Espacios y emociones - Laura Gherlone - E-Book

Espacios y emociones E-Book

Laura Gherlone

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Beschreibung

Espacios y emociones constituyen, hoy más que nunca, conceptos clave para la reflexión en humanidades y ciencias sociales. En la estela amplia del "giro espacial", la geocrítica estudia la interacción entre los espacios ficcionales y los reales, entendiendo el espacio humano como emergente constante, sometido a un movimiento perpetuo de reterritorialización. Por otra parte, el llamado "giro afectivo" pone el foco en las emociones, la corporalidad y sus repercusiones conscientes e inconscientes, sin desatender la materialidad de los objetos que circulan en distintas expresiones de la vida social. Espacios y emociones confluyen en los relatos de la literatura y las artes, que configuran auténticas geografías emocionales y ponen en escena desplazamientos y pasajes por variadas fronteras físicas, lingüísticas, políticas y simbólicas. En este libro se dan cita hipótesis e interrogantes que trazan puentes entre la literatura comparada y las artes visuales, la semiótica, la filosofía, la sociología y el psicoanálisis. Desde una perspectiva interdisciplinaria, se examinan nociones como atmósfera, milieu y frontera, en tanto que se analizan obras y fenómenos asociados a discursos y textualidades diversas, entre los que se cuentan la narrativa de ficción decimonónica, dos músicas populares y una revista magazine de fin-de-siglo, así como la poesía, el relato de viajes, la crónica, el cine documental y el artivismo contemporáneo. Una lectura transversal del libro reparará en determinados hitos que, como nudos en un telar, van conformando una historia cultural desde la colonia hasta nuestros días, abrevando en los imaginarios literarios y sociales, las creaciones del arte y los usos de la memoria que signan tanto el pasado como el presente de Latinoamérica.

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Edición: Primera. Mayo 2021

Lugar de edición: Barcelona / Buenos Aires

ISBN: 978-84-18095-30-6

Depósito legal: M-7596-2021

Código Thema: 242 DSB Literary studies: general / Literaturwissenschaft, allgemein380 JBCC Cultural Studies / Kulturwissenschaften

Código Bisac: 2497 Literary Criticism - LIT 004100 Caribbean and Latin American2497 Literary Criticism - LIT 020000 Comparative Literature

Código WGS: 118 Belles-lettres/Essays, literary articles, literary criticism, interviews562 Humanities, art, music/General and Comparative literary studies

Diseño gráfico general: Gerardo Miño

Armado y composición: Laura Bono

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

© 2021, Miño y Dávila srl / Miño y Dávila editores sl

dirección postal: Tacuarí 540 (C1071AAL)

Ciudad de Buenos Aires, Argentina

tel-fax: (54 11) 4331-1565

e-mail producción:[email protected]

e-mail administración:[email protected]

web:www.minoydavila.com

redes sociales:@MyDeditores, www.facebook.com/MinoyDavila, Instagram

María Lucía Puppo (editora)Espacios y emociones. Textos, territorios y fronteras en América Latina1° ed. - Buenos Aires: Miño y Dávila editores, 2021Archivo Digital: descarga y onlineISBN 978-84-18095-30-6

Índice de contenido
Presentación. Espacios y emociones en la encrucijada de los estudios latinoamericanos (María Lucía Puppo)
PARTE 1. Derroteros teóricos: atmósfera, milieu, fronteras
Atmósferas y emociones colectivas: descolonizar los espacios emocionales (Laura Gherlone)
Atmósfera, milieu, “afectivo”: ecologías de afectos en la teoría y en la narrativa argentina contemporánea (Patrick Eser)
Encarar las fronteras: rostros, algoritmos, emociones (Massimo Leone)
PARTE 2. Espacio, ficción y campos disciplinares
Pathos de un cuerpo parlante (Juan Manuel Rubio)
Ficciones filosóficas y concepto de realidad (Ivana Costa)
La construcción del espacio carismático. Algunas aproximaciones al concepto (Rossana Scaricabarozzi)
PARTE 3. Cartografías emocionales de la literatura
La racialización de la infancia en “El Rey Herodes” de Lastenia Larriva de Llona (Ana Peluffo)
Síndromes del viajero: espacio y afectos en Viajes y otros viajes, de Antonio Tabucchi (Maira Scordamaglia)
La experiencia en retazos: exploraciones narrativas en María Negroni, Cynthia Rimsky y Nona Fernández (María José Punte)
Recorridos urbanos y cartografías emocionales: notas para pensar la transterritorialidad de la poesía argentina en el siglo XXI (María Lucía Puppo)
Las emociones como un nuevo territorio poético para el lector niño: lenguaje científico y objetos cotidianos en dos poemarios de Juan Lima (Marina di Marco)
PARTE 4. Materialidades, artes y afectos: las proliferaciones discursivas
Retrato y escritura biográfica en los primeros años de La Lira Chilena: sociabilidad, materialidad y emociones (Claudia Darrigrandi)
Celos, envidia y bronca: sentimientos portuarios en las poéticas del tango y del fado (Dulce María Dalbosco)
Estéticas documentales e imaginaciones políticas: afectos, lenguajes y transmisiones transgeneracionales en la producción fílmica documental de hijas y nietas en Chile y Argentina (Milena Gallardo Villegas)
Espacios, pandemia y afectos: corporalidades en/para las nuevas ágoras (Lorena Verzero)
Sobre las y los colaboradores

PresentaciónEspacios y emociones en la encrucijada de los estudios latinoamericanos

María Lucía Puppo

Universidad Católica ArgentinaCONICET

La recurrencia de huracanes, ciclones, sequías, inundaciones e incendios forestales en distintas partes del continente americano, los flujos migratorios, la superpoblación de las megalópolis, las rutas turísticas y la ampliación del muro que marca la frontera entre México y Estados Unidos durante la presidencia de Donald Trump: todos estos fenómenos ponen en evidencia la interrelación entre factores físicos, climáticos, sociales, económicos y políticos que convergen en la delimitación, vivencia y comprensión de los espacios humanos. Lejos de la idea del espacio concebido como una superficie vacía donde se desarrollan los sucesos, la espacialidad es resultado de complejos procesos sociales que determinan nuestras formas de percibir y habitar el mundo (Massey, 2005; Lefebvre, 2013).

En el marco del proyecto grupal “Espacios e interacciones culturales: proyecciones latinoamericanas de la Geocrítica”,1 hacia septiembre de 2019 nos propusimos organizar un Coloquio que reuniera a estudiosos y estudiosas provenientes de distintos campos disciplinares que aportan a la reflexión en torno a los espacios humanos, las emociones y el rol que juegan las ficciones y las prácticas culturales en las sociedades latinoamericanas. Las invitaciones fueron enviadas y la elaboración del Coloquio estaba en marcha hasta que, a comienzos de 2020, la pandemia mundial de COVID 19 vino a cambiar los escenarios. Los repentinos cierres de frontera y las medidas relativas al aislamiento social que se fueron imponiendo en todos los países profundizaron las preguntas y las reflexiones en torno a la afectividad de los espacios, es decir, al componente emotivo de los mismos que da cuenta de la capacidad de los sujetos de afectar y ser afectados. El giro de los acontecimientos condujo a que, finalmente, el Coloquio Internacional ESPACIOS Y EMOCIONES: tránsitos, territorializaciones y fronteras en América Latina pudiera realizarse de forma virtual los días 21 y 22 de octubre de 2020, con el auspicio del Centro de Estudios de Literatura Comparada “M. T. Maiorana”, dependiente de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Católica Argentina. La cita fue planteada en el horario de Buenos Aires, pero a la misma pudieron acudir los/as quince expositores/as –a través de Zoom– desde sus domicilios fijos o temporarios en Argentina, Chile, Estados Unidos, Italia y Alemania. Este libro da cuenta de las contribuciones de entonces, aunque solo en parte puede reproducir la riqueza de los debates suscitados en el intercambio con un público entusiasta compuesto por docentes, estudiantes e investigadores/as de diversos orígenes y comunidades académicas.

En el ámbito de los Estudios Literarios y de Semiótica, la revisión del espacio como categoría ficcional y signo cultural tiene como antecedentes medulares las nociones de cronotopo, de Mijaíl Bajtín y de semiosfera, de Iuri Lotman. En la estela amplia del “giro espacial” que caracteriza las lógicas globales del capitalismo tardío (Jameson, 2003), desde el comienzo del siglo XXI asistimos al auge de la Ecocrítica, que indaga acerca de los vínculos entre literatura y medio ambiente, la Geocrítica, que tiene por objeto de estudio la interacción entre los espacios ficcionales y los reales, y los Estudios Transárea y Transatlánticos, que exigen entender el espacio como estructura dinámica, siempre cambiante y en relación con diversos puntos de vista y perspectivas. Estas nuevas prácticas críticas asumen que el referente espacial y su representación son interdependientes e interactivos, pues todo espacio, desde que es representado, transita por el imaginario. Se trata de reconocer, en palabras de Bertrand Westphal, que “el espacio humano es emergencia constante” y está sometido a “un movimiento perpetuo de reterritorialización” (2015: 42).

Por su parte, el llamado “giro afectivo” ha puesto el acento en el rol que juegan las emociones en la vida pública y en los modos de abordar el pasado (Macón, 2013). La afectividad se presenta como un campo de emergencia del inconsciente, situado en una zona de indeterminación que precede y acompaña la expresión lingüística (Massumi, 2015). Revalorizados por su potencial emancipatorio, los afectos se asocian a cierta idea de autenticidad y juegan un rol fundamental en la vida política. Por otro lado, un enfoque crítico advierte que, en tanto prácticas sociales y culturales, las emociones pueden colaborar en lógicas opresivas y perversas que conducen, por ejemplo, a la discriminación y la falta de agencia en el plano político (Berlant, 2011; Ahmed, 2015). Vivimos en “sociedades afectivas” fuertemente influenciadas por los medios de comunicación masiva e internet, donde se evidencia un privilegio narcisista del yo y los géneros autobiográficos (Arfuch, 2018). En este contexto, el estudio de las emociones invita a repensar el rol de la corporalidad, los espacios y la materialidad de los objetos en las distintas expresiones de la vida social.

Espacios y emociones confluyen en los relatos culturales de la literatura, el cine, el teatro, la música, las artes visuales y el periodismo, que configuran verdaderas “geografías emocionales” (Davidson, Bondi y Smith, 2007) y ponen en escena desplazamientos, reterritorializaciones y pasajes por constantes fronteras físicas, políticas y simbólicas. Los mundos ficcionales tienen la capacidad de acercar al lector/espectador la experiencia de los otros y, de ese modo, contribuir a la superación de prejuicios y la descolonización de la mirada (Gnisci, 1998; Compagnon, 2012). Ahora bien, en un mundo saturado de ficciones, ¿tiene sentido seguir preguntándose acerca de lo real? (Costa, 2019). ¿Cómo articular en el análisis las esferas de lo social, lo corporal y lo discursivo? (Arfuch, 2015) ¿Cómo sería posible, en términos de Ana Peluffo, “convertir la invisibilidad cultural de las emociones en un espacio crítico de reflexión”? (2016: 14).

Las hipótesis y los interrogantes enunciados en las páginas que siguen trazan puentes entre la Literatura Comparada y la Semiótica, la Historia Cultural, la Filosofía, la Sociología y el Psicoanálisis, estableciendo asimismo lazos con nuevas áreas del saber como los Estudios de Animales, del Antropoceno, las Humanidades Digitales y la Plant Theory. Las dos primeras partes del libro incluyen trabajos que aportan a la consideración de los marcos epistemológicos desde donde es posible pensar los cruces entre espacios y emociones. La primera parte, “Derroteros teóricos: atmósfera, milieu, fronteras”, se inicia con la contribución de Laura Gherlone focalizada en el concepto de atmósfera, en torno al cual se advierte un campo de investigación vislumbrado por la semiótica de Lotman que hoy, a partir de desarrollos como los de Walter Mignolo, resulta un instrumento heurístico privilegiado para la reflexión sobre la llamada “opción decolonial”. En segundo lugar, el artículo de Patrick Eser pone en relación la noción de atmósfera con la de “milieu”, destacada por Erich Auerbach en Mímesis, para examinar la confluencia de ambas en la configuración del universo afectivo que presenta la novela El aire (1992), del argentino Sergio Chejfec. Cierra esta primera parte el texto de la conferencia dictada por Massimo Leone, estructurada en torno al rol que juegan hoy los rostros en tanto fronteras biológicas y culturales regidas por los algoritmos de la razón tecnológica, por un lado, y la realidad del rostro individual como lugar semiótico donde se manifiestan y operan las fronteras de edad, estados de salud, género, clase social y pertenencia política y religiosa, por otro.

La segunda parte del libro, titulada “Espacio, ficción y campos disci­plinares”, nuclea tres trabajos que apelan, respectivamente, a los saberes y las prácticas del Psicoanálisis, la Filosofía y la Sociología. El artículo de Juan Manuel Rubio propone un recorrido que va de la escena típica del analizante escuchándose hablar frente al analista, en el ámbito del consultorio, y pasa luego por la hipótesis de lo inconsciente freudiano para arribar al espacio imaginario y la topología de las dit-mensions en el marco de la propuesta lacaniana. Por su parte, la contribución de Ivana Costa examina cuatro modelos de “realidad” que ejemplifican las ficciones literarias, muchas veces anticipándose al discurso filosófico. Para concluir esta parte, el trabajo de Rossana Scaricabarozzi analiza el espacio carismático como un fenómeno sociocultural e histórico complejo, que en Latinoamérica permite comprender el funcionamiento de liderazgos tan fuertes como los de Juan Domingo Perón o Ernesto “Che” Guevara.

La tercera parte reúne cinco trabajos que presentan, comparan e interpretan diversas “Cartografías emocionales de la literatura”. El primero de ellos es el texto de la conferencia dictada por Ana Peluffo, que hace relación a la “infancia robada” de los niños indígenas en el Perú del siglo XIX, tal como esto se manifiesta y problematiza en un cuento de Lastenia Larriva de Llona y otros escritos de la época. El segundo trabajo, de Maira Scordamaglia, aborda los relatos de viaje con destino latinoamericano de Antonio Tabucchi, donde se narra el encuentro con la otredad por parte de un sujeto europeo dispuesto a no caer en estereotipos a la hora de contemplar la arquitectura brasileña y degustar los sabores mexicanos, sin negar el poder traslaticio que ejerce sobre él la lectura apasionada de Borges. En el tercer artículo de esta parte, María José Punte confronta los textos fragmentarios, a caballo entre la crónica y el ensayo, escritos por la argentina María Negroni y las chilenas Cynthia Rimsky y Nona Fernández. En estas prosas autoficcionales advierte cómo la capacidad mnemónica de la escritura se potencia en el diálogo con las imágenes incluidas en ellas. A continuación, el trabajo de mi autoría explora los lazos conflictivos que se establecen entre la lengua natal y la representación del espacio en sendos libros de Edgardo Dobry y Lila Zemborain, poetas cuyas obras integran el mapa afectivo y transterritorial de la poesía argentina del siglo XXI. Por último, el artículo de Marina di Marco indaga acerca del rol que juegan las emociones de los niños-lectores en la configuración formal y semántica de dos poemarios del poeta, ilustrador, fotógrafo y diseñador gráfico argentino Juan Lima.

La cuarta y última parte del volumen convoca los aportes que giran en torno a “Materialidades, artes y afectos: las proliferaciones discursivas”. En el primer artículo, Claudia Darrigrandi investiga el rol que juegan los retratos y las biografías en la configuración de una sociabilidad afectiva en la La Lira Chilena, una revista ilustrada del cambio del siglo XIX al XX. El trabajo de Dulce María Dalbosco, por su parte, confronta la presencia de “emociones negativas” como los celos, la envidia y la bronca en las letras del tango y el fado, dos músicas populares asociadas al espacio portuario. Tras un salto de casi cien años, los dos últimos trabajos del libro reflexionan sobre el potencial político del arte en dos registros diferentes, el del neodocumental posdictatorial y el del artivismo contemporáneo. La contribución de Milena Gallardo Villegas examina los recursos estéticos que vehiculizan la transimisión transgeneracional de la memoria y el trauma de la violencia política en la producción fílmica de “hijas” y “nietas” en Chile y Argentina. Finalmente, el artículo de Lorena Verzero hace foco en el desarrollo del artivismo en tiempos de pandemia, cuando asistimos al surgimiento de nuevos modos de producir emocionalidad colectiva a través de las “ágoras” que posibilita la interfaz digital.

Como este breve repaso permite advertir, coinciden en este volumen miradas provenientes de diferentes disciplinas y cronotopos de lo más variados que se inscriben en el campo de los Estudios Latinoamericanos. Una lectura transversal del libro podría reparar en determinados hitos que, como nudos en un telar, van conformando una historia cultural desde la colonia hasta nuestros días, abrevando en los imaginarios literarios y sociales, las creaciones del arte y los usos de la memoria que signan tanto el pasado como el presente de nuestras sociedades. Es nuestro deseo que quien se acerque a sus páginas se vea confrontado/a por interrogantes, problemas y textos claves para pensar América Latina en el cruce teórico y vivencial de los espacios y las emociones que la conforman. En este sentido, creemos que las duras realidades que nos interpelan como investigadores/as nos reafirman “en el proyecto colectivo de pensar conceptos, de inventar objetos de estudio, de idear dinámicas para entender mejor el mundo donde vivimos, para imaginar un mundo más justo y habitable” (Cámpora y Puppo, 2019: 17).

Un libro colectivo es siempre el resultado de una conjunción de mentes, voluntades y afectos. Este, en particular, se sabe en deuda con los autores y las autoras que, primero, aceptaron participar del Coloquio y, después, cedieron los textos que recogen importantes avances de sus investigaciones en curso. Mi agradecimiento va ante todo para ellos, queridos y queridas colegas de distintas generaciones y procedencias institucionales que con su inteligencia y entusiamo nos alientan a trazar redes y confirman la importancia de las comunidades intelectuales que nos dan fuerza y animan en nuestro trabajo, que a veces puede resultar tan solitario. En segundo lugar, corresponde agradecer a las autoridades que desde un principio brindaron su apoyo y colaboraron, en diversas instancias, para que fueran posibles la consecución y el financiamiento de este proyecto: Dra. Clara Zamora, Vicerrectora de Investigación e Innovación Académica de la Universidad Católica Argentina; Dra. Olga Lucía Larre, Decana de la Facultad de Filosofía y Letras; y Dra. Magdalena Cámpora, Directora del Centro de Estudios de Literatura Comparada “M. T. Maiorana”. Debo agradecer también a Gerardo Miño y todo el equipo de editorial Miño y Dávila por su atenta e impecable labor. Y, last but not least, llega acaso lo más obvio, mi agradecimiento profundo a las integrantes del equipo que tuve el honor de dirigir y con cada una de las cuales me une, además, una amistad que atesoro: María José Punte, Dulce María Dalbosco, Laura Gherlone, Rossana Scaricabarozzi, Marina di Marco y Maira Scordamaglia. Es mi deseo que en futuras actividades tengamos la oportunidad de seguir investigando juntas sobre espacios y literaturas, en la encrucijada incómoda pero necesaria donde los saberes se topan con la impredecibilidad de la vida.

Referencias bibliográficas

Ahmed, Sara, 2015, La política cultural de las emociones, México, Programa Universitario de Estudios de Género de la UNAM.

Arfuch, Leonor, 2018, La vida narrada: memoria, subjetividad y política, Villa María, Eduvim.

___ 2015, “El «giro afectivo». Emociones, subjetividad y política”, deSignis 24, 245-254.

Berlant, Lauren, 2011, El corazón de la nación. Ensayos sobre política y sentimentalismo, México, FCE.

Cámpora, Magdalena y Puppo, María Lucía, 2019, “Presentación”, Dinámicas del espacio. Reflexiones desde América Latina, Buenos Aires, EDUCA, 15-17.

Compagnon, Antoine, 2012, ¿Para qué sirve la literatura?, Barcelona, Acantilado.

Costa, Ivana, 2019, Había una vez algo real. Ensayo sobre filosofía, hechos y ficciones, Buenos Aires, Mardulce.

Davidson, Joyce, Bondi, Liz y Smith, Mick (eds.), 2007, Emotional geographies, Aldershot- Burlington VT, Ashgate.

Gnisci, Armando, 1998, “La literatura comparada como disciplina de descolonización”, Vega, María José y Carbonell, Neus (eds.), La literatura comparada: principios y métodos, Madrid, Gredos, 188-194.

Jameson, Fredric, 2003, Postmodernism or, The Cultural Logic of Late Capitalism, Duke University Press.

Lefebvre, Henri, 2013, La producción del espacio, Madrid, Capitán Swing Libros.

Macón, Cecilia, 2013, “Sentimus ergo sumus. El surgimiento del «giro afectivo» y su impacto sobre la filosofía política”, Revista Latinoamericana de Filosofía Política 11/6, 1-32.

Massey, Doreen, 2005, For Space, Londres, Sage.

Massumi, Brian, 2015, ThePolitics of Affect, Cambridge, Polity Press.

Peluffo, Ana, 2016, En clave emocional: cultura y afecto en América Latina, Buenos Aires, Prometeo.

Westphal, Bertrand, 2015, “Aportes para un enfoque geocrítico de los textos”, García, José Mariano; Punte, María José y Puppo, María Lucía (comps.), Espacios, imágenes y vectores. Desafíos actuales de las Literaturas Comparadas, Buenos Aires, Miño y Dávila editores – UCA, 27-57.

PARTE 1Derroteros teóricos: atmósfera, milieu, fronteras

Atmósferas y emociones colectivas: descolonizar los espacios emocionales

Laura Gherlone

Universidad Católica Argentina

Introducción2

La centralidad de las emociones para el ser humano y, posiblemente, para algunas especies animales no es un descubrimiento del actual “giro afectivo”; por el contrario, tiene una trayectoria mucho más larga: basta pensar en los antiquísimos rituales de luto. Lo que este horizonte de pensamiento ha puesto de manifiesto es que, en un mundo moldeado por la acción colectiva de los individuos –una acción a menudo depredadora y maléfica para el viviente y la materia inerte (tanto que hoy se habla de “antropoceno”, véase Coughlin y Gephart, 2020)–, es urgente entender el papel activo asumido por las emociones en nuestra historia. Lejos de ser un apéndice de la razón, los estados afectivos3 son ellos mismos una forma de inteligencia con una fuerte agentividad que puede afectar concretamente nuestras acciones, tanto a nivel individual cuanto a nivel comunitario, más aún si dichos estados se convierten en formas culturales (es decir, altamente codificadas y consolidadas) de descifrar el mundo. En las ciencias políticas-internacionales se está incluso comenzando a reinterpretar enteros períodos históricos (como la Guerra Fría) en clave emocional (Clément y Sangar, 2018), desvelando cómo este aspecto ha sido tradicionalmente subestimado, en detrimento de una compresión profunda de ciertos eventos.

El presente capítulo pretende ofrecer una mirada sobre el giro afectivo en su estrecha relación con el “problema del espacio” –fundamental para entender la acción del ser humano sobre el ambiente que lo hospeda y viceversa–, sin dejar afuera el tiempo en su dimensión mnemo-imaginativa. En el primer apartado abarcaré el concepto de “sociedad afectiva” mientras que en el segundo me enfocaré en dos nociones claves de la teoría de los afectos culturales: la de “agentividad” y la de “reproducción”. En el tercer apartado trazaré brevemente el estado de arte de los estudios enfocados en la indagación del espacio en estrecha relación con la cuestión de las emociones, lo que me llevará a hablar, en el cuarto apartado, de la “atmósfera”: un campo de investigación incipiente que, como veremos, podría representar un instrumento heurístico útil para la reflexión sobre la llamada “opción decolonial”.

1. Sociedades afectivas y afectadas

A partir del comienzo del siglo xxi en las ciencias sociales y las humanidades se ha empezado a hablar de “giro afectivo”, es decir, una inédita manera de interpretar y explicar la acción individual, colectiva y espacio-temporal del ser humano a través de la circulación discursiva-material de símbolos, estilos y repertorios emocionales que se depositan consciente e inconscientemente en la cultura. El creciente interés hacia este campo de reflexión reside no solo en una atención sin precedentes prestada al cuerpo y la sensibilidad (a la luz del problemático dualismo mente-cuerpo, donde el segundo término ha permanecido durante mucho tiempo inexplorado y subvalorado), sino también en un fenómeno emergente: el hecho de que las narraciones4 que vehicula la cultura contemporánea recurren extensamente a los estados afectivos para ser creíbles, persuasivos y eficaces. Hoy en día esto ocurre de manera aún más marcada a través del ciberespacio generado por los medios de comunicación social –un lugar real-inmaterial de interacción (Molina y Gherlone, 2019) que fomenta “sentimientos mediatos de conectividad” (Papacharissi, 2016: 308), generando micro y macro audiencias de carácter principalmente afectivo–. Si, por un lado, esto facilita nuevas formas de agregación y expresión colectiva (piénsense en las protestas sociales en línea), por otro lado fomenta sentimientos como el odio o el desprecio, es decir, la base afectiva de los discursos orientados a disminuir la capacidad cívica y la empatía (Wagner, Marusek y Yu, 2020). Como han señalado recientemente las historiadoras Piroska Nagy y Ute Frevert, “las sociedades occidentales contemporáneas están intensamente impregnadas de emociones” (2019: 202).5 Por lo tanto, es urgente comprender en profundidad la función (y lo que parece ser una necesidad social) de las narraciones “apasionadas” que, en lugar de ser relegadas al universo de la intimidad, se convierten en una especie de ego-documentos fragmentarios, expuestos y difundidos públicamente.

Además, al estar tan estrechamente vinculados con la trama de expe­riencias, valores y normas tejida en el tiempo, los estados afectivos culturalmente encarnados se perfilan como un medio privilegiado para estudiar los imaginarios que sustentan a las sociedades contemporáneas. Las investigaciones en este sentido son alentadoras, pero todavía incipientes, puesto que las emociones permanecen, por lo general, asociadas a la dimensión subjetivo-introspectiva del ser humano y solo ocasionalmente a la dimensión sociocolectiva, sobre la cual aletea un aire de vaguedad e irracionalidad difícil de eliminar. Habiendo sido tradicionalmente concebidas “como procesos espontáneos e involuntarios que irrumpen en multitudes y reuniones sin mucha participación cognitiva” (von Scheve y Slaby, 2019: 49), las emociones colectivas parecen cuestionar “la comprensión de las sociedades modernas como formaciones predominantemente racionales e ilustradas” (Kolesch y Knoblauch, 2019: 256). Por eso se ha preferido tratarlas como un fenómeno residual y excepcional, cuando en realidad se trata de experiencias omnipresentes en la vida cotidiana.

Todo ello nos invita a “convertir la invisibilidad cultural de las emociones en un espacio crítico de reflexión” (Peluffo, 2016: 14). Solo de este modo será posible abarcar fenómenos complejos y geográfica e históricamente estratificados como la “identidad nacional” y la “memoria colectiva” o comprender estructuras sociales “en las cuales las desigualdades y las relaciones de poder ligadas a la raza, la clase y el género son rampantes” (Slaby y von Scheve, 2019: 3) o, incluso, enmarcar adecuadamente acontecimientos de gran actualidad como las formas desenfrenadas de xenofobia que están reproduciéndose a nivel mundial. Como ha subrayado el antropólogo Gastón Gordillo, en Argentina, por ejemplo, el mito de la nación blanca “se puede entender mejor como una formación afectiva y geográfica que niega su existencia porque no se reduce a una ideología consciente y opera a un nivel […] emocional” (2016: 242-243, cursiva del autor).

2. Agentividad y reproducción de los afectos culturales

Desde el trabajo fundacional de Georges Lefebvre (1986[1932]), La Grande Peur de 1789, sabemos que un estado emocional como, por ejemplo, el miedo puede ser percibido a nivel de grupo, comunidad, clase o incluso de sociedad, llegando a afectar la nación en su conjunto.6 Más allá de su magnitud, lo sucedido en 1789 no fue un hecho excepcional ni tampoco aislado: la historia humana puede ser interpretada como una inmensa constelación de eventos, desde los grandes acontecimientos hasta los sucesos de la vida cotidiana, en los cuales los afectos difundidos entran en juego, empujando a las personas a tomar decisiones (de naturaleza económica, política, sanitaria, ambiental, etc.) y, en definitiva, influyendo sobre el curso de los eventos mismos.

En este sentido, hoy la teoría de los afectos culturales –a partir de una larga tradición teórica abonada por la sociología, la psicología social y la historia (donde se destacan nombres tales como Gustave Le Bon, Émile Durkheim y el citado Lefebvre)7– está (re)descubriendo dos conceptos fundamentales: el de agentividad y el de reproducción.

2.1 Agentividad

El primer término pone de relieve la capacidad que las emociones colectivas poseen de generar relación y acción al desplegarse en íntima conexión con el entorno del sujeto agente, cuyo comportamiento es afectado por el entorno mismo. Jan Slaby y Philipp Wüshner (2014: 216) definen este proceso como “acoplamiento fenoménico”, es decir, “la participación directa [direct engagement] de la afectividad” de un sujeto agente tal como se da en una disposición ambiental “que tiene en sí misma cualidades afectivas y expresivas”, como puede ocurrir, por ejemplo, durante una performance musical (para un estudio detallado sobre este tema, véase Riedel y Torvinen, 2020). Lo que hacen las emociones es acompañar y sintonizar (o de-sintonizar) al sujeto en su acción activo-pasiva de ubicación en el entorno –donde “el entorno prorrumpe en términos de posibilidades [affordances] y solicitaciones que le ofrece al agente” (Slaby, 2014: 38)–. Esto tiene dos consecuencias. En primer lugar, el cuerpo, gracias al cual tiene lugar esta “encarnación” en el mundo, se perfila como “un campo de resonancia en el que los éxitos o los fracasos de las actividades, así como las perspectivas y los obstáculos, se registran inmediatamente en forma de sentimientos positivos o negativos” (Slaby, 2014: 38). Dichos estados afectivos a su vez actúan como “dispositivos” que orientan y modifican la acción del sujeto desde el interior hacia el exterior, en un complejo juego de retroalimentaciones, puesto que el mismo “exterior” –como veremos en el próximo apartado con el concepto de “atmósfera”– se encuentra imbuido de afecto.8 En segundo lugar, las emociones se revelan como una forma de dinamismo trasformativo ya que su participación en el entorno “ayuda a configurar el espacio de posibles ulteriores formas de representarlas y, por tanto, determina en parte cómo la emoción se desarrollará posteriormente” (Slaby y Wüshner, 2014: 212).

Las emociones, lejos de ser estados pasivos, tampoco coinciden con las acciones mismas. Como se mencionó, son más bien disposiciones que orientan (no obligan) al sujeto hacia una acción, tejiendo su relacionalidad con el ambiente que lo hospeda y, por supuesto, con los demás seres humanos. Por eso la implicación social de las emociones y sus facetas “colectivas” son tan poderosamente evidentes.

Las investigaciones existentes sugieren que las emociones colectivas –a las que los colectivos sociales son muy propensos– promueven la acción colectiva, la cohesión social, la solidaridad, la identidad colectiva y la pertenencia y, al mismo tiempo, constituyen o promueven las fronteras, la exclusión y la depreciación de los demás. (von Scheve, 2019: 268)

En síntesis, la agentividad pone de relieve la íntima relación que existe entre las emociones, las relaciones intersubjetivas y el espacio socialmente construido.

2.2 Reproducción

El segundo concepto mencionado, reproducción, pone de relieve la capacidad que las emociones colectivas poseen de desenterrar de la memoria esquemas emocionales –bajo la forma de comunicación verbal, no verbal y material (actos de habla, imágenes, objetos, etc.)– que se repiten en el tiempo. En otras palabras, incluso cuando son extremamente transitorias y circunstanciales, las emociones llevan consigo una densa capa de temporalidades: por eso, además de ser expresiones colectivas, son formaciones culturales que se despliegan en repertorios afectivos compartidos.

El concepto de reproducción debe mucho a la confluencia de tres horizontes de pensamiento en auge en los últimos años: (1) la “memoria cultural” impulsada por Jan y Aleida Assmann y desarrollada actualmente a través del noción de “mnemohistoria” (Tamm, 2015); la “posmemoria” de Marianne Hirsch y los estudios sobre el llamado trauma transgeneracional;9 (3) la teoría afecto-céntrica inaugurada por el historiador del arte Aby Warburg.10 A los efectos de la presente reflexión, quisiera destacar en particular la productividad del concepto de Pathosformel de Warburg (2010), quien acuñó este término para designar las fórmulas expresivas a través de las cuales el pathos se manifiesta en las imágenes de forma transcultural, es decir, en diferentes espacios-tiempos de la historia cultural humana. En otras palabras, la fórmula sería la “traducción” plástica de la intensidad del dolor entendido en el sentido más amplio, como una experiencia original (veteada de euforia, agitación, exceso, violencia, éxtasis) impresa en la memoria de la humanidad: no una sintaxis figurativa fija que se repite a lo largo del tiempo, sino una especie de esquema emocional que, de vez en cuando, se “encarna” en las imágenes.11 A esto se vincula directamente otro concepto clave, el de Nachleben (supervivencia): las fórmulas, sacando su fuerza expresiva del pathos, traen consigo una especie de energía residual nunca extinguida, un rastro de vida pasada, como lo ha definido Georges Didi-Huberman (2009), uno de los más célebres intérpretes de Warburg. Esto explicaría por qué ciertos motivos, ciertos estilemas, ciertas configuraciones aparecen cíclicamente en la historia y se perciben como objetos culturales reconocibles (o familiares) y, al mismo tiempo, nuevos (véase Schankweiler y Wüschner, 2019a y 2019b; Losiggio y Taccetta, 2019; Taccetta, 2019; Gherlone, 2021).

A la luz del “giro afectivo” (y lejos de quedarse confinada en la historia de arte), la teoría de Warburg ilumina el concepto de reproducción, al proveer una respuesta a la pregunta de porqué las narraciones de la cultura contemporánea recurren extensamente a la discursivización de los sentimientos: estas narraciones, de hecho, a través de la inédita capacidad intermedial proporcionada por el espacio digital (que, como hemos dicho, es un espacio emocional, además que informativo-comunicativo), permiten una continua exhumación y migración de energía afectiva residual bajo la forma de imágenes12 –imágenes que penetran transcultural, intermedial y semióticamente en la literatura, la música, la arquitectura, la varias formas de comunicación social, etc., alimentado el imaginario colectivo–.13

3. El espacio asumido temporal y afectivamente

Un médium que ha ayudado para que la cuestión de los afectos culturales aflorara como tema de investigación científica es el “problema del espacio”. Que este último represente una categoría fundamental para entender la acción modelizante del ser humano sobre el ambiente que lo hospeda y viceversa, ya no es una novedad. Después de los estudios innovadores de Henri Lefebvre y Edward Soja y, más recientemente, del camino abierto por The Spatial Turn (Warf y Arias, 2009), el espacio se ha impuesto como un campo de estudio irrenunciable. Lo que resulta nuevo hoy es el intento de captar el espacio vivido (o “lugar”) en su dimensión estratificada. Para llegar a esta comprensión, por ejemplo, Bertrand Westphal invita a trabajar los textos literarios privilegiando “un enfoque geocéntrico” (2011: 112), es decir “recopila[ndo] una base documental suficiente” (2011: 117) en función del realema que se busca analizar y, desde allí, estudiar la intersección de escritores e historias espaciales que se han producido a lo largo del tiempo.14 El geo-humanista David Bodenhamer ha ido todavía más allá y ha hablado recientemente de “mapas profundos” para referirse al desafío de estudiar los lugares como un conjunto de “materia y sentido” (2016: 212), es decir, como “una plataforma, un proceso y un producto” (2016: 213) que engloba objetos, narraciones históricas y literarias, mapas, discursos cotidianos (digitales y no), imágenes, reconstrucciones virtuales y artefactos. Este enfoque necesariamente interdisciplinario no solo logra expresar identidades y voces múltiples sedimentadas, sino que también “refuerza el papel de la emoción en la construcción del lugar y el evento [permitiéndonos] trazar narrativas espaciales complejas” (2016: 218, cursiva mía) capaces de conectar “las realidades emergentes y las profundas contingencias del pasado” (ibídem): es decir, la textura de sentidos que, como se ha señalado, alimenta los imaginarios de las “sociedades afectivas”. Cabe destacar que, desde esta óptica, el mismo internet tiene que ser considerado como una conformación espacial, un lugar real-inmaterial de interacción que potencia dichos imaginarios.

Entre las últimas exploraciones metodológicas que se han concentrado en la indagación del espacio –en estrecha relación con el problema de los afectos– encontramos la Geocrítica (Westphal, 2011, 2013,15 2016; Smith Madan, 2017; Tally Jr., 2017, 2018), las Geografías Emocionales (Davidson, Bondi y Smith, 2007; Smith, Davidson, Cameron y Bondi, 2009, Hones, 2014, 2018), las Humanidades Espaciales (Piatti y Hurni, 2011; Bodenhamer, Corrigan y Harris, 2015; Cooper, Donaldson y Murrieta-Flores, 2016; Murrieta-Flores y Martins, 2019) y la llamada Atmosferología (Böhme, 1995, 2017a, 2017b; Anderson, 2009; Schmitz, 2014; Griffero, 2014, 2017;16 Griffero y Tedeschini, 2019; Seyfert, 2011, 2012; Philippopoulos-Mihalopoulos, 2015; Trigg, 2016, 2020; Sumartojo y Pink, 2018; Galland-Szymkowiak y Labbé, 2019).

Un aspecto común de estos enfoques, aun en sus especificidades epis­temológicas, es que consideran la tensión entre lo individual y lo colectivo17 como un factor clave para entender la relación entre espacio y emociones, sin dejar afuera el tiempo en su dimensión mnemo-imaginativa. En esta perspectiva, un concepto particularmente revelador es el de atmósfera.

4. Teorizando la atmósfera en clave decolonial

La atmósfera se deslizaba entre e imbuía diferentes tiempos y lugares, y era parte de lo que pegaba la emoción a específicos entornos materiales y a las interacciones. (Sumartojo y Pink, 2018: pos. 131, cursiva mía)

Los sentidos y las emociones tienen un papel cada vez más importante en la prefiguración y determinación de la estética decolonial, no occidental y no exclusivamente masculina y, a su vez, estas estéticas minoritarias están cambiando la estética en su conjunto. (Philippopoulos-Mihalopoulos, 2019: 163)

Quisiera introducir el concepto de atmósfera con la cita de una observación que el semiólogo y teórico literario Iuri Lotman hizo a propósito de El maestro y Margarita de Mijaíl Bulgákov. El estudioso notó que el protagonista de la novela (el maestro), al concluir su viaje extraordinario –un viaje marcado por desplazamientos, vuelos, continuos cambios de vivienda y varios otros tránsitos espaciales–, finalmente obtiene una Casa con la “c” mayúscula, “un mundo de dulce vida doméstica, una existencia imbuida de cultura, que es el trabajo espiritual de las generaciones anteriores; una atmósfera de amor [атмосфера любви, atmosfera liubvi], un mundo donde la crueldad ha sido desterrada” (Lotman, 2000: 319).

Observamos que la atmósfera se manifiesta aquí como un cambio de status, es decir, la transición de un viaje inquieto, lleno de encuentros perturbadores –personificaciones de antiguos males, de la crueldad y la injusticia de la historia, del no sentido y el extrañamiento generado por los seres humanos–, a una condición de amor, capaz de conectar al maestro con el trabajo espiritual de las generaciones anteriores.

Las palabras de Lotman nos sugieren que existe una relación profunda entre el espacio y la percepción emocional y que esta relación genera la atmósfera, la cual se perfila como una forma afectivadel sentir espaciotemporal de naturaleza personal y, al mismo tiempo, incomprensible fuera de una dimensión comunitaria. La atmósfera es un lugar preciso –la coordenada donde estoy ubicada/o–, pero también es una “situación” que me contagia a través de las capas de emociones, narrativas, usos cotidianos y sensaciones corporales que ha acumulado y que se depositan, por ejemplo, en los objetos. Es muy distinto entrar en un cuarto iluminado por una luz cálida y repleto de libros que huelen “a misterio y a viejo chocolate” –como diría Bulgákov en La guardia blanca– o en un cuarto oscuro y polvoriento, cuyo amueblamiento emana un efecto de tristeza y muerte. La atmósfera tiene entonces una dimensión marcadamente temporal, ya que conecta el pasado y el presente, trayendo al presente las experiencias que se han ido sedimentando en forma de memoria colectiva transgeneracional. Y esto puede tener lugar desde el microcosmos de un cuarto hasta el macrocosmos, por ejemplo, de un puerto que ha visto pasar por allí ríos de personas migrantes.

La atmósfera –como la han definido recientemente Sarah Pink y Shanti Sumartojo (dos estudiosas australianas que investigan la relación entre el medio ambiente, el diseño y la tecnología, utilizando metodologías etnográficas centradas en los cinco sentidos)– es una calidad del espacio (material o inmaterial) que emerge del flujo continuo y particular de configuraciones de personas, objetos, lugares, sentimientos e imaginarios (Sumartojo y Pink, 2018): una realidad que se experimenta a nivel colectivo e individual y que, apelando a la percepción, la sensorialidad y los recuerdos encarnados, puede activar intuiciones estéticas, conocimientos anticipados y nuevos horizontes de sentido, pero también puede desencadenar y reproducir antiguas experiencias sedimentadas en la memoria colectiva.

Generalmente, cuando se manifiesta, la atmósfera se hace presente a través de imágenes familiares capaces de generar un hilo unitivo entre los individuos. En una situación de incertidumbre, un colectivo de personas puede percibirse unido por una memoria anticipatoria –vinculada a vicisitudes preexistentes y simbolizada, por ejemplo, por una figura emblemática– que genera pesimismo, aun si no existen todavía las condiciones reales para decir que “todo irá mal”. Por supuesto, puede ocurrir exactamente lo contrario y manifestarse en la forma de un optimismo contagioso: piénsese en todas aquellas ocasiones en la cuales nos sentimos unidos por el hilo del “trabajo espiritual de las generaciones anteriores”, por una sensación de crecimiento humano difundido. Expresiones como “algo mágico está pasando”, “hay un aire de novedad”, “el futuro está a nuestro alrededor” indican que el ambiente está imbuido de emociones positivas y generadoras de cosas nuevas.

Se vuelve necesario, observan Sumartojo y Pink (2018: pos. 210) estudiar

las condiciones específicas en las que las atmósferas emergen y los significados que las personas les atribuyen –y, de manera crucial, [cómo] estos significados pueden entonces acompañar a las personas, dando continuamente forma a la compresión de sus experiencias–.

La atmósfera se presenta como un objeto de investigación clave para entender la relación que existe entre lugares, historias, afectos culturales y cuerpo(s). Aquí quisiera destacar en particular cómo este campo de estudio podría representar un terreno fecundo para explorar aquellas “situaciones” del tiempo presente cuyas heridas no sanadas (llenas de significados afectivos sedimentados) siguen, para retomar las palabras de Sumartojo y Pink, acompañando a las personas y moldeando la compresión de sus experiencias actuales. O, como hemos visto con Bodenhamer (2016: 218), siguen conectando “las realidades emergentes y las profundas contingencias del pasado”.

Pienso en particular en las manifestaciones descoloniales –o de “reconstrucción epistémica”, como las definen Walter Mignolo y Catherine E. Walsh (2018)– donde la atmósfera (de una calle, una plaza, un puerto, un pueblo, etc.) se perfila como un espaciotiempo entre un pasado viviente (el “pernicioso legado colonial”, Mignolo y Walsh, 2018: 238) y un presente lleno de fuerzas nuevas: fuerzas empujadas por subjetividades colectivas e individuales tendientes a la transformación del razonar, sentir y emocionar(se) (Mignolo y Walsh, 2018: 197), es decir, a la aesthesis decolonial.18 En este juego de fuerzas a menudo prevalece el peso del pasado no sanado porque el lugar está imbuido con una recalcitrante energía afectiva residual (las demasiadas y reiteradas emociones negativas acumuladas en el tiempo). Y aquí reencontramos el “giro afectivo” ya que, como ha subrayado Ana Peluffo, “[u]n proyecto común de los pensadores” de este horizonte de pensamiento “es la tendencia a desconfiar de las emociones canónicas (la felicidad, el amor, la compasión) y re-evaluar aquellas consideradas negativas por la cultura dominantes (la indignación, el resentimiento, la envidia)” (2016: 24). Estos últimos son estados afectivos que pueden haber pasado por un proceso histórico de “disciplinamiento”, al representar una forma de energía social incómoda –una energía que, justamente por el hecho de haber sido reprimida y canalizada en estructuras ajenas a ella (por ejemplo, en forma de expectativa social), vuelve sistemáticamente para sacudir dicho orden impuesto–. En esta perspectiva, la atmósfera, como situación marcada por una “explosión” emocional,19 podría representar el contexto ideal para indagar acerca de cuáles formas materiales (objetos, imágenes, palabras, disposiciones arquitectónicas, etc.) moldean la inmaterialidad realísima de los imaginarios que acompañan los estados afectivos colectivamente compartidos y espacio-temporalmente construidos.20

Aunque los pensadores de la decolonialidad no hacen explícitamente referencia al concepto de “atmósfera”, considero que este concepto ofrece un marco interpretativo muy fructífero ya que, al enfocarse en el cuerpo, la apreciación sensorial y las emociones, apoya la reflexión decolonial en un doble sentido: por un lado, contribuye a rehabilitar el valor epistemológico de la aesthesis en su significado originario, como relación con el mundo en forma de “‘sensación’, ‘proceso de percepción’, ‘sensación visual’, ‘sensación gustativa’ o ‘sensación auditiva’” (Mignolo, 2010: 13).21 Por otro lado, da cuenta de esas experiencias en las cuales ciertas emociones parecen quedar atrapadas en determinados contextos (la mayoría de las veces, vinculados a disposiciones espaciales), sin posibilidad de evolucionar hacia algo nuevo –lo que Philippopoulos-Mihalopoulos (2019: 167 y 169) define como una atmósfera “fabricada [engineered] para promover su propia perpetuación”, como ocurre en las situaciones de racialización (véase también Blickstein, 2019)–. A pesar de la idea de extrema emancipación que proporciona, internet bien puede ser interpretado como un espacio digital que, con sus algoritmos poderosos e incluso coercitivos (véase Appadurai 2016; García Canclini 2019; véase también el capítulo de Leone en este volumen), no hace más que alimentar y reproducir (“ingenierizar”) ciertas perniciosas atmósferas emocionales.22

Concluyo esta contribución con la reflexión de la artista visual guyano-francesa Tabita Rezaire, quien –recurriendo a la teoría de Mignolo como trasfondo de sus obras– escribe:

aunque el colonialismo per se ha terminado legalmente, su legado viviente es omnipresente en las sociedades contemporáneas. […] Vergüenza. Enojo. Dolor. Humillación. Baja autoestima. Ansiedad. Fatiga. Inquietud. Adicción. Estrés. Depresión. Precariedad. Soledad. Desconexión... Los síntomas de la colonialidad se hacen sentir en nuestros seres […] A pesar de las olas de descolonización de América, África y Asia, la colonialidad sobrevivió, y estamos sudando a mares. Por eso la descolonialidad es tan necesaria […] La descolonialidad es un camino hacia la curación. (Rezaire, 2020: xxx-iv)

El presente escrito quiso ser una contribución a este camino hacia la curación, en un mundo que nos está desvelando que las emociones pueden ser un potente instrumento de concordia, cuidado recíproco y proyección creativa hacia el futuro, al mismo tiempo capaz de conectarnos –como diría Lotman– con el trabajo espiritual de las generaciones anteriores.

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Atmósfera, milieu, “afectivo”: ecologías de afectos en la teoría y en la narrativa argentina contemporánea

Patrick Eser

Universidad de Buenos AiresUniversidad de Kassel

1. Teorías espacio-afectivas y la ficción poética

La crítica literaria Josefina Ludmer propuso en 2004 la figura espacial de la “isla” como modelo para pensar la (no-)convivencia social en espacios urbanos contemporáneos (Ludmer, 2004). Ella observaba ‘la isla’ en su productividad tanto en el mundo social contemporáneo como en las producciones estéticas. Su reflexión sobre “La Ciudad. En la isla urbana” (2010: 127-148) incorpora tanto observaciones sobre el mundo histórico-social contemporáneo como sobre las imaginaciones artísticas. Cita tanto a urbanistas y sociólogos como David Harvey, Mike Davis, Saskia Sassen o Paolo Virno como películas y textos literarios contemporáneos de diferentes países latinoamericanos. Su interés por el “afuera y adentro de ciertos territorios” se condensa en la figura de la isla que permite pensar las separaciones actuales: “Las ciudades brutalmente divididas del presente tienen en su interior áreas, edificios, habitaciones y otros espacios que funcionan como islas, con límites precisos” (130). La isla representa además un mundo particular y autónomo, “con sus propias reglas, leyes y sujetos específicos” (131). Ludmer remite a una figura espacial, clásica en las imaginaciones y representaciones de la vida social, que imagina una consecuente separación territorial del mundo exterior, que impide el contacto social y cultural con el mundo de afuera. Por estas características, la isla resulta popular para realizar experimentos en la imaginación de lo social. El caso clásico es Utopía (1516) de Tomás Moro, obra en la que el autor imagina la nueva y alternativa visión de una sociedad armónica y justa, ubicada en una isla. La isla puede ser también el lugar de la imaginación del horror, de la decadencia y regresión civilizatorias, como en el cuento In der Strafkolonie [En la colonia penitenciaria] de Franz Kafka. La propuesta de Ludmer de imaginarse los “territorios del presente” mediante la figura de la isla urbana se podría ejemplificar con más obras que las que cita ella para fundamentar su tesis. En recientes imaginaciones estéticas del mundo de la marginalidad podemos observar esta figura, por ejemplo en la novela La virgen cabeza (2009) de Gabriela Cabezón Cámara o en la poesía y la cinematografía de César González. Mientras la primera crea una visión bizarra y utópica de una villa miseria que se convierte, a base de la producción autosuficiente y de una festiva cultura popular, en un lugar atractivo, dinámico e incluso modélico para “el resto de la ciudad”, el segundo autor aborda la villa miseria desde la dura y cruda perspectiva de jóvenes y adolescentes que crecen ahí, que descubren y se apropian de este hábitat como “su lugar”, con todas las contradicciones y problemas que ello implica. En ambas obras la exploración estética de estos ámbitos estigmatizados condensa imaginariamente islas en las que la plasmación de la vida social se entremezcla con las vivencias subjetivas y las disposiciones afectivas de los personajes. Es decir, estas islas (sub)urbanas de las ficciones resultan ser tanto espacios sociales como afectivos.

En el presente ensayo queremos revisar ciertas conceptualizaciones que abordan el nexo entre lo espacial y lo afectivo y que ofrecen modelos explicativos de las relaciones entre lo social y lo estético, entre registros antropológico-sociales y estéticos. En un primer paso discutiremos tres conceptos teóricos claves que abren un campo conceptual en el que la vida social de los afectos y la vida afectiva de lo social constituyen el objeto de estudio: milieu, atmósfera y afectivo. Estos conceptos serán explorados en el marco de los debates situados en las Humanidades centroeuropeas, básicamente en Francia y Alemania. Partimos de la hipótesis de que la reconstrucción de estos debates particulares puede cooperar en la construcción de una perspectiva analítica destinada al abordaje de las dinámicas socio-culturales vinculadas con el tema del “espacio y de los afectos”. Los tres travelling concepts23 a reconstruir –milieu, atmósfera y afectivo– están teóricamente situados en la zona temática fronteriza entre planteamientos espaciales y el estudio de los afectos y de las emociones. Los primeros dos términos tienen una larga y vasta historia conceptual que no podemos reconstruir en este contexto; elegiremos, por tanto, algunos usos conceptuales que nos parecen instructivos para desplegar el argumento en el marco de los estudios literarios y culturales. Para fundamentar el tercer término, el afectivo, recurriremos a debates recientes que lo sitúan como puente conceptual entre los estudios sociales y culturales y el enfoque temático de los afectos.

En primer lugar, revisaremos el concepto del milieu tal como Erich Auerbach lo presenta en su obra magistral Mimesis. La representación de la realidad en la literatura occidental (1). Partiendo de ahí queremos abordar un concepto vecino de milieu: el de atmósfera, que reconstruiremos en su acuñación dentro de la filosofía fenomenológica (2). Con el término del afectivo condensamos y sintetizamos las reflexiones y reconstrucciones conceptuales (3) que, en una ulterior etapa, queremos aplicar al análisis de una novela contemporánea en la que el abordaje del espacio y de las emociones es de gran importancia: El aire (1992) del escritor argentino Sergio Chejfec (II).

1.1. ‘Milieu’ en Mímesis

El concepto del milieu tiene escasa presencia en los estudios literarios. No es un término clásico, convencional o profundamente conceptualizado en la teoría literaria. A pesar del hecho de que pocas veces fue tratado con rigor terminológico, el término sí solía y suele ser usado esporádicamente en los estudios críticos. La obra magistral Mimesis: Dargestellte Wirklichkeit in der abendländischen Literatur (1946) [Mímesis. La representación de la realidad en la literatura occidental; trad. al castellano de 1950], del filólogo y romanista Erich Auerbach, constituye en cierta manera una excepción. En un capítulo de este libro, Auerbach usa la palabra francesa, el extranjerismo milieu, para interpretar una escena de la novela Le Père Goriot de Balzac. Auerbach se centra en un pasaje que describe la figura de Mme Vauquer en la pensión e interpreta al personaje en función del entorno material-espacial en que vive y se mueve. La descripción del interior de la pensión y de su dueña se superponen. El texto constata una

armonía entre su persona, por un lado, y la habitación en la que se encuentra, la pensión que dirige, la vida que lleva, por otro; en una palabra, la armonía entre su persona y lo que nosotros (y también Balzac a veces) llamaríamos su milieu (ambiente). (Auerbach, 1996: 442)

En la traducción castellana del texto llama la atención que milieu está acompañado por la versión traducida entre paréntesis, ‘ambiente’. En otro pasaje, Auerbach describe el lugar donde Mme. Vauquer vive y trabaja como su Lebensraum (en la versión alemana), el así traducido ‘espacio vital’, término que explica del siguiente modo:

todo espacio vital se le figura [a Balzac] como un ambiente sensible y moralque impregna el paisaje, la habitación, los muebles, enseres, vestidos, figuras, caracteres, maneras, ideas, acciones y destinos de los hombres, por lo cual la situación histórica general de la época aparece como una atmósfera total que empapa todos los espacios vitales particulares. (Auerbach, 1996: 445; las cursivas son mías)

Podemos observar en estas citas un uso cuasi sinonímico de los signi­ficantes milieu, ambiente y atmósfera, términos muy cercanos y situados en el mismo campo semántico. Mientras en la primera cita se introducen milieu y su traducción “ambiente”, es en la segunda cita que el texto castellano menciona un “ambiente sensible y moral”, donde la versión original habla de una „sittlich-sinnlichen Atmosphäre“. Atmosphäre en alemán se convierte en la traducción en ‘ambiente’, lo que sugiere la conclusión –abstrayendo de las significaciones particulares en los diferentes idiomas– que los tres términos parecen sinónimos.