En defensa de Jesús - Brant Pitre - E-Book

En defensa de Jesús E-Book

Brant Pitre

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Beschreibung

«Brant Pitre, que ya ha demostrado su brillante competencia en obras anteriores, explica aquí de forma sorprendentemente sencilla de entender por qué podemos fiarnos de los Evangelios. Detrás de su eficaz comunicación, sin embargo, hay una muy amplia investigación y un cuidadoso replanteamiento». Craig S. Keener, Asbury Theological Seminary «En defensa de Jesús derroca el escepticismo ingenuo que con demasiada frecuencia domina el estudio de los Evangelios, al mostrar que las pruebas de la verdad de los Evangelios son mucho más sólidas de lo que se suele suponer. Este libro debería estar en la estantería de todo aquel que predica, o da catequesis o dirige un estudio bíblico», Mary Healy, Sacred Heart Major Seminary.

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En defensa de Jesús

Brant Pitre

En defensa de Jesús

Las pruebas bíblicas e históricas en favor de Jesucristo

Título original: The case for Jesus: The Biblical and Historical Evidence for Christ

© 2016 by Image un sello de Random House, una división de Penguin Random House LLC.

© 2016 by Robert Barron para el Epílogo.

© 2022 de la traducción realizada por Daniel Contreras e Ignacio Mª Manresa by EDICIONES COR IESU, hhnssc Plaza San Andrés, 5. 45002 - Toledo www.edicionescoriesu.es [email protected]

Nihil Obstat: Rev. Glenn Lecompte, STL, Censor Librorum

Imprimatur: Most Reverend Shelton J. Fabre, Bishop of Houma-Thibodaux

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos; www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Segunda reimpresión (revisada)

ISBN (papel): 978-84-18467-86-8

ISBN (ebook): 978-84-18467-87-5

Depósito legal: TO 377-2022

Impreso en España (Printed in Spain)

Ulzama Digital, S.L. – Huarte (Navarra)

Para Morgen Theresa

«Por la mañana nos visita el júbilo»

Sal 30, 5

Sumario

1. La búsqueda de Jesús

El juego del teléfono

¿Mentiroso, lunático, Señor o Leyenda?

(Casi) perdiendo mi religión

Lo que descubrí más tarde

2. ¿Son anónimos los Evangelios?

La teoría de los Evangelios anónimos

No existen copias anónimas

El escenario anónimo es increíble

¿Por qué atribuir Marcos y Lucas a unos testigos no oculares?

3. Los títulos de los Evangelios

Mateo, el recaudador de impuestos y apóstol

Marcos, el compañero de Pablo y discípulo de Pedro

Lucas el médico, compañero de Pablo y autor de los Hechos

Juan el pescador y Discípulo Amado

4. Los primeros Padres de la Iglesia

Los primeros Padres y el origen del Evangelio de Mateo

Los primeros Padres y el origen del Evangelio de Marcos

Los primeros Padres y el origen del Evangelio de Lucas

Los primeros Padres y el origen del Evangelio de Juan

¿Y los primeros herejes y críticos paganos?

5. Los Evangelios perdidos

Cuatro evangelios apócrifos

¿Qué dicen los primeros Padres de la Iglesia sobre los evangelios perdidos?

6. ¿Los Evangelios son biografías?

Los Evangelios, ¿literatura folklórica?

Los Evangelios son biografías antiguas

Los Evangelios son biografías históricas

¿Son los Evangelios transcripciones palabra por palabra?

7. La datación de los Evangelios

Los recuerdos de los estudiantes de Jesús

Tres etapas en la formación de los Evangelios

La destrucción del Templo en el año 70 d. C.

El problema Sinóptico

La cuestión sinóptica: sus múltiples soluciones

El final de los Hechos de los Apóstoles

8. Jesús y el Mesías judío

El Reino de Dios

El Hijo del Hombre

La muerte del Mesías

9. ¿Pensó Jesús que era Dios?

¿Es Jesús Dios en los Evangelios Sinópticos?

El apaciguamiento de la tormenta: ¿Quién es éste?

El caminar sobre las aguas: «Yo soy»

La Transfiguración en la montaña

Ignorar la evidencia no la hará desaparecer

10. El secreto de la divinidad de Jesús

El secreto mesiánico

La curación del paralítico: ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo uno, Dios?

Jesús y el Mesías pre-existente

Jesús y el joven rico: «Nadie hay bueno más que Dios»

Los Padres de la Iglesia y el secreto de la divinidad de Jesús

11. La Crucifixión

¿Por qué Jesús fue crucificado?

Jesús fue condenado por blasfemia

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

El Templo del Cuerpo de Jesús

12. La Resurrección

Lo que la resurrección no es

Lo que es la resurrección

¿Por qué creyeron en la Resurrección de Jesús?

El signo de Jonás

13 . En Cesarea de Filipo

«Esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre»

Epílogo

Por Robert Barron

Agradecimientos

Notas

«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»

Jesús de Nazaret (Mc 8,29)

1. La búsqueda de Jesús

Este libro trata sobre una gran cuestión: ¿afirmó Jesús de Nazaret que él era Dios?

Las semillas de mi interés por saber quién era realmente Jesús fueron plantadas en mí al inicio de la década de los noventa, cuando yo era un estudiante universitario en la Lousiana State University. Aún recuerdo vivamente el día en que entré en una de mis clases de nivel introductorio, muy emocionado por empezar a aprender sobre la Biblia. Aunque había sido educado como católico e, incluso, había pasado bastante tiempo leyendo la Biblia, nunca antes había tenido la oportunidad de estudiar la Biblia en profundidad.

Por aquel entonces, me hacía especial ilusión empezar a estudiar los Evangelios. Para mí, los Evangelios eran la parte más conocida de la Biblia y mi favorita. En particular, esperaba poder aprender más sobre Jesús. Como cristiano, siempre había creído que Jesús era el Hijo de Dios, verdadero Dios y verdadero hombre. Le rendía culto e intentaba, en la medida de mis posibilidades (que a menudo eran bastante escasas), de vivir de acuerdo con sus enseñanzas. Así que cuando llegó el momento de hablar de Jesús y de los Evangelios, fui todo oídos.

Ni qué decir tiene que me quedé un poco desconcertado cuando el profesor empezó diciendo: «Olvidad todo lo que creéis saber sobre quién escribió los Evangelios».

¿Qué era eso? En aquel momento, yo estaba muy concentrado intentando tomar notas, así que no puede digerir lo que había dicho el profesor. Él continuó:

«Aunque vuestras Biblias digan Evangelio según “Mateo”, “Marcos”, “Lucas” y “Juan”, estos títulos en realidad fueron añadidos mucho más tarde. De hecho, no sabemos quién escribió los Evangelios. Hoy en día, los estudiosos están de acuerdo en que los Evangelios fueron originalmente anónimos».

Entendido. Títulos añadidos más tarde. Evangelios originalmente anónimos.

¡Espera un momento!, pensé. ¿No sabemos quién escribió los Evangelios? ¿Qué hay de Mateo, Marcos, Lucas y Juan? ¿Acaso no eran discípulos de Jesús? (Como veremos en el capítulo segundo, estaba equivocado al pensar que Marcos y Lucas eran discípulos).

En aquel momento, estas preguntas pasaron por mi mente en cuestión de instantes. Como era un estudiante entusiasta que quería sacar las mejores notas, yo estaba más concentrado en anotar las palabras del profesor que en procesarlas. Sin embargo, recuerdo que me asaltó un pensamiento. Si lo que estaba diciendo era cierto —lo cual, por supuesto, yo nunca dudaba, pues yo era un ignorante y él el profesor— ¿cómo sabemos lo que Jesús hizo y dijo realmente? Y, de hecho, esto fue exactamente de lo que empezó a hablar, de la así llamada «búsqueda del Jesús histórico», en la que los modernos estudiosos buscan la verdad sobre lo que Jesús realmente hizo y dijo usando los instrumentos actuales de la investigación histórica.

A pesar de mi sorpresa inicial ante la afirmación de que no sabemos quién escribió los Evangelios, la idea de la búsqueda de Jesús me seguía fascinando. Al fin y al cabo, el cristianismo es una religión histórica que afirma que el Dios que creó el universo se hizo hombre, un ser humano real que vivió en una época y un lugar determinados. Por tanto, la idea de una búsqueda de la verdad histórica sobre Jesús tenía sentido para mí. Así que, un poco a ciegas, eso es lo que me propuse hacer.

El juego del teléfono

Por una parte, cuando empecé a devorar un flujo constante de libros sobre Jesús, sentí como si toda mi comprensión de él y de su mundo se abriera de modos nuevos y apasionantes. Empecé por tomar cursos de griego antiguo para aprender a leer el Nuevo Testamento en su lengua original. Era algo emocionante. Como resultado, añadí una especialización en estudios teológicos a mi programa de literatura inglesa y decidí dedicar mi vida a enseñar y escribir sobre la Biblia. Finalmente, me admitieron en un máster en la Universidad de Vanderbilt, que comenzó con un riguroso régimen de aprendizaje del hebreo antiguo. Allí, tuve el privilegio de estudiar con Amy-Jill Levine, una profesora judía de Nuevo Testamento1. A diferencia de algunos profesores de hoy, cuyo objetivo parece ser destruir la fe de sus estudiantes, la Dra. Levine fue siempre extremadamente respetuosa y preocupada por las creencias de sus estudiantes. Es más, trató de enriquecer nuestra fe ayudándonos a ver a Jesús y el Nuevo Testamento con los ojos de los antiguos judíos. Este fue un regalo que me cambió la vida. De hecho, como veremos más adelante, fue precisamente su enseñanza sobre cómo interpretar las palabras y hechos de Jesús en su contexto judío del siglo primero, lo que acabó ayudándome a ver con claridad las raíces judías de la divinidad de Jesús. Sin lo que aprendí de ella, nunca habría podido escribir este libro.

Por otra parte, al mismo tiempo algo más empezó a sucederme. Comencé también a encontrarme con ideas sobre Jesús y los Evangelios que eran difíciles de reconciliar con la fe de mi infancia. Por ejemplo, además de la teoría de que los Evangelios eran originalmente anónimos, aprendí que muchos estudiosos modernos creen que los Evangelios no son biografías de Jesús, que no fueron escritos por discípulos de Jesús, y que estaban escritos demasiado al final del siglo I como para estar basados en el testimonio fiable de un testigo ocular. Uno de los libros de texto con los que yo estudié —escrito por el ahora famoso estudioso ateo del Nuevo Testamento, Bart Ehrman— ¡incluso compara la forma en que obtuvimos los relatos de Jesús en los Evangelios con el juego infantil del Teléfono! Estas son las palabras que leí en aquellos años:

[P]rácticamente ninguno de estos narradores tuvo un conocimiento independiente de lo que realmente sucedió [a Jesús]. Hace falta poca imaginación para darse cuenta de lo que sucedió con estos relatos. Probablemente conocéis el antiguo juego del «Teléfono» de las fiestas de cumpleaños. Un grupo de niños se sienta en círculo, el primero cuenta una breve historia al que está sentado a su lado, el cual se la cuenta al siguiente, y al siguiente, y así sucesivamente, hasta que se cierra el círculo con el que la empezó. Invariablemente, la historia ha cambiado tanto al irla contando de uno a otro que todo el mundo se echa a reír. Imaginad que este mismo proceso tiene lugar, no en una sola sala de estar con diez niños en una tarde, sino en toda la extensión del Imperio Romano (unos 4.000 km de ancho), con miles de participantes2.

Volveremos sobre esta idea del juego del teléfono más adelante. Como veremos, esta supuesta «analogía» es completamente anacrónica y no tiene sentido en un estudio histórico serio de Jesús y de los Evangelios3. Pero eso no lo sabía hace diecisiete años. Entonces, esta idea no ayudaba a inspirarme precisamente confianza en que los cuatro Evangelios fueran históricamente fiables. Para complicar aún más las cosas, también descubrí que había muchos otros evangelios antiguos no incluidos en el Nuevo Testamento de los que nunca había oído hablar. De hecho, algunos estudiosos defendían que esos «evangelios perdidos», especialmente el Evangelio de Tomás, debían recibir el mismo tratamiento de fuentes históricas en la búsqueda de Jesús. Después de todo, si los cuatro Evangelios no se basaban en el testimonio de testigos oculares, ¿por qué debíamos confiar en ellos más que en estos evangelios perdidos? Por último, y lo más importante de todo, empecé a darme cuenta de que muchos estudiosos contemporáneos del Nuevo Testamento no creen que Jesús de Nazaret afirmara realmente ser Dios. De todas las ideas que encontré, esta última me hirió en lo más profundo.

¿Mentiroso, lunático, Señor o Leyenda?

No me malinterpretéis. No es que nunca antes me hubiera planteado que alguien pueda no creer en la divinidad de Jesús. Al contrario, cuando estaba estudiando en la universidad, leí atentamente el famoso libro de Lewis Mero Cristianismo en el que explica algunas de las razones por las que se convirtió del ateísmo al cristianismo. En este libro, Lewis presenta un argumento clásico contra la idea común de que Jesús fue sólo un gran maestro moral o un profeta. En palabras de Lewis:

Intento con esto impedir que alguien diga la auténtica estupidez que algunos dicen acerca de Él: «Estoy dispuesto a aceptar a Jesús como un gran maestro moral, pero no acepto su afirmación de que era Dios». Eso es precisamente lo que no debemos decir. Un hombre que fue meramente un hombre y que dijo las cosas que dijo Jesús no sería un gran maestro moral. Sería un lunático —en el mismo nivel del hombre que dice ser un huevo poché—, o si no sería el mismísimo demonio. Tenéis que escoger. O ese hombre era, y es, el Hijo de Dios, o era un loco o algo mucho peor. Podéis hacerle callar por necio, podéis escupirle y matarle como si fuese un demonio, o podéis caer a sus pies y llamarlo Dios y Señor. Pero no salgamos ahora con insensateces paternalistas acerca de que fue un gran maestro moral. Él no nos dejó abierta esa posibilidad. No quiso hacerlo[…]. Bien: a mí me parece evidente que no era ni un lunático ni un monstruo y que, en consecuencia, por extraño o terrible o improbable que pueda parecer, tengo que aceptar la idea de que Él era y es Dios4.

Cuando leí estas palabras por primera vez, me parecieron convincentes. Al fin y al cabo, si Jesús fue por ahí afirmando ser Dios, sólo nos dejó tres opciones:

Mentiroso: Jesús sabía que no era Dios, pero dijo que lo era.

Lunático: Jesús pensó que era Dios, pero realmente no lo era.

Señor: Jesús era quien dijo que era, Dios venido en carne.

En aquel momento, este «trilemma» lógico era coherente para mí y lo consideré, entre otras cosas, una buena razón para continuar creyendo que Jesús era Dios.

Sin embargo, en la medida en que seguí estudiando sobre la búsqueda de Jesús, fui dándome cuenta de que para mucha gente había una cuarta opción, a saber, que las historias sobre Jesús en los Evangelios en las que afirmaba ser Dios eran «leyendas». En otras palabras, no eran históricamente ciertas. Consideremos, por ejemplo, las siguientes palabras de Bart Ehrman en las que responde al argumento de C. S. Lewis:

Probablemente Jesús nunca se llamó a sí mismo Dios[…]. Esto significa que no tiene por qué ser ni un mentiroso, ni un lunático, ni el Señor. Pudo ser un judío palestino del siglo I que tenía un mensaje que proclamar distinto de su propia divinidad5.

Ahora bien, sospecho que algunos de los lectores estarán pensando: ¿De qué está hablando Ehrman? ¡Claro que Jesús afirmó ser Dios! ¿Acaso no dijo, «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,30)? o «el que me ha visto a mi ha visto al Padre» (Jn 14,19)? Aquí es necesario hacer dos puntualizaciones muy importantes.

Por una parte, la mayoría de los estudiosos admiten que Jesús afirma su divinidad en el Evangelio de Juan6. Pensemos en las dos ocasiones en que Jesús fue casi apedreado por haber dicho que lo era:

Los judíos le dijeron: «[…] ¿Eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? […] ¿por quién te tienes?». […] Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán existiera, Yo soy». Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo. (Jn 8,52.53.58-59)

[Jesús dijo:] «Yo y el Padre somos uno». Los judíos agarraron de nuevo piedras para apedrearlo. Jesús les replicó: «Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?». Los judíos le contestaron: «No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios» (Jn 10,30-33)7.

Notad aquí que Jesús se refiere a sí mismo como «Yo soy» (en griego egō eimi) (Jn 8,58). En las antiguas Escrituras judías, «Yo soy» era el nombre de Dios, el Dios que se había aparecido a Moisés en la zarza ardiente al pie del Monte Sinaí (Ex 3,14). En el contexto judío del siglo I, el hecho de que Jesús se atribuyera el nombre «Yo soy» equivalía a afirmar que eraDios. Por si hubiera alguna duda al respecto, notad cómo algunos de los judíos que escuchaban a Jesús lo entendieron así. Por eso respondieron acusándole de «blasfemia» por hacerse «Dios» (en griego theos). E incluso tomaron piedras para matarle.

Por otra parte, como fui aprendiendo, muchos estudiosos contemporáneos, como Bart Ehrman, no consideran que el Evangelio de Juan sea históricamente verdadero cuando presenta a Jesús diciendo estas cosas sobre sí mismo8. Uno de los argumentos más comunes a favor de esta postura es que Jesús no hace este tipo de declaraciones divinas en los tres evangelios anteriores de Mateo, Marcos y Lucas (conocidos como los Evangelios Sinópticos). Para algunos estudiosos, tenemos tres Evangelios en los que Jesús no afirma ser Dios (Mateo, Marcos y Lucas), y sólo un Evangelio en el que Jesús lo hace (Juan). Ahora bien, si esto fuera cierto —y como veremos más adelante, no lo es— plantearía serias dudas sobre si Jesús afirmó alguna vez ser Dios. Si el resultado es realmente 3 a 1, entonces el Jesús divino del Evangelio de Juan pierde.

Sobre todo, fue esta idea —la idea de que Jesús en realidad nunca afirmó ser Dios— la que me llevó a empezar a tener serias dudas sobre quién era Jesús. Poco a poco fui viendo que el argumento de C.S. Lewis sobre el Mentiroso, el Lunático y el Señor suponía que los cuatro Evangelios (incluyendo Juan) nos dicen lo que Jesús realmente hizo y dijo. Quitad esta suposición de la mesa y todo cambia.

(Casi) perdiendo mi religión9

Para abreviar una larga historia: al final de mis estudios en Vanderbilt, la fe cristiana de mi juventud empezaba a desvanecerse. Cuando estaba a punto de graduarme, ya no sabía en qué creía. Poco a poco, lo que había empezado como una búsqueda para encontrar a Jesús terminó en una senda que me conducía a perder mi fe en él.

Entonces llegó un momento decisivo en mi vida. Una noche, no mucho antes de graduarme, estaba conduciendo solo por las colinas de Nashville, y de repente un pensamiento me vino a la mente: ¿Realmente todavía crees en Jesús? A esas alturas, yo había aceptado la idea de que no sabíamos quién había escrito los Evangelios y de que Jesús podía no haber afirmado que era Dios. Además, no sabía qué pensar de los pasajes de los Evangelios Sinópticos en los que Jesús casi parece negar que él sea Dios, como cuando le dice al joven rico: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios» (Mc 10,18). (Prometo que examinaremos este pasaje más adelante). Esto me llevó a preguntarme: si Jesús no afirmó ser Dios, entonces ¿lo era? ¿O era sólo un hombre? ¿Cómo podía creer en la divinidad de Jesús si Jesús mismo no lo enseñó?

En aquel momento, tomé una decisión. El único modo de saberlo era intentar decir en voz alta que ya no creía que Jesús fuera Dios. Así que, solo en el coche, lo intenté. Pero no pude. No pude decirlo. No porque tuviera miedo. Tras años de estudio, había aprendido a seguir la evidencia a donde me llevara. No. No pude decirlo porque algo en mí no estaba completamente convencido de que Jesús no era Dios. Quizás fuera lo que estaba aprendiendo sobre el judaísmo del siglo primero, que ya me estaba ayudando a entender a Jesús y sus palabras desde una perspectiva judía antigua. O quizás fueran los últimos rescoldos de mi fe, que aún ardía calladamente. En cualquier caso, no pude honestamente decir esas palabras. Una parte de mi seguía creyendo que Jesús era Dios, incluso aunque no supiera cómo conciliarlo con algunas de las teorías que había aprendido. Mi fe y mi razón nunca habían estado tan separadas y la primera pendía de un hilo sobre un abismo de dudas. Pero aún quedaba un hilo. Así que a eso me aferré.

Al final, terminé el Máster, me gradué con matrícula de honor, e hice lo que haría cualquier cristiano casi a punto de perder la fe: ingresé en un programa de doctorado en teología para conseguir mi título de Doctor en Nuevo Testamento. Y fue entonces cuando las cosas empezaron poco a poco a cambiar.

Lo que descubrí más tarde

Durante los años que pasé haciendo el doctorado en la Universidad de Notre Dame, me dediqué de lleno a mis estudios. No me limité a leer los escritos de los estudiosos modernos, sino que me sumergí en las fuentes originales: la Biblia Hebrea, el Nuevo Testamento en griego, los antiguos escritos judíos aparte de la Biblia y las obras de los antiguos escritores cristianos conocidos como los Padres de la Iglesia. Hice cursos de griego, hebreo y arameo avanzado. Incluso aprendí copto, una forma de egipcio antiguo, justamente para poder leer el Evangelio «perdido» de Tomás en su lengua original y ver lo que tenía que decirnos. Durante estos años intensos pero inolvidables, hice tres importantes descubrimientos.

Ante todo, dado mi interés por la búsqueda de Jesús, empecé a buscar las copias «anónimas» de los Evangelios. Seguramente, pensé, tiene que haber algunos manuscritos anónimos, ya que todos los libros de texto que había leído empezaban afirmando que los cuatro evangelios fueron originalmente anónimos y que no sabemos quién los escribió realmente. Pero quería comprobarlo por mí mismo.

¿Adivináis qué pasó? No pude encontrar ninguna copia anónima. Incluso le pregunté a uno de mis profesores: «¿Dónde están todos los manuscritos anónimos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan?».

«Es una buena pregunta», me dijo. «Deberías investigarlo».

Y así lo hice. Lo que descubrí rápidamente es que no había ningún manuscrito anónimo de los cuatro Evangelios. No existen. De hecho, como veremos en el capítulo segundo, la única forma de defender la teoría de que los Evangelios fueron originalmente anónimos es ignorar prácticamente todas las pruebas de los primeros manuscritos griegos y de los escritores cristianos más antiguos. Además, cuando uno compara lo que los primeros Padres de la Iglesia nos dicen sobre los orígenes de los cuatro Evangelios con lo que los mismos Padres nos dicen sobre el origen de los evangelios perdidos, las diferencias son sorprendentes. Como veremos, hay razones convincentes para concluir que los cuatro Evangelios son biografías del siglo primero sobre Jesús, escritas en vida de los Apóstoles y basadas directamente en testigos oculares.

En segundo lugar, e igualmente importante, cuanto más estudiaba el judaísmo del siglo I, más claramente veía que Jesús ciertamente afirmó ser Dios, pero de una forma muy judía. Y que lo hace en los cuatro Evangelios del primer siglo: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Pero para verlo claramente, hay que dar un paso muy importante. Hay que volver atrás y leer los Evangelios Sinópticos desde la perspectiva de un judío antiguo. De lo contrario, es fácil pasar por alto lo que Jesús está diciendo realmente sobre sí mismo. Sin duda, Jesús no fue por ahí gritando, «¡Yo soy Dios!». Pero esto no significa que no afirmara ser Dios. Tal como veremos, Jesús revela el secreto de su identidad usando enigmas y preguntas que tenían sentido para un público judío del siglo I. De hecho, fue precisamente porque su audiencia entendió que Jesús afirmaba ser Dios por lo que algunas autoridades judías lo acusaron de «blasfemia» y lo entregaron a los romanos para que fuera crucificado. Y por cierto, en un contexto judío del siglo I, no era blasfemia afirmar que uno era el Mesías. Pero era blasfemia pretender ser Dios.

En tercer y último lugar, y lo más importante de todo, me di cuenta gradualmente de que la confusión sobre quién pretendía ser Jesús está por todas partes y se sigue extendiendo. A pesar de los argumentos de escritores como C. S. Lewis, la antigua idea de que Jesús fue sólo un profeta o un gran maestro moral está todavía viva y goza de buena salud. Está en las universidades y en las aulas de los colegios, donde muchos estudiantes llegan como cristianos y salen como agnósticos o ateos. Está en los documentales de la televisión que se emiten justo alrededor de Navidad y Semana Santa, los cuales parecen especialmente diseñados para suscitar dudas sobre la verdad del cristianismo y muy menudo están llenos de todo menos de verdadera historia. Está en las docenas de libros que se publican cada año afirmando desvelar que Jesús en realidad fue un zelote, o que en realidad estaba casado con María Magdalena o cualquiera última teoría. De hecho, la idea de que Jesús nunca afirmó ser Dios puede estar ahora más extendida que en ningún otro momento de la historia10.

Esta es la razón por la que finalmente decidí escribir este libro. En él quiero exponer los argumentos en defensa de Jesús tal como yo los veo. Debo señalar desde el principio que no están aquí todos los argumentos. Eso requeriría un libro mucho más largo. Tampoco está escrito para estudiosos, por más que cite a muchos de ellos en las notas. Está escrito para cualquier persona que se haya preguntado alguna vez sobre exactamente quién pretendió ser Jesús. Y, según mi experiencia como profesor, se trata de mucha más gente de la que podría pensarse. Esto incluye tanto cristianos como no cristianos, practicantes y no practicantes, creyentes y escépticos, y aquellos que tienen un poco de ambas cosas. De hecho, muchas personas que creen que Jesús es Dios a menudo no pueden explicar por qué lo creen, y muchos que piensan que Jesús fue sólo un buen maestro o un profeta a menudo no han examinado lo que dicen los Evangelios sobre quién afirmaba ser Jesús. En ambos casos, la gente no suele ser capaz de ver a Jesús a través de los ojos de un judío antiguo. De ahí que, es fácil pasar por alto las raíces judías de la divinidad de Jesús.

Así que, si alguna vez os habéis preguntado: ¿Jesús afirmó realmente ser Dios? Y ¿cómo lo sabemos?, os invito a acompañarme en esta búsqueda. Ya seáis cristianos, judíos, musulmanes, agnósticos o ateos —cualquiera que sean vuestras convicciones religiosas— si alguna vez habéis querido juzgar por vosotros mismos las pruebas bíblicas e históricas en favor de Jesús, este libro es para vosotros.

Empezaremos donde empezó mi profesor hace ya unos cuantos años, por el origen de los Evangelios: ¿eran originalmente anónimos los cuatro Evangelios?

2. ¿Son anónimos los Evangelios?

Imaginad por un momento que estáis echando un vistazo en las estanterías de vuestra librería local y os encontráis con dos biografías del papa Francisco. Una de ellas está escrita por un viejo amigo y coetáneo suyo. La otra biografía es anónima. ¿Cuál compraríais? Me atrevo a decir que la mayoría de la gente se decantaría por la escrita por aquel que hubiera pasado tiempo con él, el que hubiera sido amigo de Jorge Bergoglio, el hombre que después ha llegado a ser Papa11. Al mismo tiempo, creo que la mayoría de la gente miraría la biografía anónima con un cierto grado de sospecha: ¿quién la ha escrito? ¿De dónde ha sacado la información? ¿Por qué debo confiar en que sabe de lo que habla? Y si quiere que le crea, ¿por qué no ha puesto su nombre en el libro?

Cuando se trata de la biografía de Jesús de Nazaret —o de cualquier personaje histórico, en general— nos encontramos en una situación similar. La primera pregunta que debemos responder es ¿cómo sabemos lo que sabemos sobre Jesús? ¿Cómo pueden las personas del siglo XXI saber lo que él hizo y dijo en el siglo I con una certeza razonable? Obviamente, ninguno de nosotros estaba aquí cuando Jesús caminaba sobre esta tierra. Entonces, ¿cómo podemos acceder a él en cuanto persona histórica?

Para mucha gente, la respuesta a esta pregunta es sencilla: abre tu Biblia y lee los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan; ellos nos cuentan lo que Jesús hizo y dijo. Ciertamente, durante casi diecinueve siglos, la mayoría de los cristianos —y para el caso, prácticamente todos los demás— creían que los Evangelios de Mateo y Juan habían sido escritos por testigos oculares y discípulos de Jesús y que los Evangelios de Marcos y Lucas por compañeros de los apóstoles Pedro y Pablo.

Sin embargo, como mencioné en el primer capítulo, en el último siglo más o menos, una nueva teoría entró en escena. Según esta teoría, lo que la tradición cristiana había dicho sobre quién escribió los Evangelios no era cierto. En su lugar, los estudiosos empezaron a proponer que los cuatro Evangelios eran en su origen anónimos. Más específicamente, esta teoría fue propuesta en los primeros años del siglo XX por estudiosos conocidos como «críticos de las formas», los cuales creían que los Evangelios no fueron biografías, sino literatura popular-folklórica12. En palabras del estudioso del Nuevo Testamento Richard Bauckham:

La suposición de que las tradiciones de Jesús circulaban de forma anónima en la Iglesia primitiva y que, por tanto, los Evangelios en los que se reunieron y se registraron fueron también originalmente anónimos estaba muy extendida entre los estudiosos de los Evangelios del siglo XX. Fue propagada por los críticos de las formas como corolario de su uso del modelo del folklore, el cual se transmite de forma anónima en las comunidades. Los Evangelios, pensaban, eran literatura popular, igualmente anónima. Este uso del modelo del folklore ha sido desacreditado […] en parte porque hay una gran diferencia entre las tradiciones populares transmitidas durante siglos, y el breve lapso de tiempo —menos de una vida— que transcurrió antes de que se escribieran los Evangelios. Pero es notable lo tenaz que ha sido la idea de que no sólo las tradiciones sino los mismos Evangelios fueron originalmente anónimos13.

«Tenaz» es justamente la palabra adecuada. Hacia finales del siglo XX, cuando yo era estudiante, la idea de que los cuatro Evangelios no se atribuyeron originalmente a nadie estaba tan extendida que rara vez se discutía, y mucho menos se cuestionaba. Como resultado, muchos estudiosos creen hoy que no sabemos quién escribió los cuatro Evangelios, que son nuestras principales fuentes históricas de lo que Jesús hizo y dijo.

¿Qué debemos pensar de esta teoría? ¿Qué prueba hay de que los Evangelios fueran en su origen anónimos? En este capítulo examinaremos detenidamente esta teoría y veremos por qué hay buenas razones para dudar de ella.

La teoría de los Evangelios anónimos

En su reciente libro How Jesus Became God, Bart Ehrman ofrece un resumen conciso de la teoría de los Evangelios anónimos. Puede desglosarse en cuatro afirmaciones fundamentales.

En primer lugar, según esta teoría, los cuatro Evangelios se publicaron originalmente sin títulos ni encabezamientos que identificaran a los autores14. Esto significa que no hay «Evangelio según Mateo», ni «Evangelio según Marcos», ni «Evangelio según Lucas», ni «Evangelio según Juan». Ni uno solo de los cuatro. Sólo espacios en blanco. Según esta teoría, a diferencia de muchas otras biografías antiguas publicadas con el nombre de su autor real, los autores originales de los Evangelios eligieron deliberadamente mantener sus identidades escondidas15.

En segundo lugar, los cuatro Evangelios circularon supuestamente sin ningún título durante casi un siglo antes de que alguien los atribuyera a Mateo, Marcos, Lucas o Juan16. Hay que recordar que, en el mundo antiguo, todos los libros eran copias hechas a mano, por ello llamadas manuscritos. Por lo tanto, según esta hipótesis, cada vez que durante varias décadas alguno de los Evangelios fue copiado a mano, nadie le añadió ningún título.

En tercer lugar, los títulos no se añadieron a los manuscritos hasta mucho más tarde, cuando los discípulos de Jesús ya estaban muertos y enterrados. Según esta teoría, la razón por la que se añadieron los títulos fue dar a los cuatro Evangelios «la autoridad que tanto necesitaban»17. En otras palabras, la inclusión de los títulos fue un intento deliberado de engañar a los lectores haciéndoles creer falsamente que los Evangelios fueron escritos por los apóstoles y sus discípulos. Como escribe Bart Ehrman en otro lugar, los títulos de los cuatro Evangelios son una forma «nada inocente» de falsa atribución o falsificación, una práctica ampliamente condenada tanto por paganos como por cristianos18.

En cuarto y último lugar, y quizás lo más importante de todo, según esta teoría, dado que los Evangelios fueron originalmente anónimos, es razonable concluir que ninguno de ellos fue realmente escrito por un testigo ocular19. Por ejemplo, para Ehrman, los cuatro Evangelios son los últimos eslabones de una larga cadena de escritos de narradores anónimos que no fueron ellos mismos testigos oculares de Jesús y que puede que ni siquiera conocieran a ninguno de ellos.

Esta es, en pocas palabras, la teoría de los Evangelios anónimos20. Esta teoría está muy extendida entre estudiosos y no estudiosos. Sobre todo entre quienes desean poner en duda la fiabilidad histórica del retrato de Jesús de los cuatro Evangelios21. El único problema es que esta teoría carece casi por completo de fundamento. No tiene ningún fundamento en los manuscritos más antiguos de los Evangelios, no toma en serio cómo se copiaban y circulaban los libros en la Antigüedad y adolece de una falta general de plausibilidad histórica. Analicemos detenidamente cada uno de estos puntos débiles.

No existen copias anónimas

El primer problema, y quizás el mayor, para la teoría de los Evangelios anónimos es el siguiente: nunca se han encontrado copias anónimas de Mateo, Marcos, Lucas o Juan. No existen. Y por lo que sabemos, nunca han existido.

Por el contrario, como ha demostrado el estudioso del Nuevo Testamento Simon Gathercole, los antiguos manuscritos atribuyen unánimamente estos libros a los apóstoles y a sus compañeros. Considerad, por ejemplo, el siguiente cuadro de los títulos presentes en los manuscritos griegos más antiguos de cada uno de los Evangelios22.

LA PRUEBA DE LOS MANUSCRITOS: NO HAY EVANGELIOS ANÓNIMOS

Título del Evangelio

Manuscritos griegos más antiguos

Fecha

Evangelio según Mateo

Papiro 4

Siglo II

Evangelio según Mateo

Papiro 62

Siglo II

Según Mateo

Códice Sinaítico

Siglo IV

Según Mateo

Códice Vaticano

Siglo IV

[Ev]angelio según Ma[t]e[o]

Códice Washingtoniano

Siglos IV-V

Evangelio según Mateo

Códice Alejandrino

Siglo V

Evangelio según Mateo

Códice Efrén

Siglo V

Evangelio según Mateo [Final]

Códice Beza

Siglo V

Se23gún Marcos

Códice Sinaítico

Siglo IV

Según Marcos

Códice Vaticano

Siglo IV

Evangelio según Marcos

Códice Washingtoniano

Siglos IV-V

[Evange]lio según Marcos

Códice Alejandrino

Siglo V

Evangelio según Mar[cos] [Final]

Códice Efrén

Siglo V

Evangelios según Marcos

Códice Beza

Siglo V

Evangelio según Lucas

Papiro 75

Siglos II-III

Según Lucas

Códice Sinaítico

Siglo IV

Según Lucas

Códice Vaticano

Siglo IV

Evangelio según Lucas

Códice Washingtoniano

Siglos IV-V

Evangelio según Lucas

Códice Alexandrino

Siglo V

Evangelio según Lucas

Códice Beza

Siglo V

Evangelio según [J]uan

Papiro 66

Final siglo II

Evangelio según Juan

Papiro 75

Siglos II -III

Según Juan

Códice Sinaítico

Siglo IV

Según Juan

Códice Vaticano

Siglo IV

Según Juan [Final]

Códice Washingtoniano

Siglos IV-V

Evangelio según Juan [Final]

Códice Alejandrino

Siglo V

Evangelio según Juan

Códice Beza

Siglo V

Notad tres cosas sobre estos datos.

En primer lugar, llama la atención la ausencia de manuscritos evangélicos anónimos. Eso es porque no existen. Ni siquiera uno. Esta razón es de gran importancia porque una de las reglas más básicas en el estudio de los manuscritos del Nuevo Testamento (una práctica conocida como crítica textual) es que uno debe remontarse hasta las primeras y mejores copias griegas para ver lo que realmente dicen. No lo que uno desearía que dijeran, sino lo que realmente dicen. En cuanto a los títulos de los Evangelios, no sólo los manuscritos más antiguos y mejores, sino todos los manuscritos antiguos —sin excepción, y en cualquier lengua— atribuyen los cuatro Evangelios a Mateo, Marcos, Lucas y Juan24.

En segundo lugar, observad que hay una cierta variación en la forma de los títulos (por ejemplo, algunos de los manuscritos más tardíos omiten la palabra «Evangelio»). Sin embargo, tal como el estudioso del Nuevo Testamento Michael Bird señala, hay una «absoluta uniformidad» en los autores a los que se atribuye cada uno de los libros25. Una razón por la que esto es tan importante es porque algunos estudiosos afirman que los manuscritos griegos apoyan la idea de que los títulos de los Evangelios fueron añadidos posteriormente. Por ejemplo, Bart Ehrman escribe:

Dado que los manuscritos griegos conservados presentan una gran variedad de títulos (diferentes) para los Evangelios, los estudiosos de la crítica textual se han dado cuenta desde hace tiempo que sus nombres más comunes (por ejemplo, «Evangelio según Mateo») no se remontan a un único título «original», sino que fueron añadidos posteriormente por escribas26.

Volved a mirar el cuadro que presenta los títulos de los manuscritos griegos más antiguos. ¿Dónde está la «gran variedad» de títulos de la que está hablando? La única diferencia significativa es que en algunas de las copias más tardías, falta la palabra «Evangelio», probablemente porque el título se abrevió27. De hecho, ¡son los conocidos nombres de Mateo, Marcos, Lucas y Juan los que se encuentran en todos y cada uno de los manuscritos que poseemos! Según las reglas básicas de la crítica textual, si hay algo original en los títulos son los nombres de los autores28. Son al menos tan originales como cualquier otra parte de los Evangelios de la cual tengamos una prueba manuscrita unánime.

En tercer lugar —y esto es importante— observad también que los títulos están presentes en las copias más antiguas que poseemos de cada Evangelio, incluyendo los fragmentos más antiguos, conocidos como papiros (por las hojas de papiro de las que estaban hechos). Por ejemplo, el manuscrito griego más antiguo del Evangelio de Mateo contiene el título «Evangelio según Mateo» (en griego euangelion kata Matthaion) (Papiro 4). De igual modo, la copia griega más antigua del inicio del Evangelio de Marcos empieza con el título «Evangelio según Marcos» (en griego euangelion kata Markon). Este famoso manuscrito —conocido como el Códice Sinaítico por haber sido descubierto en el Monte Sinaí— se considera una de las copias antiguas más fiables del Nuevo Testamento. En la misma línea, la copia más antigua conocida del Evangelio de Lucas empieza con las palabras «Evangelio según Lucas» (en griego euangelion kata Loukan) (Papiro 75). Por último, el manuscrito más antiguo que existe del Evangelio de Juan no es más que un pequeño fragmento de este Evangelio. Afortunadamente, sin embargo, se conserva la primera página, en la que se lee: «Evangelio según Juan» (en griego euangelion kata Iōannēm) (Papiro 66).

En resumen, las primeras y mejores copias de los cuatro Evangelios los atribuyen unánimemente a Mateo, Marcos, Lucas y Juan. No hay ninguna prueba manuscrita —y por ello no hay una verdadera prueba histórica— que sostenga la afirmación de que los Evangelios «originalmente» no tenían títulos. A la luz de esta falta total de copias anónimas, el estudioso del Nuevo Testamento Martin Hengel escribe:

Dejad que los que niegan la antigüedad y, por tanto, la originalidad de las super-inscriptiones evangélicas, para preservar su «buena» conciencia crítica, den una explicación mejor a la atestación completamente unánime y relativamente temprana de estos títulos, de su origen y de los nombres de los autores asociados a ellos. Tal explicación aún no se ha dado, y nunca se dará29.

El escenario anónimo es increíble

El segundo gran problema de la teoría de los Evangelios anónimos es la absoluta inverosimilitud de que un libro que circuló por el Imperio Romano sin título durante casi cien años pudo en un cierto momento ser atribuido exactamente al mismo autor por escribas extendidos por todo el mundo y, sin embargo, no dejar rastro alguno de desacuerdo en ningún manuscrito30. Y, por cierto, se supone que esto ocurrió no sólo una vez, sino con cada uno de los cuatro Evangelios.

Pensad en ello un momento. Según la teoría de los Evangelios anónimos, el Evangelio de Mateo fue «originalmente» el Evangelio según nadie. Este libro anónimo fue copiado a mano, y vuelto a copiar, y vuelto a copiar y circuló a lo largo y ancho del Imperio Romano durante décadas. De igual modo, el Evangelio de Marcos, que fue también «originalmente» el Evangelio según nadie, fue copiado y vuelto a copiar y transmitido y vuelto a copiar durante décadas. Y lo mismo con el tercer Evangelio anónimo y después con el cuarto Evangelio anónimo. Después, en algún momento a principios del siglo II d. C, se supone que se añadieron exactamente los mismos títulos no a uno, ni a dos, ni a tres, sino a los cuatro de estos libros anónimos tan diferentes. Además, esta atribución de autoría supuestamente tuvo lugar a pesar de que en el siglo II los cuatro Evangelios ya se había difundido a lo largo de todo el Imperio Romano: en Galilea, Jerusalén, Siria, África, Egipto, Roma, Francia, etc., donde quiera que se encontraran copias.

Este escenario es completamente increíble. Incluso si un Evangelio anónimo pudo haber sido escrito y puesto en circulación y después milagrosamente ser atribuido a la misma persona por los cristianos que vivían en Roma, África, Italia y Siria, ¿se supone que debo creer que lo mismo sucedió no una vez, ni dos, sino con cuatro libros diferentes, una y otra vez, en todo el mundo? ¿Cómo supieron estos escribas desconocidos que añadieron los títulos a quién atribuir los libros? ¿Cómo se comunicaron entre ellos para que todas las copias terminaran teniendo los mismos títulos?

Además, la idea de que los títulos habrían tardado casi un siglo en ser añadidos no tiene en cuenta el hecho de que desde el momento en que hubo más de un Evangelio en circulación, los lectores habrían necesitado algún modo de distinguirlos entre sí. En palabras de Graham Stanton:

[E]n cuanto las comunidades cristianas empezaron a utilizar con regularidad más de un relato escrito de las acciones y la enseñanza de Jesús, habría sido necesario distinguirlos por algún tipo de título, especialmente en el contexto de las lecturas para el culto31.

Ahora bien, sabemos por el Evangelio de Lucas que había ya en circulación «muchos» relatos de la vida de Jesús en el momento en que él escribió (cf. Lc 1,1-4). Por tanto, sugerir que no se añadieron títulos hasta finales del siglo II d.C., no tiene en cuenta el hecho de que ya circulaban varios Evangelios antes de que Lucas hubiera puesto su pluma sobre el papiro, y que habría una necesidad práctica de identificar estos libros.

Por último, si las cosas sucedieron como propone la teoría del anonimato, ¿por qué no hay algunas copiasatribuidas a Mateo, Marcos, Lucas y Juan mientras que otras se atribuyen a otras personas, como Andrés, Pedro o Judas? Si los Evangelios realmente recibieron sus títulos de los escribas que los añadieron falsamente a los manuscritos casi un siglo después, esperaríamos encontrar tanto (1) copias anónimas —que como ya hemos visto, no existen— como (2) títulos contradictorios, con algunos escribas atribuyendo una copia de un evangelio a Mateo y otra atribuyendo el mismo Evangelio a Pedro o a Jesús o a cualquier otro.

Si hay alguna duda al respecto, es importante comparar los manuscritos de los cuatro Evangelios con los de la Carta a los Hebreos. A diferencia de los cuatro Evangelios, la carta a los Hebreos es realmente anónima. Nunca identifica explícitamente a su autor, ni siquiera en el título32. ¿Adivinad qué sucede cuando se tiene un libro realmente anónimo? Acaba permaneciendo anónimo o siendo atribuido a diferentes autores, tal como se muestra en el siguiente cuadro.

LA CARTA A LOS HEBREOS MANUSCRISTOS REALMENTE ANÓNIMOS

Título / Subtítulo

Manuscritos griegos

Fecha

A los Hebreos

Papiro 64

Siglo II

A los Hebreos

Códice Sinaítico

Siglo IV

A los Hebreos

Códice Vaticano

Siglo IV

A los Hebreos, escrita desde Roma

Códice Alejandrino

Siglo V

A los Hebreos, escrita desde Italia

Códice Porphyriano

Siglos IX

A los Hebreos, escrita desde Italia por Timoteo

Minúsculo 1739

Siglo X

A los Hebreos, escrita desde Roma por Pablo a los d33e Jerusalén

Minúsculo 81

Siglo XI

A los Hebreos, escrita en hebreo desde Italia anónimamente por Timoteo

Minúsculo 104

Siglo XI

Observad la variedad de autores sugeridos: algunos manuscritos permanecen anónimos, otros dicen que Hebreos fue escrita «por Timoteo», otros por «Pablo». ¡Incluso, el título de uno de los manuscritos afirma explícitamente que fue escrita «anónimamente» (en griego anonymōs)! Lo mismo sucede entre los escritores cristianos antiguos: algunos de los primeros escritores de la Iglesia dicen que Pablo escribió Hebreos pero que no se identificó; otros dicen que Lucas tradujo la carta de Pablo del hebreo al griego; otros dicen que Hebreos fue escrito por Bernabé, compañero de Pablo; y otros dicen que fue escrita por Clemente, obispo de Roma34. A finales del siglo II d.C., Orígenes de Alejandría levantó las manos y declaró: «Pero ¿quién escribió la carta [a los Hebreos]? Dios sabe la verdad» (Eusebio, Historia eclesiástica, 6.25.14).

Eso es lo que se obtiene de un libro del Nuevo Testamento verdaderamente anónimo: manuscritos realmente anónimos y debates reales en la antigüedad acerca de quién lo escribió. Pero esto es precisamente lo que no se encuentra cuando se trata de los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. No hay copias anónimas, y —tal como veremos en el capítulo tercero— no hay debate entre los antiguos escritores cristianos sobre quién escribió los Evangelios. Los estudiosos que siguen afirmando que los Evangelios fueron originalmente anónimos no pueden explicar por qué no encontramos la misma variedad de autores sugeridos que en el caso de la carta a los Hebreros. Una vez más, en palabras de Martin Hengel:

[S]i [los Evangelios] circularon primero de forma anónima y recibieron sus títulos sólo en un segundo momento e independientemente unos de otros en las diferentes comunidades, pues se necesitaba un título para anunciar la lectura en el culto, necesariamente esto tendría que haber provocado una diversidad de títulos, como se puede ilustrar con muchos ejemplos de la antigüedad. […] No hay rastro de tal anonimato35.

En resumen, la teoría de los Evangelios anónimos no sólo adolece de falta de pruebas en los manuscritos sino también de falta de lógica. Sencillamente, no cumple criterios básicos de plausibilidad histórica.

¿Por qué atribuir Marcos y Lucas a unos testigos no oculares?

El tercer gran problema de la teoría de los Evangelios anónimos tiene que ver con su afirmación de que las falsas atribuciones fueron añadidas un siglo más tarde para dar a los Evangelios «la autoridad de la que tanto necesitaban»36. Si esto fuera verdad, ¿por qué dos de los cuatro Evangelios fueron atribuidos a unas personas que no fueron testigos oculares? ¿Por qué, entre toda la gente posible, los antiguos escribas escogieron a Marcos y Lucas, quienes (como veremos en el capítulo tercero) ni siquiera conocieron a Jesús?

Una vez más, colocaos en el lugar de los antiguos escribas que supuestamente a sabiendas añadieron los títulos falsos de los Evangelios. Si vosotros quisierais dotar de autoridad a un libro anónimo, ¿elegiríais a Lucas, que ni fue un testigo ocular, ni seguidor de un testigo ocular, sino compañero de Pablo, el cual nunca conoció a Jesús durante su vida terrena? Y si vosotros quisierais dotar de autoridad a vuestra vida anónima de Jesús, ¿elegiríais a Marcos, que no fue discípulo directo de Jesús? Y si lo que vais buscando es autoridad, ¿por qué no atribuir el Evangelio anónimo directamente a Pedro, el jefe de los Apóstoles? ¿o a Andrés, su hermano? De hecho, ¿por qué no ir directamente a la cabeza y atribuir el Evangelio a Jesús mismo?

Como veremos en el capítulo quinto, tales atribuciones a los Apóstoles y a otros testigos oculares es exactamente lo que encontramos cuando examinamos los llamados «evangelios perdidos» —también conocidos como evangelios apócrifos (de la palabra griega apocryphon, que significa «libro oculto»). Prácticamente todos los estudiosos están de acuerdo en que los evangelios apócrifos —tales como el Evangelio de Pedro, el Evangelio de Tomás y el Evangelio de Judas— son falsificaciones que fueron atribuidas falsamente a los discípulos de Jesús mucho después de que todos los apóstoles hubieran muerto37. Fijaos en que ninguno de los evangelios apócrifos posteriores se atribuye a un testigo no ocular como Marcos y Lucas38. Estos están atribuidos a gente con acceso de primera mano a Jesús: personas como Pedro, o el apóstol Tomás, o María Magdalena, o Judas, o incluso el propio Jesús. ¿Por qué? Porque fueron los autores de los evangelios apócrifos quienes quisieron dotar a sus escritos de la tan necesaria autoridad atribuyéndolos falsamente a aquellas personas que tuvieron la relación más cercana posible con Jesús.

En resumen, la teoría de los Evangelios anónimos no sólo no explica la falta de pruebas manuscritas, sino tampoco por qué los Evangelios de Marcos y Lucas no están atribuidos a testigos oculares y compañeros de Jesús. De hecho, cuando se la somete a un escrutinio crítico, la inverosimilitud general de la teoría es notable. Por supuesto, la sola debilidad de esta teoría no responde a la cuestión de quién escribió los Evangelios. Para responder a esta cuestión, debemos examinar más detenidamente los nombres que figuran en los manuscritos más antiguos de los Evangelios. Si los cuatro evangelios no son anónimos, ¿a quién se atribuyen? ¿Quiénes fueron exactamente Mateo, Marcos, Lucas y Juan?

3. Los títulos de los Evangelios

Antes de empezar nuestra exploración sobre quién escribió los cuatro Evangelios, será útil dedicar un momento a pensar en cómo determinamos la autoría de cualquier libro, antiguo o moderno. Por poner un ejemplo contemporáneo: ¿cómo se sabe que el papa Benedicto XVI escribió la obra en tres volúmenes Jesús de Nazaret? Hay básicamente dos formas de saberlo.

En primer lugar, podéis buscar en el interior del libro información sobre el autor. En cada uno de los volúmenes, encontraréis una portada que atribuye la obra a «Joseph Ratzinger (Benedicto XVI)». Podéis leer también el inicio (prólogo) o el final (epílogo) para ver si hay alguna información autobiográfica que indique cómo surgió el libro. Todo esto se llama evidencia o prueba interna, esto es,una prueba que procede del mismo libro acerca de quién lo escribió y, a veces, incluso de cuándo y por qué fue escrito.