Jesús y las raíces judías de María - Brant Pitre - E-Book

Jesús y las raíces judías de María E-Book

Brant Pitre

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Lo que enseña la Iglesia sobre María, ¿procede realmente de la Biblia, o es fruto de una tradición? ¿Debe llamarse a María «Madre de Dios» o solo madre de Jesús? Al rezar a María, ¿los católicos la adoran? ¿Qué papel desempeña María en la vida de quienes buscan a Jesús y tratan de encontrarse con él? Pitre lleva a los lectores paso a paso desde el Jardín del Edén hasta el Libro del Apocalipsis, revelando así el sentido profundamente bíblico del dogma sobre María. Utiliza el Antiguo Testamento y el judaísmo antiguo para desvelar cómo la Biblia muestra a María como la nueva Eva, la Madre de Dios, la Reina del Cielo y de la Tierra, y la nueva Arca de la Alianza.

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BRANT PITRE

JESÚS Y LAS RAÍCES JUDÍAS DE MARÍA

Descubrir a la madre del Mesías

EDICIONES RIALP

MADRID

Título original: Jesus and the jewish roots of Mary

© 2018 by Image, un sello de Random House, una división de Penguin Random House LLC.

© 2022 by de la traducción realizada por DIEGO PEREDA SANCHO

EDICIONES RIALP, S.A.,

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopias, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Preimpresión y realización eBook: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6199-5

ISBN (edición digital): 978-84-321-6200-8

Cubierta: Desposorios de la Virgen, Tadeo Gaddi. © Alamy

Para Aidan Nathanael

Mi querido hijo, «en quien no hay engaño…»

(Juan 1, 47)

¡Ahí tienes a tu madre!

Jesús de Nazaret (Juan 19, 27)

Resultaría más fácil pintar el sol con su luz y calor que narrar la historia de María en todo su esplendor…

El amor me mueve a hablar de ella.

Jacobo de Sarug, Homilía I sobre la Bienaventurada Virgen[1] (Siglo V-IV d. C.)

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

DEDICATORIA

CITAS

1. INTRODUCCIÓN

EL PROBLEMA DE MARÍA

¿REINA DEL CIELO?

CON LA MIRADA DE LOS ANTIGUOS JUDÍOS

2. LA NUEVA EVA

LA MUJER EN EL EDÉN

MARÍA, LA NUEVA EVA

MARÍA INMACULADA

3. LA NUEVA ARCA

EL ARCA PERDIDA DE LA ALIANZA

MARÍA, LA NUEVA ARCA

ASUNTA A LOS CIELOS

4. LA REINA MADRE

LA REINA MADRE EN EL ANTIGUO ISRAEL

MARÍA, LA NUEVA REINA

MADRE DEL «DIOS CON NOSOTROS»

5. VIRGEN PERPETUA

EL VOTO JUDÍO DE MARÍA

LOS HERMANOS DE JESÚS

SIEMPRE VIRGEN

6. EL NACIMIENTO DEL MESÍAS

LA MADRE DEL MESÍAS

LOS DOLORES DEL PARTO DE MARÍA

EL SENO DE MARÍA Y LA TUMBA DE JESÚS

7. LA NUEVA RAQUEL

RAQUEL EN EL JUDAÍSMO CLÁSICO

MARÍA, LA NUEVA RAQUEL

MADRE DE LA IGLESIA

8. AL PIE DE LA CRUZ

LAS ÚLTIMAS PALABRAS DE JESÚS

LA TOMÓ COMO PROPIA

AHÍ TIENES A TU MADRE

APÉNDICE FUENTES JUDÍAS NO BÍBLICAS

AGRADECIMIENTOS

NOTAS

AUTOR

1. INTRODUCCIÓN

ESTE LIBRO SE DIRIGE A LOS que alguna vez se han preguntado qué dice realmente la Biblia sobre María, la madre de Jesús y, en concreto, a los que se han sentido intrigados por las creencias de los católicos sobre María, se han resistido a ellas o las han rechazado por juzgarlas ajenas a la Biblia, cuando no idólatras. Yo estuve una vez entre ellos. Esto fue lo que pasó…

EL PROBLEMA DE MARÍA

Cuando era pequeño, no tenía inconveniente en creer lo que enseñaba la Iglesia acerca de María. Había nacido en una familia católica, me bautizaron siendo niño y me crié en Luisiana del Sur, predominantemente católica. Todos los domingos iba a Misa, a un templo en el que se mostraban varias tallas de la Virgen y, en ocasiones especiales, yo mismo les ponía una vela para pedirle que intercediese por mí. Uno de mis recuerdos más tempranos es el de aquella vez en la que mi madre nos llevó a mis hermanos y a mí a rezar el rosario con mi abuela y mi bisabuela. Mientras las mujeres rezaban, los chicos nos sentábamos en el suelo, a jugar y a escuchar, y —si la memoria no me falla— a aburrirnos un poco. Sin embargo, para cuando cumplí los siete u ocho años, mi hermano mayor y yo ya habíamos hecho propia esa costumbre. Lo creas o no, los chicos nos arrodillábamos junto a nuestras camas por la noche durante treinta o cuarenta minutos para leer esos versículos de la Biblia y repetir las oraciones de un librito titulado El Rosario de las Escrituras.[2]

En los años posteriores, fui aprendiendo la doctrina básica de la Iglesia sobre María; que era virgen cuando concibió a Jesús (concepción virginal) y que lo siguió siendo toda su vida (virginidad perpetua). Más adelante, me explicaron que fue creada sin pecado original (Inmaculada Concepción), que permaneció así siempre y que, al final de sus días, fue llevada en cuerpo y alma al cielo para estar con Jesús resucitado (la Asunción corporal). En todo ese tiempo jamás se me pasó por la cabeza cuestionarme nada de lo que la Iglesia enseñaba, creía o practicaba acerca de la madre de Jesús. Para mí, María era una persona real, una parte cotidiana de mi vida. Cuando leía la proclamación de María, «Me llamarán bienaventurada todas las generaciones» (Lucas 1, 48), sabía que eso me incluía a mí. María era la «Madre Bienaventurada», la madre de Jesús y la mía.

Cuando conocí a mi futura esposa, Elizabeth, las cosas empezaron a cambiar. Aunque procedía de una familia acadiana (o cajuna) más extensa aún que la mía —eran ocho hermanos, y nosotros solo seis— no era católica: su familia era baptista. De hecho, su difunto abuelo había sido un famoso misionero de la denominación baptista sureña, quien fundó numerosas iglesias alrededor de los pantanos de Luisiana del Sur. Su abuela también había sido una matriarca de las iglesias locales, muy querida y conocida, y una cristiana admirable.[3] Dada la población fundamentalmente católica de la zona, muchos de los miembros de las iglesias de su abuelo eran excatólicos que habían acabado por convertirse en «cristianos creyentes en la Biblia». En la práctica, eso significaba que aceptaban la doctrina de «solo la Biblia» (sola Scriptura), y rechazaban gran parte del credo y las prácticas católicas, por considerarlas contrarias a las Escrituras. En particular, les habían enseñado a negar el dogma católico sobre la virginidad perpetua y la vida sin pecado de María, por no ser bíblica, y a considerar además que ciertas costumbres, como el rezo del rosario y la veneración de santa María, muy extendidas en la religiosidad popular de los católicos acadianos, eran idólatras.

Como cabría esperar, una vez que Elizabeth y yo empezamos a salir —a la madura edad de 15 años— tanto ella como su familia comenzaron a interrogarme acerca de mis convicciones, con las habituales pugnas entre católicos y protestantes: «¿Por qué tenéis estatuas en vuestras iglesias, si la Biblia dice que no tallemos imágenes? ¿Por qué bautizáis a los niños cuando no tienen edad para aceptar personalmente a Jesús como su Señor y Salvador? ¿Por qué los curas católicos no pueden casarse?, y demás. Teniendo en cuenta que Elizabeth es, a un tiempo, muy guapa y muy inteligente, y que yo quería con todas mis fuerzas ser su novio, hice lo que pude por aprender más sobre mi fe para responder con sinceridad a sus preguntas. En general parece que funcionó, porque su padre y su madre me permitieron seguir viéndola y, aunque ella y yo no cejamos en nuestro desacuerdo sobre ciertas prácticas y creencias fundamentales, nos respetábamos el uno al otro y nuestros credos respectivos. En el segundo año de la universidad decidimos casarnos.

Sin embargo, todo eso cambió, dramáticamente, en el plazo de una sola tarde, no mucho antes de la boda. Elizabeth y yo habíamos fijado una cita con el nuevo pastor de su iglesia para hablarle de la posibilidad de celebrar la ceremonia allí, en el templo al que acudía su familia. Dimos por sentado que no habría inconveniente, porque la había levantado el abuelo de Elizabeth, pero, cuando nos sentamos en su despacho, lo que se suponía que iba a ser un encuentro breve se convirtió en un largo y acalorado interrogatorio de dos horas, en el que el pastor cuestionó mi fe católica. Me bombardeó a preguntas, una tras otra, sobre el purgatorio, los santos, el papa, la Eucaristía y, por supuesto, la Virgen María.

Escribí sobre este encuentro en mi anterior libro, Jesús y las raíces judías de la Eucaristía,[4]en el que cuento cómo esa noche volví a casa especialmente molesto por los ataques del pastor contra la creencia católica en que el pan y el vino de la Eucaristía se convierten, de verdad, en el cuerpo y la sangre de Jesús. También explicaba cómo, mientras buscaba respuestas, abrí mi Biblia por el pasaje en el que Jesús afirma que su «carne» y su «sangre» son «verdadera comida» y «verdadera bebida» (Juan 6, 53-58); en parte por haberme topado de inmediato con este pasaje bíblico fundamental, nunca he perdido la fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.

El impacto que me causó el ataque del pastor contra mis creencias sobre María fue algo distinto; por lo que a ella respecta, no tuve un momento de «eureka» similar. En casa no descubrí ningún pasaje de la Biblia que explicase con claridad su concepción inmaculada, que no había cometido pecados ni que su cuerpo fue llevado al cielo. Por el contrario, hasta donde pude averiguar, lo que decía el Nuevo Testamento acerca de María era sorprendentemente escaso y además, en ciertos casos, suscitaba algunos recelos. En resumen, en cuanto al respaldo bíblico de mis creencias acerca de María, el pastor me había planteado dudas para las que no tenía respuesta. Una de ellas, en particular, se me ha quedado grabada en la memoria: la acusación de que la veneración de los católicos por María, además de no ser bíblica, es idólatra.

¿REINA DEL CIELO?

«¿Por qué los católicos adoráis a María?». Me interrogó el pastor. «¿Es que no sabéis que solo se puede adorar a Dios?»

Como siempre prestaba atención durante la catequesis, fui capaz de responderle: «Como católicos no adoramos a María, sino que la honramos como madre de Jesús y reina del cielo».

«¿Reina del cielo?», replicó. «Qué interesante. ¿Sabes qué dice la Biblia sobre la “reina del cielo?”».

«No», confesé. «¿Qué es lo que dice?».

Con suficiencia, abrió su Biblia y, tras recorrer unos pasajes, dijo: «Pues en realidad sí que menciona a la reina del cielo, en Jeremías. La Biblia dice que era una diosa pagana:

»“[El Señor dijo a Jeremías]: ¿Es que no ves lo que ellos hacen en las ciudades de Judá y por las calles de Jerusalén? Los hijos recogen leña, los padres prenden fuego, las mujeres amasan para hacer tortas a la Reina de los Cielos, y se liba en honor de otros dioses para exasperarme” (Jeremías 7, 17-18).[5]

»¡Ahí lo tienes, justo ahí! —anunció—. La adoración de la “reina del cielo” —precisamente lo que hacéis los católicos con María— está condenada como idólatra».

Me quedé sentado, abrumado y en silencio. Aunque me había batido bien con el resto de creencias, no tenía ni idea de qué responder ante eso; sin ir más lejos, en catequesis jamás habían mencionado a la “reina del cielo” del libro de Jeremías, ni mucho menos me habían explicado cómo podíamos aludir a María como reina del cielo cuando la Biblia utiliza esa misma expresión para nombrar a una diosa pagana. Pensé en mi oración favorita, la Salve («Dios te salve, reina y madre…»), que había repetido innumerables veces al terminar el rosario, y no podía dejar de repetirme esta idea: ¿Así que esto es lo que llevo haciendo toda mi vida? ¿Cometer idolatría, y además sin saberlo?

Consciente de que acababa de anotarse un tanto importante, el pastor pasó al siguiente tema.

Por fortuna, esa reunión no duró más que un par de horas, pero el efecto que me causaron las preguntas del pastor sobre María fue mucho más prolongado, como si se hubiera agrietado el parabrisas de mis creencias infantiles, al principio con una pequeña rotura que se iba haciendo cada vez más grande, hasta impedirme ver. Cuando busqué las raíces bíblicas de otras doctrinas de la Iglesia, las pruebas que encontré me parecieron convincentes, pero en el caso de María no era así. Estaba confundido y, cuanto más leía los escasos pasajes del Nuevo Testamento que mencionan a María, más me costaba descubrir algo que tuviese que ver con lo que enseñaba la doctrina católica. No podía dejar de preguntarme: «¿Y esto dónde aparece en la Biblia?».

Si has estudiado el Nuevo Testamento, sabrás de qué estoy hablando. ¿Menciona alguna vez la «inmaculada concepción» de María? En apariencia, nunca. Es cierto que el arcángel Gabriel la llama «llena de gracia» (Lucas 1, 28), al menos en algunas traducciones, pero eso no es exactamente lo mismo que «concebida sin pecado». ¿Y qué pasa con su pureza? ¿No contradice lo dicho por el apóstol Pablo, «todos pecaron y están privados de la gloria de Dios» (Romanos 3, 23)? ¿Y su ascensión corporal a los cielos? Tampoco era capaz de encontrarla en el Nuevo Testamento. Claro que el Apocalipsis describe a una «mujer» misteriosa que está «en los cielos», «vestida como el sol» (Apocalipsis 12, 1), pero descubrí que muchos intérpretes rechazan la idea de que esa mujer sea María (hablaré más sobre esto). En todo caso, ni el Apocalipsis ni ningún otro libro del Antiguo Testamento describen su asunción. En cuanto a su virginidad perpetua, parece contradecir de lleno al Nuevo Testamento, que menciona específicamente a los «hermanos» y «hermanas» de Jesús (véase Mateo 13, 55; Marcos 3, 31-35; 1 Corintios 9, 5).

Finalmente, y para terminar de arreglarlo, cuando María aparece en los Evangelios, en lugar de venerarla como me habían enseñado a mí, el mismo Jesús parecía menospreciarla, o al menos se dirigía a ella de un modo que, con los criterios actuales, se consideraría algo grosero. Pensemos en las bodas de Caná, cuando Jesús le dice a su madre: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora» (Juan 2, 4). ¿Cómo nos lo tenemos que tomar? (Me estoy imaginando lo que diría mi madre solo porque me dirigiese a ella como «mujer»). ¿Por qué ese desdén aparente de Jesús hacia María? Casi parece un ataque preventivo contra la devoción posterior. ¿Cómo podemos decir los católicos que se debería honrar a María, si el mismo Jesús no lo hizo, en apariencia?

El impacto que suscitó todo esto en mi visión sobre María fue muy negativo y duradero. Aunque no dejé de aceptar muchas de las doctrinas católicas, la confianza que tenía en las que se referían a María se fue debilitando gradualmente, cada vez más. No mucho después de nuestra boda dejé de rezar el rosario y, al final, acabé por plantearme varias dudas importantes sobre diversas enseñanzas de la Iglesia con respecto a María: su inmaculada concepción, su asunción al cielo y su virginidad perpetua. Al fin y al cabo, José y María estaban casados, ¿no? ¿Y por qué no iban a ser un matrimonio al uso, con más niños? En el esquema general, ¿qué aportaba la virginidad perpetua de María?

Pasaron los años y, para cuando fui a la Universidad de Notre Dame en 1999, donde seguiría estudiando para doctorarme, ya albergaba objeciones fundamentales hacia parte de la doctrina oficial de la Iglesia sobre la Virgen. Además, había dejado de practicar esas devociones católicas a María que habían formado parte de la fe de mi niñez.

Pero entonces ocurrió algo dramático, que modificaría para siempre mi visión de la Virgen, y que excavó los cimientos para la escritura de este libro. Empecé a descubrir las raíces judías de las creencias católicas acerca de María.[6]

CON LA MIRADA DE LOS ANTIGUOS JUDÍOS

Casi todos los programas de doctorado en estudios bíblicos tienden a especializarse, o bien en el Nuevo Testamento, o bien en el Antiguo. En Notre Dame, sin embargo, el programa doctoral se titula Cristianismo y judaísmo en la Antigüedad, lo que significa que todos los doctorandos en estudios bíblicos deben asistir a seminarios sobre ambos textos, en griego y en hebreo, y sobre el cristianismo primitivo y el judaísmo clásico. No podría sobreestimar cómo me ayudó este enfoque amplio de Notre Dame a la hora de comprender las raíces judías de la doctrina mariana católica. Mientras estudiaba descubrí tres cosas que cambiaron por completo mi forma de entender a María.

En primer lugar, me di cuenta de que esas creencias tenían unas raíces muy profundas en el cristianismo temprano. Como se verá más adelante, la noción de la virginidad perpetua de María, su ausencia de pecado, su identidad como Madre de Dios, su poder intercesor y su asunción corporal a los cielos no son ideas nuevas, sino antiguas, muy antiguas. Es más: estas creencias estaban enormemente extendidas, y las defendían cristianos que vivían en Tierra Santa, en Siria, en Egipto, en Grecia, en Asia Menor, en Roma y en todas partes. En resumen, fueron indispensables para la fe cristiana primitiva.[7]

En segundo lugar, fui comprendiendo poco a poco que esas antiguas doctrinas sobre María nacían directamente de lo que creían, a su vez, sobre Jesús. En palabras del nuevo Catecismo de la Iglesia:

Lo que la fe católica cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo (CIC 487).[8]

Es imposible exagerar el significado de este principio; para comprender lo que enseña la Biblia sobre la Virgen, resulta imprescindible comenzar por lo que dice sobre Jesús, de modo que en cada capítulo, antes de fijarnos en María, comenzaremos por Él.

Tercero, último, y lo más importante: descubrí que los cristianos primitivos habían extraído esas creencias del Antiguo Testamento, y no solo del Nuevo. En realidad, la clave para entender lo que enseña la Biblia sobre María puede encontrarse en las llamadas «tipologías»: el estudio de las prefiguraciones (o «tipos») del Antiguo Testamento, y su plenitud en el Nuevo. En palabras de Joseph Ratzinger, el futuro papa Benedicto XVI: «La imagen de María en el Nuevo Testamento está tejida completamente con hilos del Antiguo».[9] Con un espíritu similar, el teólogo protestante Timothy George escribe:

Los evangélicos tienen mucho que aprender de la lectura sobre María con el trasfondo de los presagios del Antiguo Testamento… Su imagen en el Nuevo Testamento es inseparable de estos antecedentes, y sin ellos obtendremos una visión reduccionista de María, pero también de Cristo.[10]

La idea de que debía considerar las prefiguraciones de María en el Antiguo Testamento me deslumbró. Estaba acostumbrado a estudiar así a Jesús; por ejemplo, como el nuevo Adán, el nuevo Moisés o el nuevo rey davídico. Pero nunca había oído que se pudiese estudiar la tipología bíblica de la Virgen. Ignoraba, entre otras cosas, que el Nuevo Testamento sí describe a María como una reina, pero no como la pagana «reina del cielo», sino como la reina madre en el reino del Mesías. Por encima de la reina madre (gebirah, en hebreo) solo estaba el rey, se la honraba con un trono real y ejercía de intercesora suprema ante el monarca (2 Reyes 1-2; Salmos 45).

Al final, me vino la certeza de que, si había llegado a considerar que la doctrina católica sobre María no era bíblica, había sido porque no había prestado suficiente atención al Antiguo Testamento. Y no solo yo. Cuanto más leía, más consciente era de que casi todos los libros sobre María que rechazaban su pureza, su virginidad perpetua, su asunción a los cielos y otras creencias por no ser bíblicas ignoraban sistemáticamente el Antiguo Testamento.[11]

Es un problema serio; no se puede entender, sin más, a María, sin verla en su contexto, el del judaísmo del siglo I. Hoy en día los investigadores están de acuerdo en que a Jesús solo se le puede entender dentro de las creencias judías de su época pero, en lo que atañe a María, parece que no se aplica esta norma. Una y otra vez, hay libros que critican la doctrina mariana católica mientras ignoran todo el Antiguo Testamento, por no hablar de las tradiciones judías ajenas a la Biblia. Sin embargo, si se quiere descubrir lo que enseña, de verdad, la Biblia, no cabe limitarse al Nuevo Testamento. No es suficiente, y hay que retroceder hasta el Antiguo para tratar de ver, tanto a Jesús como a María, con los ojos de los judíos de la Antigüedad.

Eso es lo que haremos en este libro; vamos a volver atrás para explorar las raíces judías de las creencias católicas sobre María y, para conseguirlo, primero prestaremos una atención detallada tanto a las Escrituras judías como a sus tradiciones. El Antiguo Testamento será, por encima de todo, la fuente primordial para comprender lo que dice el Nuevo, pero también citaré escritos ajenos a la Biblia que recogen tradiciones judías de los tiempos de María y de Jesús. Por ejemplo, los manuscritos del mar Muerto, las obras de Josefo y de Filón de Alejandría, los pseudoepígrafos judíos, los antiguos tárgum arameos y la literatura primitiva de los rabinos (la lista íntegra de las fuentes judías, además de la Biblia, puede consultarse en el apéndice). En realidad, uno de los aspectos más singulares de este libro es que en él se estudian tradiciones clásicas judías sobre la madre del Mesías que no aparecen en la mayoría de las obras sobre Jesús o sobre la Virgen.

Sin duda, cuando se habla de la madre de Jesús es mucho lo que hay en juego. Para los cristianos, la Virgen es una línea divisoria, y lo que implica es importante. Si los protestantes están en lo cierto, entonces tanto católicos como ortodoxos —más de la mitad de los creyentes cristianos— cometen idolatría de forma habitual. Si católicos y ortodoxos tienen razón sobre María, entonces los protestantes —algo menos de la mitad de los cristianos del mundo— están equivocados acerca de lo que la Biblia al completo revela sobre la madre de Cristo.[12]

Como espero demostrar, lejos de ser «contrarias a la Biblia», las doctrinas católicas sobre la Virgen están firmemente ancladas en la Escritura, siempre y cuando se interprete el Nuevo Testamento a la luz del Antiguo. Si solo nos fijásemos en el Nuevo, nunca lo descubriríamos, pero si comenzamos a mirar a María con los ojos del judaísmo clásico, entonces todo se volverá claridad. Del mismo modo, la práctica católica de venerar a María y de acudir a su intercesión se inscribe hondamente en lo que la Biblia revela acerca del quién de María, y del papel que tiene en el reino de Dios. Dicho de otra forma, en contra de lo que creen algunos, la Iglesia católica no tomó sus enseñanzas del paganismo. Las extrajo del judaísmo.

Así pues, seas un cristiano que se ha preguntado muchas veces qué dice en realidad la Biblia sobre María, un judío o musulmán que tiene curiosidad por saber más acerca de la madre de Jesús, o un agnóstico o ateo interesado en los orígenes judíos del cristianismo —sea cual sea tu educación religiosa o tu cosmovisión—, te invito a que me acompañes en este viaje, y a que intentes ver a la madre de Jesús como lo haría un judío de la Antigüedad. Te prometo que, seas quien seas, aprenderás algo nuevo sobre la mujer más influyente de la historia. Tal vez descubras, incluso, que ella es mucho más que la madre de Jesús, o por qué los primeros cristianos la llamaban «madre de todos los vivientes» (cfr. Génesis 3, 20). Y, sobre todo, confío en que descubras que, cuanto más profundamente entiendes a María, mejor comprendes al mismo Jesucristo.

Pero, para llegar a eso, debemos retroceder hasta el comienzo de la Biblia judía, y a la primera mujer del Antiguo Testamento. Tenemos que empezar por Eva.

2. LA NUEVA EVA

COMO SE HA VISTO EN ELCAPÍTULO anterior, para comprender quién es María hay que empezar por Jesús. En el mismo núcleo de su misión y de su mensaje se encuentra «el evangelio», la «buena noticia» (euangelion en griego) de la salvación (Marcos 1, 14-15).

¿Y qué es, exactamente, el «evangelio»? En mi caso, cuando era pequeño daba por sentado que la «buena noticia» consistía en que Jesús el Salvador había muerto por mis pecados, para que yo pudiese ir al cielo al morir. En otras palabras, la mala noticia sería que yo era un pecador, y la buena que Jesús me ofrecía su perdón. Desde luego, según el Nuevo Testamento, el perdón de los pecados es parte esencial del mensaje de Jesús. Como les dijo a sus discípulos durante la Última Cena, «esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados» (Mateo 26, 28).

Sin embargo, al ir creciendo y estudiando más el Nuevo Testamento, me fui dando cuenta de que la «buena noticia» de la salvación significaba mucho más que el perdón de mis pecados personales. Tiene que ver con el perdón del primer pecado, el de Adán y Eva, por el que entraron al mundo el sufrimiento y la muerte. Según el Nuevo Testamento, Jesús es el nuevo Adán, cuya obediencia deshace la desobediencia del primero,[13]y no hay pasaje en el que esto se exprese con mayor claridad que en los escritos de san Pablo, quien dice sobre Adán y Jesús:

Así pues, como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo procura toda la justificación que da la vida. En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos (Romanos 5, 18-19).

En efecto, así es como dice la Escritura: Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu que da vida… El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo, viene del cielo (1 Corintios 15, 45; 47).

Una vez que se ve a Jesús como lo hacía Pablo —como el «último Adán»—, entonces cambia la forma de pensar acerca de la «buena nueva» de la salvación. Si Jesús es el nuevo Adán, entonces la salvación no solo se refiere a la de los pecadores del fuego del infierno; también deshace las consecuencias de la caída de Adán y Eva. Tiene que ver con la restauración de la «rectitud» con la que fue creado Adán, y que perdió por su desobediencia (Romanos 5, 17), y con el poder de la gracia de Dios para «hacer justos» a los seres humanos (Romanos 5, 19).[14]

¿Y esto qué tiene que ver con María? La respuesta es simple: si Jesús es el nuevo Adán, ¿quién es entonces la nueva Eva? Según el Génesis, Adán no fue el único ser humano al que Dios creó y colocó en el jardín del Edén. Tampoco fue él solo quien trajo el pecado y la muerte al mundo; como compañera de Adán, Eva cumple un papel esencial para que se produzca la caída de la humanidad.

En este capítulo comenzaremos con el estudio de las raíces judías de la Virgen viendo cómo describe el Nuevo Testamento a María, la nueva Eva. Una vez contemplada bajo esta luz, empezaremos a entender por qué los primeros cristianos no creían que María fuese una mujer más. En concreto, podremos comprender por qué algunos de ellos estaban convencidos de que la Virgen, aun siendo plenamente humana, no tuvo pecado. Para llegar hasta ahí debemos acudir al inicio, y observar con más detenimiento a la primera Eva.

LA MUJER EN EL EDÉN

Podría escribirse fácilmente un libro entero que hablase solo de la primera mujer de la Biblia[15], pero para lo que nos atañe señalaré cuatro aspectos clave de la figura de Eva en las Escrituras y las antiguas tradiciones judías.

Adán y Eva fueron creados «muy buenos»

En primer lugar, y según la Biblia judía, Dios creó al primer hombre y a la primera mujer en un estado de bondad moral y de inmortalidad. Veamos las dos narraciones de la creación en el Génesis:

Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo Dios: «Sed fecundos y multiplicaos...». Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien (Génesis 1, 27-28; 31).

Tomó, pues, Yahvé Dios al hombre y le dejó en al jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase. Y Dios impuso al hombre este mandamiento: «De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio»… Entonces Yahvé Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la costilla que Yahvé Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces este exclamó: «Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada» (Génesis 2, 15-18; 21-23).

Observemos que Dios no solo creo a Adán y Eva a su «imagen y semejanza», sino que también los creó «muy bien» (tōv meōd en hebreo) (Génesis 1, 31). Como señala un reconocido estudioso del Antiguo Testamento, esta expresión hebrea significa que el hombre y la mujer fueron creados «justos» o «moralmente buenos».[16]En otras palabras: sin pecado. Vemos también que se les concedió el don de la inmortalidad; cuando Dios dice que «pueden comer» libremente de cualquier árbol del Jardín, eso incluye el fruto del «árbol de la vida», del que, si comen, «vivirán para siempre» (Génesis 2, 16; 9; 22).[17]Por último, hay que darse cuenta de que, antes de la Caída, nunca se llama «Eva» a la mujer, sino «mujer», simplemente. Como dice Adán, «será llamada mujer (en hebreo, ’ishshah), porque del varón (’ish) ha sido tomada» (Génesis 2, 23). Si seguimos leyendo el Génesis, veremos que Adán no le da el nombre de Eva hasta que cometen el primer pecado (Génesis 3, 20).

Adán y Eva caen juntos

En segundo lugar, según el Génesis, Eva invita a Adán a comer del fruto prohibido, y a este primer pecado se le suele llamar «la Caída», aunque la Biblia no emplee esta expresión. Es una historia bien conocida, pero vamos a leerla de nuevo prestando atención a lo que dice (y a lo que no dice):

La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que Yahvé Dios había hecho. Y dijo a la mujer: «¿Cómo es que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los árboles del jardín?». Respondió la mujer a la serpiente: «Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Mas del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte». Replicó la serpiente a la mujer: «De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal». Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que estaba junto a ella, y él también comió (Génesis 3, 1-6).[18]

En contra de lo que sugieren algunas representaciones artísticas, Eva no estaba sola cuando cometió el primer pecado. El Génesis deja patente que, una vez mordido el fruto, le da parte a Adán, «que estaba junto a ella (‘imah)» (Génesis 3, 6).[19]Dicho de otro modo, Adán y Eva cayeron juntos. Eva coopera con Adán, y Adán coopera con Eva, y ninguno de ellos actúa en solitario.

Esto, desde luego, explica por qué tanto Adán como Eva sufrieron las consecuencias del pecado. A la mujer, Dios le dice: «Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos» (Génesis 3, 16), y al hombre le dice: «Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás» (Génesis 3, 19). Este versículo se hace eco de la advertencia anterior de Dios sobre lo que le ocurriría al hombre si comía del árbol prohibido: «Si comes de él, morirás sin remedio» (Génesis 2, 16). Y, en efecto, por sus actos fueron expulsados del jardín del Edén, y nunca más pudieron comer «del árbol de la vida, y vivir para siempre» (Génesis 2, 22). Por su primera desobediencia a Dios, Adán y Eva perdieron el don de la bondad y la inmortalidad originales con el que habían sido creados, y atrajeron sobre sí los sufrimientos del esfuerzo infructuoso, del parto con dolor y, en definitiva, de la misma muerte.[20]

La batalla entre la «serpiente» y la «mujer»

En tercer lugar, el pecado del hombre y la mujer no solo les afectó a ellos; también la serpiente, verdadera culpable, fue castigada, y parte de esa pena quedó fijada con un oráculo críptico acerca de una batalla futura entre su descendencia y la de la mujer:

Entonces Yahvé Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre caminarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar» (Génesis 3, 14-15).[21]

¿Cómo interpretar este oráculo misterioso? Por una parte, son muchos los comentaristas modernos que lo consideran una mera fábula sobre el origen de esa relación incómoda entre el ser humano y las serpientes. Por otra, como veremos enseguida, los antiguos judíos lo leyeron como una referencia a la batalla espiritual entre la humanidad y el demonio y sus ángeles. A favor de esta interpretación espiritual se debe subrayar que, en el siguiente capítulo del Génesis, se describe el «pecado» como a una bestia «acechando» para abatirse sobre Caín, descendencia de Eva, a la que, sin embargo, esta «dominará» (Génesis 4, 1; 7).[22]

Lo que nos interesa aquí con respecto al oráculo es la descripción que hace del conflicto futuro entre la serpiente y la mujer. Cuando Dios afirma que pondrá «enemistad» u «hostilidad» entre ambas, la palabra hebrea alude a un conflicto mortal entre individuos (Números 35, 21-22) o a la guerra entre pueblos (vid. Ezequiel 25, 15; 35, 5). Esta guerra entre la serpiente y la mujer no cesará, y el «linaje» o la «descendencia» (zera‘ en hebreo) de ambas continuará la batalla. En otras palabras, ese combate implica a cuatro actores:

Batalla en Génesis 3, 15

1. La serpiente

contra

2. La mujer

3. La descendencia de la serpiente (acechará su calcañar)

contra

4. La descendencia de la mujer (le pisará la cabeza)

Como sabe todo el que haya matado a una serpiente, la mejor forma de hacerlo es aplastarle la cabeza pero, al mismo tiempo, si se intenta hacer así se corre el gran riesgo de que nos muerda en el talón. En el augurio de Génesis 3, 15, lo misterioso de esa batalla es que, en apariencia, ambas acaban perdiendo: el linaje de la serpiente «morderá» (suph en hebreo) el talón, y la de la mujer «pisará» (suph en hebreo) la cabeza de la serpiente.

Eva en la antigua tradición judía

Finalmente, antes de leer el Nuevo Testamento, debemos dedicar un tiempo a analizar lo que dicen sobre Eva las escrituras judías fuera de la Biblia. Aunque no se consideren inspiradas, tienen valor como pruebas históricas de las creencias de muchos de los judíos que vivieron en la época de Jesús y de María. Algunos aspectos de estas tradiciones destacan por encima del resto.[23]

Por una parte, aunque el propio libro del Génesis solo se refiere a la «serpiente» (Génesis 3, 1), escritos judíos posteriores especifican que quien tentó a Eva fue en realidad Satán.[24] Por ejemplo, el libro de la Sabiduría afirma que «por envidia del diablo (diabolos en griego) entró la muerte en el mundo» (Sabiduría 2, 24). Igualmente, otra interpretación judía del siglo I sostiene que «el diablo» habló a Eva «por boca de la serpiente» (Vida de Adán y Eva, 17, 4).[25]

Hay también fuentes judías clásicas que afirman que los efectos del pecado de los primeros padres —la caída y la muerte— se trasmiten a todos sus descendientes.[26] Veamos algunos ejemplos, todos ellos tomados de libros judíos que circulaban durante el siglo I:

Porque el pecado comenzó con una mujer, y por ella moriremos todos. (Sirácida 25, 24).

[Dijo Dios:] «Ese hombre transgredió mis mandatos y fue persuadido por su esposa, y ella fue engañada por la serpiente. Y entonces se ordenó la muerte para las generaciones de los hombres» (Pseudo Filón, Antigüedades bíblicas, 13, 8-9).[27]

¡Qué has hecho, oh Adán! Porque tú pecaste, pero la caída no fue solo tuya, sino también nuestra, de tus descendientes! (4 Ezra 7, 118)[28]