Esperanza del Cristiano - Rev. Norman Holmes - E-Book

Esperanza del Cristiano E-Book

Rev. Norman Holmes

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Beschreibung

La Biblia nos dice que cada cristiano vencedor será conformado a la imagen de Cristo. Pero, ¿qué significa esto?, ¿y cómo podemos prepararnos para un abundante cumplimiento de nuestra esperanza cristiana? En este libro, el Rev. Norman Holmes contestará estas preguntas y mucho más:¿Cuál es la meta eterna para cada creyente?¿Cómo debemos prepararnos para un futuro glorioso?Desarrollar discernimiento espiritualCómo dar en el blanco del supremo llamamiento de Dios

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Veröffentlichungsjahr: 2017

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La Esperanza del Cristiano

“...Cristo en vosotros, la esperanza de gloria.” - Col. 1:27

versión 2.0

por

Título original: “The Hope of the Christian”

Copyright © Norman Holmes

1998, 2006, 2009.

Título en español: “La esperanza del cristiano”

Usado con permiso.

Todos los derechos reservados.

Publicado por Zion Christian Publishers.

 

Traducción: Marian Belmonte, Traductores Belmonte, España.

Edición: Equipo de Traducción IBJ, Guatemala, Carla Borges.

1ra edición (versión 1.0) impresa en junio de 2004

2da edición (versión 2.0) mayo 2009, Marian Belmonte, España

Segunda impresión: julio 2009.

Tercera impresión: marzo 2014

 

Todas las referencias de la Biblia en este libro han sido tomadas de

La Biblia, versión Reina Valera 1960, a menos que se indique lo contrario.

 

Publicado en formato e-book en Octubre 2014

En los Estados Unidos de América.

 

ISBN versión electrónica (E-book): 1-59665-569-0

 

Para obtener más información comuníquese a:

 

Zion Christian Publishers

Un ministerio de Zion Fellowship, Inc

P.O. Box 70

Waverly, NY 14892

Tel: (607) 565-2801

Llamada sin costo: 1-877-768-7466

Fax: (607) 565-3329

www.zcpublishers.com

Parte 1

UNA REVELACIÓN DE NUESTRA META CRISTIANA

Capítulo 1

EL ESPÍRITU DE REVELACIÓN

Para entender la esperanza o meta futura del cristiano, necesitamos la revelación de Dios. El hombre natural no puede comprender los planes gloriosos del Todopoderoso a través de mera sabiduría humana. Leemos en 1 Corintios 2:9-10: “como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu”. Por el Espíritu Santo es como los planes de Dios pueden ser revelados.

Y más aún, las Escrituras dejan claro que el Espíritu Santo tiene muchas unciones por las cuales Él lleva a cabo Sus diferentes obras. La unción específica que nos puede hacer ver la esperanza del cristiano es llamada el espíritu de revelación en Efesios 1:17. El apóstol Pablo oró por los creyentes de Éfeso: “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación…para que sepáis cuál es la esperanza a la que os ha llamado”. La iglesia en Éfeso ya había recibido el Espíritu Santo hacía muchos años (ver Hechos 19:1-6), pero el apóstol Pablo sabía que ellos necesitaban una mayor unción para ayudarles en el camino hacia la plena madurez espiritual. Nosotros también puede que seamos cristianos de muchos años llenos del Espíritu, y aun así necesitamos orar pidiendo el espíritu de revelación para que podamos entender más plenamente la esperanza del llamado de Dios sobre nuestra vida.

El ministerio del espíritu de revelación es revelar los secretos y misterios de Dios. En Efesios 3:3-6, Pablo dijo: “por revelación me fue declarado el misterio” de que “los gentiles son… copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio”. Ahora bien, el hecho de que los gentiles puedan ser salvos ya no es un secreto escondido o un misterio; esto es algo que todos saben en nuestro tiempo, cuando casi toda la Iglesia alrededor del mundo está compuesta por cristianos gentiles. Sin embargo, los primeros judíos cristianos necesitaron la revelación de Dios (como en Hechos 10:9-16) antes de poder comprender una idea tan radical. De igual manera, hay mucho que el Señor se ha propuesto para nuestro futuro y que va más allá de la comprensión de nuestras mentes a menos que Dios nos revele esos planes a través del espíritu de revelación.

LA VISIÓN NOS MOTIVA

Proverbios 29:18 nos dice: “Donde no hay visión, el pueblo se desenfrena” (RVA). La versión RV 1909 dice: “Sin profecía el pueblo será disipado”. La revelación nos da una visión, o una meta que alcanzar, con relación a lo que el Señor quiere lograr en nuestra vida. Sin esa visión, las cosas de Dios pueden parecer sin valor. Quitaremos toda restricción para entrar en un letargo y en falta de propósito. Peor aún, cuando carecemos de metas espirituales, en su lugar nos concentraremos en metas naturales para nuestra vida. Esto sucede porque cuando Dios creó al hombre para tener dominio sobre la tierra, Él puso en el corazón del hombre el deseo de tener éxito, de ser un vencedor y de hacer grandes cosas (ver Génesis 1:26).

Las personas en todo el mundo aspiran a ser atletas, músicos, cantantes y actores populares. Otros buscan convertirse en empresarios o políticos de éxito. Sin embargo, por encima de todas estas cosas, necesitamos tener una visión de los planes eternos y gloriosos de Dios para nuestra vida. Cuando obtenemos una visión celestial del llamado de Dios, entonces las metas naturales en las que muchas personas buscan satisfacción se ven como cosas insignificantes y de corto alcance. Como ejemplo, veamos la diferencia entre los objetivos naturales y los espirituales mencionados en 1 Corintios 9:25. Pablo escribió: “ellos [los que corren una carrera] para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible”.

Sabemos que muchos atletas emplean mucho tiempo, esfuerzo y dinero en intentar ganar premios. Una encuesta realizada en uno de los Juegos Olímpicos ilustra los sacrificios que muchos atletas están dispuestos a hacer. Se les preguntó a los competidores que si existiera una droga disponible que les garantizara ganar una medalla de oro, estarían interesados en tomarla aunque uno de los efectos secundarios de esa droga fuese la muerte en cinco años. La increíble mayoría de los atletas respondieron: “¡Sí!”.

Aunque las medallas olímpicas bañadas en oro cuestan aproximadamente 26 dólares, un campeón olímpico recibe honra y honor de este mundo, por los cuales estaría dispuesto a dar hasta su propia vida aunque sólo pudiera obtenerlos por unos cuantos años. Sin embargo, ¡cada cristiano puede prepararse para recibir un mejor y más excelente peso de gloria!

Esto ayuda a mostrarnos cómo una visión o propósito nos da motivación. Cuanto más grande sea la meta, las personas están dispuestas a hacer un mayor sacrificio para alcanzar sus planes. Por eso necesitamos más revelación de Dios, pues nos motivará a soportar la preparación y a aceptar los sacrificios necesarios para alcanzar la meta del supremo llamamiento de Dios para nuestra vida. Deberíamos ser como el mercader en la parábola registrada en Mateo 13:45. Cuando ese mercader encontró una perla de gran valor, vendió todo lo que tenía para obtenerla. De modo similar, nosotros deberíamos encontrar algo tan excepcionalmente precioso en el Reino de Dios, que dediquemos nuestra vida y nuestros recursos para obtenerlo. Martín Lutero encontró el tesoro de la justificación por la fe, mientras que Katherine Kuhlman encontró las riquezas de la sanidad divina. Ellos soportaron dificultades increíbles para poder llevar a cabo sus ministerios debido a la grandeza de lo que el Señor les había mostrado.

Sin embargo, mucho más allá de los pocos años de nuestra actual vida y ministerio terrenales, ¡Dios tiene planes mucho mayores para nosotros! Pablo dijo: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18). ¡Él debió de haber tenido una vislumbre gloriosa de la esperanza futura del cristiano para que considerara que tales sufrimientos: tres palizas, tres naufragios, 196 latigazos y muchos encarcelamientos (ver 2 Corintios 11:23-28), eran algo insignificante!

Al final de su vida, el apóstol fue capaz de exclamar triunfalmente: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquél día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Timoteo 4:7-8). Pablo nos dice que una de sus recompensas eternas es una corona de justicia, mucho más gloriosa y valiosa que la perecedera corona de hojas de laurel que los atletas olímpicos de su día luchaban por obtener. ¡Asimismo, Pablo dijo en este versículo que cada cristiano puede obtener esta recompensa eterna! Hay un llamado glorioso que se ofrece a cada hijo de Dios.

UNA VISIÓN DA DIRECCIÓN

Una visión o llamado también nos da dirección. No podemos llevar a cabo todo lo que soñamos hacer con nuestra vida. Un niño puede soñar despierto con ser doctor, piloto, alcalde y un comandante del ejército, pero si intenta alcanzar todas esas metas, ¡probablemente no logrará ninguna de ellas! Necesitamos una visión de lo que Dios quiere hacer en nuestra vida para que podamos enfocarnos y disciplinarnos para cumplir ese plan específico de Dios. En 2 Timoteo 2:3-4 se nos dice que un buen soldado de Jesucristo no debe enredarse en los asuntos de la vida que pudieran estorbarle para cumplir con sus obligaciones. Al igual que el arquero que apunta al centro de la diana, nosotros también deberíamos apuntar a “la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14). Cualquier cosa por debajo de esto es pecar, porque de acuerdo al significado de la palabra griega “hamartia”, ¡pecar significa que hemos errado al blanco! Que el Señor nos ayude a cada uno de nosotros a no pecar y a no quedar destituidos de la gloria de Dios, sino a alcanzar la meta para la cual hemos sido creados.

Cuando el Señor nos da una revelación acerca de Sus planes futuros para nuestra vida, esto puede ayudarnos a estar motivados y enfocados para prepararnos. Entonces, según con qué rapidez y grado nos preparemos, podremos calificar para entrar en una medida mayor del cumplimiento de nuestro llamamiento.

Consideremos esto desde la perspectiva de un ejército. Parte del plan de Dios es que Él está preparando un ejército espiritual que traerá avivamiento y salvación a todas las naciones. Puede que nos sea revelado que estamos llamados a ser parte de este ejército, pero entonces surge la pregunta: ¿para qué posición y recompensa estaremos preparados en ese ejército?

En los ejércitos naturales hay un sistema de rangos por el que un soldado debe pasar e ir progresando; de soldado, a cabo, y finalmente a sargento. Normalmente, se requieren muchos años de preparación antes que algunos obtengan el rango de coronel o general; sin embargo, si comienza una guerra, habrá un gran número de nuevos reclutas que entrarán al ejército. A esos reclutas que no están preparados se les considerará soldados. En ese momento, los soldados más maduros serán ascendidos de rango para dirigir a esos nuevos soldados. Puede que algunos soldados experimentados sean catapultados varios rangos más arriba en un corto periodo de tiempo. En la guerra de la Revolución Americana, hubo un día en el que George Washington ¡ascendió a tres capitanes y los hizo generales!

El Salmo 110:3 dice: “Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder”. La Nueva Versión Internacional dice que esto será: “En el día de tu batalla”. Esto nos habla sobre el día de avivamiento, cuando multitud de personas decidirán servir al Señor. Ellos serán como los nuevos reclutas en el ejército que tienen que empezar al principio como soldados. Sin embargo, aquellos que tuvieron una visión de enlistarse y ser entrenados mucho antes, se verán a sí mismos preparados para ser ascendidos de rango. Puede ser que los líderes de estudios bíblicos se conviertan en pastores, y los que están ganando almas puede ser que asciendan a ser evangelistas. Por lo tanto, no queremos tan sólo esperar el día del poder de Dios para “subirnos al tren”. Si Dios nos da una visión de lo que está por venir, entonces deberíamos dedicar nuestra vida a prepararnos para ello ahora. Al hacer eso, podemos asegurarnos una mayor medida de cumplimiento del llamado de Dios para que no seamos solamente cristianos de treinta o de sesenta por uno, sino que, por Su gracia, seamos cristianos que dan fruto al ciento por uno.

DEBEMOS ESTAR CALIFICADOS PARA LA REVELACIÓN

Las Escrituras dejan claro que no todos obtendrán revelaciones de los planes gloriosos de Dios. En Mateo 7:6 nuestro Señor les dijo a sus discípulos: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen”. Cristo nos estaba diciendo que no hay que mostrar a menudo a los pecadores de este mundo las cosas maravillosas de Dios, así como no echamos perlas a los cerdos. Un grupo de cerdos se juntará avariciosamente alrededor de una persona que venga a darles algo, esperando ser el primero en meter su hocico en la tan ansiada comida que tanto les gusta. Si intentas darles de comer perlas, no entenderán su valor y su propósito; las morderán, y al ver que son tan duras e insípidas como las piedras, ¡las escupirán en el lodo mientras te atacan para encontrar la comida que quieren! De la misma manera, Dios a menudo escoge no revelar Sus riquezas a los que las desprecian y rechazan. Las revelaciones de Sus planes gloriosos les serán confiadas sólo a aquellos que las valorarán y procurarán usarlas para el propósito que tienen.

Con relación a esto, Proverbios 25:2 nos dice: “Gloria de Dios es encubrir un asunto; pero honra del rey es escudriñarlo”. Dios es glorificado escondiendo Sus secretos de aquellos que los despreciarán y abusarán de ellos; ¿pero quién puede estar calificado para descubrirlos? Son los reyes, aquellos que ya han obtenido una medida de sabiduría y responsabilidad. Ellos son los que pueden apreciar y utilizar las mayores cosas que Dios puede revelar. A ellos se les dará la capacidad de descubrir las cosas ocultas de Dios y obtener una mayor gloria. Como dijo nuestro Señor: “Porque nada hay oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de ser conocido, y de salir a la luz. Mirad, pues, como oís; porque a todo el que tiene, se le dará” (Lucas 8:17-18).

Podemos ver cómo Salomón había aprendido esta verdad en Proverbios 25:2 cuando acababa de convertirse en rey. En ese momento su liderazgo se vio desafiado por el dilema de juzgar justamente a las dos mujeres que reclamaban ser la madre de cierto niño. Después de haber investigado el asunto y juzgado justamente, eso le trajo una nueva medida de gloria, cuando toda la nación comenzó a respetar su liderazgo.

Sin embargo, este proverbio no se aplica principalmente a los reyes y gobernantes naturales; es para animar a cada cristiano, ya que hemos sido llamados a gobernar y reinar con Cristo. Parte de la preparación para nuestro gobierno incluye aprender a descubrir los secretos de Dios. Cuanta más revelación recibamos, más seremos capaces de levantarnos para ser líderes. Por tanto, si queremos ser grandes en el Reino de Dios, parte del proceso es el de aprender a descubrir los secretos de Dios por el espíritu de revelación.

Capítulo 2

LA ESPERANZA DEL CRISTIANO

En Efesios 4:4 el apóstol Pablo escribió que tenemos “una esperanza de nuestro llamado”. Los planes de Dios para cada creyente están enfocados en una meta final, un propósito final. Dios nunca ha cambiado y nunca cambiará Su propósito para la raza humana. Dios no se sorprendió por la caída de Adán y luego, de repente, ¡tuvo que pensar en un “Plan B” para la nueva situación! No, podemos leer en Efesios que somos predestinados y escogidos antes de que fuera formado el mundo (ver Efesios 1:11 y 1:4). ¡Dios ha planificado una esperanza o meta para cada cristiano!

Varios versículos ayudan a pintar el retrato de lo que es la esperanza del cristiano. Colosenses 1:27 nos dice que es “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”; en Romanos 8:29 se nos dice que estamos “predestinados para ser hechos conforme a la imagen de su Hijo”. Pedro escribió que somos “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4). El apóstol Juan fue inspirado para declarar en 1 Juan 3:2 que “seremos semejantes a Él”, y en Hebreos 2:10 está también revelado que el Padre se ha propuesto llevar “muchos hijos a la gloria”. Para intentar decir todo esto con sencillez, ¡la esperanza del cristiano es que Cristo en nosotros nos hará crecer y nos transformará para hacernos hijos de Dios maduros para la gloria!

Necesitamos el espíritu de revelación para empezar a comprender lo grande que es esta esperanza de gloria, que seremos conformados a la imagen de Cristo. Nuestra esperanza o meta cristiana va mucho más allá de sólo ser salvos de ir al infierno, o ir al cielo. Tener un ministerio exitoso y prepararnos para reinar en el Milenio también son logros muy maravillosos por los cuales el cristiano puede luchar, ¡pero necesitamos ver que hay un supremo llamamiento de Dios que sobrepasa todas estas cosas!

Dios no ha cambiado Sus planes para el hombre desde la primera vez que dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen” en Génesis 1:26. Es cierto que la caída del hombre nos ha dado a cada uno una naturaleza humana adámica corrupta. Sin embargo, por medio de la redención de Cristo podemos ser rescatados y cambiados “de gloria en gloria” a Su imagen (2 Corintios 3:18).

UN TESTIMONIO PERSONAL

Recuerdo claramente cuando era un cristiano joven y Dios empezaba a abrir mi entendimiento espiritual a la grandeza de este supremo llamamiento de Dios. Una mañana estaba caminando por un camino rural muy tranquilo, adorando y amando a mi Padre celestial con todo mi corazón. De repente, vi que había sido llevado al cielo, escondido con Cristo en el seno del Padre. Allí estaba yo, contemplando la gloria que el Padre le había dado a Cristo antes de la creación del mundo, una gloria que llenaba los cielos. Sin embargo, la atención de Dios Padre revelado en Su gloria no estaba centrada en el cielo, sino que estaba mirando hacia abajo. A través de Cristo, Él estaba mirando más allá de las galaxias y estrellas, observando nuestro planeta y mirando a una pequeña forma humana que estaba caminando por un camino, adorando a su Padre celestial. Mientras estaba escondido con Cristo en Dios, escuché la voz de la gloria majestuosa mientras Él estaba mirando hacia abajo a esa forma humana y declarando con la amorosa admiración de un padre: “Este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia”. (Algunas citas que me ayudaron a explicar esta visión incluyen Juan 17:24; 2 Corintios 12:2-4, Juan 1:18; Juan 17:5 y 22; Mateo 17:1-5 y 2 Pedro 1:17-18.)

Después de tener esta experiencia, me di cuenta que Dios el Padre me había hablado las mismas palabras que Él le habló a Jesucristo. En Mateo 4:17, al momento del bautismo de Cristo y de nuevo en Mateo 17:5 en el monte de la Transfiguración, el Padre había dicho: “Este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia”. Siendo un nuevo cristiano que había estado caminando con Dios durante sólo unos cuatro meses, mi mente luchó para entender cómo Dios Padre podía decirme a mí las mismas palabras que sólo le había dicho a Cristo en la Biblia. Sin embargo, mientras mi mente no renovada luchaba, mi espíritu vivificado abrazaba y se empapaba del recuerdo de la gloria que había visto, y en el amor del Padre que había experimentado mientras Él decía esas palabras. Fueron necesarios muchos meses antes de que mi mente pudiera empezar a entender la magnitud de lo que me había sido mostrado en un momento de revelación.

En la época en que tuve esta visión, yo era un joven que acababa de ser salvo, que había sido músico de rock y un rebelde de la sociedad. Ahora, más de 30 años después, soy un misionero preparando a muchos pastores, escribiendo artículos y libros que son leídos en todo el mundo. ¿Qué es lo que pudo cambiar tan radicalmente el curso de esta vida? Tal como un toque de corriente eléctrica puede magnetizar una pieza de metal para que apunte siempre al norte, de la misma forma fue esta experiencia de “Cristo en vosotros la esperanza de gloria” la que fijó para siempre mi espíritu en dirección al premio del supremo llamamiento de Dios.

El Señor, a través de muchas formas diferentes, puede revelar a cada creyente cuál es la esperanza futura del cristiano. Podría ser por medio de sueños y visiones, mientras leemos la Biblia o mientras escuchamos una predicación. Venga como venga, todos necesitamos aprender a orar como oró el apóstol Pablo por los creyentes de Éfeso: “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación...para que sepáis cual es la esperanza a que él os ha llamado”.

EL PLAN ETERNO DE DIOS

Esta esperanza (el que podamos ser conformados a la imagen de Cristo y ser hijos para la gloria) siempre ha sido el plan de Dios Padre. El declaró esta intención cuando dijo en la creación del hombre en Génesis 1:26: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. Para confirmar esta verdad, la genealogía de Cristo en Lucas 3:38 declara que Adán fue “hijo de Dios”.

Si Adán y Eva no hubieran pecado, ellos y sus futuras generaciones podrían haber seguido siendo hijos de Dios, conformados a Su imagen, tal como el hombre había sido creado en un principio. Sin embargo, después de su caída, a Adán y Eva se les prohibió comer del árbol de la vida y fueron echados del jardín del Edén. Esta separación de Dios, así como la naturaleza corrompida de Adán, pasaron a todas sus futuras generaciones (ver Romanos 5:12-19 y Salmo 51:5).

En Juan 8:41-44 leemos cómo nuestro Señor Jesús reprendió a los judíos religiosos que falsamente se confiaban en que Dios era su padre. Cristo les dijo: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo” porque “los deseos de vuestro padre queréis hacer”. El pecado sitúa al hombre bajo el dominio de Satanás, y hará que el pecador sea espiritualmente parte de la familia del diablo. Malentender esta verdad todavía hace que muchos, hoy, crean falsamente que son parte de la familia de Dios. Muchas falsas religiones y sectas declaran que todos ellos son “hijos de Dios” porque Dios fue originalmente el Creador y Padre de la raza humana. A menos que reconozcan las consecuencias del pecado y se vuelvan a Dios por medio de la salvación de Jesucristo, la palabra del Señor sobre ellos sigue siendo: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo”.

Sin embargo, como ya hemos mencionado, la caída del hombre en el pecado no sorprendió a Dios ni lo forzó a idear un nuevo plan. Antes de la creación, Dios, en Su infinito conocimiento de todas las cosas, ya tenía decidido cómo se iba a llevar a cabo Su plan para el hombre. Él sabía que el hombre, por medio de la creación, no permanecería como Su hijo fiel, sino que moriría espiritualmente en delitos y pecados (Efesios 2:1). Dios sabía que Cristo tendría que morir como expiación por nuestro pecado. Cristo es llamado “el Cordero inmolado desde la fundación del mundo” en Apocalipsis 13:8 porque, en el previo conocimiento de Dios de los eventos del mundo, el sacrificio de Cristo era totalmente necesario ¡y se decidió antes de la creación del hombre! Podemos leer además que desde antes de la creación, el Padre ya había decidido redimirnos para Él en Efesios 1:4-6: “según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado”.

Así que, a lo largo de la historia, Dios ha estado redimiendo y restaurando a aquellos que pusieron su fe en el Mesías, nuestro Señor Jesús. Pablo citó del profeta Oseas cómo de entre los gentiles, así como de los judíos: “Y en el lugar donde se les dijo: Vosotros nos sois pueblo mío, allí serán llamados hijos del Dios viviente” (Romanos 9:26). Aquellos que creen en el Señor Jesucristo, ahora son llevados al plan original de Dios, para que sean llamados hijos de Dios.

Esta es la esperanza del cristiano, en la cual todos ahorapodemos empezar a entrar. La Palabra de Dios declara a todo cristiano nacido de nuevo: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:1-3). Aunque ahora somos los hijos inmaduros de Dios, ¡las Escrituras nos dan esta esperanza de que continuaremos siendo transformados hasta que seamos semejantes a nuestro Señor mismo!

Este plan eterno de Dios (preparar una vasta familia de hijos) se completará en el futuro después del reinado milenario de Cristo en la tierra. En el comienzo de los nuevos cielos y la nueva tierra, Dios declara en Apocalipsis 21:7: “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo”. En ese momento, todos los cristianos habrán entrado en la plenitud de su herencia y serán los hijos de Dios, ¡para alabanza de Su gracia redentora!

JESUCRISTO SIEMPRE PERMANECERÁ PREEMINENTE

Mientras que cada uno de nosotros podemos regocijarnos en esta gloriosa esperanza, también tenemos que saber interpretar bien esta verdad de cómo seremos los hijos de Dios. Es importante entender cómo equilibrar la grandeza de nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, con el maravilloso llamado de cada creyente a convertirnos en hijos de Dios. Además, algunas personas se han desequilibrado tanto que se han declarado a sí mismos “pequeños dioses”, ¡iguales a Jesucristo!

Este tipo de orgullo y engaño satánico ha hecho que otros reaccionen en exceso y se vayan al extremo opuesto. Estos se han retirado y han dicho: “Están predicando una herejía, no habrá “hijos de Dios”, ¡sólo hay un Hijo de Dios! ¡Están exaltando la carne y cometiendo idolatría!”. Así que necesitamos entender el equilibrio de cómo el glorioso plan de Dios para Su pueblo (Cristo en vosotros la esperanza de gloria) de ninguna manera le restará valor a la única y suprema gloria de nuestro Señor Jesucristo. Nuestro Señor Jesús siempre permanecerá preeminente y exaltado por encima de todos Sus hermanos.