En busca del placer - Day Leclaire - E-Book
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En busca del placer E-Book

Day Leclaire

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Beschreibung

Era rico, implacable y despiadado, pero ella conseguiría ablandarle el corazón. A pesar de que una vez se escapó de su lado, Gabe Piretti no había olvidado la mente despierta ni el cuerpo estilizado de Catherine Haile. Estaba tramando cómo conseguir que volviera a formar parte de su vida, y de su cama, cuando ella le pidió ayuda para salvar su negocio. Gabe se aprovechó de su desesperación para conseguir lo que quería: a ella. Pero ¿qué pasaría cuando tuviera que elegir entre el trabajo y el placer de una mujer tan seductora?

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Seitenzahl: 156

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2009 Day Totton Smith

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

En busca del placer, n.º 10 - octubre 2016

Título original: Mr. Strictly Business

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Este título fue publicado originalmente en español en 2009

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

I.S.B.N.: 978-84-687-8991-0

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Uno

–Necesito tu ayuda.

Gabe Piretti trató de contener la inmensa satisfacción que le producían las palabras de la única mujer a la que había amado en su vida. Había pensado que después de veintitrés meses, sería capaz de ver a Catherine Haile sin que le afectara, pero se daba cuenta de que era ridículo pensar que algo así fuera posible. Después de todo, habían trabajado juntos. Habían vivido juntos. Y habían estado unidos de manera intensa.

La pasión que había surgido entre ellos había sido un infierno que no habían conseguido calmar ni siquiera después de estar dieciocho meses juntos. Si acaso, se convertía en algo más intenso a medida que pasaban los días.

Y entonces, ella se marchó. Y por primera vez en su vida, Gabe, el pirata Piretti, había sido incapaz de solucionar el problema. Desde que Catherine lo abandonó, él permanecía a la deriva.

Le había ofrecido el espacio que ella le había pedido desde que se habían separado, y la había estado observado desde la distancia mientras ella desarrollaba su vida profesional. Mantener la distancia había sido lo más duro que Gabe había hecho en su vida. Incluso más duro que cuando tuvo que quitarle el mando de Piretti’s a su madre para evitar que el negocio cayera en bancarrota.

Pero Catherine había regresado, y él encontraría la manera de que ella se quedara a su lado. ¿Necesitaba su ayuda? Se la prestaría. Pero el precio sería elevado. La pregunta era, ¿lo pagaría? ¿O saldría huyendo una vez más?

Consciente de que ella seguía de pie, Gabe señaló hacia el saloncito que había en una esquina de su despacho. El sol entraba por la ventana y sus rayos iluminaban el cabello de Catherine, provocando que resaltaran sus mechones dorados ocultos entre el pelo castaño.

–¿Te apetece un café? –le ofreció él.

Catherine se sentó y dejó el maletín a sus pies. Después, negó con la cabeza.

–Estoy bien, gracias.

Él se sentó frente a ella y la miró. Llevaba un traje de seda de color chocolate que resaltaba su figura y mostraba que había perdido peso. La chaqueta era entallada y la falda dejaba sus piernas al descubierto. Las sandalias eran de tacón. Evidentemente, se había vestido para impresionarlo o distraerlo.

–Ha pasado mucho tiempo –comentó él–. Has cambiado.

–Ya basta.

Él arqueó una ceja y esbozó una sonrisa.

–¿Qué pasa?

–Me estás desnudando mentalmente.

Era cierto, pero no de la manera que ella imaginaba. Él no podía evitar preguntarse qué había sido lo que había provocado que perdiera peso, pero no quería mostrar su preocupación.

–Solo porque sé que te quejarías si te desnudara de otra manera.

Ella sonrió un instante.

–¿Qué ha pasado con tu lema de «solo temas de negocios»?

–Cuando se trata de trabajo, lo mantengo –dijo Gabe–. Pero tú no trabajas para mí, ¿no?

–Y no lo he hecho durante tres años y medio.

–¿Te arrepientes de las decisiones que tomaste, Catherine?

–De algunas. Pero no es eso lo que me estás preguntando, ¿verdad? Quieres saber si tomaría otra decisión en caso de que volviera a tener la oportunidad –se quedó pensativa un instante–. Lo dudo. Hay cosas que hay que experimentar para aprender a vivir la vida…

–¿Cosas o gente?

–Ambas, por supuesto. Pero no estoy aquí para hablar de nuestro pasado.

–Entonces, vayamos al grano –dijo él.

Ella lo miró. Él recordó lo desconcertante que le había parecido la mirada de sus ojos de color ámbar cuando se conocieron. Nada había cambiado. Seguía teniendo una mirada intensa.

–¿No prefieres hablar de negocios primero? –preguntó ella–. Recuerdo que esa era una regla fundamental en Piretti’s. Cuando uno compra o vende empresas, nunca se trata de algo personal. Solo son negocios.

–Normalmente, eso sería cierto. Pero contigo… –se encogió de hombros–. Siempre fuiste una excepción.

–Es curioso. Yo habría dicho exactamente lo contrario.

Ella apretó los labios y él recordó cómo había disfrutado besándola.

–Lo siento –murmuró ella–. Eso es agua pasada.

–Un poco sí. Pero no hay tanta agua como para romper la presa. Veré lo que puedo hacer acerca de ello.

Ella lo miró confusa, pero Gabe continuó antes de que pudiera preguntarle a qué se refería. Con el tiempo, descubriría por qué ella se había marchado. Y conseguiría que su apariencia tranquila diera paso a la pasión y la furia. Insistiría hasta que descubriera la verdad.

–¿Cómo te ha ido? –preguntó él, confiando en que su pregunta la ayudara a relajarse.

–Ahora estoy un poco estresada –confesó ella–. Por eso estoy aquí.

–Cuéntame –dijo él.

Ella dudó un instante y empezó a hablar.

–Hace unos dieciocho meses, empecé mi propio negocio.

–Elegant Events.

–¿Cómo lo…? –hizo un gesto con la mano–. No importa. Seguro que seguiste mi pista después de que nos separáramos.

–Quieres decir después de que me dejaras.

Ella cerró los puños y apretó los labios.

–¿De veras quieres hablar de eso? –preguntó por fin, mirándolo fijamente–. ¿Tenemos que hablar del pasado ahora? ¿Únicamente así es como estarías dispuesto a ayudarme?

–No únicamente.

–Pero es como prefieres –no esperó a que contestara–. Estupendo. Te lo contaré de la manera más directa y clara que pueda. Tú, con tu necesidad de mantener separadas la vida laboral y la personal, me diste a elegir. Podía trabajar contigo o ser tu amada, pero no las dos cosas. Yo elegí ser tu amada. Y no me di cuenta de que tú ya estabas enamorado antes de conocerme. Y que siempre le das prioridad al amor.

–Eras la mujer de mi vida –dijo él.

Ella sonrió y él sintió que aquella sonrisa podía arrancarle el corazón del pecho.

–Quizá fuera la única mujer de tu vida, pero no la única cosa. Piretti’s siempre fue tu primer amor. Y por eso, siempre le diste prioridad.

–¿Me dejaste porque en ocasiones trabajaba hasta tarde? –preguntó con incredulidad–. ¿Porque a veces me veía obligado a darle prioridad al trabajo, y no a ti o a nuestra vida social?

Ella no se molestó en discutir, aunque la rabia y la desilusión se percibían en su expresión.

–Sí –dijo ella–. Sí, te dejé por esos motivos.

–¿Y por muchos otros? –preguntó él.

–Y por muchos otros –contestó ella–. Por favor, Gabe. Han pasado casi dos años. No tiene sentido que hablemos de esto después de todo este tiempo. ¿Podemos continuar? ¿O estoy perdiendo el tiempo al haber venido aquí hoy?

–No estás perdiendo el tiempo. Si está en mi mano ayudarte, lo haré. ¿Por qué no empiezas por explicarme el problema?

Ella respiró hondo.

–Está bien, veamos si puedo contártelo de forma clara y concisa, como te gusta. Elegant Events es una empresa de organización de eventos dirigida a empresas de altas esferas y a clientela de elevado presupuesto.

–De esas hay muchas en la zona de Seattle.

Ella asintió.

–Exacto. Mi objetivo era, y es, ocuparme de todos los aspectos de los eventos para evitarles a los clientes cualquier preocupación. Ellos me dicen lo que quieren y yo se lo proporciono. Si están dispuestos a pagar por ello lo que pido, encontraré la manera de satisfacer sus deseos y superar sus expectativas.

–Y lo haces todo con elegancia y estilo.

Ella se sonrojó una pizca.

–Deberías escribir mis críticas. Ese es nuestro objetivo. Luchamos por convertir cada evento en algo exclusivo, por crear el escenario perfecto, ya sea para realzar la presentación de un nuevo producto o para crear el recuerdo perfecto de una ocasión única.

–Como la fiesta de Marconi, esta noche.

Ella negó con la cabeza con incredulidad.

–¿Hay algo que no sepas? Sí, como la fiesta de Marconi. Solo se cumplen noventa años una vez en la vida, y Natalie se siente obligada a hacer que el cumpleaños de su suegro se convierta en un evento inolvidable.

Gabe no recordaba la última vez que había visto a Catherine tan contenta, y eso hacía que se sintiera arrepentido.

Ella había sufrido por su culpa. Él no lo había hecho a propósito, pero eso no cambiaba las cosas.

–Estoy seguro de que harás que la fiesta de esta noche sea un éxito –dijo con convicción.

–Durante el tiempo que pasé en Piretti’s, así como durante el tiempo que pasamos juntos, aprendí muchas cosas acerca de lo que funciona y de lo que no funciona. Y aunque no esperaba que el negocio funcionara bien desde el principio, para mi sorpresa, así fue. Conseguimos muy buenos clientes y parecían contentos con el trabajo que hicimos para ellos. Al menos, eso creía yo –frunció el ceño.

–Es evidente que algo ha salido mal. ¿Qué ha pasado?

–Dos cosas. La primera, estamos perdiendo clientes. Hay contratos que yo pensaba que estaban asegurados y que de pronto se han cancelado sin un motivo aparente que lo justifique y sin explicación. Todo el mundo es correcto y parece que les gusta lo que ofrecemos, pero llegado el momento, eligen otra empresa.

–¿Y la segunda?

–Es la más importante –su mirada se llenó de preocupación–. Estamos al borde de la bancarrota, Gabe. Y no sé por qué. Creía que habíamos tenido cuidado con el margen de beneficios, pero quizá haya más gastos de lo que pensaba. No puedo controlarlo. No soy experta en ese campo.

Sé que algo va mal, pero no consigo averiguar qué. Espero que tú seas capaz de descubrirlo y que puedas sugerirme cambios para que solucionemos el problema antes de que nos hundamos.

–¿Hablas en plural?

–Estoy asociada con alguien, pero prefiere permanecer en el anonimato.

–¿Por qué?

Catherine se encogió de hombros.

–Porque sí. Puesto que la mitad del dinero lo puso ella, respeto su deseo.

«Ella», pensó Gabe, aliviado de saber que su socio era una mujer.

–Dependiendo de lo que encuentre, quizá haya que cambiar esa situación –le advirtió él–. Hay muchas posibilidades de que quiera conocerla.

–Ya lo he hablado con ella. Está de acuerdo si eso significa que podremos salvar el negocio.

–Buena decisión –dijo él.

–Estoy de acuerdo –sonrió–. Dime lo que necesitas para empezar –dijo ella.

–Todos los informes bancarios desde que empezasteis. Deudas, acreedores, el coste de los bienes que habéis comprado, cancelaciones de deudas. Los contratos pasados y presentes, la lista de servicios ofrecidos y lo que habéis cobrado por ellos.

–En otras palabras, quieres una copia de todo –abrió el maletín, sacó una carpeta y se la entregó–. Tengo casi toda esa información aquí.

Él asintió.

–Estupendo. Le echaré un vistazo a lo que has traído y le pediré a Roxanne que prepare una lista con todo lo demás que pueda necesitar.

–Confiaba en que mi problema permaneciera entre nosotros, en secreto. ¿Te importaría si dejáramos a tu secretaria al margen de todo esto? ¿Sería eso posible?

–Es posible, pero no probable. Roxanne está al tanto de casi todo lo que sucede aquí.

–Y estoy segura de que se encarga de enterarse de lo que no sabe –comentó Catherine–. ¿Si no, cómo puede darte todo lo que necesitas?

–Está bien, dejaré a Roxanne al margen.

–¿Y si te pregunta?

Él entornó los ojos.

–¿Estás cuestionando cómo llevo mi negocio? Teniendo en cuenta por qué estás aquí…

–No, yo…

–Eso me parecía –dijo él–. Pero para que te sientas mejor, en caso de que salga el tema en una conversación, le diré que tú y yo somos pareja otra vez.

–¿Perdona?

–Después de todo, no será una completa mentira –sonrió–. De hecho, no será una mentira en absoluto.

–¿A qué te refieres?

–No me has preguntado cuál es el precio que tendrás que pagar por mi ayuda.

Ella respiró hondo y alzó la barbilla.

–Qué idiota soy. Se me había olvidado lo pirata que eres, Gabe.

–Así soy yo –dijo él–. Un pirata en toda regla.

–¿Y cuál es el precio? ¿Qué quieres?

–A ti. Te quiero a ti, Catherine. Quiero que vuelvas a formar parte de mi vida. Que regreses a mi apartamento. A mi cama.

Ella se puso en pie.

–Te has vuelto loco. ¿No pensarás que voy a aceptar tal cosa?

Él la miró en silencio antes de contestar.

–Supongo que dependerá de lo mucho que desees salvar tu negocio.

–No tanto.

Gabe se puso en pie y se acercó a ella.

–Mentirosa.

–Lo que hubo entre nosotros, ha terminado, Gabe.

Ella era pequeña comparada con él, sin embargo, mostraba un poderío que Gabe encontraba irresistible. Era una de las cualidades que siempre había admirado de Catherine. Mientras que otras mujeres hacían lo posible para que él las encontrara atractivas, Catherine nunca había jugado a esa clase de juegos. Él siempre había sabido dónde se encontraba con respecto a ella. Podía fulminarlo con la mirada o hacer que se derritiera de pasión. Y en esos momentos, ella lo estaba despedazando vivo.

–Sé que te gustaría pensar que lo que compartimos terminó hace tiempo –dijo él–. Pero te has olvidado de un pequeño detalle.

–¿De cuál?

–De este…

La rodeó con el brazo y la atrajo hacia sí. Recordaba cómo sus cuerpos se acoplaban a la perfección. Y cómo su figura lo excitaba. Incapaz de resistirse, le sujetó el rostro y la besó. Ella no se resistió, pero tampoco le correspondió. Eso llevaría tiempo.

Él sabía muy bien cómo le gustaba que la besaran, que la acariciaran, que la poseyeran. Echaba de menos su sabor, su tacto, su aroma.

También los momentos de tranquilidad durante los que se sentaban en la terraza para tomar una copa de vino al atardecer, mientras Puget Sound cobraba vida con las luces de los barcos. Cómo pasaban de estar conversando a fundirse en un abrazo. Cómo dejaban un reguero de ropa desde la terraza hasta la habitación, para satisfacer la ferocidad de una noche apasionada.

No podía vivir sin ella. Y no lo haría. Había pasado mucho tiempo como un muerto viviente. Y se negaba a pasar un minuto más sin que Catherine formara parte de su vida. Y si para conseguirlo tenía que chantajearla, lo haría. Porque una vez que la recuperara, haría lo necesario para mantenerla a su lado.

Con un suave gemido, ella separó los labios y él introdujo la lengua. Durante un segundo, ella se rindió ante él, aceptando todo lo que le ofrecía. Le acarició el cabello y le rodeó la pierna con la suya, como para atraparlo. Él reconoció la señal y respondió sin pensar. Sujetándola por el trasero, la levantó para que pudiera entrelazar las piernas alrededor de su cintura. Entonces, ella forcejeó para liberarse.

–No –se soltó y dio varios pasos hacia atrás–. Esto no está ocurriendo.

–Es demasiado tarde, Catherine. Ya ha ocurrido.

–Maldita sea –dijo ella, cerrando los ojos.

–¿Mi beso te ha servido de demostración o necesitas algo más?

Catherine se estiró la chaqueta, se alisó la falda y se atusó el cabello. Después lo miró furiosa.

–Me lo has dejado claro –le dijo–. Sabes que yo creía que todo había terminado entre nosotros, o que si no nunca habría venido.

–Es un poco ingenuo por tu parte, cariño, porque sabes que lo nuestro nunca terminará.

Ella alzó la barbilla con desafío.

–No debería quedar nada entre nosotros. Suponía que quizá tuviéramos que sacudir las cenizas para saciar nuestra curiosidad. No esperaba que todavía quedaran brasas.

–Yo no lo he dudado ni un momento.

–Esto… –gesticuló como para referirse a lo que había pasado–. Nada de esto cambia mi idea sobre nuestra relación. No voy a regresar a casa.

«A casa». Él no contestó y sonrió sin más.

Maldiciendo en voz baja, ella se acercó al sofá. Recogió la carpeta que le había dado y la guardó de nuevo en el maletín. Se colgó el bolso en el hombro y se volvió para mirarlo. Gabe se interpuso entre la puerta y ella.

–Me marcho –dijo Catherine–. Y saldré, si es necesario, rodeándote o por encima de tu cadáver. Pero me marcho.

–Y yo me aseguraré de que eso no suceda. Oh, hoy no. Pero pronto, estaré a tu lado, contigo, y créeme, no estaré muerto cuando esté sobre tu cuerpo –se apartó–. Cuando cambies de opinión y decidas que necesitas ayuda con Elegant Events, ya sabes dónde encontrarme.

Catherine se acercó a la puerta y le preguntó:

–¿Por qué, Gabe? ¿Por qué me pones esa condición?

–¿Quieres saber la verdad?

–Si no te importa.

–No hay noche que no te eche de menos, Cate. Todas las mañanas te busco a mi lado. Quiero dejar de sufrir. La próxima vez que te busque, quiero encontrarte.

Capítulo Dos

Catherine tuvo que mantener el autocontrol para salir del despacho de Gabe sin que pareciera que estaba saliendo del infierno. Lo peor fue que se había olvidado de Roxanne Bodine, y ella la estaba mirando fijamente y con una sonrisa.

–¿No ha sido la reunión que esperaba? –preguntó Roxanne–. Si me hubiera preguntado, le habría advertido que estaba perdiendo el tiempo. Dejó que el pez se escapara del anzuelo hace casi dos años, y él no está dispuesto a morderlo otra vez.

–A lo mejor debería decírselo a él –contestó Catherine.

–Hay mujeres que no comprenden el concepto de marcharse con dignidad –Roxanne se puso en pie y se apoyó en una esquina del escritorio–. Creía que tendría demasiado orgullo como para venir arrastrándose otra vez. Está pidiendo que la manden a paseo una vez más.

Catherine siempre había sido una chica buena. Tranquila. Educada. De las que ponía la otra mejilla cuando era necesario. Pero ya era suficiente. No tenía nada que perder.