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¿Quién puede luchar contra el destino? La inesperada pasión que compartieron Constantine Romano y Gianna Dante seguía siendo abrumadora, aunque Constantine se marchó de San Francisco casi dos años antes. Pero había vuelto y Gianna estaba dispuesta a demostrarle que con una Dante no se jugaba. El empresario italiano no había esperado que la encantadora Gianna pudiera meterse en su corazón, pero tampoco pensaba dejar que fuera de ningún otro hombre. Sabía que iba a ser suya y estaba decidido a persuadirla de la forma más apasionada posible.
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Seitenzahl: 160
Veröffentlichungsjahr: 2011
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2011 Day Totton Smith. Todos los derechos reservados.
UN TOQUE ARDIENTE, N.º 1830 - enero 2012
Título original: Dante’s Honor-Bound Husband
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9010-403-3
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
–No te vayas.
Constantine Romano cerró los ojos, intentando encontrar fuerzas para hacer lo que tenía que hacer.
–Debo hacerlo, Gianna.
Su integridad, su honor, su apellido, su hombría, lo empujaban a marcharse.
–Entonces, deja que vaya contigo –Gianna Dante levantó la cara hacia él, sus asombrosos ojos de color jade llenos de lágrimas, la gloriosa melena castaña con mechas doradas cayendo alrededor de sus hombros–. Yo podría ayudarte.
Su ruego lo llevó al límite, debatiéndose entre el honor y el intenso deseo que sentía por ella. Constantine luchó para resistir y no pudo hacerlo, no del todo. Tomó su cara entre las manos para darle un último beso, luego otro. Era asombrosa, pensó. Increíble, inteligente, elegante, con una feminidad que lo volvía loco.
Se habían conocido en la boda de su hermana Ariana con el primo de Gianna, Lazzaro. En cuanto tocó su mano se sintió golpeado por una abrumadora ola de deseo; una reacción física tan poderosa que su cerebro dejó de funcionar salvo para darle una serie de urgentes directivas:
Hacerla suya.
Poner su sello en ella de todas las maneras posibles.
–Quiero que vengas conmigo, aunque no entiendo nada de esto –admitió. No entendía cómo podía sentir algo tan potente, cómo después de un fin de semana con ella podía sentirse tan seguro de que Gianna Dante era la única mujer para él–. ¿Cómo es posible que en unos días sepa que eres la mujer con la que quiero pasar el resto de mi vida?
Ella bajó la mirada, como si se sintiera culpable. Aunque no tenía ningún motivo por el que sentirse culpable. No era culpa suya que él se hubiera visto abrumado por su belleza, que sintiera aquel desesperado deseo de poseerla. Más que nada, quería llevarla a su cama pero Constantine sabía, aunque ella no se lo hubiera dicho, que era el primer hombre en su vida. Y si no podía ponerle un anillo en el dedo, se negaba a deshonrarlos a los dos, y a sus familias, haciendo el amor con ella sin estar casados.
–Tampoco yo esperaba sentir… esto –le confesó Gianna, levantando la mirada–. Por favor, Constantine, no quiero que te vayas.
Él la apretó contra su corazón.
–Yo tampoco quiero irme, piccola, pero hasta que no tenga algo que ofrecerte debo volver a Italia.
–¿Durante cuánto tiempo?
Buena pregunta. Una pena que no pudiera responderla.
–Hasta que mi negocio de restauración empiece a funcionar. Hasta que pueda mantener a mi esposa –Constantine la detuvo cuando Gianna iba a protestar–. No me pidas que comprometa mis valores. Volveré en cuanto pueda y, cuando así sea, podré ofrecerte matrimonio. Te lo juro por mi familia.
Ella asintió con la cabeza.
–Te esperaré. Tú sabes que te esperaré y, mientras tanto, podemos hablar por teléfono –le temblaban los labios pero intentó valientemente controlarse–. Podemos seguir en contacto por correo electrónico e iré a Italia tan a menudo como pueda. Tal vez tú puedas volver para las vacaciones.
Cada palabra que decía lo hacía más difícil, casi imposible.
–Escúchame, Gianna… para poder volver contigo lo antes posible tengo que concentrarme en el trabajo cada minuto del día. Es la única manera de conseguirlo.
Ella frunció el ceño.
–¿Qué estás diciendo?
–Estoy diciendo que no puedo permitirme distracciones. Si vas a estar distrayéndome continuamente con correos y llamadas de teléfono, no podré concentrarme en el trabajo. Mi negocio está en un punto crítico en este momento y la única manera de volver contigo lo antes posible es prestando el cien por cien de atención a Restauraciones Romano.
Gianna lo miró, sin aliento.
–¿Eso significa que no podremos hablar por teléfono siquiera?
Lo estaba matando. Constantine cerró los ojos para no ceder, cuando todo su ser insistía en que lo hiciera.
–Debes entenderlo, amore. Por favor, confía en mí.
Una lágrima rodó por la mejilla de Gianna pero lo miró con gesto de determinación.
–Muy bien, de acuerdo, lo haremos a tu manera. Por ahora. Pero quiero que vuelvas pronto –le dijo, apretando su mano.
–Volveré en cuanto pueda –le prometió él.
Y luego se marchó. Se obligó a sí mismo a no mirar atrás, aunque fue una de las cosas más difíciles que había hecho nunca. Con cada paso que daba sentía esa extraña conexión que los unía, urgiéndolo a volver a sus brazos, a tomar lo que era suyo. Nunca había experimentando algo así. Volvería a su lado porque no tenía elección, pero lo haría poniendo condiciones.
Pronto.
«Dios mío, que sea pronto».
Gianna miraba a Constantine alejándose hasta que las lágrimas lo convirtieron en un borrón. ¿Debería habérselo contado? ¿Había cometido un error al no hablarle de El Infierno, esa bendición familiar que ocurría cuando un Dante tocaba a su alma gemela?
Tal vez. Tenía sus razones para mantenerlo en secreto pero a Constantine no le gustaría descubrir la verdad sobre esa extraña conexión.
Gianna cerró los ojos, aceptando la mano del destino. El Infierno había golpeado a casi todos los hombres de su familia cuando conocieron a su alma gemela. Siendo la única chica en la familia Dante, nadie sabía si era posible que ella experimentara esa extraña leyenda pero Gianna había descubierto la respuesta a esa pregunta en cuanto Constantine la tocó. Desgraciadamente, el secreto que había descubierto sobre El Infierno no alteraba esa realidad.
Pero había tenido miedo de contárselo. En el poco tiempo que llevaban juntos se había dado cuenta de que era un hombre que prefería gobernar su destino, controlar su mundo y a aquellos que vivían en él. Cuando descubriera que El Infierno gobernaba sus acciones, ¿se sentiría empujado a luchar contra él? Se conocían tan poco que no podía saberlo con seguridad y hasta que no estuviera segura, guardaría el secreto.
Lo único que podía hacer era esperar su regreso. Esperar y ver si El Infierno era algo real o una ilusión. Si su familia hacía bien en creer en ello o si el secreto que había descubierto años atrás era la verdad. Sólo el tiempo lo diría.
«Por favor, que sea pronto».
Había vuelto.
Constantine Romano entró en la sala como si fuera el dueño. Tenía una presencia que hacía que llamase la atención en cualquier parte, a juego con su aristocrático apellido, su asombrosa estructura ósea y su cuerpo atlético. Llevaba el pelo más largo que antes, los rizos de ébano y los fieros ojos negros dándole aspecto de pirata. Bajo su elegante aspecto exterior había un hombre de acción que lo arriesgaría todo, se atrevería a todo y conseguiría todo lo que quisiera.
Y la quería a ella.
Gianna Dante sintió un escalofrío pero intentó disimular. Tenía que enfrentarse con él.
Desde su primer encuentro, diecinueve meses antes, habían cambiado muchas cosas y ahora dudaba de que Constantine hubiera experimentado El Infierno durante aquel inolvidable fin de semana. Pero en cualquier momento se volvería hacia ella y debía estar preparada…
–¿Te importaría comprobar ese expositor, Gia?
Gianna tardó un momento en cambiar de marcha y concentrarse en el trabajo. Al día siguiente tendría lugar la gala Noches de Verano que la empresa de alta joyería Dante organizaba todos los años y había que controlar un millón de detalles. Como coordinadora del evento, Gianna se encargaba de supervisarlo todo, desde el catering a la decoración, las invitaciones o los expositores. Afortunadamente, tenía una ayudante estupenda y tan trabajadora como ella.
–Gracias, Tara. Voy ahora mismo.
Considerando que Constantine estaba entre ella y el expositor en cuestión, tal vez lo mejor sería dar el primer paso. No pasaba nada, intentaba decirse a sí misma. Los sentimientos que habían experimentado un año y medio antes, durante aquel fin de semana, habían ido desapareciendo con el paso de los meses; meses que habían transcurrido con horrible lentitud.
El legendario Infierno de los Dante, esa asombrosa sensación de calor volcánico que había sentido cuando Constantine tomó su mano, había ido disipándose de modo que no pasaba nada, podía hablar con él.
Sencillamente, le dejaría claro que había seguido adelante.
Gianna dio un paso hacia él, agradeciendo llevar puesto uno de sus mejores trajes. La vibrante chaqueta roja y falda lápiz destacaban su bonita figura; y los zapatos de tacón eran la manera perfecta de llamar la atención sobre unas piernas que había heredado de su madre. Tenía el pelo más largo que antes, cayendo en ondas hasta la mitad de su espalda.
Que la mirase, que la desease… y lamentara haberla dejado, pensó.
No había dado más que una docena de pasos cuando Constantine se volvió para mirarla con un brillo fiero en sus ojos negros. De inmediato se acercó a ella, moviéndose con la gracia de un predador y, de manera inesperada, la envolvió en sus brazos para apoderarse de su boca.
La devoró con un beso posesivo, un beso con el que parecía estar marcándola y contra el que en cualquier otra situación ella hubiera luchado con todas sus fuerzas. Pero en lugar de hacerlo se rindió, derritiéndose entre sus brazos. Sabía a ambrosía, a hombre, a Constantine…
Había pasado tanto tiempo desde la última vez que la besó: diecinueve meses, cinco días, ocho horas y varios minutos. El deseo había explotado entre ellos en cuanto se tocaron pero luego, después de un fin de semana, Constantine la había dejado.
Que volviese ahora era demasiado poco y demasiado tarde. ¿Por qué en aquel momento? ¿Por qué había tenido que volver cuando por fin había aceptado que ella no había sido afectada por El Infierno como todos los demás miembros de su familia?
No era justo.
–Por favor, para –consiguió decir.
¿Cómo iba a hacerlo? ¿Cómo iba a pronunciar las palabras que amenazaban con romper su corazón? Elia había seguido adelante, había encontrado a otra persona.
Por fin, Constantine se echó hacia atrás.
–¿Parar? ¿De qué estás hablando, piccola? ¿Después de tantos meses estamos juntos de nuevo y quieres que me aparte?
Gianna dio un paso atrás, abrochando a toda prisa el primer botón de la chaqueta que se había soltado con el abrazo, revelando el encaje negro del sujetador.
–Me alegro de verte, Constantine –dijo por fin, después de pasarse la lengua por los labios.
–¿Te alegras de verme? –repitió él, mirándola con perplejidad.
Aquello iba a ser más difícil de lo que había imaginado.
–¿Has venido por un asunto de negocios? Espero que tengas unos minutos para saludar a mis abuelos antes de volver a Italia –Gianna sonrió, intentando disimular su nerviosismo–. Me preguntaron por ti.
–¿Es que no lo entiendes? Me he mudado a San Francisco.
¡No, no, no! No era justo que hiciera eso después de tanto tiempo. Rezando para que no pudiera leer sus pensamientos, Gianna siguió sonriendo, intentando fingir que la noticia no significaba nada para ella.
–¿Ah, sí? Enhorabuena.
Constantine le levantó la barbilla con un dedo.
–¿Eso es todo lo que tienes que decir después de un año y medio? ¿Enhorabuena?
La sonrisa de Gianna desapareció y su impetuosa naturaleza le hizo dar un paso atrás.
–¿Qué quieres de mí, Constantine? Han pasado casi dos años. Yo he rehecho mi vida y sugiero que tú hagas lo mismo.
Él echó la cabeza hacia atrás como si lo hubiera abofeteado.
–¿Has rehecho tu vida? ¿Qué significa eso?
Ella hizo un gesto con la mano.
–No me vengas con esas. Significa exactamente lo que crees que significa.
–¿Entonces hay otro hombre?
–Sí, hay otro hombre –por primera vez, Gianna se dio cuenta de que todos los ojos estaban clavados en ellos–. Y ahora, si me disculpas, tengo mucho trabajo que hacer si quiero que este sitio esté listo para la gala de mañana.
Constantine inclinó la cabeza en un gesto de aceptación.
–Sí, claro, no quiero molestarte.
Gianna se dio la vuelta para acercarse al expositor más cercano, intentando contener sus emociones. No había sido ella quien se marchó o terminó la relación prematuramente, se recordó a sí misma. Le había regalado un fin de semana maravilloso y luego se había marchado. El hecho de que pudiera hacerlo cimentaba sus sospechas sobre El Infierno.
Su familia no conocía toda la verdad sobre tal «bendición», pero ella sí. Tenía trece años cuando había escuchado por casualidad cómo funcionaba en realidad.
En cuanto a Constantine, si él hubiera experimentado el deseo que había experimentado ella no lo habría olvidado para encargarse de asuntos más importantes. Hasta que lo conoció, Gianna pensaba que era imposible enamorarse tan completamente y creía que Constantine se había enamorado de ella, pero no era así. Había pasado todos esos meses abrumada por una cascada de emociones y si él las hubiera compartido no habría sido capaz de dejarla.
De modo que sólo había una conclusión lógica y devastadora: Constantine no la amaba. Y eso la obligaba a admitir algo más: si se rendía ante él le pertenecería en cuerpo y alma. ¿Pero qué tendría ella? Un hombre capaz de dejarla a un lado cuando quisiera.
No, no podía aceptarlo. Se negaba a aceptarlo.
Por la razón que fuera, El Infierno sólo la había afectado a ella. De otro modo, Constantine no habría sido capaz de alejarse. Pues bien, si él podía controlar El Infierno también podía hacerlo ella. Aunque no conociera esa parte del secreto, de alguna forma, de algún modo, lo haría. Gianna cerró los ojos para contener las lágrimas.
Cuánto lo amaba.
Figlio di puttana!
Constantine observó a Gianna alejándose mientras intentaba disimular su frustración. Diecinueve malditos meses. Durante diecinueve meses, cinco días, ocho horas y un montón de minutos había luchado por su negocio, Restauraciones Romano, para poder emigrar a estados Unidos y establecerse en San Francisco. Todo para darle a Gianna algo más que un apellido cuando se casara con él. Y ahora que estaba en posición de ofrecerle algo a la única mujer a la que amaba, Gianna le daba la espalda.
¡Otro hombre! Constantine apretó los puños. ¿Cómo podía haberle hecho eso? Le había prometido que volvería en cuanto pudiese mantenerla y ella había aceptado esperar. Durante casi dos años había trabajado sin descanso, día y noche, para que eso ocurriera. ¿Cómo podía darle la espalda? ¿No sentía el feroz incendio que sentía él cada vez que estaban juntos?
Constantine se miró las manos y tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para controlar la quemazón que sentía en ellas. La misma quemazón que había sentido el día que tocó a Gianna y que no había desaparecido con el paso del tiempo, por mucha distancia que los separase.
Él sabía lo que era. Aunque Gianna no se lo había contado, su hermana Ariana le había descrito en detalle lo que pasó cuando su marido, Lazz, le había transmitido El Infierno el día que tocó su mano y en el altar, el día de la boda.
Esos malditos Dante y su maldito Infierno. No era suficiente que lo hubieran usado para llevarse a su hermana. No, Gianna Dante, la única nieta de Primo Dante, lo había elegido a él como pareja. Había usado El Infierno para robarle su autocontrol y desde ese día había estado atrapado, sin la menor esperanza de poder escapar.
Y ahora ella «había rehecho su vida». Le hubiera gustado rugir de rabia, pero no pensaba dejar que se saliera con la suya. Pronto descubriría que no podía seguir adelante sin él. El hombre al que hubiera elegido infectar con El Infierno esta vez no había tenido suerte.
Tuviera que hacer lo que tuviera que hacer, pensaba reclamar a Gianna Dante como suya. El Infierno podía haberlo hecho perder su legendario autocontrol, pero casarse con ella le permitiría recuperarlo. Cuando Gianna tuviera su anillo en el dedo, y él sus deliciosas curvas en la cama, podría manejar aquel deseo incontrolable como mejor le conviniera. Hasta entonces…
Constantine la miró.
Dios, cuánto la deseaba.
–¿Te has enterado de la noticia? –le preguntó Elia Dante, sentada en la zona de probadores de una elegante boutique–. No, Gianna, el de color salmón no. Elige el de color bronce con escote halter, te resalta más los ojos.
Gianna miró de un vestido a otro antes de asentir con la cabeza. Aunque no sabía por qué se molestaba en compararlos ya que su madre era infalible en lo que se refería a la moda.
–¿Qué noticia?
–Constantine Romano se ha mudado a San Francisco y abrirá las puertas de Restauraciones Romano cualquier día de estos.
Gianna agradeció estar de espaldas a su madre. Debería haberlo imaginado, pensó. Era una tontería no haber esperado que lo hiciera tarde o temprano.
–Es un poco inesperado, ¿no?
–¿Tú crees? Ha conseguido levantar la empresa y traerla aquí sin ayuda de nadie –Elia levantó una ceja–. Imagino que será una sorpresa muy agradable, ¿no?
Gianna suspiró. Su madre era la única persona que sabía lo que había ocurrido entre ellos. No había querido contárselo a nadie más porque estaba segura de que su familia habría intentado intervenir.
–Lo que hubo entre nosotros… o más bien lo que yo creía que había entre nosotros terminó hace tiempo.
–El Infierno no tiene fin, cariño.
–Tal vez sí.
Gianna se volvió para mirar a su madre. ¿Qué diría Elia si supiera toda la verdad sobre El Infierno? ¿Si supiera lo que ella había escuchado cuando el tío Dominic se lo explicó a la tía Laura? Nunca se había atrevido a contárselo a nadie, temiendo que otras relaciones se fueran al garete como resultado de esa revelación. Si el resto de la familia creía en El Infierno con todo su corazón, tal vez nunca descubrirían que su tía y su tío…
Que El Infierno no era para siempre.
Gianna vaciló, eligiendo sus palabras con cuidado:
–Tal vez es diferente porque soy una mujer –sugirió–. Tal vez sólo me ocurrió a mí y él no sentía lo mismo.
–Si fuera así, Constantine no habría venido a San Francisco.
–Tal vez es algo que se puede controlar –se atrevió a sugerir Gianna.
Elia se limitó a reír.
–Eso no es posible. El Infierno dura para siempre.
Pero no lo era. Gianna levantó la barbilla.
–Da igual que Constantine esté aquí ahora, es demasiado tarde.
–Lo que habla es tu orgullo, cielo, no tu corazón.
–Yo he seguido adelante –insistió Gianna–. Ahora estoy saliendo con David D’Angelo.
–David es italiano como Constantine –asintió su madre–. Y pertenece a una buena familia florentina, aunque no tan noble como los Romano.
–Tal vez no, pero son unos banqueros muy respetados.
La familia incluso iba a recibir un premio del mundo de la banca en unos meses. En cuanto a David, era un hombre muy atractivo, sus facciones eran más dulces que las facciones de pirata de Constantine. Más guapo que su hermano Rafe, a quien la familia llamaba «el bello Dante».