Fábulas de La Fontaine - Jean de La Fontaine - E-Book

Fábulas de La Fontaine E-Book

Jean de La Fontaine

0,0

Beschreibung

Una selección de cuarenta y tres Fábulas de La Fontaine, traducidas desde el francés en versión libre, que se ofrecer para un amplio público, invitando a conversar y reflexionar sobre la condición humana.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 58

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



© LOM ediciones Primera edición, marzo 2022Impreso en 1.500 ejemplares ISBN Impreso: 9789560014795 ISBN Digital: 9789560016263 RPI: 2022-a-436 Diseño, Edición y Composición LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Teléfono: (56–2) 2860 [email protected] | www.lom.cl Tipografía: Karmina Impreso en los talleres de gráfica LOM Miguel de Atero 2888, Quinta NormalImpreso en Santiago de Chile

A Jorge Edwards Valdés, mi mejor maestro de letras.

La cigarra y la hormiga

La cigarra, que había cantado todo el verano,

se halló muy desprovista

cuando llegó el frío invierno:

no encontró ni un pedazo de mosquito

ni medio gusano para comer.

Fue, llorando de hambre,

a casa de su vecina, la hormiga,

y le rogó que le prestase

algunos granos para subsistir

hasta el siguiente verano.

–Le pagaré con todos los intereses

antes de que llegue la próxima cosecha.

¡Se lo juro, se lo juro! ¡Palabra de animal! –dijo ella.

Pero la hormiga es poco generosa,

ésta no es su mayor virtud.

–¿Qué hacía usted durante el verano?

–le pregunta a la pedigüeña.

–Noche y día, sin descanso, yo cantaba –le contesta,

humildemente, la cigarra.

–¿Usted cantaba? Me alegra saberlo.

¡Y bien, ahora baile!

El cuervo y el zorro

Maese cuervo, posado en un árbol,

tenía en su pico un queso.

Maese zorro, atraído por el olor,

le habló de esta manera:

–¡Oh! Buenos días, señor cuervo.

¡Qué hermoso eres! ¡Qué bello me pareces!

Verdaderamente, si tu canto

se asemeja a tu plumaje,

tú eres el ave fénix

de los que habitan este bosque.

Al escuchar estas palabras,

el cuervo desborda de alegría;

y para lucir su bella voz,

abre un ancho pico y deja caer su presa.

El zorro la agarra, y le dice:

–Mi buen señor,

has de saber que todo adulador

vive a costa de aquél que lo escucha.

Esta lección, sin duda, bien vale un buen queso.

El cuervo, avergonzado y confundido,

juró, aunque algo tarde, que no lo engañarán una segunda vez.

La rana que quiso ser como el buey

El majestuoso y corpulento buey

se paseaba por el campo.

Temprano por la mañana, pasó junto a él

una pequeña rana que salió del agua

cantando alegremente.

La ranita, al ver al buey,

quedó admirada ante tanta grandeza.

¿Por qué ella era tan insignificante,

si otros animales podían ser tan grandes?

Pensó entonces que bastaba proponerse

ser como el buey para conseguirlo,

y se dispuso a hacer la prueba.

Abrió cuanto pudo la boca

y aspiró profundamente, inflándose.

–¿Soy tan grande como el buey? –preguntó entonces

a sus hermanas ranas que se hallaban junto a ella.

–¡Ni con mucho! –le contestaron.

Volvió a intentarlo por segunda vez

y se hinchó un poco más.

–Y ahora, ¿soy tan grande como el buey?

–¡Te falta mucho! –respondieron las ranas.

Volvió a intentarlo por tercera vez.

–Y ahora, ¿soy tan grande como el buey?

–¡Te falta mucho! ¡Te falta mucho! –respondieron sus hermanas.

La rana trató de hincharse otro poco.

Pero la piel estirada no resistió más,

y el animalillo estalló con el esfuerzo.

Así murió la rana infeliz.

El mundo está lleno de gente que no es más sabia:muchos quieren subir algunos peldaños en la vida social.

El lobo y el perro

A un lobo solamente le quedaban los huesos y la piel.

Los perros guardianes trabajaban día y noche.

Este lobo se encontró con un mastín, fuerte, bello, bien alimentado,

que se hallaba desatado por descuido de su amo.

Atacarlo, despedazarlo y comerlo

fue lo primero que pensó maese lobo:

–Pero habrá que luchar con ardor –se dijo–:

el dogo1 es de gran talla,

se defenderá encarnizadamente.

Así pues, el lobo se le acerca humildemente,

entabla conversación, lo halaga,

elogia su gran corpulencia, que tanto admira.

–Buen señor –le dice el perro guardián–,

de ti depende ser como yo:

abandona los bosques, te hará bien;

tus semejantes son miserables,

pobres diablos, parias infelices,

sin más destino que morir de hambre

o de un balazo del hombre.

Sígueme a mí; hallarás mejor ocupación.

El lobo le habla: –¿Qué deberé hacer?

–Casi nada –le responde el perro–:

acosar a los ladrones, perseguir a los mendigos,

halagar a los dueños de casa, complacer a vuestros patrones.

A cambio de esto, tu salario será seguro:

recibirás todos los restos del hogar: huesos de pollo, de cordero,

acompañados de diversas caricias.

El lobo se imagina tal felicidad

que comienza a sollozar tiernamente.

Mientras van juntos caminando,

observa el cuello pelado del perro.

–¿Qué es eso? –le dice.

–Nada.

–¿Cómo que nada?

–Es poca cosa.

–Pues entonces, ¿qué es?

–Quizás el collar que me atan al cuello es causa de lo que ves.

–¡Atado! –le dice el lobo–. ¿No puedes correr adonde quieres?

–No siempre; pero, ¿qué importa?

–Importa tanto que ya no me interesan esas comidas

acompañadas de tantas caricias.

A ese precio, no deseo ni el mayor de los tesoros.

Dicho esto, maese lobo huyó

y creo que sigue corriendo.

1 Dogo ( del inglés: dog): perro dogo.

La golondrina y los pajaritos

Una golondrina, tras mucho viajar,

aprendió muchas cosas.

Quien ha viajado mucho, ha visto mucho.

La golondrina anunciaba las más leves tormentas,

y antes que aparecieran

prevenía a los navegantes.

Ocurrió que cuando llegó el tiempo de sembrar el cáñamo2,

vio a un rústico labrador echando semillas en los surcos.

–No me gusta nada esto –dijo a los pajarillos–.

Me apena verlos ante este gran peligro.

Yo sabré alejarme o vivir en cualquier rincón.

¿Vislumbran esa mano que por el aire camina?

Llegará un día, no muy lejano,

en el que lo que esa mano siembra

será para ustedes su ruina.

Aparecerán allí máquinas que los cercarán

y trampas que los cogerán.

En fin, muchas y muchas maquinarias

que al llegar el tiempo de la cosecha

serán causa de su muerte o prisión.

¡Ojo, cuidado con la jaula, con la sartén!

Por esto les aconsejo: ahora es el momento

de comer este grano. ¡Créanme!

Los pajaritos se burlaron de la golondrina:

en los campos había mucho que comer.

Cuando el cañaveral estaba aún verde,

la golondrina les dijo: –Arranquen una a una

cada brizna de hierba producida por ese maldito grano;

de lo contrario, su pérdida es segura.

–Pájaro de mal agüero, charlatán –dijeron ellos–,

¡vaya tarea que nos das! Necesitaríamos mil personas,

para limpiar todo este terreno.

Cuando ya el cáñamo maduró,

la golondrina les imploró:

–Las cosas no van bien; la funesta semilla se adelantó.

Puesto que hasta ahora nada me han creído,

cuando vean la tierra ya sembrada,

y que los labradores ya no se ocupan de ella,

a ustedes les harán la guerra: trampas y redes los atraparán.

No vuelen más de rama en rama,

quédense en casa, o busquen otros lugares:

imiten al pato, al pollo, al pavo.

No están en condiciones de cruzar desiertos y mares.

Solo les queda un camino seguro:

métanse en los huecos de algún muro.

Los pajarillos, cansados de oír a la golondrina,

se pusieron a cotorrear en plena confusión.

Todos hablaban a la vez, ninguno escuchaba al otro.