Elogio del caminar - Leslie Stephen - E-Book

Elogio del caminar E-Book

Leslie Stephen

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Beschreibung

Cuando caminas, mueves más que el cuerpo: mueves la mente, el espíritu, todo el sistema del ser. A medida que atraviesas la distancia espacial, ganas una distancia espiritual vital con la que puedes ver de nuevo los problemas que acechan tu día, tu trabajo, tu vida. En esta obra breve y honesta, acompañada de las magníficas ilustraciones de Manuel Marsol, Leslie Stephen defiende una de sus pasiones: «Es posible que me arrepienta en algún momento de algunos placeres que no merecen tal calificación, pero el placer que aquí me ocupa es señalada y fundamentalmente inocente. Caminar es a las actividades lúdicas lo que labrar y pescar son a la industria: es primitivo y simple; nos pone en contacto con la madre tierra y la sencilla naturaleza; no requiere de un equipo complejo ni de un entusiasmo fuera de lo común».

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Seitenzahl: 48

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Leslie Stephen

ELOGIO DEL CAMINAR

Ilustraciones de

Dicen los moralistas que cuando un hombre empieza a envejecer podría hallar algún consuelo a los crecientes achaques si echa la vista atrás a una vida bien aprovechada. No hay duda de lo grata que debe resultar esa retrospección, pero la pregunta que se hará más de uno es si habrá en su vida suficientes motivos para la autocomplacencia. ¿Qué parte de la misma, de haber alguna, ha sido bien aprovechada? Me parece pertinente contestar que, por lo que a mi respecta, cualquier parte en la que hubiera un verdadero disfrute. Si alguien propusiera añadir el adjetivo de «inocente», no pondría reparos a la enmienda. Es posible que me arrepienta en algún momento de algunos placeres que no merecen tal calificación, pero el placer que aquí me ocupa es señalada y fundamentalmente inocente. Caminar es a las actividades lúdicas lo que labrar y pescar son a la industria: es primitivo y simple; nos pone en contacto con la madre tierra y la sencilla naturaleza; no requiere de un equipo complejo ni de un entusiasmo fuera de lo común. Resulta adecuado incluso para los poetas y filósofos, y quien quiera disfrutarlo de verdad ha de estar al menos predispuesto a convertirse en un devoto de la «querúbica Contemplación».[1] Ha de ser capaz de disfrutar de su propia compañía sin el estímulo añadido de las actividades físicas más intensas. Siempre he sido un humilde admirador de la excelencia atlética. Sigo profesando, a pesar de que los doctos pedagogos se echen las manos a la cabeza, la misma veneración que antaño por los héroes del río y del campo de críquet. A mis ojos conservan aún el aura que los rodeaba en los días en que el «cristianismo muscular»[2] empezó a predicarse por primera vez y el único deber del hombre se reducía a sentir temor de Dios y a caminar mil kilómetros en mil horas. Me alegro de ver cómo últimamente las oleadas de ciclistas vuelven a animar las desiertas carreteras o al comprobar cómo incluso nuestros más respetados contemporáneos se entregan con juventud renovada a los absorbentes placeres del golf. Y si bien respeto que se disfrute genuinamente de los ejercicios varoniles, solo lamento la ocasional mezcla de motivaciones menos nobles que acaben conduciendo a su degeneración. Ahora bien, uno de los méritos de caminar es que sus verdaderos devotos no están demasiado expuestos a semejantes tentaciones. Por supuesto, se da el caso de caminantes profesionales que establecen «récords» y buscan el aplauso de las masas. Cuando leo las maravillosas hazañas del inmortal capitán Barclay[3] siento una respetuosa admiración, pero me temo que su motivación se deba más a la vanidad que a las emociones que disfrutan las inteligencias más elevadas. El verdadero caminante es alguien a quien el empeño le resulta en sí mismo placentero; que ciertamente no es tan petulante como para sentirse por encima de cierta complacencia en la capacidad física necesaria, pero que subordina el esfuerzo muscular de las piernas a las «elucubraciones» que este le suscita; a las tranquilas reflexiones e imaginaciones que surgen de forma espontánea al caminar, y que producen la armonía intelectual que es el acompañamiento natural del ruido monótono de sus pasos. El ciclista o el jugador de golf, según me cuentan, puede mantener esa relación consigo mismo en los intervalos en que no golpea la bola o acciona los pedales. Pero el verdadero paseante ama caminar porque, lejos de distraerle, propicia la uniforme y abundante fluidez de una meditación apacible y semiconsciente. Por lo tanto, sería de lamentar que los placeres del ciclismo o de cualquier otra actividad lúdica hicieran que pasara de moda el hábito de emprender una buena caminata a la antigua usanza.

[1] Expresión del poema «Il penseroso», del célebre poeta y ensayista inglés John Milton (1608-1674), escrito en c. 1631. (Todas las notas son del traductor).

[2] Movimiento filosófico inglés de mediados del siglo XIX asociado a autores como Thomas Hughes o Charles Kingsley que promovía la conjugación de los ideales cristianos con el amor a la patria y una práctica activa del ejercicio físico.

[3] Robert Barclay (1779-1854), caminante escoces que logró un premio de mil guineas por caminar mil millas en mil horas. Este tipo de competición se conocía por el nombre de pedestrianismo, y fue muy popular en los siglos XVIII y XIX en Inglaterra: era en parte profesional y normalmente había implicado un mercado de apuestas.