Secretos en Las Vegas - Kira Sinclair - E-Book
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Secretos en Las Vegas E-Book

Kira Sinclair

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Beschreibung

Aparentar no tener principios le servía para ocultar su faceta de bienhechor, pero ella se dio cuenta de cómo era realmente. Dominic Mercado cultivaba su imagen de rico mujeriego desaprensivo adrede, le servía de tapadera para ayudar a mujeres en situaciones desesperadas sin que nadie se enterase. Pero el artículo que la prestigiosa periodista Meredith Forrester estaba a punto de escribir le delataría.Hacía muchos años que Meredith, amiga íntima de su hermana, le gustaba. Pero ahora, entre secretos y una irresistible atracción mutua, ¿iba Dominic a atreverse a revelar la verdad a Meredith y arriesgarlo todo?

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Seitenzahl: 167

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Kira Bazzel

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Secretos en Las Vegas, n.º 2157 - marzo 2022

Título original: Secrets, Vegas Style

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-395-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

La mejilla le dolía; normal, teniendo en cuenta que una mujer le acababa de dar una bofetada.

Dominic Mercado suponía que, a lo largo de su vida, se había merecido unas cuantas bofetadas; pero, sorprendentemente, esa era la primera vez que le había ocurrido. Lo que le había puesto de muy mal humor. En primer lugar, porque no se lo había merecido. En segundo lugar, porque quien lo había hecho era la guapísima y activa Meredith Forrester, una pelirroja que le tenía harto.

A Meredith le brillaban los ojos de furia, desilusión e indignación. Estaba claro que había ido a su club para discutir con él. Lo que no debería intrigarle, pero así era. Sobre todo, teniendo en cuenta que no la había visto en casi dos años.

Y la pregunta era: ¿qué demonios había hecho él?

A fin de cuentas, eso daba igual. Aunque regañar con Meredith y su afilada lengua siempre había sido uno de sus pasatiempos favoritos, aquella noche tenía asuntos más importantes con los que ocupar su tiempo, asuntos que había desatendido porque Gray Lockwood le había hecho una visita.

En vez de responder a la agresividad de ella con su propia agresividad, Dominic decidió sonreír.

–Yo también estoy encantado de verte, Meredith.

–A mí no me engañas con esa sonrisa y esa mirada. Te conocía ya cuando tenías la cara llena de granos por el acné juvenil.

La sonrisa de Dominic se agrandó. Esa mujer era un terremoto. El eco de toda esa energía le provocó un vuelco en el estómago, le ocurría siempre que estaba cerca de ella. De ser otra persona, la habría seducido mucho tiempo atrás.

Pero Meredith era la mejor hermana de su hermana y fuera de su alcance.

–Ya veo que no has cambiado nada. Tan aguafiestas como siempre.

–Tú tampoco, si lo que ha llegado a mis oídos es cierto.

Teniendo en cuenta que, como propietario del club de noche más de moda en Las Vegas, se pasaba las noches entre ricos y famosos, cualquier rumor podía haber llegado a oídos de Meredith. Su nombre se asociaba constantemente a un famoso u otro. Solo la mitad de los chismorreos eran ciertos. Pero no lograba adivinar cuál era el que había hecho que Meredith le diera una bofetada.

Meredith evitaba Excess, su club, como la peste. El club no tenía categoría suficiente para ella.

Dominic se acercó a Meredith e, intencionadamente, paseó la mirada por el ceñido vestido plateado que dejaba ver todas las curvas de su cuerpo.

–La verdad es que me da igual lo que hayas oído. Pero como ya no eres una niña, supongo que no deberías prestar atención a los cotilleos.

Meredith le apartó de un empujón en el hombro.

–Yo no soy una cotilla, Nic. Y tampoco me sorprende que no me tomes en serio. Nunca lo has hecho.

Nic lanzó una carcajada.

–¡Por favor! Eres suficientemente seria por los dos. Eres el vivo ejemplo de la seriedad.

Estaba dispuesto a apostar todo el dinero que tenía en el banco a que Meredith nunca en su vida se había saltado una regla ni había quebrado una ley. Su vida entera era perfección y control.

Esa clase de vida le volvería loco a él.

–Y eso, ángel mío, siempre ha sido tu problema –Dominic extendió el brazo y pasó los dedos por esos dorado rojizos cabellos–. No sabes lo que es la diversión.

Meredith movió la cabeza violentamente, librándose de sus dedos, y le lanzó una furiosa mirada.

–Sé lo que es la diversión. Lo que pasa es que no me interesa divertirme contigo.

Meredith no quería tener nada que ver con él. Siempre había sido una chica lista.

–Lo que sí me interesa es lo que me han dicho: que tú y tu club estáis involucrados en tráfico humano.

«¡Mierda!»

Eso sí que no le pilló desprevenido. Pero evitó reaccionar. Se le daba bien disimular sus reacciones debido a años de práctica. El abuso físico y verbal de su padrastro le había enseñado a ocultar lo que pensaba y sentía.

–Meredith, creía que eras lo suficientemente inteligente para distinguir entre rumores y hechos.

Los ojos de ella echaron chispas y sus exquisitos labios dibujaron una línea recta.

–Y lo hago. El rumor va acompañado de pruebas. Pruebas de las que todos los medios de comunicación americanos se van a hacer eco a partir de mañana por la noche.

«¡Mierda, mierda, mierda!». Meredith Forrester tenía muy buena reputación desde hacía años, cuando expuso un escándalo de corrupción en el que estaba involucrada la secretaría del vicepresidente, seguido de otro escándalo de abuso sexual en el mundillo de la música.

Las pruebas a las que Meredith se había referido debían ser suficientemente sólidas como para haberse presentado en Excess casi a medianoche para enfrentarse a él. Dominic siempre había sido consciente de la posibilidad de que sus buenas acciones acabaran volviéndose contra él. Simplemente, no había estado preparado.

Tampoco había previsto que Meredith se viera envuelta en ello.

Era un mal momento. Porque si Meredith se marchaba de allí sin más, él iba a añadir otro nombre a la lista de mujeres desaparecidas. Y no porque formara parte de ningún grupo dedicado al tráfico humano, sino porque él, con la ayuda de Gray Lockwood, Anderson Stone y Stone Surveillance, apoyaba y ayudaba a desaparecer a víctimas de abusos.

Justo esa noche lo habían preparado todo para que otra víctima, Tessa, desapareciese. Y aunque lo de Meredith iba a perjudicarle, estaba dispuesto a enfrentarse a lo que fuera con tal de poner a salvo a Tessa.

Meredith, enseñándole los dientes, se le acercó.

–¿Tienes idea del daño que esto le va a hacer a tu hermana? Va a destrozar a Annalise.

A Dominic le dio un vuelco el estómago.

–¿Qué pasa con la presunción de inocencia? –preguntó Dominic arqueando una ceja.

Meredith lanzó un gruñido.

–Soy periodista, no abogada. Si lo que he visto es verdad, doce miembros de un jurado darán su veredicto.

Lo único que Dominic quería era enterrar las manos en esa espesa cabellera rojiza y ahogar las palabras de ella con su boca. Quería absorber el calor de Meredith y saborear ese rígido control que ejercía sobre sí misma.

Por desgracia para él, deseaba a Meredith desde hacía mucho tiempo. Por fortuna para él, no había hecho nada al respecto. Porque lo que menos necesitaba en esos momentos era tener algo que ver con la estricta, idealista y perfeccionista amiga de su hermana menor.

Meredith sacudió la cabeza y dijo:

–Siempre me has parecido un ególatra y un hedonista que solo busca el placer a cualquier precio. Pero esto… Jamás creí que fueras capaz de algo tan deleznable.

Las palabras de Meredith le hicieron más daño que la bofetada que le había dado. En un intento por recuperar la compostura, Dominic respiró hondo.

–Por mucho que me agrade charlar contigo… No, eso no es verdad. Digamos que… por mucho que me aburra hablar contigo, te agradezco que te preocupes por mi hermana, pero te aseguro que ni ella ni yo necesitamos tu ayuda. Y ahora, si no te importa… Tengo trabajo.

Y una víctima a la que proteger.

Entonces, acercándose a ella, le dio un beso en la mejilla y murmuró:

–Diles a los camareros que eres mi invitada esta noche, así que tómate lo que quieras –Dominic se apartó de ella y esbozó una sonrisa que llevaba perfeccionando desde los quince años–. Y no hagas nada que yo no haría.

 

 

«No hagas nada que yo no haría», repitió Meredith mentalmente.

Conocía a Dominic de mucho tiempo, desde que Annalise y ella se hicieron amigas en el colegio. Y aunque Dominic nunca le había caído bien, comprendía el atractivo que tenía para las mujeres. Era un hombre encantador y sofisticado, hacía sonreír y reír a todo aquel que se acercaba a él. Era divertido y animado. Y, gracias a su personalidad, había tenido un gran éxito en su negocio.

No quería que la información que había recibido fuera cierta. ¿Dominic involucrado en tráfico de personas?

Había ido a Excess con la esperanza de que Dominic le diera una explicación. ¿Era posible que alguien le estuviera tendiendo una trampa? ¿O que alguien estuviera utilizando el club de Dominic para el tráfico humano sin que Dominic lo supiera?

Pero nada más verle, había estallado, le había acusado y le había dado una bofetada. Se reprochaba haber reaccionado así.

Pero Dominic no le había dado ninguna explicación y, para colmo, no había dejado de sonreír. Lo que era realmente preocupante.

Hasta el momento de recibir ese correo electrónico, Meredith creía que Dominic podía ser muchas cosas, pero no un malvado. No obstante, si estaba involucrado en tráfico de personas…

Meredith sintió náuseas.

¿Por qué se lo estaba tomando como algo personal?

Por supuesto, Annalise era su mejor amiga y una persona sumamente importante en su vida; sin duda, esa información sobre su hermano la afectaría enormemente. Annalise adoraba a su hermano.

Meredith podía retrasar un par de días la publicación de la información recibida, pero no más. En el correo electrónico habían incluido una clara amenaza: si no publicaba lo publicaba ella, lo haría otra persona.

Meredith se sacudió la mano, todavía le dolía de la bofetada que le había dado a Dominic. Nunca antes había pegado a una persona, y se daba cuenta de que su reacción había estado fuera de lugar.

Había sido inaceptable.

Aunque a Dominic no había parecido importarle.

Ese hombre tenía la habilidad de sacarla de quicio, de toda la vida. Dominic Mercado le causaba una profunda frustración. De cara a la galería, parecía no importarle nada; pero ella, en lo más profundo de su ser, sabía que no era así.

Porque había visto cómo se preocupaba por su hermana. Él no se preocupaba por las consecuencias de sus actos, todo lo contrario que le ocurría a ella; entre otras cosas, porque no se lo podía permitir. Al contrario que Dominic, ella no tenía un padre multimillonario que le sacara de apuros cuando se metía en líos. No tenía el poder que daba el dinero. De haber hecho algo malo, habría perdido la beca que le había permitido estudiar en un buen colegio, su reputación se habría visto seriamente afectada y ahora podría perder su trabajo.

Con un suspiro, Meredith pensó en acercarse al bar para tomarse una copa de tequila, pero decidió que eso no iba a ayudarle a solucionar el problema que tenía entre manos. Además, la música le estaba causando dolor de cabeza.

Sorteando mesas y gente, Meredith se estaba dirigiendo directamente hacia la salida cuando, de repente, alguien la agarró por el brazo, deteniéndola.

–Hola, guapa, ¿adónde vas?

Meredith alzó el rostro y se encontró delante de un hombre al que no había visto en su vida. No era mal parecido, pero sus ojos no disimulaban sus intenciones. Ella tomó nota del elegante y caro traje, el reloj de marca y unos zapatos que debían costar una fortuna. Borracho y privilegiado. Ese era el motivo por el que nunca iba a Excess.

–Suélteme –dijo Meredith haciendo un esfuerzo por mantener la calma.

–Vamos, no seas tonta, guapa. Solo quiero hablar. ¿Por qué no te tomas una copa conmigo? –dijo el hombre con voz espesa, haciendo uso de su altura para atraerla hacia sí.

Meredith contuvo un súbito ataque de angustia. Ese individuo estaba demasiado borracho y tenía un complejo de superioridad excesivo como para darse cuenta de que a ella no le estaba haciendo ninguna gracia.

Por lo tanto, decidió ser más directa.

Meredith fue a agarrarle la entrepierna con la intención de hacerle tanto daño como pudiera. No obstante, su mano no llegó al objetivo. Otra mano se la agarró. Otro brazo le rodeó la cintura, tirando de ella hacia atrás, hacia un sólido y cálido pecho.

–Eres increíble. No se te puede dejar sola ni cinco minutos sin que te metas en líos.

Esas palabras le habían sido susurradas al oído. Pero, al otro hombre, Dominic le dijo:

–La próxima vez que quiera poner las manos encima de una dama en mi club, le sugiero que antes se asegure de que ella esté de acuerdo.

El hombre balbuceó e intentó disculparse sin éxito. Dominic le ignoró y llamó a uno de los encargados de seguridad.

–Por favor, acompañe a este hombre a la salida y asegúrese de que sale de mi propiedad.

–Pero… estoy aquí con unos amigos, me van a llevar a casa en su coche.

Dominic se encogió de hombros.

–En ese caso, le sugiero que busque un taxi. O también puede decirles a sus amigos por qué le hemos echado del club.

El de seguridad, sin siquiera pronunciar palabra, indicó al hombre que se pusiera en marcha hacia la salida, delante de él.

Meredith supuso que Dominic la soltaría en el momento en que aquel tipo desapareciera, pero no fue así. De hecho, se quedaron donde estaban, juntos, en medio del concurrido club, un momento de inmovilidad entre el caos.

Dominic, rodeándole la cintura con más fuerza, la acercó hacia su cuerpo. Ella se quedó muy quieta, el corazón le latía con fuerza y apenas podía respirar.

Tenía miedo de moverse. No porque estuviera asustada ni preocupada, sino porque la sensación de los brazos de Dominic rodeándole el cuerpo era maravillosa.

A pesar de no querer que lo fuese.

Por un lado quería verle la cara; pero, al mismo tiempo, se alegraba de no vérsela. No quería saber si Dominic estaba enfadado con ella, a pesar de tener todo el derecho del mundo a estarlo por lo de antes en su despacho, pero aún no estaba dispuesta a pedirle disculpas por la bofetada.

Tampoco quería ver esa expresión sensual que Dominic había perfeccionado mucho tiempo atrás, una expresión a la que quizá no pudiera resistirse.

Dominic la soltó, muy despacio. Entonces, la apartó de sí y la hizo volverse de cara a él.

–¿Estás bien? –preguntó Dominic con una voz que era puro sexo, a pesar de que su expresión no tenía nada de sensual.

Meredith no sabía por qué se sintió desilusionada.

Tragó saliva, quería sentir la cólera y la decepción que había sentido al ir al club. Desgraciadamente, no lo consiguió.

–Sí, ya estoy bien. Y también lo estaba antes de que aparecieras. Soy mayorcita y sé cuidar de mí misma.

Le vio tensar la mandíbula y empequeñecer sus oscuros ojos.

–Eres demasiado lista como para decir semejante estupidez. Sabes perfectamente lo vulnerables que son las mujeres. ¿Cuántos artículos has escrito sobre abuso sexual? ¿Cuántos has escrito sobre asesinatos?

–Demasiados.

Dominic abrió la boca para decir algo, pero pareció pensárselo mejor. Después, sacudió la cabeza y dijo:

–En estos momentos no dispongo de tiempo para seguir hablando. Pero retiro la invitación, nada de quedarte aquí a tomar una copa, te vas ya mismo.

–¿Por qué me echas? Yo no he hecho nada.

–Te echo porque no tengo tiempo para hacer de niñera.

–No necesito una niñera ni la he necesitado desde hace mucho.

Dominic no respondió, pero enarcó las cejas a modo de desafío. Cosa que la irritó profundamente.

Dominic llamó a otro miembro del equipo de seguridad, una mujer alta y esbelta vestida de negro. La mujer era preciosa, con piel dorada y ojos oscuros que parecían vigilarlo todo.

–Por favor, acompañe a la señorita Forrester a su vehículo y asegúrese de que se vaya.

En esta ocasión, fue Meredith quien balbuceó. Le resultó frustrante no saber qué decir.

Por segunda vez aquella noche, Dominic la echó y se alejó.

Quiso gritarle e insultarle, pero no lo hizo porque valoraba enormemente su dignidad; además, habría dado lo mismo.

Por tanto, permitió que la otra mujer la sacara del club. No quería causarle problemas y no era culpa suya.

Además, no tenía ningún motivo para quedarse allí.

Una vez en el coche, Meredith lo puso en marcha y ordenó al coche que llamara a su mejor amiga.

Y sintió un gran alivio cuando le salió el contestador automático.

–Annalise, llámame cuando puedas. Tengo que hablar contigo.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Dominic todavía no se había calmado. Le había costado un enorme esfuerzo no tumbar de un puñetazo al sinvergüenza que había tocado a Meredith.

No habría sido aconsejable. Pagaba mucho dinero por el equipo de seguridad que se encargaba de ese tipo de problemas, el dueño del establecimiento no debía intervenir, no era bueno para el negocio. Sus clientes esperaban de él que fuera un tipo divertido y que dirigiera el local de tal modo que les ayudara a relajarse y a pasar un buen rato.

Tumbar a un tipo de un puñetazo destrozaría la imagen de tipo despreocupado que tanto se había esforzado por cultivar.

Dominic se había visto envuelto en muchas situaciones como esa con Meredith, pero jamás había reaccionado de forma tan visceral.

No obstante, no tenía tiempo para analizar su reacción en ese momento.

Delante del ventanal de su oficina desde el que podía ver el club en el piso inferior, Dominic respiró hondo. Se enorgullecía de haber creado un establecimiento en el que la gente se sintiera segura y cómoda, un lugar para divertirse. La realidad no existía dentro de Excess; allí, los problemas se esfumaban. Su intención era conseguir que todas las noches fueran una fiesta, una oportunidad para desfogarse en un ambiente seguro.

El mejor alcohol, una cocina de cinco estrellas, la música de moda y mucha gente famosa. Cada cliente de Excess podía formar parte de la élite de Las Vegas; al menos, durante un rato.

Jake, a sus espaldas, se acercó:

–Todo arreglado, jefe.

Dominic asintió.

–Vamos a tener que hacer algunos cambios.

–¿Por la marca de una mano que tienes en la cara?

Dominic forzó una sonrisa. Su amigo Jake llevaba con él ocho años, desde que inauguraron Excess, después de que Jake dejara el ejército y mientras buscaba trabajo como agente de seguridad. Ahora, Jake dirigía el equipo de seguridad de los clubs Excess Inc.

Y cuando Dominic le propuso participar en la protección de mujeres víctimas de abusos, Jake no dudó en aceptar.