Esposa de un jeque - Lucy Monroe - E-Book
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Esposa de un jeque E-Book

Lucy Monroe

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Beschreibung

No se había casado con ella... ¡la había comprado! Después de un fugaz romance, el jeque Hakim bin Omar al Kadar le propuso a Catherine Benning que se casara con él. No hubo declaración de amor, pero la tímida e inocente muchacha estaba locamente enamorada del jeque y no pudo hacer otra cosa que aceptar su proposición... Después de la boda... y de la noche en la que ella le entregó su virginidad, Catherine y Kakim se fueron al desierto... donde Catherine descubrió la verdad sobre su matrimonio.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Lucy Monroe

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Esposa de un jeque, n.º 1557 - junio 2019

Título original: The Sheikh’s Bartered Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-898-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

SEÑORITA Benning!

No era la señorita Benning. Era Catherine Marie, cautiva de El Halcón, un jeque que aún vivía bajo el código del desierto, donde sólo sobrevivía el más fuerte.

En aquel momento El Halcón se estaba acercando a ella. Podía oír su voz profunda hablando en una lengua que no comprendía, dirigiéndose a alguien que estaba fuera de la tienda y que ella no conocía. Intentó desatar las cuerdas que ataban sus manos. Fue inútil. Las tiras de seda eran suaves, pero fuertes; y no pudo liberar sus manos.

Si lo hacía, ¿qué haría? ¿Correr?

¿Hacia dónde?

Estaba en medio del desierto. El sol castigaba la tienda calentando su interior. No duraría ni un día sola en el vasto erial.

Entonces apareció él, de pie en la entrada de la habitación donde la tenían cautiva. Sus facciones estaban esculpidas por la sombra. Lo único que podía ver era su cuerpo grande enfundado en sus pantalones blancos y la túnica, típicos de su pueblo. Una bata negra caía de sus hombros hasta las pantorrillas. Tenía la cabeza cubierta con el turbante que lo distinguía como jeque. La cinta que lo sujetaba a la cabeza era de piel negra trenzada.

Estaba a menos de cinco metros, pero no obstante ella no podía verle la cara, oculta en las sombras. Sólo se distinguía el contorno arrogante de su mandíbula.

–¡Señorita Benning!

La cabeza de Catherine Marie Benning se levantó de donde había estado reposando y lentamente miró lo que la rodeaba: las paredes tapizadas de seda habían sido reemplazadas por paredes de cemento, apenas alegradas por unos pósters anunciando la presentación de un libro. Eran las paredes del salón de descanso de la Biblioteca Pública Whitehaven, mucho más cerca del frío y húmedo Seattle que del desierto del Sahara.

Una luz fluorescente iluminaba las facciones de la mujer que tenía delante.

–¿Sí, señora Camden?

La señora Camden, jefa de Catherine, vestida con una chaqueta azul de un color casi idéntico al de las paredes de la biblioteca, respiró con impaciencia.

–Estaba en las nubes otra vez, señorita Benning.

Catherine se sintió molesta por el reproche en la voz de la mujer mayor, a pesar de su ilimitada paciencia. Si el hombre de sus fantasías hubiera mostrado su cara, tal vez no se habría sentido tan frustrada. Pero no lo había hecho. Aquella vez no había sido distinto. Era curioso, pero su imaginación no podía crear un rostro para el jeque. Ni tampoco se dejaba ver la cara de El Halcón en su fantasía.

–Aún estoy en la hora de descanso –le recordó amablemente a la mujer.

–Sí, bueno, pero…

Al reconocer el comienzo de un sermón que le era familiar, Catherine reprimió un suspiro. Sabía que su hora del almuerzo iba a ser interrumpida. Nuevamente.

 

 

Hakim bin Omar al Kadar entró en la biblioteca y buscó con la mirada a Catherine Marie Benning. Su foto estaba grabada en su mente. Su futura esposa. Aunque los matrimonios arreglados no eran raros en la familia real de Jawhar, el suyo sería único.

Catherine Marie Benning no sabía que iba a ser su esposa. Su padre lo había querido así.

Una de las condiciones del trato entre el tío de Hakim y Harold Benning era que Hakim convenciera a Catherine de que se casara con él sin que ésta supiera el arreglo que habían hecho su padre y el rey de Jawhar. Hakim no había preguntado por qué. Había estudiado en Occidente y sabía que las mujeres americanas no veían los matrimonios acordados con la misma ecuanimidad que las mujeres de su familia.

Tendría que cortejar a Catherine. Pero eso no sería una tarea difícil. Aun en un matrimonio arreglado, el príncipe de Jawhar debía cortejar a su prometida. Y aquel matrimonio no sería diferente. Él le daría un mes.

Hacía diez semanas, Harold Benning había informado a su tío de un posible yacimiento de minerales en las montañas de Jawhar. El americano le había sugerido hacer una sociedad entre Excavaciones Benning y la familia real de Jawhar.

Los dos hombres habían estado negociando aún los términos del acuerdo cuando Hakim había sido atacado mientras cabalgaba en el desierto al amanecer. Las investigaciones habían revelado que el intento de asesinato había sido perpretado por el mismo grupo de disidentes responsable de la muerte de sus padres hacía veinte años.

Hakim no sabía bien por qué el matrimonio de Catherine había sido parte del trato. Sólo sabía que su tío lo consideraba conveniente. La necesidad de visas permanentes podría haber sido el motivo de la familia real. Como esposo de una americana, Hakim podría conseguirlas sin problema. No habría necesidad de pasar por canales diplomáticos, y así podría preservar la intimidad y el orgullo de su familia.

La familia real de Jawhar no había pedido asilo político en los tres siglos de su reinado y jamás lo haría. Y puesto que Hakim ya se ocupaba desde hacía años de los intereses de la familia en América, que lo eligieran a él había sido lógico.

Harold Benning también había visto un beneficio en el matrimonio. Su preocupación por la soltería de su hija de veinticuatro años había sido evidente. Según él, ni siquiera había salido con chicos.

Las negociaciones de Harold Benning y su tío habían culminado en que decretasen el matrimonio de Hakim con Catherine Benning.

Hakim vio a su presa al otro lado de la sala, ayudando a un niño pequeño. Se estiró para sacar un libro de un estante, y su chaqueta negra de punto, que llevaba encima de una falda recta, llamó su atención. Se ajustaba a sus pechos y revelaba unas formas muy femeninas. Se excitó.

Aquello era inesperado. En la foto se veía una mujer bonita, pero no una exótica belleza como las que él había tenido en el pasado. El hecho de que hubiera reaccionado tan rápidamente ante semejante visión inocente lo hizo detenerse en su camino hacia ella.

¿Qué le había excitado tanto? Tenía la piel blanca, pero no de alabastro. Era rubia, pero de un tono oscuro, y con el pelo recogido como lo tenía no llamaba la atención. Sus ojos azules lo habían impresionado en la foto, y eran aún más sorprendentes al natural.

A excepción de sus ojos, no sobresalía nada de ella, pero la reacción de su cuerpo era innegable. La deseaba. No era la primera vez que sentía aquella excitación. Pero otras veces había tenido que tener más estimulación. Habían tenido que ser mujeres con unos andares felinos, una ropa adecuada, o un aspecto deslumbrante. Catherine Benning no mostraba nada de eso. Era una sorpresa, pero agradable. Una atracción física auténtica haría más fáciles las cosas. A él lo habían preparado para cumplir con su deber sin tener en cuenta la atracción personal. El país era lo primero. La familia lo segundo. Sus necesidades y deseos lo último.

Caminó y se detuvo a la izquierda de ella. Cuando el niño se marchó, Hakim alzó la mirada y descubrió que había un hombre frente al escritorio.

Catherine le señaló algo en el monitor de su ordenador, pero su mirada se dirigió un segundo a Hakim. Y luego se posó en él. Hakim la miró y luego notó por el rabillo del ojo que el hombre al que ella había estado ayudando, se había alejado. La siguiente persona de la cola pasó desapercibida, puesto que la atención de Catherine se centró en Hakim. Él sonrió.

El cuerpo de Catherine se puso tenso y su rostro se sonrojó. Pero no desvió la mirada.

El satisfacer el deber sería sólo una cuestión de transformar aquella atracción en deseo de casarse, pensó él.

–¡Señorita Benning! Preste atención. Tiene gente que atender.

Aquella mujer debía de ser la jefa de la que Harold Benning le había hablado cuando le había hecho una reseña de su hija.

Catherine se puso más colorada.

–Lo siento. Se me ha ido el santo al cielo –no se amedrentó. Se dirigió a la persona siguiente en la cola, se disculpó y les preguntó qué deseaban.

La jefa se alejó resoplando, como un militar molesto por verse privado de su grado.

Hakim esperó a que se terminase la cola y luego saludó a Catherine.

–Buenas tardes –le dijo.

Ella se sonrojó otra vez.

–Estoy interesado en telescopios antiguos y la contemplación de las estrellas. Quizás pueda indicarme alguna referencia.

–¿Es un nuevo hobby que tiene? –preguntó ella con un brillo de interés en los ojos.

Era tan nuevo como que se había interesado a partir de la conversación con el padre de Catherine.

–Sí.

El padre de Hakim había compartido la pasión de Catherine por aquel tema. Pero desde su muerte, sus libros habían permanecido en sus estantes del observatorio del palacio de Kadar.

–Es uno de mis temas favoritos. Si tiene un minuto, le mostraré la sección dedicada a ello y le aconsejaré algunos libros que me parecen particularmente buenos.

–Con mucho gusto.

 

 

Catherine intentó contener su excitación mientras guiaba a aquel hombre imponente hacia la sección científica de la biblioteca. Aquel aura de poder que emanaba era suficiente para turbarla. Pero el hecho de que tuviera las características físicas del hombre de sus fantasías le hacía perder el control por completo.

Debía medir cerca de un metro noventa. Su cuerpo era musculoso y grande; la hacía sentir pequeña, aun sabiendo que no lo era. Tenía el pelo sedoso, y apenas un poco más oscuro que sus ojos. Y de no haber hablado un inglés impecable, hubiera pensado que era el jeque de sus fantasías.

Sintió un deseo desconocido para ella. Siempre había creído que una sensación así sólo podía sentirse con el tacto. Pero se había equivocado.

Se detuvieron frente a una hilera de libros y ella sacó uno y se lo dio.

–Éste es mi favorito. Tengo una copia de la primera edición en mi casa.

Hakim tomó el libro y sus dedos se rozaron. Fue como si hubiera habido electricidad al tocarse.

–Lo siento –él la miró.

–No es nada.

Él abrió el libro y lo miró. Ella sabía que debía irse a su escritorio, pero no podía moverse.

–¿Me recomienda alguno más? –él cerró el libro.

–Sí.

Y le estuvo señalando varios libros y periódicos durante diez minutos.

–Muchas gracias, señorita…

–Benning. Pero por favor, llámeme Catherine.

–Soy Hakim.

–Es un nombre árabe.

–Sí.

–Pero su inglés es perfecto.

¡Qué tontería había dicho!, pensó. Mucha gente de origen árabe vivía en la zona de Seattle, América, y era la segunda o tercera generación de la familia asentada allí.

–Así debe ser. El tutor real se sentiría molesto si no fuera así.

–¿El tutor real?

–Perdone. Soy Hakim bin Omar al Kadar, príncipe de la familia real de Jawhar.

Ella se quedó sin aliento. ¡Había estado hablando con un príncipe durante más de diez minutos!

La idea de invitarlo a presenciar una reunión de la Sociedad de Telescopios Antiguos se le borró de la cabeza por completo al escuchar aquello.

–¿Puedo servirlo en algo más?

–Ya la he distraído más de la cuenta.

–Hay una sociedad que se ocupa del tema de los telescopios –no pudo reprimirse.

–¿Sí?

–Se reúnen esta noche –le dijo la hora y el lugar.

–¿La veré allí?

–Probablemente, no.

Estaría allí, pero se sentaría al fondo de la sala. Y él no parecía un hombre dispuesto a ver nada desde la segunda fila.

A ella tampoco le gustaba, pero no sabía cómo cambiar las costumbres de toda una vida.

–¿No va a asistir?

–Siempre voy.

–Entonces, la veré allí.

–Habrá mucha gente.

–La buscaré.

«¿Por qué?» Catherine estuvo a punto de preguntar en voz alta.

Pero en cambio sonrió y respondió

–Entonces, tal vez nos encontremos.

–Yo no dejo esas cuestiones libradas a la suerte.

Sin duda. Parecía una persona decidida.

–Hasta esta noche, entonces.

Él hizo sellar los libros que ella le había recomendado y se marchó.

Catherine lo observó irse, segura de algo: el jeque de sus sueños ya tenía cara.

Tendría las facciones de Hakim.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

CATHERINE entró en la sala de reuniones de un lujoso hotel de Seattle. A pesar de ser temprano, la mitad de los asientos estaban ocupados. Miró la sala en busca de Hakim con una sensación de mariposas revoloteando en el estómago.

¿Estaría allí?

¿Realmente la estaría buscando?

Era difícil de creer. Y más difícil reconocer las sensaciones que se apoderaban de ella ante la sola idea de verlo.

Una cara con cicatrices y el consecuente tratamiento con láser habían hecho que no saliera con chicos durante la escuela secundaria y la universidad. Su timidez había sido tan extrema entonces, que sus padres habían perdido las esperanzas de que se casara. Con el tiempo se había conformado con la idea de que moriría soltera, la tía soltera de la familia, como era tradicional, con cabello cano y casas llenas de recuerdos de otra gente. Era demasiado tímida para ir en busca de hombres y demasiado común para que fueran en busca de ella. Sin embargo, había algo en Hakim que la hacía sentirse diferente.

Y eso la asustaba.

Un hombre como aquél era imposible que le correspondiese.

–Catherine. Has llegado.

Catherine reconoció aquella voz profunda aun sin darse la vuelta.

–Buenas noches, Hakim.

–¿Quieres sentarte conmigo?

Ella asintió, incapaz de responder con su voz.

Él la acompañó a una silla en medio del salón, más cerca de la parte de delante de lo que acostumbraba a estar ella.

Hakim la ayudó a sentarse tomando su brazo, un gesto tan cautivador como alarmante. Alarmante porque eso significaba que sentiría su tacto. Sus cálidos dedos en su brazo eran suficientes para que perdiera el equilibrio.

Varias personas se dieron la vuelta para mirarlos. Evidentemente, despertaban la curiosidad de los lugareños. Una mujer le sonrió. La recordaba de la biblioteca; una persona agradable pero un poco cotilla.

Catherine miró al ponente de aquel día, que estaba hablando con el presidente de la asociación.

El ponente era una autoridad en telescopios de George Lee e Hijos. Se suponía que llevaría un ejemplar de su colección. Catherine estaba impaciente por verlo y pensó que el bulto cubierto de seda roja debía de ser el preciado objeto.

Cuarenta minutos más tarde tuvo la confirmación de su sospecha.

El ponente invitó a la audiencia a acercarse y mirarlo.

–¿Quieres verlo? –le preguntó Hakim.

Ella se encogió de hombros.

–¿Qué quiere decir ese gesto?

Catherine lo miró. Fue como una bomba que explotase en su cerebro, y casi dejó escapar un suspiro, pero se lo reprimió.

Sonrió.

–El gesto significa que probablemente me prive de ese placer.

–Te acompañaré.

¿Para protegerla?, se preguntó Catherine.

–No es eso –mintió–. Prefiero no esperar en la cola. Ya hay mucha gente formándola.

Hakim miró.

–¿Estás segura de que prefieres no verlo?

–Sí.

Hakim le interesaba más que el telescopio.

–Entonces, quizás puedas cenar conmigo esta noche y conversar acerca de mi nuevo hobby. Me da la impresión de que conoces bien el tema.

–¿Cenar?

–¿Te da aprensión cenar con un extraño?

Lo que pasaba era que nunca había estado con un jeque, ni jamás había experimentado una mezcla tal de sensaciones físicas como estando cerca de él.

–No –dijo ella, sorprendida.

–Entonces, déjame que te invite a cenar esta noche.

–No sé…

–Por favor –el tono pareció más de orden que de ruego.

Pero a ella le afectó igualmente.

–Supongo que puedo seguirte al restaurante con mi coche.

–Muy bien. ¿Te gusta el marisco?

–Me encanta.

–Hay un bonito restaurante a menos de cien metros de aquí. Podemos ir andando.

–Creo que ha empezado a llover –dijo ella.

Hakim sonrió sardónicamente.

–Si es así, te dejaré mi gabardina.

Catherine se rió al imaginar el aspecto que tendría con una prenda varias tallas más grandes.

–No hará falta. Sólo que he pensado que no te gustaría mojarte.

–No te lo habría sugerido, en ese caso.

–Por supuesto.

Fue un paseo corto. Y aunque había nubes negras, no llovió.

Se pasaron la cena hablando de su hobby favorito. Catherine se sorprendió de lo que sabía Hakim y se lo comentó.

–He leído los libros que me has recomendado esta tarde.

–¿Ya?

–Casi todos.

–¡Guau! Supongo que no has tenido que volver al trabajo.

–Todos tenemos nuestras obligaciones –dijo él con una sonrisa.

–No lo malinterpretes. Jamás te hubiera imaginado como alguien que antepone sus hobbys a su trabajo.

–Hay veces en que aparece algo inesperado en nuestras vidas y hay que ponerlo en primer lugar.

Catherine hubiera preguntado por aquella afirmación tan misteriosa, pero no lo conocía lo suficiente como para preguntarle.

Ninguno de los dos tomó postre, y él la acompañó al coche. Agarró las llaves de Catherine y lo abrió.

Le hizo señas de que entrase.

–Gracias por la cena –dijo ella antes de sentarse frente al volante.

–Ha sido un placer, Catherine.

 

 

Dos días más tarde, Hakim la invitó a ver un espectáculo el sábado. Se trataba de una especie de recorrido por las estrellas. Requería que estuvieran todo el día juntos y un viaje de tres horas a Portland. La perspectiva de pasar todo ese tiempo juntos en el espacio cerrado del coche la había tenido nerviosa todo el tiempo.

Y saltó cuando sonó el telefonillo de su piso anunciando su llegada.

Catherine apretó el botón.

–Enseguida bajo –contestó.

–Te espero –respondió él con aquella voz sensual.

Todavía no podía creer que aquel hombre tan atractivo estuviera interesado en ella.

Cuando Catherine bajó, lo encontró esperando en la entrada.

–Buenos días, Catherine. ¿Estás lista para irnos?

Ella asintió mientras lo devoraba con la mirada. Llevaba un suéter y un pantalón que realzaban sus formas musculosas. A Catherine se le secó la boca de deseo. Se lamió los labios y tragó saliva.

–Sí.

–Entonces, vamos –Hakim le tomó el brazo y la acompañó afuera, donde los esperaba una limusina negra.

–Creí que conducirías tú.

–He querido prestarte toda mi atención exclusivamente. Hay un cristal que nos da privacidad. Podemos estar todo lo solos que queramos.

Lo dijo de un modo que despertó fantasías en la mente de Catherine. Fue una sensación tan sorprendente, que ella casi dejó escapar un suspiro.

–¿Estás bien?

–B… Bien –balbuceó, casi zambulléndose en el asiento.

Catherine lamentó no poder disimular su actitud. Seguramente las mujeres que salieran con él se desenvolverían mejor que ella y no se sentirían turbadas ante su proximidad, reflexionó.

Claro que su sonrisa era letal, pensó Catherine cuando él se sentó frente a ella.

–¿Quieres algo de beber? –Hakim abrió una pequeña nevera que había en la limusina.

–Un zumo, por favor.

–Entonces, ¿son los telescopios antiguos tu único hobby?

–¡Oh, no! Soy una lectora voraz. Supongo que por eso trabajo en una biblioteca.

–Lo supuse.

–Sí, pero también me gusta hacer excursiones por zonas naturales –sonrió ella.

Hakim alzó las cejas.

–Tal vez debí decir pasear por los bosques.