En la publicación de estos
escritos de juventud hemos querido respetar la forma en que Viktor
Frankl indicó su nombre o firmó sus escritos, documentando de ese
modo su propio desarrollo.
INVITACIÓN A LA LECTURA DE LOS ESCRITOS DE JUVENTUD DE VIKTOR
FRANKL [1]
por EUGENIO FIZZOTTI
FRANKL, PIONERO DE LOS CENTROS DE
ASESORAMIENTO JUVENIL
Ya a fines de 1914, el
encargado del archivo del Dresdner Bank en Berlín, Hugo Sauer,
expuso la importancia que tenía la creación de centros de
asesoramiento para jóvenes necesitados de ayuda en los aspectos
psíquicos y morales. Y realmente, había en ese entonces entre los
jóvenes numerosos casos de intento de suicidio, de fuga y de
depresión con importantes consecuencias en el rendimiento escolar,
en las relaciones sociales y familiares, así como en la capacidad
de responder adecuadamente a las propuestas hechas por el contexto
ambiental. Hugo Sauer no se quedó en las palabras: llevó a la
práctica sus ideas organizando centros de ayuda psicológica en
Berlín, Núremberg, Breslau y Magdeburgo, y en 1923 ilustró los
resultados positivos de su actividad en una breve publicación que
suscitó mucho interés tanto en los lectores como en las autoridades
políticas.
Entre los que seguían con
entusiasmo y atención particular la iniciativa de Hugo Sauer había
un joven vienés estudiante de medicina, Viktor E. Frankl, hijo de
un director del Ministerio de Asuntos Sociales. Políticamente
comprometido, jefe administrativo de los estudiantes socialistas de
toda Austria, miembro de la Sociedad de Psicología Individual
-fundada en 1912 por Alfred Adler, después de su clamorosa
separación de Sigmund Freud en 1907-, Frankl leía con perplejidad
las alarmantes noticias de la prensa austríaca y veía confirmada
también en Viena la precaria situación en que se encontraba la
juventud: carente de intereses, presa del vacío existencial, más
orientada a «dar al traste con todo» que hacia una toma de
conciencia de la propia responsabilidad.
Con fervor, Frankl hizo propia
la propuesta de Hugo Sauer y, sirviéndose de las páginas de varios
periódicos y, sobre todo, de la revista DerMensch im
Alltag, de la cual fue director en 1927, no vaciló en
presentar largas listas de episodios de jóvenes decepcionados y
marginados que habían elegido el suicidio como solución radical a
las difíciles situaciones en que se encontraban.
Al hacerlo, Frankl despertó la
atención de las autoridades competentes y de los responsables del
movimiento psicológico al que pertenecía, ofreciéndoles un vasto
campo de trabajo con un resultado seguramente positivo. Poco
después de la apertura del primer centro de asesoramiento en Viena
escribía Frankl: «La referencia a la necesidad general de una
institución de este tipo se hace superflua si se tiene en cuenta,
por una parte, la acumulación de tragedias juveniles y del
cansancio de la vida entre los jóvenes y, por la otra, el fracaso
de los padres o de la escuela en muchos de estos casos. Preguntar
en este contexto dónde han de buscarse las verdaderas causas es
irrelevante, puesto que lo único que aquí interesa o, por lo menos,
lo que no puede descartarse, es la posibilidad de acudir en ayuda».
Y concluye: «Habrá que coincidir con la opinión de que es imposible
pensar la vida pública de una gran ciudad del futuro con una
asistencia social completa sin que posea también un asesoramiento
juvenil organizado» (Frankl 1928, 194, véase más abajo, pág.
146).
La plena adhesión de algunos
grandes estudiosos de la psicología como Charlotte Bühler, Oswald
Schwarz y Rudolf Allers convenció cada vez más al joven Frankl de
la bondad de la iniciativa. Como es obvio, no faltaron las
oposiciones: por ejemplo, Heinrich Soffner, persuadido de que el
origen de las perturbaciones juveniles debía señalarse sobre todo
en situaciones de carencia social y económica, prefería
intervenciones rotundas en el campo de las estructuras
organizativas, familiares y escolares.
No obstante, la idea se abrió
camino rápidamente y se llegó así a inaugurar el primer centro en
Viena. El anuncio fue dado de la siguiente manera por Frankl en el
número 3 de la revista arriba mencionada: «Representar [...] una
instancia en la que el joven con dificultades psicológicas pueda
encontrar su refugio es la tarea de los centros de asesoramiento
juvenil. [...] Ahora, la redacción de la revista Der Mensch im
Alltag ha logrado fundar el primer centro de asesoramiento
juvenil de Austria y dar así, como esperamos, el primer paso en
este camino de una "economía" de lo humano» (Frankl 1927, 5; véase
más abajo, pág. 111).
Los diarios locales se
hicieron gran eco de la iniciativa, mientras en las porterías de
las escuelas se fijaban carteles que indicaban las direcciones de
los profesionales asesores, las horas de disponibilidad y la
gratuidad del servicio.
La presidencia honoraria de la
sociedad que dio origen a esta actividad de asesoramiento fue
confiada al profesor Otto Pótzl, cuyo compromiso en Viena era
apreciado y estimado por su seriedad científica y por las valiosas
aportaciones que había realizado en el sector clínico con sus
numerosas publicaciones. Con criterio acertado, los centros fueron
localizados en los puntos donde se registraba mayor necesidad,
sobre todo en los domicilios particulares de los asesores, a fin de
permitir de ese modo un encuentro amigable y abierto en un clima de
confianza y de reserva. La táctica de abrir un centro junto a las
principales escuelas en el período final del año escolar, cuando
eran más frecuentes los casos de fuga o de tentativa de suicidio,
permitió resolver a tiempo situaciones difíciles y, ya después del
primer año de actividad, se constató que el porcentaje de las
tentativas de suicidio en Viena se había reducido
drásticamente.
Resulta significativa la
información transmitida por Karl Dienelt, un atento observador de
los problemas juveniles desde la perspectiva psicopedagógica. Al
describir, muchos años después, los méritos de la iniciativa
emprendida por Frankl, Dienelt hizo notar que, en el periódico del
13 de julio de 1931, no se había informado de ningún intento de
suicidio sino sólo del siguiente juicio de un jefe de redacción:
«La fundación de este centro de asesoramiento para escolares ha
sido una idea sumamente afortunada del fundador y director
honorario de la Asesoría Juvenil de Viena, el joven doctor V.
Frankl» (Dienelt 1959, 592).
Siguiendo el ejemplo de
Viena, muy pronto surgieron otros centros: en Chemnitz en 1928, en
Praga y Zúrich en 1929, y posteriormente en Dresde, Brünn y
Teplitz-Schónau. Hacia mediados del año 1928 surgió también un
centro en Berlín, y en 1929 otro en Fráncfort del Meno, dirigido
éste por la Asociación para la Protección de las Madres. En 1930
comenzaron iniciativas análogas en Budapest, Yugoslavia, Polonia y
Letonia. El éxito fue grande: cada vez eran más numerosos los
jóvenes que, afligidos por problemas sexuales, por conflictos
familiares, por trastornos neuróticos o psicóticos, por necesidades
económicas, por fracasos escolares o por cuestiones de carácter
netamente médico, buscaban consejo. De ese modo, además de
enriquecerse por el conocimiento de diferentes casos clínicos,
Frankl pudo ampliar el campo de sus experiencias por la diversidad
de las problemáticas presentadas. Basta pensar que, en 1935,
publicó una reseña de problemas y de indicaciones de solución
basándose en cerca de novecientos casos tratados por él
personalmente (Frankl 1935).
LA IMAGEN DEL HOMBRE EN EL JOVEN
FRANKL
Pero las ventajas que obtuvo
Frankl de la intensa actividad desarrollada a favor de los jóvenes
fueron también otras: pudo establecer contacto con muchas
personalidades, incluso extranjeras, que se interesaban por la
psicología y la psicoterapia y, sobre todo, confirmó algunas
intuiciones que había tenido en los años precedentes. En efecto,
mientras realizaba sus estudios de medicina y asistía a las clases
de filósofos como Max Scheler, Karl Jaspers, Martin Heidegger,
Ludwig Binswanger y Martin Buber, fue llegando a la convicción de
que era indispensable hacer hincapié en la persona considerada como
única, original, irrepetible, unidad somático-psíquico-espiritual
orientada hacia la individuación del significado de su existencia y
hacia la realización de la propia tarea personal. Consideraba
asimismo que en la relación entre terapeuta y paciente debía
evitarse toda esquematización, estandarización o visión
determinista del hombre y del trastorno psíquico, subrayando la
singularidad de las situaciones específicas y las consiguientes
actitudes de respeto, de comprensión y de profunda participación en
los problemas del paciente.
El hacer hincapié en la
persona en una perspectiva global que abarca varias dimensiones
(biológica, psicológica, sociológica, espiritual-noética)
caracteriza de forma muy clara y evidente los escritos del joven
Frankl. Al publicar en 1925 en la Internationale Zeitschriftfür
Individualpsychologie un breve ensayo sobre las relaciones
entre psicoterapia, valores y visión del mundo, escribía lo
siguiente: «Lo que urge aquí es una fundamentación crítica del
tratamiento de neuróticos intelectualistas como también de la
psicoterapia en general. Debemos obtener claridad acerca de que el
principio de la psicoterapia es esencialmente ético, es decir,
valorativo; de que todo tratamiento tiene como meta la curación, es
decir, que implica y presupone un valor para la vida. Al mismo
tiempo, sin embargo, no debemos perder de vista que la base para
esta valoración sólo puede ser esencialmente crítica. En efecto:
los valores no pueden de mostrarse a priori. Lo que podemos
demostrar -y debemos demostrar al neurótico que filosofa- es que
todo su desprecio por la vida, por el mundo, por la comunidad, es
acrítico y, además, "inapto". Pues no hace sino afirmar que la vida
carece de valor sólo porque él mismo no la valora -o bien, la
considera fea, triste, dolorosa, porque la valora negativamente-,
aunque, en realidad, tampoco es eso lo que en realidad hace, sino
que finge su desprecio, por motivos que el análisis sacará
posteriormente a relucir» (Frankl 1925, 251, véase más abajo,
51s).
Y en las últimas líneas del
artículo, como comentario sobre la frase de Spinoza que dice
«Beatitudo no es virtutis praemium, sed ipsa virtus», agrega: «El
neurótico no puede ser feliz pues no está a la altura de la vida
porque la desprecia, la desvaloriza, la odia. devolverle el amor a
la vida y la voluntad de establecer comunidad es la tarea del
psicoterapeuta, y él puede realizarla fácilmente por la vía de un
enfrentamiento crítico en el cual el valor de la vida, el valor de
la comunidad, aparezcan claramente como indemostrables pero dados,
como inexigibles pero colocados ya en interés de la misma persona,
pues el camino hacia la felicidad personal, hacia la satisfacción,
hacia la beatitudo, pasa por el sentimiento de comunidad,
por el coraje de vivir, por la virtus» (ibídem 252, véase
más abajo, 53). ¡Cuando escribió estas frases, Frankl tenía apenas
veinte años!
Por la autobiografía publicada
hace algunos años sabemos que, en el período en que preteneció a la
sociedad de Psicología Individual, de Adler, Frankl había esbozado
un sistema de pensamiento en el que profundizaba las bases
filosóficas de una psicoterapia que fuese más allá del
reduccionismo freudiano y gire en torno a la radical capacidad del
ser humano de buscar valores y significados para su existencia. El
texto, que debía ser publicado en 1927 por la editorial Hirzel,
llevaba un prefacio de Oswald Schwarz en el que se afirmaba que el
libro significaba «para la historia de la psicoterapia lo mismo que
la Crítica de la razón pura de Kant para la filosofía». Es
interesante advertir que, frente a tan halagüeño juicio, el mismo
Frankl quedó totalmente desconcertado y sintió la necesidad de
agregar, a modo de comentario: «Y estaba realmente convencido de
ello» (Frankl 1995, 42).
La separación de Adler y la
expulsión de la Sociedad de Psicología Individual que sufrió Frankl
junto con Rudolf Allers y Oswald Schwarz impidieron la publicación
del manuscrito. No obstante, las ideas principales contenidas en el
mismo fueron profundizadas y verificadas en los años subsiguientes
y hallaron su adecuada expresión en dos ensayos que aparecieron en
1938 y 1939. En el primero, titulado «Zur geistigen Problematik de
Psychotherapie» [«La problemática espiritual de la psicoterapia»],
el joven Frankl perfila el punto de partida de su investigación, es
decir, la revisión de las posiciones del psicoanálisis freudiano y
de la psicología individual adleriana desde una triple perspectiva:
considerar al hombre también desde el punto de vista
espiritual-noético superando los límites del psicologismo (Frankl
hablará justamente de Hdhenpsychologie [psicología de lo
elevado] en lugar de Tiefenpsychologie [psicología de lo
profundo, psicología profunda]; identificar las categorías de
valores que resultan fundamentales para la búsqueda y realización
del sentido de la vida; presentar el carácter positivo del dolor y
la posibilidad de asumir siempre una actitud positiva, incluso en
las situaciones límite. Y sabemos muy bien cómo estos tres núcleos
fueron después objeto de reflexión y profundización en las
numerosas obras publicadas por Frankl de la posguerra en
adelante.
El punto de partida era muy
claramente su convicción de que «ser yo significa ser consciente y
ser responsable» (Frankl 1938, 34; véase más abajo, 267).
Consecuentemente, «el psicoanálisis y la psicología individual
introducen cada una un aspecto específico de la existencia humana
en el campo visual a fin de avanzar desde allí hacia una
interpretación del proceso neurótico. Al mismo tiempo, esto
significa tanto como afirmar que ambos sistemas no han sido creados
de forma casual sino que, obedeciendo a constantes de la teoría de
las ciencias, y hasta por necesidad ontológica, hacía falta que
surgieran, y que, desde esta perspectiva, tanto sus
unilateralidades como su contraposición sólo representan enfoques
realmente complementarios» (ibídem, véase más abajo, 240).
Y analizando más a fondo los
presupuestos antropológicos, los objetivos y la praxis terapéutica
de las dos escuelas, Frankl reafirmaba todo lo que ya había intuido
en los años precedentes -y en contextos todavía no específicamente
clínicos-: la exigencia de considerar a la persona capaz de ir más
allá del plano puramente psíquico, intrapsíquico y ambiental y de
orientarse hacia la búsqueda de valores y de significados. «Ahora
bien -escribía-, si nos preguntamos si, fuera de la adaptación y de
la plasmación, no existirá por decirlo así una dimensión ulterior
en la que el hombre deba adentrarse en la medida en que pretendamos
que se cure, o bien, si nos preguntamos cuál es la categoría última
que tenemos que incorporar en nuestra imagen del hombre si es que
él ha de hacer justicia a su realidad psíquico-espiritual, llegamos
a comprender que esa categoría puede ser la de realización, la de
hallazgo de sentido. Al respecto habría que acotar que la
realización del hombre va esencialmente más allá de la mera
plasmación de su vida, de tal modo que la plasmación representa
siempre una magnitud extensiva, mientras que la realización o el
hallazgo del sentido son como una magnitud vectorial: el hallazgo
del sentido tiene una orientación, está orientado hacia aquella
posibilidad de valor reservada o, mejor dicho, confiada a cada
persona de forma individual, posibilidad que, justamente, la misma
persona debe realizar, y orientado hacia aquellos valores que cada
ser humano debe realizar en la unicidad irrepetible de su
existencia y en la singularidad del ámbito de su propio destino»
(ibídem 35, véase más abajo, 242).
LA RELACIÓN TERAPEUTA-PACIENTE DESDE LA
PERSPECTIVA DE LA ORIENTACIÓN HACIA VALORES
En un contexto antropológico,
esto significaba colocar las bases para una visión del hombre que,
superadas las estrecheces del psicologismo y del reduccionismo,
aceptara plenamente la dimensión espiritual-noética.
En cambio, con relación a la
relación terapeuta-paciente, ello representaba una subversión de la
idea de que la curación fuese competencia exclusiva del terapeuta,
en el sentido de que correspondiese a él ofrecer la «verdadera»
interpretación etiológica del trastorno y, en consecuencia, dar las
«verdaderas» indicaciones de tratamiento, dejando para el paciente
una pura y simple adecuación pasiva. Por el contrario: «Tan pronto
como, en el marco del requerido análisis existencial, el paciente
ha cobrado consciencia, a través del psicoterapeuta, del carácter
esencial de su responsabilidad, el médico [hoy deberíamos decir,
más correctamente, el terapeuta, desde la perspectiva de que la
legislación actual ha reconocido que el ejercicio de la
psicoterapia no exige necesariamente tener un título de medicina]
deberá dejar en manos del paciente la solución de las dos
cuestiones capitales que siguen: 1) ante quién se siente él
responsable -por ejemplo, ante la propia consciencia, o bien, ante
Dios- y 2) de qué se siente responsable, es decir, hacia qué
valores concretos se orienta en actitud de servicio, en qué
dirección encuentra el sentido de su vida y qué tareas lo llenan»
(ibídem, 38; véase más abajo, 247).
El primer punto será retomado
y profundizado con la publicación del libro Der unbewußte Gott
[La presencia ignorada de Dios] (1948), en el que Frankl
integró el texto de una conferencia dictada ante un pequeño grupo
de personas y en la cual sostenía la tesis de que, contrariamente a
la interpretación freudiana, no existe sólo un inconsciente
instintivo sino también un inconsciente espiritual. Cabe recordar
aquí que, con esta publicación, Frankl obtuvo el doctorado en
filosofía.
En lo tocante al segundo punto
cabe señalar que, ya en 1938, Frankl presentó por primera vez de
forma sistemática su triple categoría de valores poniendo
claramente de relieve la radical posibilidad que el hombre conserva
siempre y en cualquier circunstancia de asumir una actitud
apropiada frente a un sufrimiento inevitable. Como escribía Frankl,
a las personas que sufren «hay que remitirlas sobre todo también al
hecho de que, en una vida con consciencia de responsabilidad, lo
importante no es siempre la realización creadora de valores o la
plenitud que se alcanza a nivel vivencial (fruición del arte, de la
naturaleza) sino que existe todavía una categoría última de
posibilidades de valor que queremos denominar, muy en general,
valores de actitud. Es decir, que la pregunta de cómo se comporta
el hombre ante una circunstancia que el destino le depara de forma
permanente o, por de pronto, ineludible ofrece todavía una
oportunidad de realización de valores: el modo en que se lleva el
propio destino -en la medida en que constituye realmente un
destino-, si uno se deja vencer o mantiene una actitud, también eso
contiene todavía una última posibilidad de realizar valores
personales (fortaleza, coraje, dignidad)» (Frankl 1938, 44; véase
más abajo, 255s).
En 1939, Frankl publica un
artículo titulado «Philosophie und Psychotherapie. Zur Grundlegung
einer Existenzanalyse» [«Filosofía y psicoterapia. Para la
fundamentación de un análisis existencial»], en el que retoma y
profundiza estas ideas y señala una vez más las limitaciones del
reduccionismo psicológico a través de las cuales «la imagen del
hombre [...] es una imagen a medias. La totalidad de la condición
humana no llega a captarse». Y con una referencia expresa al
psicoanálisis, recuerda que éste descuida la totalidad de la
condición humana «ya por el solo hecho [...] de que, de la tríada
eros-logos-ethos, sólo destaca el primer elemento,
destruyendo esta triple unidad de la antropología filosófica»
(ibídem; véase más abajo, 267). Por el contrario, «la psicoterapia
debería asumir en su propia visión del hombre psíquicamente enfermo
justamente la totalidad de la condición humana, la imagen del
hombre como unidad somático-anímico-espiritual que ella misma tiene
previamente dada, a fin de poder responder así -y sólo así- en
alguna medida a las exigencias de la crítica del conocimiento»
(ibídem; véase más abajo, 267s).
Para el joven Frankl, aceptar
al hombre como totalidad quiere decir reconocer sin reservas la
confrontación entre terapeuta y paciente sobre las cuestiones
radicales de la vida desde la perspectiva de una cosmovisión que
ponga en primer plano la búsqueda de respuestas significativas y no
las dinámicas intrapsíquicas de complejos o de sentimientos de
inferioridad. Dice Frankl: «Dos por dos son cuatro aun cuando lo
afirme un paralítico. No nos percatamos de un error de cálculo en
cuanto psiquiatras, sino sólo realizando nosotros mismos la
operación aritmética. Por eso, también el médico deberá esforzarse
por afrontar argumentalmente al paciente filósofo y no permitirse
escapar de los argumentos presentados por la vía de una cómoda
μεταβασις ες αλλο γενος [2] en lugar de refutarlos objetivamente
permaneciendo en el plano de un enfrentamiento de cosmovisiones»
(ibídem; véase más abajo, 268).
Y es interesante destacar que
en el ya citado artículo «Psychotherapie und Weltanschauung. Zur
grundsátzlichen Kritik ihrer Beziehungen», de 1925, Frankl había
afirmado que «en tales circunstancias forma parte de la terapia el
remover la superestructura de la cosmovisión junto con la
infraestructura afectiva de la neurosis, ya que, de lo contrario,
si siguiese en pie una ideología neurótica, podría ofrecer
fácilmente el terreno apropiado para una reproducción de la
neurosis. Pero tampoco hemos de olvidar que, dado el caso, será
necesario atacar primero la superestructura a fin de quitarle a la
neurosis su apoyo abstracto, arrebatarle sus ficciones y
eliminarlas así más fácilmente. Este proceder será importante en
individuos que tienden a una argumentación preponderantemente
intelectual de su erróneo plan de vida pero que, por lo demás, en
cuanto a sus facultades, se cuentan entre los mejores individuos de
la sociedad.
O sea, que, frente a ellos,
tendremos que acometer con argumentos filosóficos contrarios, pues
todos los demás argumentos resultarán inconsistentes. No se puede
ayudar a un pesimista muy inteligente y consciente aconsejándole
que se alimente bien y practique deporte, pues desde la perspectiva
de su filosofía no les atribuye importancia alguna a esos temas, ni
a la salud en general.» (Frankl 1925, 250; véase más abajo,
51).
En este punto surge un
problema central, a saber, el de la neutralidad dentro de la
relación terapéutica. Por una parte, parece suficientemente claro
que el terapeuta tiene el poder de influir en la visión de la vida
y del mundo del paciente. Por otra, es igualmente obvio que el
paciente tiene el derecho de que sus convicciones se vean
respetadas, no desvalorizadas, y sobre todo de que se le ayude a
obrar con libertad y responsabilidad. «Estamos por tanto ante el
siguiente dilema: por un lado, está la necesidad, más aún, la
presuposición de valores, y, por el otro, la imposibilidad moral de
imponerlos. Ahora bien: yo creo que es posible encontrar una
solución a esta pregunta -pero sólo una, una solución determinada-.
En efecto, hay un valor ético formal que es él mismo la condición
de todas las demás valoraciones sin que por ello quede determinada
desde ya su escala: ¡la responsabilidad! Constituye por decirlo así
el valor límite de neutralidad ética hasta el que la psicoterapia
puede -y debe- avanzar como acción con una valoración implícita y
explícita. El paciente que se encuentra en tratamiento
psicoterapéutico y que, a través del mismo, ha alcanzado una
profunda consciencia de su responsabilidad como rasgo esencial de
su existencia, llegará después automáticamente y por sí mismo a las
valoraciones que corresponden a su ser, a su personalidad única y
singular y al ámbito irrepetible de su propio destino. La
responsabilidad es como el lado subjetivo, mientras que del lado
objetivo están los valores, su elección, su selección y
reconocimiento se dan entonces sin imposición por parte del médico»
(Frankl 1939, 708-709, véase más abajo, 272).
¿Qué resulta de todo lo
dicho? Me parece bastante evidente que, en los escritos del joven
Frankl -sobre todo gracias a la notable experiencia con jóvenes en
dificultades y, como psiquiatra, con pacientes en las varias
clínicas en las que trabajó- están ya presentes las premisas para
una concepción de la existencia globalmente entendida como unidad
radical y totalidad pluridimensional, con amplio espacio para la
dimensión espiritual-noética. Igualmente, resulta claro que el
terapeuta no debe ser sólo un técnico hábil, un perfecto
interpretador de pruebas psicotécnicas, un elaborador de
diagnósticos precisos, sino que debe ser antes que nada un sabio,
capaz de compenetración y de empatía, dispuesto al diálogo y
disponible para la confrontación, respetuoso de los valores del
paciente y firmemente apasionado por la libertad y la
responsabilidad.
La logoterapia, que ha hecho
famoso a Frankl en todo el mundo, no nació -como a veces se ha
afirmado erróneamente-a partir de la trágica experiencia vivida en
los campos de concentración nazis. tiene raíces muchísimo más
lejanas, y la presente publicación quiere ser un testimonio de ese
hecho. En efecto, los prolegómenos de la logoterapia remiten a la
sensibilidad de un joven estudiante que, atento al clamor de ayuda
de tantos hombres y mujeres de su misma edad, supo arremangarse y
lanzar iniciativas originales y vanguardistas. Pero remiten de
manera particular a su agudeza de filósofo y de psicólogo, gracias
a la cual, después de haber tomado distancia de sistemas teóricos
de cuño reduccionista, supo y pudo elaborar una visión del hombre
que, confrontada y verificada con los mejores pensadores de nuestro
tiempo, se presenta aún hoy como una fuente inagotable de optimismo
y de esperanza.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
DIENELT K. (1959), «Jugendund
Zeugnisberatung», en: Frankl V. E. - V. E. Freiherr von Gebsattel -
H. H. Schultz (eds.), Handbuch der Neurosenlehre und
Psychotherapie, Múnich/Berlín: Urban & Schwarzenberg, vol,
4, 584-594.
FRANKL V. E. (1925),
«Psychotherapie und Weltanschauung. Zur grundsätzlichen Kritik
ihrer Beziehungen», en: Internationale Zeitschriftfür
Individualpsychologie 3, 250-252 («Psicoterapia y cosmovisión.
Para una crítica fundamental de sus relaciones»).
FRANKL V. E. (1927), «Was ist
Jugendberatung?», en: Der Mensch im Alltag, 1, n. 3, 4-5
(«¿Qué es asesoramiento juvenil?»).
FRANKL V. E. (1928),
«Jugendberatung», en: Blatter für das Wohlfahrtswesen der Stadt
Wien, 27, n. 268, 193-194 («Asesoramiento juvenil
[III]»).
FRANKL V. E. (1935), «Aus der
Praxis der Jugendberatung», en: Psychotherapeutische
Praxis, 7, 155-159 («Experiencias realizadas en la práctica
del asesoramiento juvenil»).
FRANKL V. E. (1938), «Zur
geistigen Problematik der Psychotherapie», en: Zentralblatt für
Psychotherapie und ihre Grenzgebiete, 10, 33-45 («La
problemática espiritual de la psicoterapia»).
FRANKL V. E. (1939),
«Philosophie und Psychotherapie. Zur Grundlegung einer
Existenzanalyse», en: Schweizerische medizinische
Wochenschrift, 69, 707-709 («Filosofía y psicoterapia. Para la
fundamentación de un análisis existencial»).
FRANKL V. E. (1948), Der
unbewußte Gott, Viena: Amandus (La presencia ignorada de
Dios, traducción de J. M. López de Castro, Barcelona: Herder
Editorial, 1977, 112002).
FRANKL V. E. (1995), Was
nicht in meinen Büchern steht, Munich: Quintessenz, nueva
edición 2002, Weinheim: Beltz.
1923-1924
VIKTOR FRANKL, ALUMNO
DE ENSEÑANZA SECUNDARIA
Ostwald, Freud y Marx
Como alumno de enseñanza secundaria,
Frankl lee con entusiasmo a los filósofos de la naturaleza. A los
quince o dieciséis años pronuncia en el marco de un encuentro del
centro de educación de adultos una ponencia sobre el sentido de
la vida. En ese mismo entorno participa en cursos sobre
psicología aplicada.
En la última etapa de sus estudios
secundarios comienza a interesarse por el psicoanálisis. Asiste a
clases universitarias de importantes discípulos de Freud y, por
último, estando aún en la enseñanza media, comienza a mantener
correspondencia con Freud. En 1922 envía a éste un manuscrito
titulado «Zur Entstehung der mimischen Bejahung und Verneinung»
[«El surgimiento de la mímica de asentimiento y de negación»], que
Freud remite a la redacción de su revista. Si bien el trabajo de
Frankl sólo se publica en 1924, cuando Frankl ya era estudiante de
medicina, es todavía en su totalidad el producto de un alumno de
enseñanza media.
Como funcionario de la Juventud
Obrera Socialista, Frankl escribe artículos breves y comentarios
culturales para el suplemento juvenil del periódico Der
Tag.
La monografía que presenta para
obtener el título de bachillerato se titula «Zur Psychologie des
philosophischen Denkens» [«Psicología del pensamiento filosófico»],
basándose en el título de un libro de Oskar Pfister publicado en
1923. El trabajo de Frankl es una patografía de orientación
psicoanalítica sobre Arthur Schopenhauer.
EL SURGIMIENTO DE LA MÍMICA DE ASENTAMIENTO Y
DE NEGACIÓN
por
Viktor E. Frankl [3] (Viena)
(«Zur minischen Bejahung und Verneinung», en:
Internationale Zeitschrift für Psychoanalyse, 10 [1924]
437-438)
El surgimiento de la mímica de
asentimiento y de negación no hemos de buscarlo tomando los
correspondientes movimientos de la cabeza como símbolos de un
asentimiento o una negación intelectual para buscar después la
causa de la elección precisamente de tales movimientos a fin de
expresarse a través de símbolos. Por el contrario, hemos de
sostener sobre todo que el carácter primario de la afirmación o
negación es esencialmente emocional.
Correspondientemente, en la
explicación del fenómeno hemos de hacer referencia a los dos
impulsos vitales elementales, el impulso de alimentación y el
impulso sexual. Para el surgimiento de la mímica de asentimiento
pueden formularse las siguientes dos hipótesis:
1) Los movimientos
masticatorios fueron utilizados como símbolo de la ingesta de
alimentos, del impulso hacia ellos y de la sensación de hambre, y,
consiguientemente, también del afán por consumir un objeto
comestible dado. Los mismos movimientos fueron utilizados después
también como símbolo del afán por apoderarse en general de un
objeto, o sea, del asentimiento a ese afán; de ese modo, en la
utilización simbólica de los movimientos masticatorios, los
movimientos de la mandíbula fueron modificados en los más
llamativos de la cabeza entera. Posteriormente, esos movimientos,
el oscilar de la cabeza fue utilizado como símbolo de asentimiento
en general, o sea, también del asentimiento a un pensamiento.
2) Los movimientos del coito
fueron utilizados como símbolo del acto sexual, del impulso sexual
y de la excitación sexual, por eso también del deseo de realizar el
acto sexual, después, fueron también utilizados como símbolo del
afán de apoderarse en general de un objeto, etcétera (como en 1),
así, en la utilización simbólica de los movimientos del coito se
asignó, o sea, se «desplazó» a la cabeza la realización de esos
movimientos.
Para el surgimiento de la
mímica de negación puede darse la siguiente explicación
unitaria:
La negación por sacudimiento
de la cabeza surgió por una utilización simbólica de los
movimientos de sacudimiento que se dan en la sensación de
repugnancia, la paulatina ampliación de la utilización procede del
mismo modo descrito en el surgimiento de la mímica de
asentimiento.
Por tanto, no es necesario
duplicar la explicación, puesto que tanto un objeto del impulso de
alimentación como un objeto del impulso sexual pueden operar como
estímulo de la repugnancia, pero también en la explicación de la
mímica de asentimiento se anula finalmente la diferenciación de
hipótesis debida a la dualidad de los marcos de referencia tan
pronto como colocamos ambos impulsos elementales en una unidad
conceptual en el sentido de la «libido».
Ahora habría que responder a
la pregunta de cómo se explica la negación simbólica a través de
determinados movimientos de la mano. Es probable que sea de origen
secundario por transferencia directa de los respectivos movimientos
de la cabeza a la mano. Evidentemente, según eso debería
demostrarse también que tal transferencia se dio con posterioridad
al surgimiento de la mímica de negación. En definitiva, de esta
constatación depende también la posibilidad de todas las
explicaciones que acabamos de dar.
Ilustración 2:
La familia Frankl hacia 1923. De pie: Stella, Walter y
Viktor.
«¡ALEGRÍA, OH BELLA CHISPA DIVINA!»
(«Freude, schóner Gótterfunken...», en:
Der Tag, 28 de enero de 1923)
Nada me resulta más odioso que
el «sentido común».
Y también que el
optimismo ciego, que no es sino un prejuicio.
Y también que la crítica
ingenua al pensamiento filosófico, que destruye más de una ilusión.
Pues hay que haber cavilado como se debe antes de tener derecho a
protestar contra el pensamiento filosófico. Y menos aún por el
hecho de que, a menudo, nos arrebate la alegría de vivir.
Odio la frase del «fin en sí
mismo» de la vida. Es la que más le quita su valor y su
sentido.
Hay otros modos de llegar a
reconocer el valor y del sentido de la vida, reconocimiento por
cierto justificado. Sólo que hay que ser sinceros.
¡Y no eludir el tormento de la
duda! Con el valor de Edipo hay que mirar de frente la verdad,
aunque no pueda excluirse que uno quede ciego.
Los más grandes hombres fueron
los que así lo hicieron: Schopenhauer quedó ciego; Beethoven, no:
él escribió la Novena. Y Nietzsche.
Sí, Nietzsche: el entusiasmo
por Nietzsche no es ni con mucho un signo de superioridad
intelectual.
Hay que experimentar con él
su desarrollo, comenzar con el joven Nietzsche, o sea, dejarse
educar por Schopenhauer,-después, hay que ver cómo «la lógica se
muerde la cola»,- y después dejar que Nietzsche le diga a uno:
«¡Sócrates, dedícate a la música!».
Y entonces, ir más allá
de Schopenhauer, experimentar... la salvación.
«Así, el finale
resulta ser siempre que el hombre es remitido de regreso a sí
mismo» (Goethe). Lo importante es el regreso consciente al estadio
de unidad de ideal estético y ético, la espiritualización de la
alegría (puesto que el espíritu no es más que consciencia en grado
sumo).
Sólo unos pocos son capaces
de la alegría espiritualizada. Beethoven lo era: nos lo hace sentir
en la sinfonía Pastoral. Es una alegría como un sol en el ocaso o
como un arco iris después de una tormenta.
Sólo cuando se es capaz de
esa alegría se puede exclamar jubiloso, con Schiller y Beethoven:
«¡Alegría, oh bella chispa divina!».
Viktor Frankl
«DEPORTIVIZACIÓN INTELECTUAL»
(«Geistversportlichung», en: Der Tag,
4 de marzo de 1923)
¿Qué es «deportivización
intelectual»? Sobre todo no es una intelectualización del deporte,
sino algo que tiene tan poco que ver con el deporte como la cultura
con la caza de la liebre. O sea, hablo de deporte en sentido
meramente simbólico, y no de partidos de fútbol.
Lo que entiendo por
«deportivización intelectual» es una enfermedad mental en el más
verdadero sentido de la palabra, es decir, no en el sentido de la
clínica, puesto que hablo del intelecto y no de la psique. Además,
quisiera designar la «deportivización intelectual» como una
enfermedad de la infancia o, mejor dicho, de la juventud del
intelecto, y con justa razón. En efecto: es sobre todo la juventud
-y en modo alguno en sus elementos de menor valía intelectual- la
que manifiesta los respectivos síntomas. Si a continuación escojo a
algunos de entre ellos, con un poco de imaginación y percepción se
podrá tener pronto ante la mirada un verdadero cuadro
clínico.
A quien haya observado alguna
vez el quehacer en alguno de los centros de educación de adultos
que hay en Viena contando con un quantum satis de olfato,
mirada profunda y sensibilidad psicológica, le habrán llamado
inmediatamente la atención ciertos rasgos psíquicos del
comportamiento de un número relativamente grande de alumnos. Esos
rasgos psíquicos son importantes para la sintomatología de la
deportivización intelectual.
Tenemos allí sobre todo al
alumno de enseñanza media. Me adelanto a escogerlo porque quisiera
poner un espejo frente a los lectores y colaboradores de esta
publicación, que, según tengo entendido, pertenecen en su mayoría
al círculo de los alumnos de enseñanza media. No obstante, al mismo
tiempo quiero acentuar, en primer lugar, que el autor de estas
líneas es también alumno de enseñanza media y, en segundo lugar,
que tampoco él toma todo este asunto demasiado trágicamente ni
quiere aconsejar a nadie que lo haga de ese modo.
Tenemos, pues, al alumno de
enseñanza media. El centro de educación de adultos es para él un
lugar de formación pero, además, también una suerte de club, ya que
puede reunirse allí todas las tardes con compañeros y amigos. Sin
embargo, con esa posibilidad, su afán de formación cultural se
convierte poco a poco en un afán de entretenimiento: unos van al
cine, y él va al centro de educación de adultos. Así pierde
paulatinamente la seriedad necesaria para toda adquisición de
conocimiento, el saber sólo le interesa en el sentido de su buena
aplicabilidad en la conversación y la cultura en el sentido de una
«distracción» placentera, de un bello pasatiempo, de un deporte.
Uno va a este curso porque el que lo dicta es un hombre «famoso»,
el otro va a otro curso porque el encargado es un buen orador, un
tercero se interesa por la filosofía pero nunca en su vida ha
sentido el «asombro», un cuarto se inclina hacia las lenguas
extranjeras sin tener sensibilidad alguna por la suya propia, el
alemán, éste está interesado en los temas de la salud pero nunca se
lava los dientes, aquél lo está en la ética pero, cuando se
presenta una aglomeración, muestra para qué tiene el ser humano los
codos.
Sé que se trata de una imagen
distorsionada, de una descripción exagerada, pero, por lo menos,
ahora se entenderá lo que pienso y lo que quiero. Creo que no
tenemos necesidad de dejarnos influenciar en nuestras más altas y
sublimes aspiraciones por placeres bajos e infantiles. Y quiero
que, en todo aquello que sirve a las citadas aspiraciones, actuemos
con seriedad, y no según la consigna: «¡También algo de
diversión!». Esto es lo que nos todavía nos falta y lo que,
justamente porque queremos ser una juventud libre, hemos de
poseer.
«Todos yacemos en la cuneta,
pero algunos de nosotros miran hacia las estrellas» (Wilde). A
ellos les digo: ¡no permitáis que se os desvíe mirada!
V.
F.
PSICOLOGÍA DEL FÚTBOL
Mens sana in corpore sano
(«Zur Psychologie des Fußballsportes. Mens
sana in corpore sano», en: Der Tag, 15 de abril de
1923)
En el Jugendtag del
18 de marzo apareció un artículo titulado «La psicosis del fútbol».
En él se expresó la opinión de que, ante la llamativa aceptación de
que goza el fútbol entre la juventud actual, se trata sólo de una
psicosis de masas, por cierto nada inofensiva para la salud.
Dejando de lado que el autor
del artículo «pierde de vista el valor del fútbol para la salud»,
como acertadamente afirma la redacción en su nota anexa -puesto que
todo deporte corporal tiene su mayor o menor valor para la salud-,
la mencionada opinión sobre el fútbol como psicosis de masas parece
unilateral y superficial. Pues ya que se introduce la perspectiva
psicológica -o psicopatológica- de observación, hay que estar en
condiciones de aplicar plenamente sus recursos y perseguir el
fenómeno hasta su dimensión más profunda, en la cual arraiga. Nada
se logra con una unilateralidad superficial, aunque tenga la
apariencia de una objetividad incluso de corte científico. Por el
contrario, para la plena comprensión del fenómeno y del mecanismo
de su aparición hace falta cierta empatía. Sin aplicarla, toda
investigación psicológica tiene que hacerse superficial.
Ahora bien, si incorporamos la
empatía en la serie de los recursos de la técnica de investigación
psicológica, hallaremos que, en el núcleo de la «psicosis del
fútbol», hay un elemento del todo racional sobre el que sólo
después se depositan, como aspecto exterior, aquellas
manifestaciones patológicas que la posguerra trajo consigo en su
afán de embriaguez, sea a través del deporte o de la cocaína, de la
antroposofía o del cine. Pues estos síntomas de una inclinación
patológica a la asunción entusiasta de cualquier objeto de moda,
que son biológicamente necesarios y, por eso, pueden asumirse como
costo del fenómeno, no constituyen la esencia entera de la
«psicosis del fútbol».