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La presente edición reúne ensayos, artículos y fragmentos inéditos que Simone Weil (1909-1943) dedicó a la reflexión sobre la cuestión colonial desde 1936 hasta el final de su vida. Voz pionera del anticolonialismo, su pensamiento va más allá de la crítica de la dominación colonial (que sitúa en el diagnóstico de una política basada en una visión estatalista, imperialista y eurocéntrica) para imaginar el futuro de un mundo descolonizado y el papel que Europa podría tener dentro de un nuevo orden global no violento. Para Weil, la justicia se hace real en los corazones de quienes la cultivan y, por ello, transformar un presente plagado por la guerra requiere de un frente común de lucha y resistencia que se alimente de valores que desafíen la lógica del dominio, invitando a propagar entre los pueblos una «locura» que es amor hacia todo aquello que es golpeado por la fuerza. El actual espectáculo de un mundo descolonizado, desgarrado por nuevas guerras que reproducen viejas lógicas coloniales, permite evaluar el alcance de los tempranos análisis weilianos, así como la vigencia de una crítica de la teología política las sustenta.
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Seitenzahl: 155
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Simone Weil
Escritos sobre elcolonialismo
Edición y prólogo a cargo de Cristina Basili
Traducción de Elena M. Canoe Íñigo Sánchez-Paños
Prólogo. La necesidad de arraigo, por Cristina Basili
Escritos sobre el colonialismo
Carta a los indochinos
Marruecos o Sobre la prescripción en materia de robo
En Túnez corre la sangre
Una protesta
¿Quién es culpable de las maquinaciones antifrancesas?
Nuevos datos sobre el problema colonial en el Imperio francés
«Esos miembros palpitantes de la patria...»
[Después de Múnich] Fragmento
[Sobre el régimen colonial] Fragmento
Carta a Jean Giraudoux
A propósito de los problemas en el Imperio francés
Trato que reciben los prisioneros de guerra negros del Ejército francés
A propósito de la cuestión colonial en sus relaciones con el destino del pueblo francés
Créditos
Simone Weil ilumina el panorama intelectual del siglo xx como una llamarada intempestiva. A su muerte, en 1943, con tan solo 34 años, deja un puñado de artículos aparecidos en revistas, en su mayoría de carácter político o sindical. Su fama ya circulaba en Francia —los retratos que le dedican Simone de Beauvoir y George Bataille son mordaces y significativos1—, pero solo después de su muerte amigos y familiares empezaron a publicar el resto de sus escritos. El relato de las vicisitudes editoriales de la obra no tiene un mero valor anecdótico, sino que sirve para poner de relieve la necesidad de superar una visión parcial y fragmentaria de la producción intelectual de una filósofa extremadamente prolífica2.
Los primeros volúmenes se publicaron póstumamente como resultado de dos líneas editoriales distintas y paralelas entre sí. El filósofo Gustave Thibon y el dominico Padre Jean-Marie Perrin custodian el legado de los escritos redactados en Marsella a comienzos de los años cuarenta, en una época en la que Weil se acerca cada vez más al cristianismo, hasta quedarse en la puerta de la Iglesia católica3. Estos proceden a publicar los manuscritos en su poder, en su mayoría en forma antológica, ofreciendo un retrato inédito de una pensadora dedicada a investigar la esfera de lo sobrenatural, atenta a la gramática del alma humana e interesada en sondear el misterio de la fe. Esta operación asesta un primer golpe a la imagen de una intelectual comprometida, observadora radicalmente crítica de los acontecimientos de su tiempo, que podía desprenderse de los testimonios y escritos publicados en vida.
Por otro lado, los padres de Weil, en el intento de devolver una imagen exhaustiva de su pensamiento, publican una serie de volúmenes en los que se reúnen ensayos, fragmentos, artículos y cartas siguiendo un criterio temático que trata de recorrer la totalidad del arco de la producción de la autora. Sin embargo, estas publicaciones adolecen de un aparato crítico que oriente la lectura4.
En consecuencia, la impresión que se crea en los primeros intérpretes es aquella de un pensamiento que ve alternarse dos fases distintas. A una primera etapa en la que predomina el interés de una joven militante cercana a la izquierda revolucionaria por cuestiones políticas y sociales, le seguiría otra, aproximadamente entre 1938 y 1943, en la que Weil, tras un tormentoso acercamiento al cristianismo, se dedicaría a explorar de manera profundamente ecléctica y original cuestiones de índole metafísica y religiosa.
A colación de estas vicisitudes y para poder recuperar el verdadero alcance de una labor intelectual profundamente coherente en su progresión5, resulta indispensable desentrañar el nudo que conecta la historia de la transmisión de la obra con su recepción. En las últimas décadas, la publicación de la edición crítica de la obra completa por la editorial Gallimard de París ha contribuido a devolver la imagen de una pensadora que siguió dedicándose a la política hasta los últimos años de su breve vida6.
Desde esta perspectiva, el interés por la espiritualidad, la religión y las tradiciones místicas no debe leerse solamente como el resultado de un complejo itinerario personal —sucesivo al abandono de la militancia y del activismo social—, sino como parte integrante de un pensamiento que, frente a la progresiva tecnificación moderna de la política, procede a la recuperación de la dimensión de la trascendencia con el fin de poner nuevos cimientos para la reconstrucción de las sociedades democráticas después de la guerra7.
Los escritos sobre el colonialismo reunidos en la presente edición —ensayos, artículos y fragmentos inéditos redactados entre 1936 y 1943— ilustran de manera ejemplar tanto la continuidad de la reflexión de Weil sobre la política a lo largo de los años como su esfuerzo, en el que la referencia a lo «sobrenatural» desempeña un papel clave, por superar la visión tradicional de esta y elaborar un aparato categorial capaz de nombrar los desafíos del naciente orden global.
A pesar de que sigan siendo, quizás por la naturaleza a veces provisoria de los materiales a disposición, uno de los lugares menos transitados de su obra, estos textos permiten revelar cómo la filósofa apunta tempranamente la cuestión colonial como uno de los problemas fundamentales de su tiempo. Una preocupación que seguirá acompañándola tanto en el exilio de Nueva York —donde Weil huye con su familia de las persecuciones sufridas por su origen judío— como durante la posterior estancia en Londres, donde colabora con la Resistencia francesa liderada por el General De Gaulle8. Por tanto, se trata de un testimonio valioso que da cuenta de la radicalidad crítica y del afán creador de una autora que, mientras denuncia las formas contemporáneas de la violencia, no deja de pensar en los términos de su superación.
Simone Weil fue una de las primeras intelectuales en la Francia de entreguerras en alzar una voz crítica sobre el colonialismo y, a nivel europeo, en reclamar una autocrítica anticolonial9. El interés de sus escritos sobre esta cuestión radica en la presencia de una reflexión filosófica que va más allá del escenario político de su tiempo y se plasma en la elaboración de un conjunto de nociones e ideas volcadas a repensar las relaciones internacionales en la nueva coyuntura de guerra.
En los escritos dedicados a la cuestión colonial, Weil desarrolla algunos de los conceptos más relevantes de su pensamiento, como los de «fuerza» y «desarraigo». Su objetivo de fondo consiste en elaborar un análisis del problema que supere el marco establecido por el marxismo de la época. De esas reflexiones —que forjan la teoría a la prueba de los acontecimientos históricos— surge no solamente una crítica radical a una política basada en una visión estatalista, imperialista y eurocéntrica, sino una reflexión de más amplio alcance sobre el futuro de un mundo descolonizado y el papel de Europa dentro del nuevo orden global. Esta operación se acompaña de la búsqueda subterránea de una racionalidad política no tradicional y no violenta para la era de posguerra que lleva el pensamiento de Weil al borde de la utopía —entendida a la manera de Zambrano como horizonte imprescindible para la construcción de una comunidad política democrática10—.
Cuando Weil comienza a denunciar las políticas coloniales del Estado francés, a mediados de los años treinta, aún no se había generado en Francia un debate público consistente ni un movimiento sólido en contra del colonialismo. Es cierto que el Partido Comunista Francés manifestaba un punto de vista anticolonial y antiimperialista, pero su posición tenía poca credibilidad entre el público general. La vehemencia que puede encontrarse en algunos de los textos —que emplean herramientas como la paradoja, la denuncia y el sarcasmo— responde en buena medida a este contexto, en el que todavía no se había generado un serio debate ni una condena generalizada de las políticas coloniales. Incluso dentro de la izquierda, y en particular del Frente Popular, no se lograba establecer un compromiso coherente entre los intereses de las personas trabajadoras de ciudadanía francesa, de las personas trabajadoras inmigrantes y de los habitantes de los países colonizados11.
Una de las claves para comprender este grupo de textos radica pues en la voluntad de su autora de visibilizar esos distintos niveles de opresión, así como su punto de contacto en la explotación capitalista, creando las premisas para una lucha en común en el ámbito del movimiento obrero. Con este fin, Weil considera prioritario dar cabida, en el debate público, a la perspectiva de los pueblos colonizados. El desplazamiento de la perspectiva que la filósofa realiza, desde el punto de vista hegemónico del Estado francés —el de quienes detentan el poder— hacia el de quienes padecen la dominación, le permite articular una crítica que desborda, sin embargo, el análisis económico-político, permitiéndole articular un discurso alrededor del marco epistémico que posibilita la deshumanización de los sujetos colonizados. Para ello, Weil centra su atención en el dispositivo del poder colonial que se manifiesta en las formas «horroristas» en las que se ejerce la violencia contemporánea, practicada con la intención de violar la humanidad de las víctimas12.
A raíz de ello, en estos escritos se encuentra un enfoque casi fenomenológico, una mirada atenta a dar visibilidad a los desgarros cotidianos de la dignidad a los que están sometidos los pueblos de las colonias, donde siguen vigentes prácticas de esclavitud, represión y trabajo forzado. La atención a la opresión física y moral se ve reforzada, en la gran mayoría de los artículos, por el uso de una constelación semántica y afectiva evocada por el dolor, la vergüenza y la angustia, así como por la denuncia del desinterés, la estupidez y la indiferencia de la opinión pública y de los gobernantes. Sin embargo, Weil no se limita a expresar un punto de vista ético basado en la empatía y la compasión, sino que lleva a cabo un gesto crítico y de autocrítica que, a su vez, reclama el despliegue de una actuación política.
El artículo redactado en 1937, titulado «En Túnez corre la sangre» y escrito con motivo de una represión especialmente violenta de una protesta que resultó en la masacre de varios mineros, ejemplifica esta forma de proceder. El texto comienza denunciando el desinterés de la opinión pública francesa con respecto a las condiciones de los trabajadores de las colonias:
Todo el mundo sabe que el sufrimiento disminuye en función de la distancia. Un hombre que sufre palizas, agotado por el hambre, temblando ante sus jefes, allá lejos, en Indochina, representa mucho menos sufrimiento y menos injusticia que un obrero metalúrgico de la región parisina que no consigue el 15 % de subida de sueldo, o un funcionario víctima de los decretos-leyes. Debe de haber una ley física que se refiere a la inversa del cuadrado de la distancia. La distancia tiene el mismo efecto sobre la indignación y la simpatía que sobre la gravedad13.
Esta incapacidad de prestar atención, que varía en función de la lejanía al interés individual, no reafirma solamente un tópico de la filosofía moral14, sino que permite a Weil destacar cómo opera un poder que naturaliza las relaciones de fuerza, basado en un principio de superioridad eurocéntrica y racializada, que convierte a los pueblos indígenas en menos que humanos, en una especie animal, inferior, nacida para ser sometida:
Toda esa gente —amarillos, negros, moros— está acostumbrada a sufrir. Es bien sabido. Desde el tiempo que hace que se mueren de hambre y están sometidos a una arbitrariedad total, ya no les importa nada. La mejor prueba es que no se quejan. No dicen nada. Se callan. En el fondo, son de carácter servil. Están hechos para la servidumbre. Si no, opondrían alguna resistencia15.
La naturalización e introyección de este «marco colonial»16 es la razón por la cual las prácticas rutinarias de sujeción y las condiciones miserables de vida de los pueblos coloniales pueden llegar a pasar desapercibidas sin que ello genere el rechazo o el escándalo que se dedica a los sufrimientos de aquellos que reconocemos como «nosotros». Para ilustrar su argumento, Weil establece un paragón con las contemporáneas masacres en la Guerra Civil Española:
Los niños muertos en Madrid por las bombas de los aviones provocan un escalofrío de indignación y de compasión. Pero nunca pensamos en todos los niños de diez o doce años, hambrientos y sobrecargados de trabajo, que han muerto de agotamiento en las minas de Indochina. Murieron sin que se derramara su sangre. Son muertes que no cuentan. No son muertes de verdad17.
El marco colonial afecta profundamente la posibilidad de reconocer que otros son «como yo», de admitir que sus vidas cuentan y, por tanto, que sus muertes importan. Por eso, argumenta la filósofa, ha tenido que correr la sangre para darle realidad a la existencia espectral de los trabajadores tunecinos. Sin embargo, esa momentánea llamada de atención, que despierta la conciencia dormida de los burgueses, así como de los camaradas franceses, no es suficiente para Weil. Hace falta desafiar de manera sistemática la producción y reproducción interiorizada, tanto a nivel colectivo como individual, de las narraciones que impiden dar visibilidad a determinadas vidas en su precariedad18. Por consiguiente, se trata de que las fuerzas de la izquierda asuman que el poder colonial se ejerce también como una manipulación de la visión y de los afectos que entorpece su propia mirada. De tal modo, Weil apunta a la construcción de la figura del otro, en la que se revela la violencia epistémica que permea la sociedad francesa y la retórica colonial19.
Así, a partir de este reconocimiento debe desprenderse una acción política determinada. La filósofa, renunciando a una actitud paternalista —que podría derivarse de su posición como intelectual comprometida— quiere que sean los pueblos colonizados quienes asuman el protagonismo en su propia liberación. Por ello, procura desligarse del «maniqueísmo» de la dicotomía entre soluciones revolucionarias y reformistas, considerando prioritarias una serie de soluciones intermedias —como, por ejemplo, la concesión de la ciudadanía a los colonizados, que los elevaría de la condición de súbditos a la de ciudadanos— para que estos puedan transitar hacia la independencia sin que se agraven las condiciones de la población que conllevaría el estallido de una revolución20.
Se trata de un razonamiento parecido a aquel desarrollado en los mismos años con respecto a las condiciones de los obreros y las obreras de Francia: la condición primera de la emancipación de la clase trabajadora radica en la posibilidad de «hacerles levantar la cabeza»21. Solo así los subalternos podrían asumir el protagonismo en su propia liberación, evitando ulteriores sufrimientos a su espalda22.
Es este un rasgo característico del pensamiento político de Weil, que la lleva a tomar distancia de la tradición marxista, mientras manifiesta las raíces libertarias de su proceder: las cuestiones políticas no deben abordarse de forma exclusiva desde la lógica del poder, sino que es necesario priorizar «el punto de vista humano»23. En otros términos, se trata de asumir kantianamente como único fin legitimo la dignidad de los seres humanos. No se trata meramente de establecer un principio ético o moral como norma de la actuación política, sino de replantear desde ese fin los medios utilizados: «La humanidad en política no consiste en invocar constantemente los principios morales, cosa generalmente vana, sino en esforzarse por poner en primer plano todos los móviles de orden inferior susceptibles de actuar, en una situación dada, en el mismo sentido que los principios morales»24.
Desde esta perspectiva —que somete la racionalidad instrumental propia de la política moderna al dictamen del respeto hacia la humanidad— cobra sentido actuar de tal manera que se logre una coincidencia de intereses entre colonias y naciones colonizadoras, con el objetivo de poner en el centro la dignidad y el bienestar de los pueblos oprimidos.
En resumen, antes de la guerra, en el contexto de una crítica a las principales categorías políticas modernas, sobre todo a la de soberanía, Weil cuestiona la colonización trasladando el punto de vista de enunciación de la lógica del Estado a la de las poblaciones conquistadas. Acorde a estas premisas, la pensadora elabora una perspectiva ético-política que constituye una aportación valiosa a un debate todavía germinal, al tiempo que expresa una posición clara en favor de la descolonización, aunque controvertida en los términos en que se plantea.
En los escritos posteriores, a partir de este resultado, Weil procede a analizar el fenómeno del colonialismo de modo genealógico, entendiendo este último como fruto de una racionalidad basada en la primacía de la fuerza. La filósofa encuadra progresivamente el problema dentro de un marco teológico-político que le sirve, por un lado, para criticar la cultura política de Occidente; y, por otro lado, para recuperar las huellas fragmentarias de un orden simbólico alternativo —desvelado por diferentes tradiciones místicas— que podría rastrearse en la propria cultura europea, así como en varias culturas de Oriente25. Una cuestión que toma todo el protagonismo en los escritos elaborados a principios de los años cuarenta, cuando la espiritualidad en sus distintas facetas y manifestaciones se vuelve un eje central de su vida y de su obra.
Alrededor de la cuestión colonial se condensa la crítica de Weil al Estado-nación, una modalidad de organización política centrada en torno al poder soberano entendido como monopolio legítimo de la violencia. La lógica estatal, forma política de las sociedades capitalistas, conlleva no solo la posibilidad, sino la necesidad de la expansión y de la conquista. Poner de relieve el problema de las colonias significa contestar a un orden fundado en la alianza entre Estado y capital por medio de una solidaridad transversal entre las personas trabajadoras, inmigrantes y habitantes de las colonias.
A finales de los años treinta, esta cuestión queda enmarcada dentro de una problemática de mayor alcance filosófico: el análisis del fenómeno del «totalitarismo» emergente en el panorama político contemporáneo. Weil es una de las primeras intelectuales en utilizar esta controvertida categoría, estableciendo una comparación entre la Alemania nazi y la Unión Soviética estalinista26. Uno de los rasgos más originales de la elaboración weiliana acerca de esta cuestión tiene que ver con el diagnostico según el cual el Estado se transforma, en el siglo xx, en un ídolo que requiere adoración, sustituyendo en las sociedades secularizadas todas las formas de la religio, del vínculo que uno los seres humanos entre sí y con aquello que los transciende27.
Durante la guerra, el tema de las colonias se vuelve urgente por razones estratégicas —tanto para conseguir el apoyo de Estados Unidos como para obtenerlo de las propias colonias—, pero su relevancia va más allá de las circunstancias concretas porque su estudio le permite a Weil diagnosticar la enfermedad que, causada por el Estado dentro y fuera de sus confines, corroe las sociedades contemporáneas: el «desarraigo», entendido como efecto de una cultura entregada a la fuerza en la que se ha perdido toda «medida», toda posibilidad de contacto entre el ser humano y las condiciones fundamentales de su existencia28. Según la pensadora, es necesario poner remedio a este mal mediante una cura que pase por recuperar un contacto con las demás personas y con el mundo, así como con la dimensión espiritual que informa nuestra humanidad. A esa solución, Weil denomina «arraigo»29.
