Nueve días y nueve noches - Maya Blake - E-Book

Nueve días y nueve noches E-Book

Maya Blake

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Beschreibung

Tratándose de venganza... ¡no hay reglas!   El solitario magnate Jario Tagarro no podía escapar de la sombra de su brutal pasado, a pesar de vivir recluido en su yate de lujo en alta mar. Todo cambió cuando su nueva ayudante, Willow, se convirtió en una tentadora distracción... ¡Hasta que descubrió que la cautivadora mujer era la hija de su enemigo! Ese empleo era el último intento de Willow para evitar que Jario destruyera a su padre. Desesperada, aceptó las condiciones de Jario: él le revelaría por qué quería vengarse si ella ganaba una serie de desafíos. Pero dada la química entre ambos, ¿conseguirá Willow sus respuestas, o lo olvidará todo en brazos de Jario?

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Seitenzahl: 213

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Portadilla

Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

www.harlequiniberica.com

 

© 2025 Maya Blake

© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Nueve días y nueve noches, n.º 3176 - julio 2025

Título original: Enemy’s Game of Revenge

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9791370007638

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

 

Índice

 

Portadilla

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Willow Chatterton aparentaba una calma que no sentía y una compostura menguante. Era un gesto desesperado por obtener las respuestas que necesitaba antes de dar, si fuera necesario, el paso, no deseado pero decisivo, de cortar por lo sano con su padre.

Pedirle a su amigo hacker que la incluyera en la lista de preseleccionados de una agencia de empleados para multimillonarios había sido, en el mejor de los casos, complicado. Y conseguir una entrevista, altamente improbable hasta que recibió la llamada. No podía fastidiarla.

Rebecca Devlin, sobrecargo jefe del yate más grande del puerto de Los Cabos, levantó la vista.

–Tiene muy buena pinta, y ayuda mucho que te manejes en un barco. –Ofreció una diminuta sonrisa, ignorante del alivio de Willow–. Aunque este no es un barco corriente.

La mirada de Willow se desvió hacia el superyate, su destino final. La Venganza.

El nombre, tan estremecedor y siniestro como inquietantemente bello el barco.

Era tan grande que ocupaba un amarre especial en el puerto deportivo de Los Cabos.

Willow estaba acostumbrada a la ostentación decadente y desbordante, pero La Venganza pertenecía a otra estratosfera. Tenía siete cubiertas, y un helicóptero de última generación en una de las más elevadas. Desde su llegada, había visto a varios miembros de la tripulación, impecablemente uniformados, transportar entregas de proveedores que la dejaron boquiabierta: caviar Ossetra, salmón noruego, cajas y cajas de champán o langosta. Había oído que había barriles de agua llevada desde un lago del Himalaya.

Un flujo incesante de gente guapa, casi todas mujeres, llegaba en coches deportivos, limusinas y todoterrenos de lujo, transportadas en elegantes lanchas hasta el yate.

La actividad y el número de entregas apuntaban a un largo viaje. No podía permitir que el yate zarpara sin lograr su objetivo: confrontar a Jario Tagarro, famoso propietario de La Venganza.

Se decía que el esquivo multimillonario de treinta y dos años llevaba años sin pisar tierra firme.

Seguía sin saber por qué su padre se estremecía visiblemente al mencionar el apellido Tagarro y sospechaba que mentía o infravaloraba gravemente el papel de Jario, insistiendo en que el multimillonario no tenía nada que ver con los problemas de Financiera Chatterton.

Tras semanas de angustiosa reflexión, aceptó que solo había una salida: buscar al multimillonario y descubrir la verdad ella misma.

Además, varias familias dependían de Financiera Chatterton, y no merecían la apatía de su padre.

Debería haber actuado antes. Pero había necesitado ver repetidamente en los últimos meses el apellido Tagarro entre las cosas de su padre para recordar que el cambio radical en su progenitor se había iniciado tras su regreso de Colombia hacía más de quince años.

El Paul Chatterton que había emprendido ese viaje era fanfarrón y ambicioso hasta la exageración. El que había regresado se había vuelto casi obsesivo con vender una imagen altiva, involucrando a su mujer y a su hija preadolescente, iniciando una fractura que había destrozado a la familia.

Pero fue la pérdida de riqueza y prestigio, y que su madre abandonara a la familia para casarse con un hombre más rico poco antes de que Willow cumpliera dieciséis, lo que cambió todo.

Willow apartó los inquietantes recuerdos y se concentró en su objetivo.

Solo necesitaba una audiencia con el multimillonario.

–Asistirás a Ripley, el ayudante personal del señor Tagarro, hasta que se encuentre un sustituto permanente –dijo Rebecca, sobresaltando a Willow.

–Entonces, ¿tengo el trabajo? –Willow se irguió y sonrió.

–Si puedes empezar ahora mismo –Rebecca asintió y miró la pequeña maleta que Willow tenía a sus pies–, a falta de las últimas comprobaciones y de que aceptes… arreglarte un poco, sí.

–¿Arreglarme?

–El señor Tagarro exige un alto decoro profesional en sus empleados.

Aunque delgada y en forma, desde hacía un año su único maquillaje era brillo de labios, y no había pisado una peluquería mientras compaginaba su trabajo de ayudante en una empresa en quiebra con la práctica del violín, único bálsamo que sostenía su alma en un paisaje desolador.

–Tenemos un estilista a bordo. Espero que no te ofendas si le pido que venga.

–En absoluto. –Willow sacudió la cabeza.

–En ese caso, bienvenida a bordo. –La mujer le entregó un documento–. Lee el contrato y preséntate en el barco a las dos de la tarde. Haré que alguien te enseñe el oficio.

 

 

Willow estaba en la cafetería, tras leer y firmar el contrato, cuando llegó parte de la tripulación.

–Me muero de ganas de zarpar mañana –exclamó un joven–. Bali va a ser épico.

Willow sintió una gran inquietud. Jario Tagarro zarpaba al día siguiente hacia Indonesia. Con suerte, tendría tiempo suficiente para averiguar lo que necesitaba.

«Pierde el tiempo si quieres. Pero no me vengas llorando cuando no descubras nada», había dicho su padre. Willow temía que estaba a punto de descubrir algo que destrozaría la relación con su padre. Aun así, necesitaba saberlo.

Así que, a las dos menos cinco, se presentó en la pasarela que conducía al superyate.

–¿La nueva empleada? –Los dos guardias la miraron, y el más bajo enarcó una ceja.

La gran embarcación parecía aún más imponente, empequeñeciendo todo a su alrededor.

Quiso contestar que no, darse la vuelta y marcharse. Pero se mantuvo firme. Y asintió.

Diez minutos después, estaba sentada en un sillón de cuero en una coqueta peluquería, con una mujer inmaculadamente vestida que se presentó como Greta, la estilista en jefe. Willow apenas había accedido a que le arreglaran el pelo, cuando una peluquera empezó a cortarlo.

Un poco aturdida, pero agradecida de dar el pego, la soltaron noventa minutos más tarde, armada con un pequeño estuche de maquillaje, dos uniformes nuevos y unos cómodos zapatos.

–Ah, aquí está Ripley. Nos vemos, Willow.

Greta se alejó y Willow se volvió hacia un hombre alto, delgado y trajeado.

–Bienvenida a La Venganza. Te acompañaré a tus aposentos para que te instales. El señor Tagarro está agasajando a sus invitados en la cubierta superior. Lo conocerás más tarde.

–Tengo entendido que mañana zarparemos hacia Bali. –Ella asintió–. ¿Cuánto durará el viaje?

–Sin escalas imprevistas, una semana. Nueve días siendo flexibles.

Un máximo de nueve días para encontrar las respuestas que necesitaba. No sabía cómo reaccionaría Jario Tagarro cuando descubriera su propósito, pero ya cruzaría ese puente.

Sola en su camarote compartido, Willow permaneció inmóvil, con el corazón acelerado.

Hacía diez años que había visto cómo su madre hacía las maletas y se marchaba, dejando a una hija conmocionada y angustiada y a un marido sumido en la depresión.

Recordaba la mirada compasiva de su madre, mientras ella sollozaba en la puerta de su casa, viéndola subir a la limusina en la que estaba el hombre por el que abandonaba a su marido.

«No llores, cariño. Pronto podrás venir a verme. Te lo prometo».

La amargura afloró como la bilis al recordar las veces que había llamado a su madre. El paso de las promesas a los reproches, y luego la indiferencia total.

Willow sabía lo rápido que podía cambiar la vida de una persona. El daño que podían causar las mentiras y la indiferencia. Solo esperaba que los secretos que su padre le había ocultado no la destruyeran por completo.

 

 

Algunas noches, Jario Tagarro se preguntaba por qué se molestaba en acostarse.

Dormía una media de cuarenta y cinco minutos, en el mejor de los casos. Quince cuando los demonios eran especialmente prolíficos.

Esa noche se ahogaría en una botella si no despreciara la falta de claridad en todo momento. Bebía alguna copa, o champán añejo, cuando le apetecía, pero beber para ahogar el infierno de sus sueños era cosa del pasado. Prefería enfrentarse a sus demonios cara a cara.

Se incorporó y posó los pies en el suelo de madera, sintiendo los movimientos de la nave.

No sirvió de nada. Intentara lo que intentara, nunca era suficiente.

Esas semanas en la selva sudamericana lo habían cambiado para siempre. Hacía tiempo que lo había aceptado. El único problema era que, aunque su cerebro se las arreglaba durante el día, funcionando muy por encima de la media, las noches y sus demonios siempre lo atrapaban.

Aún le quedaba trabajo por hacer, un camino por recorrer para lograr la más dulce retribución.

«Y entonces… ¿qué?».

Y entonces… viviría la vida que había estado destinado a vivir. La venganza no era un destino, solo una parada en el camino hacia su yo superior. Y mientras lo primero lo estaba consumiendo, lo segundo honraría la memoria de su padre. Su única razón para todo eso.

Reafirmada la promesa, Jario abandonó su suite. Se dirigió al amplio gimnasio y zona de ocio que ocupaba la mayor parte de la cubierta inferior y entró en la zona cerrada de su desestresante favorito. Respirando hondo, cerró los dedos sobre el mango de la primera hacha y la alzó.

El acero negro con la mortal hoja de color rojo sangre brillaba en la penumbra.

Tres pasos lo llevaron al centro de la colchoneta, la columna de madera de tres metros de altura a seis metros de distancia. Con un rugido sanguinario surgido del alma, Jario lanzó el hacha, que se clavó en la gruesa madera.

Perdió toda noción del tiempo y el espacio mientras lanzaba un hachazo tras otro, el sudor empapándole el pelo y la piel, goteando hasta la cintura. Solo importaba que las voces habían cesado, que los demonios se habían rendido. Aunque volverían la noche siguiente. Y la siguiente.

Se preparó para el siguiente lanzamiento, pero se detuvo al oír un grito de sorpresa detrás de él.

Giró la cabeza y se encontró con un par de ojos muy abiertos, alojados en el cuerpo de una mujer alta y escultural que vestía una camisa de dormir y unos pantalones cortos que terminaban a medio muslo y dejaban a la vista el resto de sus kilométricas piernas. La camisa, abotonada primorosamente, permitía adivinar los exuberantes pechos que cubría.

No era uno de sus invitados. Los había despedido a todos en Cabo. Tras una semana de interminables reuniones de negocios disfrazadas de entretenimiento, buscaba la soledad.

Por tanto, debía ser de la tripulación. Por tanto, sabía que no debía molestarlo.

Irritado, vio cómo sus ojos se abrían desmesuradamente cuando su mirada se posó en el pecho y torso sudorosos. Su respiración se aceleró antes de levantar la mirada.

El agudo despertar de su virilidad cuando sus miradas conectaron sorprendió a Jario. Aunque disfrutaba mucho del sexo, hacía mucho que no reaccionaba con tanta intensidad ante una mujer.

–¿Es…? –Jario reprimió un gruñido.

–Lo siento –Ella bajó la mirada.

Él enarcó las cejas cuando ambos se interrumpieron a la vez.

–Continúe. –Jario agarró el hacha–. Espero que sea el principio de una disculpa por molestarme.

Percibió una chispa de irritación antes de que ella mirara el hacha. Interesante.

–Todavía me estoy acostumbrando al barco. –Ella se encogió de hombros–. El zumbido constante, el movimiento y otros ruidos me impiden dormir.

–El yate está equipado con un estabilizador ridículamente caro para que no se balancee. En cuanto al zumbido, algunos lo encuentran… tranquilizador.

–Probablemente yo también –ella asintió–, cuando me acostumbre a estar a bordo. –Miró a su alrededor–. Iba a dar un paseo… no creía que hubiera nadie a estas horas.

–¿Es nueva en la tripulación? –Jario volvió a examinarla, con una compulsión incontenible.

Tras una vacilación infinitesimal, ella asintió.

La irritación de Jario se mezcló con una peculiar excitación. Sus normas personales le prohibían relacionarse con ella salvo de manera profesional, pero… ¿no era la fruta prohibida la más dulce?

–Entonces le habrán explicado que deambular de noche está terminantemente prohibido. Así que o se está saltando las normas o a alguien se le ha escapado decírselo.

Ella lo miró con aprensión, pero, aunque acababa de confirmar que era su empleada, no se deshizo en excusas como haría la mayoría.

Sus pensamientos intrigados se dispersaron cuando ella se acercó. Una vez más, posó su mirada en las espectaculares piernas. «Dios mío», debería ser delito tenerlas tan sexys.

Jario había aprendido pronto que le gustaban las piernas. Ella medía unos quince centímetros menos que él, pero aun así era impresionante, y sospechaba que también le gustaban las caras.

Poseía el tipo de belleza sin adornos que se revela gradualmente, como una amante que se despoja de sus capas. El labio superior parecía demasiado fino, hasta que los separó, mostrando que era perfectamente proporcionado. Las mejillas parecían regordetas, pero resaltaban unos pómulos exquisitos bajo la luz. Los ojos marrones mostraban motas que ocultaban colores sutiles.

En cuanto a la mandíbula y la elegante línea del cuello… ese pulso palpitante en la garganta…

–No quería molestarlo. –Su voz era baja, ronca, escondiendo misterios que Jario deseaba descubrir. Podría ser la forma que tenía su psique de distraerlo de sus demonios. De aprovechar la inesperada interrupción para retrasar el regreso a la cama.

También era consciente de que ella no había reconocido sus transgresiones. Algo que él estaba dispuesto a dejar pasar. Solo por esa vez. Porque…

–¿Quiere intentarlo? –Le tendió el hacha sin darse cuenta de sus palabras.

La alarma se apoderó de él. ¿Qué estaba haciendo? Él no confraternizaba con la tripulación. Eran personas cualificadas y cuidadosamente seleccionadas a las que pagaba generosamente para que mantuvieran su hogar, pues La Venganza era su hogar, funcionando. Personas que garantizaban que se cumpliera su necesidad vital de movimiento. Sin embargo, no retiró la invitación.

Ella empezó a sacudir la cabeza, provocando a la vez un alivio y un resentimiento que él no entendió. Pero, en el último momento, asintió mientras sentimientos opacos atravesaban su rostro. Sentimientos que él no pudo descifrar, confundido por cómo ella se deslizaba hacia él.

Tal vez no debería haber tenido tanta prisa por zarpar… debería haber dejado que una de las muchas mujeres deseosas de compartir su cama se quedara.

Willow examinó la red protectora que los separaba. Jario soltó el cierre y lo abrió en señal de silenciosa invitación. Ella entró y aspiró hondo al sentir su olor. La mera idea de que ella inhalara su piel sudorosa hizo que Jario sintiera una necesidad asombrosamente primaria.

Quiso atribuir las demenciales sensaciones a la actividad, la hora o a los movimientos de los sistemas planetarios. Pero sabía que poco o nada tenían que ver con aquello. Su visitante poseía un misterio que lo cautivaba.

–Nunca he hecho esto. –Willow examinó las hachas y la columna de madera.

Él se preguntó si su voz siempre sonaba tan ronca, por el sueño… o por su falta. Sintiéndose acalorado, reprimió un juramento. Debería terminar con eso. Mandarla a su camarote, donde debía estar. Volver a su suite, por fin agotado, y tratar de dormir otros cuarenta y cinco minutos.

Sin embargo, se acercó y ofreció su hacha, satisfecho cuando ella la tomó.

–Cuidado. –Jario no la soltó–. Pesa. Manténgala alejada para que, si se cae, no se lastime.

–¿Qué hago ahora? –Ella asintió.

–Separe las piernas a la anchura de los hombros. –Jario se colocó detrás de ella, intentando ignorar lo bien que se complementaban sus cuerpos–. Agarre el mango firmemente a unos dos centímetros del extremo. Así es –murmuró, inspirando bruscamente cuando sintió el escalofrío de la mujer.

Encajó la mandíbula contra sensaciones que no debía sentir y se apartó.

–Primero, visualice dónde quiere que caiga y apunte hacia allí. Luego, levántela por encima de la cabeza y suéltela con fuerza cuando los brazos estén a la altura de los ojos. ¿Entendido?

Ella asintió y sus ojos brillaron de emoción.

Alzó los brazos por encima de su cabeza, los duros pezones presionando contra su camisa y unos deliciosos centímetros de piel dorada clara se revelaron por encima de sus pantalones cortos.

«Santo cielo», Jario estaba a punto de tener una erección en presencia de una intrusa a la que debería haber echado. No se le escapaba lo absurdo de la situación. Pero…

–Respire y lance –indicó con voz ronca.

El hacha describió una curva, silenciosa y mortal, y se clavó en el centro inferior de la madera.

–Vaya. –Ella soltó un respingo, los ojos muy abiertos, mientras se volvía–. Ha sido emocionante.

–Así es. ¿Otra vez? –Jario ignoró la advertencia de su voz interior.

–¿Puedo? –Una sonrisa curvó los deliciosos labios rosados y Jario se retorció de lujuria.

Él arrancó el hacha de la tabla. Al volverse, captó la mirada de ella recorriendo su piel desnuda. El aire, ya cargado, se hizo más denso. Podría arrojar el hacha a un lado e invitarla a participar en otra actividad más… implicada, para calmar sus demonios. Por suerte, prevaleció la sensatez.

–Una más y tendrá que irse. –Le tendió la empuñadura.

El brillo de sus ojos indicaba que el despido la había sorprendido. Mejor que supiera que no podía jugar con él, aunque fuera la mujer más despampanante que hubiera visto en mucho tiempo.

Tomando el hacha, ella se posicionó y levantó los brazos.

–Más arriba. Justo ahí.

Ella se mordió el labio inferior. Jario apretó los puños, conteniendo la febril necesidad de tocarla. De liberar el labio inferior con sus propios dientes y morderlo.

–Ahora.

El hacha salió volando, aterrizando con un golpe satisfactorio, aunque algo descentrado.

Lentamente, ella bajó los brazos, con los ojos brillantes. Luego, lo miró cohibida, consciente de la fuerte reacción que él no podía ocultar.

Jario habría jurado que nunca se había sentido más atraído hacia una mujer. Y fue esa contundente reacción la que le hizo darle la espalda, recoger su hacha y quedarse allí luchando por controlarse.

–Váyase. Ahora –ordenó sin darse la vuelta. Jario casi lamentó oírla alejarse.

 

 

A la mañana siguiente, nada más ducharse y vestirse, Jario activó el sistema de vigilancia del yate desde su tableta. Bebió un sorbo de café, felicitándose por no ceder a una tentación que no había disminuido ni un ápice desde la noche anterior. La encontró en la cocina con Ripley.

Llevaba el pelo largo recogido en una pulcra coleta. Vestía el uniforme blanco de la tripulación. Pero ni siquiera la modesta camisa abotonada o la falda plisada disimulaban su belleza.

Cuando Ripley reclamó la atención de Willow, Jario se sintió irritado… ¿celoso? Ridículo.

Ver a Ripley le recordó un fallo que debía solucionar. Pulsó el intercomunicador Bluetooth.

–¿Sí, señor? –contestó su ayudante.

–Ven a mi oficina ahora mismo.

–Por supuesto, señor.

Los dedos de Jario tamborilearon impacientes sobre el escritorio, hasta que llamaron a su puerta.

–Adelante. –Con una última mirada a la pantalla, apagó la vigilancia.

Ripley se acercó al escritorio con paso tranquilo. Por lo general, Jario apreciaba el proceder de su ayudante. Pero esa mañana se descubrió molesto con él.

«Por la intrusión de anoche». Nada más.

–¿En qué puedo ayudarle, señor?

Ni siquiera el cortés respeto y afán de servicio apaciguó a Jario. Había dormido fatal. La lucha contra los demonios y la frustración sexual hacían estragos en la disposición de un hombre.

–Es tu trabajo asegurarte de que toda la tripulación obedezca mi código de conducta mientras esté a bordo de mi yate, ¿verdad? –preguntó con tono uniforme.

–Por supuesto, señor. –El laissez-faire de Ripley se evaporó–. Y le aseguro que todos lo hacen.

–¿Entonces por qué encontré a la nueva vagando por las cubiertas en mitad de la noche?

El parpadeo de sorpresa precedió a un sutil destello de ira rápidamente disimulada que hizo que Jario esbozara una sonrisa. Ripley odiaba que le llamaran la atención por un fallo.

–Mis disculpas, señor. Claramente, Willow necesita que le recuerden las reglas. Fue contratada como mi ayudante, así que está directamente bajo mi supervisión. Yo me ocuparé…

Jario se removió en el asiento mientras el calor recorría su torrente sanguíneo. Consultó la pantalla con la cuenta atrás hasta Bali. Siete días hasta que pudiera hacer algo con esa necesidad salvaje.

–Si no te importa, me gustaría comprobar que todos estamos de acuerdo.

–Por supuesto. –Ripley asintió enérgicamente –. Traeré a la señorita Chatterton ahora mismo.

A Jario se le nubló la vista, y su pulso pasó de diez a un millón. Por un ridículo momento, pensó que se desmayaría. Apenas oyó la taza de café caer sobre el plato, el líquido caliente quemándolo.

–Disculpa, ¿cómo dijiste que se llamaba? –El salvaje susurro hiriéndole la garganta.

–Willow Cha-Chatterton, señor. –Ripley abrió los ojos desmesuradamente y palideció–. ¿Algo…?

–Tráela. –Jario golpeó el escritorio con la mano–. Ahora mismo.

Ripley pareció desconcertado, pero rápidamente asintió y salió de la habitación.

Jario estaba incrédulo con la audacia de esa mujer. Ella sabía quién era él desde el principio. Había jugado con él con sus ojos muy abiertos. El inocente pijama. La fingida falta de aliento, diseñada para provocar a cualquier hombre con sangre en las venas. Y él había caído como un zoquete.

Willow Chatterton no tenía ni idea de lo que había despertado.

Regresaron en un abrir y cerrar de ojos. La mirada de Jario se posó en ella en cuanto entró, odiándose por fijarse en todo. El ligero brillo de sudor en su labio superior, el rápido subir y bajar del pecho mientras intentaba recuperar el aliento. Sus hipócritas ojos, parpadeando perplejos.

Ripley revoloteó en el umbral, su propia mirada deslizándose repetidamente hacia ella.

–Me ocuparé de ti más tarde. –A Jario le hervía la sangre–. Déjanos. Ahora mismo.

Su ayudante se alejó a toda prisa, cerrando la puerta tras de sí.

En el denso silencio que siguió, la observó oscilar entre el desafío y la cautela.

–Puedo explicárselo.

–¿Puede? Me muero por oír cómo cree que lo que diga suavizará su verdadera intención.

–Intenté ponerme en contacto. –Un destello surgió de su mirada–. No tuve elección –afirmó ella.

–¿Elección? –Durante un segundo, Jario no pudo respirar. Sentía una intensa repulsión.

La elección era la razón por la que estaba plagado de demonios. La elección lo había dejado sin padre. La elección le había provocado la necesidad de surcar los mares, de seguir en movimiento.

–No sabe en qué se ha metido, señorita Chatterton. Pero, créame, se lo explicaré encantado.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Mintió para entrar en mi barco. ¿Verdadero o falso?

La acusación dolía y Willow se estremeció, pero calló, pues respondiendo mostraría debilidad.

–Respóndame. –Jario se acercó a ella, sus fríos ojos helando la médula de Willow.

–No he mentido. Siempre tuve la intención de presentarme y explicarle cómo y por qué estaba aquí. Además, intenté contactarle, pero ninguno de los suyos quiso transmitirle mis mensajes.

–Porque, lo crea o no, están entrenados para no permitir que cualquier extraño acceda a mí.

–Bueno –ella exhaló lentamente–, no embarqué sin permiso. Me ofrecieron un trabajo y lo acepté.

–Con motivos ocultos. ¿O sugiere que ocultar su verdadero propósito no cuenta como engaño?

–No me andaré con rodeos. –Ella le devolvió la mirada–. Tengo motivos ocultos. –Qué bien sentaba liberarse de la pesada verdad–. Pero ¿qué quiso decir con que se encargará de Ripley después?

–¿Está preocupada por él? –Él entornó los ojos–. ¿No debería reservarlo para usted misma?

–Puedo hacer varias cosas a la vez –bromeó Willow mientras deslizaba su mirada sobre él.

La noche anterior, medio desnudo y cubierto de sudor, el pelo largo suelto, blandiendo un hacha, se había mostrado intensamente masculino, animal y primitivo.

Esa mañana, vestido de negro de pies a cabeza, con el pelo negro azabache peinado hacia atrás y la barba incipiente recortada a la perfección, resultaba fascinante, aterrador.

–Créame, no habrá destreza suficiente para hacer frente a lo que le espera –respondió Jario, con una furia candente vibrando en su interior–. Dígame cómo consiguió la entrevista.