Escritos de juventud 1923-1942 - Viktor Frankl - E-Book

Escritos de juventud 1923-1942 E-Book

Viktor Frankl

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Beschreibung

Viktor Frankl es conocido como el fundador de la Tercera Escuela Vienesa de Psicoterapia , a la que designó con el binomio de logoterapia y análisis existencial . Sin embargo, es menos conocida su actividad pionera, entre las décadas de 1920 y 1930, en el asesoramiento juvenil y la prevención de suicidios. Justamente el enfrentamiento con las dificultades de la juventud y las ricas experiencias reunidas en la práctica fueron los elementos que formaron la base para el desarrollo de una psicoterapia centrada en la pregunta por el sentido. Este libro es un complemento importante y valioso de las obras de Viktor Frankl publicadas hasta el presente pues muestra el desarrollo del gran científico y médico.

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ESCRITOS DE JUVENTUD 1923-1942
Título original: Frühe Schriften. 1923-1942Traducción: Roberto H. BernetEdición digital:Grammata.es
© 2005, Verlag für medizinische Wissenschaften Wilhelm Maudrich, Viena © 2007, Herder Editorial, S.L., Barcelona © IMAGNO /Viktor FranklInstitut (por las imágenes)
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.
I.S.B.N. digital: 978-84-254-2704-6
Más información: sitio del libro
Herderwww.herdereditorial.com
En la publicación de estos escritos de juventud hemos querido respetar la forma en que Viktor Frankl indicó su nombre o firmó sus escritos, documentando de ese modo su propio desarrollo.
Ilustración 1: Viktor Frankl en 1928.

PREFACIO DE LA EDITORA

Durante los preparativos para la edición de este libro he llegado a conocer a mi padre desde una faceta totalmente nueva. Ha sido una vivencia singular leer los escritos que compuso cuando era alumno de instituto, estudiante universitario o joven médico. Hasta el momento sólo conocía el estilo de Viktor Frankl como escritor maduro y experimentado que había encontrado ya hacía mucho tiempo su propio camino y que trabajaba incansablemente para proseguir la formulación de su planteamiento humanístico de la psicoterapia. Aquí, en cambio, me encontré con un hombre joven todavía en búsqueda, que con corazón ardiente pero con la mente lúcida entraba en diálogo con las corrientes intelectuales de su tiempo, para dejarlas por fin atrás.
Entre estos escritos se cuentan los breves textos expresionistas que Frankl publicó en el periódico Der Tag a los diecisiete años, siendo todavía alumno de enseñanza secundaria. Están después los escritos de Frankl de cuando era estudiante universitario, marcados por la psicología individual y el espíritu socialista. Más tarde nos encontramos con las páginas comprometidas y animadas de profunda compasión en las que llama a la creación de los centros de asesoramiento juvenil. Después vienen los informes y las descripciones de casos provenientes de la labor de consultorio en los ya instituidos centros de asesoramiento, escritos en un lenguaje sobrio y objetivo. En la década de 1930 se modifica nuevamente el tono: el joven médico refiere en un estilo profesional clínico las observaciones que realiza en pacientes y sus experiencias con medicaciones novedosas, aunque esboza también en el marco de esos informes el emotivo cuadro de una celebración religiosa llevada a cabo en la clínica psiquiátrica Steinhof. Por último, ya hacia fines de la década de 1930, se anuncia en concisas investigaciones filosóficas el surgimiento de la nueva psicoterapia orientada hacia la pregunta por el sentido, que hallará después difusión en todo el mundo bajo el binomio de «logoterapia y análisis existencial».
Es comprensible que mi acercamiento a estos textos tenga un tono sumamente personal. Sin embargo, en ellos se refleja también el clima espiritual con que un joven despierto se encontró en la Viena de la época de entre guerras. Al leer estos escritos se va formando así un cuadro fascinante de los desarrollos políticos, sociales y de cosmovisión que se produjeron en la primera mitad del siglo XX.
Muchos de los textos publicados en este volumen fueron reunidos por Eugenio Fizzotti durante un período de estudios de un semestre con mi padre en el año 1969. Dos décadas después, mi hija Katja pudo sacar a la luz otros escritos de la primera época. Los huecos restantes pudieron llenarse gracias a la ayuda que me prestaron los colaboradores de la Biblioteca central de Física de la Universidad de Viena y mi amiga Judy Ingram, de Londres. A todos ellos quisiera expresar aquí mi gratitud.
Viena, octubre de 2004

INVITACIÓN A LA LECTURA DE LOS ESCRITOS DE JUVENTUD DE VIKTOR FRANKL [1]

por EUGENIO FIZZOTTI

FRANKL, PIONERO DE LOS CENTROS DE ASESORAMIENTO JUVENIL

Ya a fines de 1914, el encargado del archivo del Dresdner Bank en Berlín, Hugo Sauer, expuso la importancia que tenía la creación de centros de asesoramiento para jóvenes necesitados de ayuda en los aspectos psíquicos y morales. Y realmente, había en ese entonces entre los jóvenes numerosos casos de intento de suicidio, de fuga y de depresión con importantes consecuencias en el rendimiento escolar, en las relaciones sociales y familiares, así como en la capacidad de responder adecuadamente a las propuestas hechas por el contexto ambiental. Hugo Sauer no se quedó en las palabras: llevó a la práctica sus ideas organizando centros de ayuda psicológica en Berlín, Núremberg, Breslau y Magdeburgo, y en 1923 ilustró los resultados positivos de su actividad en una breve publicación que suscitó mucho interés tanto en los lectores como en las autoridades políticas.
Entre los que seguían con entusiasmo y atención particular la iniciativa de Hugo Sauer había un joven vienés estudiante de medicina, Viktor E. Frankl, hijo de un director del Ministerio de Asuntos Sociales. Políticamente comprometido, jefe administrativo de los estudiantes socialistas de toda Austria, miembro de la Sociedad de Psicología Individual -fundada en 1912 por Alfred Adler, después de su clamorosa separación de Sigmund Freud en 1907-, Frankl leía con perplejidad las alarmantes noticias de la prensa austríaca y veía confirmada también en Viena la precaria situación en que se encontraba la juventud: carente de intereses, presa del vacío existencial, más orientada a «dar al traste con todo» que hacia una toma de conciencia de la propia responsabilidad.
Con fervor, Frankl hizo propia la propuesta de Hugo Sauer y, sirviéndose de las páginas de varios periódicos y, sobre todo, de la revista DerMensch im Alltag, de la cual fue director en 1927, no vaciló en presentar largas listas de episodios de jóvenes decepcionados y marginados que habían elegido el suicidio como solución radical a las difíciles situaciones en que se encontraban.
Al hacerlo, Frankl despertó la atención de las autoridades competentes y de los responsables del movimiento psicológico al que pertenecía, ofreciéndoles un vasto campo de trabajo con un resultado seguramente positivo. Poco después de la apertura del primer centro de asesoramiento en Viena escribía Frankl: «La referencia a la necesidad general de una institución de este tipo se hace superflua si se tiene en cuenta, por una parte, la acumulación de tragedias juveniles y del cansancio de la vida entre los jóvenes y, por la otra, el fracaso de los padres o de la escuela en muchos de estos casos. Preguntar en este contexto dónde han de buscarse las verdaderas causas es irrelevante, puesto que lo único que aquí interesa o, por lo menos, lo que no puede descartarse, es la posibilidad de acudir en ayuda». Y concluye: «Habrá que coincidir con la opinión de que es imposible pensar la vida pública de una gran ciudad del futuro con una asistencia social completa sin que posea también un asesoramiento juvenil organizado» (Frankl 1928, 194, véase más abajo, pág. 146).
La plena adhesión de algunos grandes estudiosos de la psicología como Charlotte Bühler, Oswald Schwarz y Rudolf Allers convenció cada vez más al joven Frankl de la bondad de la iniciativa. Como es obvio, no faltaron las oposiciones: por ejemplo, Heinrich Soffner, persuadido de que el origen de las perturbaciones juveniles debía señalarse sobre todo en situaciones de carencia social y económica, prefería intervenciones rotundas en el campo de las estructuras organizativas, familiares y escolares.
No obstante, la idea se abrió camino rápidamente y se llegó así a inaugurar el primer centro en Viena. El anuncio fue dado de la siguiente manera por Frankl en el número 3 de la revista arriba mencionada: «Representar [...] una instancia en la que el joven con dificultades psicológicas pueda encontrar su refugio es la tarea de los centros de asesoramiento juvenil. [...] Ahora, la redacción de la revista Der Mensch im Alltag ha logrado fundar el primer centro de asesoramiento juvenil de Austria y dar así, como esperamos, el primer paso en este camino de una "economía" de lo humano» (Frankl 1927, 5; véase más abajo, pág. 111).
Los diarios locales se hicieron gran eco de la iniciativa, mientras en las porterías de las escuelas se fijaban carteles que indicaban las direcciones de los profesionales asesores, las horas de disponibilidad y la gratuidad del servicio.
La presidencia honoraria de la sociedad que dio origen a esta actividad de asesoramiento fue confiada al profesor Otto Pótzl, cuyo compromiso en Viena era apreciado y estimado por su seriedad científica y por las valiosas aportaciones que había realizado en el sector clínico con sus numerosas publicaciones. Con criterio acertado, los centros fueron localizados en los puntos donde se registraba mayor necesidad, sobre todo en los domicilios particulares de los asesores, a fin de permitir de ese modo un encuentro amigable y abierto en un clima de confianza y de reserva. La táctica de abrir un centro junto a las principales escuelas en el período final del año escolar, cuando eran más frecuentes los casos de fuga o de tentativa de suicidio, permitió resolver a tiempo situaciones difíciles y, ya después del primer año de actividad, se constató que el porcentaje de las tentativas de suicidio en Viena se había reducido drásticamente.
Resulta significativa la información transmitida por Karl Dienelt, un atento observador de los problemas juveniles desde la perspectiva psicopedagógica. Al describir, muchos años después, los méritos de la iniciativa emprendida por Frankl, Dienelt hizo notar que, en el periódico del 13 de julio de 1931, no se había informado de ningún intento de suicidio sino sólo del siguiente juicio de un jefe de redacción: «La fundación de este centro de asesoramiento para escolares ha sido una idea sumamente afortunada del fundador y director honorario de la Asesoría Juvenil de Viena, el joven doctor V. Frankl» (Dienelt 1959, 592).
Siguiendo el ejemplo de Viena, muy pronto surgieron otros centros: en Chemnitz en 1928, en Praga y Zúrich en 1929, y posteriormente en Dresde, Brünn y Teplitz-Schónau. Hacia mediados del año 1928 surgió también un centro en Berlín, y en 1929 otro en Fráncfort del Meno, dirigido éste por la Asociación para la Protección de las Madres. En 1930 comenzaron iniciativas análogas en Budapest, Yugoslavia, Polonia y Letonia. El éxito fue grande: cada vez eran más numerosos los jóvenes que, afligidos por problemas sexuales, por conflictos familiares, por trastornos neuróticos o psicóticos, por necesidades económicas, por fracasos escolares o por cuestiones de carácter netamente médico, buscaban consejo. De ese modo, además de enriquecerse por el conocimiento de diferentes casos clínicos, Frankl pudo ampliar el campo de sus experiencias por la diversidad de las problemáticas presentadas. Basta pensar que, en 1935, publicó una reseña de problemas y de indicaciones de solución basándose en cerca de novecientos casos tratados por él personalmente (Frankl 1935).

LA IMAGEN DEL HOMBRE EN EL JOVEN FRANKL

Pero las ventajas que obtuvo Frankl de la intensa actividad desarrollada a favor de los jóvenes fueron también otras: pudo establecer contacto con muchas personalidades, incluso extranjeras, que se interesaban por la psicología y la psicoterapia y, sobre todo, confirmó algunas intuiciones que había tenido en los años precedentes. En efecto, mientras realizaba sus estudios de medicina y asistía a las clases de filósofos como Max Scheler, Karl Jaspers, Martin Heidegger, Ludwig Binswanger y Martin Buber, fue llegando a la convicción de que era indispensable hacer hincapié en la persona considerada como única, original, irrepetible, unidad somático-psíquico-espiritual orientada hacia la individuación del significado de su existencia y hacia la realización de la propia tarea personal. Consideraba asimismo que en la relación entre terapeuta y paciente debía evitarse toda esquematización, estandarización o visión determinista del hombre y del trastorno psíquico, subrayando la singularidad de las situaciones específicas y las consiguientes actitudes de respeto, de comprensión y de profunda participación en los problemas del paciente.
El hacer hincapié en la persona en una perspectiva global que abarca varias dimensiones (biológica, psicológica, sociológica, espiritual-noética) caracteriza de forma muy clara y evidente los escritos del joven Frankl. Al publicar en 1925 en la Internationale Zeitschriftfür Individualpsychologie un breve ensayo sobre las relaciones entre psicoterapia, valores y visión del mundo, escribía lo siguiente: «Lo que urge aquí es una fundamentación crítica del tratamiento de neuróticos intelectualistas como también de la psicoterapia en general. Debemos obtener claridad acerca de que el principio de la psicoterapia es esencialmente ético, es decir, valorativo; de que todo tratamiento tiene como meta la curación, es decir, que implica y presupone un valor para la vida. Al mismo tiempo, sin embargo, no debemos perder de vista que la base para esta valoración sólo puede ser esencialmente crítica. En efecto: los valores no pueden de mostrarse a priori. Lo que podemos demostrar -y debemos demostrar al neurótico que filosofa- es que todo su desprecio por la vida, por el mundo, por la comunidad, es acrítico y, además, "inapto". Pues no hace sino afirmar que la vida carece de valor sólo porque él mismo no la valora -o bien, la considera fea, triste, dolorosa, porque la valora negativamente-, aunque, en realidad, tampoco es eso lo que en realidad hace, sino que finge su desprecio, por motivos que el análisis sacará posteriormente a relucir» (Frankl 1925, 251, véase más abajo, 51s).
Y en las últimas líneas del artículo, como comentario sobre la frase de Spinoza que dice «Beatitudo no es virtutis praemium, sed ipsa virtus», agrega: «El neurótico no puede ser feliz pues no está a la altura de la vida porque la desprecia, la desvaloriza, la odia. devolverle el amor a la vida y la voluntad de establecer comunidad es la tarea del psicoterapeuta, y él puede realizarla fácilmente por la vía de un enfrentamiento crítico en el cual el valor de la vida, el valor de la comunidad, aparezcan claramente como indemostrables pero dados, como inexigibles pero colocados ya en interés de la misma persona, pues el camino hacia la felicidad personal, hacia la satisfacción, hacia la beatitudo, pasa por el sentimiento de comunidad, por el coraje de vivir, por la virtus» (ibídem 252, véase más abajo, 53). ¡Cuando escribió estas frases, Frankl tenía apenas veinte años!
Por la autobiografía publicada hace algunos años sabemos que, en el período en que preteneció a la sociedad de Psicología Individual, de Adler, Frankl había esbozado un sistema de pensamiento en el que profundizaba las bases filosóficas de una psicoterapia que fuese más allá del reduccionismo freudiano y gire en torno a la radical capacidad del ser humano de buscar valores y significados para su existencia. El texto, que debía ser publicado en 1927 por la editorial Hirzel, llevaba un prefacio de Oswald Schwarz en el que se afirmaba que el libro significaba «para la historia de la psicoterapia lo mismo que la Crítica de la razón pura de Kant para la filosofía». Es interesante advertir que, frente a tan halagüeño juicio, el mismo Frankl quedó totalmente desconcertado y sintió la necesidad de agregar, a modo de comentario: «Y estaba realmente convencido de ello» (Frankl 1995, 42).
La separación de Adler y la expulsión de la Sociedad de Psicología Individual que sufrió Frankl junto con Rudolf Allers y Oswald Schwarz impidieron la publicación del manuscrito. No obstante, las ideas principales contenidas en el mismo fueron profundizadas y verificadas en los años subsiguientes y hallaron su adecuada expresión en dos ensayos que aparecieron en 1938 y 1939. En el primero, titulado «Zur geistigen Problematik de Psychotherapie» [«La problemática espiritual de la psicoterapia»], el joven Frankl perfila el punto de partida de su investigación, es decir, la revisión de las posiciones del psicoanálisis freudiano y de la psicología individual adleriana desde una triple perspectiva: considerar al hombre también desde el punto de vista espiritual-noético superando los límites del psicologismo (Frankl hablará justamente de Hdhenpsychologie [psicología de lo elevado] en lugar de Tiefenpsychologie [psicología de lo profundo, psicología profunda]; identificar las categorías de valores que resultan fundamentales para la búsqueda y realización del sentido de la vida; presentar el carácter positivo del dolor y la posibilidad de asumir siempre una actitud positiva, incluso en las situaciones límite. Y sabemos muy bien cómo estos tres núcleos fueron después objeto de reflexión y profundización en las numerosas obras publicadas por Frankl de la posguerra en adelante.
El punto de partida era muy claramente su convicción de que «ser yo significa ser consciente y ser responsable» (Frankl 1938, 34; véase más abajo, 267). Consecuentemente, «el psicoanálisis y la psicología individual introducen cada una un aspecto específico de la existencia humana en el campo visual a fin de avanzar desde allí hacia una interpretación del proceso neurótico. Al mismo tiempo, esto significa tanto como afirmar que ambos sistemas no han sido creados de forma casual sino que, obedeciendo a constantes de la teoría de las ciencias, y hasta por necesidad ontológica, hacía falta que surgieran, y que, desde esta perspectiva, tanto sus unilateralidades como su contraposición sólo representan enfoques realmente complementarios» (ibídem, véase más abajo, 240).
Y analizando más a fondo los presupuestos antropológicos, los objetivos y la praxis terapéutica de las dos escuelas, Frankl reafirmaba todo lo que ya había intuido en los años precedentes -y en contextos todavía no específicamente clínicos-: la exigencia de considerar a la persona capaz de ir más allá del plano puramente psíquico, intrapsíquico y ambiental y de orientarse hacia la búsqueda de valores y de significados. «Ahora bien -escribía-, si nos preguntamos si, fuera de la adaptación y de la plasmación, no existirá por decirlo así una dimensión ulterior en la que el hombre deba adentrarse en la medida en que pretendamos que se cure, o bien, si nos preguntamos cuál es la categoría última que tenemos que incorporar en nuestra imagen del hombre si es que él ha de hacer justicia a su realidad psíquico-espiritual, llegamos a comprender que esa categoría puede ser la de realización, la de hallazgo de sentido. Al respecto habría que acotar que la realización del hombre va esencialmente más allá de la mera plasmación de su vida, de tal modo que la plasmación representa siempre una magnitud extensiva, mientras que la realización o el hallazgo del sentido son como una magnitud vectorial: el hallazgo del sentido tiene una orientación, está orientado hacia aquella posibilidad de valor reservada o, mejor dicho, confiada a cada persona de forma individual, posibilidad que, justamente, la misma persona debe realizar, y orientado hacia aquellos valores que cada ser humano debe realizar en la unicidad irrepetible de su existencia y en la singularidad del ámbito de su propio destino» (ibídem 35, véase más abajo, 242).

LA RELACIÓN TERAPEUTA-PACIENTE DESDE LA PERSPECTIVA DE LA ORIENTACIÓN HACIA VALORES

En un contexto antropológico, esto significaba colocar las bases para una visión del hombre que, superadas las estrecheces del psicologismo y del reduccionismo, aceptara plenamente la dimensión espiritual-noética.
En cambio, con relación a la relación terapeuta-paciente, ello representaba una subversión de la idea de que la curación fuese competencia exclusiva del terapeuta, en el sentido de que correspondiese a él ofrecer la «verdadera» interpretación etiológica del trastorno y, en consecuencia, dar las «verdaderas» indicaciones de tratamiento, dejando para el paciente una pura y simple adecuación pasiva. Por el contrario: «Tan pronto como, en el marco del requerido análisis existencial, el paciente ha cobrado consciencia, a través del psicoterapeuta, del carácter esencial de su responsabilidad, el médico [hoy deberíamos decir, más correctamente, el terapeuta, desde la perspectiva de que la legislación actual ha reconocido que el ejercicio de la psicoterapia no exige necesariamente tener un título de medicina] deberá dejar en manos del paciente la solución de las dos cuestiones capitales que siguen: 1) ante quién se siente él responsable -por ejemplo, ante la propia consciencia, o bien, ante Dios- y 2) de qué se siente responsable, es decir, hacia qué valores concretos se orienta en actitud de servicio, en qué dirección encuentra el sentido de su vida y qué tareas lo llenan» (ibídem, 38; véase más abajo, 247).
El primer punto será retomado y profundizado con la publicación del libro Der unbewußte Gott [La presencia ignorada de Dios] (1948), en el que Frankl integró el texto de una conferencia dictada ante un pequeño grupo de personas y en la cual sostenía la tesis de que, contrariamente a la interpretación freudiana, no existe sólo un inconsciente instintivo sino también un inconsciente espiritual. Cabe recordar aquí que, con esta publicación, Frankl obtuvo el doctorado en filosofía.
En lo tocante al segundo punto cabe señalar que, ya en 1938, Frankl presentó por primera vez de forma sistemática su triple categoría de valores poniendo claramente de relieve la radical posibilidad que el hombre conserva siempre y en cualquier circunstancia de asumir una actitud apropiada frente a un sufrimiento inevitable. Como escribía Frankl, a las personas que sufren «hay que remitirlas sobre todo también al hecho de que, en una vida con consciencia de responsabilidad, lo importante no es siempre la realización creadora de valores o la plenitud que se alcanza a nivel vivencial (fruición del arte, de la naturaleza) sino que existe todavía una categoría última de posibilidades de valor que queremos denominar, muy en general, valores de actitud. Es decir, que la pregunta de cómo se comporta el hombre ante una circunstancia que el destino le depara de forma permanente o, por de pronto, ineludible ofrece todavía una oportunidad de realización de valores: el modo en que se lleva el propio destino -en la medida en que constituye realmente un destino-, si uno se deja vencer o mantiene una actitud, también eso contiene todavía una última posibilidad de realizar valores personales (fortaleza, coraje, dignidad)» (Frankl 1938, 44; véase más abajo, 255s).
En 1939, Frankl publica un artículo titulado «Philosophie und Psychotherapie. Zur Grundlegung einer Existenzanalyse» [«Filosofía y psicoterapia. Para la fundamentación de un análisis existencial»], en el que retoma y profundiza estas ideas y señala una vez más las limitaciones del reduccionismo psicológico a través de las cuales «la imagen del hombre [...] es una imagen a medias. La totalidad de la condición humana no llega a captarse». Y con una referencia expresa al psicoanálisis, recuerda que éste descuida la totalidad de la condición humana «ya por el solo hecho [...] de que, de la tríada eros-logos-ethos, sólo destaca el primer elemento, destruyendo esta triple unidad de la antropología filosófica» (ibídem; véase más abajo, 267). Por el contrario, «la psicoterapia debería asumir en su propia visión del hombre psíquicamente enfermo justamente la totalidad de la condición humana, la imagen del hombre como unidad somático-anímico-espiritual que ella misma tiene previamente dada, a fin de poder responder así -y sólo así- en alguna medida a las exigencias de la crítica del conocimiento» (ibídem; véase más abajo, 267s).
Para el joven Frankl, aceptar al hombre como totalidad quiere decir reconocer sin reservas la confrontación entre terapeuta y paciente sobre las cuestiones radicales de la vida desde la perspectiva de una cosmovisión que ponga en primer plano la búsqueda de respuestas significativas y no las dinámicas intrapsíquicas de complejos o de sentimientos de inferioridad. Dice Frankl: «Dos por dos son cuatro aun cuando lo afirme un paralítico. No nos percatamos de un error de cálculo en cuanto psiquiatras, sino sólo realizando nosotros mismos la operación aritmética. Por eso, también el médico deberá esforzarse por afrontar argumentalmente al paciente filósofo y no permitirse escapar de los argumentos presentados por la vía de una cómoda μεταβασις ες αλλο γενος [2] en lugar de refutarlos objetivamente permaneciendo en el plano de un enfrentamiento de cosmovisiones» (ibídem; véase más abajo, 268).
Y es interesante destacar que en el ya citado artículo «Psychotherapie und Weltanschauung. Zur grundsátzlichen Kritik ihrer Beziehungen», de 1925, Frankl había afirmado que «en tales circunstancias forma parte de la terapia el remover la superestructura de la cosmovisión junto con la infraestructura afectiva de la neurosis, ya que, de lo contrario, si siguiese en pie una ideología neurótica, podría ofrecer fácilmente el terreno apropiado para una reproducción de la neurosis. Pero tampoco hemos de olvidar que, dado el caso, será necesario atacar primero la superestructura a fin de quitarle a la neurosis su apoyo abstracto, arrebatarle sus ficciones y eliminarlas así más fácilmente. Este proceder será importante en individuos que tienden a una argumentación preponderantemente intelectual de su erróneo plan de vida pero que, por lo demás, en cuanto a sus facultades, se cuentan entre los mejores individuos de la sociedad.
O sea, que, frente a ellos, tendremos que acometer con argumentos filosóficos contrarios, pues todos los demás argumentos resultarán inconsistentes. No se puede ayudar a un pesimista muy inteligente y consciente aconsejándole que se alimente bien y practique deporte, pues desde la perspectiva de su filosofía no les atribuye importancia alguna a esos temas, ni a la salud en general.» (Frankl 1925, 250; véase más abajo, 51).
En este punto surge un problema central, a saber, el de la neutralidad dentro de la relación terapéutica. Por una parte, parece suficientemente claro que el terapeuta tiene el poder de influir en la visión de la vida y del mundo del paciente. Por otra, es igualmente obvio que el paciente tiene el derecho de que sus convicciones se vean respetadas, no desvalorizadas, y sobre todo de que se le ayude a obrar con libertad y responsabilidad. «Estamos por tanto ante el siguiente dilema: por un lado, está la necesidad, más aún, la presuposición de valores, y, por el otro, la imposibilidad moral de imponerlos. Ahora bien: yo creo que es posible encontrar una solución a esta pregunta -pero sólo una, una solución determinada-. En efecto, hay un valor ético formal que es él mismo la condición de todas las demás valoraciones sin que por ello quede determinada desde ya su escala: ¡la responsabilidad! Constituye por decirlo así el valor límite de neutralidad ética hasta el que la psicoterapia puede -y debe- avanzar como acción con una valoración implícita y explícita. El paciente que se encuentra en tratamiento psicoterapéutico y que, a través del mismo, ha alcanzado una profunda consciencia de su responsabilidad como rasgo esencial de su existencia, llegará después automáticamente y por sí mismo a las valoraciones que corresponden a su ser, a su personalidad única y singular y al ámbito irrepetible de su propio destino. La responsabilidad es como el lado subjetivo, mientras que del lado objetivo están los valores, su elección, su selección y reconocimiento se dan entonces sin imposición por parte del médico» (Frankl 1939, 708-709, véase más abajo, 272).
¿Qué resulta de todo lo dicho? Me parece bastante evidente que, en los escritos del joven Frankl -sobre todo gracias a la notable experiencia con jóvenes en dificultades y, como psiquiatra, con pacientes en las varias clínicas en las que trabajó- están ya presentes las premisas para una concepción de la existencia globalmente entendida como unidad radical y totalidad pluridimensional, con amplio espacio para la dimensión espiritual-noética. Igualmente, resulta claro que el terapeuta no debe ser sólo un técnico hábil, un perfecto interpretador de pruebas psicotécnicas, un elaborador de diagnósticos precisos, sino que debe ser antes que nada un sabio, capaz de compenetración y de empatía, dispuesto al diálogo y disponible para la confrontación, respetuoso de los valores del paciente y firmemente apasionado por la libertad y la responsabilidad.
La logoterapia, que ha hecho famoso a Frankl en todo el mundo, no nació -como a veces se ha afirmado erróneamente-a partir de la trágica experiencia vivida en los campos de concentración nazis. tiene raíces muchísimo más lejanas, y la presente publicación quiere ser un testimonio de ese hecho. En efecto, los prolegómenos de la logoterapia remiten a la sensibilidad de un joven estudiante que, atento al clamor de ayuda de tantos hombres y mujeres de su misma edad, supo arremangarse y lanzar iniciativas originales y vanguardistas. Pero remiten de manera particular a su agudeza de filósofo y de psicólogo, gracias a la cual, después de haber tomado distancia de sistemas teóricos de cuño reduccionista, supo y pudo elaborar una visión del hombre que, confrontada y verificada con los mejores pensadores de nuestro tiempo, se presenta aún hoy como una fuente inagotable de optimismo y de esperanza.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

DIENELT K. (1959), «Jugendund Zeugnisberatung», en: Frankl V. E. - V. E. Freiherr von Gebsattel - H. H. Schultz (eds.), Handbuch der Neurosenlehre und Psychotherapie, Múnich/Berlín: Urban & Schwarzenberg, vol, 4, 584-594.
FRANKL V. E. (1925), «Psychotherapie und Weltanschauung. Zur grundsätzlichen Kritik ihrer Beziehungen», en: Internationale Zeitschriftfür Individualpsychologie 3, 250-252 («Psicoterapia y cosmovisión. Para una crítica fundamental de sus relaciones»).
FRANKL V. E. (1927), «Was ist Jugendberatung?», en: Der Mensch im Alltag, 1, n. 3, 4-5 («¿Qué es asesoramiento juvenil?»).
FRANKL V. E. (1928), «Jugendberatung», en: Blatter für das Wohlfahrtswesen der Stadt Wien, 27, n. 268, 193-194 («Asesoramiento juvenil [III]»).
FRANKL V. E. (1935), «Aus der Praxis der Jugendberatung», en: Psychotherapeutische Praxis, 7, 155-159 («Experiencias realizadas en la práctica del asesoramiento juvenil»).
FRANKL V. E. (1938), «Zur geistigen Problematik der Psychotherapie», en: Zentralblatt für Psychotherapie und ihre Grenzgebiete, 10, 33-45 («La problemática espiritual de la psicoterapia»).
FRANKL V. E. (1939), «Philosophie und Psychotherapie. Zur Grundlegung einer Existenzanalyse», en: Schweizerische medizinische Wochenschrift, 69, 707-709 («Filosofía y psicoterapia. Para la fundamentación de un análisis existencial»).
FRANKL V. E. (1948), Der unbewußte Gott, Viena: Amandus (La presencia ignorada de Dios, traducción de J. M. López de Castro, Barcelona: Herder Editorial, 1977, 112002).
FRANKL V. E. (1995), Was nicht in meinen Büchern steht, Munich: Quintessenz, nueva edición 2002, Weinheim: Beltz.

1923-1924 VIKTOR FRANKL, ALUMNO DE ENSEÑANZA SECUNDARIA

Ostwald, Freud y Marx
Como alumno de enseñanza secundaria, Frankl lee con entusiasmo a los filósofos de la naturaleza. A los quince o dieciséis años pronuncia en el marco de un encuentro del centro de educación de adultos una ponencia sobre el sentido de la vida. En ese mismo entorno participa en cursos sobre psicología aplicada.
En la última etapa de sus estudios secundarios comienza a interesarse por el psicoanálisis. Asiste a clases universitarias de importantes discípulos de Freud y, por último, estando aún en la enseñanza media, comienza a mantener correspondencia con Freud. En 1922 envía a éste un manuscrito titulado «Zur Entstehung der mimischen Bejahung und Verneinung» [«El surgimiento de la mímica de asentimiento y de negación»], que Freud remite a la redacción de su revista. Si bien el trabajo de Frankl sólo se publica en 1924, cuando Frankl ya era estudiante de medicina, es todavía en su totalidad el producto de un alumno de enseñanza media.
Como funcionario de la Juventud Obrera Socialista, Frankl escribe artículos breves y comentarios culturales para el suplemento juvenil del periódico Der Tag.
La monografía que presenta para obtener el título de bachillerato se titula «Zur Psychologie des philosophischen Denkens» [«Psicología del pensamiento filosófico»], basándose en el título de un libro de Oskar Pfister publicado en 1923. El trabajo de Frankl es una patografía de orientación psicoanalítica sobre Arthur Schopenhauer.

EL SURGIMIENTO DE LA MÍMICA DE ASENTAMIENTO Y DE NEGACIÓN

por Viktor E. Frankl [3] (Viena)
(«Zur minischen Bejahung und Verneinung», en: Internationale Zeitschrift für Psychoanalyse, 10 [1924] 437-438)
El surgimiento de la mímica de asentimiento y de negación no hemos de buscarlo tomando los correspondientes movimientos de la cabeza como símbolos de un asentimiento o una negación intelectual para buscar después la causa de la elección precisamente de tales movimientos a fin de expresarse a través de símbolos. Por el contrario, hemos de sostener sobre todo que el carácter primario de la afirmación o negación es esencialmente emocional.
Correspondientemente, en la explicación del fenómeno hemos de hacer referencia a los dos impulsos vitales elementales, el impulso de alimentación y el impulso sexual. Para el surgimiento de la mímica de asentimiento pueden formularse las siguientes dos hipótesis:
1) Los movimientos masticatorios fueron utilizados como símbolo de la ingesta de alimentos, del impulso hacia ellos y de la sensación de hambre, y, consiguientemente, también del afán por consumir un objeto comestible dado. Los mismos movimientos fueron utilizados después también como símbolo del afán por apoderarse en general de un objeto, o sea, del asentimiento a ese afán; de ese modo, en la utilización simbólica de los movimientos masticatorios, los movimientos de la mandíbula fueron modificados en los más llamativos de la cabeza entera. Posteriormente, esos movimientos, el oscilar de la cabeza fue utilizado como símbolo de asentimiento en general, o sea, también del asentimiento a un pensamiento.
2) Los movimientos del coito fueron utilizados como símbolo del acto sexual, del impulso sexual y de la excitación sexual, por eso también del deseo de realizar el acto sexual, después, fueron también utilizados como símbolo del afán de apoderarse en general de un objeto, etcétera (como en 1), así, en la utilización simbólica de los movimientos del coito se asignó, o sea, se «desplazó» a la cabeza la realización de esos movimientos.
Para el surgimiento de la mímica de negación puede darse la siguiente explicación unitaria:
La negación por sacudimiento de la cabeza surgió por una utilización simbólica de los movimientos de sacudimiento que se dan en la sensación de repugnancia, la paulatina ampliación de la utilización procede del mismo modo descrito en el surgimiento de la mímica de asentimiento.
Por tanto, no es necesario duplicar la explicación, puesto que tanto un objeto del impulso de alimentación como un objeto del impulso sexual pueden operar como estímulo de la repugnancia, pero también en la explicación de la mímica de asentimiento se anula finalmente la diferenciación de hipótesis debida a la dualidad de los marcos de referencia tan pronto como colocamos ambos impulsos elementales en una unidad conceptual en el sentido de la «libido».
Ahora habría que responder a la pregunta de cómo se explica la negación simbólica a través de determinados movimientos de la mano. Es probable que sea de origen secundario por transferencia directa de los respectivos movimientos de la cabeza a la mano. Evidentemente, según eso debería demostrarse también que tal transferencia se dio con posterioridad al surgimiento de la mímica de negación. En definitiva, de esta constatación depende también la posibilidad de todas las explicaciones que acabamos de dar.
Ilustración 2: La familia Frankl hacia 1923. De pie: Stella, Walter y Viktor.

«¡ALEGRÍA, OH BELLA CHISPA DIVINA!»

(«Freude, schóner Gótterfunken...», en: Der Tag, 28 de enero de 1923)
Nada me resulta más odioso que el «sentido común».
Y también que el optimismo ciego, que no es sino un prejuicio.
Y también que la crítica ingenua al pensamiento filosófico, que destruye más de una ilusión. Pues hay que haber cavilado como se debe antes de tener derecho a protestar contra el pensamiento filosófico. Y menos aún por el hecho de que, a menudo, nos arrebate la alegría de vivir.
Odio la frase del «fin en sí mismo» de la vida. Es la que más le quita su valor y su sentido.
Hay otros modos de llegar a reconocer el valor y del sentido de la vida, reconocimiento por cierto justificado. Sólo que hay que ser sinceros.
¡Y no eludir el tormento de la duda! Con el valor de Edipo hay que mirar de frente la verdad, aunque no pueda excluirse que uno quede ciego.
Los más grandes hombres fueron los que así lo hicieron: Schopenhauer quedó ciego; Beethoven, no: él escribió la Novena. Y Nietzsche.
Sí, Nietzsche: el entusiasmo por Nietzsche no es ni con mucho un signo de superioridad intelectual.
Hay que experimentar con él su desarrollo, comenzar con el joven Nietzsche, o sea, dejarse educar por Schopenhauer,-después, hay que ver cómo «la lógica se muerde la cola»,- y después dejar que Nietzsche le diga a uno: «¡Sócrates, dedícate a la música!».
Y entonces, ir más allá de Schopenhauer, experimentar... la salvación.
«Así, el finale resulta ser siempre que el hombre es remitido de regreso a sí mismo» (Goethe). Lo importante es el regreso consciente al estadio de unidad de ideal estético y ético, la espiritualización de la alegría (puesto que el espíritu no es más que consciencia en grado sumo).
Sólo unos pocos son capaces de la alegría espiritualizada. Beethoven lo era: nos lo hace sentir en la sinfonía Pastoral. Es una alegría como un sol en el ocaso o como un arco iris después de una tormenta.
Sólo cuando se es capaz de esa alegría se puede exclamar jubiloso, con Schiller y Beethoven: «¡Alegría, oh bella chispa divina!».
Viktor Frankl

«DEPORTIVIZACIÓN INTELECTUAL»

(«Geistversportlichung», en: Der Tag, 4 de marzo de 1923)
¿Qué es «deportivización intelectual»? Sobre todo no es una intelectualización del deporte, sino algo que tiene tan poco que ver con el deporte como la cultura con la caza de la liebre. O sea, hablo de deporte en sentido meramente simbólico, y no de partidos de fútbol.
Lo que entiendo por «deportivización intelectual» es una enfermedad mental en el más verdadero sentido de la palabra, es decir, no en el sentido de la clínica, puesto que hablo del intelecto y no de la psique. Además, quisiera designar la «deportivización intelectual» como una enfermedad de la infancia o, mejor dicho, de la juventud del intelecto, y con justa razón. En efecto: es sobre todo la juventud -y en modo alguno en sus elementos de menor valía intelectual- la que manifiesta los respectivos síntomas. Si a continuación escojo a algunos de entre ellos, con un poco de imaginación y percepción se podrá tener pronto ante la mirada un verdadero cuadro clínico.
A quien haya observado alguna vez el quehacer en alguno de los centros de educación de adultos que hay en Viena contando con un quantum satis de olfato, mirada profunda y sensibilidad psicológica, le habrán llamado inmediatamente la atención ciertos rasgos psíquicos del comportamiento de un número relativamente grande de alumnos. Esos rasgos psíquicos son importantes para la sintomatología de la deportivización intelectual.
Tenemos allí sobre todo al alumno de enseñanza media. Me adelanto a escogerlo porque quisiera poner un espejo frente a los lectores y colaboradores de esta publicación, que, según tengo entendido, pertenecen en su mayoría al círculo de los alumnos de enseñanza media. No obstante, al mismo tiempo quiero acentuar, en primer lugar, que el autor de estas líneas es también alumno de enseñanza media y, en segundo lugar, que tampoco él toma todo este asunto demasiado trágicamente ni quiere aconsejar a nadie que lo haga de ese modo.
Tenemos, pues, al alumno de enseñanza media. El centro de educación de adultos es para él un lugar de formación pero, además, también una suerte de club, ya que puede reunirse allí todas las tardes con compañeros y amigos. Sin embargo, con esa posibilidad, su afán de formación cultural se convierte poco a poco en un afán de entretenimiento: unos van al cine, y él va al centro de educación de adultos. Así pierde paulatinamente la seriedad necesaria para toda adquisición de conocimiento, el saber sólo le interesa en el sentido de su buena aplicabilidad en la conversación y la cultura en el sentido de una «distracción» placentera, de un bello pasatiempo, de un deporte. Uno va a este curso porque el que lo dicta es un hombre «famoso», el otro va a otro curso porque el encargado es un buen orador, un tercero se interesa por la filosofía pero nunca en su vida ha sentido el «asombro», un cuarto se inclina hacia las lenguas extranjeras sin tener sensibilidad alguna por la suya propia, el alemán, éste está interesado en los temas de la salud pero nunca se lava los dientes, aquél lo está en la ética pero, cuando se presenta una aglomeración, muestra para qué tiene el ser humano los codos.
Sé que se trata de una imagen distorsionada, de una descripción exagerada, pero, por lo menos, ahora se entenderá lo que pienso y lo que quiero. Creo que no tenemos necesidad de dejarnos influenciar en nuestras más altas y sublimes aspiraciones por placeres bajos e infantiles. Y quiero que, en todo aquello que sirve a las citadas aspiraciones, actuemos con seriedad, y no según la consigna: «¡También algo de diversión!». Esto es lo que nos todavía nos falta y lo que, justamente porque queremos ser una juventud libre, hemos de poseer.
«Todos yacemos en la cuneta, pero algunos de nosotros miran hacia las estrellas» (Wilde). A ellos les digo: ¡no permitáis que se os desvíe mirada!
V. F.

PSICOLOGÍA DEL FÚTBOL

Mens sana in corpore sano
(«Zur Psychologie des Fußballsportes. Mens sana in corpore sano», en: Der Tag, 15 de abril de 1923)
En el Jugendtag del 18 de marzo apareció un artículo titulado «La psicosis del fútbol». En él se expresó la opinión de que, ante la llamativa aceptación de que goza el fútbol entre la juventud actual, se trata sólo de una psicosis de masas, por cierto nada inofensiva para la salud.
Dejando de lado que el autor del artículo «pierde de vista el valor del fútbol para la salud», como acertadamente afirma la redacción en su nota anexa -puesto que todo deporte corporal tiene su mayor o menor valor para la salud-, la mencionada opinión sobre el fútbol como psicosis de masas parece unilateral y superficial. Pues ya que se introduce la perspectiva psicológica -o psicopatológica- de observación, hay que estar en condiciones de aplicar plenamente sus recursos y perseguir el fenómeno hasta su dimensión más profunda, en la cual arraiga. Nada se logra con una unilateralidad superficial, aunque tenga la apariencia de una objetividad incluso de corte científico. Por el contrario, para la plena comprensión del fenómeno y del mecanismo de su aparición hace falta cierta empatía. Sin aplicarla, toda investigación psicológica tiene que hacerse superficial.
Ahora bien, si incorporamos la empatía en la serie de los recursos de la técnica de investigación psicológica, hallaremos que, en el núcleo de la «psicosis del fútbol», hay un elemento del todo racional sobre el que sólo después se depositan, como aspecto exterior, aquellas manifestaciones patológicas que la posguerra trajo consigo en su afán de embriaguez, sea a través del deporte o de la cocaína, de la antroposofía o del cine. Pues estos síntomas de una inclinación patológica a la asunción entusiasta de cualquier objeto de moda, que son biológicamente necesarios y, por eso, pueden asumirse como costo del fenómeno, no constituyen la esencia entera de la «psicosis del fútbol».