Escote - Jorge Johnson - E-Book

Escote E-Book

Jorge Johnson

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Beschreibung

Escote es un borde, un límite, una frontera. 
A través de la historia de un tejido convertido en un vestido, los protagonistas en esta novela se enfrentan a sus destinos sin comprender por qué vivir es un privilegio. 
A la vez son actores y espectadores de sus amores imposibles.
Al leer, sentirán la inquietud que se apoderó del alma del autor mientras describía los eventos donde transcurren los encuentros. 
¿Los protagonistas son reales o son parte de un sueño?

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Jorge Johnson

 

Escote

 

 

 

 

 

 

© 2023 Europa Ediciones | Madrid

www.grupoeditorialeuropa.es

 

ISBN 9791220137058

I edición: Junio de 2023

Depósito legal: M-7032-2023

Distribuidor para las librerías: CAL Málaga S.L.

Impreso para Italia por Rotomail Italia S.p.A. - Vignate (MI)

Stampato in Italia presso Rotomail Italia S.p.A. - Vignate (MI)

 

 

 

 

Escote

 

 

 

 

Dedico esta obra a MIGUEL CONSTANTINO

JOHNSON, mi finado padre, a quien le debo el descubrimiento que hoy, es para mi la escritura.

 

 

 

 

 

Al escritor VINCENT PHILIPPE de nacionalidad Suiza por su benévola y eficaz colaboración.

 

 

 

 

 

INQUIETUD

“Me pongo la chaqueta, me quito la chaqueta, me pongo los pantalones, me pongo la chaqueta, me quito los pantalones, me pongo los pantalones, me pongo el abrigo, me pongo los zapatos, me quito el abrigo, me quito los zapatos, me quito la chaqueta, me quito los pantalones, etc...”

Extracto del relato UNGENACH del escritor Austriaco

THOMAS BERNHARD.

Traducción en Español de MIGUEL SAENZ

 

 

UNO

Al aproximarse a la puerta de la izquierda en el segundo piso, Rosina creyó perder un collar, porque el tintineo de sus tacones producían un murmullo similar al de una cascada de perlas cayendo sobre el piso. Ese ruido causado por el eco de sus pasos amplificado por la acústica en esa escalera y la sensación sobre su cuello de ser acariciado, la obligaron a levantar una mano para confirmar que su único aderezo era el escote del vestido. Desconcertada, pues su perfume se había mezclado a otros olores, volteaba la cabeza en todas las direcciones. Buscaba la causa de sus dudas cuando miró la balaustrada incrustada en la pared, su única compañía y pensó que allí habían fantasmas. Fijó entonces el cuadrante de su reloj de pulsera, sobre el cual el mecanismo indicaba la buena hora, las tres, e hizo sonar el timbre, pregonero de su llegada.

Al abrir la puerta, el modisto que Rosina venia a visitar fue sorprendido por la fuerza de esa corriente de aire teñido de fragancias desconocidas, que se introdujo en la casa sin pedir permiso. Obligado a sostenerse de la cerradura por la violencia de esa repentina ráfaga, cerró los ojos. Esperó sentir el ambiente sereno para abrirlos de nuevo. Delante, distinguió la sofisticada silueta de la dama que esperaba, entre los velos de una luz indirecta. También vio bailar una sombra misteriosa sobre la pared, detrás de ella. La imagen deformada de esa visión era semejante a la de un dragón. No se parecía a la mujer que se hallaba enfrente sosteniendo en su brazo una cartera de cuero y una bolsa de papel. El modisto observó el rostro de la señora minuciosamente, pues era la primera vez que la encontraba. Viendo sobre esos labios brillantes, cubiertos de un descarado color rojo, un gesto sonriente sin sonreír, pensó estar frente a una hechicera.

Para evitar toda confusión, el modisto intentó interpretar esos signos, hizo un gesto amable sin perder la serenidad. Queria recibir a la nueva clienta como solía hacer, pero su timidez lo preocupaba. Sucedía que de vez en cuando en esas ocasiones, ese penoso problema en su personalidad ocupaba una parte de sus pensamientos. La lucha que hacia para no parecer ridículo, extenuaba el modisto. Aparte del efecto sobrenatural producido por la llegada de la clienta, observarla le procuró satisfacción durante esos instantes que le parecieron durar una eternidad.

Sin conocer el motivo de su visita, paseó su mirada de arriba abajo sobre esa silueta. Calculó sus medidas, la imaginó vestida de varias maneras, ¡soñó crear modelos originales solo para ella! ¡Qué raras eran las ocasiones en las que una persona le ofrecía viajar por el mundo de la apariencia en tan poco tiempo! La intuición del diseñador adivinó cuál era el estilo que ella preferiría, cuál era su manera de vivir. Sobre todo, pensó cómo comportarse sin perder su espontaneidad.

Acostumbrada a ser servida, la distinguida clienta se sintió segura. Descubrir la tímida expresión en el rostro de ese muchacho, le inspiró confianza. Había encontrado la persona que necesitaba. Tratándose del primer contacto, aceptaron esa proximidad sin hacerse conjeturas, pues cada uno sabía el porque de esa visita. Fue en ese instante que simultáneamente los dos movieron la boca. La cortesía para saludarse se impuso.

-Buenos días, soy Rosina Haullido.

*

Para invitarla a entrar hice una venia. Al inclinarme, busqué en el vacío de mi boca la saliva necesaria para no ahogarme al hablar. Después del saludo protocolario, le pedí dirigirse por el pasillo hasta el salón donde solía recibir. Seguí sus pasos sonriendo. Me había divertido escuchar su voz al pronunciar ese apellido tan original, pero me pareció más divertido avanzar detrás y mirar el movimiento de sus nalgas, porque su cartera y la bolsa que colgaban de su brazo se balanceaban de la misma manera.

En ese espacio rectangular bañado de luz y decorado de manera simple, se hallaban dos retratos puestos sobre la pared: un boceto realizado en acuarela que representaba a un caballero renacentista al lado de la fotografía de una mujer de medio perfil, peinada de manera andrógina.

Rosina fijó esas imágenes sin mover un músculo de su rostro. Nada parecía escapar a su mirada. Ni los dos taburetes originales que acompañaban la mesa donde un par de tijeras, una cinta métrica, algunos lápices, pesos, pinzas y papeles hacían desorden, ni el colgadero que flotaba suspendido del techo como una escultura, de donde se sostenían algunos vestidos de colores estudiados, ni los dos espejos inclinados de idéntica proporción, que descansaban frente a frente como duelistas colocados sobre el piso en medio del salón. Sobre ellos, la señora Haullido observó su figura reproducida al infinito. Una vez se miró intensamente sobre la superficie de mercurio deteriorada por años de recibir imágenes del espejo antiguo, y otra sobre el extravagante brillo de acero pulido, encuadrado de metal, que escondía todo defecto a la retina.

Al lado de una ventana, un banco de antigua factura oriental, copia de una copia, nos invitaba a sentarnos. Así interpretó Rosina la dirección de mi mirada. Antes de acomodar su figura, calculó dónde iba a colocar su cartera.

Rosina admiró con frases cortas los materiales y los colores de los vestidos expuestos, sin mostrar un interés particular. Para explicar el motivo de su visita, la señora se levantó, tomó la bolsa que traía al lado de su cartera y de un gesto de mago, ejecutado con una inimitable maestría, extrajo un magnífico tejido de color rojo que se puso alrededor de su cuello como una chalina.

Por arte de encantamiento, un efecto extraordinario se produjo. El salón se iluminó como si una fuente de luces artificiales se hubiese encendido. En medio de ese fenómeno, de un paso seguro la clienta se dirigió hacia uno de los espejos, el más antiguo, donde se observó unos minutos.

-Me encanta el efecto que produce sobre mi piel el color de este tejido - proclamó.

Como de costumbre, pero sorprendido, me desplacé al lugar de donde podía observarla a la vez sobre los dos espejos. Allí, encandilado por el resplandor del color del tejido, sentí un escalofrío atravesarme el cuerpo de la cabeza a los pies como una espada. Clavado al piso, de pie como un soldado, me vi obligado a asistir al desfile de la imagen de su figura repetida al infinito. Su cuerpo multiplicado parecía salir de los espejos envuelto en antorchas. La veía tanto rubia o morena, alta o pequeña, con los ojos cerrados, seria y siempre triste. Quise huir, pero la parálisis y ese cortejo me lo impedían. Por suerte, su voz me trajo a la realidad.

-¡Me veo más esbelta sobre tus espejos!

Rosina, con esa exclamación, buscaba un comentario de mi parte.

-No creo que el reflejo mienta, usted posee una figura bien proporcionada. Puede permitirse lucir todos los estilos - le respondí buscando dónde esconderme, pues su mirada atravesaba el espacio que nos separaba como dos proyectiles. La señora Haullido continuaba a hablar, mientras que esos ojos inquisidores me juzgaban. No comprendía lo que decía. Hacia un esfuerzo para traducir esos sonidos. Al fin comprendí, después de hacerle repetir sus palabras, que deseaba que le creara un vestido con ese tejido para lucirlo con un collar de piedras preciosas.

En ese momento la joya, que todavía se hallaba en el fondo de la bolsa, hizo su entrada al escenario.

-La última vez que me puse este collar fue durante una velada de beneficencia sobre un vestido oscuro.

La señora Haullido hacia sonar las piedras, mientras manipulaba esa joya refinada como un vulgar objeto. Para mostrarla, la colocó alrededor de su cuello, sobre el tejido. Con naturalidad me acerqué a cerrarle el broche y, al hacerlo, vi una mancha sobre su nuca. En ese instante, comencé a sentir dolores y tristeza que no eran míos.

-Estoy segura de que el collar te va a inspirar.

-¡Oh! Los colores de las gemas son mágicos, y sobre ese tejido aun más - exclamé mientras sostenía el aderezo alrededor de sus hombros.

Ella tenía razón, pero las piedras no eran suficientemente brillantes para esconder una mancha que parecía un mordisco.

-La forma de este collar me da un aspecto de anciana triste - decía.

-No se porque, a pesar de costar una fortuna, no me siento ni bella, ni elegante cuando lo ensayo.

 

Hoy me encuentro aquí, con este extraordinario tejido que guardo hace mucho tiempo, porque vi el efecto que produce un vestido bien cortado sobre el cuerpo de una mujer.

-Fue en la famosa velada, donde festejamos el cumpleaños de Shakira, que la acompañante de nuestro amigo Luis Arete, lucía una de tus creaciones. Se veía espléndida. Resaltaba por la originalidad de su vestido sin lucir joyas. No fui la única que le preguntó quien le había realizado esa prenda.

Empujado por una fuerza desconocida me sentí obligado a coger la bestia por las riendas después de escuchar esos cumplidos. A cambiar de pensamiento y tomar mi trabajo como un reto. No podía embellecer más a esta mujer, pero con ese material podía crear algo interesante para satisfacerla.

Se trataba una vez más de un pedido sobre medida. Pero esta vez, debía confrontar mi creatividad y mi saber a mis años de experiencia. Mientras organizaba algunas ideas comparé su expresión a la mía. Sobre su cara se leía el placer; sobre la mía, una curiosa preocupación.

Rosina empezó a moverse, volteando la tela en todos los sentidos. Mientras lo hacía, las gemas del collar lanzaban destellos.

-Espero que te guste el tejido - exclamó Rosina en un tono de reproche.

-¡Mucho! Sobre todo el brillo y la trama de sus hilos, ese trabajo exige respeto.

Para esconder mi turbación, la respuesta la completé con un discurso que se deslizó de mis labios sin hacer ningún esfuerzo.

-Cuando observo materiales como este, me atemoriza transformarlo. Puedo proponer soluciones simples, envolver el cuerpo como lo hacen las mujeres en la India.

Esto puede ser suficiente para no tocar la belleza del tejido.

-Para enfatizar - completé la frase: -El acto fundamental en Occidente, después de siglos, es recrear un volumen con un pedazo de tela. Se pueden obtener resultados interesantes si la persona que se va a vestir acepta lucir modelos de vanguardia. Para obtener buenos resultados hay que hacer esfuerzos imaginativos, pero creo que lo más importante es la armonía.

Esta reflexión no faltaba de discernimiento, pues hizo sonreír a Rosina.

Mientras hablaba, mi atención se dirigía hacia el pedazo de tela que parecía descansar sobre sus hombros como un exótico reptil luminoso al lado de las gemas. De pronto perdí el rumbo de mis explicaciones. Creía que esa bestia iba a saltar sobre mí. Embriagado por la fragancia del perfume de Rosina, veía su cuerpo transformado en faro entre los vapores de un cielo crepuscular. Para recobrar mi aplomo, pues deliraba, olvidé las reflexiones que había expuesto.

No encontré otra alternativa que preguntar dónde se había procurado ese magnifico tejido.

-¡Oh!, fue un obsequio de Alicia, mi suegra - respondió la señora Haullido. -Lo recibí el día de mi boda. Tu pregunta me causa nostalgia porque la historia de ella es una novela.

Al oír el tono de su voz, no pude evitar inhalar una bocanada de aire. No podía evitar de hacer preguntas que provocaban largas respuestas.

Cuando se acomodó de nuevo sobre la banqueta, vi su bestia tela deslizarse como una serpiente entre sus senos. Rosina pareció contraerse. Resignado y curioso me preparé a escuchar su historia.

Confieso que en aquella ocasión, cuando Alicia me ofreció este cupón de tela, quedé sorprendida. Era un regalo original, me sentí privilegiada. Pero ese día, al ver el resplandor de su color, me pasó algo incomprensible. La cinta de papel que anudaba el paquete me cortó la palma de la mano. Todavía pienso que ese accidente fue un mal augurio porque soy supersticiosa.

Rosina se levantó al decirlo. Una repentina expresión de preocupación se dibujó en su rostro. Dio algunos pasos y regresó a sentarse de nuevo para continuar su relato.

-¡Aquel momento fue inolvidable! Creí que se trataba de una broma. Nunca comprendí lo que pasó, en todo caso, aún guardo el recuerdo.

Rosina abrió el puño y mostró la cicatriz, ancha, larga y derecha, como una aguja. Parecía otro pliegue sobre la palma de la mano.

-Ese día solo sentí una molestia - dijo. -Ni Alicia ni yo percibimos la herida, pues, el color de la seda era idéntico al de mi sangre. Afortunadamente era el día de mi matrimonio, nada podía alterar mi felicidad. Sin embargo, Alicia, para calmarse, porque el incidente nos puso nerviosas, extendió el retazo para mostrarme la particularidad de su contenido. “¡Es un tejido extraordinario!”, exclamé fascinada al observar los signos que lo cubrían.

Rosina seguramente hacía los mismos gestos que había hecho su suegra en aquella ocasión para mostrarme la tela. En ese momento, Vera, mi socia, entró con una bandeja entre las manos.

En el taller acostumbrábamos ofrecer una copa cuando llegaba una nueva clienta. Rosina apreció el detalle. La discreta coreografía de Vera siempre causaba una buena impresión. Su elegante aparición contribuía a animar las entrevistas. Esta vez, yo espiaba su reacción. Como lo pensé, Vera dirigió su mirada con interés sobre el tejido que se encontraba entre las manos de Rosina. Se acercó discretamente y, admirándolo, lo acarició antes de servirnos.