Encontrándome en Amy - Daan Gallop - E-Book

Encontrándome en Amy E-Book

Daan Gallop

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Beschreibung

Esta es la historia de un hombre, caminando a lo largo de su vida en búsqueda de la felicidad. No es un detalle de sus venturas y desventuras, es un relato de esperanza y lucha en la difícil tarea de encontrarse a sí mismo.  No tiene que ver con logros o fracasos, sino con la impersonal forma que toma eso que elegimos llamar amor. 55 años, es todo y es nada, es una vida encerrada en un suspiro, es saber que empezar de nuevo sin mirar hacia atrás, puede ser tan especial como las mariposas en el estómago de nuestro primer amor.

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Encontrándome en Amy

Daan Gallop

Dedicatoria

A mis padres, que, a pesar de los años que han pasado desde que no están, aún me orientan y me guían.

A Raquel, cuya estrella sigue brillando para mí todas las noches.

A mis hijos, Diego, Nicolás, Francisco, Ivón, Tomás y Hernán, que permanentemente sostienen y cobijan mi camino.

A la vida, que me ha dado y quitado tanto, pero, al fin, he aprendido que es maravilloso vivirla.

Resumen a modo de introducción

(Cincuenta y cinco años, un parpadeo)

Esta es la historia de un hombre caminando a lo largo de su vida en búsqueda de la felicidad.

No es un detalle de sus venturas y desventuras, es un relato de esperanza y lucha en la difícil tarea de encontrarse a sí mismo.

No tiene que ver con logros o fracasos (estos últimos son los que, en definitiva, nos fortalecen), sino con la forma impersonal que toma eso que elegimos llamar amor.

Cincuenta y cinco años son todo y no son nada; es una vida encerrada en un suspiro, es saber que empezar de nuevo, sin mirar hacia atrás, puede ser tan especial como las mariposas que sentimos en el estómago con nuestro primer amor.

Y todo esto porque sí, por lograr tener, al fin, la alegría que se alcanza al haber vivido agradeciendo.

Daan Gallop

Encontrándome en Amy / Daan Gallop. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Tercero en Discordia, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-4116-87-1

1. Narrativa Argentina. 2. Exilio. 3. Novelas Románticas. I. Título.

CDD A863

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.

ISBN 978-987-4116-87-1

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723.

1

Caminaba despacio, con la vista perdida mirando al frente. Hablaba poco y raras veces sonreía. Parecía que la vida social era algo que no formaba parte de la suya. De todos modos, existía, indiferente al reconocimiento y la convivencia.

Hacía todo tipo de trabajos menores: cortaba pasto, limpiaba zanjas, barría canaletas. Solamente recaudaba lo que necesitaba para sobrevivir.

Por el momento, había conseguido un trabajo de lavacopas en un ruidoso y pequeño restaurante de comida rápida, y su pago consistía en alimentos y un lugar en la trastienda, entre trastos, restos de sillas y mesas rotas, donde dormía poco y mal, pero, aun así, era mejor que pasar la noche en la calle. El comedor estaba situado en la parte oeste del Bronx, en Little Italy, cerca del Parque Botánico de Nueva York (Botanical Garden). Su horario comenzaba a las dos de la tarde y terminaba cuando el último cliente se retiraba, alrededor de las ocho de la noche. Algunos días, temprano en la mañana, tomaba el autobús hacia el norte y llegaba hasta la 241 Street Station, en Wakefield, donde se encontraban los barrios residenciales de clase media del Bronx, y allí solía recorrer las calles llamando a las puertas de las casas con el objetivo de ofrecer sus servicios para realizar cualquier trabajo, ya fuera desmalezado, limpiando terrenos, haciendo pequeños arreglos eléctricos o de mamposterías, etc.

Un día, se presentó en una vivienda cercada por una seta baja y un portoncito de madera pintado de blanco, de no más de 60 cm de altura, que desembocaba en un jardín visible desde la calle y en una puerta al costado, que conducía a la entrada. Una señora de color y edad madura, sin abrir demasiado, le respondió que no, que no necesitaba nada y cerró rápidamente. Como de costumbre, Fran comenzó a caminar hacia la siguiente casa para repetir su ritual.

Había avanzado solo unos pasos cuando la misma señora lo llamó en voz alta.

—Usted, venga. —Le hizo un ademán para que se acercara a la puerta, que ahora estaba abierta en su totalidad.

Al llegar, vio a una anciana en una silla de ruedas, que lo miraba con ojos azules y curiosos.

—¿Cómo se llama usted? —le preguntó con voz viva y clara.

—Me llamo Fran, señora.

—¿Qué trabajos puede hacer?

—Lo que precise: cortar pasto, limpiar piletas, barrer, arreglar el jardín, reparar cercas...

—Muy bien. El jardín ha estado un poco descuidado últimamente, ¿puede ponerlo en condiciones?

—Sí, señora, trabajaré hasta la una de la tarde.

—Bien, Amelia le indicará dónde encontrar las herramientas que necesite. Lo veré, entonces, a la una, cuando haya terminado.

Una vez dicho esto, Amelia se interpuso delante de la anciana cerrando la puerta e indicándole a Fran que la siguiera por el exterior de la casa hasta la parte trasera, donde estaba construido un pequeño cuarto lleno de herramientas, polvo, trapos y muebles viejos desmontados.

Fran miró un poco todo lo que tenía frente a sí y, sin más, comenzó la tarea. Primero, buscó unas bolsas para juntar el pasto suelto, las ramas caídas y restos de papel que se arremolinaban alrededor de la pileta y a los costados del jardín (en ese momento, casi inexistente, ya que solo era un pastizal de distintas alturas, seco y duro, que se había adueñado del lugar). Trabajó sin parar hasta que sintió la boca seca a causa del calor y el esfuerzo, y se detuvo a tomar agua de una canilla que encontró en el extremo sur del patio, con la manguera reseca y rota enrollada a su alrededor. En ese momento, apareció Amelia con una bandeja, una jarra y un vaso con limonada fría. Con mirada recelosa, la apoyó sobre una vieja mesita de hierro que había visto tiempos mejores y se alejó sin decir palabra.

Cuando calculó que sería la hora de irse, puso todo lo que había juntado dentro de tres bolsas grandes y las llevó hacia el frente de la casa para que fueran retiradas por los recolectores. Golpeó la puerta y abrió Amelia.

—Es hora de marcharme. Puedo volver mañana y continuar con la limpieza, si le parece a la señora.

Sin emitir sonido alguno, Amelia salió de la casa y caminó hacia el jardín para inspeccionar el trabajo. Entró nuevamente y, al cabo de unos minutos, apareció con unos billetes y le encargó:

—Venga mañana a la misma hora, veremos qué trabajos hay.

Fran caminó con prisa hasta la estación de autobuses y a las dos en punto ya se encontraba en el restaurante limpiando pisos y cocina.

Al otro día, recorrió el mismo trayecto y llamó en la casa blanca. Salió Amelia y lo hizo pasar al recibidor. Estaba la señora sentada en su silla, quien lo miró a los ojos durante unos segundos y le dijo:

—Buenos días, Fran. Amelia me comentó que su trabajo estuvo bien, así que, si está de acuerdo, puede venir todos los días y ocuparse de que toda la parte trasera de la casa quede en condiciones para que puedan venir mis nietos, nuevamente, a disfrutar de la pileta y el jardín.

—Muy bien, señora. Así será.

Volvió Fran al cuarto de las herramientas, sacó una pala y se dirigió al jardín para continuar con su labor. De igual forma que el día anterior, al cabo de un rato apareció Amelia con la bandeja y la limonada y, al terminar, inspeccionó el trabajo, le entregó unos billetes y le informó que lo estarían esperando al día siguiente.

Esta rutina se repitió por cuatro días. Al quinto, cuando Fran llegó a la casa, Amelia le indicó que entrara y esperara a la señora. La habitación estaba oscura, con pesados cortinajes azules y colores opacos en las paredes. El piso de madera presentaba un abandono que se apreciaba al instante, pues no solamente se veía deslucido, sino que también faltaban pedazos en algunos sectores, haciendo que crujiera más de lo habitual.

—Buenos días, Fran —sintió de repente desde atrás, mientras aparecía la señora en su silla de ruedas empujada por Amelia.

—Buenos días, señora.

—Fran, hace ya unos días que viene usted a trabajar y Amelia me ha informado que lo hace bien. ¿Puedo hacerle algunas preguntas?

Fran se retorció, incómodo, pensó unos segundos y respondió:

—Trataré de responder lo mejor que pueda.

—Bien, ¿de dónde es usted?

—De Sudamérica. De Argentina, señora.

—¿Dónde vive?

—Por ahora, en Little Italy, en la trastienda del restaurante donde trabajo por la tarde.

—¿Está feliz con ese trabajo?

—Estoy feliz con estar vivo, eso solo lo hago para mantenerme.

—¿Tiene o ha tenido problemas con la ley, aquí o en su país?

—No, señora, ninguno.

Amelia escuchaba en silencio, con la mirada fija en Fran, y aunque no lo verbalizara, era evidente que no estaba cómoda con ese hombre metido en la casa. No obstante, no trataba de disimular el fastidio que le ocasionaba la situación.

—¿Tiene papeles de residencia?

—No, señora.

—¿Y cuánto hace que está en este país?

—Mañana se cumplirán nueve meses.

—Bien, Fran, voy a confiar en usted. Quiero proponerle algo. En esta casa hay mucho trabajo por hacer y, como usted habrá visto, hay una habitación con baño detrás de la piscina. Si le parece bien, me gustaría contratarlo por tiempo completo y proveerle de un lugar donde vivir. Por supuesto le pagaré lo que corresponda y su trabajo consistirá en recuperar no solamente el jardín, como lo ha venido haciendo estos días, sino también, más adelante, toda la casa. ¿Le interesa la propuesta?

Amelia se mostraba cada vez más nerviosa y clavó los ojos en Fran, esperando su respuesta, como si intentara descubrir algo siniestro en lo que fuera a contestar.

—Bien, señora, le pido que espere hasta mañana por mi respuesta, ya que debo hablar con el dueño del restaurante donde trabajo, pues no puedo dejarlo solo de un momento para otro; pero, seguramente, mañana le daré una contestación. Mientras tanto, comenzaré mi trabajo ahora, puesto que hay todavía mucho por hacer.

—Me parece bien. Espero, entonces, tener la respuesta mañana.

Fran salió de la casa para continuar dando vuelta la tierra de donde había sacado toda la maleza. Quería dejarla preparada para plantar flores. Terminó, se dispuso a partir y, como todos los días anteriores, salió Amelia de la casa con el pago habitual y dijo:

—Recuerde que la señora espera su respuesta para mañana. —Luego, dio media vuelta y se metió en la casa nuevamente.

Para cuando Fran llegó al restaurante, ya tenía planeada la conversación con Mr. Conte, el dueño del local. Sabía que no iba a ser fácil renunciar de un momento para otro, ya que cuando consiguió el trabajo lo hizo con la condición de no abandonarlo sin unos días de preaviso.

Cuando terminó su turno esa noche, abordó a Mr. Conte, preparado para sostener una pelea dura y difícil. Sin embargo, cuando le contó acerca de la oportunidad que se le había presentado, este lo miró a los ojos, apoyó una mano sobre su hombro (cosa que no era habitual) y le dijo:

—Ya sabía, cuando te contraté, que era cuestión de tiempo. Tú no perteneces a este lugar, te deseo suerte. —Dio media vuelta y se acodó en el mostrador a escribir un nuevo cartel de pedido de empleado.

A la mañana siguiente, cuando Fran llegó a la casa, Amelia lo hizo pasar. Ya estaba la señora sentada en su silla, como la había visto los días anteriores. Cuando le comunicó que aceptaba la oferta, unas líneas de arrugas se marcaron en el rostro de la anciana a modo de sonrisa y, pausadamente, pero con voz clara, le indicó las obligaciones y derechos que le corresponderían a Fran desde ese momento en adelante. Trabajaría toda la semana, de lunes a sábado, a partir de la mañana, y quedarían para él los sábados por la tarde y los domingos libres. Podría hacer lo que quisiera en ese tiempo. Por otro lado, si bien su horario era de tiempo completo, podría descansar después del mediodía y comenzar a la hora que quisiera, siempre que la casa y el jardín estuvieran arreglados y limpios. Había una ferretería (lo que allí se conoce como hardware store) cerca de la casa, donde abriría una cuenta para el retiro de materiales y todo lo que necesitara para sus tareas. Solo debía entregar los comprobantes a Amelia para su control.

Fran llegó a la habitación que, de allí en adelante, sería su vivienda y se abocó a la tarea de limpiarla. Para cuando hubo terminado, había pasado largamente el mediodía y apareció Amelia en la puerta llevándole una bandeja con un plato de estofado y la limonada habitual. La dejó sobre una mesita junto a la entrada, miró con detenimiento el trabajo realizado y se retiró, como siempre, sin decir palabra.

Por la tarde, se dedicó a raspar las paredes del cuarto de herramientas y, con la ayuda de una escalera, reparó el tejado, que se hallaba deteriorado por el paso del tiempo. Para ese momento, comenzaba a oscurecer. Bajó del techo, juntó las herramientas, barrió y se dirigió a su habitación para tomar un baño y descansar. Amelia apareció nuevamente con su bandeja, rutina que se repitió durante algunos días.

Al cabo de dos semanas, el jardín había cambiado de tal forma que parecía que el tiempo nunca hubiera transcurrido desde su construcción. Podían observarse canteros con flores de todos los colores, los caminos que zigzagueaban se encontraban sanos y arreglados, la pileta lucía limpia y con agua fresca. Cualquiera habría afirmado que hasta los árboles podían sentir la renovación de la energía, pues sus hojas estaban verdes y brillantes.

Al atardecer del segundo sábado desde que Fran había llegado a la casa, mientras leía un libro, sentado a la sombra de la galería de su habitación, vio que llegaba la señora en su silla de ruedas conducida por Amelia.

—Buenas tardes, Fran. ¿Puedo hablar contigo un momento?

—Sí, por favor —dijo Fran levantándose para ayudar a Amelia a subir la silla a la tarima donde él se encontraba.

De pronto, sin mayor esfuerzo, la señora se levantó, tomó un bastón que estaba colocado en la parte posterior de la silla y caminó hacia Fran, quien, no pudiendo ocultar su sorpresa, le acercó un sillón para que se sentara junto a él.

—¿Cómo te encuentras con este trabajo? —preguntó la señora, al tiempo que observaba el libro que Fran había dejado sobre la silla cuando llegó.

—Bien, señora, estoy conforme.

Amelia se retiró, no sin antes clavarle una mirada helada, como era su costumbre.

—A propósito, puedes llamarme Ms. Mary. Solo quiero decirte que estoy muy contenta con todo lo que has hecho con el jardín y la parte exterior de la casa. ¿Cómo te llevas con Amelia?

—Bueno, no es una relación muy estrecha, pero no hay tampoco conflictos visibles. Por lo que puedo percibir, no soy de su agrado, y realmente no sé qué pude haber hecho para provocar eso.

—No te preocupes, hace muchos años que Amelia está conmigo. Desde que los niños partieron cada uno por su lado, ha sido mi compañía y mi apoyo. No sé qué haría sin ella. Seguramente, es su forma de protegerme de extraños. Precisamente cuando apareciste por primera vez, se molestó mucho al ver que te dejé entrar y más aun luego, cuando te ofrecí este trabajo. Desconfía de todo aquel que se me acerque. No te preocupes, en el fondo es muy buena. Si te quedas el tiempo suficiente, lo podrás apreciar por ti mismo.

—Está bien, no es motivo de preocupación —dijo Fran—. También yo quiero decirle que no es necesario que me preparen la comida todos los días, puedo hacerlo yo mismo en mi habitación. Colocando una cocinilla en un extremo, seguramente armaré una kitchenette, que me servirá perfectamente —agregó luego de unos segundos.

No es molestia, Amelia cocina para mí todos los días y no le cuesta nada hacerlo para uno más. De todos modos, si quieres instalarte una cocina en tu habitación, no hay problema —dijo y luego reparó en el libro que Fran había dejado a un costado en el suelo—. ¿Qué estabas leyendo?

—Benedetti, es uno de mis preferidos. Algún día espero poder escribir algo que tenga el contenido y la calidad de lo que escribía él.

—¿Escribes?

—Solo cosas sueltas, cuentos cortos, poesía, nada importante ni mencionable.

—¿Qué otras cosas te gustan?

—Bueno, me gusta la música de todo tipo. No tengo todavía un gran conocimiento de la clásica, pero estoy tratando de aprender. Me gusta crear cosas; inventar soluciones para problemas cotidianos; tocar el saxo, en cuanto consigo alguno, y sentirme en paz cuando amanece y cuando oscurece.

—¿Estás casado?

—Lo estuve.

—¿Tienes hijos?

—Sí, tres, viven con su madre.

—¿Los ves?

—No, hablo con ellos cada vez que puedo.

—¿Eres feliz?

—Solo por ratos, pero trabajo en ello diariamente.

Por el sendero, apareció Amelia trayendo la silla de ruedas.

—El doctor me ha dicho que no camine mucho, pero creo que Amelia me malcría demasiado. De todos modos, me ha gustado mucho nuestra conversación, espero que me pidas lo que necesites para vivir cómodo. Quiero que mañana entres a la casa, hay muchas reparaciones que realizar, espero que estés capacitado para hacerlas.

—Sí, Ms. Mary. ¿A qué hora quiere que empecemos?

—A las nueve estará bien. Hasta mañana.

Cuando Fran comenzó con las reparaciones de la casa, tuvo que enfrentarse con la rígida mirada de Amelia que lo seguía a todas partes y controlaba cada una de las cosas que iba reparando: enchufes, zócalos, canillas que goteaban, ajustes de tablas del piso que crujían, en fin, lo cotidiano de una casa que hacía tiempo no tenía mantenimiento.

Transcurrió una semana y, al llegar el sábado después del mediodía, Ms. Mary se encontraba sentada debajo de una enorme sombrilla, tomando una bebida fresca. Al pasar Fran cerca de ella, le preguntó:

—Fran, ¿qué haces para divertirte?

—Bueno, en realidad, me gusta el béisbol, miro los partidos en la TV de mi habitación.

—¿Por qué no vas a verlos personalmente?

—Sí, tal vez debería hacerlo.

—Te sugiero que mañana vayas al estadio, mis hijos me llevaron hace unos años y es una sensación increíble. ¿Eres fanático de algún equipo en particular?

—No, no tengo preferencia por ninguno, solo me gusta el deporte.

—No se diga más, mañana te vas a ver un juego. Recién comienza la temporada y el entusiasmo es muy intenso ahora. Yo pago la entrada.