Ensayo sobre el gusto - Montesquieu - E-Book

Ensayo sobre el gusto E-Book

Montesquieu

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Beschreibung

"El alma ama la variedad; pero, ya lo hemos dicho, tan sólo la ama porque está hecha para conocer y para ver: por tanto es preciso que pueda ver, y que la variedad se lo permita; vale decir: es preciso que una cosa sea lo bastante simple para ser percibida y lo bastante variada para ser percibida con placer." En este pequeño tratado sobre el gusto –escrito en 1717 y destinado a un curso académico–, la exigencia de armonía y de simetría no emana sólo de una razón teórica ávida de introducir el orden por todas partes: a través de ese orden mismo, se produce una expansión del horizonte. El ojo contempla así un reino invisible a plena luz, un espectáculo en el cual nada puede permanecer oculto.

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Montesquieu

Ensayo sobre el gusto

Traducción y notas: Ariel Dilon

© 2022. Senda florida

España

ISBN 978-84-19596-17-8

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa de la editorial o de los titulares de los derechos.

Impreso en España / Printed in Spain

Índice

Ensayo sobre el gusto en las cosas de la naturaleza y del arte | 6

De los placeres de nuestra alma | 9

Del espíritu en general | 13

De la curiosidad | 14

De los placeres del orden | 17

De los placeres de la variedad | 18

De los placeres de la simetría | 21

De los contrastes | 23

De los placeres de la sorpresa | 26

De las diversas causas que pueden producir un sentimiento | 28

De la sensibilidad | 30

Otro efecto de las relaciones ¡que el alma pone en las cosas | 32

De la delicadeza | 33

Del no sé qué | 34

Progresión de la sorpresa | 37

De las bellezas que resultan de una cierta perplejidad del alma | 39

De las reglas | 44

Placer fundado en la razón | 45

De la consideración de la mejor situación | 47

Placer causado por los juegos, caídas, contrastes | 49

Este fragmento se encontró inacabado entre sus papeles;el autor no tuvo tiempo de darle la última mano;pero los primeros pensamientos de los grandes maestrosmerecen ser conservados para la posteridad,como los esbozos de los grandes pintores.

Enciclopedia, Tomo vii, 1757(*)1

Ensayo sobre el gusto en las cosas de la naturaleza y del arte2

En nuestro modo de ser positivo, nuestra alma gusta de tres clases de placeres: están los que extrae del fondo de su misma existencia; otros, que resultan de su unión con el cuerpo; y finalmente los que se fundan en las costumbres y prejuicios que ciertas instituciones, ciertos usos, le han hecho adoptar3.

Son estos diferentes placeres de nuestra alma los que conforman los objetos del gusto, como lo bello, lo bueno, lo agradable, lo ingenuo, lo delicado, lo tierno, lo gracioso, el no sé qué, lo noble, lo grande, lo sublime, lo majestuoso, etc. Por ejemplo, cuando encontramos placer al ver una cosa con cierta utilidad para nosotros, decimos que es buena; cuando encontramos placer en verla, sin que discernamos una utilidad concreta, la llamamos bella.

Los antiguos no habían desentrañado esto correctamente; consideraban cualidades positivas a todas las cualidades relativas de nuestra alma, lo cual provoca que esos diálogos en los que Platón hace razonar a Sócrates, esos diálogos tan admirados por los antiguos, sean hoy insostenibles, porque se fundan en una filosofía falsa: pues todos esos razonamientos aplicados a lo bueno, lo bello, lo perfecto, lo sabio, lo loco, lo duro, lo blando, lo seco, lo húmedo, tratados como cosas positivas, ya no significan nada4.

Las fuentes de lo bello, de lo bueno, de lo agradable, etc., están por ende en nosotros mismos; y buscar sus razones es buscar las causas de los placeres de nuestra alma.

Examinemos pues nuestra alma, estudiémosla en sus acciones y en sus pasiones, indaguémosla en sus placeres; allí es donde ella más se manifiesta. La poesía, la pintura, la escultura, la arquitectura, la música, la danza, las diferentes clases de juego, en fin, las obras de la naturaleza y del arte, pueden darle placer: veamos por qué, cómo y cuándo se lo dan; intentemos explicar nuestros sentimientos: eso podrá contribuir a la formación de nuestro gusto, que no es otra cosa que la ventaja de descubrir, con delicadeza y prontitud, la medida del placer que cada cosa ha de proporcionar a los hombres.

De los placeres de nuestra alma

El alma, aparte de los placeres que le vienen de los sentidos, tiene otros que le sobrevendrían con independencia de aquéllos, y que le son propios; tales son los que le proporcionan la curiosidad, las ideas relativas a su grandeza, a sus perfecciones, la idea de su existencia opuesta al sentimiento de la noche5, el placer de abrazarlo todo en una idea general, el de ver una gran cantidad de cosas, etc., el de comparar, de unir y separar las ideas. Estos placeres están en la naturaleza del alma, independientemente de sus sentidos, porque pertenecen a todo ser que piensa: y es totalmente indiferente preguntarse si nuestra alma tiene estos placeres como substancia unida al cuerpo, o como separada del cuerpo, porque los tiene siempre, y porque son los objetos del gusto: de modo que aquí no distinguiremos en absoluto los placeres del alma que le vienen de su naturaleza de aquellos que le vienen de su unión con el cuerpo; llamaremos naturales a todos estos placeres, y los distinguiremos de los placeres adquiridos que el alma se procura a través de ciertos vínculos con los placeres naturales; y, del mismo modo y por la misma razón, distinguiremos el gusto natural y el gusto adquirido.

Es bueno conocer el origen de los placeres, de los que el gusto viene a ser la medida; el conocimiento de los placeres naturales y adquiridos habrá de servirnos para rectificar nuestro gusto natural y nuestro gusto adquirido. Es preciso partir del estado en el que se encuentra nuestro ser, y averiguar cuáles son sus placeres, para llegar a medirlos, y a veces incluso a sentirlos6.

Si nuestra alma no hubiera estado en absoluto unida al cuerpo, ella de todos modos habría conocido; y es probable que hubiera amado eso conocido: mientras que tal como son las cosas casi no amamos más que lo que no conocemos.

Nuestra manera de ser es completamente arbitraria; podríamos haber sido hechos tal como somos, o bien de algún otro modo. Pero, de haber sido hechos de otro modo, sentiríamos de una manera distinta7; un órgano de más o de menos en nuestro organismo habría determinado otra elocuencia, otra poesía: por ejemplo, si la constitución de nuestros órganos nos hubiese vuelto capaces de una atención más sostenida, todas las reglas que proporcionan la disposición del tema a la medida de nuestra atención ya no tendrían lugar; si nos tornásemos capaces de una mayor penetración, todas las reglas que se basan en la medida de nuestra penetración caerían del mismo modo; en fin, todas las leyes establecidas sobre el hecho de que nuestro organismo es de una cierta manera podrían ser diferentes.

Si nuestra vista hubiese sido más débil y más confusa, se habrían necesitado menos molduras y más uniformidad en los componentes de la arquitectura; si nuestra vista hubiese sido más clara, y nuestra alma capaz de abrazar más cosas de una vez, más ornamentos habrían hecho falta en la arquitectura; si nuestras orejas hubiesen sido como las de algunos animales, habría sido necesario reformar muchos de nuestros instrumentos musicales. Bien sé que las relaciones que las cosas tienen entre sí habrían subsistido, pero de haber cambiado la relación que tienen con nosotros, las cosas que, en el estado presente, causan en nosotros un cierto efecto, ya no lo causarían; y como la perfección del arte consiste en presentarnos las cosas de forma tal que nos produzcan el mayor placer posible, sería preciso que hubiese modificaciones en las artes, puesto que otra sería la manera adecuada para darnos placer.