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Atrapada por una tormenta de nieve y ¡jugando con fuego! Giada Parker era tímida y no podía creerse que hubiese accedido a ocupar el lugar de su hermana gemela para trabajar con el despiadado Alessio Montaldi. ¡Fingir que era su hermana, una mujer muy segura de ella misma, era todo un trabajo! Hasta que una tormenta de nieve la dejó aislada en el lujoso chalet que Alessio tenía en Suiza y resistirse a su magnética mirada resultó ser el reto más complicado al que Giada se había enfrentado jamás. Destrozado por las traiciones de su pasado, Alessio no tardó en darse cuenta del engaño de Giada. Sin embargo, con respecto a la química que había entre ambos no había ninguna confusión. Alessio no sabía si podía confiar en Giada, pero estaba seguro de que no podía resistirse a ella…
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Seitenzahl: 175
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2023 Maya Blake
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
En el lugar de su hermana, n.º 3119 - octubre 2024
Título original: Snowbound with the Irresistible Sicilian
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410741928
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
La doctora Giada Parker agarró con fuerza su termo de café, sintiendo cómo le picaban un poco los ojos por el viento de la Antártida azotándole la cara, y sonrió a pesar de la incomodidad.
El equipo protector térmico que llevaba puesto tenía tres capas de aislamiento y la resguardaba de lo peor de las gélidas temperaturas y, si era necesario, podía refugiarse en las dependencias del personal, situadas bajo la cubierta del buque de investigación que había sido su hogar durante los últimos cuatro meses.
Sin embargo, era su última oportunidad para disfrutar de aquel paisaje tan impresionante antes de que terminase oficialmente su trabajo allí y no estaba dispuesta a perdérselo.
Recordó lo que la esperaba en casa, en Londres. O en Roma. O donde su madre decidiese que iban a pasar la Navidad aquel año. A juzgar por la última y tensa conversación que había mantenido con ella un mes antes, Renata DiMarco todavía no había decidido a dónde iba a arrastrar a Giada y a su hermana gemela a pasar las fiestas.
Giada deseó poder librarse de aquel suplicio. Quizás estuviese mal admitirlo, pero la Navidad no era su época favorita del año. Podía decirse incluso que la detestaba. Recordaba demasiadas escenas en las que Renata, después de haberse tomado varias copas de champán, le arruinaba la fiesta, acusándola de ser demasiado sensible, demasiado cuadriculada, entre otras cosas.
–Deberías ser más como tu hermana. Ella sí que sabe disfrutar de la vida…
Su madre le había dado aquel consejo cuando le había enviado la invitación para su graduación y, como había sido de esperar, había encontrado algo mejor que hacer que presenciar cómo su hija se doctoraba en Biología Marina.
Giada se había intentado convencer de que no importaba que ni su madre ni su hermana hubiesen podido acompañarla, ni que su padre ni siquiera hubiese respondido a la invitación, pero había subido a recoger el diploma con el corazón encogido por las ausencias.
Dio otro sorbo de café, más para calmar los nervios que para calentarse. Clavó la vista en la tundra helada y cegadoramente blanca y deseó ser libre. El buque se sacudió, obligándola a agarrarse a la barandilla, y se preguntó si aquello podía ser una advertencia del destino.
Resopló. El destino tenía la costumbre de ignorar sus deseos más fervientes y lo único que sabía era que al menos tendría algunos días de respiro en su estudio de Londres antes de que su madre la convocase. Un par de días para prepararse emocionalmente contra una madre que no desaprovechaba ninguna oportunidad para menospreciarla…
–¿Giada?
Ella giró la cabeza, sorprendida al ver a Martin, su jefe, muy cerca, con el ceño fruncido.
–Lo siento, Martin, estaba perdida en mis pensamientos. ¿Querías algo?
Él sonrió.
–Te han llamado hace cinco minutos, creo que era tu hermana. Va a volver a llamarte.
Aquello la puso nerviosa.
En los cuatro meses que había estado fuera, había hablado con su hermana tres veces, las tres la había llamado ella. A Gigi se le solía olvidar que tenía una gemela y, a pesar de que Giada sabía que era porque su hermana era distraída y llevaba una vida de influencer, en la que encadenaba fiesta tras fiesta, no podía evitar que aquello la entristeciese.
–¿Te ha comentado qué quería? –le preguntó a Martin, con el estómago encogido de repente mientras lo seguía por la cubierta nevada hasta las escaleras que llevaban al interior.
Este negó con la cabeza.
–No, pero no parecía que algo fuese mal –le aseguró–. La verdad es que daba la sensación de que estaba en un bar. Ahora mismo, daría cualquier cosa por tomarme una cerveza en un pub.
Ella sonrió a pesar de que estaba nerviosa. Cuando Martin se marchó, tomó otro sorbo de café y se sobresaltó al oír sonar el teléfono.
«Tranquilízate».
Respiró hondo antes de responder.
–¿Dígame?
–Gids, ¿eres tú? –le preguntó su hermana con desgana.
Su voz se parecía mucho a la de su madre.
Giada hizo una mueca al oír el sobrenombre que utilizaba últimamente su gemela y que no le gustaba. No se molestó en decírselo. Su hermana, como su madre, hacía siempre lo que quería.
–Sí, soy yo –le respondió, agarrando el auricular con fuerza–. ¿Está todo bien?
–Bueno –le contestó su hermana, suspirando–, me gustaría decirte que sí, hermanita, pero podría decirse que estoy en una situación complicada.
–¿Podría decirse? ¿Qué te ocurre? –le preguntó ella levantando demasiado la voz.
–Santo cielo, Gids, sabía que te preocuparías enseguida.
–Gigi, hace semanas que no hablamos y no me has llamado ninguna vez desde que estoy aquí. Sea lo que sea, suéltalo –le pidió Giada, cerrando los ojos–. ¿Se trata de mamá?
Su hermana se echó a reír.
–No. La última noticia que tengo de ella es que estaba en Río haciéndose un disfraz para Carnaval.
–Por favor, dime que no quiere pasar allí la Navidad. Que no quiere que vayamos nosotras a Río.
–¿Quién sabe? A mí me parece que podría ser divertido. Hace siglos que no voy.
–Gigi –replicó Giada, exasperada–. ¿De qué querías hablarme?
–Espera –gritó Gigi.
Giada apretó los dientes mientras oía risas y brindis al otro lado. Luego se hizo el silencio y Giada supo que su hermana se había ido a otro lugar, lo que la inquietó todavía más, porque a Gigi no solía preocuparle precisamente la discreción.
–Está bien, en primer lugar, prométeme que esto se va a quedar entre nosotras.
–Nunca he traicionado tu confianza –le respondió ella.
«No como tú».
–Sí, es verdad. El caso es que… he tomado algo que no me pertenece.
–¿Cómo? –inquirió Giada.
Su hermana podía ser muchas cosas, pero no una ladrona.
–No saques conclusiones precipitadas, Gids. Tenía un motivo.
Giada se quitó el gorro de lana porque, de repente, tenía calor.
–¿Qué has tomado? ¿Y qué quieres decir con que tenías un motivo?
Su hermana guardó silencio varios segundos.
–Es un objeto importante de un tipo para el que quería trabajar. Algo que significa mucho para él. Y es un tipo muy poderoso.
–¿Por qué lo hiciste?
–Porque se lo merecía –sentenció Gigi sin ningún remordimiento.
En momentos como aquel, Giada se preguntó cómo podían ser gemelas cuando sus caracteres eran como el día y la noche.
–Gigi…
–Mira, estaba un poco borracha cuando ocurrió, ¿de acuerdo? Además, nadie debería hacer promesas que no está dispuesto a cumplir.
A Giada le entraron ganas de reír al pensar todas las veces en las que su hermana había incumplido promesas.
–Sobre todo, los hombres –añadió Gigi.
–Gigi, ¿qué te ha hecho? –le preguntó ella al ver que su hermana se quedaba en silencio.
–Lo conocí hace un par de meses, nos movíamos en los mismos círculos sociales. Lo ayudé a obtener información de alguien a quien yo conocía y me dijo que podría trabajar para él. Luego, me humilló públicamente, me tachó de ser una persona volátil y que no tenía lo que hacía falta para formar parte de su maravilloso equipo.
Giada espiró, empezó a relajarse un poco.
–Entonces, ¿todo esto es por un trabajo? ¿Nada más?
Su hermana resopló, como si se sintiese ofendida.
–¡No se trata solo de un trabajo, Gids! ¿Sabes todas las puertas que le puede abrir a una influencer tener el apoyo de Alessio Montaldi?
–No, no lo sé, porque no tengo ni idea de quién es –admitió Giada–. ¿Qué le habías ofrecido tú?
–Lo que me pidiese. Habría hecho cualquier cosa por él.
Giada se sorprendió ante la desesperación que había en la voz de su hermana.
–Entonces, no te ha dado el trabajo. ¿Y qué es lo que has hecho tú?
Gigi volvió a dudar antes de responder.
–Tomé… una reliquia familiar, Gids. Y…
Se interrumpió, tomó aire y Giada aprovechó para respirar hondo también, porque sabía que lo siguiente sería algo gordo.
–Era algo que él quería desde hacía mucho tiempo y lo había conseguido solo una semana antes. Creo que forma parte de un plan que estaba tramando. En cualquier caso, yo pensé que me tomaría en serio si me lo quedaba un tiempo y después se lo devolvía.
–¿Y cuándo ocurrió eso? –le preguntó Giada.
–Hace tres semanas. Llevaba meses intentando hacer que cambiase de opinión y me contratase. Pensé que con esto llamaría su atención.
–Mira, devuélveselo y ya está. Seguro que encontrarás otro…
–¡No se lo puedo devolver porque ya no lo tengo! Lo he perdido hace tres días.
–Vaya, Gigi.
–Necesito que me ayudes, Gids, por favor.
–¿Y qué puedo hacer yo? Estoy en otro continente.
–Pero vas a volver pronto a casa, ¿verdad?
–Sí. Para Navidad. Para estar con mamá y contigo.
–Para eso faltan varias semanas y yo necesito tu ayuda ahora. Si Alessio descubre que lo he perdido, no sé de qué sería capaz. Es poderoso y despiadado, Giada.
A Giada enseguida le salía el instinto protector.
–Me da igual ese italiano. Cuando yo regrese, iremos a hablar con él y le explicaremos lo que ha sucedido.
Gigi resopló.
–No es italiano, es siciliano. Ya piensa que soy una cabeza hueca y no quiero demostrarle que tiene razón, Gids –protestó su hermana.
–Por eso mismo opino que deberías contarle la verdad. Habla con él y, después, ve a la policía para intentar recuperar el objeto.
–Supongo que no te importo lo suficiente, que no entiendes que es posible que pueda destrozar mi carrera con un par de llamadas de teléfono…
–Gigi…
–¿Me vas a ayudar o no?
Giada estuvo a punto de contestarle que no, pero sabía lo importante que era el trabajo para su hermana. Además, hacía más de una década que no la veía tan preocupada, desde el último enfrentamiento que habían tenido con Tom, el que había sido el novio de su madre, que había hecho que su madre mirase a Giada con algo muy parecido al odio desde entonces.
Las duras palabras que se habían intercambiado habían roto la falsa burbuja familiar a la que su madre se había aferrado y Giada sabía que Renata no le había perdonado nunca que hubiese destruido aquella ilusión.
–¿Qué quieres que haga? –le preguntó a su hermana.
–Necesito que hagas tiempo para que yo recupere la reliquia.
–De acuerdo, dame el teléfono de ese tipo y…
–No, Gids, no se puede solucionar con una llamada de teléfono.
–¿Entonces?
–Necesito que lo distraigas, fingiendo que eres yo durante un par de días –le pidió Gigi.
–¿Qué? ¡No! ¡No puedo hacer eso!
–¿Me estás diciendo que me presente con las manos vacías y confiese, a pesar de saber que puede destrozar mi carrera o incluso denunciarme?
Por primera vez en mucho tiempo, Giada oyó desesperación en la voz de su hermana.
–Gigi…
–Yo no tengo un doctorado, como tú, pero sé que puedo ser una gran facilitadora –argumentó Gigi–. Lo hago para todos mis amigos. Solo te pido ayuda para poder solucionar un error, Gids. No sabrá que eres tú porque no tienes ninguna presencia en las redes sociales. Confía en mí, lo he comprobado. Además, creo que solo hay dos personas que saben que tengo una hermana gemela. Por favor…
Giada cerró los ojos, la súplica de su hermana le llegó al corazón y supo cuál iba a ser su respuesta.
–¿Tan difícil es encontrar a una mujer delgada, a la que le gustan las fiestas? ¿Has buscado en las coctelerías de la Riviera francesa? –inquirió Alessio por teléfono, a punto de estallar.
Había habido una época en la que había sido esclavo de sus emociones, pero a lo largo de los duros años había aprendido que le beneficiaba más lo contrario, que sus enemigos tuviesen que lidiar con la indecisión, la cautela y la sospecha al ver que él no mostraba ninguna emoción.
Le funcionaba a la perfección, pero en esos momentos no lograba tranquilizarse, en especial, al darse cuenta de que la respuesta al otro lado de la línea era un silencio nervioso.
–¡Contesta!
El otro hombre se aclaró la garganta.
–Lo siento, signor. Hemos buscado en todos los locales por los que suele moverse, pero no la hemos encontrado. Tampoco ha publicado nada en sus redes sociales en más de una semana y no ha vuelto a su apartamento desde hace cinco noches. Mis hombres han registrado la vivienda, pero no han encontrado el objeto.
–¿Me estás diciendo que ha desaparecido de la faz de la Tierra?
–Eso parece –admitió su empleado muy a su pesar.
A pesar de estar furioso, Alessio sintió una cierta admiración por Gigi Parker. Tal vez no debería haberla descartado tan pronto. Había enviado a buscarla a un equipo competente, aunque no fuesen sus mejores hombres, que estaban ocupados en otra tarea más importante: rastrear a los últimos enemigos de su familia y asegurarse de que las trampas estaban preparadas para llevar a cabo el ajuste de cuentas que tenía planeado.
Después de años planificándolo meticulosamente, había llegado el momento idóneo: la época del año favorita de su madre.
Pero Alessio había subestimado a Gigi. Aquella mujer caprichosa, que había pensado que podía conseguir trabajar para él, no era tan superficial como había creído. Durante la reunión que habían mantenido tres meses antes, Alessio la había juzgado por su pelo rubio y corto, el exagerado maquillaje y el vestido ajustado.
Su opinión definitiva se había basado en la lamentable entrevista de un cuarto de hora que había tenido la desgracia de soportar con ella. Tal vez, si hubiesen hablado durante la hora completa…
Alessio descartó aquello. No importaba. Había estado ocupado intentando restaurar el honor de su familia y había descuidado otros detalles, y ella le había robado por impulso, al no obtener lo que quería.
Lo peor era que él se había pasado casi una década intentando recuperar el Cresta Montaldi.
Si Massimo hubiese cumplido con su parte, él no tendría que estar haciendo malabares a esas alturas. ¿Cómo era posible que la única persona en la que podía confiar un poco fuese el playboy de su hermano, al que no le importaba lo más mínimo la venganza que lo había movido a él durante toda su vida?
Apretó los dientes e iba a lanzar varios ultimatos nuevos cuando el otro hombre habló.
–Uno de sus amigos nos ha contado que tenía planes de ir a Suiza. A Gstaad en concreto.
Eso lo sorprendió.
–¿Sabes si ya está allí? Porque está solo a dos horas de aquí. No puedo creer que sea tan necia.
Salvo que lo hubiese hecho a propósito. ¿Lo estaría tentando?
Si bien no era de dominio público, tampoco era un secreto lo mucho que el escudo familiar incrustado con rubíes significaba para él.
–Eso hemos pensado, pero… ¿no piensa que vale la pena buscarla allí? Tal vez esté intentando entrar en contacto con usted a través de su hermano.
Alessio frunció el ceño y levantó la vista, como si pudiese ver a través del techo el dormitorio en el que estaba durmiendo otra borrachera más su hermano Massimo. Él había vuelto a casa a las tres de la madrugada, pero sabía que Massimo se había quedado con sus amigos hasta el amanecer, lo que significaba que su hermano no volvería en sí hasta un par de horas después.
Alessio había ido a Suiza para llevarse a su hermano de vuelta a Sicilia, para celebrar las fiestas navideñas, aunque a ninguno de los dos le apeteciese, porque se lo habían prometido a su madre.
Tras haber estado separados durante años debido a circunstancias que se escapaban a su control, habían decidido pasar los cumpleaños y las vacaciones juntos desde hacía siete años.
Massimo estaba tan testarudo como siempre y Alessio se había dejado convencer para pasar un fin de semana sin hacer nada, esquiando y bebiendo, con la condición de que el lunes, Massimo se montaría en el helicóptero privado que los esperaría para llevarlos al aeropuerto.
Tenían que volver a Sicilia para demostrar a sus enemigos que había llegado el momento del cambio.
–Lleváis tres semanas siguiéndola. ¿Ha entrado en contacto con Massimo? –preguntó Alessio.
–No que sepamos, pero su hermano es más fácil de localizar que usted.
Alessio apretó los dientes mientras aceptaba aquella realidad.
Su hermano también recordaba lo ocurrido en el pasado y había decidido entregarse a un estilo de vida hedonista que enervaba a Alessio y le causaba muchos dolores de cabeza, pero él le había prometido a su madre en el lecho de muerte que siempre protegería a su hermano.
Y las promesas eran sagradas.
Respiró hondo mientras pensaba que le iba a dar una lección a la ladronzuela de Gigi Parker. Sería su auto regalo prenavideño.
–Buscadla e informadme de inmediato. No me defraudéis –le advirtió a su hombre.
–Sí, signor –respondió enseguida este.
Alessio terminó la llamada y se apartó del escritorio que había en el despacho del lujoso chalet que había sido suyo desde hacía años, pero que casi nunca utilizaba. Se acercó al ventanal y clavó la vista en el impresionante paisaje blanco.
Aunque prefería el clima más cálido de Sicilia, no podía negar que aquello era precioso, pero no era el momento de quedarse embobado con las vistas. Tenía asuntos importantes que atender.
Como someter a aquellos que habían destrozado a su familia. Y, para que eso ocurriese, necesitaba recuperar lo que le habían robado. Cuanto antes.
Solo tres horas después le confirmaron que Gigi Parker estaba en Gstaad. No se había molestado en esconderse, otro motivo por el que no le servía como facilitadora. Alessio valoraba sobre todo la discreción, aunque hiciese falta un cierto desparpajo.
Tal vez podría enseñarle una lección que la hiciese cambiar de tácticas en el futuro. O no.
En realidad, no le importaba. Solo quería recuperar lo que era suyo.
Tomó las llaves del coche más rápido de Massimo y se dirigió al amplio recibidor del chalet.
Massimo estaba bajando las escaleras vestido solo con unos pantalones deportivos negros y se echó el pelo largo y moreno hacia atrás antes de mirar a Alessio con el ceño fruncido al verlo con los guantes y el abrigo en la mano.
–¿Vas a salir? –le preguntó–. ¿Después de haberme hecho levantar de la cama?
–Necesito ir a Gstaad a recuperar algo. No tardaré en volver.
Massimo puso los ojos en blanco.
–Por supuesto, tienes negocios hasta en un pueblo de montaña. ¿Nunca descansas?
–No –admitió él–. No descansaré hasta que no cumpla la promesa que le hice a mamá.
Massimo bajó la mirada y asintió antes de dirigirse hacia la cocina.
–Hasta luego, entonces, a lo mejor quedo a comer con unos amigos, si no vas a volver hasta dentro de un par de horas –añadió Massimo, mirando por encima de su hombro.
Alessio suspiró, molesto. Era imposible que su hermano no saliese de casa, pero era un hombre adulto de treinta años y era complicado manejarlo, aunque iba a tener una conversación seria con él durante las vacaciones.
–Ciao –se despidió, deteniéndose con la mano en el pomo de la puerta–. ¿Frati?
–¿Sí? –preguntó Massimo.
–Voy a ir a ver a Gigi Parker. ¿La conoces?
Massimo frunció el ceño.
–No. ¿Debería conocerla?
–No. Arrivederci.
En menos de dos horas había llegado al exclusivo club de una conocida estación de esquí en Gstaad en el Lamborghini. Le dio las llaves al aparcacoches y entró en el local, que estaba muy oscuro. Fueron muchas las miradas que lo siguieron hasta la zona VIP y él supo que el establecimiento recibiría más afluencia durante las vacaciones cuando se supiese que Alessio Montaldi había estado allí.
«Buon Natale at te», pensó él en tono irónico.
Al entrar en el salón vio a varios grupos de personas alrededor de grandes sillones y camareras ligeras de ropa yendo de un lado a otro para servir a la clientela. Sin embargo, el que llamó la atención de Alessio fue el más grande, el que estaba en el centro.
En concreto, la mujer que tenía una botella de champán en la mano levantada, como si se tratase de la Estatua de la Libertad.