Grandes secretos - Kira Sinclair - E-Book

Grandes secretos E-Book

Kira Sinclair

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Beschreibung

Deseo 2175 Ante un ordenador y en la alcoba, ella era la única capaz de igualarle. Jameson Neally, más conocido como Joker, era uno de los mejores hackers del mundo. Kinley Sullivan, también. Para él, trabajar solo había sido siempre su lema, pero tener que hacer equipo con la hermana de su jefe en su yate en mitad del mar era el único modo de atrapar a un infame delincuente. Kinley había tenido siempre una vena temeraria y un pasado oscuro, aunque la pasión que despertaba en él era mucho más peligrosa que cualquier malhechor. ¿Amar a Kinley sería un modo de redimirlos a ambos, o acabaría Joker pagando los platos rotos?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Kira Bazzel

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Grandes secretos, n.º 2175 - septiembre 2023

Título original: Big Easy Secrets

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411800679

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

«Hijo de…» Kinley Sullivan contemplaba incrédula los ceros que parpadeaban en la pantalla. «¡No puede ser!».

Por más que le gustaría que aquello fuera una pesadilla, estaba sin un céntimo. El dinero había desaparecido. Casi cincuenta millones de dólares evaporados. Y aún peor: alguien le había robado utilizando sus propios métodos. Le habían devuelto la jugada. El pasado por fin le había dado alcance.

Creía que tenía más tiempo. Más oportunidades para hacer el bien, para compensar. Siempre había sabido que alguna de las personas a las que había cabreado acabaría por encontrarla. No se podía robar el dinero de los poderosos, de los depravados, de los criminales incluso, sin que alguien buscase venganza y, teniendo en cuenta que llevaba casi veinte años haciéndolo –desde que tenía dieciséis–, había logrado escabullirse durante bastante tiempo.

El verdadero problema era que, seguramente, quien la había encontrado no se contentaría solo con recuperar su dinero. Querría también cobrarse su venganza en carne. Y si habían localizado sus cuentas, también la localizarían a ella.

Ese pensamiento le hizo levantarse de un salto de la silla, que salió rodando sobre el suelo de madera del ático en el que llevaba tres meses viviendo y, con un suspiro, ir al dormitorio a por la bolsa de viaje que siempre tenía preparada para casos de emergencia. Después del incidente con su hermanastro y la mafia rusa acaecido un año antes –la primera vez que se había visto cara a cara con su medio hermano, ya que hasta los dieciséis no supo de su existencia–, llegó a la conclusión de que, en algún momento, tendría que abandonar su equipo. Ese día había llegado.

Se colgó del cuello la cadena con un colgante plateado que ocultaba una memoria USB y que quedó alojado bajo la camiseta, entre sus pechos. Era una prueba demasiado incriminatoria para abandonarla junto con todo lo demás, y estaba metiendo también un portátil en su vieja mochila cuando el inconfundible sonido de un correo entrante llamó su atención. Abrió la tapa del ordenador y revisó las notificaciones de la pantalla. En el asunto del mensaje no había nada. Lo abrió. Una espantosa retahíla de maldiciones salió de su boca cuando el mensaje apareció en la pantalla. Mataría a aquel bastardo.

 

 

Jameson Neally, conocido también como Joker, se arrellanó en su cómoda silla. La habitación en que se encontraba estaba a oscuras, y la única luz era la que emitían las pantallas de ordenador. Era tarde, pero habría dado igual que fueran las doce del mediodía porque al sótano no llegaba luz. Para evitar a los vecinos entrometidos y las miradas curiosas.

No solía cultivar las relaciones sociales, pero en las pocas ocasiones en las que había hablado con la pareja que vivía al lado, o con la señora mayor que habitaba, junto con sus cuatro gatos, la casa de la acera de enfrente se había mostrado educado y se había referido vagamente a la actividad con que se ganaba la vida. Igual no les parecía bien tener como vecino a un hacker que trabajaba por su cuenta en un sótano. Aquel era un barrio de clase media alta, con casas que costaban más de lo que deberían. Hacía años que se había comprado la suya para poder mezclarse y desaparecer, pero al final, le había llegado a gustar. Le recordaba al barrio en el que vivía de crío con sus padres, hasta que ambos murieron y se quedó completamente solo.

Tampa le ofrecía sol todo el año, aun cuando no solía disfrutarlo con demasiada frecuencia, y era una ciudad grande en la que desaparecer si era necesario. Pero nada de todo eso importaba en aquel momento. Llevaba prácticamente un año controlando a una mujer, y no porque le pagaran por ello –que también–, sino porque no habría podido dejar de hacerlo aunque quisiera. Kinley Sullivan le fascinaba desde el primer momento en que apareció en la pantalla de su ordenador. Era una mujer brillante y solitaria como él. Aunque no se conocían en persona, tenían una historia complicada juntos.

Apoyó la cabeza en el respaldo alto de su silla, cerró los ojos y suspiró. Kinley Sullivan lo mataría por lo que acababa de hacer, seguro, pero así nadie la mataría a ella. Aquella noche, al menos, siempre y cuando hubiera hecho uso del billete de avión que acababa de enviarle por correo electrónico. Estaría cabreada como una mona porque le había robado todo su dinero, pero eso era lo que pasaba cuando te negabas a contactar durante más de un año y los malos te encontraban. No sabía de quién podía tratarse, pero daba igual. Kinley tenía la costumbre de cabrear a la gente más poderosa e implacable.

Si Gray Lockwood, el medio hermano de Kinley, amigo suyo y, a veces jefe, se enterara de lo que había hecho… desde luego no iba a aprobar sus métodos, aunque lo cierto era que no había tenido muchas otras opciones. Llevaba meses buscando a Kinley, y ella siempre había ido un paso por delante de él, lo cual le resultaba frustrante y humillante, sobre todo teniendo en cuenta que, la última vez que la encontró, la mafia rusa la tenía en el punto de mira. El peligro se empeñaba en seguirla a todas partes y, por alguna razón, él no podía dejar de protegerla. Principalmente, de sí mismo.

Estaba sola, y llevaba mucho tiempo estándolo, pero había gente que quería ayudarla. Gray le había dicho que no la presionara. Que se limitara a observarla. Quería que saliera del hielo por su propio pie. Gray se había pasado diez años en prisión por un delito que no había cometido, y había sido precisamente Kinley quien lo había culpado. Por supuesto que no era consciente de lo que hacía, o de a quién estaba implicando, pero… Todo era muy complicado. Por eso se había limitado a observar y esperar, hasta aquella noche.

Quizás Gray no estuviera de acuerdo con su plan, pero ya era demasiado tarde. El dinero de Kinley ya había pasado a engrosar una de sus cuentas offshore, así que mejor no involucrarlo. Al menos, hasta que ella apareciera y él pudiera determinar el alcance de sus problemas.

 

 

–¡Serás cerdo!

Joker se volvió de golpe al oír aquella voz. El corazón le había dado un salto, aun cuando sabía quién era la persona que había irrumpido en su santuario, mucho antes de la hora en que debería haber aterrizado su avión. ¿Cómo demonios lo había encontrado? ¿Y cómo era posible que ninguna de las alarmas último modelo que tenía instaladas en el perímetro hubiera saltado?

El salto de su corazón no tenía que ver con el miedo. Bueno, no con un miedo auténtico, ya que no creía que Kinley tuviera sed de venganza. Aun así, su plan que había trazado para aquel primer encuentro se desarrollaría en un populoso café, con la idea de que, al estar rodeados de gente inocente, su ira se mitigase mientras él trataba de convencerla de que no pretendía hundirla.

Sus ojos, del azul de un claro cielo de verano, relampagueaban de furia mientras se acercaba a él, empuñando un arma oscura con la mano derecha. Lo primero en lo que reparaba en una situación como aquella era en el color de sus ojos, y no en el arma que le apuntaba al pecho…

El arma no se desviaba lo más mínimo, a pesar de que ella continuaba su avance pero, a juzgar por su lenguaje corporal, le pareció que no estaba decidida a apretar el gatillo. Nadie que se pasara la vida robando a los traficantes de drogas para después donar lo robado a programas de rehabilitación para drogadictos podía matar a otro ser humano, ¿no?

–¿Dónde está mi dinero? –exigió.

–¿Por qué no bajas el arma, Kinley? –preguntó, levantándose con las manos en alto.

–¿Por qué no me devuelves mi dinero, Jameson?

Evidentemente sabía cómo se llamaba. Solo unas cuantas personas conocían su nombre verdadero, entre las que se encontraban su responsable en el FBI, el hermano de Kinley y sus socios en Stone Surveillance.

–Te lo devolveré.

Ella se rio escéptica, pero fue un alivio ver que el cañón del arma pasaba a apuntar al suelo.

–Te lo juro, Kinley. Solo necesitaba que vinieras, eso es todo.

–¿Y no se te ocurrió pedírmelo simplemente?

–¡Vamos! Llevo pidiéndotelo casi un año, y me has ignorado.

–Igual deberías aceptar la indirecta. O pedirlo un poco más amablemente.

Jameson dio unos pasos hacia ella, y Kinley no retrocedió.

–O puede que necesitara acorralarte. Estás en peligro, Kinley.

–¿Y? –una única ceja se alzó por encima de aquellos hipnóticos ojos–. He cabreado a muchos malos. Gray me soltó la última vez, y siempre me he preguntado por qué, aunque sabía que tú eras su perro, el que observa y espera hasta que él decida cobrarse el precio en carne.

Sus palabras le dolieron, no solo porque lo llamase perro, sino porque solo pudiera esperar lo peor de todo el mundo. Llevaba meses observándola, y sabía que no tenía amigos. Ni conocidos. Ni un pececito en una pecera. Y un solitario reconocía a otro.

–Gray no sabe nada de lo que está pasando aquí. Y se trata de un peligro distinto al que corres habitualmente. Esta vez, no sé a quién habrás cabreado, pero van muy en serio –sentenció, muy preocupado–. Y se están acercando muy deprisa. Sabía que tú no atenderías a razones.

–¿Y has pensado que acorralarme, dejándome sin un céntimo, era el mejor modo de conseguir lo que querías? –preguntó, sin desviar el arma ni un centímetro.

–Estás aquí, ¿no? – se encogió de hombros.

La luz que provenía del exterior y que se filtraba por las persianas que tenía a la espalda resbaló por su cara. Joker no seguía la dirección del arma, sino que permaneció atento a sus ojos. Un perfume ligero que emanaba de ella, algo sutil, floral y dulce.

Kinley Sullivan llevaba huyendo desde los dieciséis años, sola, sin nadie en quien confiar o de quien depender. En realidad, ya había sido así mucho antes de que decidiera escapar de la vida delictiva que sus padres llevaban en Las Vegas.

–Puedo enseñarte las cuentas si hace que te sientas mejor. Dime dónde quieres que te envíe el dinero y te lo devuelvo de inmediato. No tengo intención de quedarme con lo que es tuyo, Kinley. Solo quiero ayudar. Asegurarme de que estás a salvo.

El arma que le apuntaba al pecho no se movió, pero ella ladeó un poco la cabeza.

–Lo mismo que tu hermano –se atrevió a añadir.

–Sí, ya. Le he fastidiado la vida.

–No has hecho tal cosa, pero esa es una conversación que debes tener con él.

–Y en cuanto baje el arma, me inmovilizarás para llevarme con él, ¿verdad?

–No. Si Gray hubiera querido que te llevaran por la fuerza, lo podría haber hecho hace meses.

–Sí, ya. Los dos sabemos que llevas casi un año siguiéndome, aunque yendo siempre por detrás de mí y con un dólar menos.

No se equivocaba, y la pulla le escoció un poco, pero al mismo tiempo le intrigó, más de lo que le gustaría admitir. Él era muy bueno en su trabajo, pero en los rincones oscuros de su mente sabía que ella era mejor.

–Lo importante es que tienes mi palabra. Esto no tiene nada que ver con Gray. Estabas en peligro, y forzar la situación es lo único que se me ha ocurrido para garantizar tu seguridad.

Despacio, Joker se volvió hacia un teclado y, con un solo dedo, presionó varias teclas hasta que la información que quería apareció en el monitor que tenía a su espalda. No podía ver toda la pantalla desde su posición, pero confiaba en que estuviera allí.

–No me parece gracioso –dijo ella–. Ya he visto mi cuenta bancaria y los ceros que hay en ella.

¿Qué estaba diciendo? Se volvió. Donde debería haber millones de dólares, solo había ceros.

–Hijo de…

Alguien iba un paso por delante de los dos.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Quería gritar, pero no podía permitir que el hombre que tenía delante viera su frustración y su miedo. Estaba en la ruina más absoluta.

La ansiedad que la había asediado sin tregua durante los dos primeros años que estuvo sola volvió a retorcerle el estómago. Hacía mucho que no se sentía tan indefensa. Sí, tenía millones en la cuenta del banco, era robado, pero tenía dieciséis años, había huido y tenía que arreglárselas sola. Tenía que esconderse de la gente que pretendía hacerle daño.

El peligro siempre había estado ahí, acechando tras cada esquina. Había tardado un poco en decidir que, ya que tenía una diana pintada en la espalda, y la capacidad de hacer que otros pagasen por los delitos que habían cometido, podía usar sus capacidades para hacer el bien. Cuantos a más criminales despojaba de su dinero, más enemigos se ganaba.

Jameson Neally se lo había robado todo. Cómo le gustaría disparar el arma con que le apuntaba, pero ella no era así. Ni aunque sus padres la hubiesen educado para que lo fuera.

–¿Se puede saber dónde está el dinero?

La expresión de Joker le dijo todo lo que necesitaba saber, aunque también cabía la posibilidad de que estuviera jugando con ella.

–Eh…

–¿Lo has perdido?

Negando con la cabeza, se inclinó sobre el teclado y tecleó con furia. Los mechones lacios de su pelo le taparon un lado de la cara. Y ella quería ver su expresión así que, sin pensar lo que hacía, se los colocó tras la oreja. Rozarle le provocó una intensa sensación porque, a pesar de que había estado estudiándolo, siguiéndolo, observándolo, Jameson Neally era un desconocido, pero él estaba tan centrado en lo que estaba haciendo que no pareció darse cuenta de que lo había tocado, lo cual podría resultar un poco desmoralizador, si se paraba a pensarlo. Las facciones marcadas de su cara estaban tensas por la concentración y sus labios, enmarcados por la cuidada barba, apretados. Obviamente se sentía frustrado.

–¿Lo has perdido? –preguntó de nuevo.

–Lo han robado –respondió Joker, arrancándose de la cara las gafas de montura oscura para lanzarlas a la mesa. De un manotazo, se apartó el pelo de la cara y lo recogió con una goma.

–Robado.

–¿Quién, y cómo propones que lo recuperemos?

Ese dinero la mantenía a resguardo, le proporcionaba recursos y protección frente a los malos de los que llevaba tanto tiempo huyendo. Sí, podía robar más, pero eso sería traicionar el propósito de su trabajo. Jamás se quedaba con un céntimo del dinero que robaba, porque estaba destinado a asuntos más importantes. El dinero que Joker le había quitado, se lo había robado a Lockwood Industries, la empresa de la familia de su medio hermano. El dinero por el que Gray había sido acusado en falso de malversación. Sí, había gastado un poco al principio, pero solo lo necesario para sobrevivir. Y, a lo largo de los años, se había asegurado de devolverlo. Ahora solo lo tocaba si era estrictamente necesario, porque ese dinero, en realidad, no era suyo.

Cada día de su vida, hasta los dieciséis años, había sido una mentira. Una mentira perfectamente orquestada, pero mentira, al fin y al cabo. Era hija de delincuentes que la habían criado para que fuera como ellos. Fue cuando cumplió los once o los doce cuando empezó a darse cuenta de que lo que hacían sus padres no era normal. No era normal entrar por la fuerza en los edificios, ni estafar a la gente, robarles o utilizar las habilidades que con tanta dedicación le habían inculcado para hackear y tomar lo que quisieran. No lo que quisiera ella, sino ellos.

Lo único que ella quería era ser una adolescente como las demás. Que la castigaran por llegar más tarde de la hora en que debía estar en casa. Que le quitasen las llaves cuando se escapaba para asistir a alguna fiesta y se tomaba unas copas. Pero no. Ella había sido una adolescente que vestía como una celebridad y que fingía ser la abeja reina para sacarles el dinero a los millonarios que iban a Las Vegas a divertirse.

Las luces brillantes, la ciudad en sí, era el coto de caza de sus padres, pero para ella, era una prisión, una cárcel de la que, al final, había conseguido escapar, a expensas del medio hermano cuya existencia desconocía. El robo había sido cuidadosamente preparado por su madre para conseguir que su exmarido, el padre de Gray, pagase por haberla dejado. Pero al hacerlo, había involucrado a la persona equivocada. Gray había sido acusado de malversación de fondos y enviado diez años a la cárcel. La culpa mezclada con la ansiedad era un cóctel tóxico que le bullía bajo la piel.

–Nada de nosotros. Yo lo he perdido, y yo lo voy a encontrar –sentenció él.

–Perdona que no confíe en el hombre que me lo ha quitado todo –espetó ella–. No te voy a perder de vista hasta que haya recuperado mi dinero. Hasta el último céntimo.

Joker la miró atentamente con sus ojos verdes. Ya sabía que era un tío brillante. Él la había estado vigilando los últimos doce meses, pero ella también lo había vigilado a él con el fin de aprender cuanto fuera posible del perro de guarda de su hermano.

Joker era un hacker conocido, con reputación de ser perfecto. Era muy puntilloso con los trabajos que aceptaba, y no fallaba jamás. También se rodeaba de un halo de misterio, y muy poca gente sabía de él. Era un mito, una leyenda, pero el hombre que tenía delante no encajaba con la idea que se había hecho de él. Era atractivo de un modo descuidado, y no tenía el cuerpo blando que se esperaba de alguien que se pasaba horas sentado delante de un ordenador comiendo solo patatas fritas. Debajo de aquella Henley informal y sus vaqueros desgastados, había un cuerpo de infarto.

–No tengo ni idea de dónde está, Kinley, pero te prometo que voy a encontrarlo. De verdad que mi intención era protegerte. Ayudarte.

–Pues está claro que te ha salido el tiro por la culata.

–Está claro.

Se pasó las manos por el pelo, deshizo la coleta que se había hecho antes y volvió a hacerla. Un tic, estaba claro.

–Me siento fatal por lo que ha pasado.

–Deberías.

Cerró los ojos un instante y Kinley intentó no reparar en su cuello largo y fuerte, o en cómo se movían sus músculos. ¿Qué narices le estaba pasando? Aquel tío le había robado, manipulado y dejado en la más absoluta miseria.

Jameson dio un paso hacia ella.

–Voy a encontrar el dinero, Kinley. Te lo prometo.

–No necesito tu ayuda para encontrarlo. Envíame toda la información que tengas.

–No.

–¿Cómo que no?

–Pues que no puedo hacerlo. No me malinterpretes, que sé que esta situación es una mierda, pero el peligro que provocó todo esto sigue siendo real, y esa gente te sigue muy de cerca.

Y ahora ella se había quedado sin recursos para poder huir.

–¡Y me has dejado sin nada! No me fío de ti, Joker.

–Tú no te fías de nadie.

–Ya me has causado bastantes problemas. Dame la información y te dejaré en paz.

–Eso no va a pasar.

–Está bien –respondió dando media vuelta hacia la puerta–. Me ocuparé yo –y ya en la puerta, añadió–: eres un cerdo.

En eso no se equivocaba, pero no por ello iba a dejar de hacer lo que hubiera que hacer para protegerla. Había llegado el momento de sacar el as que tenía escondido en la manga.

–Sal por esa puerta y llamaré a tu hermano. En diez minutos, tendrá a un equipo de gente pisándote los talones.

Kinley perdió todo el color de la cara, y él se odió por hacerla sentirse así. No hacía falta ser psicólogo para comprender su respuesta. Era obvio que pensaba que su hermano no podía desearle ningún bien, aunque él sabía que no era así. Gray Lockwood solo quería protegerla, razón por la que le había encargado a él que la vigilara, pero las instrucciones de su amigo habían sido muy claras: no quería que forzase la situación. Que Kinley acudiera a él cuando se sintiera preparada y a salvo. Después de haberse pasado meses observándola, había llegado a la conclusión de que Kinley nunca llegaría a ese punto si no había algo que la empujara. Y aunque lo ocurrido no tenía ese objetivo, podía resultar un efecto colateral satisfactorio.

–¿Por qué? ¿Por qué ibas a llamarlo, si sabes que no quiero verlo?

–Porque tu hermano se preocupa por ti, Kinley.

–Qué tontería.

Joker negó con la cabeza. No habría palabras que pudieran convencerla. La culpa que Kinley sentía cada vez que se mencionaba el nombre de Gray era clara. Suspiró.

–Mira, sé que esta es una situación de mierda.

–Que tú has provocado.

–Vale. Culpa mía –admitió. No tenía problemas para asumir la verdad–. Tendremos más posibilidades de recuperar tu dinero si trabajamos juntos. Eso tienes que admitirlo.

Kinley iba a rebatir sus palabras, pero algo le hizo cambiar de opinión.

–En eso estoy de acuerdo.

Era un paso en la dirección correcta.

–Sé que no quieres involucrar a Gray –continuó, y levantó una mano para pedirle silencio–. No es necesario que me expliques por qué. Vuestra relación es complicada. Prometo no decirle que estás aquí conmigo, si accedes a que trabajemos juntos. Cuando recuperemos tu dinero, podrás marcharte tranquilamente.

–Uy, muchas gracias por darme permiso, papá.

–Estás en peligro, Kinley. Si no quieres la ayuda de Gray, al menos acepta la mía.

La vio apretar los dientes.

–No me dejas muchas alternativas. Me he quedado sin recursos. Solo tengo lo poco que pude sacar de mi casa y meter en mi única maleta.

Jameson abrió los brazos para abarcar todo lo que había a su alrededor.

–Lo mío es tuyo.