Estrella de corazones - Kira Sinclair - E-Book
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Estrella de corazones E-Book

Kira Sinclair

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Beschreibung

"Esta vez lo quiero todo". El chico malo ha vuelto… a buscarla. Cuando el encantador multimillonario Finn DeLuca salió de prisión, volvió a buscar a la mujer que había dejado atrás, la madre de su hijo. Sin embargo, la diseñadora de joyas Genevieve Reilly no quería saber nada del hombre que había robado la Estrella de Railly, el diamante que pertenecía a su familia. Pero, como siempre, el ingenioso Finn se saldría con la suya y para ello iba a proponerle un trato que ella no podría rechazar…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Kira Bazzel

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Estrella de corazones, n.º 2147, mayo 2021

Título original: The Devil’s Bargain

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios

(comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina

Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-431-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Tres años.

Ese era el tiempo que había logrado evitar a Finn DeLuca, pero, al parecer, el respiro había llegado a su fin.

Genevieve Reilly miraba a su abogado esperando que se echara a reír en cualquier momento y le dijera que era una broma.

–Al menos el juez ha admitido la validez de los motivos que hemos alegado para que Noah no pernocte con él.

Era lo único positivo de esa pesadilla.

–¿Cómo ha podido pasar? Me prometiste que jamás se le permitirían visitas. ¡Es un criminal convicto, por el amor de Dios!

Lance alargó la mano en la mesa de reuniones y la puso sobre la suya con delicadeza.

–No. Te dije que era poco probable. Pero, al parecer, el señor DeLuca no solo es influyente por sí mismo, sino que además tiene amigos en las altas esferas. Anderson Stone ha hablado en su defensa como testigo de conducta.

–Otro criminal convicto.

–Con miles de millones de dólares y una campaña mediática que lo muestra como un héroe que salvó al amor de su vida de un violador.

–Qué bonito –dijo ella con sarcasmo–. Pero eso no tiene nada que ver con Finn. Finn no es un héroe. Es más, estoy segura de que es hijo del diablo.

Si no fuera por su hijo, maldeciría el día que conoció a Finn DeLuca.

Noah era lo mejor que le había pasado nunca y tenerlo le había dado fuerzas para alejarse de una vida que la estaba envenenando poco a poco. Sí, la decisión había supuesto que Noah y ella tuvieran que luchar por todo lo que tenían, pero la lucha había merecido la pena porque le permitía criar a su hijo en un entorno sano y feliz.

Lance se encogió de hombros.

–Sea o no hijo del diablo, es el padre de Noah y tiene dinero suficiente para litigar contra nosotros todo el tiempo que quiera.

Podrían recurrir la decisión del juez, pero mientras tanto Finn tendría derecho a visitas, lo cual significaba que tendría que verlo y esa era una realidad que temía y con la que soñaba al mismo tiempo.

Despertarse con su sexo palpitando al recordarlo era algo en lo que intentaba no pensar. No podía, no se lo permitiría.

Se negaba a admitir que quisiera volver a ver a Finn DeLuca.

El último recuerdo que tenía de él había sido todo menos alegre. Luces rojas y azules reflejándose en el jardín de la casa de su abuelo y la fría expresión de Finn mientras un policía lo metía en la parte trasera del coche patrulla.

A Finn lo habían pillado in fraganti con un diamante de quince millones de dólares en un bolsillo.

Un diamante que le pertenecía a ella. O, mejor dicho, a su familia.

Haber estado a punto de perder la Estrella de Reilly a manos del carismático y zalamero diablo por poco no la había arrastrado al destino que había estado evitando toda su vida: ser desheredada y repudiada. Era la amenaza que su abuelo había empleado para mantenerla a raya desde que era pequeña.

Después de perder a sus padres a muy temprana edad, su abuelo había sido la única familia que había conocido. Y aunque le había temido, era lo único que tenía. Por eso había crecido desesperada por complacerlo; desesperada por no perderlo a él también.

¿Quién le iba a decir que unos meses después del arresto de Finn iba a ser ella la que se alejara de él? La vida era irónica y no estaba hecha para los débiles.

La idea de volver a ver a Finn la removió por dentro. Era guapo, carismático, enérgico, vital y peligroso. Era la tentación personificada y, a pesar de todo eso, no se veía capaz de odiarlo por mucho que debiera.

–El abogado del señor DeLuca ha solicitado que comuniques tu lugar de preferencia para la visita. Ha expresado el deseo de su cliente de que te sientas cómoda.

¡Vaya, qué considerado! El Finn que ella conocía no era así. El hombre que recordaba era egocéntrico aunque también excesivamente generoso, pero solo porque ser encantador era algo innato en él y no porque le importaran los demás lo más mínimo. Apostaría todo lo que tenía a que esa amabilidad que estaba mostrando no tenía nada que ver con que ella se sintiera cómoda.

Finn DeLuca quería algo más que tener acceso a su hijo.

No sabía qué era, pero lo descubriría.

Al menos estaba segura de que ya no podría querer usarla para acceder al patrimonio Reilly, porque tenía que estar al tanto de su cambio de circunstancias. El cheque que le había enviado y que ella había hecho trizas era la prueba de que sabía que su abuelo ya no la apoyaba económicamente.

No necesitaba el dinero de Finn y, aunque lo necesitara, tampoco lo aceptaría.

–Dile que venga a mi casa el sábado por la mañana a las diez en punto. Después ya veremos qué hacer. Pero no se llevará a mi hijo a ninguna parte sin que esté yo. No hasta que sepa con seguridad que puede cuidar de él.

–Estoy seguro de que el señor DeLuca accederá a todo lo que quieras.

Eso no era verdad porque, si lo fuera, Finn habría respetado sus deseos y habría desaparecido de su vida para siempre.

 

 

Finn DeLuca miraba la carpeta que tenía delante. Tenía los pies sobre el escritorio junto a una foto de su hijo en un columpio.

Era igual que su hermano pequeño… antes de que todo se hubiera ido al infierno.

Los ojos azules claros de Noah brillaban de felicidad y el viento le había despeinado sus rizos rubios. Tenía los mofletes regordetes y rosados, y su perfecta boca esbozaba una amplia sonrisa.

No era la primera vez que veía la foto, ni tampoco la primera vez que la miraba perdido en una compleja madeja de emociones que no sabía desenmarañar.

Desde que había visto la primera foto de su hijo, la que le habían tomado en el hospital al nacer, se había encontrado perdido.

Bueno, eso no era del todo cierto porque había tenido una reacción similar la primera vez que había visto a la madre del niño. Genevieve le había dejado perplejo. Le había atraído como nadie lo había hecho nunca.

Miró a la mujer que estaba detrás de Noah en la foto. Tenía los brazos extendidos a la espera de que el columpio retrocediera para empujarlo de nuevo. Llevaba su melena pelirroja recogida en un moño alto y le caían algunos mechones alrededor de la cara.

Tenía el pelo largo, aunque casi nunca lo llevaba suelto. Podía contar con los dedos de una mano las veces que se lo había visto suelto y no en un moño o coleta, y esas pocas veces habían sido porque él se lo había pedido.

Recordó cómo deslizaba los dedos entre esos mechones y se deleitaba en su sedosa textura. Recordó esa melena sobre su almohada y la expresión de sus ojos verdes claros mientras sus dedos jugaban sobre su piel desnuda.

Joder, tenía que controlarse. Lucir una semierección solo con pensar en la cabeza de Genevieve apoyada sobre su almohada no lo ayudaría en nada. Al contrario, haría que ella se pusiera a la defensiva.

Y la necesitaba para poder estar con su hijo.

Sacudiendo la cabeza, metió la fotografía bajo el informe que acababan de entregarle.

–Gracias, tío. ¿Qué te debo?

Al otro lado de la mesa, Anderson Stone le respondió:

–Nada. Ya sabes que haría cualquier cosa por ayudarte. Me alegro de que por fin tengas oportunidad de reunirte con él. Han sido seis largos meses.

Lo habían sido, sí, pero por fin el asunto se iba a solucionar.

–Ya sabes que el objetivo de dirigir un negocio es obtener un beneficio –le dijo Finn a su amigo.

–Soy consciente de ello.

–Al parecer no. La cosa funciona así: cuando ofreces un servicio, le pides un pago al que se beneficia de él.

–Ah, ¿así que así es como funciona? ¿Podrías recordarme cuál de los dos tiene un máster en Gestión de Empresas?

–Que yo no tenga un trozo de papel sobrevalorado con mi nombre escrito encima no significa que no sepa de lo que hablo, y a ti tenerlo no te convierte en ningún experto.

–Pues no oigo ninguna queja sobre la información que se te ha facilitado.

No, y no se quejaría. Finn agradecía todo lo que Stone y Gray, la otra pata del trípode, habían hecho por él.

¿Quién se habría imaginado que se meterían juntos en un negocio? Cuando sus amigos le habían contado que iban a abrir Vigilancia Stone le había resultado algo inesperado, pero una vez se había parado a pensarlo, tenía sentido. Ambos sentían ese deseo de ayudar a la gente, la necesidad de enmendar sus errores.

Él, en cambio, nunca había sentido la necesidad de ayudar a nadie en su vida. La gente tenía lo que se merecía. Y los estúpidos se merecían que se aprovecharan de ellos; así aprenderían.

A él lo que le atraía era el desafío que suponían los robos, comprometer la seguridad que supuestamente nadie podía burlar. Y si de paso lograba conseguir algo que quería, pues mejor que mejor.

–Sabes que no vamos a permitir que nos pagues. Además, si te apuntas al negocio como te pedimos hace unos meses, serías socio de pleno derecho.

–No, gracias. Tengo un trabajo.

–Eso no es un trabajo. ¿Cuándo fue la última vez que pisaste Industrias DeLuca?

–Eh… hace siete años probablemente –y esbozando una sonrisa añadió–: Está claro que no me necesitan. La clave para dirigir un negocio de éxito es contratar a gente competente que se ocupe de él por ti.

Stone sacudió la cabeza. Era una discusión que habían tenido muchas veces en los últimos años. Su amigo no podía entender ese punto de vista porque provenía de una familia volcada por completo en el día a día del negocio familiar.

Finn, por el contrario, había decidido desde un principio que no quería tener nada que ver con su multimillonario negocio familiar y no sintió la más mínima culpabilidad cuando lo heredó y directamente le pasó el mando a otros.

El dinero y el éxito le permitían hacer exactamente lo que le placía.

–Robar cosas tampoco es un trabajo.

Finn esbozó una amplia sonrisa.

–No he robado nada, agente. Al menos, no desde que estoy fuera.

–Te conozco, Finn DeLuca, y te vas a aburrir. Lo único que te pido es que cuando eso pase, no cometas ninguna estupidez. Te prometo que encontraremos el modo de que emplees tus habilidades de una forma que nos beneficie a todos sin que acabes en la cárcel otra vez.

Finn se recostó más en la silla dejándola suspendida sobre las dos patas traseras y entrelazó las manos por detrás de la cabeza mientras disfrutaba de la sensación de estar manteniendo el equilibrio a la espera de que surgiera algo que lo llevara por una dirección u otra.

Le atraía el peligro de estar caminando al borde del precipicio; la posibilidad de que lo atraparan era lo que lo hacía todo tan emocionante. Sin eso…

–Stone, soy lo bastante listo como para esquivar la cárcel. Ya te lo he dicho, ella es –dijo señalando a la foto– la única razón por la que me atraparon y no tengo ninguna intención de que eso vuelva a pasar.

Stone emitió un sonido de escepticismo.

–Antes de conocerla hice más de una veintena de trabajos con éxito. Me dejé atrapar.

–Ya, ya.

–Elegí volver. Yo mismo me lo busqué.

Genevieve lo había distraído y ablandado y él había cometido una estupidez, pero no tenía ninguna intención de que eso volviera a pasar. Lo que necesitaba ahora mismo era volver a ganarse su confianza para poder conseguir acceso a su hijo.

–Parece que Genevieve va a causar sensación en el mundo de las joyas, pero su situación económica es precaria, por decir poco.

Su amigo no le estaba diciendo nada que no supiera ya. Había estado al corriente de la economía de Genevieve tanto como de la suya propia. Lo que no sabía era adónde quería llegar Stone con ese comentario.

–¿Y qué me quieres decir con eso?

–Se ha gastado un dinero que no tenía para contratar a un abogado con el que enfrentarse a ti.

–Intenté darle dinero, pero no ha cobrado el cheque –lo cual no le sorprendía, pero tenía un plan para hacerle llegar dinero. Un plan que ella no se podía permitir rechazar–. No te preocupes. Lo tengo todo bajo control.

–Espero que sepas lo que haces.

Eso mismo esperaba él.

 

 

Genevieve caminaba de un lado a otro del salón y sus tacones resonaban contra el suelo de madera noble que ella misma había pulido. Tenía los brazos cruzados y mientras se movía no podía evitar mirar hacia la calle que había frente a su pequeña casa.

Al final del pasillo oía la alegre voz de Maddie, que le estaba leyendo un cuento a Noah.

No sabía qué habría hecho sin su mejor amiga esos tres años. Había estado a su lado en todo momento, incluso en el paritorio mientras daba a luz.

También había estado presente en el momento en que Finn había entrado en su vida, durante una gala benéfica organizada por su abuelo.

Desde el primer instante se había sentido atraída por él. Finn era carismático y guapo. Todas las mujeres presentes se habían fijado en él, pero ella había visto algo más. Había percibido ese aire temerario y peligroso que se ocultaba tras una fachada refinada. Y, aun así, se había dejado tentar porque para alguien que había crecido bajo una protección y una severidad excesivas, esa tentación había resultado algo deliciosamente prohibido.

La atracción había aumentado cuando, sin pedirle permiso, él la había llevado a la pista de baile y le había acariciado su espalda desnuda. Desde aquel primer encuentro lo había deseado.

Y por desgracia, y a pesar de todo lo sucedido, una parte de ella aún lo deseaba.

Miró el reloj y le dio un vuelco el estómago. Cinco minutos.

No entendía por qué Finn había luchado tanto por ver a Noah. El hombre al que había conocido se había esforzado por evitar responsabilidades hasta el punto de subcontratar la gestión de la empresa de su familia. No tenía sentido que de pronto le hubiera invadido un deseo acuciante de ser padre.

Y lo que más le preocupaba era el impacto que todo eso podría tener en Noah. No quería que su hijo se quedara prendado de su padre y que luego Finn desapareciera o lo decepcionara.

Oyó la puerta de un coche cerrarse de golpe. Volvió a mirar el reloj. Eran las diez exactamente. Sonó el timbre.

Intentando controlar las mariposas que le revoloteaban por el estómago, fue a abrir la puerta.

Y se quedó sin aliento.

Estaba tal cual lo recordaba.

Esos hombros tan musculosos y casi tan anchos como la puerta le impedían ver el coche aparcado detrás. Se preguntó si aún conduciría el Maserati con el que había recorrido la ciudad a toda velocidad y prácticamente provocando a la policía a que lo detuvieran.

Era un temerario, todo lo contrario a ella. Y sin duda eso era lo que la había atraído en un primer lugar. Finn DeLuca era como una preciosa tormenta impasible a lo que arrasaba a su paso.

Tenía el cabello casi negro azabache y una incipiente barba, pero fueron sus ojos los que la atraparon. Como siempre. Eran tan oscuros que casi parecían negros, aunque había estado lo suficientemente cerca de él como para saber que en realidad eran de un intenso tono marrón café. Sin embargo, lo que la había atraído más que el color en sí había sido el modo en que la miraba, como si de verdad la estuviese viendo al completo; viendo incluso todo lo que ella se esforzaba por ocultar al mundo.

Había sido como un diablo que la tentaba a pecar, a ser atrevida. Con él se había sentido poderosa, inteligente y bella.

Finn DeLuca había tenido la extraordinaria habilidad de hacerle sentir que no tenía secretos y que tampoco los necesitaba. Y, efectivamente, no había podido ocultarle nada porque él había investigado cada maldito aspecto de su vida y después había utilizado toda esa información en su contra. Para hacer que le importara.

Que lo amara.

Que confiara en él.

Y todo con el fin de robar lo que quería, la Estrella de Reilly, sin importarle el dolor que podía causarle.

–Genni, los vecinos podrían empezar a hablar si me dejas aquí de pie en tu porche todo el día.

–No me llames así –le respondió mientras retrocedía.

Él se detuvo un instante a su lado antes de entrar en la casa y por un segundo Genevieve se pensó que iba a tocarla. Pero Finn se limitó a mirarla y a lanzarle esa peligrosa y pícara sonrisa, la misma que siempre había hecho que le temblaran las piernas. Porque por mucho que detrás ocultara alguna idea nefasta, esa sonrisa siempre la había dejado descolocada y llena de placer.

Sin embargo, eso ya no sucedería más.

Cerró la puerta, se situó en mitad del salón y se cruzó de brazos.

–No sé qué pretendes conseguir aquí, Finn, pero sea lo que sea, no lo tendrás.

–Lo único que quiero es conocer a mi hijo. Estás muy guapa, Genni.

–Los dos sabemos que no funciona así, así que déjate de chorradas. Aún no sé qué pretendes, pero lo averiguaré. Y por si no lo sabes, aunque seguro que ya te habrás enterado, ya no tengo acceso al patrimonio Reilly.

–Sí, estoy al tanto de todo. ¿Por qué crees que te extendí aquel cheque?

–Por cierto, lo hice trizas y te lo puedo devolver, si quieres. Y, para que quede claro, conmigo no te van a funcionar los halagos. Los dos sabemos que tienes la capacidad de soltar palabras bonitas sin ninguna sustancia, así que no malgastes saliva.

El rostro de Finn se tensó y su boca adoptó una expresión que ella no había visto nunca, seguramente porque ese hombre solo le había mostrado lo que había querido que viera.

–Lo que digo lo digo en serio. Todo lo que te he dicho siempre ha sido verdad. Puede que haya hecho cosas, pero jamás te he mentido.

Genevieve se rio.

–Menos cuando me dijiste que podía confiar en ti y me prometiste que jamás me harías daño.

–Lo siento, Genevieve.

Era tentador creer que esa breve disculpa pudiera ser real. Notó sinceridad en sus palabras.

–Ya da igual. Por mucho que te lo merezcas, no te odio. Me diste a Noah y, aunque no haya sido del modo que habría preferido, me enseñaste que podía tener una vida que no creía posible y me diste confianza para luchar por mi hijo y por mí. Ahora soy más feliz, pero eso no significa que tenga intención de perdonarte o de olvidar cómo me usaste y manipulaste.

Se le acercó, lo miró fijamente y añadió:

–Te prometo que jamás te permitiré que manipules o hagas daño a nuestro hijo. Así que, por tu bien, espero que me estés diciendo la verdad porque ya no soy la chica ingenua y maleable que conociste hace tres años.