando que puede partir pronto y el miedo a morir también precipita el ritmo de los días. Entonces el amor te mira de frente y se dibuja en él el rostro de la persona que más has amado, esa a la que le diste el título de: “el amor de mi vida”. Su olor, su calor, su mirada y las promesas que no cumpliste te anudan la garganta. La buscás a tu lado y no está allí. ¿Por qué? ¿Por qué no te animaste? ¿Porque sentiste amenazada tu libertad? ¿Porque no era tiempo de compromisos? ¿Porque ya tenías una familia que pudo más? ¿Quién no tiene en su historia alguien que pudo cambiarlo todo y no lo hizo?
¿Por qué?
Te gritás internamente la pregunta una y otra vez deseando que exista otra oportunidad para hacer todo lo que querías y guardaste en el cajón de los “no se puede ahora”, sabiendo que ese ahora tenía sabor a nunca. Pero la posibilidad de una muerte cercana te sacudió y ahí estás, por abrir el cajón, pensando ¿es tarde?
A veces, salvar es encontrar el camino a la salvación en el mismo acto de amor.
TANDIL, 1 DE ABRIL, 2024
Era una noche lluviosa de domingo. Apolo reclamaba su salida y Mariano Ricci decidió sacarlo sin correa, quería regresar pronto a la casa. Se sentía agotado y algo triste. Había vivido uno de los días más difíciles de su vida. Aun así, de buena gana acompañó a su perro que le robaba una sonrisa con solo existir. Quería con locura a todos los animales, a los suyos más. Disfrutaba su profesión de veterinario, había nacido para sanar a esos seres mágicos que, sin hablar, lo comunicaban todo. Esos que enseñaban a los humanos que la vida es simple y se resume en estar sin condiciones para los que uno ama.
Apolo corrió hasta la esquina. Mariano vio en la vereda de enfrente otro perro, grande, blanco y negro, que caminaba lento. No parecía una amenaza, pero permaneció atento para prevenir que se pelearan. Enseguida lo percibió cansado en su andar y evidentemente dolorido, expuesto a la soledad de otra noche cerrada al frío y teñida de abandono. Su imagen comunicaba tristeza. Pensó, por primera vez, en su esposa y sus hijos cuando él no estuviese allí. No estarían abandonados, pero tal vez sentirían el agobio de su ausencia como ese perro sentía no tener a nadie que lo protegiera. Mientras pensaba en todo eso, volvió la mirada al animal, una vez más, comprendiendo su realidad al mismo tiempo que intentaba procesar la suya. La vida podía ir de uno a un millón en un instante. Entonces, pasó algo que podría no haber sucedido, pero ocurrió. Algo que cambiaría las cosas para siempre: hicieron contacto visual y el perro cruzó la calle acercándose a él con mirada suplicante y afligida. Le acarició la cabeza.
–¿Qué pasa amigo? –preguntó y se agachó para estar a su altura.
El perro le puso la pata en el hombro y le dio un lengüetazo en la cara. Lo examinó con la mirada y vio una tremenda lesión agusanada en la cola. Llamó a su mascota, se olfatearon como si se conocieran, sin la mínima reacción adversa, y regresó con los dos. No podía mirar para otro lado. No lo haría.
Magui terminaba de servir la cena para los cuatro. Sus hijos aún no habían bajado a la mesa cuando vio a Mariano y a sus acompañantes en la cocina.
–¿En serio? ¿Quién es él? ¡Hola, precioso! ¿Qué te pasa? –manifestó acercándose al animal herido. Se esforzaba por apartar de su mente las palabras que el médico de su esposo había pronunciado esa tarde.
–No voy a cenar, Magui. Me voy a la veterinaria a curarlo –dijo él.
–No, primero le damos agua y algo de comer. Cenamos todos y voy a ayudarte.
Magui también era veterinaria y trabajaba con su marido en el local que funcionaba junto a su casa.
–Perfecto –Mariano hizo una pausa–. Te amo. Lo sabés, ¿no?
–También te amo –respondió conteniendo las lágrimas. Sería muy difícil vivir sin él y por muy fuerte que se mostrase, por dentro estaba rota y con miedo.
Una hora después, todos habían cenado. Octavio, el hijo mayor de 17 años, jugaba a la play en línea con amigos y el menor; Thiago de 14, los ayudaba a curar al recién llegado. Los chicos no sabían nada todavía.
–Es divino, papá. Está hecho mierda, pobrecito. ¿Se le podrá salvar la cola? –preguntó sin dejar de abrazar al perro que yacía, entredormido por la anestesia, en la camilla metálica sin perder de vista al joven.
–No lo sé. Lo vamos a intentar. Tiene comida gran parte. Si no lo hubiese encontrado hoy, quizá se le hubiese caído mañana. Los gusanos son imparables.
–Lo importante, hijo, es que podemos salvar su vida –agregó Magui. Hablaba su inconsciente que no podía separarse de la noticia que la desesperaba. ¿Enfermedad grave? A veces. ¿Irreversible? No. No era posible. Algo siempre se puede hacer.
–¿Vos lo encontraste o él a vos? –preguntó Thiago sonriendo.
–No puedo responderte eso, pero sí que salvarlo me hace feliz. –Magui sacaba gusanos con una pinza mientras Mariano le colocaba un suero para hidratarlo. Ya le había suministrado también un calmante para el dolor.
Cuatro horas después, habían terminado. También lo habían castrado.
–Papá, ¿puede quedarse?
Mariano miró a su esposa; en verdad su tiempo, que suponía de descuento, no le permitía responder. Él no podría ocuparse, eso intuía su miedo basado en las estadísticas.
–¿Magui? –preguntó esperando su respuesta.
Ella, completamente conmovida, pensó rápido. Los tres habían salvado a ese ser, dándole cuidados y amor. Lo habían rescatado del agrio destino de una calle cruda que le había literalmente gastado los codos de tanto dormir sobre superficies duras. Habían construido un recuerdo. ¿Y si era ese perro una señal? ¿Si en realidad venía a demostrarles que siempre se puede salvar al otro del dolor? ¿Si era el testimonio de que se pueden cambiar finales anunciados? Magui no tenía dudas de que dar era la clave. Nada sucedía porque sí. La posibilidad de que ese perro llegara a su hogar esa noche era una en miles. No era una noche cualquiera, era, quizá, la peor que recordaba. Los miró con amor.
–Se queda, claro que sí. Por alguna razón llegó a nosotros. Debe tener unos ocho años tal vez, más –agregó. Le había examinado la dentadura–. Ya es tiempo de que tenga una familia. Recuerden lo que digo siempre, lo que damos vuelve. –Había esperanza en sus palabras. Más allá de la adopción del perro, ellos eran buena gente no podía pasarles lo que pasaba–. Hay que ponerle un nombre –agregó.
–Tom –dijo Mariano–, por nuestras iniciales: Thiago, Octavio, Margarita y Mariano. Tom –repitió en tono más alto y el perro giró lentamente la cabeza para observalo.
Esa madrugada Tom durmió sobre una manta improvisada junto a Apolo en la habitación del matrimonio. Parecía que siempre habían estado juntos.
Mariano abrazó a Magui en la cama.
–Gracias por permitir que se quede.
–Sabés bien que jamás hubiese dicho que no. Fue muy especial todo lo que pasó esta noche. Siento que algo más grande que nosotros diseñó el encuentro. Tom me da esperanza en este escenario de mierda. Le dimos una oportunidad, solo deseo que a nosotros nos sea dado lo mismo –no quería llorar, pero no pudo evitarlo.
–Quizá sea demasiado místico, pero yo siento lo mismo. Tom vino a quedarse para sumar –dijo y se detuvo no fue capaz de agregar que pensaba que Tom sumaría a su partida.
–Tengo miedo –fue cuanto pudo decir entre lágrimas.
–No. Miedo no –la consoló. Ella era lo primero. Incluso antes que asumir su suerte, era prioridad darle fuerza y apoyo–. Magui, tuve una vida feliz. No cambiaría nada de lo que hice, no tengo pendientes. Disfruté siempre. Me casé con el amor de mi vida, tengo dos hijos divinos y dos amigos que son como hermanos. Me tocó, como a muchos, pero estoy acá abrazándote. Pensemos eso. –Omitió sus propios miedos, esos que no confesaría nunca. Le daba terror la muerte, ese monstruo tallado de incertidumbre y hielo que tenía el poder de destruirlo todo sin inmutarse.
–Basta, tenés también 48 años y mucho por vivir –dijo–, no me hables en tono de aceptación. No puedo soportarlo.
–Tenés que hacerlo. Tengo un cáncer muy raro que pocas veces remite. Mi tiempo es de descuento. Y no, no lo acepté, me da bronca, me enoja, pero la verdad es que lo único que me importa es que vos y los chicos puedan con esto. Lo demás, ya veré.
–¿Lo demás? Lo demás sos vos y esta enfermedad de mierda que no entiendo por qué te tocó. ¿Cómo hago para procesar eso?
–Podés empezar por escucharme. –Magui lloraba sobre su pecho–. Vas a tener que continuar con tu vida y ser feliz a pesar de todo. –No tuvo el valor de pedirle que se volviera a enamorar–. Pero no ahora. Ahora dame un beso y no pienses en nada más que en este momento.
–Basta. No hagas esto –pidió y lo besó. Él respondió al beso con caricias. Latieron juntos las vísperas de un futuro que no deseaban, dejaron que sus cuerpos se dieran todo lo que tenían para dar, sin pronunciar palabras que los trajeran al presente. Fueron amantes por lo que habían sido y también por lo que alguna vez, quizá, ya no serían.
Cuando Magui despertó, lo primero que vio fue a Tom sentado al lado de la cama observando a Mariano con su cabeza apoyada sobre las sábanas. Sonrió.
–Hola, Tom –susurró antes de que la realidad la atropellara como una pesadilla que se vive despierta.
El perro fue directo hacia ella y le dio un lengüetazo en el rostro para luego sentarse a su lado sin dejar de mover la cola. Definitivamente, Tom era una señal y estaba allí para que todos aprendieran a quedarse con lo mejor de lo peor y a no dejar de creer en que los destinos cambian para bien, aunque la vida indique a gritos que no hay nada que hacer.
La esperanza es un proceso, no un destino. No es algo que se logra de la noche a la mañana, sino que se nutre con el tiempo. Es un sentimiento que permite suponer que estaremos bien a pesar de las dificultades y desafíos que enfrentamos en el presente.
Podemos sentir que no hay salida y que no podremos enfrentar la realidad. Sin embargo, la fe nos permite ver más allá de nuestras circunstancias y creer en la posibilidad de revertir algo complicado por adverso que parezca. Hay que enfocarse en lo que es posible controlar para darle propósito y dirección, y fortalecer la fe para lo que nos excede más allá de ocuparnos.
Entre la noche, la verdad y los temas pendientes, primero, los amigos.
BUENOS AIRES, 2 DE ABRIL, 2024
La madrugada del lunes se había devorado otro domingo y Fernando Mendizábal atravesaba la resaca como tantas veces antes. La vida de la noche nunca llegaba a su fin, más de lo mismo, el tiempo que convertía en rutina amaneceres que esperaban volver a oscurecer entre alcohol, música y desbordes. Nada cambiaba excepto la capacidad de soportar en el cuerpo los resultados de la diversión. Ser el dueño de un bar exitoso había sido genial al principio, pero a los cuarenta y ocho años era distinto. Estaba cansado y acaso ¿empezaba a no gustarle tanto como antes su presente?
Había tenido varios socios, pero finalmente terminaba disolviendo los acuerdos porque sentía que nadie entendía del todo cómo funcionaba la noche. Así, dos años atrás, había inaugurado su mejor éxito, el bar Nosotros, en San Telmo, con todo lo que estaba bien, desde la iluminación hasta la música y la carta de tragos y comidas rápidas. Decorado como si fuese un club de autos antiguos, el local ofrecía varios espacios cubiertos, privados, para socializar y bailar, y también jardines perfectos en los que había tres autos viejos, en cuyo interior podía también beberse algo con más intimidad, por supuesto, abonando un precio muy superior. Había lista de espera para reservar ese lujo. Sin embargo, lo mejor para Fernando eran, por fin, sus socios. Sus mejores amigos de toda la vida, Tony Zannier y Mariano Ricci, habían puesto capital en partes iguales, y lo dejaban manejar todo. Fernando distribuía las ganancias desde el inicio. El bar nunca había dado pérdidas, y los tres recuperaron la inversión muy rápido.
Se conocían de toda la vida. Al terminar la escuela secundaria, Mariano estudió veterinaria, se casó con Magui, amiga de los tres, y se quedó en Tandil. Él y Tony, en cambio, eligieron Buenos Aires para instalarse y hacer sus vidas. No viajaban muy seguido a Tandil, evitaban ciertos recuerdos que revivían allá y seguían doliendo. Entonces, como un ritual impostergable, una vez por año, durante el primer fin de semana de abril, mes de sus cumpleaños, se reunían en la ciudad porteña y se ponían al día. Mariano viajaba feliz, lo tomaba como un descanso.
Al margen del mes de abril, buscaban la manera de verse al menos seis veces al año. Tenían esas amistades que no necesitan frecuencia en el abrazo porque dilapidaban confianza y risas en el vínculo. Verse era siempre una fiesta y cuando lo hacían sentían que el tiempo no había pasado y, a la vez, que también se había devorado, sin que se diesen cuenta, su gloriosa juventud. Pero ahí estaban, en llamadas, el grupo de WhatsApp –que se llamaba “Nosotros”–, cenas, reflexiones, consejos y encuentros. Disfrutaban de tenerse en sus vidas. Cada uno con su perfil, con su historia. Mariano con sus logros, Tony y Fernando con sus pendientes y sus días, muchas veces, complicados por sus propias decisiones.
Fernando fue a la cocina de su departamento, encendió la cafetera, eligió una cápsula y no pudo evitar recordar el café batido que le preparaba su madre. Por muy cara que fuese su cafetera, hubiese dado cualquier cosa por el Dolca batido de su viejita amada.
Puso sonido a su celular, vio cantidad de mensajes y diez llamadas perdidas de Sonia Suárez. ¿En serio? ¿Qué parte no entendía? Hostigarlo no era el modo. ¿Cómo había podido sucederle algo así a él?
Entró a “Nosotros”. Había dos audios grabados de madrugada, después de las 3 a. m.
Mariano
Encontré un perro o él me encontró a mí. No lo sé. Lo rescaté, lo curamos y se queda en casa. Yo siendo yo, eso es lo que van a decir. Y sí, es así. Se llama Tom.
El audio se interrumpe con una risa ahogada. Y luego un silencio. Pero sigue.
Escuchen… ¿El encuentro de este mes, como siempre? Sí, estoy ansioso, necesito verlos. ¿Cómo andan? Yo, con insomnio y pensando en que resuelvan sus vidas. El boludo de siempre, ya sé. Ocupándome de ustedes como si fueran mis hijos. Tony, ¿qué estás esperando para ser feliz con alguna de las dos? Y vos, Fer, no seas infantil, hacete cargo del embarazo, no de la madre, y buscá a Cony. Tal vez no sea tarde. No pierdan tiempo. ¡No sean boludos! Bueno, nada, los quiero. Son mis hermanos. Siempre hicieron mi vida mejor.
Tony
Que bien lo de Tom. Sí, vos, siendo vos. El resto, lo hablamos mañana. ¡Dejá de ser nuestro cuidador! Andá a dormir y dejate de joder. Nadie resuelve su vida con un audio. ja
Fernando escuchó y grabó la respuesta:
Hola, socios. Bienvenido Tom. Perros, no niños, eso sí que está muy bien. ¿Están? Los llamo ahora.
Cuando dijo eso sonó el timbre, que se grabó también en el audio.
Parece que ahora ahora no. Es ella. La puta madre.
Fernando abrió la puerta y ahí estaba Sonia, que entró al departamento impulsivamente y se dirigió a la habitación.
–¿Con quién estás? ¿Ya se fue? –preguntó.
–Sonia, pará un poco por favor –dijo observándola mientras ella allanaba la cama con la mirada buscando restos de una noche acompañado, cosa que no había ocurrido–. Dormí solo. Tenemos que hablar –agregó mientras bebía el primer sorbo de café.
Ella lo enfrentó con ojos tristes y cambió su actitud combativa por lágrimas que no supo contener.
–Te amo. Por favor, tenemos que poder arreglar esto –expresó con anhelo y lo abrazó. Fernando apenas pudo rodearla con los brazos, pero cuando ella quiso besarlo la apartó.
Él tomó valor, quería ser claro sin herirla más de lo inevitable.
–Sonia, no queremos lo mismo –empezó–. Para vos este embarazo es una solución, creés que resuelve todo, para mí es un problema, algo que no quiero. Tengo cuarenta y ocho años y elegí no tener hijos. Te lo dije cuando te conocí, nunca te mentí –recordó–. Te cuidabas, esto no fue un accidente, lo hiciste porque quisiste.
–Es verdad –reconoció otra vez lo que ya habían hablado antes–. Pero pensé que estarías contento. Llevamos casi un año juntos y me dijiste que había cambiado tu vida, que yo te daba paz. –Hablaba angustiada. Era evidente que estaba inestable. Las emociones la desbordaban.
–Fue verdad. Me dabas, en pasado –enfatizó–, ya no. Me gustó todo lo que compartimos, la verdad, no te engañé nunca con nadie. Me gustaba todo juntos, pero un hijo, no. Ni con vos ni con nadie. Cambiaste. Antes confiabas en mí y eras feliz. Éramos –corrigió–. Pero desde hace tiempo estás demandante, celosa, controladora. Lo hablamos, te dije que éramos un final anunciado, terminé la relación y, lejos de entenderlo, fuiste por todo aquella noche… –hizo una pausa–. Te quiero, pero ya no te amo y es por eso que ya no somos nada. Se acabó hace rato –remarcó, aunque sabía que era duro–. Es claro que tu embarazo en este escenario es un drama.
–Por favor, no seas cruel. No es “mi” embarazo, espero un hijo de los dos –levantó la voz con furia–. Sé que este bebé ayudará a arreglar las cosas. Podés vender el bar y empezar una vida de día, diferente. En familia –dijo ilusionada–. Muchas veces dijiste que estabas cansado de la noche.
–Sonia –suspiró. Escucharla hablar del embarazo como un bebé salvador le resultaba insoportable. Tenía que terminar con esa idea fantasiosa de la felicidad de la mano de un hijo que nunca había deseado–. Eso no va a suceder. Lo siento. Te pido que consideres interrumpir la gestación. –Adrede usó la palabra gestación porque era distante y sonaba a un frío diagnóstico–. No voy a ser tu pareja nunca más –agregó con tono firme para desalentarla, obligándola a imaginar que lo criaría sola.
Entonces, ella le dio una bofetada. Otra vez, agresiva y desbordada.
–Voy a tener ese bebé y si no lo reconocés y asumís tu paternidad, iré por la vía judicial –amenazó y se fue dando un portazo. Su personalidad oscilaba los extremos. Iba del rol de víctima triste y enamorada a mujer enojada y dispuesta a todo, incluso la maldad.
Fer la miró irse. Tenía treinta y dos años. ¿Por qué quería cagarse así la vida y de paso cagar la de él? De pronto, lo invadió una sensación de angustia fuerte. La reconoció de inmediato.
Tomó el celular nuevamente y mandó un audio al grupo.
Fernando
¡Hola, cracks! Se pudrió. Me da lástima, pero no la aguanto. ¿Por qué no me casé con Cony?
Omitió decir algo sobre su sensación. Los vería pronto. No era algo para mensajear.
Tony
Por forro y cagón.
Fernando
Igual que vos. Ja.
Mariano
Evidentemente de lo de resolver sus vidas no entendieron nada. Hablamos más tarde. Veterinaria, llena.
Siempre hay algo que se ubica por sobre todo lo demás, para algunos el amor, para otros el trabajo, para quienes los tienen, los hijos, la esposa, los padres y la lista sigue. Para Fernando, eran sus hermanos de la vida. A veces podía con todo, otras, todo lo podía, como ese mediodía, pero en cualquier escenario era posible seguir, avanzar y resolver porque estaban ellos, Tony y Mariano, sus hermanos de la vida.
De los laberintos emocionales se sale por arriba, observando y decidiendo. Nadie lo ha logrado sin arriesgarse a equivocar la salida.
BUENOS AIRES, 1 DE ABRIL, 2024
Otra noche de insomnio y planteos se había apropiado del descanso de Tony. Cuando eso le pasaba, era el anuncio de algo que lo afectaría a él o a sus amigos. Algo preocupante. Sin embargo, todo estaba en relativa calma. Tal vez era el estrés que le provocaba su presente ¿Postergaba su felicidad? ¿Qué deseaba? ¿Por qué elegía no decidir?
Hacía días que se sorprendía intentando hacerse cargo de los motivos por los que estaba viviendo una realidad que no le gustaba. ¿Por qué seguía casado con Luisina? ¿Porque era buena? ¿Porque era la madre de su hijo? ¿Porque era cómodo continuar? ¿Acaso era viejo para pensar en el amor desde un lugar de placer y enamoramiento? Quizá por todo eso a la vez y también porque el miedo le ganaba siempre.
Él se había casado convencido y su matrimonio funcionaba. Tenía un hijo adolescente, que estaba estudiando, con el que se llevaba bien. Sin embargo, a los cuarenta años se había reencontrado con Greta, su novia de la juventud. Ella, casada también. El pasado los había provocado en medio de un presente que sin dudas no era el ideal, y lo que había comenzado como un permiso de aventura se había convertido en la razón de sus sonrisas y deseo. Mantuvieron una relación clandestina por un tiempo, pero Greta no lo soportó y dejó a su marido. Se había jugado por él, esperando que él hiciese lo mismo. Algo que nunca había ocurrido. Desde ese entonces, ocho años de idas y venidas los habían encontrado siendo protagonistas de una historia de amor que no habían buscado, pero habían encontrado. Por esos días, Greta le había pedido que se alejara. Que la dejase en paz. Si no podía elegirla, entonces que no la encerrara en una espera inútil, pero seguían los mensajes y se habían visto de todas maneras. Tony sabía que ella tenía derecho a imponer distancia, pero no era fácil. La pensaba todo el tiempo incluso cuando se acostaba con Luisina, tanto que temía pronunciar su nombre en la intimidad.
Ese domingo fatal no podía dormir y se había levantado a beber algo, convencido de que sería imposible conciliar el sueño. Odiaba los domingos, y más los lluviosos, como el de esa noche. Por eso había respondido el mensaje de Mariano a las tres de la madrugada.
Miraba en su celular si Greta estaba en línea como si el hecho de imaginarla al otro lado del teléfono los acercara. Ella se había conectado por última vez a las once de la noche; seguro que estaba descansando. ¿Y si le escribía? ¿Y si sacaba su auto e iba a verla? Tenía ganas de abrazarla, la necesitaba para seguir, pero ¿cómo? ¿Era tarde? El día anterior ella le había dicho que había conocido a alguien y él no le había creído, pero ¿y si era verdad?
Escuchó el mensaje de audio de Mariano: “¿Cómo andan? Yo, con insomnio y pensando en que resuelvan sus vidas. El boludo de siempre, ya sé. Ocupándome de ustedes como si fueran mis hijos. Tony, ¿qué estás esperando para ser feliz con alguna de las dos? Y vos, Fer, no seas infantil, hacete cargo del embarazo, no de la madre, y buscá a Cony, tal vez no sea tarde. No pierdan tiempo. ¡No sean boludos!
Mariano, siempre siendo Mariano, como le decían todo el tiempo ante sus acciones generosas y la preocupación por los demás, en especial por ellos. Era un romántico, un bueno, un distinto y, como siempre también, tenía razón. Tenía que elegir. ¿Greta? ¿Luisina? ¿Podía ser feliz a costa de su tristeza y dolor? ¿Era justo? Ella no tenía idea de nada. Él nunca le había hablado de lo que le sucedía y jamás había resentido el vínculo como para que notase que su amor estaba en otro lado. O sea, era un real hijo de puta con una mujer buena, que era la suya, y también con otra que lo había dejado todo por él. Analizado así, él no tenía derecho a ser feliz. Nadie lo tiene cuando está lastimando a personas que no lo merecen. No al menos hasta que se hiciese cargo de todo.
De pronto apartó los pensamientos sobre Greta y no pudo evitar la sensación de mal presagio que les pasaba a los tres cuando algo malo iba a ocurrirle a alguno de ellos. A las 5 de la madrugada un trueno aturdió Buenos Aires al tiempo que una angustia horrible avanzaba sobre su garganta, anudándola con forma de dolor inevitable. Sus ojos se tornaron vidriosos y sintió miedo. Mucho miedo. Conocía esa advertencia emocional. Los tres la conocían bien, una sintonía que jamás erraba. Esos presentimientos eran un mal anuncio y tenían que ver con ellos, solo deseó que lo que fuera le sucediese a él y no a sus amigos.
–¿Qué pasa, amor? –preguntó Luisina acercándose. Se había levantado al ver que no estaba a su lado.
–No lo sé –respondió consternado. Sí sabía, no todo, pero mucho.
–¿Cómo te ayudo?
–No podés ayudarme.
–Claro que puedo. Estoy para vos, como siempre. Contame.
Tony hubiera querido ser capaz de decirle la verdad, pero en ese momento lo primero no era Greta y su amor pendiente, sino la certeza de saber que algo malo le ocurriría a alguno de los tres.
–Ya te dije que no sé, pero esa sensación de un peligro que acecha, de que algo va a pasarnos a alguno de los tres volvió y me pone muy mal.
–Amor, entiendo tu amistad con ellos, pero no creo para nada en ese tipo de presagios. Son coincidencias.
–No voy a insistir con algo en lo que no creés, pero tampoco intentes convencerme de lo contrario. Esto ya lo hablamos. Dejame solo un rato, por favor –dijo y la besó en los labios con suavidad. Cuando Luisina salió de su campo visual, volvió a su celular y escribió:
Te extraño. Quiero abrazarte. Está ocurriendo otra vez.
Al otro lado, enseguida vio a Greta en línea. Su corazón se aceleró y sus ganas de ella ocuparon todo su ser. Estaba escribiendo. De inmediato, leyó:
¿Te puedo llamar?
Rápidamente, Tony salió al jardín para asegurarse de no ser oído. Minutos después, sintió que el amor de su vida lo contenía.
–Supongo que estás mal en serio para haberme escrito a esta hora.
–Lo estoy. ¿Dormías?
–Sí, pero mi hija salió con mi auto y estaba atenta al celular. Quedate tranquilo, lo que sea que esté pasando requerirá calma de tu parte –le hablaba como una amiga. En realidad, lo era también.
–Quiero estar con vos –cambió el eje de la conversación.
Silencio breve.
–Tony, no tengo que recordarte que no estamos juntos por vos, no por mí.
–¿Es cierto que estás con alguien?
–Conocí a alguien, pero lamentablemente no puedo olvidarte. No me lastimes más, por favor.
–¿Por qué me respondiste?
–Porque sé lo difícil que es para vos sentirte así y sé también que tristemente esos presagios no fallan. Los hechos de toda la vida lo demuestran, pero te lo suplico, quiero seguir con mi vida, Tony –su voz sonaba acongojada.
–Te amo –dijo pensando en él y no en lo que ella le pedía.
–No me alcanza –respondió y cortó la comunicación.
Las comparaciones involuntarias se imponen en las personas que viven en la dualidad. Tony no era la excepción. Esa noche Greta lo comprendía y Luisina parecía no conocerlo en absoluto. Sin embargo, eso no alcanzaba. Tener todos los puntos a favor en un imaginario cuadro comparativo, excepto uno, asfixia toda posibilidad. Ser independiente, amar sin límites, arriesgarlo todo, atraer sexualmente, ser divertida e incondicional, tener una historia compartida, la risa, la emoción, las lágrimas, el champagne, los hoteles, las caricias –y una lista que no termina nunca de agregar ganas y momentos– no es mucho, ni siquiera bastante. Nada es suficiente para hacer podio cuando del otro lado hay un solo ítem fatal y conformista con una tilde: el de la seguridad de una familia de años.
Llega un día en que el inconsciente tiene tantas certezas que la persona actúa por impulso, como sin pensar, pero en verdad ya lo ha analizado todo.
BUENOS AIRES, ABRIL, 2024
Después de hablar con Tony, Greta se sintió mal. Le molestaba no poder cerrar esa historia que, por otro lado, ya tenía el final escrito con mayúsculas y un punto seguido solo con fracaso desde el momento en que había asumido que él jamás iba a dejar a su mujer. ¿Por qué? ¿Por qué habían vivido el amor verdadero desde un lugar adulto e irresistible y él no había elegido eso para siempre? ¿Por qué se quedaba con Luisina si, según sus propias palabras, a su lado no se sentía vivo? ¿Por qué no había sido suficiente que ella lo dejara todo por estar juntos? Hizo una pausa y, una vez más, pensó que quizá eso había sido un error. Su mente le hacía trampa; por esos días, recordaba lo bueno que era su ex y todo lo lindo que habían vivido, incluso la felicidad con la que había formado una familia a su lado. No pudo evitar volver sobre la idea de que dejarlo había sido una decisión que nunca terminaría de pagar con soledad. Siendo honesta consigo misma, no había dejado a su esposo Beto porque no lo amara, sino porque la atracción del pasado y las ganas de volver al primer amor que sacuden cualquier rutina siempre le ganan a lo que viene después, fuera lo que fuese. Estaba segura de eso.
Sin embargo, las personas cambian con los años y cualquier reencuentro empieza con la fase uno, esa que obnubila y en la que todos creen que no ha pasado el tiempo y se preguntan por qué no siguieron juntos, pero después viene la fase dos y el brillo se desluce, se necesita más de lo que se tiene, se visualizan las inseguridades y ocurre con frecuencia que uno está dispuesto a todo mientras el otro solo promete. Greta transitaba ya la etapa tres, la del dolor, la de aceptar, la de no poder volver atrás, ni seguir esperando algo que no iba a suceder. Pensaba que el amor ya no era ni sería en su vida. No había imaginado ese final, pero allí estaba, enfrentando el amargo gusto de las expectativas rotas y los sueños heridos de realidad. Lo que más bronca le daba era estar segura de que lo que Tony sentía por y con ella era todo lo que él deseaba, pero era también lo que no elegía. Justo en su decisión de continuar con su matrimonio era donde la magia se había roto. No lo entendía. Esa verdad le anudaba la garganta y le daban ganas de llorar, algo que ya no quería hacer más. Tenía que quitarle a Tony el poder sobre su estado de ánimo, pero no sabía cómo hacerlo y él no ayudaba en lo más mínimo, porque si bien desde los hechos nada cambiaba, desde la palabra era muy difícil no tener expectativas de que cumpliese con algo de todo lo que prometía. Si agregaba la intimidad que compartían, estaba perdida en un laberinto, por eso se negaba a verlo, aunque se moría de ganas. Había alcanzado esa llamada a la madrugada para no poder volver a dormirse y sentir que su lugar era con él, conteniéndolo, porque algo iba a suceder. Elegía pensar que fuese a sus amigos y no a Tony.
Se levantó a la mañana siguiente, se dio una ducha bien temprano, cumplió su rutina de cremas para cuidar su piel, eligió la fragancia que más le gustaba a él y se vistió elegante, como siempre. Un rato después estaba en su inmobiliaria, organizó todo dando instrucciones precisas a sus empleados y llamó a Tony.
–Hola. Te amo –dijo él que no quería perder la oportunidad de esa llamada. Al ver su nombre en el visor, rápidamente pensó en el modo de que ella no pudiese negarse a verlo.
–Veo que vas a lo seguro –sonrió–. No es necesario un guion para que me convenzas de verte hoy, quiero hacerlo.
Se refería a los guiones porque él le había confesado que había planeado meticulosamente todo para conquistarla luego de que se reencontrasen ocho años antes.
–Voy a buscarte ahora. Tengo tres horas antes del programa –contestó refiriéndose a su trabajo en la radio.
–Te espero en una hora. Tengo algo que hacer antes –respondió sintiendo que los latidos de su corazón se aceleraban al ritmo de sus ganas de abrazarlo. Entonces, indignada con ella misma, llamó a su amiga Ludmila.
–Hola, Lu. Soy una idiota. Lo llamé. Voy a verlo.
–Nada que no hayas hecho antes –dijo–. El problema no es que lo veas, sino que eso te genera expectativas sobre algo que no va a suceder. Él no dejará a su mujer, es estadística. Si no lo hizo en ocho años, no lo va a hacer ahora, amiga. Perdón, pero es así.
–Lo sé. Tenés razón, pero no puedo estar sin él. Tony es mi último amor, o es él o nadie será.
–No seas tremendista, Greta. Hablás boludeces y lo sabés. Tenés que alejarte y seguir con tu vida.
–No me juzgues porque estoy por hacer exactamente lo contrario.
–No te juzgo y aunque te banque en todas, tengo que decirte que es un error. En fin… ¿Cenamos hoy y me contás?
–Sí. Te quiero. Me apuro que quiero llegar a la peluquería antes de verlo.
Un rato después, Tony la besaba en su auto como si no hubiese un mañana.
–No puedo vivir sin vos.
–Sí, podés, Tony, peor aún: podés vivir con alguien más.
–Por favor, hoy reproches no –pidió.
–Lo intento. ¿Cómo estás?
–Ahora bien. Te juro que voy a irme de casa, voy a encontrar la forma de hablar con ella. –No mentía, en ese momento esa era su única verdad.
–Basta, hace años que buscás la manera. O no sabés buscar o no es cierto y no quiero hablar de eso. ¿Podemos pasar las próximas horas juntos como si todo esto no pasara?
–Podemos –respondió.
Abrió la guantera y le dio su chocolate favorito. Se miraron sabiendo lo que seguía. El chocolate era siempre una señal previa a sus maravillosos encuentros. Volvió a besarla. Ella lo dejó hacer y olvidó que quería acompañarlo y contenerlo en las vísperas de un mal presagio.
Tony conducía sosteniendo la mano izquierda de Greta, a la que besaba en cada oportunidad que podía. Casi sin darse cuenta, sumidos en el trance de saber que era inminente volver a sentirse en la intimidad, ambos se descubrieron en una habitación de hotel. El tiempo se había detenido. Las prendas iban cayendo al ritmo de un deseo fulminante que no era proporcional al tiempo transcurrido desde la última vez en ese mismo lugar. Tony tocaba su cabello radiante con pasión. Le encantaba despeinarla con las manos mientras las ganas de los dos los provocaban.
Cada caricia sabía cuál era el tramo de piel, como si la guiara una brújula de placer inexorable, la respiración agitada los empujaba al abismo en el caen quienes necesitan más aunque lo tengan todo, cada beso se devoraba las ganas de sus cuerpos al límite de un placer que los hacía sentir libres y llenos de vida, mientras, en verdad, solo los encadenaba a una prisión de amor, en celdas distantes, cerradas con candado. Se disfrutaban tanto que ninguno de los dos podía pensar en la paradoja que implicaba que todo lo que los separaba era lo que los unía al límite de esa inusitada intensidad. Después de que ella alcanzó dos veces el placer deseado, él la provocó hasta que sintió derramarse entre sus piernas la tibieza vital que dejaba ir dentro suyo. La magia duró el tiempo que demoraron en recuperar la normalidad de sus latidos. Entonces, Greta, apoyada en su pecho, salió del hechizo y comenzó a sentir la realidad avanzando entre las sábanas. En su interior los impulsos daban batalla al dolor de saber que esa misma noche ella dormiría sola y él no. Se enojó con ella misma, con él, con el pasado, con la vida. Tuvo bronca de haberlo llamado y, a la vez, sintió que justo de ese encuentro tenía que sacar las fuerzas para volver a sí misma y recuperar el control de sus emociones.
Giró y lo miró directo a los ojos.
–Tony, esta fue la última vez. No quiero verte nunca más mientras sigas eligiendo a Luisina.
–Te amo. No digas eso. Basta, Greta, nacimos para estar juntos –dijo y besó sus labios.
–Hablo en serio, dejé todo por vos y vos no fuiste ni sos capaz de hacer lo mismo –sentía el enojo convertirse en ira profunda y frustración–, entonces, se terminó.
Se levantó y, con los ojos llenos de lágrimas, se vistió rápidamente. Tony intentó retenerla, pero Greta salió de la habitación sin mirar atrás.
Una idéntica sensación compartida es una conexión poco habitual que les sucede a amistades privilegiadas.
TANDIL, ABRIL, 1994
La hora de matemática era insoportable. Por suerte para Tony y Mariano, Fernando era bueno con los números. Le daba el tiempo para hacer los exámenes de los tres, aunque se arriesgaba a ser descubierto por la implacable profesora Dina, que era un fenómeno de maldad y ensañamiento con los adolescentes de la Escuela de Comercio 8.
¿Por qué los odiaba? Por culpa de Fernando, que había enamorado a su hija y luego la había dejado llorando su abandono.
El aula con treinta alumnos estaba en silencio mientras la mayoría resolvía la evaluación y el resto buscaba la manera más eficaz de copiarse. Ellos se sentaban en la fila contra la pared en los dos últimos bancos. Mariano solo al final y Tony delante de él. Desde el medio era más fácil ayudar a sus amigos.
El plan era siempre el mismo: una vez que la profesora entregaba los temas de la prueba, Fernando resolvía las consignas en el reverso de una regla blanca, de plástico, con disimulo. Si la profesora lo observaba, volvía a su hoja. Luego le pasaba la regla a Tony, que copiaba todo. Y finalmente, llegaba a Mariano. Descifrar lo escrito allí era más difícil que estudiar, pero se trataba de burlar el control de Dina y salir ilesos.
Aquella mañana, todo había transcurrido en paz hasta que de repente Mariano comenzó a sentirse mal. Sentía una ansiedad y un miedo que no sabía cómo controlar. En el recreo, en lugar de reírse y festejar, intentaban descubrir por qué de pronto se sentían los tres igual, amenazados por un miedo inexplicable. Volvieron al aula y media hora después, la tía de Fernando fue a buscarlo.
Fue una jornada insoportable para Tony y Mariano que no sabían qué sucedía. Continuaban sintiéndose mal, una aguda tristeza los devoraba.
–¿Qué pasa, boludo?
–No sé. Me asusta. Tengo ganas de llorar y yo no lloro nunca– respondió Tony.
–Algo está pasando, amigo. Algo serio –intuyó Mariano.
–¿Vos decís?
–¿Te sentiste así antes?
–No. ¿Vos? –Tony intentaba entender.
–Sí, cuando mi hermana se enfermó. El día de su diagnóstico. ¿Te acordás?
–Cierto, pero ahora los tres estamos igual, en aquel momento, no. Hay que esperar, ni bien salimos vamos a la casa de Fer a ver qué pasa. Por ahí no es nada y nos estamos enroscando al pedo.
Dos horas después, la verdad los destrozaba y daba comienzo a la manifestación de esa conexión energética que los seguiría uniendo durante toda la vida en los presentimientos buenos y, como esa mañana, en los otros.
No hay edad para que las corazonadas atropellen el presente de las personas permeables a empatizar con la energía de quienes se quieren de modo auténtico. La vida puede con casi todo, pero no tiene chance de abrumar el instinto que anuncia sus reveses con identidad propia.
Esa sensación de que, a pesar de que a un episodio le faltan datos, algo avisa que puede salir bien o mal, no es una ventaja, sino una situación que el destino impone y con la que hay que aprender a convivir desde la emoción y los hechos, porque da igual apelar a la razón cuando nada se funda en ella. Es imposible controlar un sexto sentido.
La amistad de toda la vida es un lazo invisible que une las almas, se fortalece con el tiempo y nos acompaña hasta el final del camino.
TANDIL Y BUENOS AIRES, ABRIL, 2024
Cinco días con el diagnóstico a cuestas habían sido una eternidad para Magui y Mariano, no solo por lo que había que enfrentar, sino porque él había tomado una decisión muy difícil de aceptar para ella.
Mientras preparaba el bolso para viajar a Buenos Aires a encontrarse con sus amigos, sin saber si sería un encuentro de celebración como siempre, Tom lo observaba a corta distancia con una mirada de entrega absoluta. Mariano sentía que la realidad de ese perro le mostraba la suya de una manera muy particular. Sus pupilas murmuraban un día sin tiempo y la necesidad de detener el destino en ese momento de comprensión mutua. Sin embargo, esa no era la realidad, las horas transcurrían y con ellas se instalaba en la vida de ambos el tiempo de descuento.
–¿Les vas a decir? –preguntó Magui.
–No lo sé. Siento que debería, pero, por otro lado, considerando que no sé cuántos encuentros de estos nos quedan, no quiero convertir este en angustia. Creo que voy a decidirlo allá.
–No te presiones, es cierto que tienen derecho a saber, pero acá lo primero es lo que vos necesites. –Tenía los ojos brillosos a pura lágrima contenida. No podía asimilar esa conversación. ¿De qué hablaban? ¿Podía ser cierto que esas reuniones iban a terminar? ¿Era posible que una enfermedad terminal formara parte de sus vidas?
Mariano la miró por dentro, atravesando sus resistencias, sus miedos y la batalla que peleaba contra una verdad que era más fuerte que ella y sus ganas de vivir de siempre.
–Magui, sos mi vida. Te amo con locura.
–También te amo –respondió mientras lo miraba con expresión desesperada.
–Sé que harías todo por mí.
–Sí, igual que vos.
–Entonces, necesito pedirte algo y que te enfoques solo en eso. Solo de esa forma voy a poder con lo que viene.
–Lo que quieras –lloraba mientras acomodaba la ropa en el bolso para calmar su ansiedad.
–No me mires como si fuera a morir, aunque sea algo que va a suceder. Estoy vivo, estoy acá y te amo. Disfrutemos. Necesito que intentes dejar de lado la situación. Regalame el tiempo que me queda como lo que es, un regalo que nos es dado. Quiero matar el drama, Magui; si no lo hago, nada tiene sentido y todo es dolor y tristeza a cuenta del futuro. ¿Podés con eso?
Magui pensó un momento, sus palabras se repetían como en eco en su mente y latían en todo su cuerpo como una súplica justa e implacable. Entonces, sonrió a pesar de todo, se acercó a él, lo rodeó con sus brazos, lo besó en la boca como una respuesta inicial que gritaba un eufórico sí, del que no sabía si era capaz, pero en el que centraría toda su energía. Luego, lo empujó hacia la cama y le hizo el amor despacio, disfrutando cada caricia que escribía en sus cuerpos la dicha y también la esperanza sin fundamento, esa que crece con la fe ante lo imposible. Entre placer y amor, los dos en silencio invocaron al destino pidiéndole una tregua primero y un milagro después.
Por la noche, ya alojados en el hotel de siempre, los tres reían y tomaban cerveza.
–Tony contá las novedades –pidió Fernando–. Empecemos por vos, lo mío es una pesadilla y Mariano es la parte feliz que dejamos siempre para el final –bromeó sin saber que las cosas habían cambiado.
–Dale, sí, contamos –insistió Mariano.
–No es muy diferente al mes pasado. Sigo siendo un pelotudo que ama a Greta, pero sigue eligiendo a Luisina.
–Algo nuevo, Tony, ese es el titular de los últimos ocho años –agregó Fernando.
–Lo nuevo es que estuve con Greta otra vez –dijo sin dar detalles.
–¿Estuviste cómo?
–Fuimos a un hotel y bueno… nada, estar con ella es todo lo que quiero. Las comparaciones me están matando, no me gustan, pero las hago.
–¿Contra qué perdió Luisina esta vez? –preguntó Mariano.
–Contra los presagios que nos unen y ella reduce a simples coincidencias.
—¿Qué pasó concretamente?
—Me entró una angustia tremenda la otra noche, sentí que algo jodido se anuncia. Me puse mal. Luisina sigue sin creer que tengamos esta conexión entre los tres. Eso me molestó y le dije que quería estar solo. Entonces, le mandé un mensaje a Greta, quien no duda sobre eso y a pesar de todo nunca me abandona. El resto lo pueden imaginar.
–¿Cuándo te pusiste mal? ¿Qué noche?
–La que Mariano adoptó a Tom. ¿Por?
–Porque también me pasó a mí, solo que como sabía que iba a verlos, preferí esperar para contarles ¡Que cagada! –respondió Fer.
Mariano sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Los observó un instante en silencio. Ellos lo habían intuido. Evaluó el momento; si hablaba, el encuentro se convertiría en lo que no quería. Comenzarían a desesperarse, a preguntar, a pretender resolver lo imposible. Los imaginaba queriendo hacer otras consultas, justo lo opuesto a su decisión de no hacer nada. Esa que a Magui le pesaba y no podía aceptar.
–A mí no pasó –mintió Mariano. No les diría nada, había que desactivar esa premonición–. Tal vez fue coincidencia y esta vez tu mujer tuvo razón, Tony. Nada va a pasar. Tranquilos. Si yo no lo sentí, no es lo de siempre. Olvídenlo.
–Es verdad que siempre nos pasa a los tres –coincidió Tony–. Mejor que no sea así esta vez.
–Sí, claro –agregó Fernando.
–Lo importante es que respondas la pregunta del millón, Tony ¿Por qué no te jugás por Greta? –cambió de tema Mariano, con naturalidad.
–¿Porque soy un pelotudo?
–Aparte de eso –dijo Fer en tono burlón.
–Porque no puedo terminar con mi matrimonio, porque siento que no es justo construir felicidad sobre la tristeza de alguien más. Luisina me dio su vida entera. Una familia. Dejó su profesión para criar a nuestro hijo y nunca más la retomó. Siento que soy responsable de lo que le suceda, que mi deber es quedarme con ella. Por otro lado, las estructuras, los mandatos, no puedo patear tableros, siempre me costó. Lo saben.
–Pero pará un poco, eso es muy teórico. No podés construir nada sobre su tristeza, como decís, pero podés cagarla por años. Fijate, loco. Podés ayudarla a salir adelante y no rifar tu vida. Greta no va a esperarte siempre. Es una mina que está entera –dijo Fer refiriéndose a que se cuidaba y estaba “en el mercado”, como solía decir–. Una mujer que otros miran y desean –dijo Fer de modo lapidario.
–El tiempo –interrumpió Mariano.
–¿Qué pasa con el tiempo? –preguntó Tony
–Que se acaba. Eso pasa. No te pide permiso. Tenés casi cuarenta y nueve años, no solo es cierto que Greta puede elegir a otro en cualquier momento, eso es para tener en cuenta, pero aunque decidas perderla, no estás considerando que junto a eso también estás renunciando a la posibilidad de ser feliz.
–Bueno, Mariano es más poético que yo, pero decimos lo mismo. Tenemos razón. La mina va a terminar con otro en cuanto lo decida porque está buena y cuando empiece a olvidarte, aparecerá alguno y vos vas a seguir hecho mierda, anclado en un matrimonio que no te suma nada –agregó Fer.
–Conoció a uno, pero dijo que no podía dejar de pensar en mí y no llegó a nada con él –les contó.
–Puede ser… Hasta que una amiga le queme la cabeza, la aconseje, le cuente su historia con otros y le presente a alguien o aparezca uno que le guste en serio. Un tipo que la enamore, la lleve a la cama y le encante. Así funciona, hermano, lo sabemos. Activá o vas a estar fuera del partido pronto. Ni te digo si empieza a salir de noche. Greta es recogible, su hija ya es grande, ideal la mina. Está para disfrutar.
–Bueno, basta, ya entendí. La amiga existe, se llama Ludmila. Me odia. En fin…Y vos, ¿qué vas a hacer? –preguntó para salir del foco de atención.
–Supongo que contratar un abogado. Sonia amenazó con demandarme si no reconozco al bebé. Quiere tenerlo.
Mariano los observaba. ¿Cómo podía decirles, sin revelar su verdad, que frente a la muerte, lo que a ellos los preocupaba era la nada misma? Estaban desperdiciando la posibilidad de disfrutar la vida limitándose con problemas que tenían solución.
–Decidir en favor de ustedes, eso es lo que tienen que hacer los dos. Fer, si quiere tener ese hijo, va a tenerlo, te guste o no, así que mejor empezá a aceptarlo y a ver cómo te hacés cargo sin por eso renunciar a Cony, si es que todavía tenés chance. ¡Buscala! La tierra no se traga a nadie –dijo convencido–. Un abogado es una pelotudez. Si estás seguro de que es tuyo, ya está y si no, como máximo hacés un ADN y fin. Ahora no lo querés, pero un hijo es algo bueno.
–No, no para mí. No quiero tener a nadie a cargo, no quise un compromiso con Cony y estaba enamorado, quizá aún lo estoy. Ni loco quiero algo que me ate a Sonia que está encaprichada y cree que podemos ser la familia Ingalls. Eso no va a pasar, amigo.
–Ingalls o no, Sonia ya es parte de tu vida, tiene razón Mariano, no la vas a detener con nada. Hacete cargo, Fer y pasá de página –dijo Tony y mirando a Mariano preguntó–. ¿Y vos? ¿Qué contás de nuevo?
–Nada –mintió. No podía, no quería, no era el momento–. Solo Tom, el perro más bueno que vi jamás. El resto en orden, saben que mi vida es más estándar y mucho más plena que la de ustedes –bromeó–. Magui, bien. Yo más enamorado que nunca y los chicos, fenómeno. Creo que en lo inmediato tenemos que enfocarnos en ustedes dos y en que tomen decisiones. Brindemos por eso –propuso y las copas chocaron honrando la amistad.
El fin de semana transcurrió a puras charlas, tragos y cigarrillos que compartieron, junto con recuerdos y risas que no se comparaban con nada. Se hacían bien, se conocían y aun siendo tan diferentes, no peleaban nunca porque sabían de las mejores intenciones de cada consejo. Opinar libremente era parte de ese equipo. La sensación de angustia aparecía por momentos en Tony y en Fernando, pero finalmente dejaron de hacerle caso porque Mariano decía que él no sentía nada, que se dejasen de joder, que estaban juntos y celebrando otro encuentro.
Se despidieron el lunes por la mañana con un abrazo, sin saber que ese momento marcaba el fin de una etapa en sus vidas. Después de todos esos años, de todas las risas, las lágrimas, los triunfos y los fracasos, habían llegado al final de un capítulo importante en el libro que escribía su historia. Se habían conocido en la infancia, habían crecido juntos, habían compartido sueños y miedos, pero nunca habían transitado juntos un camino donde la posibilidad de no estar los tres juntos existiese.
Compartir la vida con amigos de toda la vida es como tener un refugio seguro donde se puede ser uno mismo, sin miedo a ser juzgado, sin miedo a ser herido. Es como tener un pedazo de hogar en el alma de otra persona, donde se pueden dejar huellas sin temor a que se borren. Es saber que, sin importar lo que pase, siempre tendrás a alguien que estará para vos.
¿Callar ahoga o libera?
BUENOS AIRES, ENERO, 2020
Cony había pasado la noche entera pensando en su presente, en la manera en que amaba a Fernando y en esa reciprocidad que se había cansado de esperar. Estaba segura de que él estaba enamorado, pero no alcanzaba lo que le daba. Ya no era suficiente. Se preguntaba si tenía que intentarlo una vez más, si era mejor decirle o callar que por su mente desfilaban miles de opciones y que su instinto elegía la distancia para siempre. No solo terminar con la pareja, sino interponer lejanía geográfica para volver a empezar.
Él le daba todo cuando estaba a su lado, la hacía sentir la mujer más hermosa del planeta, la intimidad era un juego de pasión roja y dulzura blanca al mismo tiempo. A su lado, había descubierto quién era y quién podía ser, impulsada por el sentimiento más profundo y difícil que la había atravesado jamás. Todos sus ex habían salido de sus recuerdos, ninguno era como él, porque él era su todo. Quizá ese era el problema que la había empujado a sentir, en esa madrugada de insomnio, que estaba errando el camino. Porque si bien era cierto que Fernando, un tipo de la noche, los bares, las mujeres, la música, los negocios y los vicios, había encontrado en ella la paz y, según sus propias palabras, también al amor de su vida, no era menos verdad que él no cambiaba casi nada en favor de la relación. Fernando era un “solo” arraigado a la forma de vivir que eso conlleva. En la soledad elegida no hay espacio para nadie, ni siquiera para la persona que más se ama. Entonces, ¿tenía algún sentido permanecer en ese lugar de sombras permanentes y ausencia de proyectos?