Existencia - Juan L. Fernández Candil - E-Book

Existencia E-Book

Juan L. Fernández Candil

0,0

Beschreibung

Un padre y su hijo conversan sobre algunas lecturas compartidas. Esta circunstancia entrañable, cargada a la vez de la sencillez y la profundidad que emergen de lo cotidiano, es el disparador para una serie de reflexiones vinculadas con los grandes temas de la humanidad. A la manera clásica, el diálogo se abre camino por cuestiones como la libertad, la política y la fe; la filosofía, la historia, el avance científico y la evolución del conocimiento; el pasado, el presente y el futuro, es decir, de dónde venimos, quiénes somos, a dónde vamos. Así surge la figura del Homo Deus, la máquina como consecuencia de la evolución humana. Pero aquí no se trata de una evolución por caminos divergentes, sino a través de una misma línea genealógica: la máquina no es "'otra cosa' sino la misma, evolucionada". Como en las grandes obras del género, esta idea central tiene su correlato en la historia que se narra y más allá, mucho más. Porque Juan Fernández imagina, sobre esa base, el futuro cercano, el lejano, el intemporal… Así de infinitos son los límites de esa extraordinaria imaginación que nos regala Existencia.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 152

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Juan L. Fernández Candil

Existencia

© 2023. Senda florida

España

978-84-19596-54-3

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa de la editorial o de los titulares de los derechos.

Impreso en España / Printed in Spain

A quienes han hecho mi existencia más feliz.

Índice

Capítulo 1Hoy | 6

Capítulo 2Dentro de trescientos años | 24

Capítulo 3Dentro de diez mil millones de años | 46

Capítulo 4Dentro de 10100 millones de años | 69

EpílogoÁcrono | 91

Capítulo 1Hoy

—Se acabó —dice Marc, con calma.

Su brazo derecho, totalmente extendido, no termina en una mano, como acostumbra, sino en un libro. Con una delicadeza superlativa e innecesaria, puesto que el apéndice adolece de fragilidad, al menos hasta ese extremo que estaría acorde con el gesto, lo deposita sobre la mesa, muy próximo al campo de visión de su padre. Este aparta la vista del ordenador, pero la deja suspendida en un punto intermedio e indefinido entre el libro y la pantalla. No precisa enfocar la tapa para saber de qué texto se trata. Se lo recomendó a su hijo hace tan sólo un par de semanas. El tercero y último, de momento. Se mantiene en esa actitud pensativa durante algunos segundos, como si sopesara la conveniencia de formular una pregunta trascendental. Sin embargo, es otra más banal la que emerge de sus labios.

—¿Te ha gustado? —dice Miguel, ahora sí mirando directamente a los ojos de su hijo.

—Mucho. Como los dos anteriores. Vaya crack el Harari este…

—No creo que haya muchos chicos de 20 años que disfruten con este tipo de lecturas, la verdad. Ciertamente, esta generación tuya lee más que nunca, pero no sé si tiene demasiado tiempo para pensar y reflexionar. La cantidad de información que se maneja a diario crece de forma exponencial, y cada vez es más difícil separar el grano de la paja, lo real de lo falso, lo esencial de lo superfluo. Es imposible para el ser humano manejar adecuadamente la avalancha de información que le rodea. Siempre más y más, y cada vez con menos tiempo para procesarla, para meditarla, para razonarla.

—Tú lo has dicho: para el ser humano, para el sapiens. Ya lo dice Harari —comenta Marc mirando la tapa del libro que acaba de dejar sobre la mesa—. Vamos hacia el Homo Deus. Bueno, Harari y muchos otros, de una u otra forma.

—Te recomendé estos libros porque había visto que estabas informándote sobre el transhumanismo, que tenías interés, que te hacías preguntas sobre el futuro. Está muy bien vivir el presente, “el aquí y el ahora”, pero mirando de refilón el porvenir, aunque sea sólo de vez en cuando, sin agobios, sólo por mirar también el bosque y no únicamente el árbol que tenemos delante.

—Bueno, me considero una persona inquieta en este sentido. Me gustan las preguntas, aunque me cueste encontrar o no encuentre sus respuestas.

—La mirada cortoplacista sin duda es útil para intentar abarcar el máximo contenido posible en nuestra área de confort, lo que nos da tranquilidad, paz e incluso felicidad. Mirar a lo lejos nos llena de incertidumbre, de inseguridad, de miedos. No es sencillo encontrar esas respuestas que tú dices. A veces no las tenemos, o pensamos que las tenemos y son erróneas. En muchas oportunidades, acabamos buscando algo divino y superior a nosotros que nos brinde la tranquilidad, porque nos da pie a asumir que él lo controla todo.

—Cierto. Creer en un Dios, sea el que sea, apacigua algo el temor a lo desconocido, a lo que nos puede causar dolor, a la muerte.

—Exacto. Tenemos millones de dudas. ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Qué hacemos aquí? ¿Hacia dónde vamos?… Quizás no podamos responderlas con lo que sabemos hoy en día, pero si tenemos fe en algo superior esa angustia puede amortiguarse. Porque, aunque nosotros ignoremos cosas, hay quien sí las sabe. Todo está calculado. Todo está predestinado. “Sólo” hay que tener esa fe.

—¿Tú crees en eso? —le pregunta Marc a bocajarro.

—No. Pero me encantaría creer. Porque al final somos finitos, y es absurdo perder parte del poco tiempo que tenemos sumidos en ese desasosiego. El problema es que creer o no creer no se elige, al menos conscientemente.

—¿Qué quieres decir?

—Pues que a veces pensamos que somos totalmente libres para elegir unas cosas u otras. Y ya sabes, por todo lo que estás leyendo últimamente, que nuestro cerebro también funciona mediante algoritmos. Son complejos. Nos cuesta entenderlos con el conocimiento que tenemos en la actualidad, pero piensa que existen muchos mecanismos que viajan por el subconsciente y que tienen mucho que ver con las decisiones que tomamos. Sabes perfectamente que eso se está estudiando en gran medida para fomentar el consumo de determinados productos o para influir en el voto en unas elecciones, por ejemplo.

—Asusta un poco pensar que estamos en una mezcla de Gran Hermano, Un mundo feliz, El show de Truman… La libertad, esa capacidad humana de actuar por voluntad propia, está perdiendo el sentido. Como mínimo, su sentido esencial.

—Ciertamente, es muy difícil definir la libertad —afirma el padre de Marc—. Si te fijas, cada vez vamos más hacia los grises. El blanco y el negro son muy difíciles de conseguir. La libertad en términos absolutos no existe. Por un lado, porque ya vemos que lo que decide la persona responde a algoritmos, muchas veces subconscientes, que se perciben e integran desde el interior o desde el exterior. Por otro lado, porque la libertad individual ha de acabar necesariamente donde interfiere con la ajena. Ese límite no siempre es fácil de definir, pero existe. Si tú haces lo que quieres, de una forma u otra, influyes en tus semejantes, coartando su libertad en mayor o menor medida.

—Para eso nos hemos inventado la política, ¿no? Para poner unas leyes y unas sanciones en caso de incumplimiento, ¿verdad?

—Eso es. La política organiza la sociedad con leyes. La justicia las aplica con ética, equidad y honestidad, o al menos debería.

—Pero… no siempre es así, ¿no? Los políticos y los jueces son humanos…

—Otra vez te doy la razón. Aunque se pudieran establecer protocolos basados en algoritmos cerrados aplicados por máquinas, lejos de la subjetividad humana, estaríamos ante tres problemas importantes que chocarían de pleno con esa idea de imparcialidad total. Primero: ¿quién hace esos algoritmos? Se introducirían en máquinas, pero, en primer lugar, los piensan humanos. Segundo: se tendrían que aplicar de forma individual, porque cada caso es distinto. ¿Sirve la norma global en todos los casos singulares? En realidad, el algoritmo a utilizar debería ser necesariamente complejo, intentando cubrir el mayor número posible de matices que, de hecho, tienden a infinito. Tercero: la máquina carece, todavía, de sentimientos y empatía. Algunos atenuantes pueden derivarse de esta comprensión del caso, según determinadas circunstancias.

—Vaya, ahora sí que has tocado el punto clave: el sentimiento de las máquinas. Libros como Yo, robot, de Asimov, o películas como Her y Ex Machina han tratado de plasmar esta idea. Hay muchos ejemplos más, pero ahora me vienen esos a la mente. ¿Se trata de ciencia ficción? ¿Pasará?

—Pasará. No tengo ninguna duda. “Tan sólo” hay que perfeccionar esos algoritmos lo suficiente para que se asemejen, simulen o incluso mejoren a los humanos. El desarrollo tecnológico no ha hecho más que empezar, en términos históricos, y ya hemos conseguido algunos análisis mejores que los humanos. Puedes comprobar cómo la máquina ha batido al hombre jugando al ajedrez, sin ir más lejos. ¿Por qué no iban a conseguirse algoritmos que puedan simular amor u odio? ¿Por qué no iba a saber una máquina cómo corresponder a un beso si fuera capaz de integrar la información que obtiene de los músculos faciales, de los ojos, del tono de voz… tal y como lo hace un ser humano? Quizás podríamos decir que no se trata de “sentimientos humanos”, pero es que la máquina no es humana. Por otro lado, resulta interesante pensar en las máquinas como consecuencia de la evolución humana. Es decir que no sean “otra cosa” sino la misma, evolucionada. Homo Deus.

El rostro de Marc refleja estupefacción. Reflexiona algunos segundos sobre lo que acaba de escuchar, madurando el sentido de las palabras. Su padre lo deja hacer, consciente de que se trata de una idea clave para entender bien el concepto. “La misma cosa, pero evolucionada…”. Sin embargo, hay algo que no encaja del todo. ¿Cómo se ha de producir ese salto evolutivo? Marc sigue dándole vueltas. En ocasiones, la diferencia entre no saber ver la solución y no querer verla es compleja y difusa. Al final, el hijo mira fijamente al padre y comenta:

—Ahora sí que me has dejado de piedra. ¿Me estás diciendo que el ser humano creó las máquinas, pero que estas van a absorberlo?

—Los cíborgs hace bastante que existen. Hemos normalizado su presencia, pero lo mismo estamos ante un paso intermedio en esa transición. Hace tiempo que tenemos prótesis para substituir tejido humano dañado o que somos capaces de mover extremidades biónicas, en lugar de las amputadas, con nuestro cerebro. Avances en la inteligencia artificial, nanorrobótica, genética, bioingeniería… nos harán muy diferentes a como somos ahora. Evidentemente, el sapiens tiene los días contados. Fíjate en una cosa: sapiens y robots empezaron su convivencia separados, pero se han ido uniendo. “En breve”, habrá una convergencia casi total, porque las máquinas mejorarán al humano. Ya lo están haciendo. Pero, a medida que esta simbiosis avance, percibiremos el incremento no sólo en la calidad, sino también en la cantidad. Seguiremos siendo finitos, pero viviremos más. No seremos inmortales… pero la amortalidad dejará de ser un sueño.

—El reto será gigantesco. En un planeta donde los países no están dando la talla para gestionar el cambio climático, aunque ponga en peligro la propia subsistencia, ¿qué podemos esperar de la gestión de los recursos cuando la población no haga más que nacer y apenas morir? Gracias a internet y a otros desarrollos tecnológicos, el mundo se está globalizando a marchas forzadas, pero la singularidad no permite avanzar con una única voz para adoptar decisiones comunes. Cada cual mira con egoísmo hacia su camarote, sin darse cuenta de que no les servirá de mucho si todo el barco se hunde. ¿Cómo afrontar las enormes demandas energéticas, de alimentos, de agua… en un mundo que no deja de crecer mientras que los recursos no dejan de menguar? Y, es más, ¿cómo hacerlo cuando la unidad de acción brilla por su ausencia?

—Nuevamente, tienes toda la razón. Parece bastante difícil que la humanidad se vaya a poner de acuerdo en cómo resolver este desafío: El desafío. Cuando la Tierra agote sus recursos… ¿dónde los buscaremos? Se quiere ir a Marte u otros planetas, pero no nos engañemos: el dinero que eso supone sólo estará al alcance de la élite. Quizás algunos ricos puedan escapar, mientras que los pobres se quedarán luchando por los recursos, que van a ir desapareciendo. Quién sabe si las guerras u otras muertes traumáticas devuelvan el equilibrio al sistema. Quizás no te matarán las enfermedades o la vejez, pero pueden aumentar las muertes violentas. La lucha por no desaparecer siempre ha estado presente, de una forma u otra.

Ahora, la estancia se llena de silencio. Parece que ambos pretenden visualizar mentalmente ese mundo, en cierto modo apocalíptico, que podría llegar si no se remedia. ¿De verdad que el ser humano será incapaz de buscar una solución para esto? ¿El hombre es lobo para el hombre? ¿Serán las máquinas la solución? Quizás no precisen alimentos ni agua, pero tienen otras necesidades energéticas y materiales a las que también hay que buscar viabilidad. Parece que se leen la mente el uno al otro. No hace falta hablarlo. Telepáticamente, se lo han dicho todo. Es el hijo el que rompe el mutismo.

—Las máquinas no comen, no beben, no se cansan… pero necesitan tierras raras, energía, mantenimiento… Supongamos que el sapiens desaparece y, con él, esas necesidades básicas que tenía. Pero las máquinas, la tecnología, también tienen unas necesidades básicas, tal vez más exigentes todavía en términos productivos.

—Evidentemente, si cambia el sistema de referencia, cambia todo. Tenemos que dejar de pensar como sapiens, puesto que ya no lo seremos. Evolucionaremos hacia otra cosa y tendremos otro tipo de problemas. El ser humano siempre ha sido capaz de adaptarse a los cambios, pero porque ha tenido el tiempo necesario para ello. A mayor brusquedad en el cambio, menor probabilidad de adaptación. El meteorito que acabó con los dinosaurios lo hizo porque el cambio fue demasiado súbito como para permitir su aclimatación. Si la evolución o, mejor dicho, revolución tecnológica alcanza la cota necesaria para contrarrestar el cambio climático y de superpoblación, el Homo Deus sobrevivirá. Si, por el contrario, no alcanza ese punto crítico, se extinguirá en medio de luchas a muerte por los recursos que se irán agotando.

—¿Quieres decir que el Homo Deus podría, por ejemplo, dejar de necesitar los alimentos y el agua para obtener energía? ¿El oxígeno? Pero es que, vuelvo a lo de antes… ¡necesitará algo para obtener la energía! Y ese algo quizás sea más difícil de conseguir que lo otro…

—O no… Quizás ese algo pueda ser casi inagotable. ¿Quién sabe? O tal vez se logre un invento que transforme de manera sencilla algo abundante en eso que necesita… —Se fija en los ojos totalmente abiertos de su hijo—. Deja de mirarme con esa incredulidad. Imagínate que al monje que copiaba la Biblia con una pluma de ganso en la Edad Media le hubieran dicho que el ser humano iba a llegar a la luna. Es muy posible que hubiera pensado que se trataba de una locura. Y apenas han pasado unos cuantos siglos, un soplo en la historia de la humanidad, y se ha conseguido. Imagínate que a tu abuelo le hubieran dicho que iba a poder hablar por videoconferencia en tiempo real con una persona a miles de kilómetros de distancia. Y lo hemos hecho en apenas unas décadas. Seguramente, la amortalidad, que hoy nos parece de ciencia ficción, será una cosa tan normal como poder corregir la miopía con unas gafas. Y el problema de la obtención de energía quizás se solucione de una forma mucho más inesperada de lo que creemos. ¿Quién sabe?

Marc deja la pregunta de su padre suspendida en el aire. Ese “¿quién sabe?” aglutina muchas verdades, puesto que nadie tiene la certeza absoluta de que algo vaya a pasar hasta que no ha pasado. Puede haber mucha probabilidad de que ocurra, pero la certeza absoluta, amigo… Decía Punset, que en paz descanse, que “no está demostrado que vaya a morir”. Esas probabilidades también están basadas en algoritmos, y vuelta a empezar el bucle. Qué difícil salir de él cuando forma parte de la solución, cuando son algoritmos los que nos permiten teóricamente entender cómo funcionan esos algoritmos, y con qué algoritmos seguiremos existiendo y de qué manera. Parece un trabalenguas. Quizás lo sea. Otra vez la duda. Casi es mejor dejarlo estar y no devanarse los sesos. Pensar en cosas más sencillas y dejarse fluir por el tiempo. De todas formas, ¿qué se gana con comprenderlo todo? ¿Con dar respuesta a las preguntas esas sobre de dónde venimos y demás? Durante siglos, se ha vivido sin esas respuestas, y no ha pasado nada. Y, a su forma, la humanidad ha podido ser feliz. Con sus sufrimientos parciales, cierto, pero también con sus felicidades parciales. Se ha vivido sin entender el todo, aunque se fueran ampliando los conocimientos en las partes. La vida humana es tan minúscula comparada con ese todo que tal vez ni tenga sentido plantearse esa solución. Se escapa de las posibilidades. De la misma forma que una hormiga no puede construir una nave espacial para atravesar la galaxia. Sin embargo, el que es por naturaleza un rumiador mental no es capaz de escapar de estas reflexiones de forma tan sencilla. ¿Y si esa hormiga evoluciona durante miles y miles de años y adquiere la capacidad de razonar, igual que lo hizo el sapiens desde la ameba? Porque ahora lo estamos viendo todo como si el reloj se hubiese parado, como si esto fuera el fin de la evolución, como si no pudiésemos plantearnos un salto mucho mayor que el de ameba-humano. Humano-no-sé-qué … ¿Humano-robot?

Ahora le viene a la mente un artículo que leyó hace poco. “Los ordenadores están cada vez más cerca de emular el cerebro humano”. Científicos de la universidad sueca de Gotemburgo habían logrado por primera vez integrar de manera simultánea la función de cálculo y la de memoria en componentes informáticos. De esta forma, se conseguía simular, en cierto modo, las redes neuronales cerebrales, tratando de imitar la eficiencia energética del cerebro. Osciladores y memristores persiguiendo el sueño de construir un cerebro artificial. Al final, rompe el silencio:

—¿Has oído hablar de la computación neuromórfica?

Ahora es Miguel el que parece sorprendido. Tal vez ha subestimado a su hijo. Tal vez era él quien le estaba probando. Tal vez ya tenía mucha de la información que le ha ido sonsacando en esta conversación improvisada, pero sólo con la finalidad de integrarla y cotejarla con la suya. A la vista de cómo va transcurriendo el debate y de cómo se va orientando el interrogatorio, parece que no es la primera vez que se plantea estas cuestiones. Le consta que va leyendo cosas, pero, como es natural, precisa contrastarlas.

—Bueno, sí que he oído hablar, pero sólo lo que pueda derivarse de la divulgación científica.

—Sí, yo tampoco he podido profundizar mucho más. Sin embargo, ya sólo la idea me parece apasionante. Los ordenadores actuales han supuesto un gran avance a la hora de almacenar información, pero no son comparables a la mente humana. Ya hace algunos años que desde la Universidad de Northwestern, en Estados Unidos, se viene trabajando con disulfuro de molibdeno, un nanomaterial semiconductor extremadamente fino. Debido a sus características, permite elaborar un dispositivo que podría funcionar como una red de neuronas. Los sistemas digitales convencionales consumen gran cantidad de energía, comparados con el sistema tan eficiente de nuestro cerebro. Con esta tecnología, podría multiplicarse la eficiencia. Los memristores son estables y, aunque tengan cortes en el suministro de energía eléctrica, recuerdan su estado previo. Eso les hace muy superiores a la memoria de acceso aleatorio, la famosa ram