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Ómnibus Deseo 518 Un corazón rebelde Ella le debía una segunda oportunidad, y él estaba preparado para disfrutarla. Anderson Stone haría cualquier cosa para proteger a Piper Blackburn. Hasta ir a la cárcel. Incluso apartarla completamente de su vida por su propio bien. Pero cuando, transcurridos diez años, volvió a encontrarse con aquella belleza tan vulnerable, descubrió que seguía deseándola, y también que ella seguía teniendo secretos. Una vez, Piper le había confiado su vida, y por ello perdieron su pasado. ¿Cuánto estaban dispuestos a arriesgar ahora por tener un futuro? Estrella de corazones «Esta vez lo quiero todo». El chico malo ha vuelto… a buscarla. Cuando el encantador multimillonario Finn DeLuca salió de prisión, volvió a buscar a la mujer que había dejado atrás, la madre de su hijo. Sin embargo, la diseñadora de joyas Genevieve Reilly no quería saber nada del hombre que había robado la Estrella de Railly, el diamante que pertenecía a su familia. Pero, como siempre, el ingenioso Finn se saldría con la suya y para ello iba a proponerle un trato que ella no podría rechazar…
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Seitenzahl: 352
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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28036 Madrid
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 518 - junio 2023
© 2020 Kira Bazzel
Un corazón rebelde
Título original: The Rebel’s Redemption
© 2020 Kira Bazzel
Estrella de corazones
Título original: The Devil’s Bargain
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2021
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1141-751-8
Créditos
Un corazón rebelde
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Epílogo
Estrella de corazones
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Diez años era mucho tiempo aunque, al parecer, no lo suficiente para cambiar ni una sola maldita cosa.
Nada podía demostrarlo más que encontrarse apoyado en la balaustrada de la casa de sus padres, contemplando a toda aquella gente deambulando por el jardín, todos ellos esperando poder verlo.
Y la única persona a la que él quería ver era a la mujer de la que debía mantenerse alejado.
Las parejas bailaban y reían, tomando champán en flautas de delicado cristal, celebrando su vuelta como si se hubiera pasado aquella década disfrutando de una isla privada, y no en la cárcel. Pero ni el lujo ni la diversión podían ocultar la tensa espera, el regodeo en sus expresiones, la sed de cotilleos. Aquella velada era una farsa cuyo final avanzaba inexorablemente hacia él, y no había maniobra que pudiera impedir lo que sabía que iba a ocurrir. Anderson Stone, el hijo pródigo, por fin estaba en casa, y todo aquel que fuera alguien en la sociedad de Charleston se había puesto sus mejores galas para poder examinarlo de arriba abajo y cuchichear a sus espaldas.
Al menos, en la cárcel, el enemigo era fácil de identificar, pero allí todo eran sonrisas justo antes de arrastrar tu reputación por el barro en cuanto se presentase la oportunidad.
–Cariño, ¿qué haces aquí arriba? Deberías estar en el jardín. Tus amigos están deseando darte la bienvenida.
Stone se volvió. Su madre ya había cumplido largamente los sesenta, y seguía estando preciosa. Su cabello oscuro se había trenzado de plata en los últimos diez años y algunas arrugas más partían de sus ojos, pero nada –ni siquiera ver cómo sacaban a su hijo de la sala del tribunal esposado– podía apagar la luz que brillaba en el fondo de sus ojos azules, o disminuir la confianza serena de su sonrisa.
Se acercó a él y le ofreció la mejilla para un beso, un cariño que él le mostró sin dudar. Ya le había dado bastantes sinsabores. Pero no hizo ademán de decidirse a bajar las escaleras para sumergirse en aquellas aguas repletas de tiburones.
–Cariño –dijo su madre en voz baja, y apoyó delicadamente una mano en su espalda, viendo cómo apretaba en la mano el vaso de whisky. ¿Quién se iba a imaginar que a los treinta, con todo lo que había visto y vivido, iba a seguir necesitando el contacto de su madre para que lo calmara como un niño asustado por una pesadilla?–. Sé que en este momento estás luchando contigo mismo, pero estas personas han venido a apoyarte.
Sí, ya. Le costaba creerlo, pero no iba a destruir la dulce visión que su madre tenía del mundo.
Había sido condenado por asesinato. Había matado a otro miembro de la jet-set. Daba igual que ese bastardo mereciera la muerte, porque solo una persona más conocía esa verdad, y él haría lo que fuera para conseguir que eso siguiera siendo así. Incluso declararse culpable y cumplir condena.
–Quedarte aquí de pie no te lo va a poner más fácil.
En eso tenía razón, así que respiró hondo y apuró el vaso. Sí que había echado de menos un buen licor como aquel. Se obligó a sonreír con la esperanza de que su madre no se diera cuenta de lo falso del gesto, y se encontraba ya cerca de la escalera cuando su voz dulce lo detuvo.
–Anderson.
Ella era la única persona que lo llamaba por su nombre de pila. Se detuvo y se volvió a mirarla.
–Estoy orgullosa de ti, hijo.
Pues no podía comprender cómo era posible, pero lo había educado bien y no era el momento de empezar a discutir con ella.
–Tienes todo el tiempo del mundo para decidir qué quieres hacer. Sé que tu padre te ha ofrecido un puesto dentro de la empresa, y a los dos nos encantaría que aceptaras, pero ni él ni yo esperamos que tomes esa decisión ahora mismo. Tómate tu tiempo. Disfruta de la libertad.
Stone asintió. No tenía valor para decirle que no le interesaba unirse a Anderson Steel. La empresa se llamaba así por el abuelo de su madre. En una época en la que pocas eran las mujeres que podían ocupar puestos de responsabilidad en los negocios, sus padres habían ocupado los cargos de gerente y vicepresidente desde mucho antes de que él naciera.
Siempre le había maravillado su capacidad para trabajar juntos todo el día y seguir tan enamorados. Él era lo más importante para ellos, pero nunca había sentido esa profunda conexión. De hecho, nunca había deseado entrar en la empresa, aunque diez años antes no se le habría ocurrido pensar que deseaba tomar otro camino. Sin embargo, en aquel momento… perder diez años de libertad te hacía replantearte hasta la decisión más simple de tu vida.
Ya no le interesaba cumplir con lo que se esperaba de él, en particular en lo referido a participar en Anderson Steel, pero el problema era que aún no tenía otro camino. Aún.
Ya cruzaría ese puente más tarde. Los problemas, de uno en uno.
No había puesto el pie en el último peldaño de la escalera cuando la música suave que se deslizaba por el salón de baile cesó, y todas las miradas de la sala aterrizaron en él.
No tenía ni idea de lo que estarían viendo o pensando y, francamente, no le importó. Bueno, no exactamente. Había una persona que sí le importaba, aunque no debería.
Había sentido su presencia nada más entrar ella en el salón, pero iba a hacer cuanto pudiera por ignorarla, al igual que iba a ignorar miradas y susurros.
Piper Blackburn permanecía en la zona menos iluminada del salón y, a pesar de la copa de Merlot que se había tomado, seguía sintiendo la garganta seca y áspera.
No podía apartar la mirada de él, como tampoco podía controlar el temblor de las manos. Mejor dejar a un lado la copa, no se le fuera a caer. Lo último que quería era llamar su atención. O mejor dicho: no quería llamarla aún. Tenía que estar más tranquila antes de enfrentarse a él. Antes de dar rienda suelta a la frustración acumulada durante diez años, al dolor, a la culpa.
Cerró los ojos y respiró hondo varias veces, empleando las técnicas de relajación que enseñaba a sus pacientes. Cuando se sintió un poco más centrada, los abrió de nuevo, e inmediatamente perdió lo conseguido, pues Stone seguía en su línea de visión, alto, fuerte y guapo como el mismo demonio. Estaba parado, como desafiando a quienes lo escrutaban.
Parecía distinto, pero no podía esperar otra cosa. Diez años en la cárcel cambiarían a cualquiera, ¿no? Lo veía más grande. No más alto, porque con veinte años ya medía más de metro ochenta, pero sí más musculado, con más volumen. Más duro, no solo en cuerpo, sino en actitud. El muchacho que ella conocía se movía con gracia, y esa gracia seguía presente, pero era como si su exterior de seda cubriese un interior de puro acero.
Un brote de risa histérica siguió a su propio chiste. Interior de acero para el hijo de los magnates del acero. Tenía que controlarse si quería que el discurso en el que había estado trabajando saliera como tenía planeado. Lo contrario la cabrearía sobremanera.
Aquella noche era la vuelta de Stone a la sociedad y la libertad, pero al mismo tiempo era también el cierre de una etapa, la última pieza que ella necesitaba para dejar atrás el pasado de una vez por todas.
Los murmullos se recuperaron poco a poco. La gente comenzó de nuevo a moverse. Alguien se abrió paso entre los asistentes para propinarle una palmada en la espalda a Stone y darle la bienvenida. Durante casi una hora, Piper permaneció en la parte más alejada, viéndole saludar a personas que conocía de toda la vida con una expresión vacía. No sonrió, ni rio. Se mostró solo educado y confiado, remoto e inalterable.
Era distinto, y la culpa era suya.
Sin embargo, no por ello iba a dejar de hacerle las preguntas para las que llevaba diez años esperando una respuesta.
Aguardó a que llegase su momento y, cuando lo vio acercarse a su madre para decirle unas palabras al oído y encaminarse después a la escalera, supo que era ahora o nunca.
Respiró hondo y echó a andar pegada a la pared, evitando la escalera principal que Stone había utilizado en favor de otra más pequeña, reservada al personal de servicio. Aquella casa le era tan familiar como si fuera suya. Puede que incluso más. La conocía de cabo a rabo. La había explorado con el hombre que intentaba escapar de la fiesta organizada en su honor.
Escapar de ella. Pero ya se había cansado de que la ignorase.
La pesada puerta de madera que cerraba el paso al final de la escalera daba a un tranquilo corredor, y llegó justo a tiempo de ver cómo se cerraba la puerta de la biblioteca que había al otro extremo. Tendría que haberse imaginado que iría allí, al lugar en el que tantas horas habían pasado juntos. La estancia llena de felicidad y buenos recuerdos.
De niños, se sentaban sobre la alfombra ante la enorme chimenea y reían leyéndose historias de las más rocambolescas aventuras. De adolescentes, acomodados en los sofás, hacían los deberes y fantaseaban con el futuro. La vida era entonces tan increíble, estaba tan llena de posibilidades… Hasta que, de pronto, dejó de estarlo.
Ni siquiera aquel doloroso recuerdo logró evitar que abriera la puerta y entrase. Las palabras que durante tanto tiempo había practicado se arremolinaron en su cabeza mientras cerraba y apoyaba la espalda en la puerta.
Una luz cálida que provenía de varios apliques de pared bañaba la estancia en dorado. Stone estaba de pie ante el ventanal curvo, de espaldas a ella, y sin darse la vuelta, dijo:
–Me preguntaba hasta cuándo ibas a esperar.
El timbre de su voz acabó de desatar el nerviosismo que amenazaba con apoderarse de ella, y sintió una corriente eléctrica recorrerle la piel. Era así de simple y así de complicado. La reacción que experimentaba ante aquel hombre llevaba años siendo un embrollo de emociones en conflicto.
Se sentía tan congelada como uno de aquellos cisnes de hielo que adornaban el bufé de abajo cuando Stone giró la cabeza para atravesarla con la mirada. Su expresión remota fue como una patada en el vientre.
Imbécil… Habían pasado demasiado juntos para que la mirara con la misma expresión desapasionada y vacía que había dedicado a todos los demás. Se merecía más de él.
De pronto echó a andar con paso decidido hacia él. Todas las palabras que había practicado se ordenaron detrás de los labios, dispuestas a salir.
Stone se volvió, parado con las piernas abiertas y las manos apretadas.
Cómo deseaba abofetearlo, escuchar el sonido del impacto de su mano en la mejilla, pero no lo hizo. Aun estando enfadada, seguía alegrándose de verlo al fin.
La velocidad que había ganado la empujó contra él, y rodeándolo con los brazos, lo apretó contra sí. Calor, felicidad y arrepentimiento se le clavaron en el vientre, y cerró los ojos. Era maravilloso poder abrazarlo.
Hasta que se dio cuenta de que él no se había movido. Seguía teniendo los puños apretados y los brazos a lo largo del cuerpo.
Se separó e intentó interponer algo de espacio.
–Lo siento.
–¿Qué sientes?
–Acabo de ver a un par de docenas de personas a las que les importas un comino revolotear a tu alrededor como si fueses Cristo redivivo mientras, en silencio, las condenaba por ser hipócritas y falsas.
–Entonces, ya somos dos –replicó él, y un brillo que duró apenas una décima de segundo hizo resucitar sus ojos castaños.
–Y yo acabo de hacer prácticamente lo mismo.
–Casi.
–Pero tenía que elegir entre abrazarte o darte una bofetada.
Stone pareció sonreír.
–Estás enfadada conmigo.
–¡Pues claro que estoy enfadada contigo, pedazo de idiota!
–No tienes por qué.
–¿No tengo por qué? Stone, llevas diez años negándote a verme o a hablar conmigo, después de que mataras a mi hermanastro para protegerme.
Su relación se había complicado un poco entonces, pero aun así, seguían estado unidos. Eran los mejores amigos. Y de pronto… desapareció.
Cuando más lo necesitaba.
Pero no era esa la razón de su enfado. Había logrado asimilar lo ocurrido con años de terapia, que la había ayudado a superar la ira y la culpa. Lo que no había podido superar había sido su empecinamiento en bloquearla, en dejarla fuera, en no permitir que ella lo protegiera del mismo modo en que él siempre la había protegido a ella.
–No me diste oportunidad, Stone. No me dejaste admitir que Blaine llevaba años intimidándome, acosándome. Lo sacrificaste todo, para luego negarte a hablar conmigo.
Estaba tan ciega por la irritación que no se dio cuenta del cambio que se había obrado en la postura de Stone y en su expresión.
–¿Llevaba años acosándote? –preguntó, agarrándola por los brazos. Su expresión se había vuelto asesina–. ¿Aquella no fue la primera vez que te hacía daño?
El cambio la pilló desprevenida y negó con la cabeza.
–No. Bueno, sí.
–¿Sí o no?
–No. Sexualmente no me había atacado nunca antes de aquella noche, pero me había pegado. Me pellizcaba. Me asustaba. Una vez, me cortó con unas tijeras, pero dijo que había sido un accidente y no pude demostrar lo contrario.
Esa parte de la historia con Blaine era la razón por la que no había hablado. Todo había ocurrido muy deprisa, sí, pero cuando se dio cuenta de lo que Stone había hecho… tuvo miedo de que nadie la creyera si decía la verdad. Cualquier prueba que pudiera tener contra Blaine había desaparecido. Tenía miedo, se sentía dolida y perdida.
Stone abrió las manos despacio y las dejó caer rozando sus brazos, despertando con el contacto una cascada de sensaciones que contrastaban notablemente con la expresión de su rostro. La esquivó y se alejó de ella.
–¿Dónde vas? –lo llamó. Ni de lejos habían terminado con aquella conversación.
–Quiero desenterrar a ese hijo de perra para poder volver a machacarle el cráneo –masculló.
Piper sintió que las rodillas no la sostenían. Simplemente, dejaron de hacerlo. Pasó de estar de pie a estar hecha un manojo de brazos y piernas en el suelo. Mierda… así no iba a transmitir precisamente la imagen de una mujer de éxito y poderosa, que era lo que pretendía. Que, sin él, estaba bien.
Vio cómo los ojos de Stone se abrían de par en par y casi sin saber cómo se encontró en el aire, mientras el mundo se movía a su alrededor, aunque dejó de hacerlo cuando apoyó la cabeza en su cuerpo firme.
Su olor la envolvió y su calor le llegó a la piel de inmediato. Tenía los labios apretados, y estaban tan cerca… ¿Qué narices le pasaba? ¿Por qué quería acercarse y saborearlos? No era la primera vez que sentía esa necesidad, pero había pasado mucho tiempo. Y ella que creía tener el control absoluto de sus reacciones.
La dejó en el sofá más cercano, una enorme monstruosidad de piel que resultó ser mucho más cómoda de lo que parecía, y se agachó delante de ella. En otro tiempo habría podido saber con exactitud lo que estaba pensando, pero en aquel momento no encontró nada. Ni rastro de lo que podía pensar o sentir.
Y, por primera vez desde que planeó aquella confrontación, se paró a pensar cómo le haría sentir su encuentro.
En realidad no era cierto. Lo había pensado, pero había descartado la única opción lógica: que estuviera tan enfadado con ella por lo que había ocurrido, por haberle destrozado la vida, que no podría siquiera soportar su presencia.
Lo que no entendía era por qué había sacrificado su libertad y su futuro por ella, si aquello era cierto. Él fue quien quiso romper el contacto.
Llevaba un vestido de diseño sin mangas y con cuello alto que lucía una sensual abertura en la espalda, y le vio seguir la línea del brazo que tenía apoyado a lo largo del torso y la cadera. Y lo que hicieron sus ojos lo repitió su mano, desde el hombro hasta llegar a sus dedos, con un contacto que era apenas un suspiro y no debería bastar para encender una llama en su interior. Pero es que su cuerpo no respondía bien cuando Stone estaba cerca. Al menos, así había sido desde los quince.
–¿Por qué nunca dijiste nada?
Piper se encogió de hombros.
–¿Qué iba a decir? Tú sabías que Blaine era un malcriado.
Su expresión volvió a endurecerse de tal modo que sintió una imperiosa necesidad de tocarlo, de calmarlo. Pero no tenía ese derecho.
–Hay una gran diferencia entre meterse con una persona y atacarla físicamente, Piper.
–Lo sé perfectamente. No ocurría de continuo. A temporadas parecía que las cosas iban bien, o todo lo bien que podían ir con Blaine, y de pronto, al pasar a mi lado por el pasillo, me daba un golpe que me dejaba huella. Pero siempre se cuidaba de hacerlo en un sitio en el que nadie más pudiera verlo.
–Deberías haber dicho algo.
–¿Y qué ibas a hacer? Si me hubiera imaginado adónde iba a llegar, lo habría hecho, pero es que ya casi era libre. Un par de meses más, y me habría largado de la casa y de su alcance.
A menudo se había preguntado si precisamente eso fue lo que lo desencadenó todo aquella noche, pero la pregunta siempre se había quedado sin respuesta y parecía que iba a seguir así.
–No tiene sentido darle más vueltas –dijo, haciendo un gesto con la mano. Se había pasado años en terapia y había logrado un sentimiento de paz en cuanto a Blaine.
Lo que ahora necesitaba era pasar página con Stone. Dejar atrás el anhelo que se había pasado años intentando convencerse de que no existía.
Había entrado en aquella estancia enfadada con él y consigo misma, pero debajo de todo eso siempre había palpitado una burbuja de necesidad y desconcierto y, en aquel momento, mirando sus ojos dorados, sintió la necesidad imperiosa de encontrar el modo de purgar todo aquello.
–Lo siento –dijo, casi sin darse cuenta de que quisiera decirlo.
–¿Qué sientes?
¿Que qué sentía? ¿Cómo podía dudarlo?
–Haberte arruinado la vida.
Las palabras de Piper fueron para él como un puñetazo en el pecho, pero seguía hablando ajena a su efecto.
–He trabajado mucho para poder dejar atrás lo que Blaine me hizo. Ahora ya no tiene ningún poder sobre mí. Lo que no consigo dejar atrás es lo que tú me hiciste.
Esa era, exactamente, la razón por la que no podía tocarla. No podía culparla por odiarle. Él se odiaba a sí mismo por cómo habían salido las cosas, aunque seguramente no cambiaría ni una coma. No, si con ello conseguía que Piper estuviera a salvo.
Solo los años de práctica controlando todo lo que llevaba dentro le permitieron seguir sin que su expresión reflejase nada en absoluto, pero no porque sus palabras no le dolieran más que la herida de arma blanca que le infligieron el primer año de cárcel, antes de que encontrase el modo de amasar poder e inspirar miedo y respeto.
De pronto Piper le empujó por el pecho. En circunstancias normales habría podido permanecer perfectamente equilibrado, pero aquella situación era cualquier cosa menos normal, de modo que se encontró sentado en el suelo, mirándola.
El absurdo de todo aquello le hizo estallar en carcajadas. Si Finn y Gray lo pudieran ver, ellos también se morirían de risa. Dejándose llevar se tumbó sobre la alfombra y siguió riendo con los ojos cerrados. Dios, incluso aquello resultaba sorprendente.
–¡Para! –oyó que le decía y, de mala gana, abrió los ojos. Se encontró con que lo miraba incrédula–. Nada de todo esto tiene gracia.
–Te equivocas. No sabes cuánto –contestó, levantándose. Ver cómo pasaba de la irritación a la preocupación volvió a provocarle la risa. Siempre había sido una mujer inteligente.
Se acercó al ventanal y se guardó las manos en los bolsillos. Así, a lo mejor, dejaba de desear tocarla.
–Muchos hombres más grandes y más fuertes que tú han intentado derribarme. ¿No te parece divertido que una mujer de apenas metro sesenta logre lo que ellos no han podido? A mí, sí.
–He entrenado defensa personal –contestó, y eso le hizo perder las ganas de reír, porque estaba clara la razón por la que había querido aprender.
–Yo, también –contestó, aunque él lo había aprendido por la vía dura.
Cuando accedió a declararse culpable, su abogado le dijo que iría a una cárcel de mínima seguridad, la clase de lugar a la que llevaban a los delincuentes de guante blanco. Pero fueran como fuesen, los delincuentes eran eso, delincuentes, y a ninguno le gustaba tener a un asesino entre ellos, menos aún a uno famoso, que había accedido a una sentencia menor gracias a sus influencias.
Tampoco ayudaba el hecho de que la historia de la muerte de Blaine y su rápida confesión apareciera en todas las redes. Y su negativa a hablar sobre lo ocurrido fue como echar leña al fuego. Se había limitado a decirle a su abogado que adujera que había sido un accidente. Pasaron meses antes de que los periodistas dejaran de perseguirlo.
–¿Por qué lo hiciste?
Sabía exactamente qué le estaba preguntando, pero prefirió fingir que había malinterpretado la pregunta.
–¿El qué? ¿Matarlo? Creo que es obvio. En realidad no pretendía matarlo. Por eso no me acusaron de asesinato.
Debería haber sabido que Piper no iba a dejar que se fuera de rositas con esa respuesta.
–Ya sabes que no me refiero a eso. ¿Por qué reconociste la culpabilidad? ¿Por qué no me dejaste que le dijera la verdad a la policía? Ni siquiera me interrogaron. ¿Qué les dijiste? ¿Por qué te negaste a verme y a hablar conmigo?
Con cada palabra, la voz de Piper había ido creciendo en intensidad hasta acabar rebotando en las librerías que los rodeaban. Si no tenía cuidado, todo el mundo abajo la oiría, y los años que había pasado encerrado no habrían servido de nada.
Se acercó a ella solo con la intención de pedirle que bajara la voz, pero el fogonazo de miedo que vio en sus ojos no le pasó desapercibido, y se detuvo antes de llegar a su lado.
–No habría supuesto ninguna diferencia –le dijo, consciente de que el calor que emanaba de su cuerpo le estaba haciendo hervir la sangre.
–Eso es una tontería. Lo habría cambiado todo. ¡Me estabas defendiendo!
–Lo maté –sentenció–. No tenías por qué volver a contar el horror por el que te hizo pasar delante de su padre y de su madre, así que daba igual.
–¡A mí no me daba igual!
Pero no lo bastante para… no. No iba a terminar ese pensamiento. No había querido que saliera en su defensa. No había querido que tuviera que sufrir más.
–Y luego, me dejaste completamente fuera. Eras mi mejor amigo, Stone. La persona en el mundo a quien le contaba todo.
–No todo –la corrigió.
–¿Por qué no me dejaste que te fuera a visitar? –contraatacó, después de un segundo de silencio–. Que estuviera ahí para ti, igual que tú lo estuviste para mí.
No había comparación, y de ningún modo iba a permitir que lo viera como estaba aquellos primeros meses, magullado y medio roto. También se había negado a que lo viera su madre, aunque seguramente eso Piper no lo sabía. La única persona a la que había permitido que lo visitara era su padre, y solo porque le había arrancado la promesa de que no le revelaría a nadie cómo se encontraba. Era la primera vez que lo trataba como a un hombre y no como a un muchacho. Quizás fuera la primera vez que había sido de verdad un hombre.
–Mira, Piper, tú no tenías por qué acercarte a ese lugar.
–Tú tampoco –espetó, la viva imagen de la infelicidad y la pena.
–Se acabó –resumió, encogiéndose de hombros–. Es historia. No hay por qué diseccionarlo ahora.
–Diseccionar el pasado es lo que hago para ganarme la vida como psicóloga –se explicó con la sonrisa más triste del mundo–. ¿No lo sabías?
Sabía perfectamente a qué se había dedicado aquellos años. Su padre le había puesto al corriente de todo aquel que le importaba.
–Aunque te diera la razón, que no te la doy, ¿qué hay de las cartas que te escribí y que tú me devolviste? ¿Eh?
Stone intentó no fijarse en que, al cruzar Piper los brazos, los senos se le habían subido bajo el vestido. O en cómo el tejido brillante le dibujaba la cadera que había ladeado exasperada. La erección que pugnaba detrás de los pantalones era bastante inconveniente.
Si fuera un hombre más débil, intentaría convencerse de que aquella reacción física tenía más que ver con el tiempo que llevaba sin disfrutar de las suaves curvas del cuerpo de una mujer. Pero sería una mentira, y procuraba no mentir nunca, sobre todo a sí mismo. Su reacción solo tenía que ver con la mujer que tenía delante porque era algo contra lo que llevaba luchando desde los dieciséis para no poner en peligro la amistad que tanto significaba para él. Y después… después, no la había merecido. Seguía sin merecerla.
Intentó encontrar algún centímetro más en aquellos condenados pantalones de esmoquin, pero por mucho que se moviera, aquella prenda parecía estarle estrangulando.
–¡Stone!
Sí, las cartas.
–No quería leerlas, así que te las devolví.
De no haberse encontrado sometido a aquella tortura, habría encontrado un modo más sutil de responder, pero ser franco podía ser la mejor solución a largo plazo.
Desde el minuto en que puso el pie en casa de sus padres, supo que, en algún momento, tendría que enfrentarse a Piper. Obviamente, tenía preguntas, mucha ira y nunca había rehusado enfrentarse a un desafío, pero llevaba días temiendo aquel encuentro.
Quizás aquellas palabras fuesen el empujón que los sacaría a ambos de la tristeza, que pondría punto final a aquella tortura porque, pasara lo que pasase, no podía tener a Piper en su vida.
Si ella no veía a un monstruo al mirarle, él sí. Y no solo por lo que le había hecho a Blaine, sino por todo lo que había hecho desde entonces. Y lo que no. Su vida se había congelado diez años atrás mientras que la de Piper había florecido. Había alcanzado el éxito. Había luchado contra los efectos secundarios de lo que había tenido que pasar, y estaba muy orgulloso de ella por haberlo logrado, pero no quería ser un recordatorio constante para ella, y no tenía ni idea de cómo impedirlo. ¿Cómo podía estar en la misma habitación que él y no volver mentalmente a aquella noche?
Ya había pasado bastante, y no podía ser la fuente de más dolor para ella, de modo que herirla en aquel momento era el mejor modo de evitar que hubiera más tristeza.
Sus palabras la atravesaron de lado a lado, aunque no era más de lo que se esperaba. ¿Qué otra explicación podía haber? Obviamente la culpaba de que su vida se hubiera convertido en un infierno. Nunca habría estado en la cárcel de no ser por ella.
Movió la cabeza e intentó respirar hondo. Perder la compostura en aquel momento no serviría de nada y lo miró en silencio durante varios segundos.
Ya no estaba segura de qué esperaba conseguir forzándolo a mantener a aquella conversación. Bueno, no. Quería verlo con sus propios ojos. Necesitaba verlo. Saber que la necesidad que sentían los dos seguía estando allí. Y para maldición de ambos, lo estaba.
Se había mentido a sí misma, diciéndose que solo quería poner punto final y no dar alas a la fantasía de que la mirara, la tomase en brazos y la besara como si no hubiera un mañana.
Por desgracia, estaba claro que la fantasía era solo de ella. Él nunca le había dado señal alguna de que quisiera otra cosa que no fuera amistad así que, en resumen, punto final es lo que iba a llevarse. No había nada que revivir, ni siquiera esa amistad.
Se obligó a hablar a pesar del nudo que tenía en la garganta.
–Oírte decir eso duele, pero lo entiendo y no te molestaré más.
Con una sonrisa enferma, echó a andar dejándolo atrás, ansiosa por llegar a la puerta antes de que las emociones la desbordaran y las lágrimas la avergonzasen. Lo último que quería era que Stone la viera vulnerable.
Aquella puerta era todo lo que podía ver. Era el modo de escapar. Por eso no estaba preparada para sentir que una mano caliente y dura se posaba en su brazo.
–Piper…
–¿Qué quieres de mí, Stone? –le preguntó sin mirarlo.
El corazón le latía con tanta fuerza que, en el silencio que se extendió entre los dos, seguro que él podía oírlo. Stone no se movió. No la sujetó, pero estaba muy cerca.
Cuando ya no pudo aguantarlo más lo miró, y lo que encontró en sus ojos la dejó paralizada por dentro. La ira, la desesperación y la esperanza llenaban su mirada. Ojalá pudiera tocarle la cara para calmarlo, para asegurarle que todo iba a ir bien.
Pero no le correspondía a ella.
–No quiero nada de ti, Piper.
–Entonces, deja que me vaya.
Le vio apretar los puños y pensó que iba a hacer lo que ella le había pedido, pero inesperadamente se iluminó la pantalla de su reloj de pulsera. La tensión desapareció al dejar de mirarse, aunque una ansiedad de otro tipo le contrajo el pecho al leer las palabras que habían aparecido en su pequeña pantalla.
Me gustaría hablar con usted sobre la muerte de su hermano. Llámeme para que podamos concertar una cita y que pueda darme su versión de la historia.
Un sudor frío le bañó el cuerpo. Lo último que quería era hablar con algún periodista sobre Blaine. Había conseguido asimilar lo ocurrido, pero no por ello estaba dispuesta a contárselo al mundo.
Diez años atrás, su nombre apenas había sido un pie de foto en la historia, dado que la muerte de Blaine había ocurrido en su fiesta de graduación. Nadie la había relacionado con lo sucedido. Se había especulado con mujeres, drogas, negocios que habían salido mal… pero nadie había considerado que ella podía ser el centro de la controversia que rodeó aquel escándalo, lo cual había obrado en su favor.
Los buitres habían vuelto a la carga, buscando algún pedazo de información con que poder transformar la puesta en libertad de Stone en una noticia de alcance nacional.
–¿Pero qué narices…? –se enfureció él, y tiró de su mano para poder leer mejor lo que acababa de aparecer en la pantalla. Ella ni siquiera intentó impedírselo, y dejó que se acercase más. Era egoísta por su parte, pero se dejó envolver por su calor. Iba a durarle poco.
–¿Quieres explicármelo?
–Pues la verdad es que no.
Stone respiró hondo.
–Da igual. Habla.
–Los periodistas llevan meses molestándome –confesó, encogiéndose de hombros.
–¿Y por qué acabo de enterarme?
–Pues no sé… ¿Será porque te has negado a hablar conmigo durante diez años, y pensé que te importaría un comino?
Stone se pasó las manos por el pelo casi como si quisiera arrancárselo y, aunque no debería, Piper se sintió mejor. Verle tan frustrado como se había sentido ella era reconfortante.
–Esto no tiene nada que ver contigo –le dijo.
–Y unas narices.
–En realidad, no.
–Te ha escrito a tu número particular –señaló él.
–Lo sé.
–¿Y cómo lo ha conseguido?
–Soy fácil de encontrar –respondió, cruzándose de brazos–. Tengo que estar accesible por la naturaleza de mi trabajo.
Un sonido parecido a un rugido reverberó en el pecho de Stone.
–Hace un instante estabas a punto de echarme de tu vida para siempre –continuó–, así que finjamos que no has visto ese mensaje y déjame salir.
–Eso cambia las cosas.
Piper alzó las cejas.
–No cambia nada –replicó, disponiéndose a marcharse–. No te debo nada, y menos aún explicaciones de lo que esté pasando en mi vida en este momento.
Tomó el pomo, pero antes de que pudiera accionarlo, él apoyó la mano en la hoja de la puerta con tal fuerza que el sonido se extendió por la biblioteca.
–Puede que tengas razón, pero vamos a hablar de ello de todas formas.
–¿O qué, si yo no quiero? –espetó.
–O te cargo al hombro y te encierro en una habitación hasta que te calmes un poco.
–Te deseo suerte con eso.
–No me pongas a prueba, Piper. Maté a un hombre para protegerte.
Su tono parecía indicar que lo que había hecho le parecía horrible, pero ella nunca podría pensar en él como un asesino, ni como ninguna otra cosa que no fuera su salvador.
De pronto se sintió muy cansada. Agotada en realidad. Había pasado unos días cargados de emociones. De hecho, no recordaba la última noche que había dormido del tirón. Hacía semanas, incluso meses.
–Es solo una periodista, Stone. Soy perfectamente capaz de no hacerle ni caso.
Stone cambió de postura y las solapas de su chaqueta le rozaron la espalda. La imperiosa necesidad de apoyarse en él y dejar que su fuerza la empapara fue difícil de contener, pero dio media vuelta y, respirando hondo, alzando la barbilla y cuadrando los hombros, se dirigió a la silla en la que había estado sentada antes.
Cuando el caos se apoderaba de todo, el mejor modo de mantener la calma era controlar las cosas que sabía que podía controlar, como su postura y sus actos.
–¿Qué quieres saber?
–Dices que los periodistas llevan meses poniéndose en contacto contigo. ¿Por qué?
Piper ladeó la cabeza como si no pudiera creerse la pregunta.
–No lo sé. Puede que porque con tu puesta en libertad se haya renovado el interés por la historia.
–Eso ya lo sé. Los de Recursos Humanos en Anderson Steeel han estado recibiendo llamadas a diario. Lo que quiero saber es por qué tú. Por qué ahora, si antes te habían dejado en paz.
Piper fue a darle réplica, pero se detuvo un instante para pensar.
–¿Cómo sabes eso? –le preguntó, despacio.
–¿Cómo sé qué?
–Que me habían dejado en paz.
–Me lo dijo mi padre.
–¿Porque tú se lo preguntaste, o simplemente era información general?
Le vio apretar los dientes y pensó que no iba a contestar.
–Porque yo se lo pregunté.
Piper lo miró sin saber qué hacer con esa confesión. Quiso preguntarle, pero tenía miedo de que no le diera una respuesta sincera. O que a ella no le gustara lo que le fuera a decir.
–Creo que solo están intentando pescar algo. Antes no se fijaban en mí porque tenía apenas dieciocho años. Ahora soy adulta, con una carrera exitosa en Psicología, lo que les proporcionaría no solo información desde dentro, sino la opinión de una experta profesional.
–No estarás hablando con ellos.
Le irritaba que no pusiera la frase entre interrogaciones.
–No estás en disposición de darme órdenes.
Volvió a pasarse las manos por el pelo, a tirarse de algunos mechones. Parecía una nueva costumbre en él cuando se encontraba frustrado.
–Por favor, no hables con ellos.
De pronto volvió a sentirse agotada, como si estuviera intentando empujar un muro que ya no se movía.
–¿Por qué iba a hacerlo?
Era fácil darle lo que pedía, teniendo en cuenta que era lo que había decidido hacer.
–Bueno, esta noche no ha salido como estaba planeado –dijo, y se levantó de la silla–. Me voy a casa.
–No. No hemos terminado esta conversación.
Le dedicó un esbozo de sonrisa.
–Mírame –dijo, y abrió la puerta.
Por segunda vez aquella noche, Stone se encontró en la balaustrada del primer piso, contemplando a la gente que había en el jardín, aunque en aquella ocasión tenía un cometido. No había perdido de vista a Piper mientras ella se abría camino entre personas a las que conocía de toda la vida. Se detenía, sonreía, hablaba, reía. Actuaba como si lo ocurrido en aquella última media hora no hubiese sucedido.
Era increíble lo contenida que podía mostrarse cuando a él le costaba lo indecible no estrellar el puño contra la pared que tenía detrás.
–¿Ha ido tan mal como esperabas?
Gray Lockwood se le acercó y apoyó las manos en la balaustrada para mirar también a la gente del jardín.
–Peor.
Gray se rio con cierta ironía.
–Ya. Qué me vas a contar. A ti por lo menos tu familia te ha montado una fiesta. La mía no quiere saber nada de mí.
–Qué mierda, tío.
Gray, Finn y él se habían conocido en la cárcel, y tras unos momentos iniciales algo turbulentos, habían llegado a ser más que amigos. Eran hermanos, y se habían pasado los últimos años cuidándose las espaldas. Gray había sido puesto en libertad el primero, once meses atrás, después de cumplir sentencia por sustraer cuarenta millones de dólares de la empresa de su familia, lo cual no dejaba de ser gracioso porque, incluso después de devolverles veinte de los millones que él juraba no haberles quitado, le quedaba dinero suficiente para comprar varios países.
–Así son las cosas –contestó, encogiéndose de hombros–. Estoy en paz con ello.
Pero aún se percibía una amargura en su tono de voz que no lograba ocultar del todo.
–Ya verás como todo mejora –añadió.
–Eso espero, porque si todos los días van a ser como este, creo que prefiero que vuelvan a encerrarme.
–Tonterías –contestó, volviéndose de espaldas a la balaustrada.
–Sí, tienes razón.
–¿Me vas a decir quién es esa preciosidad del vestido ajustado?
Sabía exactamente de quién estaba hablando, pero prefirió hacerse el tonto.
–Hay muchas mujeres guapas ahí abajo. Tienes que ser más concreto.
–Es posible, pero solo hay una a la que llevas un rato mirando como si fuera el conejo de un mago y pudiera desaparecer en cualquier momento.
–¿De dónde te sacas eso?
–No intentes distraerme, que no te va a servir.
–No es importante.
–Entonces, no te importaría que bajase y la invitara a cenar, ¿no?
No había modo de explicar la ira posesiva que lo sepultó.
–Está fuera de tu alcance, Gray.
–Ya. Me lo imaginaba. A ver si lo adivino. ¿Piper?
Podía mentir, pero no le serviría de nada.
–Sí.
–¿Es ella la culpable de la mezcla de ira, irritación y abandono que tienes en la cara?
Demonios… Estaba convencido de llevar puesta la máscara, pero al parecer, se equivocaba. O igual Gray lo conocía tan bien que podía ver más allá.
–Acertaste.
–Imagino que eso significa que vuestro encuentro no ha ido bien.
–Digamos que terminó con ella cabreada y saliendo como un huracán de la habitación.
–¿Pero qué le has dicho, hombre?
–Nada que no fuera absolutamente necesario.
Gray movió la cabeza.
–¿Alguna vez te he dicho que eres un idiota?
–Últimamente, no.
–Pues lo eres.
–Ya no importa. Mi plan era dejarla en paz, pero ahora eso ya no es una opción.
–¿Por qué?
–Porque es demasiado terca para darse cuenta de que se está poniendo en peligro.
–Eres consciente de que no es tu responsabilidad, ¿verdad? No tienes por qué pelearte con cada dragón que aparezca en su vida, tío. Es demasiado guapa para estar sola, así que deja que sea quien ocupe su cama el que se preocupe del problema.
Stone se sorprendió tanto como Gray al encontrarse agarrando a su amigo por las solapas.
–No vuelvas a hacer comentarios de ese tipo sobre ella.
Gray alzó las manos en señal de rendición.
–Mensaje recibido, tío.
Dios bendito, ¿qué narices le pasaba? No había vuelto a estar tan irascible desde el primer año de cárcel. Después, había aprendido a controlar sus respuestas y acciones pero, imaginarse a Piper en la cama con otro…
El cerebro se le había cortocircuitado porque quería ser él quien durmiera a su lado, y eso no podía ser. No lo merecía.
–Perdona –se disculpó.
–Ha sido culpa mía. Además, lo he hecho a propósito.
–¿Porque eres imbécil?