Enamorado de Cenicienta - Liz Fielding - E-Book
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Enamorado de Cenicienta E-Book

Liz Fielding

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Beschreibung

¡Persiguiendo a Cenicienta! Lucy Bright no podía creérselo cuando la sacaron del aburrimiento de ser secretaria y la convirtieron en la prometida mimada del gurú de la venta al por menor. ¡Pero entonces descubrió que todo era un ardid publicitario! Al escapar del frenesí mediático, se encontró literalmente entre los brazos del delicioso magnate Nathaniel Hart. Totalmente sorprendida por la inmediata atracción que sintió hacia él, Lucy huyó, pero Nathaniel estaba dispuesto a encontrar a aquella belleza descalza… aunque lo único que tenía era un carísimo zapato rojo de diseño.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2010 Liz Fielding. Todos los derechos reservados.

ENAMORADO DE CENICIENTA, N.º 2436 - diciembre 2011

Título original: Mistletoe and the Lost Stiletto

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-120-9

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

PRÓLOGO

Miércoles, 1 de diciembre

Citas de la señorita Lucy Bright

9:30: Salón de belleza.

12:30: Comida con Marji Hayes, directora de la revista Celebrity.

14:30: Sesión fotográfica para Celebrity (¡con mamá!).

16:30: Serafina March, organizadora de la boda.

20:00: Cena en el Ritz (se incluye la lista de invitados).

Entrada del diario de la señorita Lucy Bright del 1 de diciembre

Ojalá pudiera ir esta tarde a la presentación a la prensa de la cadena de tiendas de moda de Lucy B., pero, según la bruja de la secretaria de Rupert, es para la prensa económica, no para la del corazón, lo cual me pone en mi sitio. Ni siquiera puedo recurrir a Rupert, ya que su vuelo no llega hasta la hora de comer. ¿Y cómo es que se va a librar de la reunión con la terrible Serafina March? También es su boda.

Pregunta estúpida. Está demasiado atareado para ocuparse de «cosas de mujeres». El mes pasado ha estado más tiempo fuera del país que en él. A este paso, voy a ir al altar yo sola.

La cena de celebración de esta noche es, como no dejan de recordarme, mi momento glorioso, y es evidente que una mañana de mimos en el salón de belleza, una deliciosa comida con la directora de Celebrity y una reunión con quien organiza las bodas de las estrellas de cine constituyen un cuento de hadas. Soy Lucy Bright. En primavera, mi nombre, Lucy B., aparecerá sobre la entrada de cien tiendas en las principales calles. Entonces, ¿por qué me siento como si lo observara todo desde fuera?

LUCY Bright frotó con el pulgar el anillo de compromiso para que el enorme diamante brillara mientras trataba de librarse de la sensación de que las cosas no eran el cuento de hadas que los medios de comunicación proclamaban al hablar de su relación con Rupert Henshawe. Resuelta a librarse de esa inquietud, entró en Twitter para poner al día a sus seguidores sobre lo que haría durante la jornada.

Buenos días, tuiteros. Voy a que me alisen el pelo. Otra vez. Juro que todos huyen a esconderse cuando me ven aparecer en el salón de belleza. #Cenicienta.

Lucy B., miércoles 1 dic., 8:22

De momento tengo el pelo liso. Comida fabulosa en Ivy. Mucha gente famosa. Me marcho a buscar a mi madre para la sesión fotográfica. Pondré al día el blog después. #Cenicienta.

Lucy B., miércoles 1 dic., 14:16

P. D.: No os perdáis hoy la presentación a la prensa de Lucy B. en la página web, a las 16:00. Va a ser estupenda. #Cenicienta.

Lucy B., miércoles 1 dic., 14:18

–¿Es ésa la hora? –gritó Lucy.

–Se nos ha hecho un poco tarde, señorita –dijo el chófer de Rupert mientras sostenía un paraguas abierto para que ella no se mojara al salir de la sesión fotográfica y dirigirse al coche.

«Un poco tarde», era quedarse corto. El fotógrafo había sido implacable a la hora de conseguir la foto perfecta, y a Lucy le quedaban menos de veinte minutos para reunirse con la organizadora de la boda, para hablar del gran día. Aunque era aceptable, incluso necesario, que la novia llegara tarde a la boda, Serafina March no consentía el más mínimo retraso cuando se estaba citado con ella.

–No hay tiempo de volver a casa a recoger el informe de la boda, Gordon. Tendremos que pasarnos por el despacho.

La eficiente secretaria de Rupert tenía una copia. Se la pediría prestada.

CAPÍTULO 1

–¡MENTIROSO!

Lo único que se oía en la sala era el ruido de las cámaras mientras la rueda de prensa del magnate Rupert Henshawe, también conocido como el Príncipe Azul, era saboteada por su prometida, alias Cenicienta, que se quitó el anillo de compromiso y se lo tiró a la cara.

–¡Embustero!

Las cámaras de la sala enfocaron la mejilla de Henshawe, que sangraba por la herida que le había producido el enorme diamante.

Todos los medios presentes, periodistas, expertos en finanzas y equipos de televisión, contuvieron el aliento.

La Henshawe Corporation los había convocado a una rueda de prensa. Todo lo que hacía Henshawe era noticia; buena si se era accionista; mala si se era la víctima de uno de sus ataques.

La noticia del momento era cómo había cambiado, cómo, al conocer a su Cenicienta, el amor lo había redimido y había dejado de ser una persona desagradable para convertirse en el Príncipe Azul.

Como noticia, era aburrida.

Lo que estaba sucediendo en aquel momento era mucho mejor.

–¿Por qué? –le preguntó Lucy sin prestar atención a las cámaras y los micrófonos ni a las imágenes de tamaño natural de sí misma vestida con prendas de su propia colección, Lucy B., que aparecían en una pantalla. Lo único que veía era al hombre del podio–. ¿Por qué lo has hecho?

Era una pregunta estúpida. Estaba todo en el informe que había encontrado y que no tenía que haber visto.

–¡Lucy, cariño…! –la voz de Rupert era engañosamente dulce–. Estas personas están muy ocupadas y tienen que cumplir unos plazos. Han venido a conocer los planes que he hecho, que hemos hecho, sobre el futuro de la empresa, no a ver cómo nos peleamos.

Su sonrisa era tierna y preocupada. Era la de siempre, tranquilizadora, e incluso en aquel momento hubiera sido muy fácil dejarse vencer por ella.

–No sé lo que te ha trastornado, pero está claro que estás cansada. Que Gordon te lleve a casa y hablaremos después.

Lucy tuvo que luchar contra la dulzura casi hipnótica de su voz, contra su propia debilidad y contra su deseo de que se hiciera realidad el cuento de hadas en que se había convertido su vida y que la había transformado en una persona famosa.

Tenía una página en Facebook y medio millón de personas la seguía en Twitter. Era la moderna Cenicienta, trasladada de la cocina al palacio, con los harapos sustituidos por vestidos de seda. Pero el baile nupcial del Príncipe Azul estaba destinado a contentar a la multitud. No había nada como una boda real para hacer felices a las masas.

Era exactamente la maniobra adecuada para atraer a una inteligente empresa publicitaria dispuesta a hacerse un nombre.

–¡Contéstame! –le gritó cuando alguien amablemente colocó un micrófono frente a ella para que sus voces se igualaran–. No quiero volver a verte –levantó el informe para que lo viera y supiera que no podía negar nada–. Sé lo que has hecho. ¡Lo sé todo!

Al pronunciar esas palabras, Lucy se dio cuenta de que se había producido un cambio en la sala. Nadie miraba ya el podio ni a Rupert. Ella había acaparado la atención de los presentes. Había irrumpido en el lujoso hotel hecha una furia al haber descubierto que su nueva y emocionante vida y su compromiso matrimonial no eran más que una estrategia de mercado ejecutada con brillantez. El centro de la atención era ella en aquellos momentos mientras daba por concluido un compromiso tan falso como la transformación de Rupert en un hombre nuevo.

Se dio cuenta demasiado tarde de que tal vez se hubiera precipitado.

En los meses que siguieron a su historia de amor con su jefe multimillonario, se había acostumbrado a la prensa, pero aquello era distinto. Hasta entonces la habían apoyado en todo momento, ya fuera en entrevistas personales o en las dedicadas a su nuevo papel como imagen y nombre de la renovada cadena de tiendas de moda de Rupert.

Al interrumpir la rueda de prensa, no había pensado en nada más que en enfrentarse al hombre que tan desvergonzadamente la había utilizado.

Pero, en aquel momento, con todas las cámaras enfocándola, de pronto se sintió sola y vulnerable, con el único deseo de huir de allí. De escapar de las cámaras, los micrófonos y las mentiras. De desaparecer. Pero al retroceder para alejarse de Rupert y de todos los demás, tropezó con el pie de otra persona.

Para no caerse, se agarró a la solapa de alguien y, al darse la vuelta, se encontró con una pared de cuerpos que le impedía el paso.

El hombre a cuya solapa se había agarrado, la atrajo hacia sí y le gritó algo al oído mientras otros periodistas se empujaban para acercarse a ella y los fotógrafos gritaban para atraer su atención.

Ella soltó la solapa del hombre. Alguien trató de quitarle el informe. Lucy le golpeó con él y trató de abrirse paso con el gran bolso que llevaba, cegada por los flashes de los fotógrafos.

Al ver que dos guardaespaldas de Rupert se acercaban apartando a los periodistas y a los cámaras, se le disparó la adrenalina.

Hasta entonces sólo había conocido el lado amable de Rupert Henshawe. Pero tenía pruebas de lo despiadado que era para lograr sus fines y no consentiría que se marchara con el informe.

Al denunciarlo en público se había puesto en su contra, y él haría lo que fuera necesario para que no hablara.

Volvió a utilizar el bolso para tratar de atravesar la muralla de cuerpos, pero alguien la agarró de la muñeca, recibió el golpe de una cámara en la sien y, mareada, retrocedió con paso vacilante.

Se oyó un alarido por encima del griterío reinante cuando el tacón de su stiletto se topó con algo blando y que cedía a su empuje.

Mientras el hombre que había detrás se apartaba maldiciendo, ella, sin dudarlo, aprovechó el hueco para escapar de allí.

Navidad.

Era la época de ganar dinero.

Nathaniel Hart se detuvo en la barandilla de la escalera de los grandes almacenes, que otro Nathaniel Hart había fundado doscientos años antes, y miró el tumulto provocado por la gente que no paraba de comprar.

Era una escena que se repetía en todos los almacenes Hastings & Hart de las principales ciudades del país: gente gastándose el dinero en perfumes, joyas, pañuelos de seda, todos ellos perfectamente dispuestos en la planta baja para que estuvieran a mano de los hombres que, desesperados, corrían a comprar a última hora.

Las mujeres, por suerte, dedicaban más tiempo y esfuerzo a comprar. Llenaban las escaleras mecánicas que subían a la planta superior como si ascendieran al cielo, una ilusión arquitectónica producida por la luz, el cristal y los espejos del local.

Nathaniel Hart sabía que era una ilusión porque la había creado él, del mismo modo que sabía que era una jaula en la que estaba encerrado.

A Lucy le dolía el hombro que había empleado para abrir la salida de emergencia. Corría por las calles estrechas y oscuras que había detrás del hotel.

No sabía adónde se dirigía, sólo que iban persiguiéndola y que todos querían algo de ella. Pero se había acabado que la siguieran utilizando.

Lanzó un grito furioso cuando el tacón de uno de los zapatos se quedó atascado en una rejilla y se hizo daño en el tobillo. Alguien gritó detrás de ella y Lucy sólo se detuvo para sacar el pie del zapato, que dejó allí. Siguió corriendo mientras buscaba desesperadamente un taxi.

«Idiota, idiota… Eres idiota», se repitió una y mil veces. Corrió de lado y arrastrando los pies por la acera mojada y helada.

Había cometido el mayor error de su vida. Mejor dicho, el segundo mayor error. El primero había sido caer en la trampa.

Se daba cuenta de que llamar mentiroso al Príncipe Azul ante los medios de comunicación de toda la nación no había sido muy inteligente. Pero ¿qué podía hacer una mujer cuando su mágico castillo en el aire se venía abajo?

¿Detenerse a pensar?

¿Retroceder y reunir a sus aliados antes de disparar desde un lugar seguro? No era lo que haría la mujer a quien Rupert había declarado que amaba por su espontaneidad y pasión.

Ésa era la diferencia entre ellos.

La mujer que aparecía en la portada de Celebrity no era producto de la imaginación de un hombre, sino un ser de carne y hueso, capaz de sentir alegría, pero también dolor.

«Idiota» era la palabra adecuada, pero ¿quién hubiera podido comportarse racionalmente tras descubrir que era víctima del engaño emocional más cínico imaginable?

En cuanto a aliados, no tenía a quién recurrir. Los medios ya habían comprado a todos los que conocía desde niña, a todo aquél que tuviera una foto suya o una historia que contar. Cada momento de su vida era propiedad pública, y lo que no sabían se lo inventaban.

No había nadie de todos los que se habían arremolinado a su alrededor en quien pudiera confiar o de quien estuviera segura de que no estaba a sueldo de la empresa publicitaria.

En cuanto a su madre…

No tenía a quién acudir ni dónde ir. Jadeando se dirigió por instinto hacia las luces navideñas y la multitud de compradores, para perderse entre ellos. Pero no podía detenerse.

Sus perseguidores le darían alcance en cuestión de segundos.

Comenzaba a nevar cuando, al doblar una esquina, vio la pirámide de cristal asimétrica de Hastings & Hart. Había estado allí el día anterior. Rupert la había mandado a comprar regalos para el personal de la empresa con el fin de dar la oportunidad a los fotógrafos de las revistas del corazón, que la seguían a todas partes, de que le hicieran fotos. Estaba todo en el informe.

El plan había sido mantenerla muy ocupada para que no tuviera tiempo de pensar.

Los almacenes le ofrecían nueve plantas con miles de rincones para esconderse. Estaría a salvo durante un tiempo, así que cruzó la calle a toda prisa y se dirigió a la entrada principal, pero se detuvo al ver al portero.

El día anterior la había saludado con deferencia al verla llegar en un coche con chófer.

En aquel momento, no se quedaría tan impresionado al verla despeinada y cojeando, pero sin duda la recordaría. Pasó a su lado aparentando que había salido a comprar.

–El calzado se halla en la planta baja, señora –dijo el portero con cara muy seria al abrirle la puerta.

Desde su atalaya, Nat se fijó en dos hombres robustos de traje oscuro que se habían detenido en la entrada. Miraban a su alrededor, pero no de la manera perpleja y desesperada de quien busca un regalo de Navidad memorable.

Los hombres no compraban en pareja, y Nat supo con sólo mirarlos que no iban a elegir un perfume para las mujeres de su vida.

Eran policías o guardaespaldas.

El portero ya habría alertado al personal de seguridad de la llegada de un famoso, pero la curiosidad lo retuvo donde estaba, interesado en ver quién iba a entrar detrás de los dos hombres.

Nadie. Al menos, nadie que necesitara un guardaespaldas.

Nat los contempló con el ceño fruncido mientras intercambiaban unas palabras, se separaban y comenzaban claramente a buscar a alguien.

En el vestíbulo principal, protegida por la avalancha de clientes, Lucy había creído que pasaría desapercibida y que estaría a salvo.

Se había engañado.

Varias personas se habían vuelto a mirarla mientras trataba en vano de mantenerse erguida sobre un tacón. Y la habían vuelto a mirar intentando recordar dónde la habían visto.

En todas partes.

Rupert era el nuevo centro de atención de Celebrity, y los rostros de ambos, sobre todo el de ella, llevaban semanas apareciendo en portada.

De pronto, su teléfono móvil comenzó a sonar. El informe que llevaba en la mano le impidió sacarlo del bolso a tiempo. Vio que no era la primera vez que la llamaban.

Había seis llamadas perdidas, además del SMS que acababa de recibir.

Tenía que salir de la planta baja y perderse de vista. Con aire despreocupado se quitó el zapato. A fin de cuentas, con unos centímetros de menos pasaría más inadvertida. Lo guardó, junto con el informe, en el bolso.

Recordó que los servicios más próximos se hallaban en la tercera planta. Podría quedarse allí un rato y pensar, algo que debiera haber hecho antes de irrumpir en la rueda de prensa.

No tomó el ascensor ni las escaleras mecánicas, ya que el abrigo rojo que llevaba era muy llamativo, sino que se dirigió a las escaleras a toda prisa.

El plan era bueno. Sin embargo, al llegar al primer piso, tenía flato, las piernas no la sostenían y estaba mareada por el golpe en la sien.

–¿Le pasa algo? –una señora la miraba preocupada.

–No –mintió ella–. Es sólo una punzada en el costado.

En cuanto la mujer hubo desaparecido, se escondió tras un enorme adorno navideño que había al lado de las escaleras. A salvo de las miradas ajenas, se sentó en el suelo y se masajeó los tobillos. Hizo una mueca al ver el estado en que tenía el pie y las medias rotas.

Se recostó en la pared para recuperar el aliento mientras miraba su móvil último modelo que se había convertido en parte de su vida.

Tenía todos sus contactos y sus citas. Dictaba en él sus pensamientos, su diario. Y era lo que la conectaba con un mundo que parecía fascinado por ella.

Su página en Facebook, sus vídeos de YouTube y su cuenta en Twitter.

Al personal de la empresa publicitaria de Rupert no le hizo gracia que hubiera abierto una cuenta en Twitter sin consultárselo. Había sido el peluquero el que le había enseñado a hacerlo.

Ése había sido el primer aviso de que no se esperaba que tomara decisiones por sí misma y de que tenía que atenerse al guión.

Pero cuando se dieron cuenta de lo bien que funcionaba, la alentaron a que escribiera en ella todo lo que pensara e hiciera, con el hashtag de «Cenicienta», para que lo leyeran sus cientos de miles de seguidores y estuvieran al día sobre su transformación de Cenicienta en la princesa del cuento de hadas de Rupert.

En aquel momento, la bandeja de entrada estaba llena de mensajes de sus seguidores, que habían visto en la web el jaleo que se había montado. A pesar de todo, sonrió al leerlos, porque le mostraban su apoyo.

No estaba segura de cuánto seguiría funcionando el móvil, así que rápidamente envió un mensaje a sus seguidores.

Y tal vez debiera poner al día su diario por si le pasaba algo. El peluquero también le había enseñado algo más: que podía crear una página web privada, grabar sus pensamientos en el móvil y enviarlos a ésta.

–Considéralo una pensión, princesa –le había dicho.

Ella había pensado que era un cínico, pero había comenzado a llevar un diario, sobre todo porque había cosas que no era capaz de contar a nadie.

El día ha empezado a torcerse cuando, después de la sesión de fotos, me he dado cuenta de que me había dejado el informe de la boda y he ido al despacho a buscar el de Rupert. La bruja de su secretaria se había ido con él a la rueda de prensa, así que había una sustituta temporal al pie del cañón. De otro modo, nunca hubiera conseguido la llave del archivador privado de Rupert.

Al agarrar el informe de la boda, me fijé en el que había a su lado, con el nombre de «Proyecto Cenicienta».

Lo abrí, por supuesto.

Y no ha habido reunión con la organizadora de la boda ni habrá cena en el Ritz. Ni tampoco habrá boda.

Es hora de escribir en Twitter la buena noticia.

Gracias por preocuparos por mí, tuiteros. Adiós al cuento de hadas. El príncipe se ha convertido en sapo. La boda se ha cancelado. Fin de la historia. # Cenicienta.

Lucy B. [+], miércoles, 1 dic., 16:41

El teléfono volvió a sonar justo cuando ella presionaba la tecla de «enviar» y le dio un buen susto. Debía ponerlo en la posición de silencio.

Tenía que haber alguien a quien poder llamar y en quien confiar. Pero no podía hacerlo desde allí.

No era seguro.

Tenía que marcharse antes de que la vieran, pero antes debía cambiar de aspecto.

Había salido de casa con su abrigo rojo y un elevado espíritu navideño, sintiéndose alegre y emocionada.

En aquel momento resultaba tan llamativa como Papá Noel.

Le hubiera gustado quitarse el abrigo y dejarlo allí, dejarlo todo. Desnudarse y volver a ser la de antes, la de verdad, no aquella princesa prefabricada.

Era más fácil decirlo que hacerlo.

Dio la vuelta al abrigo como pudo en aquel reducido espacio. Le hubiera venido bien un sombrero que le ocultara la cara.

Ni siquiera llevaba una bufanda. ¿Para qué? Hasta media hora antes la habían llevado en coche a todas partes y siempre había alguien con un paraguas abierto en el caso de que algo húmedo cayera del cielo cuando se bajaba. La mimaban y la valoraban.

Sí, era muy valiosa. Habían invertido mucho tiempo y dinero en ella. Y Rupert, el de verdad, no el de sus fantasías, esperaría, más bien exigiría obtener beneficios a toda costa.

Con las piernas aún temblorosas, se puso el bolso en el hombro y el abrigo en el brazo y, con el teléfono en la mano, miró con precaución a su alrededor.

No había rastro de hombres fornidos ni de periodistas persiguiéndola. Tomó aire y se unió a la marea de clientes.

Tuvo que echarle valor para aparentar que andar descalza en diciembre, en los grandes almacenes más lujosos de Londres, era lo más normal del mundo, cuando lo que de verdad quería hacer era subir corriendo por la escalera y desaparecer de la vista.

Mirando al frente en lugar de hacerlo a su alrededor en busca de algo sospechoso, trató de no llamar la atención.

Nat llamó al jefe de seguridad para informarle de que podía llegar algún famoso. Después continuó paseando por los almacenes, inspeccionando atentamente cada planta antes de subir a la siguiente.