En las orillas del Sar - Rosalía de Castro - E-Book

En las orillas del Sar E-Book

Rosalía de Castro

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Beschreibung

En las orillas del Sar es la última obra que publicó Rosalía de Castro, un poemario que habla de pérdida y de existencialismo. Las más de cien poesías que se recogen en este libro giran alrededor de una reflexión nostálgica de la autora hacia su pasado y su presente. En esta exploración de su mundo interior y con una sensibilidad exquisita, Rosalía de Castro pasea por los paisajes de su querida Galicia, pone en cuestión la existencia de Dios y el amor en todas sus formas. Un poemario melancólico precursor de la literatura modernista. -

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Rosalía de Castro

En las orillas del Sar

 

Saga

En las orillas del Sar

 

Copyright © 1884, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726771275

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

[ I ]

Orillas del Sar

I

A través del follaje perenne

que oír deja rumores extraños,

y entre un mar de ondulante verdura,

amorosa mansión de los pájaros,

desde mis ventanas veo 5

el templo que quise tanto.

 

El templo que tanto quise...,

pues no sé decir ya si le quiero,

que en el rudo vaivén que sin tregua

se agitan mis pensamientos, 10

dudo si el rencor adusto

vive unido al amor en mi pecho.

II

Otra vez, tras la lucha que rinde

y la incertidumbre amarga

del viajero que errante no sabe 15

dónde dormirá mañana,

en sus lares primitivos

halla un breve descanso mi alma.

 

Algo tiene este blando reposo

de sombrío y de halagüeño, 20

cual lo tiene, en la noche callada,

de un ser amado el recuerdo,

que de negras traiciones y dichas

inmensas, nos habla a un tiempo.

 

Ya no lloro..., y no obstante, agobiado 25

y afligido mi espíritu, apenas

de su cárcel estrecha y sombría

osa dejar las tinieblas

para bañarse en las ondas

de luz que el espacio llenan. 30

 

Cual si en suelo extranjero me hallase,

tímida y hosca, contemplo

desde lejos los bosques y alturas

y los floridos senderos

donde en cada rincón me aguardaba 35

la esperanza sonriendo.

III

Oigo el toque sonoro que entonces

a mi lecho a llamarme venía

con sus ecos que el alba anunciaban,

mientras, cual dulce caricia, 40

un rayo de sol dorado

alumbraba mi estancia tranquila.

 

Puro el aire, la luz sonrosada,

¡qué despertar tan dichoso!

Yo veía entre nubes de incienso, 45

visiones con alas de oro

que llevaban la venda celeste

de la fe sobre sus ojos...

 

Ese sol es el mismo, mas ellas

no acuden a mi conjuro; 50

y a través del espacio y las nubes,

y del agua en los limbos confusos,

y del aire en la azul transparencia,

¡ay!, ya en vano las llamo y las busco.

 

Blanca y desierta la vía 55

entre los frondosos setos

y los bosques y arroyos que bordan

sus orillas, con grato misterio

atraerme parece y brindarme

a que siga su línea sin término. 60

 

Bajemos, pues, que el camino

antiguo nos saldrá al paso,

aunque triste, escabroso y desierto,

y cual nosotros cambiado,

lleno aún de las blancas fantasmas 65

que en otro tiempo adoramos.

IV

Tras de inútil fatiga, que mis fuerzas agota,

caigo en la senda amiga, donde una fuente brota

siempre serena y pura,

y con mirada incierta, busco por la llanura 70

no sé qué sombra vana o qué esperanza muerta,

no sé qué flor tardía de virginal frescura

que no crece en la vía arenosa y desierta.

 

De la oscura Trabanca tras la espesa arboleda,

gallardamente arranca al pie de la vereda 75

la Torre y sus contornos cubiertos de follaje,

prestando a la mirada descanso en su ramaje

cuando de la ancha vega por vivo sol bañada

que las pupilas ciega,

atraviesa el espacio, gozosa y deslumbrada. 80

 

Como un eco perdido, como un amigo acento

que sueña cariñoso,

el familiar chirrido del carro perezoso

corre en alas del viento y llega hasta mi oído

cual en aquellos días hermosos y brillantes 85

en que las ansias mías eran quejas amantes,

eran dorados sueños y santas alegrías.

 

Ruge la Presa lejos..., y, de las aves nido,

Fondóns cerca descansa;

la cándida abubilla bebe en el agua mansa 90

donde un tiempo he creído de la esperanza hermosa

beber el néctar sano, y hoy bebiera anhelosa

las aguas del olvido, que es de la muerte hermano;

donde de los vencejos que vuelan en la altura,

la sombra se refleja; 95

y en cuya linfa pura, blanca, el nenúfar brilla

por entre la verdura de la frondosa orilla.

V

¡Cuán hermosa es tu vega, oh Padrón, oh Iria Flavia!

Mas el calor, la vida juvenil y la savia

que extraje de tu seno, 100

como el sediento niño el dulce jugo extrae

del pecho blanco y lleno,

de mi existencia oscura en el torrente amargo

pasaron, cual barrida por la inconstancia ciega,

una visión de armiño, una ilusión querida, 105

un suspiro de amor.

 

De tus suaves rumores la acorde consonancia,

ya para el alma yerta tornóse bronca y dura

a impulsos del dolor;

secáronse tus flores de virginal fragancia; 110

perdió su azul tu cielo, el campo su frescura,

el alba su candor.

La nieve de los años, de la tristeza el hielo

constante, al alma niegan toda ilusión amada,

todo dulce consuelo. 115

Sólo los desengaños preñados de temores,

y de la duda el frío,

avivan los dolores que siente el pecho mío,

y ahondando mi herida,

me destierran del cielo, donde las fuentes brotan 120

eternas de la vida.

VI

¡Oh tierra, antes y ahora, siempre fecunda y bella!

Viendo cuán triste brilla nuestra fatal estrella,

del Sar cabe la orilla,

al acabarme, siento la sed devoradora 125

y jamás apagada que ahoga el sentimiento,

y el hambre de justicia, que abate y que anonada

cuando nuestros clamores los arrebata el viento

de tempestad airada.

 

Ya en vano el tibio rayo de la naciente aurora 130

tras del Miranda altivo,

valles y cumbres dora con su resplandor vivo;

en vano llega mayo de sol y aromas lleno,

con su frente de niño de rosas coronada,

y con su luz serena: 135

en mi pecho ve juntos el odio y el cariño,

mezcla de gloria y pena,

mi sien por la corona del mártir agobiada

y para siempre frío y agotado mi seno.

VII

Ya que de la esperanza, para la vida mía, 140

triste y descolorido ha llegado el ocaso,

a mi morada oscura, desmantelada y fría,

tornemos paso a paso,

porque con su alegría no aumente mi amargura

la blanca luz del día. 145

 

Contenta el negro nido busca el ave agorera;

bien reposa la fiera en el antro escondido,

en su sepulcro el muerto, el triste en el olvido

y mi alma en su desierto.

[ II ]

Los unos altísimos,

los otros menores,

con su eterno verdor y frescura,

que inspira a las almas

agrestes canciones, 5

mientras gime al chocar con las aguas

la brisa marina de aromas salobres,

van en ondas subiendo hacia el cielo

los pinos del monte.

 

De la altura la bruma desciende 10

y envuelve las copas

perfumadas, sonoras y altivas

de aquellos gigantes

que el Castro coronan;

brilla en tanto a sus pies el arroyo 15

que alumbra risueña

la luz de la aurora,

y los cuervos sacuden sus alas,

lanzando graznidos

y huyendo la sombra. 20

 

El viajero, rendido y cansado,

que ve del camino la línea escabrosa

que aún le resta que andar, anhelara,

deteniéndose al pie de la loma,

de repente quedar convertido 25

en pájaro o fuente,

en árbol o en roca.

[ III ]

Era apacible el día

y templado el ambiente,

y llovía, llovía

callada y mansamente;

y mientras silenciosa 5

lloraba yo y gemía,

mi niño, tierna rosa,

durmiendo se moría.

 

Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!

Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca en la mía! 10

 

Tierra sobre el cadáver insepulto

antes que empiece a corromperse... ¡tierra!

Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos;

bien pronto en los terrones removidos

verde y pujante crecerá la hierba. 15

 

¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,

torvo el mirar, nublado el pensamiento?

¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!

Jamás el que descansa en el sepulcro

ha de tornar a amaros ni a ofenderos. 20

 

¡Jamás! ¿Es verdad que todo

para siempre acabó ya?

No, no puede acabar lo que es eterno,

ni puede tener fin la inmensidad.

 

Tú te fuiste por siempre; mas mi alma 25

te espera aún con amoroso afán,

y vendrás o iré yo, bien de mi vida,

allí donde nos hemos de encontrar.

 

Algo ha quedado tuyo en mis entrañas

que no morirá jamás, 30

y que Dios, porque es justo y porque es bueno,

a desunir ya nunca volverá.

 

En el cielo, en la tierra, en lo insondable

yo te hallaré y me hallarás.

No, no puede acabar lo que es eterno, 35

ni puede tener fin la inmensidad.

 

Mas... es verdad, ha partido

para nunca más tornar.

Nada hay eterno para el hombre, huésped

de un día en este mundo terrenal 40

en donde nace, vive y al fin muere,

cual todo nace, vive y muere acá.

[ IV ]

Una luciérnaga entre el musgo brilla

y un astro en las alturas centellea;

abismo arriba, y en el fondo abismo;

¿qué es al fin lo que acaba y lo que queda?

En vano el pensamiento 5

indaga y busca en lo insondable, ¡oh ciencia!

Siempre, al llegar al término, ignoramos

qué es al fin lo que acaba y lo que queda.

Arrodillada ante la tosca imagen,

mi espíritu, abismado en lo infinito, 10

impía acaso, interrogando al cielo

y al infierno a la vez, tiemblo y vacilo.

¿Qué somos? ¿Qué es la muerte? La campana

con sus ecos responde a mis gemidos

desde la altura, y sin esfuerzo el llanto 15

baña ardiente mi rostro enflaquecido.

¡Qué horrible sufrimiento! ¡Tú tan solo

lo puedes ver y comprender, Dios mío!

¿Es verdad que los ves? Señor, entonces,

piadoso y compasivo 20

vuelve a mis ojos la celeste venda

de la fe bienhechora que he perdido,

y no consientas, no, que cruce errante,

huérfano y sin arrimo,

acá abajo los yermos de la vida, 25

más allá las llanadas del vacío.

 

Sigue tocando a muerto, y siempre mudo

e impasible el divino