En el calor de tus brazos - Lori Foster - E-Book

En el calor de tus brazos E-Book

Lori Foster

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Beschreibung

Un prometedor luchador de artes marciales mixtas quería algo más que una noche con una mujer que huía de su pasado. Al luchador Denver Lewis no se le daban bien las relaciones. Por eso esquivaba a Cherry Peyton, pero al final no pudo resistirse más a las exuberantes curvas de ella. Su encuentro sobrepasó todas sus fantasías y le provocó impulsos protectores que Cherry iba a necesitar más de lo que imaginaba… La combinación de fuerza muscular y ternura inesperada que se daba en Denver volvía loca a Cherry. Sin embargo, en cuanto ella consiguió lo que anhelaba, reaparecieron en su vida antiguos problemas. Y esa vez Cherry no podía esconderse tras una fachada de despreocupación. Porque el hombre que tenía al lado estaba dispuesto a luchar como un demonio por protegerla… solo con que ella confiara en él lo bastante para permitírselo. "Lori Foster teje una alta tensión sexual a la vez que desarrolla una historia de suspense". Romantic Times "Emotiva, fascinante y muy sensual". Lora Leigh, autora best seller de The New York Times "Lori Foster es un referente de la novela romántica sexy y provocadora". Jayne Ann Krentz, autora best seller de The New York Times "Foster tiene una gran habilidad para plasmar las emociones masculinas en escenas de alto contenido sexual a la vez que manifi esta un contundente punto de vista femenino". Publishers Weekly

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Lori Foster

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

En el calor de tus brazos, n.º 256 - octubre 2019

Título original: Holding Strong

Publicada originalmente por HQN™ Books

Traducido por Ángeles Aragón López

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, TOP NOVEL y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-316-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Le quemaba verla reír y coquetear de aquel modo. Le encantaba cuando reía y coqueteaba con él, pero no le gustaba cuando lo hacía con otros.

Y allí estaba el problema.

La deseaba de un modo casi salvaje. Cuando la miraba, cuando oía su risa desenfadada, se sentía a punto de perder el control.

Denver Lewis tomó un sorbo de cerveza reflexionando sobre decisiones y posibles errores. Debería dejar de mirarla, pero sabía que no lo haría. Toda ella era tetas, culo y temperamento en un envase pequeño, ¡y cómo lo excitaba!

Desde que había decidido que no le convenía tener nada con ella, la había esquivado, negándose a dejarse atraer por sus sonrisas tentadoras, y no le había hecho ningún caso, así que no tenía derecho a juzgarla por buscar diversión en otra parte.

Pero saber eso y reconocer que era cierto no arreglaba en absoluto su problema. En todo caso, solo lo acentuaba.

Ella estaba fantástica.

Las luces cambiantes de la discoteca jugaban con su cabello rubio y con las curvas de su cuerpo exuberante. Su colega Stack, otro luchador, la invitó a un baile rápido. Ella no se negó. Nunca se negaba.

Cherry Peyton era siempre el alma de la fiesta.

La música alta competía con el tamborileo furioso del corazón de Denver, quien seguía todos los movimientos de ella. El ritmo salvaje de la música evitaba que el cuerpo de ella tocara el de Stack. Bailaban uno alrededor del otro y mezclados con todos los demás que había en la pista.

Todos los hombres presentes se fijaban en ella. Se quedaban mirándola al verla. Su alegría, su risa y aquel cuerpo juntos producían un impacto fuerte en la libido masculina.

Denver observó más de una hora cómo llamaba la atención e inspiraba sonrisas y sin duda también pensamientos sexuales. No hacía caso de otras mujeres que intentaban hablar con él, que se acercaban a insinuarse, a veces con modestia y a veces con lascivia.

Sí, quería echar un polvo.

Pero deseaba a Cherry y a nadie más.

Le fastidiaba no poder sacársela de la cabeza. Debería haberse acostado con ella antes de decidir que aquello sería solo una relación de conocidos. Quizá eso le habría dado algo de perspectiva a la hora de verla con otros hombres.

O quizá no, porque, a los pocos días de conocerla, había sabido ya que no solo quería sexo con ella. Había empezado a considerarla suya, aunque ni siquiera la había besado aún.

Desgraciadamente, sus tendencias posesivas chocaban frontalmente con la personalidad juguetona y fiestera de ella.

Cuando la vio aceptar su tercera copa de vino, terminó la cerveza y decidió que ya era suficiente.

Al menos en lo referente al alcohol.

La observó disfrutar de bailes con varios chicos distintos, lo cual le hacía hervir de rabia, a pesar de que todos eran de su grupo, luchadores a los que tanto ella como él conocían bien y que eran amigos. Todos habían ido en masa a animar a uno de ellos. Eran luchadores del mismo centro, que entrenaban y peleaban juntos. Hombres a los que conocía desde hacía tiempo.

Hombres que habían acogido a Cherry como amiga cuando ella había empezado a compartir piso con Merissa, hermana de otro de los luchadores.

Cherry estaba bien incrustada en su vida, tenían amigos en común, eran parte del mismo grupo y, si Denver no estuviera empeñado en reprimirse como un estúpido masoquista, estaría en ese momento en la pista con ellos. Y ella reiría y bromearía con él. Bailaría con él.

Lo trataría como a todos los demás.

Que fuera tan bien aceptada en su círculo hacía que resultara aún más imposible dejar de pensar en ella, porque dondequiera que iba se la encontraba.

Por fin, después de un baile intenso que la hizo reír con fuerza, Cherry empezó a dar muestras de cansancio y se sentó en una mesa con tres luchadores más y algunas otras mujeres.

En ningún momento dirigió la mirada hacia donde estaba él, casi como si supiera dónde se encontraba y evitara mirar.

A Denver aquello le parecía bien. Básicamente.

«¡Maldita sea!», pensó.

No fue fácil, pero se obligó a apartar la vista.

Esa noche había sido memorable. Habían ido todos temprano al lugar de la lucha, unos para comer algo antes del combate y otros para asegurarse los mejores asientos. Todos habían disfrutado viendo pelear a Armie Jacobson.

Lo habrían disfrutado aún más si este hubiera aceptado las ofertas de la SBC, la organización de lucha profesional de élite, pero, por razones que solo él sabía, las esquivaba e insistía en seguir con clubs más pequeños. Y no era por falta de talento.

Cannon Colter era una estrella de la SBC, y tanto Stack como él habían firmado hacía poco con ellos. Como todos peleaban con Armie, sabían de primera mano que era rápido y engañosamente fuerte, hábil de un modo que traslucía un talento innato, algo que no se podía enseñar ni aprender, sino que le salía natural a alguien que nacía atleta. Armie sabía lo que se hacía.

Si aceptaba un contrato con la SBC, lo haría bien. Denver estaba seguro de que también destacaría allí.

Pero Armie lo rechazaba continuamente.

Y hablando del rey de Roma…

Cuando Denver vio que Armie se acercaba, puso los codos en la barra, contento de tener por fin una distracción.

—¿Cómo te encuentras?

—¿Por qué lo dices? —preguntó Armie. Hizo una seña al barman y le pidió un whisky.

La competición había sido al estilo torneo, es decir, los competidores tenían que ganar para seguir avanzando y tenían que luchar en distintas ocasiones. Ese estilo ya no era algo común y la SBC no funcionaba así. Pero los eventos más pequeños hacían lo que podían para que se lucieran los luchadores e incrementar la emoción.

Armie había noqueado a su primer contrincante y sometido a los dos siguientes, las tres veces en el primer asalto. En la segunda pelea había hecho una palanca de brazo tan fuerte, que el otro luchador se había rendido para no arriesgarse a una lesión. En la tercera, había sometido al contrincante con una estrangulación desnuda. Las tres veces había dado la impresión de que no hacía esfuerzos. Había salido de las peleas con solo una pequeña contusión en un pómulo y un roce con el tatami en un codo. Nada más. Ninguna otra lesión. Apenas había sudado. Armie destrozaba a otros combatientes con una facilidad asquerosa.

Después del evento, la mayoría de los competidores y muchos fans se habían congregado en la discoteca más próxima, en una fiesta preparada por los patrocinadores. Armie, uno de los favoritos de la organización local, era el centro de la fiesta.

—Has destrozado al último. Estaba casi noqueado cuando optaste por la palanca de brazo.

Armie se bebió de un trago el chupito de whisky y pidió otro.

—Sí, supongo que es nuevo o algo así.

Denver sabía que la victoria se debía más bien a que Armie era bueno, pero también sabía que su amigo no lo admitiría. Por alguna razón, rechazaba todas las oportunidades de avanzar en su carrera como luchador. Debido a eso, Denver se sintió obligado a advertirle:

—Dean Connor estaba entre el público, buscando talentos nuevos.

Armie se quedó parado un segundo, pero reaccionó casi enseguida.

—¿Caos estaba allí? —preguntó.

—Claro que sí.

Dean Connor, conocido como «Caos», era una leyenda en el deporte de las artes marciales mixtas y uno de los luchadores más reverenciados de la historia. Tiempo atrás había pasado de competir a entrenar y en ese momento dirigía, junto a Simon Evans, otro veterano famoso, uno de los gimnasios más solicitados, el mismo en el que entrenaba a menudo Cannon, amigo de Armie y Denver.

Y Cannon competiría pronto por el título de campeón de los pesos semipesados, así que era obvio que sabían lo que hacían.

Simon y Dean eran amigos del presidente de la SBC y a menudo le recomendaban luchadores nuevos.

Armie enarcó las cejas y soltó un resoplido.

—Este evento no ha sido precisamente de alto nivel. ¿Por qué pierde Caos el tiempo en competiciones de bajo nivel?

—Por ti —repuso Denver.

—Pamplinas.

—Ha tomado muchas notas cuando te observaba y, en cuanto has terminado de luchar, ha llamado por teléfono.

Armie flexionó un hombro.

—Seguramente habrá venido para ver a Cannon.

—Ha hablado con Cannon. Y también con Merissa.

Armie casi se cayó del taburete.

—¿Qué? —se esforzó por calmarse—. ¿Por qué demonios ha hablado con Rissy?

—Ella te estaba animando como una loca y supongo que eso le ha llamado la atención —Denver se encogió de hombros. La hermana de Cannon lo acompañaba a menudo a las peleas. Aquello no tenía nada de particular—. Y teniendo en cuenta que iba con Cannon…

—Sí, claro —Armie terminó su segundo chupito de whisky y pidió un tercero.

«Interesante», pensó Denver.

—Caos sigue aquí —dijo—, pero Cannon se ha ido ya con Yvette y Merissa.

Como todavía no estaba convencido de irse de allí, pidió un vaso de agua con limón. Faltaban dos meses y medio para su segunda pelea con la SBC y había empezado ya a vigilar la dieta, aunque nunca se alejaba mucho del peso y podía perder cinco o incluso diez kilos con cierta facilidad. Pero le gustaba mantenerse sano. Lo consideraba parte de las exigencias de su trabajo.

—Sabía que Cannon iba a venir. Habíamos hablado antes —dijo Armie.

—¿Y no te dijo nada de Caos?

—No, y me va a oír por eso —Armie se relajó lo suficiente para conseguir sonreír—. Antes Cannon habría cerrado la discoteca conmigo, pero desde que está con Yvette, siempre tiene prisa por quedarse a solas con ella. Esos dos están deseando que llegue la boda.

—Unas semanas después de su próximo combate —repuso Denver.

Si dependiera de Yvette, se habrían casado ya, porque a ella le daba igual no tener una boda elegante.

Pero Cannon los consideraba a todos ellos como familia y sabía que querrían celebrarlo con él, así que habían organizado la boda teniendo en cuenta las agendas de competiciones de todos, y en particular la suya propia.

—¿Estás deseando ser padrino? —preguntó Denver.

Armie hizo una mueca.

—Todos esperáis que salga corriendo al ver un esmoquin, pero, qué narices, tú también irás vestido de mono.

Denver observó a su amigo para ver su reacción y dijo:

—Sobre todo, espero que salgas corriendo al pensar en estar en la boda con Merissa.

Armie miró en dirección a la pista y entrecerró los ojos.

—¿Quién es ese tío que está ligando con Cherry? —preguntó.

Denver se giró, olvidando ya meterse con su amigo. Seguramente había sido esa la intención de Armie, pero no había mentido. Cherry rehusaba riendo la propuesta de un tipo, empeñado en sacarla a bailar. Sonaba música lenta y Denver respiró aliviado cuando ella no cedió.

Verla abrazada a otro hombre, uno al que no conocía, lo habría vuelto loco.

Stack estaba sentado junto a Cherry, mirando también al idiota que se negaba a aceptar una negativa.

Al otro lado de ella se encontraba Miles, quien también empezaba a fruncir el ceño.

De pronto, Cherry echó atrás su silla y Denver sintió una presión fea en el pecho… hasta que vio que ella agarraba su bolso y escapaba en dirección a los servicios.

Cuando el idiota empezó a seguirla, Miles le bloqueó el paso y Stack le dijo algo al oído. Fuera lo que fuera, el pretendiente frunció el ceño y miró hacia la barra.

Cuando sus ojos se encontraron con los de Denver, desistió por fin y se alejó en dirección contraria a la que había ido Cherry.

Stack y Miles sonrieron, le hicieron un gesto de saludo a Denver y volvieron a la mesa con las otras mujeres.

Denver estaba pensando en lo que habría dicho Stack cuando Armie le dio un empujón y estuvo a punto de caerse del taburete. Se enderezó.

—¿Qué coño…? —murmuró. Y empujó a su vez a Armie, pero, como este no estaba soñando despierto, apenas se movió.

Movió la cabeza y soltó una risita.

—¡Maldita sea, tío! Contrólate o síguela.

—No es necesario. Stack se ha librado de él.

—Sí —contestó Armie con tono burlón—. Ya se ha ocupado Stack.

¿Aquello era sarcasmo?

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Denver.

—Los dos sabemos que lo que ha hecho Stack ha sido amenazar a ese pobre tonto contigo.

—¿Conmigo?

—Sí, Depredador, contigo —Armie enfatizó el nombre de luchador de Denver y tomó un sorbo de su tercer chupito—. Tienes una mirada letal y lo sabes. Ese pobre diablo probablemente habrá sentido tu intención diabólica hasta en las pelotas.

—Eres un… —empezó a decir Denver. Pero en ese momento divisó a Caos observando a la multitud antes de que un grupo de fans se parara ante él—. ¿Crees que te busca a ti?

Armie se hundió un poco en el taburete.

—No.

—No tienes arreglo.

—¿Sabes lo que no tiene arreglo? Tu autoengaño en lo que se refiere a Cherry Peyton. Admítelo de una vez.

Denver lo miró de hito en hito. ¿Por qué demonios quería meterse todo el mundo en sus asuntos privados?

—¿Por qué no hablas de una vez con la SBC? Quizá…

—¿Por qué no hablas tú con Cherry? —Armie terminó el chupito y pidió otro—. Mejor aún, no hables. Llévatela directamente a la cama y elimina un poco de tensión.

Armie peleaba fuerte, jugaba fuerte, pero normalmente no bebía fuerte. Denver lo miró.

—Aquí no se trata de Cherry y de mí —dijo.

—Se trata de que tú intentas evitar hablar de Cherry y de ti —Armie tomó un puñado de cacahuetes pelados mientras esperaba el próximo whisky.

—¿Le vas a dar la vuelta a todo lo que diga? —preguntó Denver, disgustado.

—¿Sabes a lo que me gustaría darle la vuelta? —Armie señaló a alguien—. A ella.

Denver alzó la vista y vio a una pelirroja pechugona que avanzaba hacia ellos con los labios apretados y expresión coqueta.

Definitivamente, buscaba sexo.

—Parece madura para montarla al estilo perrito, ¿no te parece?

En ocasiones, el modo de hablar descarado de Armie bordeaba lo repulsivo. En realidad, muchas veces. Pero, en aquel caso concreto, teniendo en cuenta las caderas de esa chica, Denver captó lo que quería decir e incluso sonrió en concordancia con él.

La chica captó sus sonrisas y entrecerró los ojos.

Por suerte, miraba a Armie.

—¿La conoces? —preguntó Denver.

—No. Pero dame un minuto.

La pelirroja se detuvo delante de él y le puso un dedo en el pecho.

—Tú eres Armie Jacobson.

—Culpable.

—¿Y los rumores son ciertos?

—Claro que sí.

Denver reprimió una carcajada. Armie ni siquiera le había preguntado a qué rumores se refería, pero, tratándose de él, era posible cualquier cosa.

La chica le puso las manos en los muslos y se inclinó, mostrando el escote.

—Te he visto pelear.

—¿Sí?

—Eres una bestia. Eso me parece sexy —terminó ella, con un pequeño escalofrío.

Armie sonrió.

Denver enarcó una ceja. Se sentía como un voyeur, pero no estaba dispuesto a irse. Aquello era muy entretenido.

—Y bien… —ella fingió modestia y bajó la cara, aunque sin dejar de observarlo—. ¿Es una travesura por mi parte acercarme así?

Armie la miró a los ojos.

—Sí, eres muy traviesa. ¿Y sabes lo que hago yo con las chicas traviesas?

—¿Las… las castigas?

Denver casi estuvo a punto de atragantarse de risa, pero Armie no se inmutó.

—Así es —dijo. Su sonrisa tenía embelesada a la mujer. Y más cuando añadió—: Aunque sean muy, muy buenas.

Ella respiró fuerte y se enderezó. Prácticamente vibraba de excitación.

—¿Tienes una habitación cerca de aquí, cariño?

—Justo enfrente —susurró ella sin aliento, sonrojada y con una mano en el pecho.

Armie la miró a los ojos con firmeza.

—Pues vámonos allí —terminó el chupito y dejó el vaso en la barra—. Paga la cuenta, ¿quieres? —dijo a Denver. Dio un azote a la chica en el trasero y echó a andar hacia la salida.

Denver movió la cabeza y se giró hacia la barra… y estuvo a punto de chocar con Cherry Peyton. A esas horas y después de tanto baile, ella tenía el pelo rubio algo alborotado, el maquillaje un poco corrido y la piel sonrojada y sudorosa.

La camiseta con cuello en V se pegaba a sus pechos y unos vaqueros ceñidos le abrazaban el trasero.

Tan sexy estaba, que él se puso rígido y su pene se movió.

—¿Armie hablaba en serio? —preguntó ella con ojos muy abiertos y sin aliento.

—¿Sobre qué? —pregunto Denver en broma, aunque sabía muy bien a lo que se refería. También sabía que no debería hablar con ella más de lo necesario, pero su convicción en ese terreno empezaba a debilitarse.

Cherry miró a su alrededor para asegurarse de que no los oían.

—¿Azotes? —murmuró.

¡Maldición! ¡Qué bien olía!

—Lo dudo —él se apartó un poco para no seguir respirando su olor—. Armie quiere sexo como sea, pero no creo que le encante el sadomaso en particular.

—Pues es muy descarado con eso —contestó ella, escandalizada.

Era verdad, pero su interés por Armie irritaba a Denver. De hecho, su interés por todos los hombres era la razón principal por la que se esforzaba tanto por evitarla.

Porque, desde luego, él no compartía.

Cherry Peyton era la mujer más atrayente que había conocido jamás. Sexy, cariñosa, divertida… Pero también era una coqueta de primera, y eso lo exasperaba.

—¿Por qué te interesa? —preguntó. Se echó un poco a un lado para admirar el trasero en forma de corazón de ella—. ¿Te gusta la idea de que te calienten el culo?

En lugar de avergonzarse, la pregunta la hizo sonreír de un modo que lo excitó.

—No, así que no te hagas ilusiones —repuso.

Demasiado tarde. Denver se había hecho ilusiones desde que la había conocido.

Cherry puso una mano en el taburete contiguo al de él y preguntó:

—¿Te importa que me siente?

Sí le importaba. Para él habría sido más fácil si ella mantenía la distancia. Hasta el momento, no lo había hecho. Coqueteaba y jugaba con él constantemente… igual que con cualquier otro hombre que tuviera cerca. Esa noche no lo había hecho y Denver había pensado que a lo mejor se había rendido por fin, pero cuando había terminado de bailar con todos los demás…

Tardó tanto en contestar, que ella retrocedió.

—A menos que prefieras que no —lo miró con sus grandes ojos oscuros, que parecían dolidos, y respiró hondo—. Seguro que quieres ligar, ¿verdad? Stack y Miles ya se han enrollado y no quería estorbar.

¿O sea que solo se había acercado a él para darles espacio?

—Me parece que tampoco debo estorbarte a ti —dijo ella al ver que Denver seguía sin contestar.

Sí, ese había sido el plan de él al empezar la velada. Una aventura de una noche con una mujer sin nombre a la que no volvería a ver. Aliviar tensiones, aclarar su mente y luego alejarse.

Pero ese plan se había ido a la mierda.

Sabía desde el principio que Cherry iría a esa pelea. Apoyaba a Armie tanto como todos los demás del grupo. En el lugar de la pelea, con todos los asientos ocupados, apenas la había visto. Allí, en la discoteca, no podía apartar la vista de ella.

Y de nuevo dudó demasiado tiempo y ella hizo una mueca y asintió.

—Entendido —se colocó el pelo detrás de la oreja con dedos temblorosos—. Siento haberme entrometido, no volverá a ocurrir —se volvió con las mejillas sonrojadas y los ojos vidriosos.

—¡Eh! —dijo Denver, antes de que ella pudiera dar un paso. Señaló el taburete—. Siéntate.

Teniendo en cuenta el tiempo que le había llevado invitarla, ella debería haberse sentido insultada y él casi esperaba que lo mandara a la porra.

No fue así. Lo miró unos segundos y se sentó a su lado.

Denver la deseaba tanto, que no le resultaba fácil hablar de trivialidades con ella. Tuvo que concentrarse para preguntar:

—¿Quieres beber algo?

Cherry negó con la cabeza, haciendo bailar sus rizos suaves sobre los hombros.

—Es mejor que no —arrugó la nariz, sin mirarlo—. Tres vinos son mi límite.

¿Estaba bebida? En ese caso, no podía dejarla sola, ¿verdad? Miró hacia atrás y comprobó que, como había dicho ella, Stack tenía a una chica en el regazo y Miles se besaba con otra.

Peor aún, el hombre que antes había intentado ligar con ella la miraba todavía desde el otro lado de la sala. Denver lo miró amenazador hasta que logró que apartara la vista.

—¿Tú te quedas también en el hotel de enfrente? —preguntó Cherry.

Denver la miró. Tenía el codo apoyado en la barra y la barbilla en la mano. Parecía cansada.

La maldita música sonaba tan alta, que él sentía el ritmo en el pecho.

O quizá lo que provocaba el golpeteo fuerte de su corazón era estar sentado tan cerca de Cherry.

¿Por qué le preguntaba en qué hotel estaba? Le miró los labios y contestó:

—Sí.

—Yo también.

¡Maldición! Él no quería saber eso.

Cherry sopló para apartarse un rizo de la cara.

—Me alegro de haber decidido quedarme y no volver conduciendo esta noche —respiró hondo y cerró los ojos—. Estoy agotada.

Volver conduciendo a Warfield, Ohio, habría significado pasar dos horas en el coche, y ya era la una de la mañana. La fiesta posterior a los combates estaba en pleno apogeo, aunque Armie, que habría tenido que ser el centro de atención, se hubiera largado ya con una piba.

Denver no sabía si había salido disparado porque le interesaba la pelirroja o por huir de una posible propuesta de la SBC.

Vio que Cherry se frotaba las sienes y preguntó:

—¿Te duele la cabeza?

—La música está muy alta.

¿Eso era una indirecta para que se fueran? Tenerla tan cerca resultaba muy tentador.

—Quizá tengas hambre. ¿Quieres que te pida…?

—No —ella negó con la cabeza—. No quiero ni pensar en comida —se llevó una mano al estómago—. Empiezo a tener náuseas.

Denver frunció el ceño. Le echó el pelo hacia atrás y le tocó la frente. ¡Maldición!

—Estás caliente.

Cherry se quedó inmóvil, pero la subida y bajada de sus pechos evidenciaba que respiraba hondo.

¿Por un simple contacto? ¿Cómo iba a resistir él aquello? Apartó la mano con lentitud y ella se relajó.

—Gracias. Supongo que será de tanto bailar. Hay mucho ruido, hace mucho calor y… Creo que será mejor que me vaya a la cama.

Denver la observó bajarse del taburete sin hacer comentarios ni ofrecerse a acompañarla. Sin hacer ni decir nada.

Cherry dudó un momento, dándole tiempo, y él vio el segundo exacto en el que ella ya desistió, y probablemente no solo por esa noche.

Tal vez para siempre.

Y, aunque seguramente sería lo mejor, eso le preocupó.

—Buenas noches, Denver —dijo ella con un suspiro suave.

Él se sintió como un capullo. Peor, se sintió como un cobarde.

—Cherry… —extendió el brazo y le tomó la muñeca.

Ella se volvió y lo miró a los ojos.

—No te vayas —dijo él.

La risa breve y sin pizca de humor de ella le llegó al alma.

—¿Por qué?

Aunque no era esa su intención, Denver le pasó el pulgar por los nudillos. ¡Tenía una mano tan pequeña, suave y delicada!

Se dijo que había muchos hombres agresivos por allí, con la adrenalina alta por las peleas, unos de verlas como espectadores y otros de participar en ellas. Y el alcohol debilitaría sus buenos modales.

Sabía que aquello era una excusa, pero resultaba tan buena como cualquier otra.

—Te acompañaré —dijo.

—No es necesario. El hotel está justo enfrente —ella lo miró a los ojos—. A menos que quieras hacerlo.

Sí, quería eso y mucho más. Los dos lo sabían. Lo único que faltaba por saber era si llegarían al final o no.

—Dame un segundo —musitó él.

Pagó sus bebidas y las de Armie, sin dejar de repetirse por qué tenía que portarse bien. «Acompáñala y, cuando esté en su habitación, vete a la tuya».

Pero sí, hasta él sabía que no haría eso.

Cuando se giró, ella le puso una mano en el pecho y él sintió aquel contacto en todo el cuerpo.

—No quiero parecer insistente, pero estoy harta de jugar a las adivinanzas.

¿Eso era lo que pensaba ella?

—De jugar, nada.

Cherry enarcó las cejas con exasperación.

—Tengo que saberlo, Denver. ¿Me vas a dejar en la puerta —lo miró a los ojos— o te vas a quedar un rato?

¿Se refería a quedarse para hacer algo juntos? ¿O solo de visita?

Denver no lo sabía y tenía miedo de equivocarse, pero asumía que era por sexo. Quizá después de estar con ella pudiera acabar con aquella obsesión.

Subió la mano de ella hasta su boca. Si quería dejárselo a él, no tenía ningún problema en tomar la decisión final. La deseaba demasiado para seguir combatiéndolo.

—Me quedaré.

Ella inhaló y sonrió.

—¿En serio?

Parecía genuinamente contenta.

—¿Te gusta la idea?

—No soy yo la que no tiene claras las cosas.

Denver, que sabía que había sido de todo menos decidido, encajó aquello como un golpe.

—¿Tú no has venido aquí con Stack y Miles? —preguntó ella.

—Sí, ¿por qué?

Cherry se lamió el labio inferior y él se vio obligado a reprimir un gemido.

—Porque puede que ellos salgan temprano.

Denver esperó, consciente de que la sangre le latía con fuerza y tenía los músculos tensos.

—Puedes llegar conmigo —dijo ella.

Él no necesitaba que lo alentaran más cuando su cerebro ya solo podía pensar en verla desnuda. Su determinación, ya debilitada, después de una invitación tan explícita, perdió por completo la batalla.

Cherry abrió mucho los ojos, como si le leyera el pensamiento, y se echó a reír.

—Eso ha sonado raro, ¿verdad?

—No —a él le sonaba muy bien.

Ella lo miró de soslayo, sin dejar de sonreír.

—Puedes volver en el coche conmigo mañana —aclaró.

No era natural cómo bromeaba con él, sonreía y mantenía su buen humor por muy mal que él se portara. Denver confió en que no estuviera bebida.

—Buen plan —dijo. Porque una vez que había cedido, sabía que necesitaría toda la noche para quedar satisfecho.

Con ella de la mano, siguió el camino que había tomado antes Armie.

Cuando pasó cerca de Stack y Miles, se detuvo un momento para decir:

—Mañana no me esperéis.

Stack se apartó un poco de la mujer que tenía en las rodillas, los miró a los dos, miró después sus manos unidas y sonrió de un modo que hacía innecesarias las palabras.

Miles dejó de besar a su amiga para chocar la mano con él.

Denver ignoró la mano alzada de su amigo, le mostró el dedo corazón y se alejó.

Los otros se echaron a reír a sus espaldas.

—Eso ha sido embarazoso —musitó Cherry, con una mano en la cara.

—¿Esperabas otra cosa?

Ella bajó la mano y sonrió con tristeza.

—¿Con esos dos? No, la verdad es que no.

Que los conociera tan bien provocó los celos de Denver, pero se negó a mostrar ninguna reacción. Desde el momento en el que sus amigos habían sabido que le interesaba Cherry, esta se había convertido en terreno prohibido para ellos. Sabía que no se enrollarían con ella bajo ningún concepto, a menos que él les diera vía libre.

Y no tenía la menor intención de hacerlo.

Le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí. Le gustaba la sensación de tenerla cerca. Ella lo sorprendió apoyando un segundo la cabeza en su hombro. La miró y vio que parecía feliz.

Ver esa expresión en su cara le provocó, más que ninguna otra cosa, una oleada de lujuria en la sangre y lo convenció de que había tomado la decisión correcta… para los dos.

Pasaron al lado de Gage Ringer y su nueva novia Harper, ambos habituales del centro recreativo. Gage era un luchador y Harper una ayudante. Pero ambos estaban tan absortos el uno en el otro, que no se fijaron ni en Denver ni en Cherry.

Denver la guio entre la multitud, esquivando grupos pequeños y otros más grandes. La música y el clamor de las voces y las risas hacían que les resultara difícil hablar hasta que llegaron por fin a la entrada.

Cuando salieron por la puerta a la noche tranquila, Cherry alzó el rostro e inhaló el aire húmedo.

—¡Oh! Mucho mejor así.

En la distancia, una tormenta enviaba destellos de rayos por el horizonte. Denver olía la lluvia en el aire y sentía cómo se incrementaba su tensión.

Con la brisa jugando con su pelo, Cherry se apoyó cómodamente en él, como si llevaran siglos con aquella intimidad.

No podía saber cómo le afectaba a él tener su cuerpo tan cerca, inhalar el olor cálido de su piel mezclado con la humedad de la noche.

No pudo evitar tocarle la mejilla y echarle el pelo hacia atrás. Ella se volvió hacia su mano, sonriente.

¿Tendría ese mismo aspecto relajado y satisfecho después de un orgasmo?

Alzó las pestañas y lo miró.

—Es una buena sensación, ¿verdad? —preguntó.

¿Le había leído el pensamiento? Denver abrió la mano y pasó los dedos por su pelo sedoso.

—¿Cuál?

—El silencio y el aire fresco.

La buena sensación era la que le producía ella. Pero estaba tan excitado, que todo lo que decía y hacía Cherry le parecía una indirecta sensual.

Nubes espesas cubrían las estrellas y la luna, pero las farolas iluminaban la escena. De vez en cuando pasaba un coche. En la discoteca y en el hotel de enfrente entraba y salía gente.

Cherry, quien al parecer tenía menos prisa que él por llegar a la habitación, se volvió hacia él.

—Yvette y Cannon se han ido justo después de que terminara el combate —comentó.

Denver la abrazó por la cintura y asintió.

—He hablado con él.

Cannon siempre asistía como consejero a los combates de Armie si su calendario de luchas en la SBC se lo permitía. Era un regalo para todos los demás luchadores del evento y contribuía a la emoción de los encuentros.

—Está tan embobado como Gage —dijo Denver.

Cherry sonrió.

—Supongo que ayuda que a ellas les gusten tanto las peleas —comentó.

Las sombras jugaban con su figura, realzando las curvas de sus pechos. Esa parte de su cuerpo atraía los ojos de él cada vez que hacía un movimiento. Estaba deseando tocarla.

Y besarla.

Ella no exhibía exactamente sus curvas, pero era consciente de ellas y del efecto que causaban. La camiseta con el escote en V que llevaba esa noche era una prenda informal, pero el modo en que se ceñía a su cuerpo lo distraía. Notaba que llevaba sujetador, pero debía de ser poca cosa.

Respiró con fuerza cuando vio que la brisa había endurecido sus pezones.

O quizá fuera la mirada de él la que había hecho eso.

Consciente de que ella lo observaba, Denver le preguntó:

—¿Y a ti?

Cherry había asistido a todos los combates locales y, siempre que era posible, viajaba con Merissa, su compañera de piso y hermana de Cannon, para ver competir a este. Incluso había ido con ellos a Japón.

Como educadora infantil de preescolar, tenía los fines de semana libres y a menudo también cambiaba el viernes con otra empleada. Pero Denver sabía que a algunas mujeres les gustaba la atmósfera, la excitación y la interacción con los luchadores más que el deporte en sí.

—¿Y yo qué? —quiso saber ella.

Teniendo en cuenta cómo le miraba el cuerpo Denver, a este no le costó trabajo entender su confusión. Sabía que no podría aguantar mucho más sin tocarla y echó a andar de nuevo.

—¿Te gustan las artes marciales mixtas?

—En su mayor parte —cuando atravesaban el aparcamiento, se cruzaron con un trío de hombres que reían. Cherry se apretó más contra él para dejarlos pasar.

Y a él le gustó la sensación. Con su metro sesenta y ocho, era bastante más pequeña del metro ochenta y cinco de él, pero no muy pequeña.

—No lo entiendo todo —admitió ella—. Pero es emocionante cuando gana alguien que conozco.

El viento, cada vez más fuerte, los golpeaba y arrastraba el pelo de ella hasta la barbilla de él. Denver inhalaba su aroma y se preguntaba si olería así de bien, o incluso mejor, por todo el cuerpo.

—Podría pasar sin la sangre —confesó ella—. Y una vez vi romperse un brazo —hizo una mueca como si sintiera ella el dolor.

Denver, sonriente, se detuvo con ella en la puerta del hotel para dejar salir a un grupo.

—Recuerdo aquella pelea. El idiota tendría que haberse rendido. Esas lesiones no son comunes, pero ocurren de vez en cuando.

—¿Tú has resultado herido alguna vez?

Él se echó a reír.

—Sí, claro, pero no malherido. Mis peores lesiones han sido entrenando, no compitiendo.

—¿Como cuáles?

Denver se encogió de hombros.

—En las articulaciones, principalmente. Una costilla rota. Un dedo de la mano y del pie. Un desgarro en un manguito rotador. Contusiones. Tirones en los músculos isquiotibiales…

—¡Santo cielo! —exclamó ella, sorprendida—. No tenía ni idea.

—Es parte del trabajo. Como ya he dicho, nada serio, y nada demasiado malo en una pelea.

Ella, que seguía frunciendo el ceño con preocupación, le dio un golpe con el hombro.

—¿Porque eres muy bueno?

—Claro —en la vida de un luchador profesional no tenía cabida la modestia—. Pero también estoy entrenado y eso supone una gran diferencia.

Cherry le agarró el brazo.

—Estoy deseando verte luchar.

Denver no sabía cómo irían las cosas con ella y no quería hacer planes de futuro. Quería planes para esa noche y nada más.

—¿Tu dolor de cabeza ha mejorado? —preguntó.

—Umm —contestó ella, sonriente.

Resultaba tan adorable, que para Denver era un reto no besarla. Si hubieran estado solos, no se habría molestado en resistirse. Pero había gente en el vestíbulo del hotel y también fuera de las puertas. Algunos luchadores lo saludaban. Una mujer le pidió hacerse una foto con él. Denver soltó a Cherry el tiempo suficiente para cumplir su deseo.

—Eres muy popular —susurró ella cuando volvió a acercarse.

Solo era popular en ciertos ambientes. Y en aquel momento, habría preferido no serlo.

—Vamos —la tomó de la mano, entró con ella y fue directo a los ascensores. Entraron en uno en el que iba más gente… incluido el hombre que había intentado ligar con ella.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Denver mantuvo la boca cerrada y la mirada vigilante. Cherry devolvió la sonrisa del hombre con un gesto educado de la cabeza y apartó la vista.

—¿Ya te retiras? —preguntó él. Miró a Denver, que le devolvió la mirada.

—Sí —contestó ella con un bostezo—. Estoy agotada.

Demasiado estúpido, o quizá alentado por el valor que da el alcohol, el hombre miró a Denver de nuevo.

—¿Tú también eres luchador?

¿También? ¿Eso significaba que aquel idiota estaba entrenado? Perfecto. Después de como había jadeado antes con Cherry, no le importaría encontrárselo en una competición.

—Así es. ¿Y tú?

—Solo en esta mierda de torneos pequeños.

Denver no contestó a eso. Armie se ganaba muy bien la vida con aquella «mierda de torneos pequeños».

El hombre le tendió la mano.

—Leese Phelps. Tú eres un peso pesado en la SBC, ¿verdad? Denver Lewis.

Este le estrechó brevemente la mano, sin molestarse en explicar que hacía muy poco que había sido reclutado por la SBC.

—¿Nos conocemos? —preguntó.

—No, pero sigo las peleas. Yo soy un peso semipesado, pero estoy pensando en subir un escalón.

Probablemente para eludir a Armie.

—¿Tú luchas en esta arena?

—Sí. Hay que conocer a alguien en la SBC, ¿verdad? Yo estoy atrapado aquí. Pero no he luchado esta noche.

Denver sabía que, si entraba en una jaula con Armie, este lo aniquilaría.

—¿La SBC te deja llevar el pelo tan largo? —preguntó Leese.

Denver enarcó una ceja. Sí, el pelo le llegaba hasta los hombros. Pero ¿a quién le importaba? A él no.

—No le molesta a nadie —contestó.

—¡Ah!

Cuando la gente empezó a salir del ascensor, Denver se permitió acercarse más a Leese. Se disponía a hablar, cuando Cherry se inclinó hacia él.

—Me gusta tu pelo —dijo. Se acercó un paso más y pasó los dedos por él—. Es sexy —dijo con tono juguetón.

Denver la miró con el ceño fruncido. Su intención no era resultar sexy. No se había molestado en cortárselo, pero ¿sexy? Había todavía cinco personas en el ascensor con ellos y sintió que enrojecía hasta las orejas.

Cherry miró a Leese.

—Cuando seas tan buen luchador como Denver, seguro que a nadie le importará lo largo que lleves el pelo.

Leese proyectó la mandíbula hacia fuera lo suficiente para resultar ofensivo.

—Solo has luchado una vez con la SBC, ¿verdad? —dijo.

Denver no tuvo ocasión de contestar. Cherry se le adelantó.

—Y ganó —dijo con énfasis. En ese momento el ascensor se detuvo en su piso y ella tiró de la mano de Denver y partió con un brusco:

—Buenas noches.

El pasillo estaba vacío y, cuando se cerraron las puertas, Denver la atrajo hacia sí y la empujó contra la pared.

—¿A qué ha venido eso?

—¿Qué?

—No necesito que me defiendas con ese tío ni con nadie.

—Solo he dicho la verdad.

—¿Y lo de mi pelo?

—Es sexy —ella volvió a pasar los dedos por él y se estremeció. Se puso seria—. Pero no te defendía.

—¿No?

—Mirabas al pobre Leese como si quisieras matarlo y he pensado que le ibas a atacar, así que… Quería desactivar la situación.

Denver inhaló. Se sentía insultado.

—¿Crees que provocaría una pelea en un ascensor lleno de gente?

—No. Pero no haría falta. Tu destreza está a años luz de la de él y lo sabe. Se sentía intimidado y actuaba como un tonto. No quería que dijeras nada que…

—¿Qué? —preguntó él, más disgustado todavía—. ¿Que hiriera sus sentimientos?

La mirada de Cherry se suavizó y recorrió el cuerpo de él.

—En serio, Denver. ¿De verdad quieres discutir en este momento?

Él observó su rostro.

—No —respondió.

No quería. Y menos con ella mirándolo de aquel modo. Se acercó más y colocó una mano en la pared, al lado del hombro de Cherry.

—Lo que pasa es que no sé si quieres lo mismo que yo.

Sus miradas se encontraron un momento largo. La respiración de ella se hizo más rápida y sus mejillas se sonrojaron.

—¿Me deseas? —preguntó.

Denver asintió y la apretó contra la pared para sentir todo su cuerpo.

—Desde hace mucho.

—Lo has ocultado muy bien.

—Porque soy un actor de primera —él posó los labios en la frente de ella—. Tenemos mucho de lo que hablar, pero preferiría hacerlo después.

—¿Después?

—Después de haberte hecho mía. Quizá varias veces.

Ella bajó la cabeza, de modo que él se quedó mirándole la coronilla. Frotó su nariz contra ella, en la sien y en la oreja.

Cherry se agarró a él.

—Tengo la sensación de que no te caigo bien.

—Me caes bien —contestó él. Era su forma de coquetear lo que no le caía bien.

—¿Por fin nos vamos a acostar?

Oírla decirlo así, como si acabara de hacerle un regalo, añadió combustible al fuego. Él cerró los ojos e inhaló.

—Ese sería mi deseo, sí.

Ella lo apartó para verle la cara y preguntó con ansiedad.

—¿No cambiarás de idea?

Denver casi se echó a reír. Se reprimió porque la deseaba demasiado para correr el riesgo de molestarla.

—¿Dónde está tu habitación?

—Cerca —Cherry respiró con fuerza, lo apartó unos pasos y se puso en marcha—. Vamos.

Al principio él se quedó mirando el modo en que movía el trasero, cómo oscilaban sus pechos, su prisa evidente y el modo en que le bailaba el pelo sobre los hombros. Ella se detuvo en mitad del pasillo, hurgó en el bolso y sacó una tarjeta llave. Abrió la puerta, volvió a guardar la tarjeta en el bolso y lo miró.

¡Ah, demonios! Denver sentía que no iba a durar mucho. Con unas cuantas zancadas largas, se acercó a ella.

Segundos después estaban en la habitación.

Un segundo más tarde, la estaba besando.

 

 

¡Dios santo, qué bien sabía! Mejor aún de lo que Cherry había imaginado, lo cual resultaba increíble porque había imaginado mucho. Grande y atrevido, ladeó la cabeza y la obligó a abrir los labios para introducirle la lengua.

¡Hala! Aquel hombre sí que sabía excitar a una chica.

¡Cuánto deseo! Si no supiera que no era posible, habría pensado que la deseaba tanto como ella siempre lo había deseado a él. Pero eso no podía ser, porque él casi siempre la evitaba. En eso no estaba equivocada.

Simplemente no sabía por qué.

Pero en ese momento estaba allí con ella y Cherry quería hacer aquello bien.

Se apartó para tomar aire y dijo:

—Espera.

Denver alzó la cabeza, pero permaneció cerca, con el cuerpo duro apretado contra el de ella, excitándola. Hacía tanto tiempo que lo deseaba, que la realidad de que aquello ocurriera por fin casi hacía que quisiera ir al grano con frenesí. Sentía el aliento cálido de él, cómo flexionaba los músculos del pecho y de los brazos, y sentía también el bulto intimidatorio de su erección.

Pero, si pensaba en eso en aquel momento, perdería el control por completo. Era mejor concentrarse en hacer lo que había que hacer.

Se agarró a sus bíceps, tan sexys, se lamió los labios, tragó saliva y consiguió decir:

—¿La puerta?

Seguía abierta porque él había empezado a besarla en cuanto había entrado en la habitación.

Lenta, metódicamente, deslizó una mano por la nuca de ella y en su pelo, apretando solo lo suficiente para sujetarla con firmeza y mantenerla justo allí, contra él.

Ese abrazo posesivo hizo que la respiración de ella se volviera jadeante y el corazón le latiera con fuerza.

Denver cerró la puerta con la otra mano, echó el pestillo y el cerrojo de seguridad. Todo aquello parecía tan definitivo, que a ella le temblaron las rodillas.

Tiró del pelo de ella para echarle atrás la cabeza y acercar la boca a su cuello. Saboreó su piel, succionó y lamió por el hombro hacia abajo, y después se concentró en el punto del cuello donde latía el pulso de ella.

Cherry no pudo evitar gemir al sentir sus dientes y su lengua caliente.

—Denver…

Él siguió besándola hasta llegar a su boca.

Tanto calor la sofocaba, se sentía mareada. En el último segundo volvió la cabeza.

—Necesito cinco minutos para ducharme.

Él usó la mano que tenía en el pelo de ella para obligarla a girar de nuevo la cabeza.

—Después.

Volvió a besarla en la boca, jugando con la lengua, consumiéndola.

Haciendo que se olvidara de sí misma.

Cherry se agarró a él, sin importarle que estuviera cansada de tanto bailar ni que quisiera que esa primera vez con él fuera perfecta.

La mano libre de él se posó en su cintura. Presionó con firmeza y luego subió por las costillas sin llegar a tocarle los pechos, para bajar de nuevo hacia la cadera y el trasero. Le acarició las nalgas con la mano abierta y la izó hasta que se puso de puntillas.

Era tan grande, que ella se sentía empequeñecida a su lado. Se apretó más contra ella, la encerró contra la pared y volvió a subir la mano por su cuerpo.

Cuando ella emitió un gemido suave de anticipación, aflojó la presión y le besó con gentileza la comisura del labio y la mandíbula. La miró a los ojos. Sus alientos se mezclaron y él enganchó los dedos en el cuello en V de la camiseta y el sujetador de encaje y tiró de ambas prendas hacia abajo hasta liberar uno de los pechos.

Ella sentía una corriente de aire en la piel desnuda y en el pezón sensible. Una luz suave iluminaba la habitación desde la lámpara de la mesilla, que ella había dejado encendida. Pero él no la miró.

Le agarró el pecho, todavía con la mano en el pelo de ella y mirándola a los ojos con expresión intensa.

Cherry abrió los labios. La mirada de él se hizo aún más intensa.

—¡Cuánto me gusta tocarte!

Con el corazón golpeándole con fuerza, ella cerró los ojos cuando él pasó el pulgar por el pezón endurecido.

—Mírame, Cherry.

¡Ah! ¡Qué voz tan ronca! Ella abrió los ojos y la sobresaltó verlo así, ser la destinataria de aquella mirada marrón dorada y depredadora.

—Me gusta que respires con fuerza —dijo él—. Se nota aquí.

«Aquí» era el pecho que él seguía acariciando con cuidado.

—¡Cuánta carne suave! —musitó. Al fin bajó la vista hacia allí, emitió un sonido entrecortado e inclinó la cabeza para introducirse el pecho en la boca.

Cherry volvió a colocar la cabeza contra la pared y contuvo el aliento para ahogar un gemido. Desde la primera vez que lo viera, meses atrás, Denver había personificado para ella lo que era un hombre por excelencia.

Como luchador peso pesado, era grande e increíblemente fuerte, con bíceps fantásticos, abdominales fuertes y muslos que la dejaban sin aliento. Todos los luchadores del club eran grandes y musculosos, pero Denver era el más grande, con excepción de Gage.

Todo su cuerpo trasmitía fuerza.

Tenía seguridad en sí mismo para dar y tomar, pero no era nada fanfarrón. De hecho, ella había visto que tenía un gran corazón lleno de bondad y generosidad. Le encantaba verlos a todos trabajar con los chicos en riesgo del barrio, pero, probablemente por su tamaño, la admiraba más verlo a él forcejear con un niño, entrenar a un joven o dar clases a un chico del instituto.

Podía partir en dos a un hombre normal, pero atemperaba toda esa fuerza con un control gentil. Aquello resultaba muy excitante.

Con su sentido del humor, la hacía reír tan a menudo como suspirar de lujuria. Pero, cuando se trataba de cosas que de verdad le importaban, tenía una concentración admirable.

Trabajaba con chicos.

Apoyaba a sus amigos.

Entrenaba para el deporte que amaba.

Cherry quería desesperadamente que también se concentrara en ella. Pero, después de lo que había parecido una gran conexión, con interés mutuo y los dos coqueteando con el otro, él había cortado aquello de pronto y ella no sabía por qué.

Si no podían tener una relación, al menos tendría aquello. Lo conocería íntimamente. Sería un recuerdo al que aferrarse, una fantasía para las noches oscuras y solitarias.

—Quédate conmigo, cariño —él volvió a besarla en la boca, lo que le impidió contestar a ella.

¿Quedarse con él? Estaba allí al ciento por ciento.

Cuando él profundizó más el beso, bajó la mano por la espalda de ella… y la deslizó dentro de los vaqueros y del tanga.

Ella se puso de puntillas por la sorpresa.

Denver soltó un gruñido apreciativo al sentir el cuerpo de ella aflojándose contra el suyo.

Le soltó por fin el pelo, alzó la boca y la miró con pasión.

—Tienes el mejor trasero que he visto jamás —mientras hablaba, bajaba los dedos para agarrarle una nalga entera.

—¡Ah! —ella, de puntillas todavía, miró hacia la cama.

—Pronto —respondió él—. Cuando lleguemos ahí, estaré acabado. Y quiero que la primera vez dure.

Cherry pensó que, si él quería, podría durar para siempre. Por supuesto, no lo dijo. Había necesitado mucho trabajo solo para llevarlo hasta aquel punto.

Un relámpago atravesó la noche e iluminó la habitación dos segundos. Lo siguió un trueno que hizo tintinear los cristales. Ella sintió toda aquella turbulencia dentro de sí, haciendo que le diera vueltas la cabeza y le temblaran las rodillas.

Denver, sin dejar de mirarla, acercó la mano libre y desabrochó el botón de los vaqueros.

Cherry contuvo el aliento cuando él le bajó la cremallera con lentitud y después deslizó ambas manos en los vaqueros para bajarlos por los muslos.

Estar básicamente desnuda de cintura para abajo ya era chocante, pero cuando él puso una rodilla en tierra, el corazón casi se le salió del pecho. Se tambaleó ligeramente y las manos de él le agarraron las caderas.

La miró preocupado.

—¿Estás bien?

Denver Lewis estaba de rodillas delante de ella, que tenía los vaqueros bajados.

Como no quería que parara, asintió con la cabeza.

—Sí. Muy bien.

Inmersa en un frenesí de deseo. Tensa de expectación. Incapaz de dar respuestas de más de una palabra… pero, por lo demás, encantada de la vida.

Él siguió observándola, no muy convencido.

—¿Seguro que no estás bebida?

—Lo juro —se sentía algo mareada, sí, y le dolía un poco la cabeza, pero sabía bien lo que quería.

A Denver. Aquello.

Ya.

Él apartó las manos, pero se sentó sobre los talones con el ceño fruncido y Cherry entró en pánico.

—Te juro, Denver, que si te marchas ahora…

—¿Qué? —él ladeó la cabeza y la miró—. ¿Qué harías?

Cherry alzó la barbilla.

—Esparciré el rumor de que eres un mal amante.

La sonrisa lenta y torcida de él le dio confianza.

—Eso no podemos tolerarlo, ¿verdad? —Denver volvió su atención al cuerpo de ella, acercó los labios a su piel, hurgó con la boca en su vientre y le mordisqueó la cadera mientras subía y bajaba las manos por la parte de atrás de los muslos—. ¡Qué suave eres! ¡Y qué bien hueles!

Ella quería derretirse de nuevo, esa vez por la sensación general. Las manos grandes de él seguían acariciándole la piel, subiendo de vez en cuando a apretar y acariciar el trasero. Sus labios eran cálidos, su lengua juguetona, y le dio un mordisco suave a través del tanga.

«¡Oh, Dios mío!». Cherry apoyó las manos en la pared para sujetarse y lo miró. No había mentido sobre el pelo castaño claro de él. Era más que sexy. Pero, por otra parte, todo en él era sencillamente exquisito.

—Me encantaría que te quitaras la camiseta —dijo.

Denver se detuvo el tiempo suficiente para tirar de la camiseta y sacársela por la cabeza. Volvió a ponerse de pie, con la respiración algo más acelerada.

—Te toca —murmuró.

Ella había visto muchas veces su maravilloso cuerpo en pantalón corto, pero nunca antes había tenido la oportunidad de tocarlo. Extendió el brazo, pero él le atrapó las manos, besó las palmas por turno y las levantó por encima de la cabeza de ella.

—Déjalas ahí —ordenó. Y sin más, tiró del dobladillo de la camiseta de ella y la subió despacio hasta que la sacó por la cabeza y la prenda se quedó enganchada en los codos. La dejó así, estirada del todo.

Aquello no era justo.

—Denver…

—He pensado un millón de veces en desnudarte —murmuró él—. Deja que me divierta.

¿Había pensado en desnudarla? «Oh, bueno, en ese caso…».

—Está bien.

—Buena chica.

Cherry frunció el ceño, pero con la mano de él jugando en su cuerpo desde el hombro hasta la cadera, como si estuviera saboreándola, no podía pensar lo bastante para protestar.

Denver la besó de un modo apasionado que la dejó temblando y luego acercó las manos para abrir el cierre delantero del sujetador.

Cherry lo oyó respirar con fuerza cuando se separaron las copas, mostrando las curvas interiores de los pechos, pero sin dejar al descubierto los pezones.

—Eres muy pechugona —susurró con rudeza. Bajó la cabeza para apartar la prenda con la boca.

Ella se quedó muy quieta, con el pulso latiéndole con fuerza y la vista fija en la coronilla de él. Esperó… y sintió su aliento cálido y después el roce más caliente de la lengua.

Denver succionó.

Y ella se puso rígida y soltó un gemido. Tenía todos los músculos tensos en una ola de placer.

—Relájate —él fue besando la piel hasta el otro pecho y se introdujo ese pezón en el calor húmedo de la boca. Al mismo tiempo, ella sintió las yemas de los dedos recorriendo ligeramente su entrepierna por encima del tanga.

Frenética por tocarlo, se debatió contra la atadura de la camiseta.

—Tranquila —dijo él. Y la ayudó a liberar las manos.

En cuanto pudo hacerlo, ella se inclinó sobre él y empezó a tocar por todas partes, disfrutando de la sensación de su vello en el pecho, de los hombros fuertes, del bulto de los bíceps. Bajó una mano por su abdomen y fue siguiendo el rastro sedoso del vello hasta que desapareció dentro de los vaqueros.

—La cama… —sugirió, casi con desesperación.

Él le agarró la mano.

—He dicho que no —le dio la vuelta con mucha facilidad y ella se quedó de cara a la pared. Él se acercó más a su espalda y descansó su erección en el trasero de ella—. Confía en mí, ¿de acuerdo?

Cherry sentía mucho calor, y estaba mareada de deseo. Asintió y susurró:

—De acuerdo

Pero no sabía cuánto tiempo más podría seguir allí de pie. Las piernas parecían incapaces de sostenerla y le rugían los oídos.

Denver la besó en la sien, colocó un pie entre los de ella y le separó las piernas.

—Buena chica —dijo, cuando ella se acomodó—. Así, sí.

—Eres un machista —comentó ella sin aliento.

—Es posible. Perdona —la abrazó, le tomó un pecho con una mano y metió la otra entre sus muslos—. Estoy demasiado excitado para que eso me preocupe.

Acarició y… No, ella tampoco quería que le preocupara eso.

A menos…

—Espera.

Él la sujetó con más firmeza.

—¿Qué pasa ahora? —le preguntó al oído.

—¿Tienes protección?

—Un preservativo —él le mordisqueó el lóbulo y le metió la lengua en la oreja—. Más en mi habitación, si llegamos tan lejos.

«Más si…»

—De acuerdo —repitió ella. Y esa vez terminó con un gritito cuando él le introdujo la mano en el tanga.

—Umm —gruñó él, explorando con los dedos. La abrió y jugó con ella—. Antes necesitas que me ocupe de ti, ¿no es así, nena?

«Sé fuerte», se dijo Cherry. Dile que eres una mujer, no una nena. Dile…

Denver movió los dedos en su interior.

—Sí —gimió ella, arqueándose contra él.

—Eso está bien —él la acarició, jugando deliberadamente con ella—. Eres amable y estás mojada, pero eres pequeña. Y puesto que yo no soy pequeño, necesito…

—Armie me lo dijo —admitió ella, pensando principalmente en la sensación de estar abrazada contra él, con los brazos fuertes de él alrededor de su cuerpo y sus dedos haciéndole cosas increíblemente eróticas.

Denver se quedó inmóvil.

—¿Qué te dijo Armie? —preguntó.

—Que eres grande —ella movió el trasero contra él, tanto para reconocer su tamaño como con la esperanza de que volviera a acariciarla. Estaba muy excitada y un poco nerviosa.

Él parecía de pronto tan frío y tan duro como el granito desde la cabeza hasta los pies. La hizo girar con un movimiento rápido.

Los hombros de Cherry tocaron la pared y Denver se inclinó hacia ella.

—¿Por qué coño hablabas de mi polla con Armie?

La pregunta, susurrada, sonaba más letal que un grito. Eso, unido a la expresión de sus ojos, hizo que ella no pudiera pensar.

—Umm…

Él esperaba con impaciencia, sin ceder, sin repetir la pregunta.

Cherry se dijo que era una bocazas.

—Verás, Yvette y yo estábamos hablando —comentó. Hablaba principalmente ella, fantaseando con Denver. Pero no le pareció que él fuera a mostrarse muy receptivo a eso en aquel momento, así que hizo lo posible por resumir—. De lo bien dotados que estáis los luchadores. Y Armie nos oyó.

Denver entrecerró los ojos. Pero ella no le tenía miedo. Eso nunca.

Solo quería que pasara aquello para que volvieran a lo que hacían antes de que hubiera metido la pata con sus palabras.

Carraspeó.

—Ya sabes cómo es Armie —dijo.

—Sí —asintió él, en un susurro perturbador—. ¿Lo conoces muy bien?

—Lo bastante para que solo me avergonzara un poco que nos pillara. Nos acusó…

—¿A Yvette y a ti?

Cherry asintió.

—Principalmente a mí —admitió avergonzada.

—Continúa.

—Dijo que éramos más superficiales que los hombres solo porque apreciamos que estéis cachas.

Denver apretó los dientes.

Cherry tendió el brazo muy despacio hasta tocarlo a través de los pantalones vaqueros. Entreabrió los labios al captar la realidad de su longitud y de su grosor, vaciló y se preguntó por primera vez si no sería demasiado grande.

—Te cabrá —le aseguró él, con voz baja y brusca. Tenía los párpados pesados y la boca tensa, pero no se apartó.

Cuando vio que ella, abrumada, guardaba silencio, la alentó a seguir.

—Continúa.

Y ella lo acarició.

—No —él tragó saliva y el movimiento se reflejó en su garganta—. Llega a la parte en la que Armie y tú hablasteis de mi pene.

—¡Oh! —ella prefería explorarlo—. Armie me oyó hablar de ti y…

Denver la detuvo el tiempo suficiente para abrirse la cremallera de los vaqueros y meter la mano de ella allí. Su pene era caliente, resbaladizo, y era tan grande, que los dedos de ella casi no podían rodearlo.

La inundó una oleada de calor que parecía fuego líquido.

Denver soltó un gemido suave, le tapó la mano con la suya y la guio en una caricia lenta. Después de tres respiraciones profundas, preguntó:

—¿Qué decías exactamente?

¿Cómo podía hablar en aquel momento? Cherry no podía.

—No recuerdo.

—Cherry.

Ella movió la cabeza. Quería terminar con aquella conversación.

—Decía que me gustaban tus hombros y tus muslos.

Él apoyó una mano en la pared al lado de la sien de ella y la miró, disfrutando de su caricia.

—Te escucho.

—Sí. Y, ah, él insinuó… —Cherry se lanzó a fondo para acabar con aquello antes de que se desmayara—. Que estarías encantado de dejarme ver tu cuerpo y que la tenías más grande que la mayoría de los hombres.

—Seguro que no usó esas palabras.

—¡No puedo pensar!

Él le rozó la sien con los labios.

—Inténtalo.

¿Cómo no había notado antes esa vena mandona de Denver?

—Dijo que estarías encantado de enseñarme tu cuerpo y que tenías un pollón.

En cuanto terminó de hablar, notó la sonrisa de él.

—Sí. Eso suena más a Armie.

—Tenía razón —ella levantó la otra mano y le sujetó el pene entre las dos—. Te lo juro, Denver. Jamás imaginé…

La risa estrangulada de él fue acompañada de un abrazo.

—No es para tanto.

—Tengo… Tengo que sentarme —musitó ella. Era verdad.

—Pronto —Denver le puso dos dedos debajo de la barbilla para alzarle la cara—. Se acabó hablar de mi polla con otros hombres.

Sus palabras la sorprendieron por un momento. Luego asintió.

—De acuerdo —de todos modos, no había sido su intención tener aquella conversación con Armie—. Sin problemas.

—Puedes presumir con las otras mujeres todo lo que quieras —dijo él con una sonrisa torcida.

Cherry sintió una punzada de celos. ¿Él quería la atención de otras mujeres?

—Eres…

—Si hemos terminado ya con las interrupciones… —él le apartó las manos y volvió a una de las rodillas, bajándole al mismo tiempo el tanga—. Sal de ahí.

Distraída, notó la posición de él a sus pies, con la mirada fija en su cuerpo, y todo lo demás dejó de existir. Otro relámpago enfatizó la intensidad de sus ojos cuando la miró desnuda.