Entre la ambición y el deseo - Lucy Monroe - E-Book

Entre la ambición y el deseo E-Book

Lucy Monroe

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Beschreibung

Madison Archer, una joven de la alta sociedad, había aparecido en los titulares por un escándalo del que ella no era responsable y casarse con el implacable Viktor Beck era la única manera de salvar lo que quedaba de su reputación. Maddie siempre había estado en los planes de Viktor para hacerse con la empresa de su padre, y la intensa atracción que había entre ellos parecía endulzar el trato que le ofrecía… Aunque no era amor lo que latía en el corazón de Viktor, estaba dispuesto a demostrarle a Maddie que la química entre ellos era irresistible. Pero el tiburón de las finanzas iba a llevarse una sorpresa al descubrir que la supuestamente frívola Madison Archer seguía siendo virgen.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Lucy Monroe

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Entre la ambición y el deseo, n.º 331 - enero 2022

Título original: An Heiress for His Empire

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-895-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Madison Archer soltó su taza de café con tanta fuerza que el líquido se desparramó sobre la mesa mientras leía las alertas de Google con creciente horror.

 

¿LA FRÍVOLA MADISON ESTÁ BUSCANDO UN NUEVO NOVIO?

A la heredera Archer le va el sado.

El chico malo de San Francisco planta a la chica malísima.

 

Los artículos criticaban su estilo de vida y su relación con Perry Timwater… una relación absolutamente falsa.

Que Perry fuese la fuente hizo que se le atragantase el café.

Según el artículo sobre su ficticia relación, ella era sumisa, sadomasoquista y necesitaba múltiples hombres para sentirse satisfecha.

Madison apretó los dientes para contener una palabrota mientras leía que era su incapacidad de ser fiel lo que había forzado a Perry Timwater a cortar con ella.

No le importaría cortarle algo a Perry en aquel mismo instante.

La rabia la ahogaba.

¿Cómo podía haberle hecho aquello?

Perry era su amigo.

Se habían conocido durante el primer año de universidad. Perry Timwater la hacía reír cuando pensaba que nada podría hacerlo después de su épico fracaso intentando conseguir la atención de Viktor Beck. Había empezado la carrera con el corazón roto y él la había ayudado a superarlo. A cambio, ella lo había ayudado a aprobar las clases de cálculo. Perry había sido su acompañante, su amigo, y ella le había dado entrada al mundo de Jeremy Archer, que estaba muy por encima del suyo.

Pero nunca, ni una sola vez, esa amistad había sido algo más.

En ese momento sonó un golpecito en la puerta.

–¡Soy yo, no te asustes! –un segundo después escuchó el ruido de la llave y la puerta se abrió.

Con una bolsa de su panadería favorita en la mano, la melenita morena enmarcando una cara de duende, Romi Grayson cerró la puerta con el pie.

–He venido con dulces para curar tus penas.

–No sé si el chocolate puede mejorar esta situación.

Romi dejó escapar un suspiro.

–Así que Perry ha perdido la cabeza, ¿no?

–¿Lo has leído?

–Los periodistas me despertaron exigiendo que diese mi opinión sobre las actividades sexuales de mi mejor amiga –Romi hizo una mueca–. Actividades en las que no tomarías parte aunque no fueses virgen, por cierto.

–Nunca he podido confiar lo suficiente en un hombre como para acostarme con él y mucho menos con varios.

Podría parecer ridículo en una mujer de veinticuatro años, pero eso era algo que no iba a cambiar por el momento.

–No tiene nada que ver con la confianza en los hombres. Lo que pasa es que te enamoraste de Viktor Beck cuando eras una adolescente y aún no se te ha pasado.

–¡Romi!

No estaba de humor para hablar del chico de oro de su padre, un moreno de ojos oscuros con un cuerpo para morirse.

–Solo digo…

–Nada que no hayas dicho antes –la interrumpió Maddie, con el estómago encogido.

Vik también leería el artículo, pero no podía pensar en eso en aquel momento o de verdad iba a vomitar.

–Mi padre me va a matar.

Aquel nuevo escándalo lograría romper la fachada de hielo del magnate de San Francisco. Y no como Maddie siempre había querido.

Jeremy Archer la había enviado a un internado tras la muerte de su madre y ella había buscado la atención de la prensa con la esperanza de lograr así la de su padre. Había funcionado para su madre, Helene Madison, pero esa estrategia había sido un fracaso espectacular para ella.

En los nueve años que habían transcurrido desde la muerte de su madre, Jeremy siempre había pensado lo peor de su hija. Cuando no estaba ignorándola completamente.

–Si antes no se muere de un infarto –Romi puso frente a ella un croissant relleno de chocolate.

–No digas eso.

–Lo siento, se me ha escapado. Ya sabes cómo soy. Pero tu padre siempre está tan tenso…

–Sí, es verdad.

–Me gustaría retorcerle el cuello a Perry –Romi mordió su croissant–. ¿Cómo se le ha ocurrido hacer algo así?

–Por dinero.

No sabía que rechazar su última petición de dinero acabaría en una humillación pública. ¿Cómo iba a pensarlo? Los amigos no se hacían eso.

–Imbécil –murmuró Romi.

Maddie llevaba años intentando que sus dos amigos se llevasen bien, pero eso se había terminado.

–¿Qué voy a hacer?

–Podrías amenazarlo con una demanda y exigir que se retracte.

–Sería mi palabra contra la suya.

–¡Pero ni siquiera os habéis besado!

–Nos hemos besado ante las cámaras muchas veces. Perry siempre bromeaba sobre eso.

Había sido su acompañante durante mucho tiempo y más de una vez habían especulado sobre su relación, a menudo citando fuentes anónimas y publicando fotos en las que estaban besándose.

–¿Crees que ha hecho esto antes?

–¿Vender detalles confidenciales de nuestra supuesta relación? –Romi hizo una mueca–. Tú sabes lo que pienso.

–Es una sanguijuela.

–Siempre lo ha sido.

–Pero ha sido un buen amigo durante muchos años –protestó Maddie, que aún no podía creer que no lo fuera.

Romi lanzó sobre ella una mirada de incredulidad, sin decir nada porque no era necesario.

–No podría demostrar que nunca ha habido nada entre nosotros, pero puedo demandarlo por libelo por los detalles escabrosos.

–Sería su palabra contra la tuya, tú misma lo has dicho.

–Pero está mintiendo.

–¿Y eso es algo nuevo para la prensa del corazón? Publican mentiras todos los días y les da igual.

Sintiéndose impotente, Maddie apartó el croissant.

–Podrías pedirle ayuda al Relaciones Públicas de tu padre –sugirió su amiga–. Y hacer quedar a Perry como una rata.

Eso suponiendo que su padre quisiera ayudarla-

–Pero no vas a hacerlo porque Perry era tu amigo –siguió Romi.

Maddie abrió la boca, pero su amiga hizo un gesto con la mano.

–No te atrevas a decir que sigue siéndolo.

–No, está muy claro que no es amigo mío y no lo ha sido nunca.

–Cariño… –Romi la abrazó.

–Pensé que era un amigo de verdad.

–Y en lugar de eso ha resultado ser un canalla –el tono de Romi dejaba claro que tenía experiencia con ese tipo de gente.

–Desde luego.

En ese momento sonó su smartphone, con un clamor de corneta.

Romi se apartó.

–¿El chico de oro?

–Me pareció el sonido más apropiado.

Solo tenía alertas de sonido para determinadas personas: Romi, Perry, que iba a desaparecer de la lista inmediatamente, su padre y el hombre que era su mano derecha: Viktor Beck.

El futuro heredero del negocio no solía ponerse en contacto con ella, pero si así era tenía una alerta bien audible.

Ignorando otros mensajes de amigos, conocidos y chacales de los medios de comunicación, Maddie abrió el mensaje.

 

El señor Archer quiere verte a las 10:45. Confirma, por favor.

 

«El señor Archer», no «tu padre». Eso sería demasiado personal.

–Mi padre quiere verme esta mañana –Maddie se mordió los labios.

–¿Y piensas ir?

–Ya veremos.

Maddie envió un mensaje de texto diciendo que podía ir después de la una.

Quince minutos después, Romi desapareció y enseguida sonó la canción de Michael Bublé, Call me irresponsible, en su smartphone.

Su padre la llamaba personalmente. No era un mensaje. Inaudito.

En cualquier otro momento se habría emocionado, pero aquel día la llamada era tan amenazadora como la banda sonora de Halloween.

Maddie se llevó el teléfono a la oreja.

–Hola, padre.

–A las diez cuarenta y cinco, Madison. Y no llegues tarde.

–Tú sabes que tengo otras cosas que hacer.

No, en realidad no tenía ni idea. Su padre no sabía nada de su otra vida.

Había intentado hablar de ello en una ocasión, pero Jeremy se había reído, diciendo que era absurdo perder el tiempo trabajando como voluntaria en un colegio para niños provenientes de familias pobres.

Desde entonces, Maddie se había encargado de separar esas dos vidas. Maddie Grace, que adoraba a los niños y era voluntaria en su tiempo libre no tenía absolutamente nada en común con Madison Archer, rica heredera, ni siquiera el color del pelo o los ojos.

–Cancélalo –dijo su padre. Una orden, no una petición.

Qué típico.

–Es algo importante.

–No, no lo es –el tono helado de Jeremy Archer hizo que sintiera un escalofrío.

–Lo es para mí –insistió ella.

–A las diez cuarenta y cinco, Madison –repitió su padre antes de cortar la comunicación.

 

 

Protegida por la armadura de la heredera Madison Archer, Maddie salió del ascensor en la planta veintinueve del lujoso edificio en el distrito financiero de San Francisco.

Tenía los nervios agarrados al estómago, pero no se notaba en su cara porque llevaba años disimulando sus sentimientos en todo lo que se refería a su padre.

Se había aplicado un ligero maquillaje para destacar sus ojos, los perfectos rizos rojos enmarcando un rostro ovalado tan parecido al de su madre. Nunca había tenido que darse mechas para destacar el tono cobre que le había otorgado la naturaleza.

El traje de Valentino blanco y negro no era de la colección de ese año, pero era uno de sus favoritos y con él conseguía la imagen que buscaba: el bajo de la falda recta unos centímetros por encima de las rodillas y la chaqueta estilo Jackie Kennedy, con un elegante lazo a modo de cinturón.

Había optado por unos zapatos negros de Jimmy Choo que añadían seis centímetros a su metro sesenta y seis, un sencillo bolso de Chanel, un reloj Cartier, el favorito de su madre, y unos pendientes de diamantes.

No se parecía nada a la mujer que Perry describía en esa entrevista.

Entró en la sala de juntas sin llamar a la puerta, haciendo una pausa estratégica para observar a los reunidos. No iba a esconderse como una cobarde.

Había siete personas alrededor de la mesa. Su padre ocupaba la cabecera y a su derecha, como era de esperar, estaba Viktor Beck, el hombre por el que había estado encandilada desde que empezó a trabajar en la empresa diez años antes. Y el encandilamiento adolescente había pasado a ser algo más, algo que hacía que ningún otro hombre pudiera compararse con él.

El primer año aún vivía su madre y Helene solía tomarle el pelo al ver que se ponía colorada cuando Viktor Beck aparecía en casa.

Había aprendido a controlar ese rubor, pero no los sentimientos que Viktor engendraba en ella y que presenciara su humillación pública la ponía enferma.

Menos comprensible, pero no tan angustioso, era la presencia de la ayudante de su padre y de dos prebostes de AIH.

El rostro del tercer hombre le resultaba familiar, pero no podía ponerle nombre.

Todos tenían unos papeles delante y no había que ser muy listo para saber que era la entrevista de Perry. Pero había más papeles, algo que parecía un contrato…

Maddie miró a su padre con el sarcasmo que había usado durante años para disimular su vulnerabilidad.

–Veo que no se te ha ocurrido hablar conmigo de esto en privado.

–Siéntate, Madison –Jeremy Archer no se molestó en responder a su comentario.

Lo cual no debería sorprenderle o dolerle. Entonces, ¿por qué era así?

Maddie contó hasta tres antes de obedecer la brusca orden.

–Imagino que ya habrás escrito una carta exigiendo que se retracte.

–¿Crees que tu examante se retractaría? –le preguntó Conrad, el Relaciones Públicas de la empresa.

–Para empezar, no es mi examante. Segundo, no tiene que retractarse para que lo demandemos por libelo.

–No tengo por costumbre perder tiempo y dinero en una tarea imposible –dijo su padre.

–El artículo está ahí y no se puede cambiar –asintió ella– pero todo lo que cuenta es mentira.

–Si quieres demandar a tu examante hazlo, pero no es asunto mío.

–¿No habrás creído las cosas que cuenta? –exclamó Maddie.

–Lo que yo crea o deje de creer no es importante.

–Lo es para mí.

Había solo dos personas en aquella sala cuya opinión le importase, la de su padre y la de Viktor Beck, aunque no debería ser así.

Y nada en los oscuros ojos oscuros de Vik revelaba sus pensamientos.

Años atrás habría intentado animarla con una sonrisa o incluso un guiño, pero esos días habían pasado. Se había mostrado frío con ella desde que volvió a casa después de su primer año de universidad.

Y aunque podría ser culpa suya, no le gustaba.

Su padre se aclaró la garganta.

–Ese artículo ha precipitado este encuentro, pero no es la razón principal.

–¿Qué quieres decir?

–El tema que vamos a tratar es tu inaceptable notoriedad, Madison. No voy a quedarme de brazos cruzados mientras intentas competir en infamia con otras herederas.

–Yo no hago eso.

Maddie había intentado conseguir la atención de su padre, pero jamás había llegado tan lejos.

En fin, Romi y ella eran conocidas por su participación en manifestaciones y protestas por los recortes en la educación pública. Y Maddie había ido más lejos, haciendo puenting en el Golden Gate para colocar una pancarta gigante con un mensaje ecologista.

Sí, debía reconocer que había hecho alguna travesura, pero siempre de carácter inocente. Y no había vuelto a salir en los medios desde que acabó en el hospital con una fractura en la pelvis por lanzarse en paracaídas seis meses antes.

Su padre se había negado a devolverle las llamadas mientras estaba en el hospital y había dejado claro, a través de su ayudante, que no era bienvenida en la mansión familiar mientras se recuperaba. Maddie se había visto obligada a contratar a una persona para que la ayudase durante esas semanas. Romi se había ofrecido a ayudar, pero ella no quería aprovecharse de su amistad.

–¿Debo entender que Madison no sabe nada sobre el contenido de este contrato? –preguntó Vik entonces, con tono de desaprobación–. ¿Y esperas que acepte?

–Aceptará –respondió su padre–. O la dejaré fuera de mi vida completamente.

La absoluta convicción en su tono fue como un cuchillo en el corazón de Maddie.

–¿Por esto? –exclamó, señalando el artículo–. ¡Pero si nada de lo que cuenta es verdad!

–No seguirás arrastrando mi apellido y el de mi empresa por el barro, Madison.

–Yo no arrastro tu apellido –replicó ella.

Su padre empezó a leer la entrevista en voz alta y los ojos de Maddie se llenaron de lágrimas, pero se negaba a llorar. Sería tan fría como Jeremy Archer.

–Te he dicho que todo es mentira.

–¿Y por qué iba a mentir? –preguntó el Relaciones Públicas.

–Por dinero, por venganza –respondió ella. Porque la última vez que le pidió dinero le dijo que no–. No lo sé, pero el caso es que ha mentido.

¿Cuántas veces iba a tener que decirlo?

–Es hora de tomar medidas –dijo Jeremy, como si ella no hubiese hablado.

–En eso al menos estamos de acuerdo. Empezaremos con una demanda a menos que se retracte.

Tal vez tendría que desvelar su alter ego, Maddie Grace, para combatir la imagen negativa que tanto preocupaba a su padre.

Jeremy hizo un gesto con la mano.

–Creo haber dejado claro que este escándalo no es lo que me preocupa.

–¿Y qué es lo que te preocupa entonces?

–Tu caprichoso estilo de vida, que ha dado como resultado una notoria e inaceptable reputación.

–¿Quieres que trabaje en la empresa? –le preguntó Maddie, sin ningún entusiasmo.

La última vez que había salido el tema de Archer International Holdings, su padre había dejado claro que no esperaba que se hiciera cargo de la empresa algún día.

–No, en absoluto.

–¿Quieres que busque trabajo en otro sitio?

Podría hacerlo. Si eso suavizaba la relación con su padre buscaría un trabajo… siempre que no interfiriese con su horario de voluntaria.

Jeremy Archer rio, despectivo.

–¿Crees que alguien te contrataría ahora?

Maddie notó que se ponía colorada. Se había acostumbrado a esconder sus emociones, pero aquella situación la superaba.

Además, tenía razón. Si se descubría que Madison Archer era Maddie Grace podrían pedirle que dejase su trabajo en el colegio. Todo por un hombre al que había creído su amigo y que no era más que un mentiroso, manipulador y oportunista.

–Quiere que te cases –la informó Vik, con total seriedad.

Y su padre no lo negó.

Maddie miró alrededor para ver la reacción del resto. El Relaciones Públicas y la secretaria de Jeremy estaban mirando sus tablets, ignorando la conversación o fingiendo hacerlo.

Uno de los hombres la miraba de una forma tan desagradable que casi hizo que se sintiera sucia. El otro estaba leyendo unos papeles y el tercero, al que no conocía, miraba a su padre.

La expresión de Vik era tan enigmática como siempre.

Maddie miró a su padre de nuevo, pero en su rostro solo vio una implacable resolución.

–Quieres que me case.

–Sí.

–¿Con quién?

–Con uno de estos cuatro hombres –Jeremy señaló a Vik, a los jefes de departamento y al hombre desconocido–. Ya conoces a Viktor, por supuesto, y estoy seguro de que te acuerdas de Steven Whitley –su padre señaló a un hombre divorciado que le doblaba la edad y luego al otro, que la miraba casi con compasión–. Brian Jones.

–Pensé que estabas comprometido –dijo Maddie, con un nudo en la garganta.

¿No le había presentado a su prometida en la fiesta de Navidad?

–¿Eso es verdad? –exclamó su padre, enfadado–. ¿Señorita Priest?

Su ayudante levantó la mirada de la tablet.

–¿Sí, señor Archer?

–Jones está comprometido.

–¿Ah, sí? No lo sé… no está casado.

–Pero lo estaré –Brian se levantó de la silla–. No creo que se me necesite durante el resto de la reunión. Si me perdonan…

–¿Has leído el contrato? –lo interrumpió Jeremy.

–Sí.

–¿Y te marchas?

–Sí, señor Archer.

En los ojos de su padre apareció un brillo de respeto.

–Entonces, vete –dijo, señalando al extraño al otro lado de la mesa como si las presentaciones no hubieran sido interrumpidas–. Maxwell Black, director de BIT.

Maxwell sonrió con un magnetismo que casi podría rivalizar con el de Vik.

–Hola, Madison. Me alegro de volver a verte.

Aquel hombre exudaba casi tanto poder como Vik, pero en sus ojos había un brillo predador que le daba miedo.

–Creo que no nos conocemos.

–Te vi en un baile benéfico en el mes de febrero.