FAUSTINE II - Camila Iacono - E-Book

FAUSTINE II E-Book

Camila Iacono

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Beschreibung

"Camila Iacono, una joven abogada penalista, en esta oportunidad muestra su faceta artística volcándose en el mundo de la literatura, de la mano de Faustine Vanderguier, la protagonista de su opera prima, una trilogía, donde en esta oportunidad presenta su segunda parte, "Faustine II, La marquesa de las Perlas". Faustine nació como un sueño que a través de su pluma se hizo realidad. La historia se desarrolla en el siglo XVIII, y data de las vivencias de una joven excepcional, apasionada y muy avanzada para su época. En esta segunda parte, Faustine sufre despedidas, secretos develados, nuevos peligros, alegrías, tristezas, y una historia de amor que trasciende cada obstáculo que la vida pone en su camino. Faustine Vanderguier, ahora la nueva marquesa de Ouessant, se ve embestida por los nuevos cambios en su vida, enfrentándolos con dulzura, valentía, inteligencia y madurez. Los marqueses viajan a Versalles, donde allí dan con nuevos desafíos, propios de la época y de la sociedad que en Francia estaba gestándose, haciendo que la vida de ambos cambie por completo. Nunca volverán a ser los mismos. Si el amor y la familia todo lo pueden, éste será el momento de ponerlos a prueba.

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Seitenzahl: 481

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Camila Iacono

FAUSTINE II

La Marquesa de las Perlas

Iacono, Camila Chiara Faustine II / Camila Chiara Iacono. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2995-4

1. Novelas. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenido

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 1O

CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 12

CAPÍTULO 13

CAPÍTULO 14

CAPÍTULO 15

CAPÍTULO 16

CAPÍTULO 17

CAPÍTULO 18

CAPÍTULO 19

CAPÍTULO 2O

CAPÍTULO 21

CAPÍTULO 22

SOBRE LA AUTORA

“I thought I could live without romance

Until you came to me

But now, I know that

I will go on loving you eternally”

Elvis Presley “I want you, I need you, I love you”

A mis padres, los de sangre y los del corazón.

A Giuliana, mi única y querida hermana.

A mis abuelas, que son mis referentes en esta vida.

A Lucas, mi amor eterno, siempre.

A Pedro, quien me enseñó que lo que la virtud ha unido, la muerte no lo separará.

A Milena, Martin, y la Angelique original, mis acólitos en esta aventura.

A mis princesas, Euge, Tati, Mora y Giovanna.

Y por supuesto, a todos los que me apoyaron para que conquiste el mundo con mi pluma.

CAPÍTULO 1

Estaba enfurecida. Las lágrimas le brotaban sin control, se sentía como una niña envuelta en un capricho, y no podía permitírselo. Salió al jardín para intentar templar su ira con el aire fresco, y comenzó a caminar por el sendero. El atardecer estaba en su auge, y necesitaba un respiro de tanta muchedumbre.

—Nadie notará mi ausencia por unos minutos. —Pensó en voz alta, y suspiró mientras iba a paso ligero por el camino hacia los campos. A medida que apuraba su paso, se alejaba de los murmullos de la casa, dejándola cada vez más atrás.

Se vislumbraban a pocos metros los cultivos, jamás había estado allí, por lo que la entretenía el nuevo paisaje. Los campos eran extensos, ocupaban veinticinco hectáreas de acuerdo con lo que Pierre le había contado. A los alrededores, había un pequeño pueblo con varias casillas, donde se asentaban los peones de la finca.

Dinan era realmente una maravilla, el viento fresco del invierno asomándose soplaba, y le erizaba la piel. Se escuchaban las aves cantar por la llegada del anochecer, y el ruido de las hojas de los árboles que pisaba en su andar, típico del otoño que tanto adoraba, el cual estaba llegando a su fin. La paz era sublime, además cualquier sonido era mejor que escuchar balbucear a Caroline.

Mientras caminaba adentrada en sus pensamientos, un hedor a quemado la invadió, alertándola, seguido de escuchar gritos de mujeres que provenían de no muy lejos de donde se hallaba. Se acercó sigilosamente, y al asomarse por detrás de los arbustos que rodeaban la pequeña villa, se topó con un escenario que jamás pudo haber imaginado.

Tres jinetes con antorchas en sus manos, iban a su paso incendiando los campos. Sus movimientos eran tan inequívocos que desde lejos podían verse, iban directo a las casas. Por otro lado, más cerca de donde ella se encontraba, había cuatro casillas en fila, de allí se escuchaban sonidos de golpes, y hombres vociferando.

Faustine, que de cobarde y temerosa poco tenía, decidió acercarse para tomar conocimiento de lo que ocurría, e intervenir de ser oportuno. Al hacerlo, pudo vislumbrar que un hombre vestido de uniforme extranjero, sombrero, y cabellera larga, ponía de rodillas a uno de los criados, que parecía estar malherido. El hombre uniformado desenvainó su espada, y rápidamente la incrustó en el torso del joven. Faustine ahogó un grito y empalideció, no sabía que hacer, su visión se había vuelto borrosa y se le taparon los oídos, creyó desvanecerse cuando de repente unos brazos la sujetaron fuertemente, y con la mano, su tomador le cubrió la boca para que no gritara. Ella, invadida por el miedo, apretó sus ojos, y sintió como con facilidad la arrastraba. Al abrirlos lo vio. Era Thierry, estaba allí, sosteniéndola. Intentó reincorporarse, y forcejeó con él, hasta que la soltó.

—¿Qué haces aquí, Thierry? —Lo enfrentó ella, colérica.

—Shh, Faustine, baja tu voz. —Le indicó él suplicante, mirando hacia los flancos.

—No, quiero y exijo explicaciones. ¿Qué está pasando aquí? ¡Han matado a un hombre! —Bramó ella.

—Cállate por favor, y escúchame. Ese hombre, —dijo señalando al uniformado que estaba divirtiéndose, incendiando las casillas. —Es el capitán Lennson. Es una larga historia, no hay tiempo, todos estamos en riesgo, ¿qué es lo qué haces en el campo tú sola? —La reprendió él.

—Solo necesitaba aire. ¿Cómo te atreves a reprenderme? —Dijo furiosa, sin más. Ella lo miraba perpleja. Él la miró en silencio con sus increíbles y penetrantes ojos. Moría de ganas de besarla, pero se contuvo.

—Ven, volvamos, te pondré a salvo, tengo a Fred aquí conmigo. —Le ordenó él, irrumpiendo el silencio. Le cubrió la espalda, y corrieron juntos hacia el extremo del lago donde reposaba Fred, su bretón corlay.

Thierry ayudó a Faustine a montarse, y se subió por detrás, la tomó por la cintura y el olor a rosas con vainilla de su cabello lo invadió. Suspiró por todas las imágenes que venían a su mente. Había anhelado por tanto tiempo tener a Faustine entre sus brazos, que sentía deseos de llevársela con él, lejos, muy lejos de allí. Ella se volteó, y quedó frente a él.

—¿Cómo has dado conmigo, Thierry? —Le preguntó mirándolo a los ojos.

—Es evidente que mi destino es protegerte de los bárbaros, Faustine. —Contestó él, y rio mirando hacia el frente, sujetándola por la cintura.

—No de todos, Thierry. —Sentenció ella, y revoleó sus ojos.

—No he podido protegerte como lo hubiera deseado hace un tiempo atrás. Pero, tú no tienes idea de lo que he tenido que padecer. No tiene importancia a estas alturas. Lo que sí importa, es que si hubiese estado cerca de tí, sin duda te hubiera protegido.

—No, Thierry. —Se volteó para mirarlo a los ojos. —Si hubieras estado cerca de mí, eso no hubiera pasado. Tampoco sabes por lo que he pasado. —Bajó la mirada, y volvió hacia el frente.

—No, pero me lo harás pagar el resto de mi vida, pequeña estrella. —Concluyó él, y acercó su rostro a su oreja. —Solo para que lo sepas, no estaba detrás de tí, sino que iba tras él, pero, como parece ser el destino, he acabado aquí contigo. —Faustine apenas se volteó, y se encontró con él, mirándola directo a su boca. Ella entreabrió sus labios, y se quedó mirándolo en silencio. No sabía que respuesta darle. Una sensación de nerviosismo se apoderó de ella, por lo que rápidamente se volteó hacia adelante, no quería sentirse vulnerable ante él. Quiso pensar bien su respuesta, pero antes de que pudiera hacerlo, sus pensamientos se perturbaron al escuchar el estruendo que provenía desde la mansión. La mueca de confusión, e incertidumbre de Faustine, se transformó en pánico. Thierry la trajo contra él.

—¿Qué ha sido eso, Thierry? ¡Mi familia está allí! —Exclamó ella con desesperación.

—No lo sé, Faustine. Estos fils de pute, no pararán hasta que los asesinemos. —Faustine bajó la mirada, y él instó a Fred para que salga a galope. Rodearon la propiedad a través del lago, y salieron hacia el frente.

La imagen era bochornosa, los invitados corrían despavoridamente, y muchos de ellos se conglomeraban cerca de la capilla, o alrededor de la fuente. Faustine no encontraba a su familia hasta que escuchó a Angelique que aclamaba por ella.

—¡Faustine, Faustine! —Exclamaba ella. —¡Eve!, ¡Juliette!, allí está Fausti, ¡mírenla! —Dijo ella tomando del brazo a Evelina. Ambas mujeres se alegraron al ver a Faustine, pero grande fue su sorpresa al denotar que estaba montada a caballo con Thierry por detrás, sosteniéndola.

—¿Es Thierry con quien está? —Preguntó Evelina, llevándose las manos a su boca.

—¡Oh, Eve! Creo que sí, mon Dieu. ¿Dónde está Pierre? No puedo ver nada con claridad. —Dijo Juliette, mirando a su alrededor.

—¡Allí está Belmont! —Exclamó Céline, señalando el sendero de la entrada, donde él se hallaba parado con la mirada nerviosa. —Debemos decirle de Faustine, seguro ha de estar preocupado.

Las cuatro mujeres fueron hacia donde estaba Belmont, y en ese mismo momento vieron salir por la entrada de la casa a Pierre, quien miraba con desolación hacia todas las esquinas de su finca.

—¡Belmont, no puedo dar con ella! —Exclamaba él, mientras se agarraba la cabeza. —Han controlado el fuego dentro de la casa, el estruendo lo ha causado un golpe con una bomba de alquitrán, dieron contra uno de los ventanales, y lo más perjudicado resultó ser el despacho de Jean Paul. Pero Faustine no está por ningún lado.

—¡No puede ser que no aparezca mi Faustine, Pierre! —Exclamó Belmont, agarrándose el pecho.

—Temo que haya sido todo una distracción… —Dijo él, y suspiró. En su tono se notaba la desesperación.

—Pierre, no es posible que nadie la haya divisado…—Antes de que Belmont pudiera seguir hablando, Evelina agitada acudió a él, junto con Céline y las demás, para mostrarle donde estaba Faustine.

—¿Dónde, chérie? ¡¿Dónde?! — Preguntó Belmont con ansias.

—Por allá, Belmont, en el caballo. —Él miró hacia donde Evelina le indicaba, y suspiró al ver a su hija montada en ese caballo, sana y salva. Segundos después, su calma se borró al ver quien la sostenía por detrás, Thierry de Pardaillan. Volteó, y vio a Pierre que miraba también, pero sin poder reconocer al misterioso salvador de su prometida.

—¿Quién está junto a Faustine, Belmont? —Preguntó él, un tanto alarmado.

—No lo sé, Pierre, no alcanzo a ver bien desde aquí, pero sea quien sea, le estaré agradecido siempre. ¡Vamos por ella! —Pierre lo miró, y una sensación extraña se apoderó de él, por no saber quién tenía a Faustine entre sus brazos, pero al menos estaba a salvo, eso calmaba su impaciencia.

—Tienes razón, vamos por ella. —Se adentraron entre la gente, hasta llegar donde estaban ellos.

—Thierry. ¡Déjame bajar! —Le exigió ella al ver a su familia cerca de allí, quería ir con ellos.

—No, todavía no es seguro, y además me gusta tenerte aferrada a mí. —La fastidió él, mientras la sostenía.

—No bromees conmigo, sabes lo enojada que estoy contigo. —Le reprendió ella, mientras forcejeaba con él.

—Si depende de mí, —dijo acercándose a su oído. —Galoparía fuerte hasta llevarte lejos. —Dijo, y le apretó fuerte la cintura.

—¡Thierry! —Dijo ella, y volteó para verlo a la cara. —¡Ya basta! Déjame ir. —Exclamó, y volvió a forcejear con él, mientras él negaba con la cabeza. La voz de Belmont los interrumpió.

—Faustine, ma vie. —Thierry la soltó risueño, se bajó del caballo, y extendió sus brazos para bajarla. Una vez que él la soltó, acudió a su padre con un abrazo que sintió interminable. —Ah, ma fille. —Suspiró Belmont. —Hemos pensado lo peor al no encontrarte. —Mientras la abrazaba, miró a Thierry y le dio las gracias. Él solo le sonrió, tras asentir.

Pierre apareció junto a Belmont y Faustine, con las mujeres por detrás.

—Faustine, ¿te encuentras bien, petite? ¿Dónde te habías metido? —Preguntó él con dulzura, acariciándole la coronilla, ella lo miró, pero no pronunció ni una sola sílaba. Desvió su mirada a Thierry, que miraba la escena con desdén, y le sonrió. Pierre lo miró también, sin poder reconocerlo, por lo que se acercó a él.

—No sé dónde ha dado con ella, pero le estoy agradecido por haberla rescatado, ¿monsieur? —Preguntó él, estrechando su mano.

—De Pardaillan de Gondrin, Thierry. —Agregó él. Observó la mano de Pierre estrecha, y rápidamente la tomó. El resonar de su apellido le generó un sentimiento de ira en el estómago, por lo que rápidamente retiró la suya. — Un placer, monsieur de Rieux.

—¿Qué está haciendo aquí? —Lo increpó él de manera hostil. Thierry dirigió su mirada a Faustine, y sonrió revoleando sus ojos.

—Yo que usted, estaría preocupado por los campos, donde Faustine estaba hurgueteando, y por cuantos ha estado masacrando Lennson, antes de hacerlo por mí.

—Mon Dieu, ¿qué estabas haciendo allí, Faustine? —La reprendió Pierre.

—¿Cómo te atreves a cuestionarme? —Preguntó ella enfrentándolo. Pierre abrió grande sus párpados, y la miró sorprendido, pero cuando iba a responderle, Caroline los interrumpió.

—¡Pierre!, mon Dieu, mon amour, ¡estás con vida! —Exclamó abrazándolo por la espalda. Faustine, ante tal escena, volteó su mirada a Belmont y a las mujeres, que miraban perplejos la actitud de esa mujer para con su futuro esposo.

—Caroline, por favor. Déjame en paz. —Se quejó él, intentando zafarse de sus brazos, avergonzado ante su futuro suegro.

—¡No! —Exclamó separándose de él. —Por poco mueres a causa de ésta niña. —Bramó ella señalando a Faustine. Ella abrió grande sus ojos, atónita, y sin poder contenerse la ira que llevaba guardando hace días, subsumida por las emociones de esa terrible situación, acabó abalanzándose sobre ella.

—Chienne, ¡pute, pute! —Exclamaba Faustine escandalizada, e intentó abofetearla, pero Thierry la sostuvo por la cintura, mientras que Pierre sostenía a Caroline separándolas, y Belmont intercedía.

—¡Mon Dieu, Faustine! —Exclamó Thierry. —Cálmate por favor. —Le pidió al oído, mientras la traía contra él.

—¡Pero que descaro! —Exclamó Evelina. —Pierre, llévate a ésta mujer que poco sabe de respeto, —le recriminó. —Petite, tranquila. —Dijo dirigiéndose a Faustine, que estaba enfurecida en brazos de Thierry.

—Pierre, ¡llévatela, por favor! —Le exigió Belmont. Pierre con rabia condujo a Caroline hacia el otro extremo de la finca.

—Caroline, si vuelves a dirigirte a Faustine de esa forma, dejaré que te abofetee, tiene razón en enfadarse. Te comportas como una niña, ¡contrólate! —Exclamó, mientras la sacudía por los hombros.

—Pierre, has corrido riesgo de perder la vida ahí dentro, y solo por buscarla. —Expresó ella ofuscada entre lágrimas.

—Y lo haría de nuevo. Es mi prometida, Caroline. Te lo suplico, acude con tu hermano, y regresen a su hogar, ya no quiero que molestes a Faustine, esta es la última advertencia. —Caroline indignada, ofuscada y un tanto avergonzada, se alejó de él en busca de su hermano, mientras Pierre buscaba a Gaêl para que lo pusiera al tanto de la situación, ya que la había dejado a su cargo al momento en que se dispuso a buscar a Faustine.

Afortunadamente, al dirigirse a la parte trasera, dio con él.

—Gaêl, dime, ¿cuál es el estado de los campos? ¿Hay heridos?

—Pierre, deberías de verlo tú mismo, el fuego se ha controlado, incluso hay cosechas rescatables, como también ganado supérstites, pero las personas, tu gente, debo decir que ha sido un golpe muy duro.

—¡Merde! ¿Has visto a mi tía y a mi hermano? —Preguntó él.

—Si, Pierre, madame de Rieux estaba en la casa junto con otras mujeres a resguardo, y Jean Paul está en los campos colaborando. ¿Han podido dar con mi hermana?

—Pues, Thierry de Pardaillan la ha traído sana y salva a nosotros. —Le contó Pierre con recelo, y Gaêl lo miró sorprendido.

—¿Thierry? ¿Está aquí? —Se apresuró a preguntar, algo desconcertado.

—Me temo que sí. —Contestó Pierre, y salió rumbo a sus campos, perturbado por las palabras de Gaêl. En el camino pudo vislumbrar como la gente ayudaba a combatir las llamas, y como sus hombres trataban de arrendar al ganado que había huido. Pero, lo peor de todo, era el baño de sangre con el que se había encontrado. De las doce familias que allí vivían, diez habían sido masacradas, dejando bebés y niños, librados a su suerte. Sea quien sea que lo haya hecho, no había discriminado, ni había tenido piedad. ¿Cómo podría recuperarse después de eso?

Acudió a las familias que habían sobrevivido al ataque, y les indicó que se hospedaran en la casa, al menos hasta que pudieran reconstruirles las suyas, y también les solicitó su testimonio para así poder recolectar información de lo que había pasado.

Se quedó a colaborar con sus criados y su hermano, luego a él se le unieron, Thierry, Belmont y Gaêl.

—Belmont, ¿qué es lo que está haciendo este hombre aquí en Dinan? Debo ser sincero, no me agrada que esté cerca de Faustine. —Confesó Pierre, mientras miraba como Thierry ayudaba a acarrear el ganado, y Gaêl rio notando sus celos.

—Debe de tener un buen motivo para estar aquí, seguramente, después de poner todo en orden, nos pondrá al corriente. Por el momento, agradezco que haya traído sana y salva a mi hija.

—Eso no podría negarlo, de hecho, estoy en deuda con él. —Dijo con desdén, y Belmont asintió.

—Por cierto, ¿quién era esa mujer, Pierre? —Él sabía que tarde o temprano su futuro suegro le preguntaría por ella, por lo que suspiró.

—Es madame Caroline Duncan de Tabour, una mujer viuda de un marqués de Versalles, Albert de Tabour. Hace años atrás, luego de su viudez querían desposarla conmigo, pero no he aceptado. Su hermano es el duque, René Duncan, con quien tenemos negocios pendientes, los de las Indias.

—Ah sí claro, que pena que se comporte de ese modo. Debo admitir que jamás había visto a Faustine así de enfurecida.

—Tampoco yo, pero quisiera dejar en claro que nunca engañaría a Faustine, no sería capaz de hacerlo.

—No lo dudo, Pierre, solo que al ver a mi hija tan ofuscada, me ha generado curiosidad, y algo de incomodidad.

Faustine, luego de que Thierry las escoltara dentro de la casa, estaba molesta. Se encontraba en el comedor junto con Evelina, Céline, Angelique, y Juliette tomando un té. Ella estaba taciturna, sus pensamientos la atosigaban, además de su terrible cansancio.

—Fausti, sigues sin articular palabra alguna desde que entramos. ¿Qué es lo que ocurre? ¿Dónde estabas, chérie? Casi nos matas de un susto. —Le preguntó Juliette.

—Había salido a caminar, necesitaba un poco de aire fresco. Para mi desgracia, he tenido que presenciar toda la escena en su pleno auge, y Thierry logró llegar justo a tiempo, aún no sé cómo ha podido dar conmigo. —Suspiró, y bajó la mirada.

—¡Faustine, por el amor del cielo, bendito sea Thierry por haber llegado a tiempo! —Exclamó Juliette. —Por cierto, jamás te habíamos visto en ese estado. ¿De dónde ha salido esa Caroline? —Comentó Juliette, y rio.

—Es una escurridiza mujer, que sin escrúpulo alguno me ha demostrado que desea a mi prometido. —Dijo enfurecida, y resopló. —No sé qué está ocurriéndome, esa mujer saca a relucir lo peor de mí. —Refunfuñó ella. Juliette y Céline se miraron, y revolearon los ojos.

—La escurridiza, y la aparición de Thierry han sido una poderosa combinación para tu nerviosismo, Fausti. —Agregó Céline. Faustine la miró, y revoleó sus ojos.

—Así es, Céli. Thierry siempre aparece en el momento más inesperado. Aun así, Pierre con su descaro me ha hecho enfadar más que la escurridiza con sus maniobras. —Las mujeres las miraron sin comprender. —¿Por qué me ven así? Acaso, ¿no lo han visto reprenderme? ¿Cómo es que se ha atrevido a hacerme un planteo cuando él consiente las desfachateces de esa mujer? Me siento una tonta. —Se tomó con ambas manos la cabeza, y suspiró.

—Ah, ma vie, incluso en los mejores matrimonios, ocurren estas situaciones. —Le dijo Evelina, mientras le acariciaba la coronilla. —El asunto de Thierry es un poco más complicado que eso, pero mujeres como Caroline, créeme, te toparás más. No permitas que las actitudes descaradas de una mujer despechada, te ocasionen una discusión con tu futuro esposo. Él es un buen hombre, cuídalo, y déjalo que cuide de tí.

—Evelina está en lo cierto, chérie. Pierre es un buen hombre, las arpías como ella siempre aparecerán en nuestras vidas, solo debemos combatirlas. El mejor remedio resulta ser la indiferencia, y el amor sincero a tu hombre. —Dijo Angelique, y le tomó la mano. —Tranquila, todo irá bien.

—Tal vez tengan razón. De lo que estoy segura es que no me parece propicio celebrar una boda con todo lo que ha pasado. Tendremos que posponerla.

—¿Estás segura, Fausti? —Se preocupó Juliette. —Deberías hablarlo con Pierre antes de tomar esa decisión.

—No me caben dudas de que él estará de acuerdo conmigo. Disculpen, ¿han visto a madame de Rieux?

—No, chérie, tal vez esté en su alcoba, acaso, ¿necesitas algo?

—No, es que no la he visto desde que he salido a caminar, previo al desastre. —Faustine suspiró, y quedó en silencio. Juliette y Céline conversaban sobre lo que había pasado, y reían por haber corrido escandalizadas por la escalera.

Evelina y Angelique, a pesar de su cansancio trataban de reorganizar el trabajo, sobre todo Angelique, ya que había planeado quedarse solo unos pocos días por la boda de Faustine, y ahora serían unos cuantos más.

Había sido un día de muchas emociones y ajetreado para todos allí, de hecho, estaba adentrada la noche, y aún no terminaba.

Faustine estaba a punto de excusarse para ir a su recámara, cuando la puerta se abrió e ingresaron Pierre con Belmont, y Thierry y Gaêl por detrás.

Belmont se acercó al comedor, y Evelina lo abrazó en silencio, ese abrazo había dicho todo para Faustine, su padre estaba agotado y el incendio lo había abrumado, sabía que le hacía revivir su más penoso recuerdo. Ella se acercó a ellos, y su padre la besó suavemente en la frente. Pierre entró al comedor detrás de él, y se aproximó a ella.

—Mon amour. —La abrazó, y ella se dejó sin decir nada. —Que miedo he sentido cuando no podía encontrarte, lamento que nuestro ensayo terminara así.

—Está bien, Pierre, no ha sido tu culpa. —Desvió la mirada, seguía furiosa, no quería ni mirarlo a los ojos, pero no podía comportarse de manera despectiva. Vio entrar a Thierry con Gaêl, y se quedó observándolo.

—Sé bien que no ha sido mi culpa, pero tendría que haberte mantenido junto a mí. —Le dijo, y la tomó del mentón para encontrarla con los ojos sin decir nada más, hasta que Gaêl los irrumpió.

—Creo que deberíamos conversar de lo que ha ocurrido. —Sugirió mientras sostenía a Juliette, dirigiéndose a Thierry y Pierre.

—¿Por qué mejor no acudimos a mi despacho? Le pediré a mi hermano que nos acompañe para que también esté al tanto de lo que ocurre. —Indicó Pierre disponiéndose al pasillo, pero antes de seguir, hizo una pausa. —Faustine, ¿por qué no aguardas por mí en la biblioteca, así platicamos al rato?

—Trés bien, Pierre. —Aceptó ella con desgano.

Thierry subió la escalera junto a Gaêl y Belmont, mientras que Pierre se adelantó en búsqueda de Jean Paul.

Se adentraron en su despacho, y los aguardaron allí. Un silencio incómodo se apoderó del ambiente.

—Thierry, hijo. No sé cómo has dado con Faustine hoy, pero sabes que te lo agradezco. Aún me cuesta comprender todo lo que ha pasado.

—No debes agradecerme, Belmont, lo que es más, yo debo disculparme por como he manejado las cosas. Estaba convencido de que hacía lo correcto, pero no era así. —Dijo él un tanto perturbado y avergonzado, por lo que rápidamente bajó la mirada.

—De seguro te ha costado lo suficiente. —Le dijo Belmont, aludiendo a la pérdida de su hija. —Sin rencores, hijo, solo para el futuro, los problemas se afrontan mejor estando juntos. —Le palmeó la espalda. A los pocos minutos, Pierre entró en el lugar junto con Jean Paul.

Su despacho se encontraba en el primer piso, a diferencia del de Jean Paul que se ubicaba en la planta alta de la biblioteca. Este era un tanto oscuro, solo tenía un ventanal con pesadas cortinas en tonos bordó, y un amplio, sobrio y elegante mobiliario, compuesto por una biblioteca, escritorio y sillones en composé.

Jean Paul, azorado, decidió romper el silencio.

—Soy quien cuenta con menos información sobre lo que está ocurriendo, ¿quiénes son estos forajidos que sin motivo aparente nos han atacado? —Preguntó él, un tanto exaltado.

—Monsieur, creo que podré aclararle el panorama si me lo permite. Ante todo me presentaré, mi nombre es Thierry de Pardaillan. Estos hombres, quienes despiadadamente han atacado sus tierras, son una banda de malhechores despiadados, liderados por el capitán Lennson, un corsario inglés. Yo he trabajado junto a él hace unos años, y las cosas no acabaron bien, tanto es así, que hoy quiere venganza. —Jean Paul lo miraba desconcertado mientras que Pierre revoleaba sus ojos. —Hace un tiempo atrás, el capitán se había asociado con alguien que guardaba odio y rencor a los Vanderguier, y la represalia acabó por ser completa.

—Ajá, ¿y nosotros? ¿Cuál es el papel que nos atañe en la contienda?

—Que a su socio lo he asesinado yo. —Reveló Pierre, Jean Paul miró a su hermano con sorpresa y desconcierto. —El socio de ese malheureux ha sido quien secuestró a Faustine. Para poder rescatarla, he tenido que acabar con su vida. De no haber llegado a tiempo, aún no sé qué podría haber ocurrido. —Resopló Pierre, y Thierry lo miró con desdén.

—Hace unas semanas he recibido una amenaza, para ese entonces ustedes habían emprendido viaje hacia aquí. Por eso mismo he venido, también amenazó a mi familia. Al llegar al pueblo, di con ellos, y les he seguido el rastro hasta aquí. Esto del incendio…—Thierry hizo una pausa, y resopló. —Ha hecho lo mismo con mis tierras de Inglaterra, es su manera de operar. De seguro tenía un objetivo que por la seguridad no ha podido cumplir, pero Lennson jamás ataca así sin más. No son hombres de guerra y patriotismo, son hombres sanguinarios, más piratas que corsarios, siento decir. No acabará aquí, terminará su cometido.

—¡Mon Dieu, pero que desdicha! No acabamos de terminar con una amenaza como Nicola, que nos asechan estos nefastos hombres. —Se quejó Belmont con tono exhausto.

—No será fácil deshacerse de él. —Aseveró Thierry.

—¿Negociar no es una opción, acaso? Tal vez con dinero… —Sugirió Pierre, pero Thierry no lo dejó terminar.

—Lo he intentado. No quiere dinero, quiere perturbar nuestra existencia. Además… —Hizo una pausa, y suspiró. —Sabe a la perfección cuál es mi punto débil, o mejor dicho, quien lo es. —Miró fijamente a Belmont. Pierre notó que estaba hablando de Faustine, por lo que apretó sus ojos, y resopló.

—A estas alturas, ya debe saber el de todos. —Expresó Gaêl, intentando disuadir la situación.

—Debería volver a la posada, si recibo más información, pasaré por aquí y los mantendré al tanto. Lamento decir, por experiencia, que no tardará mucho en dar el golpe. Sé que volverá. —Dijo con pesar. Pierre sintió una inmensa paz al escuchar que Thierry se iría, no quería tenerlo cerca de Faustine.

—No estoy seguro de que debamos separarnos. —Manifestó Belmont, con preocupación. Antes de que pudieran decir algo al respecto, el grito de Faustine que provenía de la planta baja, los alertó e hizo que salieran despavoridos para acudir a ella.

Al bajar, vieron a Juliette en la puerta de la biblioteca, con ambas manos cubriendo su rostro, afligida y perturbada. Gaêl rápidamente la tomó en brazos e intentó preguntarle qué ocurría, pero ella no podía pronunciar palabra alguna. Thierry, que bajó junto a Gaêl, ingresó en la biblioteca sin imaginar la terrible escena que se encontraría. Faustine estaba aferrada a Evelina y Angelique, llorando desconsoladamente. Él, sin comprender, dirigió su mirada a uno de los escritorios, y allí la vio. Dafne de Rieux, yacía allí, sobre el mismo.

Tenía sus ojos con los párpados abiertos, heridas por múltiples puñaladas, parte de su rostro estaba cubierto por sangre, y un gran baño de la misma a su alrededor. Él se quedó estupefacto ante tal visión, e inmediatamente Pierre, Jean Paul y Belmont ingresaron a la habitación.

Pierre, en un primer momento, acudió a Faustine por su semblante, pero al voltearse, sintió que el pecho se le oprimía al encontrarse con la mujer que lo había criado y cuidado toda su vida, en esas condiciones. Se acercó a ella, aclamando porque ello no fuera cierto, cayó de bruces al suelo, y una lágrima recorrió su mejilla. Se tomó con una mano la cabeza, y la otra la puso sobre el cuerpo de su tía. Quería que todo fuese una pesadilla, y despertar en su cama abrazado a Faustine.

Su hermano salió de la biblioteca con náuseas al no poder soportar tal imagen. Gaêl y Juliette, tras darles sus condolencias a Pierre, acudieron a acompañarlo.

Faustine se soltó de Evelina, quien se acercó a Belmont, y se dirigió al lado de Pierre. Se quedó parada frente a él, y le acarició despacio la coronilla. Él, al sentirla, se aferró a su cintura para echarse a llorar. Solo fueron unos segundos hasta que las lágrimas comenzaron a brotarle a ella también, más aún al encontrarse con los ojos de Thierry, que miraba la escena pasmado. Sabía que debía estar fuerte para Pierre, pero todo lo que estaba ocurriendo, la estaba haciendo pedazos en su interior. No importaban en ese momento sus emociones, solo quería ser su soporte.

—Lo lamento mucho, Pierre. —Le susurró al oído, mientras le acariciaba el rostro. Belmont se acercó a ellos con Evelina. Pierre se levantó, le acarició el rostro a Faustine que lo miraba con tristeza, y Belmont lo abrazó.

—Siento tu pérdida, amigo mío. Esto no quedará así, acabaremos con esos bandidos. —Pierre asintió, y se abrazó fuerte a su futuro suegro. Faustine se acercó al cuerpo de Dafne, y le cerró los ojos. Al hacerlo, notó que tenía algo en su mano.

—¡Pierre! —Exclamó, tomando la nota en sus manos. —Madame de Rieux tenía esto en su mano. —Pierre se volteó, tomó la nota que Faustine le dio, y al abrirla, se encontró con un perturbador mensaje.

“Se arrepentirán de haberse interpuesto en mi camino, no pararé hasta acabar con todos, O.L”

—Esto se ha vuelto personal. —Bramó Pierre entre dientes. —Quiero, ansío y necesito muerto a ese malheureux. —Faustine, al escucharlo así, le sacó la nota de su mano, y la leyó.

—Mon Dieu, Pierre. No entiendo que es lo que está pasando, ¿por qué tanto ensañamiento para con nosotros? —Preguntó Faustine con tristeza y preocupación.

Belmont tomó la nota, y junto con Thierry la leyeron. No lograban dar crédito al empecinamiento y odio que Lennson poseía para con ellos.

—Thierry, dime, ¿qué hecho tan grave te involucra a tí con él? Para tener tal saña, realmente debe haber sido grave. —Se interesó Belmont.

—Él ha perdido mucho dinero, y su posición. Es una larga historia, pero él había entablado operaciones, las cuales, de concretarse habrían defraudado a la corona inglesa, y a la española. Tenía un alto riesgo de fallar, por lo que su estrategia había sido exponerme a mí, ya que por el hecho de ser marqués, nadie sospecharía de un fraude. Me había usado y traicionado. Yo no estaba al tanto de sus maniobras, realmente no tenía idea, creía que era un contrato de suministros. El capitán Darren, es quien ha salvado mi reputación y mi vida. Luego de ello, acabaron despojándolo de sus privilegios. Sus ansias de venganza hacia mí, duró un tiempo. No negaré que ha intentado matarme, pero han pasado años de ese momento. Es evidente que se ha tomado demasiado personal la muerte de Nicola.

—Ambos tienen la misma naturaleza, tal vez por ello se habían unido. —Pensó en voz alta Belmont. —Aunque, ahora que lo pienso, tal vez ese malheureux de Nicola, le había prometido algo, honor, dinero, o un escape. Eso le daría algo de sentido a su empecinamiento por haber acabado con él.

Thierry se encontró a Pierre con los ojos, y rápidamente desvió su mirada. Pierre suspiró.

—Puede que estés en lo cierto, Belmont. —Dijo Thierry con desgano.

—Es decir que si no me hubieras salvado, asesinando a Nicola, nada de esto estaría ocurriendo. —Concluyó Faustine un tanto desanimada, mirando a su padre y a Pierre.

—Faustine, no digas tonterías. Reviviría a ese desgraciado, solo para volver a asesinarlo. Pagará en su siguiente vida, y en las demás, lo que te ha hecho a tí, y a tu familia. —Pierre bajó su mirada. Un silencio incómodo se produjo por unos segundos, hasta que él lo irrumpió. —Quédese por favor, monsieur de Pardaillan. Le pediré a mi mayordomo que le prepare una habitación. Belmont está en lo cierto, es mejor que estemos juntos. —Le indicó Pierre a Thierry, un tanto hostil.

—No, monsieur de Rieux, le agradezco, pero no será necesario, volveré a la posada, y mañana regresaré.

—Si lo desea, vaya por su familia y sus pertenencias, pero quédese con nosotros, no sabemos cuál será el próximo golpe de ese malheureux, y debemos estar unidos para enfrentarlo, espacio le aseguro que hay de sobra. —El tono de Pierre estaba perturbado, por lo que Thierry prefirió no continuar discutiendo.

—Eso no será necesario, ya que al momento en que nos llegó la misiva, con mi familia hemos emprendido viaje juntos. El capitán Darren creyó sensato que ellos se resguarden en París, con hombres de su confianza. Le escribiré a él para que acuda por apoyo. Si Lennson piensa dar un golpe, los que somos no serán suficientes. —Agregó Thierry, un tanto desanimado.

—Eso estaría bien. Me encargaré de hablar con la guardia francesa, como también con hombres de mi confianza para reforzar la seguridad. —Dijo Pierre.

—Mañana podremos encargarnos de ello, permítame que le ayude con la sepultura de su tía, y le doy mis más sinceras condolencias.

—Si, claro, todos ayudaremos. —Asintió Belmont. —Hija, ve con Evelina y preparen infusiones calientes, esta noche será larga, y está helando.

—Oui, peré. —Antes de salir, se acercó a Pierre para volver a abrazarlo. Él la tomó entre sus brazos, y la besó en la mejilla. Tras hacerlo, salió junto con Evelina y Angelique hacia la cocina.

Los hombres, junto con la servidumbre de la casa, se quedaron preparando la sepultura de madame de Rieux durante horas. Se adentraba la madrugada, y todos en la mansión aún seguían despiertos. El frío del cruel invierno asomándose, ya se sentía en los ambientes de la majestuosa casa, que ahora se veía envuelta en desgracia.

Faustine estaba alterada, y tenía emociones encontradas. Le perturbaba verlos a Pierre y Thierry juntos, era una situación insoslayable. Además de haber presenciado no una, sino dos muertes en un mismo día, que debería de haber sido solo de alegría.

Luego de unas horas, entraron los hombres, con frío y exhaustos.

Evelina, al verlos llegar, les sirvió una infusión para que recuperen algo de temperatura. Pierre se excusó, pero antes de irse se dirigió a Faustine.

—Petite, tomaré un baño caliente. Siento dolor en todo mi cuerpo, ¿podrías hacer algo por mí?

—Dime lo que necesitas, Pierre.

—Quiero que no salgas de aquí. Ni a los jardines. —Faustine lo miró sin dar crédito a sus palabras. —Espérame en tu alcoba, petite sorcière, necesitamos platicar.

—¿No será mejor qué platiquemos mañana? —Le preguntó confundida. —Es evidente que estás conmocionado, mon cher. Necesitas descansar.

—Faustine, s’il vous plait. —Le tomó las manos. —No contradigas mis dichos, al menos no hoy. —Le besó la frente, y tras despedirse de todos, subió. Evelina y Céline la miraron con extrañeza, mientras que Thierry, habiéndolo escuchado todo, tenía un nudo en el estómago.

Al irse Pierre, se miraron, pero prefirió evitarlo y retirarse, estaba exhausta.

Una vez lista para recostarse en su cama, se acercó al ventanal con la vista hacia el lago, para aguardar por Pierre mientras se acariciaba el cabello. Intentaba relajar su mente, pero no podía. No lograba sacarse las imágenes de ese temeroso hombre asesinando a sangre fría al criado por la tarde, el fuego, los brazos de Thierry, el despecho de Caroline, los celos de Pierre, y la muerte de Dafne. Demasiados eventos desafortunados para un solo día.

Sus pensamientos se interrumpieron cuando Pierre la rodeó con sus brazos, y al hacerlo, su eau de cologne la invadió.

—Querido, ¿cómo te sientes? —Le preguntó mientras se acurrucaba en su pecho, sin voltearse a mirarlo.

—Mi amor, que día de espanto. —Suspiró él. — Lo único que anhelaba era este momento. Sentir tu olor, y tenerte entre mis brazos.

—Nuestro ensayo de bodas, ha sido una catástrofe. —Ella bajó la mirada, y se volteó. —Lamento mucho todo lo que ha ocurrido. —Le dijo, y le besó la mejilla. Él la miró, le acarició el rostro, y la besó dulcemente en los labios.

—Ma petitesorcière. —Le colocó su rulo detrás de la oreja. Ella suspiró.

—Dime, Pierre, ¿sobre qué querías platicar?

—Sobre la boda, cariño. He pensado que, tal vez, deberíamos… —Faustine lo interrumpió.

—¿Posponerla? —Agregó ella, y Pierre la miró un tanto sorprendido. —Claro que sí, Pierre. No creo que el ambiente sea acorde al de una boda. —Él asintió.

—Le pediré a madame Bonifant que se ocupe de los arreglos para posponerla unas dos semanas, ¿estás de acuerdo, petite?

—Claro, dos semanas es perfecto. —Él se quedó observándola en silencio unos minutos, y suspiró.

—Cariño, también quería disculparme por lo de Caroline…

—No creo que sea un tema apropiado para discutir ahora, querido. Esa mujer me da jaqueca. —Lo interrumpió ella, y revoleó sus ojos.

—De acuerdo, Faustine, solo quería disculparme, era nuestro ensayo de bodas, y ni ella, ni nada de lo que ha pasado debería haberlo arruinado. ¿Puedo preguntarte algo, pequeña? —Ella asintió mirándolo a los ojos. —¿Cómo ha logrado dar contigo Thierry? ¿Sabías que él vendría? —Faustine revoleó los ojos nuevamente.

—No, Pierre. No sé cómo me ha encontrado, solo sé que si no lo hubiese hecho, de seguro estaría muerta. —Concluyó ella, y bajó su mirada.

—¡¿Cómo dices?! — Exclamó él, escandalizado.

—Claro, me sentía tan ofuscada que necesitaba caminar, no sé cómo he podido llegar tan lejos, pero lamentablemente he tenido que presenciar con mis propios ojos el asesinato de un hombre. —Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras describía lo que había vivenciado. —Su esposa gritaba, y ese monstruo no ha tenido piedad alguna, no sabía qué hacer. —De repente frenó su relato, y comenzó a llorar. —Fue horrible.

—Chérie, no estaba al corriente de que habías presenciado tal hecho, lo siento tanto. —La trajo contra su pecho, y la abrazó.

—Así es, lo he tenido todo frente a mis ojos. —Hizo una pausa, Pierre la miraba con una expresión de aflicción. —No he podido, a pesar de mis intentos, controlar el impulso de gritar, y justo ahí, apareció Thierry. Pierre, no debes enfadarte con él, de todas formas, si no lo hacía, hubiese tenido el mismo destino de ese pobre hombre.

—No, chérie, no me he enfadado con él, sino conmigo, deberías haber estado a mi lado. Era nuestro ensayo de bodas. Y ahora está aquí, en nuestro hogar, en vísperas de nuestra boda, tu ex prometido. —Dijo él con desánimo, y revoleó sus ojos.

—Tenemos un enemigo en común, debemos seguir frecuentándolo, ¿no es así? —Tras lanzar su veneno, sonrió con sarcasmo, para luego sentarse en la cama. Pierre recordó sus palabras con respecto a Caroline, y notó que Faustine seguía celosa. Se sentó en la cama junto a ella.

—Ven aquí, pequeña. —Ella apoyó la cabeza en su pecho, y él la abrazó. Estuvieron en silencio unos minutos, hasta que él se levantó. —No quiero irme.

—Entonces, quédate un poco más. —Dijo ella extendiendo sus brazos. Él la miró por unos segundos, y se recostó junto a ella, retomó su posición en su regazo, y ella lo abrazó por un largo rato. —No debes hacerte el fuerte frente a mí.

—No lo hago, mi amor. —Le confesó él, mientras apretaba sus ojos que soltaban una lágrima, y liberó un suspiro. —Estás temblando, Faustine. Le pediré a Laurel o a tu doncella que añadan más leña a tu chimenea. Debes descansar, mi pequeña. Ha sido un largo día.

—Lo sé, y tú también deberías hacerlo. —Él asintió.

—Tendremos más noches para nosotros. —Le dijo acariciándole la coronilla. Ella se paró frente a él, le acarició la mejilla, y se puso de puntillas para besarlo en los labios.

—Claro que sí, Pierre. Si me necesitas, aquí estoy para tí. Prométeme que intentarás descansar. —Él puso su mano sobre su pequeño rostro.

—Lo prometo. Tú prométeme que te cuidarás, y no saldrás de aquí. Por favor, Faustine, si algo te pasara, yo no lo soportaría… —Ella tomó su mano, y la besó, interrumpiendo sus dichos.

—Lo prometo.

—Te dejaré dormir. Mañana será el funeral de mi tía, y aún no sé cómo procesar todo lo que ha pasado, estoy exhausto. —Le besó la frente, y la encontró con sus ojos llenos de lágrimas. Faustine, sin decir nada, acarició su mejilla, y lo besó. Él sonrió, tomó sus manos, y las besó, para luego disponerse a salir de la habitación. —Bonne nuit, petite sorcière.

CAPÍTULO 2

Jean-Jacques, junto con su hermano Gregory, se habían adentrado en el pueblo de Dinan, estaban solo a unos kilómetros de la finca de Pierre. Él tenía sentimientos encontrados por estar dirigiéndose a la boda de Faustine. Por un lado, como él poseía sentido del cumplimiento del deber, sabía que debía estar allí, no podía fallarle a ella en el día más importante de su vida, haría literalmente lo que sea para hacerla feliz. Pero por otro lado, todo su cuerpo y su mente, se negaban a hacerlo, estaba enojado, triste, y melancólico. En ese momento, su inquebrantable moral le estaba costando su desgano.

Miró por la ventana, y el sol del atardecer se adentró en sus ojos color chocolate. Adoraba los atardeceres, pero le recordaban a ella, a su pequeña enamorada de los crepúsculos. Un nudo se le hizo en su estómago, sentía deseos de escapar.

—Hey, Jean parece que te diriges a un funeral. —Lo irrumpió Gregory. Jean clavó su mirada en él, y suspiró negando con la cabeza.

—No sé cómo esperas que esté, hermano. —Dijo él, volviéndose a la ventana.

—Solo digo que trates de cambiar tu semblante, Faustine lo notará, y salvo que en tus planes esté intervenir y detener la boda, no es ideal que te encuentres de este modo.

—Déjame luchar con mis demonios, Faustine tendrá mi mejor semblante, lo prometo. —Gregory palmeó su hombro, y se volvió al libro que se encontraba leyendo.

Durante lo que restó del trayecto no volvieron a conversar. Jean utilizó la ocasión para completar su bitácora, siempre hacía lo mismo sobre cada uno de los lugares que recorría, y sumado a ello, aún tenía libros y manuscritos por leer.

Dado el aviso de Leopold, el choffer, sobre que estaban próximos a su llegada, se dispuso a acomodar sus pertenencias, y prepararse a enfrentar la situación. Se sentía fatal, pero ante Faustine se mostraría completo.

El carruaje se detuvo en la enorme reja pintoresca, Leopold se bajó para anunciar a los hermanos Ragnes, pero para su sorpresa, no solo había tenido que anunciarse, sino que cuatro hombres que custodiaban la entrada acabaron interrogándolo. Jean se preocupó, dado que cuando algo así ocurría, era porque estaba reforzada la seguridad, de seguro algo debería haber pasado, o tal vez, Pierre era un paranoico.

Cuando por fin lograron ingresar a la finca, el nudo en el pecho que lo abrumaba desde que había recibido la invitación de Faustine a su boda con Pierre de Rieux, se hacía más pronunciado.

Se bajaron del carruaje justo en la fuente. La vista era preciosa, cualquier cosa lo entretenía más, que adentrarse en la casa a enfrentar su derrota. Tomó una bocanada de aire, y sin más preámbulos se dispusieron a la entrada. Gregory palmeó su espalda para darle ánimos.

A Jean le pareció extraño lo calmo que estaba el lugar, como también que había dos hombres custodiando la entrada. Estos les preguntaron quiénes eran, de dónde provenían, que llevaban en su equipaje, y por parte de quién habían sido invitados. Jean cada vez se sentía más azorado, incluso Gregory acabó incomodándose con la situación, ya que le parecían demasiadas preguntas para acudir a una boda.

Al entrar en la casa, fueron recibidos por madame Bonifant, quien les anunció que monsieur de Rieux estaba en su despacho con monsieur Vanderguier. Jean preguntó inmediatamente por Faustine, y Gregory lo miró con desaprobación por su ímpetu, pero antes de que madame Bonifant pudiera responder, Juliette se apareció junto con Evelina. Jean se sorprendió al verlas vestidas de luto, pero antes de hacer algún cuestionamiento, Evelina les dio la bienvenida.

—Jean, Gregory, queridos, sean bienvenidos. —Los saludó ella con amabilidad, y tras hacerlo abrazó a Jean, mientras que Juliette se saludó cálidamente con Gregory.

—Madame de La Tour, madame Vanderguier. ¿Cómo se encuentran? —Les preguntó Jean.

—Jean, mon cher. —Lo llamó Juliette, tras darle un cálido abrazo.

—Cómo se puede, querido. — Le expresó Evelina, e hizo una pausa. —¿Cómo ha sido el viaje?

—¿Por qué? ¿Ha ocurrido algo malo? —Preguntó Gregory.

—¿Faustine dónde se encuentra? —Las increpó Jean, preocupado. Evelina y Juliette se miraron, y Gregory revoleó sus ojos.

—Faustine está junto a mi hija, y madame Angelique, en su habitación. —Evelina suspiró. — El día del ensayo ha resultado en caos, y muerte. —Jean abrió grande sus párpados, y Gregory entreabrió sus labios. —Hemos sufrido un ataque, y han asesinado a madame de Rieux, la tía de Pierre. —Relató Evelina, y bajó la mirada.

—Mon Dieu... —Dijo él, llevándose ambas manos a su rostro. —Ahora comprendo el luto, pero, ¿de dónde ha provenido el ataque? —Rápidamente se percató de la boda, por lo que frenó su interrogatorio. —Disculpen, no estoy seguro de si disponen de tiempo, deben de estar con los preparativos muy abrumadas, si lo desean, podemos platicar luego.

—Oh no, Jean, no será necesario, de hecho tenemos mucho tiempo para platicar, ya que se ha pospuesto la boda. —Le explicó Juliette. Jean la miró sorprendido. Por dentro sintió un alivio con mezcla de alegría, pero trató de mantener la compostura para que no lo notaran. Gregory abrió grande sus párpados, y volvió la mirada hacia Jean. Él, que conocía de memoria a su hermano, sabía a ciencia cierta que esa noticia le había calmado el alma.

—¡¿Qué?! ¿Cómo? Ahora necesito saberlo todo. —Se interesó Jean.

—Estoy intrigado, porque para suspender la boda de un marqués, el asunto debe de haber sido grave. —Agregó Gregory.

—Vengan, tomemos el té, y así podremos ponerlos al corriente. —Los invitó Juliette. Jean, aunque sentía deseos de ir por Faustine, poseía más intriga por saber que había ocasionado que se haya pospuesto tal acontecimiento. —Le pediré a madame Bonifant que aliste sus recámaras y el té, de seguro después se nos unan Fausti, Céli, y Angelique. —Jean asintió, al igual que Gregory, y este último se aseguró de que Leopold llevara sus pertenencias a la habitación que prepararían para ellos. Juntos acudieron al comedor, y Juliette comenzó a relatarles sobre todo lo ocurrido el día del ensayo.

Faustine aún estaba conmocionada por lo acontecido, no quería pasearse por la casa, prefería quedarse en su habitación, y Céline no se despegaba de ella. Nuevamente la atosigaban sus pesadillas, por lo que hacía tres días que no dormía bien.

Por la mañana, después del desayuno, Angelique sintió deseos de quedarse junto a ellas para terminar los retoques del vestido de novia, y disfrutar de su compañía.

Los días siguientes al funeral, habían sido tranquilos para su perturbada mente, porque Thierry se había ido, pero sabía que volvería y eso la tenía inquieta. ¿Cómo iba a preparar su boda frente a él?, sentía que la vida estaba siendo injusta con ella, cuando encontraba la paz, algún hecho repentino acontecía, y se la arrebataba.

—Fausti, ¿por qué no me acompañas a tomar el té? —Le sugirió Céline.

—¿Tienes hambre? —Le cuestionó con desgano.

—Un poco, pero Faustine, tienes que salir a despejarte, no es bueno el encierro tanto tiempo. Podríamos ir a la biblioteca, o no sé, tal vez al jardín a pasear.

—¡No! —Exclamó con temor. —Al jardín no.

—Faustine, chérie, deberías de escuchar a Céline, necesitas despejarte. Podría hacerte daño. El encierro, la tristeza, y los nervios nunca han de ser una buena combinación. —Le dijo Angelique.

—Lo comprendo, es solo que aquí estoy cómoda, y prefiero evitar cualquier contratiempo.

—De acuerdo, pero al menos deberíamos ir al comedor a tomar el té, después veremos qué hacer. —Le dijo Céline, intentando convencerla.

—De acuerdo, Céli.

—Chérie, no quisiera entrometerme, pero creo que deberías visitar a Pierre. —Faustine la miró un tanto sorprendida. —No me veas así, están bajo el mismo techo, próximos a casarse, y desde el funeral de su tía que ni te lo has cruzado, y ya han pasado dos días. Él debe de estar muy afectado, piensa que han atentado contra su hogar, y contra su familia. —Faustine se sorprendió al escuchar las palabras de Céline, porque no había pensado en ello. No pudo evitar sentirse acongojada y culpable, Pierre estaba afrontando una penosa situación por culpa de un mal negocio de su ex prometido y su padre, sin dejar de mencionar que uno de los motivos era el hecho de haberla salvado de ese tal Nicola.

—Céli, tienes razón en tus palabras. —Sus ojos se llenaron de lágrimas. —Ocurre que no sé cómo acompañarlo con su dolor, siento culpa, sumado a que con Thierry aquí… —Suspiró, y bajó la mirada. —No puedo evitar sentirme terrible frente a Pierre, es como si todo mi pasado, mis errores y mi oscuridad, estuviesen frente a mis ojos atormentándome. —Confesó ella, y comenzó a llorar.

—Chérie, tranquila. —Le dijo Angelique, y le acarició la mejilla para limpiarle las lágrimas.

—Faustine, mon Dieu. —Céline tomó sus manos. —Debo reconocer que a Thierry no estábamos esperándolo, ni tampoco sabíamos que pasaría todo lo que acabó ocurriendo, pero sabes bien que él forma parte de todo el embrollo. Lo superaremos, superaremos este asunto y él se irá. Luego tendrás tu vida soñada junto con Pierre en este hermoso lugar. —Faustine sonrió por sus palabras, y tomó su mano en agradecimiento.

—Sí, aquí, en mi palacio rosa y verde. —Agregó ella con una sonrisa, mirando a su alrededor. Céline se sintió a gusto por verla sonreír.

—No pienses demasiado en como acompañar a Pierre, cada persona toma el dolor de maneras diferentes, pero serás su esposa, como sea debes demostrarle que estás ahí para él. Sin más no sea con un abrazo, una simple visita para saber si se le apetece algo, o al menos tu compañía. —Le aconsejó Angelique, y apretó su mano.

—Tienes razón, Angie.

—Y ya déjate con la culpa Faustine Vanderguier, ¡tú no tienes la culpa de nada! —Exclamó Céline, reprendiéndola. —Lo superaremos, ¡repítelo! ¡Lo superaremos!

—Lo superaremos. —Repitió ella con desánimo.

Mientras tanto, en el comedor, Evelina estaba junto con Juliette contándole a los hermanos Ragnes sobre el asunto de Lennson, el cómo se había vinculado con el secuestro fallido de ellas, el incendio, y la muerte de Dafne, cuando Faustine y Céline se hicieron presentes en la sala, junto con Angelique.

—¡Jean! ¡Gregory! —Exclamó ella, con júbilo y sorpresa. Jean-Jacques se levantó de su lugar, y acudió a ella con un abrazo.

—Ma douce Faustine, que lindo tenerte entre mis brazos. —Le dijo al oído mientras la abrazaba. Gregory se acercó a ella, y tras besarle su mano, la abrazó.

—Mi querido Gregory. Oh, ¡que alegría tenerlos aquí! pensé que tal vez se retrasarían un poco más.

—No, de hecho, hemos apresurado el paso pensando que nos perderíamos tu boda. —Le confesó Gregory, y Faustine bajó la mirada. Jean, antes de que pudiera responder, le levantó el rostro, tomándola por el mentón.

—Lo sabemos todo, chérie. Juliette y Evelina nos han puesto al corriente sobre el incendio, ese tal Lennson, y todo el embrollo.

—Ha sido una terrible tragedia, más aún con el susto que Faustine nos ha dado. —Interrumpió Juliette, y Faustine revoleó los ojos.

—No ha sido mi culpa como para que lo digas de ese modo, Julie. —Refunfuñó ella, y se sentó en la mesa.

—No comprendo, ¿a qué susto se refiere Juliette? Veo que el relato no concluía ahí. —Jean resopló. —¿Te ha ocurrido algo, Faustine? ¡Cuéntame!

—¿En qué te has metido esta vez? ¡Cuánto te echaba de menos, Faustine! —Se interesó Gregory divertido, y Jean lo miró furioso. Faustine sonrió, y tomó la mano de Gregory.

—Oh, no he hecho nada. Solo estaba enfadada y salí a tomar un respiro hacia los campos, había caminado perdiendo la cuenta de cuánto, y de un instante al otro, tenía el ataque de estos despiadados frente a mis ojos, lo he visto todo de cerca. Pero no me ha pasado nada malo, están exagerando.

—Creímos que te habíamos perdido, chérie. —Le recordó Evelina, con pesar.

—Bueno, pero no lo han hecho, no me han perdido, lo que es más, no tenía idea de que estaban buscándome, como tampoco del escándalo que acontecía aquí. —Reprochó Faustine.

—Al menos estás con vida, chérie, agradezco que esos maleantes no pudieran verte. Has logrado huir a tiempo. —Suspiró Jean, mientras Faustine y Juliette se miraron.

—Como dije, nada ha pasado, ahora quisiera que me platicaran sobre cómo ha estado la imprenta, y su viaje hacia aquí. —Faustine estaba interesada en escuchar a Jean y Gregory para así olvidarse un poco de todo lo estresante que había vivido esos últimos días. Mientras Jean les contaba de los nuevos artículos, y Gregory sobre lo que había acontecido en la imprenta esos meses, Gaêl y Belmont se aparecieron en el comedor.

Saludaron cálidamente a los hermanos, y rápidamente se robaron su atención comentándoles sobre todo lo acontecido desde la última vez que lo habían visto, principalmente el asunto de Nicola Gatto, ya que Jean-Jacques, por sus años junto a Belmont, sabía bien de quien se trataba. Gaêl se apartó de la conversación para acercarse a su hermana.

—Chérie, que bueno cruzarte aquí. Creo que deberías ir a visitar a Pierre, está en su despacho.

—¿Qué ha ocurrido, frère? ¿Ha pedido por mí?

—No, solo digo que deberías acompañarlo, desde el ensayo que ha estado verdaderamente paranoico con la seguridad. Claro está, que le ha afectado todo lo ocurrido. —Céline que estaba a su lado, miró a Faustine y suspiró, recordando sus dichos.

—D´accord, Gaêl, entonces iré con él.

Faustine se levantó, y se excusó diciendo que Pierre la llamaba. Jean asintió, y continuó su plática con Belmont. Ella salió del comedor, subió por las escaleras y se detuvo frente a la puerta del despacho de Pierre. Respiró hondo, y tocó. Pierre no respondió, por lo que de todas formas, se adentró.

Al entrar, lo vio a él sentado en su silla, de espaldas al escritorio mirando hacia el ventanal. Se lo notaba taciturno y pensativo, incluso siguió en silencio, sin percatarse de que Faustine estaba allí. Ella se acercó a él por detrás, y apoyó su mano en su hombro. Eso lo exaltó, e hizo que girara su cabeza para verla.

—Faustine, no te he escuchado al entrar. —Le dijo, y le besó la mano con la que le sostenía el hombro.

—No quería importunarte, solo necesitaba saber cómo te encontrabas, mon cher.

—Exhausto en verdad. —Dijo refregándose los ojos. — Y tú, ¿cómo te encuentras?

—Estoy bien, no debes preocuparte por mí. Estaba en mi recámara, Céline me ha obligado a salir, ella estaba famélica, y ansiaba un paseo por el jardín. —Pierre la interrumpió, y se levantó de la silla.

—Por favor, Faustine. —Le suplicó tomándola por los hombros, mientras ella lo miraba sorprendida por su exaltación. —Te imploraré de ser necesario, pero no salgas sola a los campos, o mejor dicho, a ningún lado de ser posible. —Faustine asintió, y entendió a lo que se había referido su hermano.

—De acuerdo, puedes estar tranquilo, Pierre. —Dijo intentando zafarse, y él la soltó.

—No, Faustine, no podré hacerlo. Tal vez no logras hacerte a la idea de la magnitud del ataque que hemos sufrido el día del ensayo. —Faustine no lo dejó terminar.

—Si que logro hacerme a la idea, Pierre. Sabes bien que lo he visto con mis propios ojos. —Le dijo seriamente, y Pierre resopló.

—No me recuerdes que estabas allí. Te podría haber pasado cualquier cosa.

—Pero no ha sido así, nada me ha pasado.

—Es cierto, a tí no, pero a mi tía sí, y todo ha sido en nuestras narices, estábamos todos aquí dentro. De solo pensarlo, me revuelve el estómago la impotencia.

—Pierre, no debes castigarte de este modo, lo que ha pasado ha sido una tragedia, pero ni tú, ni ninguno de nosotros hemos de tener la culpa, quienes la tienen es esa banda de forajidos. —Pierre revoleó los ojos, y se volteó hacia a la ventana.

—No me lo perdonaré jamás. —Hizo una pausa, su tono se notaba perturbado. Faustine al escucharlo tan abrumado, se sintió afligida, pero prefirió no decir nada. —Por favor, acata mi pedido, no vaguen por los alrededores de la casa, si bien he reforzado la seguridad, —hizo nuevamente una pausa, y continuó. —No sé ni en quien puedo fiarme.

—Lo que sea que te dé algo de paz. —Faustine bajó la mirada, y sintió que ya no tenía nada que hacer allí, por lo que sin decir nada se dispuso a la puerta. Al abrirla, Pierre la llamó. Ella se volteó, mientras él la miraba desde la ventana.

— ¿Monsieur de Pardaillan ha vuelto? —Al escuchar esas palabras, Faustine lo miró extrañada. El tono de Pierre parecía lleno de molestia, pero ya tenía suficiente como para recriminarle.

—No, aún no lo ha hecho. —Pierre asintió, y volvió a girarse a ver la ventana. Faustine sin más preámbulos salió de la habitación, estaba muy incómoda, pero entendía la actitud de Pierre, y nada podía hacer para cambiarla. Se volvió al comedor en silencio.

Pierre, por su parte, no se sentía bien con él mismo por su comportamiento para con Faustine, quería remediarlo de alguna forma, pero no sabía cómo, estaba lidiando con miles de demonios en su interior.