Fantasías virtuales - Samantha Hunter - E-Book

Fantasías virtuales E-Book

Samantha Hunter

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Beschreibung

eLit 407 Raine Covington había encontrado al amante perfecto... en Internet. Cuando las seductoras palabras de Jack aparecían en la pantalla, ella se derretía y las imágenes que él describía llenaban sus fantasías sexuales. Jack estaba preparado para dar el siguiente paso... conocerse personalmente. Él quería que aquella relación virtual se hiciera realidad. Quería pasar la noche entera haciéndole el amor a la mujer que había conquistado su corazón. Pero, nada más verse, ambos iban a quedarse boquiabiertos...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2012 Samantha Hunter

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Fantasías virtuales, n.º 407- febrero 2024

Título original: Virtually perfect

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 9788411806862

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Si te ha gustado este libro…

1

 

 

 

 

 

Normalmente, Raine Covington habría disfrutado de un paseo nocturno por la nieve. Aunque Salem había sido bautizada por los turistas como la «ciudad de las brujas» por su truculenta persecución a mujeres y hombres acusados de brujería, la ciudad tenía mucho más que ofrecer que la historia de los juicios contra las brujas. Era una pintoresca ciudad de la costa, pero, en muchos sentidos, también una metrópolis.

Raine siempre se había sentido cómoda entre sus calles estrechas y sus casas antiguas. En aquel momento, sin embargo, no era capaz de disfrutar. Estaba demasiado ocupada pensando en la manera de escapar de Jerry Donnel, que paseaba a su lado, dándole algún supuestamente sugerente codazo de vez en cuando. Raine apretaba los dientes, no decía una sola palabra y aceleraba el paso.

Jerry era un diseñador gráfico al que había conocido en una comida ofrecida por la revista a sus trabajadores freelances. Entonces le había parecido un hombre agradable. Sí, todos parecían agradables hasta que intentaban acariciarle la pierna por debajo de la mesa. Jerry era un chico rubio, de ojos castaños y con una mirada inocente que en un primer momento Raine había encontrado atractiva. Pero en cuanto se había quedado a solas con él, no había tardado mucho en descubrir que Jerry era cualquier cosa menos inocente.

Cuando había sugerido que se llevaran el postre a casa para así poderlo disfrutar de maneras más interesantes, Raine había dado por terminada la cena y le había pedido que la llevara a casa. ¿Quién demonios podía proponer algo así a las dos horas de una primera cita? Bueno, aparentemente, Jerry era capaz de hacerlo. Y Raine tenía la sensación de que era uno de esos hombres que no aceptaban fácilmente una negativa.

Llegaron por fin a su casa. La luz del porche iluminaba los escalones de la entrada. Raine miró hacia la puerta con nostalgia. Parecía tan fácil escapar… Jerry se acercó a ella dispuesto a todo y Raine, intentando evitar una confrontación, hizo lo primero que se le ocurrió.

—Oh, Dios mío —se inclinó hacia delante, se llevó la mano al estómago y contorsionó el rostro en lo que esperaba pareciera una expresión de dolor.

Jerry retrocedió sobresaltado.

—¿Qué pasa Raine? ¿Qué te pasa?

Raine soltó una bocanada de aire y lo miró con una mueca mientras se alejaba lentamente. Jerry comenzó a seguirla, pero ella alzó la mano, indicándole que se quedara donde estaba, y fue avanzando lentamente hacia el porche.

—Oh, Jerry, lo siento mucho, pero tengo que meterme rápidamente en casa. Tengo retortijones en el… estómago… ¡buenas noches!

—Pero si hace un momento estabas muy bien…

Oía la voz de Jerry tras ella. Sin mirar atrás, cerró la puerta con un tempestuoso suspiro de alivio y se apoyó contra ella. No había sido una huida demasiado elegante, pero había funcionado.

Con la cabeza apoyada en la puerta, dejó que fluyeran en su interior todos los sentimientos. El enfado, el alivio… y, ah, ahí estaba, la desilusión. Su habitual compañera. Lo único que ella quería era una compañía agradable, un poco de amor y, si tenía suerte, sexo medio decente. Pero al parecer, eran cosas difíciles de encontrar.

Solo había un hombre al que echaba de menos cuando dejaba de tener noticias suyas durante más de un día. Solo un hombre que la hacía sonreír en cuanto aparecía en sus pensamientos, un hombre que no la desilusionaba.

Rider.

Sin molestarse en cambiarse, tomó el portátil y se dejó caer en el sofá. Un suave estremecimiento de anticipación hizo que pensara que tal vez aquella pésima noche tomara otro giro. La pantalla resplandeció y Raine tecleó el ordenador, esperando no haber perdido la oportunidad de otro encuentro.

¡No la había perdido! ¡Estaba allí! Reconoció su nickname, su seudónimo, y sonrió de oreja a oreja mientras veía aparecer sus palabras en la pantalla. Había estado esperándola.

—Hola, bonita, pensaba que no ibas a venir esta noche. ¿Has trabajado hasta tarde?

—No, he salido un rato.

—¿Una cita apasionante?

—No, una noche aburridísima.

 

Mintió, sin saber exactamente por qué no quería decirle que había salido con alguien.

 

—Nilla, quizá haya llegado el momento de poner esto un poco más picante.

—Creo que ya ha sido bastante picante últimamente.

 

Nilla era su seudónimo. Se le había ocurrido porque en el momento en el que estaba registrándose en aquel chat estaba comiendo galletas de vainilla. Todo un prodigio de creatividad.

 

—Oh, no sé. Eso depende del gusto de cada uno. A mí me gustan las cosas muy picantes.

 

Raine sonrió. Sus dedos volaban sobre el teclado.

 

—Aguanta, tigre. Déjame servirme una copa de vino y ponerme algo… cómodo. Ahora mismo vuelvo.

 

Saltó del sofá y fue a cambiarse al baño. Llevaba un mes hablando con Rider a través de Internet. Se habían conocido en RomanceMUD, uno de los muchos mundos interactivos de la red. Raine había estado investigando sobre las relaciones sentimentales a través de Internet con el fin de escribir un artículo en la revista Real Women, que se estaba convirtiendo en una de las principales publicaciones femeninas de Estados Unidos.

Durante la última década, Raine había crecido literalmente con la revista, que acababa de trasladarse a un edificio más grande y prestigioso con vistas al puerto de Salem para poder albergar a su cada vez más numerosa plantilla. Raine había comenzado a trabajar para la revista como periodista freelance nada más salir de la universidad. El trabajo le había caído como llovido del cielo y lo había aceptado como una bienvenida fuente de ingresos mientras pensaba en qué quería trabajar realmente. Pero, a medida que habían ido entregándole más trabajo, había ido encontrándole el gusto a escribir y, con el tiempo, habían terminado contratándola de forma permanente.

Era la responsable de la sección Estilos de vida, que cubría un abanico de temas que iban desde la educación de los hijos hasta la moda. También participaba en la planificación de todos los contenidos de la revista. Para la mayor parte de los artículos, empleaban periodistas freelances, pero lo más importante de la sección era su artículo sobre las relaciones sentimentales. En él hablaba de todo tipo de relaciones sentimentales, incluyendo las amistades, las familiares, el matrimonio, las relaciones homosexuales…

Mientras se servía una copa de vino, Raine se dijo que había cosas que no cambiaban nunca: los celos, la pasión, los malentendidos y la soledad.

Como cada vez había más lectoras que le escribían interesándose por las relaciones en Internet, había dedicado una serie de artículos a investigar sobre el amor y el sexo en ese ámbito, y había terminado metiéndose ella misma en la boca del lobo.

Había empezado con una serie de artículos sobre las agencias de contactos surgidas en Internet durante los dos o tres años anteriores. Mucha gente normal utilizaba aquella clase de servicios, pero como muchas de las lectoras que le escribían habían conocido a alguien directamente a través de la red, Raine se había dedicado a navegar por diferentes chats y espacios eróticos para ver lo que se encontraba por ahí.

En un impulso, había decidido participar en RomanceMUD y allí había conocido a Rider. Habían conectado inmediatamente. Con él, Raine sentía ese algo especial que echaba de menos en los hombres con los que se citaba.

Regresó hasta el sofá, se sentó, se acercó el portátil y fijó la mirada en la pantalla. ¿Qué estaría haciendo Rider en ese momento? ¿En qué estaría pensando?

Raine comprendía cada vez más los motivos que atraían a hombres y mujeres a encontrarse en la red. Rider y ella hablaban de todo. Compartían sus fantasías más íntimas sin las desilusiones y las expectativas que a menudo invadían otro tipo de relaciones. Rider podía ser intenso y romántico, y siempre era sorprendentemente sexy. Una combinación de lo más persuasiva.

Estaba segura de que, en la vida real, Rider, al igual que todos los hombres, dejaba la tapa del inodoro levantada y pelos de barba en el lavabo. Hacía promesas que no cumplía y no era capaz de sostenerle la mirada a una mujer cuando ella le hablaba de cosas que realmente le importaban. Pero por la vía electrónica, Raine no tenía que preocuparse de ninguna de esas cosas. Y cuando quería, podía salir de Internet y Rider desaparecía. Era el hombre perfecto.

Rider había comenzado formando parte de su proyecto de investigación. Pero las cosas habían cambiado y Raine tenía la sensación de que estaban cada vez más cerca. Hablaban todas las noches y a menudo se enfrascaban en conversaciones que los mantenían despiertos hasta la madrugada.

Sus conversaciones eran muy variadas. A veces trataban temas informales, otras cuestiones más íntimas. Al principio, a Raine la avergonzaba plasmar sus sentimientos más íntimos en la pantalla, pero, poco a poco, había ido apoderándose de ella la sensación de que navegaban en un mundo propio. Y si no tenía la oportunidad, o el valor, para mostrarse descarada, divertida o atrevida en la vida real, siempre podía hacerlo frente a la pantalla. Allí podía desinhibirse sin riesgo. ¿Qué mejor que eso? Sacudió la cabeza lentamente, y tecleó:

 

—Siento haber tardado tanto. Ya estoy aquí. Entonces, ¿has estado pensando en empezar otro juego?

—No, de momento ya hemos jugado bastante. Los juegos están bien para entretenerme cuando no tengo mucho trabajo. Creo que ahora preferiría darme un baño de realidad, ¿y tú?

 

Raine rumió su enfado. Ella esperaba que Rider se olvidara de un tema que ella había preferido ignorar. Otra irritante característica masculina. Si no era eso lo que querían oír, se negaban a recibir el mensaje, por alto y claro que se lo transmitieran.

Rider llevaba algún tiempo insinuando que deberían dar un paso más, hacía referencias a la vida real a menudo y a Raine no la entusiasmaba la idea. Sin embargo, sabía que aquel era el momento clave en los romances por Internet. ¿Deberían o no deberían verse? La verdad era que no tenía la menor idea de qué debería hacer.

 

—¿Todavía estás ahí, Nilla?

—Sí, todavía estoy aquí. Estaba pensando, lo siento.

 

Raine observó las palabras que aparecían en la pantalla.

 

—¿En qué estás pensando?

—En que solo soy una diversión con la que te entretienes mientras estás trabajando. Creo que mi ego acaba de sufrir un duro golpe.

—Los juegos son para entretenerme en el trabajo. Tú eres algo completamente diferente.

—Oh, ¿y puede saberse qué soy?

 

Nilla contuvo la respiración y se reclinó en el sofá. Se arrepentía de haber hecho aquella pregunta, pero no había sido capaz de contenerse.

 

Te aparto el pelo de la cara y te miro a los ojos. Deslizo las manos por tu espalda y acaricio tus hombros desnudos. Después, te acerco a mí y te digo:

—No sé, todavía estoy intentando descubrirlo. Pero es algo especial. Me intrigas. Y eso es algo que no ocurre demasiado a menudo. Por lo menos a mí».

 

Raine suspiró y cerró los ojos. Jamás lo habría creído si no lo hubiera experimentado por sí misma. Era sorprendente lo eróticas que podían ser las palabras tecleadas a través de la pantalla. No había sonido alguno, pero podía oír cada una de esas palabras como si se las estuvieran susurrando al oído.

Sintió que arqueaba la espalda como si realmente estuviera acercándose a él, e imaginó lo que sería sentir su aliento en el rostro. Aunque quizá el problema fuera que llevaba demasiado tiempo sin disfrutar de auténtico sexo y bastaba una chispa, aunque fuera virtual, para encenderla.

 

 

Jack se recostó en su asiento y esperó la respuesta. «Vamos, Nilla, cariño, dime algo». No era capaz de superar el efecto que aquella mujer tenía sobre él. Estaba hipnotizado. No entendía por qué, durante semanas, había preferido estar allí, sentado en el sofá cerveza en mano e irremediablemente excitado, tecleando páginas y páginas de conversación, disfrutando del sexo virtual y de todo lo que iba surgiendo, en vez de salir y llevarse a casa a una mujer de carne y hueso con la que pudiera hacer algo más que lidiar a solas con aquel estado de excitación.

Estaba comenzando a impacientarse. Aquel no era su estilo. Nada de lo que estaba ocurriendo era su estilo. No era un hombre que adorara las fiestas, pero tenía una saludable vida social que últimamente estaba echando a perder. Le gustaba salir, conocer mujeres y disfrutar con sus amigos.

Su amigo Greg lo había llamado en un par de ocasiones para salir durante las dos semanas anteriores, y las dos veces le había puesto una excusa. Le había dicho que tenía que trabajar, cuando la verdad era que no quería perder ni un solo minuto de los que pasaba con Nilla.

—Debo de estar loco —musitó para sí—. Los años me están llevando a un estado de desesperación.

Por supuesto, un hombre de treinta y cuatro años no era precisamente un anciano. En ese momento, aparecieron unas líneas en la pantalla, haciéndole olvidarse de sus pensamientos.

 

Suspiro mientras me pego a ti. Agarro los bordes de tu camisa, te la saco por la cabeza y apoyo la cabeza en tu pecho para lamer tu piel.

 

Jack suspiró, sintiendo la presión del deseo. Eh, él era humano. Tener a una mujer diciendo cosas como esas era casi lo mejor de estar allí. Casi, pero no lo mejor. Jack ignoró las dudas que comenzaban a asaltarlo y se disponía a responder, cuando apareció una nueva frase. Y después otra.

 

Deslizo mis manos por tu vientre y rodeo con ellas tu erección, apretando y acariciando al mismo tiempo. Adoro sentirla en mi mano.

—Rider, te deseo… Quiero que me hagas enloquecer…

 

Rider sacudió la cabeza, sorprendido de que aquello lo estuviera afectando tan profundamente. Él era usuario de Internet antes de que la mayoría de la gente supiera siquiera que existía. Su padre lo había ayudado a montar su primer ordenador y, a través de aquellas máquinas tan lentas, se había relacionado con gente del extranjero cuando solo era un niño.

Había crecido literalmente con Internet. La red siempre había formado parte de su vida, pero nunca, jamás, de aquella manera. Aquel era un mundo diferente, una clase distinta de realidad. Apretó los dientes mientras tecleaba la respuesta.

 

—Me vuelves loco durante toda la noche y una buena parte del día desde hace semanas. Quiero que me hagas enloquecer en la vida real, Nilla. Y quiero hacer lo mismo contigo.

 

Nada. El cursor permanecía colgado en un tenso silencio entre ellos.

 

—Mmm, Rider, ¿estás bien? No pareces tú mismo esta noche.

 

Jack sacudió la cabeza y se pasó la mano por la cara. Estaba haciendo todo lo posible para no intentar localizarla en la vida real. Él era un experto en seguridad informática. Por su puesto, tenía las herramientas para encontrarla, para buscar más allá de su seudónimo y descubrir quién era en realidad. Diablos, con su preparación, localizarla no sería siquiera un desafío. Solo tendría que averiguar su dirección electrónica, localizar su servidor y hacer algunas llamadas de teléfono.

Unas cuantas teclas, algunas preguntas y podría saber quién era Nilla, dónde vivía y dónde trabajaba. Pero no lo haría, aunque tuviera que maldecir mil veces su sentido de la ética. Su trabajo consistía en hacer respetar las normas, no en quebrantarlas.

 

—Nilla, pequeña, estoy a punto de estallar. Ese es el problema. Podrías ayudarme.

—Sí, si quieres, podríamos intentarlo.

 

Jack rompió a sudar. Si Nilla era capaz de hacerle algo así con solo unas palabras, ¿qué no sería capaz de hacerle en la vida real? Había una suerte de conexión salvaje entre ellos.

Bajó la mano, la deslizó por la entrepierna, sintió la presión que estaba a punto de hacer estallar la costura de sus pantalones y echó la cabeza hacia atrás, sobrecogido por la fuerza del deseo que ardía en su interior. Pero aquella vez, no le bastaba con eso. Estaba sentado en el sofá de su casa, en medio de la oscuridad. Solo.

No, no quería seguir así. Ya no podía conformarse con eso. A veces tenía la sensación de estar viviendo frente a la pantalla, era allí donde trabajaba, donde se ponía al corriente de los últimos acontecimientos, donde disfrutaba del primer café de la mañana, y a veces, incluso de la cena. ¡Pero no estaba dispuesto a dejar que su vida sexual transcurriera delante de un ordenador! Tecleó con impaciencia:

 

—Nilla, quiero conocerte. Necesitamos conocernos, de verdad.

—No creo que sea una buena idea, por lo que sabes de mí, podría ser una mujer gorda, calva y de setenta y cinco años.

 

Rider soltó una bocanada de aire. Nilla estaba intentando desanimarlo. La desilusión apagó su excitación.

 

—Nilla, somos dos adultos que están locos el uno por el otro y tienen que terminar solos en la cama cada noche. Quiero besarte. Quiero dejar de imaginar, de fingir. Quiero ver de qué color son tus ojos. ¿Qué puede tener eso de malo?

—No lo sé, Rider. No nos conocemos suficientemente bien. Esto solo es un juego.

—Esto dejó de ser un juego hace mucho tiempo. Por lo menos para mí. Piensa en todo lo que nos estamos perdiendo.

—Como ya te he dicho, podrían ser todo mentiras, Rider, ¿cómo podemos saberlo? Estamos creando una especie de ficción, ¿no es cierto? Estos no son espacios concebidos para la sinceridad. Pero por lo menos aquí lo sabemos abiertamente. ¿Por qué tenemos que complicarnos más?

—¿Me has mentido, Nilla?

 

Jack contuvo la respiración durante los segundos en los que permaneció en blanco la pantalla.

 

—No, pero tampoco te he dicho la verdad. No sabes nada sobre mí, nada. Y no quiero que lo sepas.

—Lo único que sé es que hay algo en ti que me llega muy dentro. Sé que eres una mujer inteligente, divertida y apasionada. Conozco tus opiniones políticas y tus creencias, pero no tu rostro, ni tu fragancia, ni el sonido de tu voz. Y quiero conocer también todo eso. Yo no estaba buscando algo así, no estaba buscándote a ti, pero ahora no soy capaz de conformarme con unas cuantas palabras en la pantalla.

—Espera, Rider, esto se está poniendo demasiado intenso. Necesito pensar.

 

Jack se frotó los ojos, empujó el portátil y se levantó. Fue a la cocina a buscar otra cerveza. Había sido él el que había presionado y estaba a punto de perderla. Aunque le parecía ridícula tanta preocupación por un simple nombre aparecido en la pantalla, la idea de perderla realmente le dolía.

 

 

Raine cerró los ojos y dejó escapar un suspiro de frustración. Como nunca habían mencionado la posibilidad de conocerse en persona, habían compartido abiertamente pensamientos y emociones. Habían alcanzado un alto nivel de intimidad muy rápidamente, algo que no habría pasado en una relación de las que se consideraban normales. De hecho, Raine ni siquiera estaba segura de que algo así pudiera suceder en la realidad.

Hasta entonces, ella no sabía que un hombre fuera capaz de compartir de esa manera. Desde luego, a ella nunca le había ocurrido nada parecido. Y si Rider era así en la vida real… Pero no era probable. Era una fantasía. En la vida real, quedaría todo al descubierto, los defectos, las torpezas…

Raine deseaba poder conocer a un hombre que no diera al traste con sus esperanzas, pero no se atrevía a creer que aquella clase de hombre existiera. Se irguió en su asiento y escribió con mucho cuidado:

 

—Rider, tienes razón, esto ha sido especial. Y si nos conociéramos, todo podría evaporarse, disolverse en una nube de desilusión. Aquí podemos decirnos y hacer lo que queramos. Pero, en la vida real, probablemente terminaríamos aburriéndonos el uno del otro. O algo peor.

—No lo creo, Nilla. Pero, aunque así fuera, no tenemos nada que perder.

—No sé, Rider, yo no quiero perder esto. Disfruto de lo que tenemos.

—Nilla, esto no es real. Solo somos dos desconocidos que se sientan frente al ordenador cada noche y tienen que enfrentarse a la soledad cada vez que se apaga la pantalla. Quiero conocerte y que me conozcas de verdad. Y si eso no es posible, desapareceré.

 

Raine se quedó boquiabierta. Aquel ultimátum fue como una ráfaga de aire helado.

 

—Tengo que pensar en ello, Rider. Por favor, tengo que pensar. Nos encontraremos aquí mañana por la noche y hablaremos algo más, ¿de acuerdo? Adiós

Me despido con un beso suave en los labios. .

—¡Espera! No te vayas…

 

Raine apagó el ordenador, interrumpiendo despiadadamente la conexión. Se derrumbó contra los cojines del sofá y gimió frustrada. Aquella noche no le estaban yendo las cosas bien. Ella siempre aguardaba anhelante los encuentros con Rider. Con él, sus aburridas noches se transformaban en algo excitante.

Aunque físicamente era difícil desear a una persona que no estaba cerca para ayudarla a liberar sus pasiones, para ella había sido maravilloso el mero hecho de sentirlas, de soñar con ellas cada noche sin miedo al dolor o a la desilusión.

Aunque la verdad era que Raine no se sentía especialmente bien en aquel momento. Era angustioso darse cuenta de que aquel maravilloso interludio estaba llegando a su fin. Rider quería más y ella no creía que pudiera haber nada más. No hablaría con él al día siguiente. Sabía que no dejaría de presionarla, y también que a la larga no sería capaz de resistirse. Y eso sería un terrible error.

Raine sabía exactamente lo que tenía que hacer para guardar las distancias en ese tipo de situaciones, para asumir el control: en primer lugar, no volvería a ponerse en contacto con él. En segundo lugar, tenía que escribir sobre lo ocurrido.

Ella misma se había enfrentado a una relación sentimental por Internet, había tenido que tomar una decisión difícil y la había tomado. Ya era hora de compartir lo que había aprendido con sus lectoras.

2

 

 

 

 

 

—Bueno, no está mal para empezar, pero necesitamos algo más.

Raine miró a Duane, el redactor jefe, directamente a los ojos. Duane le caía muy bien, aunque a veces, como en aquel momento, no tanto.

—Necesito investigar algo más, hacer algunas entrevistas, de esa forma podría redondear el artículo. Esto solo es una primera versión, evidentemente.

Duane asintió mientras colocaba entre ellos el artículo que Raine había estado escribiendo durante toda la noche. Si hubiera querido, Raine podría haber sido redactora jefa, pero a ella le gustaba escribir. Duane era un buen jefe y, curiosamente, parecía disfrutar de su trabajo.

Tenía veintiocho años, cuatro menos que Raine, había salido recientemente de la universidad y llevaba un año trabajando en la revista. Era atractivo, de pelo oscuro y chispeantes ojos azules. La mitad de las mujeres del edificio estaban locas por él. Raine no compartía aquel entusiasmo, aunque lo respetaba como redactor.

Duane tenía una de aquellas personalidades discretas que podían ser desdeñadas en un primer momento, pero a la hora de la verdad, cuando quería que las cosas se hicieran a su manera, podía empuñar su voluntad como una espada. Hasta ese momento al menos, había conseguido mantener el mando de la nave y dirigía habilidosamente a los diferentes redactores de la revista. Pero en aquel momento, Raine no estaba de humor para ser dirigida.

—Vamos, Raine, sabes tan bien como yo lo que tienes que hacer para que funcione ese artículo. El meollo de todo esto es el paso del mundo cibernético a la vida real. Necesitas conocer a ese hombre. Este asunto es demasiado bueno para pasarlo por alto.

Raine lo fulminó con la mirada.

—¿Es una orden? ¿Hasta dónde pretendes que lleve todo esto, Duane?

—No estoy diciendo que tengas que casarte con ese tipo, ni hacer nada más que tomar un café con él. Pero ya has invertido mucho tiempo en establecer una relación con él, ¿verdad? ¿Y cómo podrás enfrentarte a las preguntas de las lectoras si no eres capaz de ponerte en su lugar? —la miró con los ojos entrecerrados—. Esto no ha sido un auténtico romance, ¿verdad? Supongo que te lo habrás tomado como una investigación.

Raine cerró los ojos y pensó en todo lo que había dejado de escribir en aquel artículo… Si al menos Duane supiera el tipo de relación que había establecido con Rider… Había redactado su experiencia como si se hubiera tratado de un simple escarceo. Por supuesto, Raine no iba a contar lo que había pasado en realidad, pero, en el fondo, sabía que Duane tenía razón, y por eso mismo lo odiaba.

Asintió.

—Más o menos. Pero, por lo que yo sé, es una persona muy agradable y no se puede jugar con los sentimientos de la gente, Duane. Rider no es solo una rata de laboratorio para un artículo.

Duane asintió de nuevo y arqueó una ceja.

—Si lo que te preocupa es la seguridad, podemos ayudarte. No espero que salgas sola a encontrarte con cualquier loco.

—No es ningún loco —comenzaba a dolerle la cabeza—. Por lo menos no creo que lo sea.

—De acuerdo, eso es lo único que necesitamos saber —levantó el artículo y se lo tendió—. Conoce a ese tipo y reescribe el artículo. Esta podría ser una historia genial.

 

 

—Se parece a Superman —Gwen suspiró con expresión soñadora mientras observaba a un hombre que estaba fijamente concentrado en la pantalla de un ordenador, en una mesa situada justo enfrente de ellas.

Raine soltó una risa burlona mientras se echaba azúcar en el café.

—Ese es Jackson Harris. Aunque creo que todo el mundo lo llama Jack. Por lo que dice Duane, es el último gurú en ordenadores. Lleva aquí cerca de seis meses.

Raine no añadió que, por razones que no alcanzaba a comprender, aquel tipo parecía sentir una especial aversión hacia ella. Era muy amable con todos los demás, pero, en las pocas ocasiones en las que se había cruzado con él, ni siquiera había dado muestras de reconocerla. De modo que Raine había dejado de saludarlo.

—Es un genio de los ordenadores. Eso lo hace todavía más parecido a Clark Kent, ¿no crees? —Raine no se molestó en disimular su sarcasmo.

Gwen chasqueó la lengua.

—Kent era Superman. Y esas gafas que llevaba siempre eran tan sexys… En cualquier caso, ese tipo estaría genial con un mono azul ajustado. ¿Cómo es posible que no me haya fijado en él? Este lugar se está llenando de hombres guapísimos. Primero Duane y ahora Jack. Me encanta trabajar aquí.

—Por favor, ahórrame ese tipo de comentarios.

Gwen se limitó a encogerse de hombros y continuó observando a Jack.

—¿Y qué pasó con Jerry?

Raine elevó los ojos al cielo y se recostó contra la encimera de la cocina que utilizaban los empleados de la empresa. A menudo se quedaban trabajando hasta tarde, sobre todo cuando estaba a punto de salir la revista, y disponer de una cocina era uno de los lujos que hacía que mereciera la pena trabajar allí.

—Fue ridículo. Terrible. Ese hombre parecía un perro en celo, era una locura. No creo que yo hiciera nada para ponerlo en ese estado. De hecho, yo diría que al contrario.

—Vaya, él tampoco parece muy satisfecho con lo ocurrido. ¿Discutisteis?

Raine suspiró disgustada. Las noticias volaban en aquel edificio. Seguramente Jerry no se había tragado lo del dolor de estómago.

—No, no discutimos. Pero apenas pude probar bocado de la cena porque tenía que evitar que me atacara por debajo de la mesa en el restaurante. Ni siquiera fue capaz de mantener una conversación normal. Todo, absolutamente todo, derivaba en algo relacionado con el sexo. Y no era solo la conversación. Parecía un pulpo. Así que, cuando llegamos a mi casa, fingí que iba a vomitar para poder librarme de un manoseo cuando me diera las buenas noches.

—¡Eh, eso sí que es nuevo! Pero no sé si se tragó tu excusa.

—No me importa, tengo todo un repertorio de técnicas para alejar a los hombres al final de una cita. Tacharé esa de mi lista.

—Quizá deberías ir pensando en cosas que hacer para conseguir que se metan en tu cama al final de una cita.

—Lo único que habría tenido que hacer para conseguir que Jerry se metiera en mi cama era respirar.

Gwen la miró boquiabierta.

—Vaya, realmente lo has olvidado, ¿verdad? Dejando a Jerry a un lado, los orgasmos son lo que verdaderamente importa.

Raine bebió un sorbo de café y musitó por encima de la taza:

—¿De verdad? Pues jamás he conocido a un hombre que lo pensara.

Se volvió y se dirigió hacia su despacho. Gwen la siguió y se deslizó en su interior antes de que Raine hubiera podido cerrar la puerta.

—Gwen, de verdad, tengo mucho trabajo.

—Espera, espera. ¿Estás intentando decirme que nunca… ya sabes, que nunca has tenido…?

—¿Un orgasmo? Sí, claro que he tenido. Y muchos, pero nunca con un hombre —suspiró—. Los hombres no tienen la menor idea. Y a mí no me gusta tener que decirle a nadie lo que tiene que hacer. Las mujeres no deberían tener que ir siempre acompañadas de un manual de instrucciones.

—Deberías hablar de eso en alguno de tus artículos —Gwen sonrió de oreja a oreja.

—Sí, desde luego. A veces me gustaría ser lesbiana. Quizá con una mujer sería mejor. Pero esa es mi cruz, me encantan los hombres.

Gwen suspiró y se dejó caer en una silla situada en una esquina del despacho, ignorando las miradas de impaciencia de Raine.

—Bueno, seguro que sucederá cualquier día de estos. Pero caramba, no puedo creerme que tengas… ¿cuántos? ¿Treinta y dos años? —ignoró la mirada con la que Raine la fulminó—. ¿Y no has tenido ningún orgasmo? Pero tienes que continuar intentándolo. Y, desde luego, quedándote en casa sentada delante del ordenador no vas a conseguirlo.

—No debería haberte hablado de eso. Olvídalo. Además, todo ese asunto acaba de volverse contra mí.

—¿Por qué? ¿Van mal las cosas? ¿El príncipe se ha convertido en rana?

—No. El problema es que Rider está presionando demasiado y yo ya había decidido terminar con él —se reclinó en su asiento y fijó la mirada en la ventana, en los nubarrones grises que se estaban formando por encima de las tiendas del muelle—. Pero Duane no quiere que termine con él. Dice que el artículo no funcionará si no me meto a fondo. Y lo que yo quiero es terminar cuanto antes con todo esto.

—¿Por qué? Por lo que hasta ahora me has contado, ese tipo parece de lo más excitante.

—Sí, bueno, ahora quiere que nos conozcamos y yo no quiero. Fin de la historia.

Gwen apretó los labios y consideró sus palabras durante unos segundos.

—Quizá debieras conocerlo.

—¿Te has puesto de acuerdo con Duane? ¿Por qué demonios iba a querer yo quedar con él?

—A lo mejor es el único que, ya sabes…

—Gwen. No todo puede basarse en eso. Y además, probablemente no funcionaría. El sexo por Internet y el sexo en la vida real son dos cosas completamente diferentes.

—¿Cómo puedes saberlo si no lo conoces? Parece haber química entre vosotros. Yo hablo con muchísima gente por Internet, tenemos muchas discusiones en grupo y a veces lo pasamos realmente bien, pero nunca he vivido nada como lo que tú me has descrito.

Raine suspiró.

—Sí, bueno, yo tampoco contaba con ello, sencillamente, sucedió. Pero, si nos conociéramos, toda esa química podría desvanecerse como el humo.

—¿Pero qué tienes que perder?

—Ahora mismo estás hablando como él.

—Bueno, lo único que creo es que no deberías despreciarlo. No tienes por qué tomártelo en serio, pero podrías hacer una especie de prueba, por así decirlo. Todo en nombre de la investigación.

—Ese no es mi estilo, Gwen, lo sabes. Estoy cansada de pruebas. De hecho, creo que voy a descansar de hombres durante una temporada.

—Has descansado de hombres durante cerca de diez años. Necesitas un hombre, uno de verdad, un hombre por el que puedas perder la cabeza para…

—Para hablar, sí, ya lo he entendido Gwen, déjalo.

Aquel tono de advertencia hizo que Gwen suspirara y la mirara sacudiendo la cabeza. Raine la observó levantarse de la silla y sintió una punzada de envidia. Gwen era inteligente, estrafalaria e irritantemente optimista.

Como le correspondía a la redactora de la sección de Deporte y Salud de la revista, tenía un cuerpo muy cuidado y una actitud vital irresistible. Raine y ella tenían caracteres diametralmente opuestos, pero se habían convertido en grandes amigas. Gwen cambiaba de color de pelo cada semana; en aquel momento era rubia platino con algunas mechas verdes y rojas por la Navidad. Acababa de pasar el día de Acción de Gracias y estaban a solo un mes de las vacaciones de Navidad. Gwen resplandecía.

Aquel día iba embutida en unas mallas negras y un jersey ajustado del mismo color. Llevaba por lo menos una docena de pendientes en cada oreja y pequeños cascabeles en la punta de sus botas. A Raine no la sorprendía verla mezclar los pendientes de diseño con los adornos de Navidad. Gwen lo celebraba todo.

Los hombres se deshacían cada vez que se acercaba, aunque ella no parecía darse cuenta. «Ámalos, y si las cosas van bien, sigue amándolos hasta ver lo que sucede», era la filosofía de Gwen. Ella confiaba en el universo, y siempre le aconsejaba a Raine que también lo hiciera ella. Y era una buena amiga. De pronto, Raine se sintió como una bruja. Exhaló una bocanada de aire e intentó ser amable.