En el dolor y en el amor - Lucy Monroe - E-Book

En el dolor y en el amor E-Book

Lucy Monroe

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Enrico DiRinaldo seguía queriendo una esposa e hijos a pesar de que un accidente le había impedido volver a caminar. Por eso le propuso a Gianna Lakewood un matrimonio de conveniencia. Ella también había deseado siempre tener un hijo, y llevaba años enamorada en secreto de Rico. Así que no podía decir que no... La pasión que Rico despertó en ella la dejó sin aliento. Pero cuando se dio cuenta de que la recuperación de Rico era inminente, y de que su bella ex prometida lo esperaba para casarse, Gianna creyó que él ya no querría nada con ella.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 202

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Lucy Monroe

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

En el dolor y en el amor, n.º 1540 - abril 2019

Título original: The Italian’s Suitable Wife

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-885-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

SUS labios se dirigían hacia los de ella. ¿Se encontrarían por fin? Nunca antes había ocurrido a pesar de que ella lo deseaba profundamente. Él inclinó la cabeza ligeramente y su corazón se aceleró. Oh, sí… esta vez sí. Pero cuando ella se preparaba para el deseado encuentro, él empezó a alejarse. Su imagen se disolvió por completo cuando el discordante sonido del teléfono la obligó a salir de su ensoñación.

Gianna Lakewood tomó el teléfono inalámbrico aún algo perdida en el mundo de los sueños, un mundo en el que Enrico DiRinaldo no estaba prometido con la famosa modelo Chiara Fabrizio.

Con voz somnolienta respondió al teléfono:

–¿Sí?

–Gianna, ha ocurrido algo terrible.

La voz de Andre DiRinaldo le hizo abrir los ojos de golpe.

–¿Algo terrible? –preguntó ella, sentándose de un salto y encendiendo la luz casi a la vez.

–Porca miseria. ¿Cómo te lo digo? –dudó mientras ella esperaba la terrible noticia que ya presentía–. Es Enrico. Está en coma.

–¿Dónde está? –preguntó ella, saltando de la cama con los verdes ojos encendidos por el terror.

Ni siquiera preguntó qué había pasado, ya se enteraría de eso más adelante. Necesitaba saber dónde estaba Rico y llegar allí cuanto antes, así que empezó a quitarse el pijama.

–Está en un hospital en Nueva York.

¿En Nueva York? Ni siquiera sabía que Rico estuviera en Estados Unidos, pero la verdad era que había evitado tener contacto con él desde que había anunciado su compromiso con Chiara dos meses antes.

Con un pie aún enredado en el pantalón del pijama, Gianna consiguió llegar hasta la mesa y encontrar lápiz y papel.

–¿En qué hospital? –tomó nota–. Estaré allí en cuanto pueda.

Colgó el teléfono antes de que Andre pudiera decir una palabra más, pero lo entendería. Él había pensado en llamarla aunque era noche cerrada, mientras que sus padres hubieran esperado innecesariamente por educación hasta la mañana siguiente. El hermano de Rico sabía que ella amaba a Enrico DiRinaldo desde que tenía quince años.

Habían sido ocho años de sentimientos ocultos y no correspondidos y el reciente compromiso con otra mujer que no había logrado acabar con su amor.

Recorrió el apartamento a toda velocidad, juntando las pocas cosas que necesitaba para el viaje a Nueva York en una bolsa de viaje. Pensó en tomar un avión. En coche se tardaba dos horas y media, pero tardaría aún más si tenía que ir hasta el aeropuerto, reservar un vuelo y después volar hasta Nueva York. Además ella no podía hacer lo que los DiRinaldo… no podía soñar con las atenciones de primera clase, ni subirse al próximo avión a no ser que hubiera sitios libres en clase turista.

No se paró a peinarse el largo pelo castaño que le llegaba a la cintura y lo dejó trenzado. Tampoco se maquilló. Se vistió con unos vaqueros gastados, un jersey ligero y deportivas. No se puso sujetador ni calcetines.

 

 

Poco después de dos horas estaba entrando en el hospital y preguntando por Rico.

La mujer que estaba detrás del mostrador de información la miró y preguntó:

–¿Es familia suya?

–Sí –mintió ella sin pensarlo dos veces.

Los DiRinaldo siempre habían dicho que ella era como de la familia, la única familia que le quedaba a ella, y el hecho de no tener vínculo de sangre era irrelevante en aquel momento.

La mujer asintió con la cabeza:

–Llamaré a un ordenanza para que la acompañe.

Cinco minutos después, que a ella le parecieron cinco horas, un joven vestido con una bata verde llegó para acompañarla hasta la UCI.

–Me alegro de que esté aquí. Llamamos a su familia a Italia hace tres horas –entonces, justo antes de que Andre la llamara–, y aún tardarán otras cinco o seis horas en llegar. En casos como éste, tener a los seres queridos cerca en las primeras horas puede ser importante.

Bueno, tal vez ella no fuese uno de sus seres queridos, pero ella sí lo quería y eso tenía que servir de algo.

–¿Qué quiere decir con eso de «en casos como este»?

–Usted ya sabe que el señor DiRinaldo está en coma, ¿no?

–Sí.

–El estado de coma es aún un misterio incluso con los avances médicos actuales, pero creemos que la presencia de las personas importantes en la vida del paciente puede ayudar a sacarlo de este estado.

El ordenanza dijo esto con un tono ácido que ella no pudo comprender.

Se detuvieron en la entrada de la UCI para que las enfermeras le dieran instrucciones para su visita a Rico. Allí se enteró también de que el supuesto ordenanza que tan bien conocía el estado de Rico no era tal, sino un interno, ayudante del médico de guardia de la UCI.

Al entrar en la UCI, ignoró toda la parafernalia médica alrededor de Rico y sólo se fijó en el hombre de más de un metro y noventa que estaba en la cama. Casi dos metros de vida, tan inertes como una figura de escayola. Sus preciosos ojos plateados estaban cerrados y tenía lesiones en la cara y una mancha rojiza en un hombro.

No parecía llevar nada bajo la sábana y la manta que le cubrían hasta el pecho. Su respiración era tan débil, que Gianna se llevó un susto tremendo al pensar que no respiraba en absoluto.

Avanzó hasta la cama y alargó la mano para tocarlo. Necesitaba desesperadamente sentir la fuerza de la vida latir bajo su piel. Al ver que no tenía ninguna venda, colocó suavemente la mano sobre la parte izquierda de su pecho y casi le fallaron las rodillas por la emoción.

El latido constante del corazón de Rico bajo sus dedos era la prueba de que, por muy pálido que estuviera, seguía vivo.

–Te quiero, Rico. No puedes morir, por favor. Lucha, sigue luchando.

No se dio cuenta de que estaba llorando hasta que el interno le pasó un pañuelo de papel para que se secara las lágrimas que le corrían por las mejillas. Ella lo tomó y se secó sin quitarle los ojos de encima al hombre que estaba en la cama.

–¿Qué ocurrió? –preguntó ella.

–¿No se lo han dicho?

–Colgué el teléfono antes de que su hermano tuviera tiempo de decírmelo. Llegar aquí cuanto antes me pareció más importante que entretenerme con detalles –admitió ella.

–Le dispararon cuando intentaba salvar a una mujer de un atraco.

–¿Le dispararon? –las únicas vendas que podía ver eran las que tenía en la cabeza.

–La bala sólo le rozó el cráneo –dijo el interno señalando las gasas–, pero cayó al suelo en medio de la carretera y un coche lo atropelló.

–¿Y las heridas?

–Se las hizo un coche.

–¿Hay algún daño permanente?

–Los médicos no lo creen, pero no podremos saberlo hasta que no se despierte.

Algo en su voz hizo que Gianna se pusiera en alerta:

–Dígamelo.

–Alguno de los traumatismos puede provocar una parálisis temporal o permanente, pero no podremos saberlo hasta que no salga del coma.

–¿Dónde está el médico?

Quería más información, más opiniones aparte de la de un interno, por muy informado que pareciera.

–Está haciendo la ronda y vendrá dentro de poco a ver al señor DiRinaldo. Podrá hablar con él entonces.

Ella asintió con la cabeza y sus ojos volvieron a posarse sobre Rico, olvidando por completo que el interno también estaba en el pequeño cubículo. Sólo contaba Rico. Él había llenado su mundo durante tanto tiempo, que la idea de seguir viviendo sin él hacía que el dolor que sintió cuando supo que se había comprometido fuera insignificante en comparación.

–Tienes que despertar, Rico. Tienes que vivir. Yo no puedo vivir sin ti, ninguno de nosotros, en realidad. Tu madre, tu padre, tu hermano. Todos te necesitamos. Por favor, no nos dejes. No me dejes –incluso se obligó a sí misma a mencionar a Chiara y su próxima boda–. Pronto estarás casado y tendrás niños, Rico. Es lo que tú querías… siempre decías que querías tener la casa llena de niños.

En su sueño infantil, ella era la madre de esos niños, pero ahora no le importaba si los hijos eran de Chiara. Lo único que Gianna deseaba era que Rico viviera. Siguió hablándole, pidiéndole que se despertara, que no abandonara y le repitió una y otra vez lo mucho que lo amaba.

El médico llegó al cabo de un rato. Examinó la historia de Rico y los monitores electrónicos que lo rodeaban.

–Todos sus signos vitales parecen correctos.

–¿No puede hacer nada para despertarlo? –dijo ella, con la voz rota por las lágrimas.

El doctor sacudió la cabeza.

–Lo siento. Ya hemos probado con estimulantes, pero sin éxito.

Gianna apretó la mano inmóvil de Rico.

–Supongo que tendrá que despertarse él solo entonces. Es tan obstinado como una mula, pero lo hará.

El doctor sonrió y sus ojos azules brillaron por un momento.

–Estoy seguro de ello. En mi opinión, tener a sus familiares cerca es de gran ayuda –había cierto tono de censura en la voz, pero Gianna no lo interpretó como si se refiriera a ella.

–Sus padres y su hermano llegarán tan pronto como les sea posible. El vuelo desde Milán es largo, aunque vengan en jet privado.

–Desde luego, pero es un pena que su prometida no encontrara el modo de quedarse.

–¿Chiara está aquí? ¿En Nueva York?

–Llamamos a la señorita Fabrizio a su hotel. Cuando llegó, se puso histérica al verlo, furiosa con él por arriesgar su vida por una mujer «tan estúpida como para no saber que no tenía que salir sola por la noches» –en esta ocasión el tono de censura era patente.

–Pero, ¿por qué no está ella aquí? –tal vez Chiara hubiera salido un momento.

–Se quedó una hora o así, pero cuando le dijimos que estaba en coma y que no sabíamos cuando saldría de él, decidió marcharse. Dejó un número de contacto para que la llamáramos «cuando se despertara» –otra vez el tono de censura.

–Debe de estar pasándolo muy mal –Gianna volvió a mirar el cuerpo inmóvil de Rico, comprendiendo perfectamente que su prometida se derrumbara ante la visión. Ella no podía ni imaginarse abandonándolo, pero estaba claro que cada uno reaccionaba ante el miedo a su manera

–Ella dormirá bien esta noche. Insistió en que le recetáramos un tranquilizante –añadió el doctor.

Gianna asintió sin pensarlo pues toda su atención estaba de nuevo fija en Rico. Acarició la piel de su mano con el pulgar.

–Está caliente… se hace difícil creer que no esté simplemente dormido.

El doctor hizo algunos comentarios acerca de las diferencias fisiológicas entre el estado de coma y el sueño normal que ella escuchó sólo a medias.

–¿Puedo quedarme? –preguntó ella, sabiendo que tendrían que llevársela a la fuerza del lado de Rico.

El doctor soltó una carcajada.

–¿Qué hará si le digo que no?

–Me pondré una bata verde y una mascarilla y me meteré a escondidas bajo su cama –admitió, sorprendiéndose de tener humor para gastar bromas con Rico en tan mal estado.

–Era lo que pensaba. ¿Es usted su hermana? –preguntó el doctor.

Ella sintió que sus mejillas enrojecían… ¿debía mentir de nuevo? Al ver la mirada comprensiva del médico creyó que esta vez no sería necesario.

–No, soy una amiga de la familia.

La observó un momento antes de asentir con la cabeza.

–No se lo diré a nadie. Es obvio que se preocupa por esta persona y su presencia será más beneficiosa que dañina.

–Gracias –dijo ella mientras una oleada de alivio la recorría de pies a cabeza.

–Es por el bien del paciente.

El médico salió del cubículo pensando que era una pena que su paciente no estuviera comprometido con aquella mujer pequeñita que obviamente se preocupaba más por él que la bella diosa del corazón de hielo.

Gianna apenas se percató de la marcha del doctor porque los recuerdos con Rico empezaron a asaltarla.

–¿Recuerdas cuando murió mi madre? Yo tenía cinco años y tú trece; tenías que odiarme por andar siempre detrás de ti… Andre me decía a menudo que era una pesada, pero tú nunca lo hiciste. Me tomaste de la mano y hablamos de mi madre. Me llevaste al Duomo, aquel lugar tan bello, y me dijiste que allí estaría más cerca de ella. Tú me reconfortaste en aquellos duros momentos.

Ella intentó evitar pensar en lo distinto que había sido cuando su padre murió. Hacía un año de aquello y Rico ya estaba saliendo con Chiara… ella no había tenido tiempo y se había asegurado de que Rico tampoco lo tuviera.

–Rico, ahora lo que quiero es que te pongas mejor ¿me oyes? Creía que nada podía dolerme más que el anuncio de tu compromiso, pero estaba equivocada. Si mueres, yo no quiero seguir viviendo ¿Me estás escuchando, Rico? –se echó hacia delante, apoyando la cabeza en su fuerte brazo–. Por favor, no te mueras –pidió ella mientras las lágrimas bañaban de nuevo su rostro.

 

 

Gianna estaba dormitando con la cabeza apoyada al lado de la pierna de Rico cuando oyó una voz familiar.

–¿Gianna? Despierta, piccola mia.

Ella levantó la cabeza y se dio cuenta de que en aquellas cinco horas había quitado la barandilla de la cama y se había puesto lo más cerca que le era posible de él. Sentía la necesidad del contacto físico para recordar que Rico aún estaba vivo.

–Andre, ¿dónde están tus padres?

Él torció el gesto.

–Se fueron de crucero hace tan sólo dos días en el yate de unos amigos para celebrar su aniversario. Mi padre insistió en permanecer incomunicados y no volverán hasta dentro de un mes. No tengo manera de contactar con ellos, pues sólo Rico tenía esa información.

No dijo que, por supuesto, Rico no podría decírselo. A Gianna le dio un vuelco el corazón al pensar en la reacción de los padres de Rico cuando supieran del accidente de su hijo y que Andre no había podido contactar con ellos.

–Si muere… –dijo Andre con la voz invadida por la emoción.

–No morirá –dijo ella mirando con fiereza a la viva imagen de Rico que era Andre–. No le dejaré.

Andre la abrazó sin decir nada. No era necesario, pues ambos sabían que ella no podría hacer que Rico viviera, pero eso no iba a impedirle a ella intentarlo.

–El médico dice que su estado no ha cambiado desde que lo estabilizaron poco después de traerlo aquí.

–Sí –dijo ella, que había estado allí todo el tiempo.

–¿Cuándo has venido? –preguntó él.

–Un par de horas después de que tú llamaras.

–Pero se tarda más de dos horas en llegar hasta aquí…

Ella suspiró y se encogió de brazos.

–Menos mal que no te han puesto una multa. Rico se hubiera enfadado mucho contigo por ello.

–Cuando salga del coma, puede sermonearme todo lo que quiera por mi forma de conducir.

Andre asintió.

–Tienes razón –dijo, antes de recorrer el cuarto con la mirada como si estuviera buscando algo–. ¿Dónde está Chiara? Creía que ella había venido con él en este viaje. Tenía que aparecer en algún programa mientras Rico asistía a la conferencia de finanzas.

Ella le contó lo que el doctor había dicho y Andre juró elocuentemente en italiano antes de pasarse al árabe al ver cómo la cara de ella enrojecía.

–Lo siento mucho. Es una zorra y mi hermano es tan tonto que no se da cuenta.

La idea de Rico perdidamente enamorado era a la vez divertida y dolorosa.

–No puedo imaginarme a Rico perdiendo la cabeza sólo por una cara bonita, Andre. Estoy segura de que hay cosas de Chiara que él admira de verdad puesto que, después de todo, va a casarse con ella. Debe de quererla –pronunciar aquellas palabras le resultaba doloroso, pero apretó los dientes al asumir el deseo que Rico sentía por otra mujer.

Andre se rió.

–Lo que le pasa es que está obsesionado sexualmente con ella. Ella sabe cómo utilizar su cuerpo para manejarlo a su gusto.

–Yo… –dijo ella con la cara aún más enrojecida.

–Tú eres muy inocente, piccola –suspiró Andre.

Ella no quería entrar en el tema de su virginidad a los veintitrés años. Nunca había deseado a otro hombre que no fuera Rico y él siempre la había considerado una hermana pequeña.

–¿Qué tal el vuelo?

–No tengo ni idea –respondió él, sacudiendo la cabeza–. Me lo he pasado rezando.

Ella le tomó la mano pero sin dejar el contacto con el hombre que estaba en la cama.

–Se pondrá bien, Andre. Tiene que ponerse bien.

–¿Has comido algo desde que llegaste?

–No he tenido hambre.

–Hace horas que tenías que haber desayunado –la regañó él.

Y así es como pasaron los cuatro días siguientes. Rico fue trasladado a una habitación individual a petición de Andre y Gianna aprovechó para ducharse. Aparte de eso, se negó a alejarse de Rico. Andre le llevaba la comida y la bebida a la habitación.

Chiara pasaba a ver a Rico una ve al día y se quedaba unos cinco minutos, mirando a Gianna con una mezcla de burla y pena.

–¿De verdad crees que por no separarte de él las cosas cambiarán algo? Se despertará cuando se tenga que despertar y entonces me querrá a mí a su lado.

Gianna no se molestaba en discutir; sin duda Chiara tenía razón, pero realmente no le importaba.

Eran las tres de la mañana del quinto día y todo era silencio en el hospital. La enfermera había pasado a ver a Rico a medianoche y desde entonces nadie del personal sanitario había pasado por allí. Andre dormitaba en un sillón en una esquina de la habitación y Gianna, como no podía dormir, hablaba y acariciaba a Rico a la vez que lo miraba llena de amor.

–Te quiero Rico, te quiero más que a mi propia vida. Por favor, despierta. No me importa si lo haces para casarte con Chiara y para darle a ella los hijos que yo desearía tener. No me importa si me echas a patadas de tu vida cuando sepas que me he comportado como una idiota durante los últimos cinco días pero… despierta.

Su última palabra estaba inundada de desesperación y deseaba tanto descubrir algún signo de que la había escuchado que, cuando él se movió, Gianna pensó que su imaginación la estaba jugando una mala pasada. Pero los músculos de sus brazos se estaban moviendo a espasmos y empezó a mover la cabeza de un lado a otro.

–¡Está despertando! ¡Andre, rápido! –gritó mientras apretaba el pulsador para llamar a las enfermeras.

Andre saltó de la silla totalmente despierto. Después de eso, todo pasó muy rápido. La enfermera llegó corriendo y pronto la siguieron un médico y otra enfermera, que echó a Andre y a Gianna de la habitación. Después comenzó la espera; Gianna andaba de arriba abajo mientras Andre se sentaba y luego se levantaba, andaba un poco y finalmente se volvía a sentar. Cuando por fin apareció un médico por la sala de espera les sonrió. Era el mismo que había estado de guardia la noche que ingresaron a Rico.

–Está despierto aunque un poco desorientado. Pueden verlo cinco minutos cada uno.

Andre entró primero. Cuando volvió a la sala de espera, en su rostro se reflejaba una expresión de preocupación.

Ella estaba desesperada por ver a Rico y hubiera pasado por encima de Andre sin dirigirle una palabra si no hubiera sido porque él la detuvo agarrándola por un brazo.

–Espera, cara. Hay algo que debo decirte.

–¿Qué ocurre?

Andre tragó saliva compulsivamente y la miró a los ojos. La angustia que vio en sus ojos la aterró por un momento.

–¿Qué…? ¿qué pasa? ¿ha vuelto a entrar en coma?

–No. Él… –Andre inspiró profundamente– no puede mover las piernas.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

LOS ojos de Rico estaban fijos en la puerta cuando Gianna entró. Ella notó su breve expresión de desencanto al verla.

–Hola, piccola mia. ¿Te llamó Andre para que le hicieras compañía mientras esperaba a que me despertara?

Cuando Andre la llamaba «su pequeña», su corazón no se aceleraba de aquel modo…

Sonrió, complacida y aliviada al verle hablar con tanta coherencia, aunque no pudo articular palabra durante unos segundos. Ella se acercó a la cama; habían vuelto a colocar la barandilla.

–No hubieran podido mantenerme alejada –dijo con más sinceridad de la que la sensatez imponía.

–La enfermera perfecta. Aún me acuerdo de ese gato… –dijo él, arrastrando las palabras. Parecía cansado, casi exhausto.

–Fue una mascota adorable.

–Eso pensaba mi madre. Le dejó ser el amo de la casa –replicó él, hablando de un gatito que ella había recogido de la calle cuando tenía diez años.

–Pamela se puso furiosa conmigo y quiso llamar a la perrera para que se lo llevaran –dijo ella sonriendo, hablando de su madrastra–, pero tú no la dejaste.

–¿Qué tipo de gato tienes ahora?

Ella siempre había tenido gatos, normalmente animales abandonados y recogidos de la calle, pero una vez había tenido un perrito, un regalo de sus padres por su cuarto cumpleaños y había llorado a mares cuando murió.

–No tengo ningún animal.

No era por decisión propia. Ahora vivía en el campus y no le permitían tener animales, pero no tenía la intención de abrumar a Rico con sus problemas, así que sonrió y se encogió de hombros.

–No me has preguntado cómo estoy…

Ella se agarró fuertemente a la barandilla para contener el impulso de tocarlo.

–Parece que el matón del colegio te haya dado una paliza durante el recreo.

Aquello le hizo reír y ella se alegró de oírlo. Después su gesto se tornó compungido.

–Mis piernas no se mueven –su expresión y su voz se volvieron planas de repente.

Ella no podía resistir la urgencia de tomarle la mano.

–Ya lo harán. Tienes que tener paciencia. Has pasado por una experiencia terrible y tu cuerpo aún no ha salido del estado de shock.

Su expresión aún seguía siendo impenetrable, pero le agarró la mano con fuerza.

–¿Dónde está Chiara?

Cielos… Gianna se puso roja por haber olvidado llamarla.

–Me puse tan nerviosa cuando saliste del coma que olvidé llamarla –dijo, separando su mano de la de él–. Lo haré ahora mismo.

–Dile que venga por la mañana –dijo él con los ojos cerrados–. Seré más yo mismo entonces.

–De acuerdo –dijo ella dirigiéndose a la puerta–. Duerme bien, caro.