FAUSTINE - Camila Iacono - E-Book

FAUSTINE E-Book

Camila Iacono

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Beschreibung

Camila Iacono, una joven abogada, en esta oportunidad muestra su faceta artística volcándose en el mundo de la literatura de la mano de Faustine Vanderguier en su opera prima. Faustine nació, como un sueño que a través de mi pluma se hizo realidad. La historia se desarrolla en el siglo XVIII y data de las vivencias inesperadas de una joven excepcional, apasionada y muy avanzada para su época. Faustine se ve envuelta en las disputas de poder de sectores enriquecidos de distintas partes de Europa y sus peleas por la conquista de nuevos mercados y materias primas. En todo ese embrollo de farsantes, especuladores, embusteros, la propia vida de Faustine corre peligro, pero su corazón aventurero sobrevive y se fortalece cada vez que se nutre de nuevas experiencias, a pesar de los peligros que se van tejiendo alrededor de ella y de su familia .

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Seitenzahl: 361

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Camila Iacono

Camila IaconoFaustine : cambios de otoño / Camila Iacono. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2780-6

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 1O

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Sobre la autora

Quand il me prend dans les bras, il me parle tout bas, je vois la vie en rose. Édith PiafAl hombre maravilloso que me inspira, y empodera, para cumplir mis sueños.A mis abuelas, que son mis referentes en esta vida. A Lucas, mi amor, siempre. A mis padres, los de sangre y los del corazón.A la Angelique original.Y todos los que me apoyaron para que conquiste el mundo con mi pluma.

Era temprano, Faustine Vanderguier había despertado cuando aún no se asomaba el sol, esto le venía ocurriendo desde hacía semanas. Miró hacia la ventana y se encontró con la luna llena en su apogeo. Una lágrima le recorrió la mejilla, no quería que llegue el amanecer y enfrentarse a ese día, cumplía veintiún años, y se sentía vacía.

Tomó su salto de cama, y sigilosamente, salió hacia la biblioteca para buscar un libro. Tenía más de doscientos, y ninguno la convencía, por lo que acabó eligiendo uno que conocía de memoria, “La princesse de Clèves”. Si bien tenía deseos de tomar un té caliente, no quería despertar a toda la casa con sus pasos, por lo que volvió a su recámara, y se sentó a leer.

Después de un rato de lectura, sentía sus párpados pesados y el cuerpo cansado, en ese instante, la tenue luz anaranjada del amanecer le invadió la mirada. Decidió acostarse un poco más, le estaba dando jaqueca.

Apoyó su cabeza en su mullida almohada, y se arropó. Hacía mucho frío, tal y como ocurría cada septiembre desde que ella tenía memoria.

Intentó relajarse cerrando sus ojos, pero se encontró nuevamente con él. Siempre estaba él cuando cerraba sus ojos, con su sonrisa altanera, sus ojos penetrantes, su olor exquisito a vainilla y tabaco, su voz varonil, y sus manos fuertes, siempre él. Se sentía como una condena. Otra lágrima volvió a brotar de sus ojos, y podía sentir que el pecho se le oprimía. Presionó la almohada con sus manos, y quiso contenerse, pero hasta sus entrañas llegaba la angustia. Un largo rato padeció, hasta que el sueño la venció.

Unas horas más tarde, Evelina de La Tour entró en su habitación, y pudo notar que Faustine no había pasado una buena noche. Las cortinas estaban corridas, y el libro estaba abierto sobre la mesa, junto con el candelabro. Se acercó a ella, le acarició la coronilla, y dulcemente comenzó a despertarla.

—Bonne journée, belle Faustine. Joyeux anniversaire. Feliz cumpleaños, mi niñita. —Ella apenas abrió los ojos, rojizos e inflamados, y le esbozó una dulce sonrisa. La presencia de Evelina siempre le hacía bien, desde niña había sido como una madre para ella, ya que, años atrás, una terrible tragedia la había dejado huérfana de madre.

Faustine, es la hija menor de Belmont Vanderguier de Bretaña, y Madeleine De Lacroix de Vanderguier. De su unión, habían nacido dos hijos, Faustine y su hermano mayor, Gaêl Vanderguier de Bretaña, quien le lleva siete años. Habían sido una familia agraciada y feliz hasta el año 1720, cuando al cumplir Faustine sus cinco años, y su hermano doce, acabaron siendo víctimas, al igual que todos los habitantes de Rennes, de un terrible y arrasador incendio, el cual se cobró vidas, hogares, y mucha de la actividad productiva de las familias que allí vivían.

No lograron dar con el hecho que había ocasionado ese incendio, pero sí pudieron hacer una cuantía de los daños. Entre ellos, había treinta y tres calles y aproximadamente entre ochocientas cincuenta y novecientas casas destruidas. A todas estas terribles pérdidas, se les sumaba que muchas personas habían dejado su vida allí. La familia Vanderguier, esa noche, había sufrido la pérdida de madame Madeleine De Lacroix De Vanderguier.

Esta tragedia había golpeado duramente a la familia Vanderguier, sobre todo a Belmont. Él no solo tenía a cuestas la reconstrucción de su hogar, y su trabajo, sino que tenía todo el peso de la crianza de sus dos hijos pequeños, quienes sufrían la ausencia de su esposa tanto como él. Para su suerte, contaban con la ayuda de Evelina de La Tour, quien, además de ser la institutriz de los hermanos Vanderguier, y ser quien los colmaba de amor y cariño, fue quien había tomado el control de la casa. Ayudaba a Belmont a llevar a cabo el orden, la vida diaria, los eventos, y por supuesto, a darle vida a su hogar.

Evelina estaba viuda desde hacía años atrás a causa de la guerra, y su familia le había sido fiel a los Vanderguier, desde antes de que Belmont naciera. Si bien Evelina era viuda, de su matrimonio había nacido una hija, apenas unos años mayor que Faustine, Céline Corvé. Ella había crecido junto a Faustine, como una hija más de los Vanderguier, tanto con los lujos y comodidades, como el goce de la educación. Esta era la forma que el padre de Faustine tenía para agradecerle a Evelina, por la ayuda que le proporcionaba.

Él, por su parte, se dedicaba al comercio, era uno de los burgueses más respetados de toda Francia, incluso por la misma corona. También, era de los pocos que con su compañía, “Vander Sud”, había logrado negociar pacíficamente con Inglaterra, Escocia, Gales y España, distintos tipos de mercaderías, pero sobre todo, lana y seda. Belmont, con Vander Sud, tenía grandes expectativas de expandirse a las colonias del nuevo continente, cosa que resultaba muy difícil, y demandaba mucho tiempo. El mayor problema se había tornado el hecho de que siempre estaba ausente en su hogar por sus viajes, por lo que sin Evelina, la educación de sus hijos hubiese quedado a la deriva.

—Gracias, mi querida Evelina. —le dijo Faustine con dulzura.

—Ma belle, te prepararé la tina caliente, ¿C´est bien?, ¿verbena y rosas?

—Sí, me hará bien, y con vainilla por favor. —dijo ella, se levantó despacio, y se asomó a la ventana. Era un día soleado, típico de otoño, como cada septiembre en su cumpleaños, aun así dentro de ella, sentía que llovía torrencialmente.

—Qué lindo día, ¿no es así? —le dijo Evelina intentando entablar conversación, Faustine asintió sin decir nada. —Parece hábito de la naturaleza, pero desde hace veintiún años que siempre brilla el sol los 27 de septiembre, ma belle Fausti.

Era muy difícil para ella ocultar sus emociones, más aún a sabiendas del espectáculo que en las próximas horas, al llegar los invitados, debía montar.

—¿A qué hora llegarán los invitados, Eve?

—Al atardecer, excepto por la familia de Juliette, que han llegado hace unas horas. Gaêl aún no ha vuelto de su viaje, Juliette me ha dicho que al parecer ha tenido problemas de lluvias en el trayecto, lo aguarda para el anochecer.

—Très bien, ¿Madame Angelique ha llegado?, debe traerme mi vestido y mis accesorios.

—Para el almuerzo de seguro estará aquí. La tina está lista, chérie. —Se acercó a Faustine, y la tomó por sus mejillas. —A pesar de ser hoy tu cumpleaños número veintiuno, siendo que me es imposible controlar mi sensibilidad, debo decirte que mi corazón te adora como si fueras hija mía, quisiera poder llevarme conmigo tu sufrimiento para que seas feliz, mi pequeña. —A Faustine le brotaron lágrimas al escucharla, y bajó la mirada apretando los labios.

—Shh... aquí estoy. —le susurró, mientras la abrazaba—. Tengo el presentimiento de que las cosas saldrán bien al final, solo debes tener esperanza.

—No puedo. —le dijo ella, mientras secaba las lágrimas de sus mejillas. —No importa, en serio no deseo hablar sobre todo lo que ha pasado. Tomaré mi baño, y luego bajaré por el desayuno, hoy será un largo día.

—Te he preparado tus creppes favoritos de manzana y canela, y me aseguraré de que cuando bajes esté esperándote tu infusión de menta. —le dijo, y le besó la frente—. Ahora sí, te dejaré tranquila.

Faustine respiró hondo, se sacó su ropa de cama, soltó su trenza y se sumergió en la tina. Mientras se bañaba pensaba en la cantidad de invitados que vendrían a visitarla por su cumpleaños, y que ella solo quería quedarse encerrada en su habitación, leyendo o descansando. Ni siquiera sentía deseos de cabalgar, cosa que solía amar. Ya no se sentía ella misma, pero debía actuar como si lo fuera, por su bien, y él de su familia.

Reposó en el agua el suficiente tiempo para que se ablanden sus tensiones, y las esencias se le impregnen a su piel, principalmente, el aroma a rosas y vainilla. El olor favorito de Thierry de Pardaillan, siempre lo usaba con él, ahora lo usaba para recordarlo.

Luego de secarse, se arregló con un lindo y sencillo vestido color bordó, recogió sus bucles que aún estaban húmedos, y una vez lista, se dispuso rumbo al comedor.

Al bajar las escaleras se encontró con Juliette, su adorada cuñada, quien la aguardaba con su hermana Lilith. Las hermanas Whitestone le brindaron una cálida recibida, con un abrazo y los obsequios de cumpleaños. El de Lilith, era una preciosa gargantilla de oro, con detalles en zafiro azul. No solo era de parte de ella, sino de toda la familia Whitestone. El de Juliette, era un libro, que ella anhelaba desde hace tiempo y no lograba conseguir. Macbeth, de Shakespeare.

Las tres damas se juntaron en la mesa para desayunar, donde pasaron un momento agradable disfrutando de los bocadillos, y de una dulce charla sobre los viajes de Lilith con su padre el último año, y también sobre el matrimonio y búsqueda de un hijo de Juliette con Gaêl. Si bien no eran cuestiones que Faustine ignore, el estar con ellas le hacía sentir bien, por un momento se olvidaba de sus pesares.

Llegando el mediodía, Michael Whitestone, padre de Lilith y Juliette, se hizo presente en la sala para felicitar a Faustine, y les ofreció a las jóvenes dar un paseo por Rennes, ya que ellos no solían ir mucho por allí. Juliette y Faustine se negaron porque tenían otros quehaceres, pero Lilith acudió con gusto, dado que así, aprovecharía la ocasión para recorrer Rennes.

Al encontrarse a solas, Juliette acompañó a Faustine a la biblioteca, el lugar favorito de la casa de Faustine, para así poder conversar antes de tener que alistarse. La expresión de ella lo decía todo, estaba triste. Juliette, que la sentía como una hermana, no podía tolerar su sufrimiento.

—Fausti, no soporto que tengas este semblante. Es tu cumpleaños ma belle, ¡mon Dieu!

—Lo intento, pero no logro quitarme esta gran angustia de encima, han sido muchas cosas en poco tiempo.

—Todo lo que ha pasado se ha convertido en un embrollo, pero de seguro las cosas resultarán bien al final, tengo un buen presentimiento.

—Chérie, he perdido a la persona que más he amado, y de la peor manera. Todos mis planes se han desordenado, y hoy sobre todas las cosas, siendo el día de mi cumpleaños, no tengo motivos para festejar. He sentido que lo tenía todo, pero ahora, ya no lo sé. —Faustine bajó la mirada, y se volvió hacia Juliette—. Para colmo, sabes bien que Pierre querrá pedir mi mano, no creo que deje pasar más tiempo. —Hizo una pausa, y Juliette se acercó a ella para tomarla de la mano—. Lo cierto es, que aún no me siento apta para abrir mi corazón a nadie más. —Suspiró, y miró a Juliette a los ojos—. Debo callar esto que siento, y pensar en que Pierre es un buen hombre. Sé que me profesa un gran afecto, al igual que yo a él, y de este modo, también le haré un favor a mi familia.

—No, no Faustine Vanderguier… —dijo Juliette, mientras se levantaba para prepararse un trago—. ¡No puedes estar hablando de este modo! —exclamó, revoleó sus ojos, e hizo una pausa—. ¿Sabes qué? Ahora no es momento de que tengamos esta conversación, es tiempo de que te distiendas, debes disfrutar de toda la gente que te ama, y está a tu lado. Nosotros, tu padre, Evelina, Céline, quien vendrá de muy lejos por tu cumpleaños, y hasta incluso la gente que te guarda un gran respeto por ser una Vanderguier. Es un día para festejar la vida misma y tu juventud, chérie… —le dijo mientras preparaba dos vasos, y le entregaba uno de ellos a Faustine. Ella le tomó las manos, y le sonrió.

—Haré el intento, Julie.

Estaba por levantarse del sillón, para encontrarle un lugar al regalo de Juliette entre sus libros, cuando Louis, el mayordomo, irrumpió a la habitación para traerle un obsequio a Faustine que le habían enviado. El rostro de Faustine empalideció al ver que era un enorme jarrón de rosas, color rosa pálido. La cabeza y su memoria le jugaban en contra, Thierry otra vez volvía a su mente, él solía obsequiarle esas flores semana tras semana. Eran sus favoritas, además, el ramo era de ensueño, y su aroma era tan intenso, que había perfumado toda la habitación. Ese, sin dudas, era el mejor regalo que le pudiesen haber dado. Por un momento su corazón se aceleró al tomar la pequeña hoja con la dedicatoria, pero rápidamente se decepcionó.

“Joyeux anniversaire à ma petite sorcière, avec amour, Pierre.” —Faustine esbozó una pequeña sonrisa, y apoyó la dedicatoria sobre las flores. Tomó su cabeza, y respiró profundamente.

—Mi pequeña hechicera… mon Dieu. —dijo ella entre dientes, y bajó la mirada.

—¿De parte de quién son esas hermosas flores, Fausti? —preguntó Juliette, notando la expresión de Faustine.

—De Pierre. —dijo ella con desánimo. Juliette, quien la conocía a la perfección, había podido notar su tristeza en la mirada, fue allí, cuando recordó que Thierry era quien siempre le entregaba rosas en sus visitas, o le enviaba en sus ausencias.

—Te ha recordado a Thierry, ¿cierto? —Faustine se limitó a asentir. Tomó las flores, y le hizo un gesto a Juliette en petición de que la acompañe, y ella la siguió. Fueron hacia la cocina, donde ella le entregó las flores a las mujeres del servicio para que las pusieran en un lindo lugar de la casa, de todos modos, eran unas hermosas flores, y el gesto de Pierre había sido muy dulce. Ni él, ni las rosas, tenían culpa alguna del sufrimiento que ella padecía en ese momento.

Cuando iban de regreso a la biblioteca, al pasar por la sala, escucharon una voz masculina y familiar, que le gritaba a Faustine a lo lejos.

—Por suerte, no he tenido que buscarte, ni esperarte esta vez, chérie. —Ambas voltearon, y al ver de quién se trataba, sus rostros se iluminaron, era Jean-Jacques Ragnes. Faustine acudió a su encuentro con un abrazo, al cual él, respondió levantándola en el aire.

-—Joyeux anniversaire, ma petite Faustine. —le dijo aun teniéndola en sus brazos—. Qué hermosa te ves, chérie, pero qué delgada. ¿Acaso estás alimentándote bien? ¿No has vuelto a enfermarte, cierto?

—Gracias, Jean-Jacques, cuanto te he extrañado. —dijo ella, intentando zafarse de él, y sus preocupaciones.

—No parece que lo hubieras hecho, una vez más, no has contestado ninguna de mis cartas.

—Han pasado demasiadas cosas, mon cher, —interrumpió Juliette— y también te he extrañado, aunque solo has de ignorarme.

—Madame Vanderguier, lo siento chérie. ¿Cómo has estado? A ti también te he echado de menos, petite dame anglaise. —dijo él, mientras le daba un cálido abrazo.

—Deberíamos ir a la biblioteca, así podremos ponernos al día antes de que debamos alistarnos —sugirió Faustine. Juliette le indicó a Colette, una de las doncellas de la casa, que preparara el té para los tres.

Antes de comenzar su plática, Jean-Jacques le entregó a Faustine su regalo de cumpleaños. Era un libro, uno muy especial, se titulaba «Douce Faustine», estaba escrito por él mismo, y sería su próxima publicación. Faustine lo miró boquiabierta, y sus ojos se llenaron de lágrimas al leer el título.

-—Eres mi máxima inspiración, siempre lo has sido, el libro trata sobre ti, pero eso ya lo sabías —rio él—. Solo espero que sea de tu agrado, y me des tu aprobación. —Ella quedó anonadada, no esperaba eso, lo sintió como una caricia a su alma. El amor que él le profesaba a su manera, era todo lo que ella necesitaba para sentirse bien. Fue ahí, cuando notó la gran falta que le hacía Jean-Jacques en su vida.

Jean-Jacques Ragnes era un hombre importante en la vida de Faustine. Se habían conocido cuando ella era tan solo una curiosa e intrépida niña de doce años. Él se había hospedado en su casa, cuando trabajaba como traductor de su padre, en los primeros contratos que había negociado con el Oriente. Jean, con tan solo veinticinco años, era uno de los jóvenes más inteligentes de su época, sabía mucho de negocios, idiomas, redacción, y de su pasatiempo favorito, la música. Tocaba el piano como pocos en Francia.

Jean vivía en Nantes, a unos cuantos kilómetros de Rennes, por lo que Belmont le había sugerido que se hospedara en su hogar, mientras trabajaba para él. A él le gustaba que su gente tuviera la comodidad que necesitaba, y que también estén en su cercanía. Lo que es más, como Jean era apenas unos años mayor que Gaêl, Belmont lo sentía, y trataba como a un hijo más de su casa.

Faustine solía merodear por la biblioteca, donde Jean hacía sus traducciones. Ella buscaba libros, o hacía sus tareas, y cuando encontraba el momento, le preguntaba cosas. De pequeña, ella era muy curiosa, y por como trabajaba y hablaba Jean, llamaba su total atención.

Con el tiempo, él la consideró su protegida, y le enseñó a leer y escribir en otros idiomas, como también la instruyó en política, finanzas y comercio. Todas éstas áreas del conocimiento, a ella siempre le habían interesado, pero no había modo de que pudiese aprender si no era de su mano. Si bien Evelina le había enseñado todo lo que había estado a su alcance, esa clase de conocimiento, no era uno que se les atribuía a las mujeres de esa época. Además de compartir esas enseñanzas, disfrutaban de largas tardes juntos, mientras Jean tocaba el piano para ella. Con el pasar de los años, sus tardes junto a él, se habían vuelto los momentos favoritos de Faustine.

A Jean le daba ternura la curiosidad e inteligencia de ella, tanto así, que además de su protegida, la había tomado como una ahijada de su profesión, y con los años, se habían vuelto amigos muy cercanos, quienes no solo compartían clases y debates, sino que eran confidentes.

Faustine, a medida que se convertía en una mujer, se sentía atraída por Jean, pero era más un sentimiento de admiración, y devoción, que el propio amor. Lo adoraba, y le encantaría que él hombre con el que se casara, tuviera un poco al menos, de la inteligencia, valores y tacto que hacían de monsieur Ragnes, un hombre tan especial.

Ella bien sabía que él era un alma libre, dedicaba muchas horas a su trabajo, y viajaba por muchos lugares. Sin dudas, llevaba una vida muy diferente a la que Faustine aspiraba, o bien estaba acostumbrada a tener.

Pasados unos años, Jean-Jacques había logrado inaugurar una imprenta en Nantes, una de las más importantes en Francia, y le había propuesto a Faustine que trabaje junto a él, para ser su ayudante y aprendiz, en el arte de confeccionar los artículos de interés para su imprenta. Ella con tan solo diecisiete años aceptó, y Belmont, a diferencia de otros padres de la época, por la confianza que Jean le propiciaba, apoyó a su hija para que aceptara la propuesta.

Acabó siendo una gran oportunidad para ella, la cual disfrutaba con mucho esmero día tras día. Tanto era así, que publicaban cada trimestre, importantes artículos de interés para ambos. Juntos eran un gran equipo.

Un año después de inaugurar la imprenta, dado que Jean se había vuelto un hombre conocido, le surgió la labor de partir a Versalles, a razón de una importante encomienda que vinculaba a España y Portugal. Era una gran ocasión para el desarrollo de su carrera, y no iba a perdérsela. Deseaba llevar a Faustine con él, cómo su compañera, pero al intentar persuadirla para que lo haga, y ella no querer hacerlo, entendió que esa clase de travesías, salvo que fuese por ocio, no estaban en sus planes. Para mantener en auge su amada imprenta, la dejó a su cuidado, y del de su hermano menor, Gregory Ragnes. Para proteger a Faustine, ellos habían creado un nombre ficticio, así ella podría seguir publicando sobre sus investigaciones, sin ser juzgada por ser mujer. Este era “La dama de Faustino”.

Volvieron a reencontrarse en Longleat, pero tras uno de los últimos viajes de Jean, Faustine había abandonado la imprenta, ya que, dada su condición de salud, no podía dedicarse a escribir e investigar. No le había dado explicaciones a él, ni siquiera por carta, hasta que regresó.

Se odió a sí misma en más de una oportunidad por no haberse ido con él, pero no podía volver el tiempo atrás, debía afrontar la situación que la apremiaba, y la mejor forma que había encontrado acabó siendo esa, abandonarlo todo.

No había estado en compañía de Jean-Jacques, desde hacía meses, cuando se había recuperado de su grippe, ya que él debía regresar a París, y estaba con arduo trabajo por los distintos mercaderes y clérigos, que le solicitaban sus servicios intelectuales.

Observó el libro y lo ojeó, quería dedicarle más tiempo, tanto al libro como a él, necesitaba sanar, con él y Juliette, sabía que era la solución que tanto anhelaba. No quiso guardarlo en la biblioteca, quería llevarlo a su habitación para leerlo, sobre todo si el insomnio volvía atormentarla.

—Me invade la curiosidad, ¿por qué no has respondido ninguna de mis cartas nuevamente, chérie? En esta ocasión no estabas enferma, acaso, ¿intentas apartarme de tu vida? Si es así, debo saberlo. —dijo él un tanto indignado y afligido.

—Oh, no, Jean, no podría apartarte de mi vida, ni aunque quisiera hacerlo —le dijo, y tomó su mano—. He estado muy ocupada desde tu última visita, además, recuerdo bien que estabas un poco enfadado.

—Sí, lo estaba. —dijo él, y besó su pequeña mano que sostenía la suya—. Pero, te he enviado no una, sino tres misivas. No sé si ahora sea tiempo de que me cuentes con detalle qué ha pasado, pero ya no quiero que te alejes de este modo, sabes lo importante que eres para mí, y me siento orgulloso de todo lo que has crecido.

—Merci, Jean. —dijo ella con una sonrisa.

—También he estado pensando, que sería bueno que regreses conmigo a la imprenta. Tal vez viajar a Nantes te hará bien, piénsalo.

—Sería bueno, lo pensaré, lo prometo. —Tras decir eso, Juliette les acercó un vaso a cada uno, con whisky escocés que había sobrado de su boda, con intenciones de abrir un brindis.

—Por la amistad, por los veintiún años de Faustine, y por la vida. —dijo ella con júbilo levantando su vaso.

—Por nosotros. —dijo Jean-Jacques con una sonrisa.

—Por nosotros. —repitió Faustine con voz apagada.

***

Más tarde, Juliette y Faustine se retiraron a sus aposentos para alistarse al evento. Jean-Jacques se dirigió al despacho de Belmont, ellos tenían una conversación pendiente desde hacía tiempo, por lo que se despidió para verlas luego.

Evelina, para no perder la costumbre, había peinado y maquillado a Faustine tan delicadamente, que parecía un ángel. En su cabello, le había hecho un recogido sutil, y colocó entre sus rizos un aplique de una rosa, la cual combinaba con su vestido.

El pelo de Faustine era bellísimo, tenía rizos bien definidos, y de un color castaño casi único. Tanto era así, que en ciertas circunstancias, cuando la luz lo reflejaba, parecía cobre. Al ser tan delicado su rostro, cualquier peinado encajaba, por lo que no necesitaba muchos retoques. Su piel era blanca y lisa como de porcelana, y sus rasgos eran tan finos, que apenas necesitaba poner color en sus mejillas por la palidez.

Una vez lista, Angelique hizo su magia con el vestido. Ellavestía a la familia Vanderguier desde antes que Faustine naciera, amaba hacer vestidos para ella, porque le recordaba a Madeleine, su madre. Tenía sus mismas medidas, y además, era tan sencilla y delicada como ella. Resultaba ser una de sus doncellas favoritas.

El vestido que hizo para su cumpleaños era un diseño exclusivo, como todos los que confeccionaba para Faustine. Era estilo imperial ceñido a la cintura, armado con miriñaque y enaguas de algodón almidonadas, todo en puro lino de algodón teñido en rosa pálido y marfil, haciendo honor al color favorito de Faustine, el rosa. Al vestido le hizo unas incrustaciones fruncidas que parecían rosetas, bordadas a mano en hilos de seda natural, y las mangas al codo de batista.

La corsetería estaba hecha con lienzos almidonados, y ajustado por ojales y cintas en la espalda, con detalles en color dorado. El imponente escote barco, que le dejaba sus pechos bien demarcados, iba en perfecta armonía con su pequeña cintura. A este hermoso vestuario, lo había acompañado con los accesorios de perlas, que ella misma le había mandado a confeccionar, junto con los zapatos del color del vestido. Faustine estaba bellísima.

Se miraba en el espejo, y le agradaba cómo se veía, pero aun así, no se sentía a gusto con ella misma. No le gustaba la idea de aparentar un estado que no poseía, no era feliz, más por el contrario, estaba triste, y no había ningún accesorio, vestido o halago que lograra motivarla.

Juliette tocó la puerta, quería visitarla antes de bajar a la reunión. La casa estaba repleta con los invitados, y le intrigaba su estado emocional.

—Ma belle, luces preciosa. Ese vestido te sienta a la perfección. —Al decirlo, pudo notar cómo una enorme sonrisa se dibujaba en el rostro de Angelique, orgullosa de su trabajo.

—No es solo el vestido, es ella. Su porte es el de una reina, cualquiera la confundiría con la nobleza. —dijo Angelique dulcemente, y tomó la mano de Faustine percatándose de su mueca afligida. —Ma petite, no puedo creer que estés tan triste, no mereces sufrir de este modo. —le dijo, mientras la traía contra sí misma para abrazarla.

—Gracias a ambas por sus halagos, las quiero tanto. —dijo conmovida por el abrazo.

—Oh, chérie, debes cambiar ese ánimo, es tu cumpleaños. Abajo hay muchas personas aguardando por ti. —le dijo Juliette, y le acarició la coronilla. Faustine se soltó del abrazo de Angelique para evitar irrumpir en llanto, y suspiró.

—Quisiera poder quedarme aquí sola, leyendo, descansando, lo que fuese. —Angelique le sonrió.

—Todo estará bien, ma reine, ahora frente en alto. Debo irme, aún tengo trabajo pendiente, mañana vendré a visitarlas para ir por telas nuevas. —le dijo Angelique, luego besó a Faustine en su frente, y tras despedir a Juliette se retiró.

—Fausti, iremos juntas, no te dejaré sola.

Sin más, Faustine apagó las velas, y salieron juntas hacia el gran salón. Desde la escalera se podía escuchar el murmullo de la gente, y a lo lejos la entonada banda que siempre contrataba Belmont para esta clase de eventos.

A medida que bajaban, las invadieron una mezcla de olores como tabaco, fuertes esencias femeninas, y el olor a las comidas que estaban comenzando a servir. Faustine sintió náuseas. Cada vez, con más empero, deseaba regresar corriendo a su habitación.

Llegando al final de la escalera, quien la esperaba era Jean-Jacques. Tal y como un buen caballero, le extendió su mano, la besó, y la tomó del brazo para que caminara junto a él. Juliette, mientras tanto, saludaba a un grupo de mujeres que platicaban en el comedor, y ellos iban en silencio rumbo al centro.

—Luces bellísima, chérie. —le dijo él, acercándose a su oído.

—Merci, Jean. —dijo ella con una leve sonrisa.

Una vez en medio del salón, todos acudieron a felicitarla, por lo que Jean-Jacques se alejó un poco, y se dispuso a conversar con Juliette, y aquellas mujeres que había saludado al principio. Mientras tanto, Faustine no dejaba de saludar a familiares, amigos de la familia, hasta incluso gente del servicio de la casa, que no la habían visto durante el día.

Ella solía ser muy dulce con todas las personas por igual, tal y como lo era su madre, no discriminaba por clase social, ni por ninguna otra cuestión, por eso era muy apreciada por su entorno.

Su padre apareció por el otro lado del salón, y con un gesto la aclamó para que se acerque a su encuentro. Rápidamente, se disculpó con el tumulto de personas que la rodeaban, y acudió a él. La recibió con un cálido abrazo, y un beso en su frente.

—Feliz cumpleaños, ma petite étoile.

—Merci, mon cher père.

—Ma belle fille, eres tan hermosa, te sienta muy bien tu atuendo. Espero que la fiesta de cumpleaños que hemos organizado para ti sea de tu agrado, pero antes, debo decirte algo. —le dijo firmemente, y la miró. —Es acerca de Pierre.

—¿Le ha pasado algo? —dijo ella con desgano.

—No, ma fille, al contrario. —le dijo, y le tomó las manos. —Él me ha pedido tu mano, y sé que lo sabes. No te obligaré a algo que no quieras, pero sabes que estoy algo viejo, y no me gustaría dejarte desprotegida en este mundo. Un hombre como Pierre, el marqués de Ouessant, junto a ti ma petite étoile. —Suspiró. —Creo que ahí podría irme en paz de esta tierra.

—Sabe que yo no quiero decepcionarlo, mon cher papa.

—Te he sentido afligida durante mucho tiempo, ma petite étoile, y mi corazón no soporta eso. Solo deseo, como todo padre, tu felicidad y seguridad. Nada de lo que hagas podrá decepcionarme, eso debes tenerlo presente.

—¿Usted qué haría, papa?

—Soy hombre ma Faustine, no sé qué haría de ser una mademoiselle como tú. Pero como tu padre, me encantaría que aceptes, no podría mentirte. Pierre es de mi total confianza, proviene de una buena familia, con linaje noble, todo lo que tu madre y yo, siempre hemos querido para ti.

Faustine no pudo responder más sin que sus lágrimas volvieran a brotar, por lo que solo lo abrazó, y se volvió con Juliette y Céline, quienes estaban bebiendo ponche cerca del ventanal del salón.

—Faustine, tu es belle, ¡feliz cumpleaños! —exclamaba Céline mientras la abrazaba.

Hacía un largo tiempo que ellas no se encontraban, precisamente desde que Faustine había viajado a Longleat, antes de que Céline contrajera matrimonio, ya que, en el momento en que Juliette se embarcó a las tierras altas con ella por los preparativos de su boda, Céline conoció a un joven inglés y se enamoraron por completo. Él le propuso matrimonio, y ella se mudó junto a él y su familia, a Warminster.

A los pocos meses de su visita a Longleat, se casaron en una ceremonia íntima. Faustine y su familia, por su grave estado, no habían podido acudir a su boda, ni a Inglaterra en un largo tiempo, esto había hecho que se vieran en pocas ocasiones, pero su cariño aún seguía intacto.

—Céline, te ves radiante, ¡Cuánto te he extrañado! ¿Cómo está tu esposo? ¿Ha venido contigo, cierto?

—Oui, ma belle, está por allí con los demás hombres. —dijo mirando hacia donde se encontraba su esposo. —Ansiaba tanto estar con ustedes, mis hermanas, también las he echado de menos.

Se pusieron a platicar sobre lo que había ocurrido esos días, en especial lo que respecta a los estudios de Faustine, la boda de Céline, y la nueva vida de Juliette como esposa, y sus intentos de darle un hijo a Gaêl. Si bien Faustine estaba prestando atención a la charla, se sentía como si no estuviese allí. No podía dejar de pensar en lo que pasaría cuando Pierre llegara. No sabía cómo actuar, o qué decir, pero aun así, en algún momento debía enfrentarlo.

Céline le interrumpió los pensamientos preguntándole sobre Jean-Jacques, ya que los había visto bajar juntos de la mano, y sabía la estima y admiración que Faustine le profesaba. Además, desde hacía tiempo, no sabía de la vida personal de su hermana del corazón, y su madre, Evelina, que pasaba cada hora de su vida junto a ella, guardaba en secreto su intimidad.

Faustine se limitó a contarle que había estado de viaje, que solo eran buenos amigos, y que trabajaban juntos como se habían propuesto hace un tiempo, donde él había compartido con ella muchos de sus proyectos, pero no había nada más allá de ello. No quiso mencionarle a Céline sobre su corazón roto, y no a causa de Jean, sino en razón y culpa de otro hombre, otro imposible de nombrar sin estremecerse, y que la sonrisa se borre de su rostro. Un hombre que no estaba presente allí, lo que es más, desde hace tiempo no lo estaba, y jamás lo estaría, pero siempre era dueño de sus pensamientos, incluso después de haberla destrozado.

Mientras hablaban, Faustine se sobresaltó al sentir que alguien la tomaba por su pequeña cintura. Inmediatamente se dio cuenta de quién se trataba, especialmente cuando el aroma a limón, bergamota y jazmín, acompañado de tintas maderadas, la invadió por completo. El eau de cologne, sin dudas era Pierre. Faustine sintió una cosquilla en su estómago, cuando él le habló al oído suavemente.

—Joyeux anniversaire, ma belle Faustine.

Ella se giró sobre sí misma, y quedó frente a su rostro. Era guapo y masculino sin duda. Su pelo era oscuro y prolijo, sus rasgos estaban bien demarcados, sus ojos eran enormes y de color café intensos, sus labios estaban bien delineados y carnosos, y venían acompañados de una galante sonrisa.

—Merci, Pierre, bonsoir. —le dijo con una sonrisa. Pierre tomó su mano derecha, y la besó. —Gracias por las flores, me han encantado.

—Qué gusto. —dijo él con una sonrisa, y luego se dirigió a las jóvenes que lo observaban con detenimiento para saludarlas—. Me disculpo por la intromisión, ma chériemademoiselle. —dijo dirigiéndose a Faustine—. Luego de que acabe su plática, ¿me concedería el honor de acompañarme al jardín?

—Sí, claro, por supuesto. ¿Ha ocurrido algo?

—Nada malo, se lo aseguro. —dijo él con una sonrisa—. Con permiso. —dijo haciendo un gesto de reverencia ante Juliette y Céline, quienes respondieron, y tras hacerlo, se retiró rumbo al jardín. Céline notó el semblante de Faustine, y se apresuró a preguntar.

—¿Qué ha pasado aquí? Pierre de Rieux, el marqués de Ouessant ¡¿Te ha pedido que lo acompañes al jardín?! —su tono parecía de emoción, pero Faustine se limitó sin ánimos a asentir.

—Mon Dieu. —suspiró Faustine, y revoleó sus ojos.

—No lo entiendo, ¿Cómo no te has emocionado con ello? —preguntó Céline confundida.

—Es una larga historia, Céli, pero creo que Pierre pedirá mi mano públicamente. Hace unas semanas se la ha pedido a mi padre de manera privada, tu madre estaba ahí, y me lo ha contado. Claro que, mi padre está feliz con eso…

—Oh, chérie, —dijo Juliette compadeciéndola—. Tal vez esto sea para bien, Pierre es un buen hombre, no podemos negarlo, tiene un cariño genuino hacia ti.

—Sigo sin comprender, deberías de estar feliz, Faustine. ¡Serás una mujer muy afortunada al casarte con él marqués de Ouessant! —refunfuñaba Céline.

—Céli, cuando acabe la fiesta, y antes de que debas regresar a Inglaterra, te contaré todo lo que ha pasado, y ahí entenderás. Ahora, basta con comprender que nuestra Fausti, por ciertos eventos que han ocurrido, no es feliz con ello. Prometo ponerte al corriente pronto.

—Mon Dieu, chicas, no debo ausentarme por tanto tiempo, o acabaré rogándoles piedad. Procuren enviarme cartas, esto ha de ser desesperante.

—Céline, no debes comportarte tan dramática por favor. Julie, ¿aún no sabes nada sobre Gaêl y su retorno?

—No, aún no. —Faustine abrió grandes sus ojos en señal de preocupación—. No debes preocuparte, Faustine. Hace unos días, he recibido una misiva de su parte, donde me ha relatado unos inconvenientes que ha padecido en el trayecto, entre ellos, las lluvias. Es probable que se haya retrasado debido a ello, chérie. De seguro no tardará mucho más en llegar.

—Très bien, Julie. Ahora si me permiten, iré a ver qué es lo que quiere con mi compañía, monsieur de Rieux.

—Ánimos, Fausti, y piensa en qué es lo mejor para ti. —le dijo Juliette apretándole las manos.

Les sonrió a ambas, y se dispuso rumbo al jardín. Mientras se alejaba, observaba todo su alrededor, no quería llegar al jardín, como si su cuerpo se moviera, pero su cabeza no.

Al atravesar el pórtico trasero, bajó unos escalones, y cerca de la fuente que se ubicaba en el centro del jardín, rodeado de dos rosedales, se lo vislumbraba a Pierre parado de espaldas con sus manos entrelazadas por detrás. Faustine, con un sonido inequívoco, dio a notar que estaba allí. Él se giró sobre sí, y al mirarla sonrió. Se la notaba un tanto nerviosa, tenía sus manos juntas y apretadas, respiraba fuerte y temblaba.

—¿Todo está bien, Faustine? —se apresuró a preguntarle por su semblante.

—Oui, monsieur, solo tengo un poco de frío. —le dijo, y le esbozó una leve sonrisa para apaciguarlo.

—No la demoraré mucho —dijo, y la rodeó con su brazo por la cintura—. Creo que sabe el motivo por el cual le he pedido que me acompañe al jardín, ¿verdad? —Faustine lo observaba con respeto, le parecía un hombre interesante y cautivador. Miró la mano de Pierre en su pequeña cintura, era grande y masculina, además llevaba un anillo de plata que le daba un toque especial a su apariencia. Un calor extraño le recorrió el cuerpo, se sentía indefensa ante él, y a la vez protegida. Lo buscó con la mirada y lo enfrentó.

—No, en realidad desconozco su motivo, pero tiene toda mi atención, monsieur.

—Bien, —le dijo, la soltó y se puso frente a ella—. En razón de que es su cumpleaños, deseo hacerle un regalo. —Hizo una pausa y sonrió, Faustine entreabrió sus labios sin quitarle sus ojos de los suyos—. Deseo regalarle mi corazón, mi protección, mi apellido y compañía, hasta el fin de mis días. —Tomó su mano con dulzura, mientras que un brillo se generó en la mirada de Faustine, era de emoción—. La conozco desde pequeña, y se ha convertido en toda una mujer, una a la que admiro y respeto. Realmente, me honraría y haría de mí un hombre feliz, si usted fuese la madre de mis hijos, y con quien pudiese compartir mi vida. —Se arrodilló en una pierna, sacó una pequeña caja aterciopelada negra, y al abrirla dejó al descubierto una hermosa sortija, con una perla cultivada en el centro. —. Faustine Vanderguier, ¿Me haría el honor de ser mi esposa?

Faustine se sentía sorprendida e inmensamente emocionada, sabía lo que la esperaba, pero no imaginaba esa muestra de romanticismo y caballerosidad, al menos no de parte de Pierre. Este no era el cuento de hadas con el que había soñado de niña, incluso, jamás se había visto siendo mujer de Pierre, ni su marquesa, pero su vida había dado un giro, e iba en caída libre. Solo ella tenía el poder de cambiar eso, y esta era una de esas oportunidades para detener esa caída. Sin pensarlo demasiado, extendió su mano, y le sonrió.

—Será un honor, Pierre. —dijo ella con una sonrisa, y un tanto nerviosa. Ante esa respuesta, y accionar de Faustine, la mirada de Pierre se iluminó, y con nervios, colocó la sortija en su delgado y pequeño dedo, el cual le quedó.

—Me ha hecho muy feliz, ma belle Faustine. —Le besó la mano con la sortija, y al levantarse, la trajo contra su pecho abrazándola fuerte, y cálidamente.

—También lo soy, amén de que me siento increíblemente halagada por el hecho de que un hombre como usted, me elija para tomarme como su esposa. —Lo miró a los ojos y le acarició la mejilla. —La sortija es hermosa.

—Podrías tutearme, serás mi esposa. —Ella asintió y rio—. Créeme, el halago y honor son míos, ma petite sorcière, haré todo lo que esté a mi alcance para que seas una mujer feliz y dichosa.

—Está bien, Pierre, sé que lo seré.

—Iré a comunicarle a tu padre la buena noticia, tendremos tiempo de sobra para platicar, y planearlo todo. —Faustine asintió, él besó su frente, y se dispuso nuevamente hacia el salón.

Faustine lo observó retirarse y respiró hondo, miró su mano, se sentía abrumada. ¿Qué había hecho? Lo apreciaba a Pierre, pero como un padre o un amigo, y ahora sería su mujer. El frío se le había ido completamente, se tomó unos minutos para tomar aire, así podría regresar y enfrentar toda la situación.

De vuelta en la fiesta, vio como los sirvientes de la casa se ocupaban de las copas con champán para el brindis, era evidente que su padre ya se había enterado, e iba a hacerlo público. Lo que ella quería en ese momento, era que la noche acabe, y estar en su habitación leyendo alguno de sus libros.

El sonido de las copas de cristal tintineando, y la voz de Belmont, puso en silencio la casa. Al lograr obtener la completa atención de todos, incluso la de Faustine, que lo miraba con desgano, levantó su copa para iniciar el brindis.

—Señores, amigos, familia, querida hija. Luego de tantas oscuridades que hemos tenido que atravesar, el sol está asomándose en nuestra familia. Agradezco que todos estén aquí para compartirlo junto a nosotros. Me complace anunciar que hoy tenemos triple festejo. En primer lugar, los veintiún años de mi pequeña estrella, Faustine. Por otro lado, que nuestra compañía vuela alto, y está en pos de conquistar nuevos horizontes. Y para finalizar, un hecho muy importante, y reciente, es que nuestra familia ha de expandirse, y tendremos un nuevo integrante en ella. Pierre de Rieux, el marqués de Ouessant, le ha pedido la mano a mi hija en matrimonio, y ella, ¡ha dicho que sí! —exclamó él, y todos esbozaron una gran sonrisa.—. Ahora con un gran júbilo, ¡brindemos! —Tras pronunciar esas palabras, todos alzaron sus copas, y se escucharon un sinfín de aplausos.

Faustine miró a su padre a los ojos, ignorando a todo quien intentaba encontrarla con la mirada, y asintió tras beber la copa de champán completa de un sorbo. Belmont, que conocía perfectamente a su hija, pudo ver su descontento, más a sabiendas de que ella detestaba las muestras públicas. Pero prefirió no decir, ni hacer nada al respecto, al menos en ese momento.

Desenfocada, veía cómo todos se acercaban a brindar con ella y darle las felicitaciones, hasta que se encontró con los ojos de Juliette y Céline, quienes la miraban desconcertadas por la situación, y se acercaron inmediatamente a ella. Julie ni siquiera intentó brindar con ella, solo la abrazó en silencio. Los ojos de Faustine se llenaron de lágrimas, las cuales se le estaba volviendo imposible contener. Céline se acercó a ellas, y le acarició la mejilla. Conocía bien a Faustine, sabía que estaba abatida.

—Chérie, ojalá pudiera entender mejor lo que ha ocurrido, ni siquiera sé cómo debo comportarme, si felicitarte o no hacerlo, pero, de todas formas, espero que esto sea bueno para ti, y me quedaré unos días para acompañarte.

Pierre se acercó e interrumpió el abrazo de las jóvenes, para poder brindar con su prometida.

—Por tus veintiún años, y nuestro compromiso, ma petite Faustine. —dijo él tomando su mano, ella tomó aire para recomponerse, y rápidamente evadió su malestar. No quería que Pierre lo note.

—Claro que sí, Pierre, por nosotros. —dijo ella chocando su copa junto con la de él, Pierre le acarició su rostro suavemente.

—¿Estás emocionada, chérie? —le dijo él con una sonrisa al verla con sus ojos vidriosos.

Juliette, para evitar que Faustine responda, y quede en evidencia, irrumpió felicitándolo, y este, se puso a conversar cálidamente con ella de diversos temas, entre ellos su boda, a la cual no había podido concurrir, y también sobre Gaêl, dado que no lo veía desde hacía unas semanas. Con esa charla, logró distraerlo, y hacer que Faustine pudiera salirse de donde estaban. Cuando estaba dirigiéndose hacia el jardín, en busca de aire fresco, Evelina la interceptó.

—Ma belle, ¿te sientes bien? Tu semblante… algo no está bien contigo. —le dijo firmemente, Evelina la conocía como a su propia alma.

—Sí, me encuentro bien, iba en busca de aire fresco. —Evelina la observó, y cuando estaba a punto de decirle algo, Faustine la evadió. —Se lo que has venido a decirme, esta decisión… entiéndeme, ha sido lo mejor para todos.

—Chérie…

—Déjalo así, Evelina, luego platicaremos, a solas.

—Sabes que siempre te apoyaré. —le dijo, y le acarició la coronilla. En ese momento, Belmont se acercó a su hija, y a Evelina. Rápidamente la tomó en sus brazos.

—Ma petite étoile, —bajó su voz, y le dijo al oído—. Me siento orgulloso de ti, verás que ésto será para bien, solo deseo que seas feliz. Cuando tu hermano llegue, que espero que no demore mucho, te daremos tu regalo de cumpleaños.

—No hace falta, papa. Solo deseo que Gaêl regrese a casa, sano y salvo, para darle un abrazo. —Belmont volvió a besarla en la frente, y se dirigió a Evelina.