Entre vírgenes y hetairas. Amor, vida y poesía - Ramón López Velarde - E-Book

Entre vírgenes y hetairas. Amor, vida y poesía E-Book

Ramón López Velarde

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Beschreibung

En la figura de Ramón López Velarde se funda el mito del poeta moderno en México, una especie de santo literario que se debate, cien años después de su muerte, entre la espada de sus deseos humanos y la áspera pared de su fe; entre el edén de su natal provincia idealizada en sus castas muchachas y la lúbrica capital de la patria. Con una prosa diáfana y fluida, en esta biografía poética Beatriz Espejo traza un recorrido puntual por esa dualidad erótico-espiritual que atraviesa la obra del célebre escritor jerezano cuya vida, "de una aparente sencillez" -afirma la autora-, revela sus tensiones emocionales tras sus metáforas insólitas y sus deslumbrantes hallazgos léxicos. Un volumen en el que una de nuestras más notables narradoras concilia las múltiples facetas expresivas de un hombre que hizo de su poesía la balanza que equilibró sus necesidades terrenas con sus anhelos espirituales y se convirtió en uno de los referentes fundacionales de la poesía mexicana actual.

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A la memoria de mi padre bienamado, don Antonio Espejo Sánchez, con el másprofundo y vivo sentimiento.

A la memoria del maestro Antonio Alatorre.

I. BREVE APUNTE BIOGRÁFICO Y BIBLIOGRÁFICO

En su ensayo “La biografía oculta”, Alfonso Reyes afirma:

En el campo de la investigación literaria, nada requiere un pulso más delicado y una experiencia mayor del método crítico que el averiguar la dosis de autobiografía que llega hasta las obras de un escritor… Los recuerdos de la propia vida, al transfundirse en la creación poética, se transfiguran en forma que es difícil rastrearles la huella. (En La experiencia literaria, pp. 97-98).

Por ello sería censurable querer interpretar como autobiográfico todo lo que los poetas escriben. Sin embargo, los recuerdos, al convertirse en elementos literarios, cambian, se ciñen a los moldes de la obra y al criterio estético del creador. Los incidentes biográficos que se trasmitan como meras confesiones no tendrán otro valor que el de un documento humano más o menos sincero, valiente o auténtico. Pero cuando estas confesiones provienen de un escritor de mérito, sirven para acercarnos aún más al autor y a su obra.

Por otro lado, existe la idea bastante difundida de que los grandes próceres, o los artistas, deben siempre permanecer a cierta distancia para que su presencia humana no le reste grandeza a su obra. Si se tratara de saber qué se esconde detrás de cada uno de los versos de una determinada obra poética, la tarea sería inacabable. La porción visible es apenas atisbo de un mundo de experiencias que seguramente ni el propio artista recordaría. Sería necesario reconstruir un cuadro de la época, de las preocupaciones dominantes del creador en aquel momento, de los motivos que lo hicieron preferir unas palabras en vez de otras, de las reminiscencias literarias que influyeron en él o ella, así como de las condiciones generales de su vida y las imágenes que dieron lugar a las poéticas, que son sus correlativas.

Finalmente, hay que recordar que con gran frecuencia los poetas emplean el yo simplemente como una manera de ver la realidad. Sin embargo, en algunas obras las corrientes subjetivas se acusan con mayor evidencia. Escritores que incursionan mundo adentro y convierten en temas poéticos sus preocupaciones más íntimas. A este tipo de artistas pertenece Ramón López Velarde.

Su vida es de una aparente sencillez anecdótica. El poeta no ocupó altos cargos públicos, no realizó viajes al extranjero ni parece haber sido proclive a relatar acontecimientos personales extraordinarios. Pero si leemos con cuidado, sus metáforas tienen ecos de la realidad; detrás de sus versos se vislumbra, como sugería Reyes, la biografía oculta. Los temas de López Velarde nacieron de las tensiones entre la provincia y la ciudad, entre la inquietud de una vida compartida y una soledad deseada y voluntaria, así como de las impresiones más íntimas sobre las que sus poemas reinciden, como variaciones sobre un mismo cúmulo de temas. Pero estos temas no presentan una misma cara lisa y simple, sino un aspecto complejo.

José Ramón López Velarde Berumen nació en Jerez, antigua villa de Zacatecas, a la una de la mañana del 15 de junio de 1888. Su padre, abogado de profesión, se llamaba José Guadalupe López Velarde; el nombre de su madre era Trinidad Berumen.

El día 21 del mismo mes de junio, en la iglesia parroquial bautizó a Ramón el presbítero Inocencio L. Velarde, tío suyo, de quien se cuenta que murió asesinado durante la Revolución, cuando las tropas de Villa entraron en Zacatecas.

Su madre, tan estricta como creyente en las prácticas de la religión católica, hacía que la acompañara, mañanas y tardes, al templo franciscano de San Diego, en donde Ramón sirvió de acólito. En 1900, cuando apenas había estrenado el primer pantalón largo, don José Guadalupe lo llevó al Seminario Conciliar de Zacatecas. El rector de esa institución le inspirará muchos años después, en 1916, un texto que recuerda al canónigo por sus méritos literarios.

Citaba en sus sermones, pasajes clásicos, espigados en el desfallecimiento de Ovidio, en la elegancia de Horacio, en el ardor de Virgilio…

(El don de febrero, “El señor rector”, p. 208).

Alumno distinguido, continúa sus estudios en la ciudad de Aguascalientes, en el Seminario Conciliar de Santa María de Guadalupe, de 1902 a 1905. Se revela en esta época su afición a las letras, pues durante su estadía en la ciudad de Aguascalientes en 1904, junto con Enrique Fernández Ledesma, Pedro de Alba, José Villalobos Franco, Rafael Sánchez y los dibujantes Valdepeñas y Romo Alonso, funda una revista: Bohemio, que desaparece al segundo número. Ramón recoge esta experiencia en una prosa que, como la anterior, se publicará en El Nacional Bisemanal en 1916. En ella, nos cuenta los motivos que acarrearon el fin de la revista y, con cierta ironía, califica a Bohemio de pedestal de su fama.

Nuestra fe no vacilaba; lo que vacilaba era la cajadel periódico. Comunismo a la Mürguer y teneduría por partida doble, no podían andar de bracero. Llegó a pronunciarse la palabra desfalco. Fernández Ledesma acusaba a los tenedores de libros y a los tesoreros (que unos y otros trabajaban en plural); y el director, a su vez era acusado de ordenar, con reprobable frecuencia, que en la contabilidad de “Bohemio” se hiciesen asientos de este tenor: “Cinco pesos para unas cervezas del Director”, “Dos pesos para que el Director vaya a ver cómo trabaja María del Carmen Martínez en Amor salvaje”, “Cuatro pesos para el coche del Director” y “Un peso para la peluquería del Director”.

Tal fue el vergonzoso fin de ‘Bohemio’, pedestal de nuestra fama.

(El don de febrero, “Bohemio”, p. 212).

En 1907 sufre el dolor de perder a una de sus siete hermanos, una niña aún muy pequeña (quizá tenía sólo año y medio de edad). Al año siguiente muere su padre. Esto perturba a Ramón enormemente y, como veremos, la muerte tendrá una presencia siempre próxima y familiar en su obra.

En 1911 recibe el título de licenciado en Derecho, y pasa a desempeñar el puesto de juez en el pueblo de Venado. En aquel tiempo, México respira la atmósfera cargada que precede a las revoluciones. López Velarde, en unión de Francisco Martín del Campo, Ernesto Barrios Callantes, Manuel Aguirre Berlanga, Artemio de Valle Arizpe, Carlos Siller y Siller y Pedro Antonio de los Santos, tiene un leve contacto con Francisco I. Madero, al que se dice defiende cuando este fue encarcelado. También se afirma que colabora en la redacción del Plan de San Luis, aunque no hay datos que lo prueben. Lo cierto es que López Velarde simpatiza con Madero y sin embargo advierte sus defectos; así lo demuestra un artículo titulado “Madero”, que apareció el 14 de octubre de 1909 en El Regional de Guadalajara.

Con el triunfo de Francisco I. Madero, el partido católico lanza la candidatura de López Velarde como diputado suplente en la planilla del doctor Francisco Hinojosa, cuyo adversario era el licenciado Aquiles Elorduy. Por distintas razones pierde la elección, pero al parecer, esta derrota no afecta en lo más mínimo al poeta.

En 1912 realiza un viaje a la capital de México. El contraste entre la vida de provincia y la de la metrópoli debió asustarlo un poco. Sin embargo, dos años más tarde se finca definitivamente en la ciudad, donde colabora en distintas publicaciones de la época como Kalendas, El Regional, Revista de Revistas y Vida Moderna, además de ocupar cargos burocráticos de poca importancia.

En 1916, reúne treinta y siete composiciones y las publica bajo el título de La sangre devota, dedicado a los espíritus de Gutiérrez Nájera y Manuel José Othón. La portada llevaba un dibujo de Saturnino Herrán. En 1919 aparecieron las cuarenta poesías que integran Zozobra, segundo y último libro que el poeta pudo publicar dos años antes de su muerte. Los poemas de Zozobra fueron compuestos entre 1916 y 1919.

Frecuentaba a casi todos los escritores de entonces, aunque según se advierte, era poco afecto a las confidencias. Se explica entonces que los biógrafos en artículos y libros sobre López Velarde se entreguen al deporte de las suposiciones. Entre las anécdotas más conocidas en torno suyo, existe una que Samuel Ramírez Cabañas dio a conocer y que resulta particularmente ilustrativa al respecto. La transcribo tal como la recoge Elena Melina Ortega (Ramón López Velarde, estudio biográfico, p. 99):

Una tarde, de regreso de un paseo por la colonia Santa María, llegamos, a punto de anochecer, al boulevard. Después de haber hablado y reído por más de una hora, habíamos callado. Yo adivinaba en su silencio una preñez de ideas sutiles, como todas las suyas,y en su ensimismamiento una promesa de áureas confidencias inminentes.

Maquinalmente nos detuvimos frente a un vasto aparador de la avenida: una exhibición de “toillettes” parisinas sobre maniquíes de una convencional pero turbadora feminidad. Ramón, que se decía víctima de una sensualidad exquisita, más literaria que real, enfocó sus escrutadoras pupilas sobre aquellos semidesnudos cuerpos de cera … Le vi turbarse hasta ruborizarse; pero sagacísimo, advirtió el género de mis íntimas suspicacias, y queriendo desorientarme, con una artificiosa sencillez provinciana, me preguntó insinuante, con aquel su sonsonete inolvidable y tan gracioso:

—Oye, Samuel, ¿no quisieras sacar a bailar a una de estas pollitas?

Tal vez sus pensamientos genuinos fueron los que mástarde condensó en estas cláusulas ardorosas: “Nada puedo entender ni sentir, sino a través de la mujer”…

López Velarde fungió como catedrático de Literatura en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Escuela de Altos Estudios (después Facultadde Filosofía y Letras); pero unos días antes de cumplir treinta y tres años enfermó de pulmonía y falleció el 19 de junio de 1921. Ante la inminencia de la muerte, como era de esperarse por sus convicciones católicas, confortósu espíritu en la religión. Enrique Fernández Ledesma, uno de sus más íntimos amigos, nos dice:

La víspera de su muerte, Ramón vio ante sí a su madre, contemplándolo desde los pies de la cama.

—Estoy contento, mamá…

Y ante una interrogación muda de la señora:

—Porque mi salud se ha afirmado…

—Sí, ya lo sé: por los cuidados y las medicinas de mi hermano Jesús, pero también por mi “Salven”, por la Salve que todas las noches, desde hace cuatro años, le he rezado por usted a la Virgen de la Soledad… Sólo que ahora… ¡quién sabe!, con este cercano trastorno… (Ibid., p. 95)

Dos años después de la muerte del poeta, Jesús López Velarde y Enrique Fernández Ledesma editaron, en 1923, El minutero, selección de prosas breves que ya habían aparecido en revistas capitalinas.

A 1932 corresponde el libro póstumo El son del corazón. Este recoge diecisiete composiciones poéticas, entre las que se cuenta “Suave Patria”, fechada el 24 de abril de 1921, un mes y medio antes de la muerte del poeta, y publicada en la revista El Maestro, órgano de la Universidad y en la que López Velarde colaboró como redactor a instancias de José Vasconcelos. Bajo el título El don de febrero y otras prosas, en 1952, Elena Molina Ortega reúne noventa prosas y seis notas bibliográficas.

La de López Velarde es particularmente una prosa lírica, aunque en muchas ocasiones se enlazan el tema lírico y la crítica. En cuanto al estilo y los temas, existe una concordancia notable entre versoy prosa. Ramón trabajó todos sus textos con el mismo esmero, insistencias y motivaciones de sus poemas.

El libro Poesías completas y el minutero editado en 1953, con una segunda edición en 1957, preparadas ambas por Antonio Castro Leal, incluye veinticuatro “primeras poesías” hasta entonces dispersas; López Velarde las desechó en su momento, quizá por no considerarlas logradas, cuando escogió el material para La sangre devota, aunque antes las había incluido en una edición de 1910 que no llegó a realizarse.

II. LA DUALIDAD ESPIRITUAL-ERÓTICA

López Velarde tiene múltiples facetas expresivas; pero a raíz de la publicación de su primer libro, La sangre devota, se quiso ver en él un poeta lírico que junto con el tema provinciano enlazaba hábilmente cierto sabor místico acorde con sus estados espirituales. En este sentido, Zozobra marcó un cambio radical que desconcertó a la crítica de su tiempo. Se trata de un drama anímico, esbozado y presentido ya en su primer poemario, con una madurez estética y estilística notable.

Ramón no encontraba la manera de conciliar su religiosidad cristiana y su erotismo. Sus emociones encuentran reacciones antagónicas, como si el poeta no hallara su posición exacta, o como si ninguna lo fuera. Esto parece obligarlo a debatirse en constante e infructuosa búsqueda. En El León y la Virgen, Xavier Villaurrutia advierte esa dualidad espiritual-erótica que conjugaba en la conciencia del poeta dos vidas enemigas, opuestas, cuya importancia estriba, precisamente, en la duración del conflicto.

Cielo y tierra, virtud y pecado, ángel y demonio, luchan y nada importa que por momentos venzan el cielo, la virtud y el ángel, si lo que mantiene el drama es la duración del conflicto, el abrazo de los contrarios en el espíritu de Ramón López Velarde, que vivióescoltado por un Ángel guardián, pero también por un demonio estrafalario.

Éxtasis y placeres lo atraen con idéntica fuerza. Su espíritu y su cuerpo vivirán bajo el signo de dos opuestos grupos de estrellas.

Me revelas la síntesis de mi propio zodiaco:el León y la Virgen (Xavier Villaurrutia, El León y la Virgen, p. xiv.)

Por su parte, en su prólogo a las Poesías completas y elminutero, Antonio Castro Leal afirma:

…enriquece el paisaje psicológico del poeta. Lo enriquece y lo complica al conjugarse con la santidad de los recuerdos, las exigencias de la devoción, los imperativos del catolicismo y los pavores en que el alma ha vivido; las facetas del decorado mundo interior se oscurecen o iluminan según el juego del péndulo en que se mueve el alma entre el cielo y la tierra, la carne fresca y el deber exigente… (“Prólogo” a Poesías completas y El minutero, p. xviii.)

Numerosos comentaristas recogen esta tensión en el alma y la mente del poeta de Jerez. Eugenio del Hoyo, en un libro cuyo principal propósito es hablar del lugar natal de Ramón (Jerez el de López Velarde, p. 70), escribió sobre el “contraste extraño, chocante, sorprendente, entre la piedad y el más puro sensualismo”. Por su parte, Raúl Leiva escribe que el poeta “vivió siempre agitándose, corroyéndose, en el centro de fuerzas contrarias. La vida y la muerte, la religiosidad y el erotismo…” (Imagen de la poesía Mexicana contemporánea, p. 45).

Pedro de Alba recalca de los versos de Ramón su “innovación reverente” y “un culto casi místico con el vigilante sentido pagano” (Ensayos, p.12). Esta serie de armónicas contradicciones se reflejan también en el comentario de Elena Molina Ortega, quien observa que “en su poesía se mezclan lo místico y lo sensual, lo espiritual y lo erótico” (Op. cit., p. 66).

Negar esta dualidad presente en la obra de López Velarde equivale a mutilar una de las más ricas complejidades de su espíritu. Y la complejidad velardeana no se resume fácilmente. Desconcierta como un laberinto de salidas insospechadas. El combate interno que sostiene es tan patente como la existencia de sus dos “vidas enemigas” que emergen de la conciencia “imantándolo con igual fuerza”, hasta convertirlo en un péndulo oscilante entre un anhelo de castidad y una voluptuosidad irremediable.