Femme de ma vie - Jorge Pimentel - E-Book

Femme de ma vie E-Book

Jorge Pimentel

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Beschreibung

Jorioz es un errático joven que habrá de encontrar en Anna una conexión que le complementaría por mucho tiempo. Sin embargo habrá de acostumbrarse a que sus lindos ojos café miren con fulgor sólo hacia él y que, a pesar de pasar de ser errático a pragmático deberá dar un poco más de sí por quien ama. ¿Eres capaz de imaginarla viendo a alguien más como a ti te veía? Ella guarda, como una esponja que todo lo absorbe, cada uno de tus errores; será necesario que reflexiones sobre qué harás si no quieres verla irse de la mano de alguien más. ¿Qué harás para no terminar en el suelo sollozando sin haber aprendido nada? El amor es una dulce novela rosa que todo lo mancha y desarticula tu bienestar cuando se marcha, pero no hay error que no trascienda en un aprendizaje que no debas tomar. Tal vez mal sabor de boca deja, o te enemista con quien amaste alguna vez, pero lo que sentías no era en vano, al menos que tu compromiso allí no se haya presenciado, es por eso que se muestra importante no borrar esos capítulos para obtener de ellos un mejor mapa de quien después te digas otra vez enamorado. Acompaña tu reflexionar con Femme de ma vie, y siéntate a conectar tus agrios errores con esta obra que te invita a tomarlos y convertirlos de trágicos recuerdos en novelas tuyas que conecten con el relato del libro y te permitan crecer hacia tu propio pasillo de romanticismo.

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Femme de ma vie

Jorge Luis Pimentel

Femme de ma vie

Primera edición: Junio 2020

©De esta edición, Luna Nueva Ediciones. S.L

© Del texto 2020, Jorge Luis Pimentel

©Edición: Elizabeth S.B

©Portada e ilustraciones:

©Diseño Creativo: Antonella Jara.

©Maquetación: Gabriel Solórzano

Todos los derechos reservados.

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra,

el almacenamiento o transmisión por medios electrónicos o mecánicos,

las fotocopias o cualquier otra forma de cesión de la misma,

sin previa autorización escrita del autor.

Luna Nueva Ediciones apoya la protección del copyright y

está en contra las copias ilegales realizadas sin permisos expreso

del autor o del sello editorial Luna Nueva S.L

El copyright estimula la creatividad, defiende la diversidad

en el ámbito de las ideas y el conocimiento,

promueve la libre expresión y favorece una cultura libre.

[email protected]

www.edicioneslunanueva.com

Luna Nueva Ediciones.

Guayas, Durán MZ G2 SL.13

ISBN: 978-9942-8655-7-6

A quien caminó por aquel

viejo pasillo de madera,

lleno de proyectos e ilusiones idílicas,

que se enmarcaban con el oro más puro

que no tenía que ser lustrado,

y alguna vez me acompañó por

más densa que fuera la bruma:

gracias.

Introducción

A medida que los años van cobrando protagonismo y la dizque madurez de algunos con ello, las acciones de la juventud temprana van envolviendo a las personas en una sensación de vergüenza generalizada hacia aquellas acciones, a veces con cierta razón.

Sin embargo, hay quienes pueden vivir entre esa ola de malas y vergonzosas decisiones, un genuino desarrollo de emociones que son tan complejas que la mayoría suele mal manejarlas; una de esas emociones es el amor.

Aunque parezca trillado, muchas de las personas no se paran a pensar en el hito que el primer amor forja en nuestra concepción contemporánea de aquella emoción. Haciendo distinción enérgica entre el primer noviazgo y el primer amor.

Ahora, en virtud de la concepción más experimentalista que la generación centúrica carga per se por la ola de desapego a la formalidad del amor que la generación milénica legó a la cultura popular, es de recalcar que se puede ver la magia del amor genuino y pujante en medio de una apabullante tendencia a la desvalorización de este sentimiento, firmado por un desapego a la serenidad y respeto con la que debe ser tratado.

La magia del cuento rosa puede cobrar vida todavía, no sólo en bellas relaciones de juventud, sino también en la solidificación del núcleo familiar. Entre más valorización pueda cobrar vida el bello enlace del corazón con la realidad, más sólidos pueden ser los cimientos de las familias a posteriori, más cuando nos tomemos el tiempo de juzgar con objetividad cada bello aporte que quienes alguna vez nos amaron nos dejaron aun con su partida.

Las danzas y desenlaces de las novelas rosas no saltan a la realidad, porque estas son un reflejo de la misma. Entonces, la realidad salta a las novelas rosas y estas reflejan las complejas pero bellas encrucijadas que el enamorarse verdaderamente trae consigo, enseñándonos que estas no son ficción sino un reflejo de lo real.

Primera Parte

R

Catalina Marqués

Capítulo I

Asambleas artísticas

Son cerca de las diez y media de la mañana, la campana sonará pronto y habrán de tener receso.

La profesora naturalmente da su clase con normalidad; a veces no comprende por qué se les estigmatiza tanto. Duros con él también pudieron haber sido, pero siempre terminó entendiendo que ninguno, o al menos a este nivel, hace ello de manera personal, solo quieren enseñar bien. Se atrevería a decir que entre más estigmatizado está el profesor mejor está haciendo su trabajo, la disciplina y la rectitud perduran, las risas no. Después, él un poco mayor ya viéndolo de fuera lo puede notar: deja de ver la secundaria, como en la primaria lo hacía (la escuela de los chicos grandes e independientes), y ya puede reconocer que en ella solo van chicos, que incluso en primer grado se ven hasta como bebés.

La maestra María en el pizarrón dibuja una ejemplificación de la suma de las fuerzas, tema interesante, pero por demás fácil, sin duda no uno que propiciará trabajos que impliquen el grabado de formulas que parecen interminables, pero que cuando son resueltas dan un aire justo de erudición a su vano cuaderno cuyos temas han sido repetidos por generaciones de jóvenes que en su lugar estuvieron.

Se acabó, Jorioz sale, espera a sus amigos, es la primera vez que logra tener un sentido de pertenencia de ese estilo. Siempre es común verlo a él, a Hernán y Rafael caminar formados en los alrededores mientras Jorioz escucha elocuencias de Rafael, un joven caucásico, de complexión media, para ese momento un poco más alto que sus otros dos amigos. Jorioz entiende, y cree saber que Hernán también, que Rafael es proclive a atraer a las chicas, y suele preguntarse por qué, incluso mujeres de un grado mayor que él, suelen acercársele y entablan amistad con él, es obvio que les gusta. Pareciese que este no tuviera que moverse para que las chicas a él llegasen. En el pasado, tal vez, su actitud extrovertida le haya ganado la facilidad de hablarles, de entenderlas, o simplemente podemos adjudicárselo a que creyesen simplemente que es un hombre bien parecido. No podemos decir lo mismo de Hernán, divertido, sí, pero con un físico que hasta un hombre intuiría que mucho éxito con las damas no posee, sin embargo, parece entenderlo y busca, como todos hacemos con nuestros defectos, compensarlos o simplemente pretender que no existen.

Jorioz suele escuchar, seguir la conversación, planteando de vez en cuando temas que sus amigos sí buscan continuar sin mucho éxito, pues pueden llegar a ser cosas que Hernán y Rafael no entienden o simplemente no gustan de querer entender, pero por un momento, cuanto menos con su punto de vista, se crea un pequeño intercambio de ideas. De ahí en fuera la elocuencia y risas corren a cargo de Rafael, mientras que Hernán las retroalimenta. A Jorioz le hace gracia, y, a veces, se priva en carcajadas como respuesta a aquellas elocuencias. Tal vez ahí radica el éxito de Rafael con las damas, un hombre bien parecido que además es carismático. Jorioz no puede decir lo mismo de él, su tasa de efectividad es de cero por ciento, le baja el ánimo de vez en cuando, ¿por qué no puede perpetrar nunca nada adecuado para atraer a si a una mujer que él elija?, se cuestiona. Es indudable que, en la vida de todo joven, este alguna vez se plantea si es que no vale nada, pues nadie, ninguna dama que él quisiese llegado un punto, le aprecia más allá.

A la mente de Jorioz viene el recuerdo de hasta 9 mujeres que habrían captado la atención de sus ojos, para risa de él una de ellas es un recuerdo del preescolar. Suele contarla pues cree que ahí podría radicar los primeros indicios de que el corazón habría de jugar un papel preponderante en su vida.

A pesar de que algunas hayan mostrado interés de gastar su tiempo en él, tal vez en sí mismo no lo necesitaba. Apenas llegado a la secundaria Jorioz conoció a Ailud, él suele recordar que su olor era maravilloso, la química del cerebro en ellos funcionaba. Ailud en menos de una semana insinuó las obviedades más directas. En Jorioz, sin embargo, residía una sana idea de no estar listo, Ailud le gustaba, pero él creyó no estarlo; puso un alto en Ailud, generando una división, tal vez no irreparable, pero que ciertamente nunca se hizo el intento de reparar por desinterés. Después de Ailud, Jorioz puso su mirada en hasta cuatro mujeres, ya contadas en la generalidad de todas las que cree recordar, teniendo resultados variados, pero nunca contundentes, en una dinámica cansada, que le podía derrotar a si mismo, pues con cada una de ellas, y el intento de ganar su favor, se abría la puerta de un pequeño grupo de hombres con los que tendría que rivalizar, pero que, hasta entonces, nunca habrían de hacerle tanto daño las comparativas, que por la dinámica de conquista, en la cabeza de las mujeres se crea. A pesar de todo no se embelesó totalmente de ninguna para que se regocijaran de su corazón dañar. Tal vez, porque más allá de haber flirteado superficialmente, nunca se había aventurado a apreciar y dar verdaderamente su corazón.

El recorrido de interminables vueltas en círculo se acabó, deben volver al aula, no sin antes tener que conformar filas, una acción que la escuela lleva a cabo como parte de pequeñas y viejas estrategias disciplinarias que habían funcionado bien. Los jóvenes conforman estas filas con deficiencia, cobijados por el gris cielo de la mañana, no logran hacerlo con serenidad, es como si hubieran guardado las primeras cuatro horas de la jornada energía para exacerbar en aquellos veinte minutos de receso. Isabela, la jovencita a quien a cargo está facilitar la tarea de conformación de esas filas del grupo, lo hace torpemente, tal vez sea porque su actitud natural es delicada y suave, poco imperante para lograr reprimir la exagerada actitud extrovertida de los jóvenes, habiendo terminado una vez sus propias vueltas interminables en círculos por el patio.

El maestro, un hombre bajo, de tez morena, panza curiosa y un bigote que parece mueve como si dentro de su boca un chicle masticase infinitamente, llega y lleva aquellas filas al aula que de aquel grupo es. Todos se sientan, algunos todavía entre aquello seguían buscando terminar sus aperitivos, comprados o previamente predispuestos, del receso. Hay una forma de trabajar que particularmente a él gusta, yendo de la mano con las actividades que luego la escuela muestra de manera recreativa.

—¡A ver jóvenes! —Exclama el maestro, buscando la atención y el silencio— Dentro de la parte inicial del temario de Artes tenemos predispuesto la presentación de bailes de salón. Y así, en ese sentido, como parte de un fomento autodidacta, es en equipos que deben conformar estas coreografías y en concordancia con esto, los bailes de salón. Chachachá, tango, mambo, exceptuando tal vez el vals, porque suele ser lento y se presta a que me conformen algo simple, cosa que no quiero. El punto es que innoven en pasos dentro de las posibilidades. Pueden trabajar como quieran, con quienes quieran, incluso solos. Al final habrán de presentarme el producto final en el salón de danza, ya caracterizados y todo. Una vez me presenten el producto final yo elegiré los dos mejores para que participen compitiendo con sus compañeros de otros grupos que igual harán sus coreografías. No necesito que contraten coreógrafos; no quiero quejas de sus padres de que están gastando dinero en ello, porque les estoy pidiendo inicialmente que lo hagan ustedes, si al final contratan coreógrafos ya no es cosa mía. Igualmente, con la vestimenta, bien pueden usar una que tengan a la mano, solo que sea similar en estilo, y se acabó. Así que tienen 15 minutos para conformar equipos y dármelos en una hoja de papel —concluye.

Jorioz recibe, como en la pasada ocasión, aquel requerimiento, con pereza. En su cabeza rondan las necesidades de organización con terceros, que habrá de incluir el hacer la coreografía, montarla, ensayarla, etcétera, probablemente fuera de la escuela; ciertamente todo aquello genera una fatiga profética.

Voltea la cabeza hacia Hernán y Rafael, los tres tienen claro que habrán de trabajar juntos. La pregunta era si habrán de hacerlo además con más personas. Rafael se para y va un par de filas más allá para hablar con Millicent, una amiga suya. Isabela se acerca con ellos, mientras a su vez Iria y Anna les escuchan. Isabela es, entre lo que sabe Jorioz de sus compañeros, la más interesada en asuntos dancísticos, al parecer es algo que le gusta hacer, por tanto, intuye hacia donde apunta la cosa.

Hernán y Jorioz se acercan hacia Rafael, Isabela y los demás. Efectivamente, Rafel se había acercado a Millicent y esta a su vez a Isabela para conformar un equipo más grande; al parecer Isabela sabe de una coreógrafa que conoce ya estas dinámicas del profesor, y que pondría la coreografía a un precio asequible.

Jorioz se pone cómodo en una silla vacía cerca del círculo donde todos discutían sobre los planes con respecto de la conformación del equipo. Ve mientras tanto a Millicent con Terenzio, un compañero suyo de tez un poco más morena que la del profesor, bajito y de complexión media. Ellos se coqueteaban, aquel momento a Jorioz le pareció curioso y en su mente se cuestionaba los por qué que suscitaron aquella relación pues Terenzio no era particularmente bien parecido, pero bueno, Millicent tampoco es Miss Secundaria, se planteó. Al final de cuentas, viendo aquel momento, Jorioz llegó a la conclusión de que Terenzio era un chico agradable, eso probablemente habrá de haber visto Millicent en él, ciertamente no lo sabe, piensa que la cabeza de las chicas y el cómo estas eligen finalmente a un hombre que crean digno es todo un enigma, pues muchas terminan eligiendo hombres vanos por sobre buenos partidos. Este probablemente no era el caso, Terenzio igual y era un buen joven, y más bien la cuestión era qué vio Terenzio en Millicent, mujer que a pesar de que no trataba frecuentemente con Jorioz, no es que fuesen precisamente grandes amigos, simplemente mantenían una relación cordial, pero a él le parecía una mujer de actitud un tanto rasposa. Whatever —se dice Jorioz así mismo parodiando a una coloquial chica fresa.

Finalmente, Isabela termina la sesión que allí había suscitado, escribiendo en un papel los nombres que conformarían el equipo:

Isabela Estrel Virués, Millicent Juana Garrido Verraza, Anna Lorena Torres Alarcia, Iria Salomón Henrique, Jorioz Louis Pessoa y Mógeda, Hernán Marqués Guadarrama, Rafael Lagos Heleno, Regina Zelcia Hernández, Terenzio López Ortega, Eduardo Cortés García, y Jatziri Peralta Muñoz.

Una vez escritos los nombres Isabela dio la hoja al profesor, cerrándose así la conformación del equipo. Para Jorioz este sonaba bien, no es tampoco que tuviese que sonar mal, simplemente esperaba que funcionase y que se pudiese hacer la coreografía con rapidez y presentar cuanto antes aquel requerimiento. No era de la afición de Jorioz, pero tampoco buscaba afrontar aquella situación de mala gana.

La discusión acerca de cómo y cuándo se iniciaría a practicar la coreografía se había terminado; ya no había más por hacer. Permanecieron, simplemente, sentados en grupo hasta finalizar la clase, una que se marcaba por ese constante flirteo que Jorioz veía en Millicent y Terenzio, a sus ojos los dos se veían tan pequeños, inocentes, le parecía una novela de amor de enanitos.

Capítulo II

Amigo de tu amiga

Salgo de clase abrumado, pesimista. Tendré que organizarme con mis compañeros para una coreografía; sé lo que eso significa: implicará un esfuerzo extra que hay que aportar para estar en los ensayos. Será lo abrumado y pesimista, lo flojo o egoísta, pero no son actividades que apetezca realizar. Mi boca coadyuva a esa sensación (no es novedad), pues todos los días a la salida de la escuela, la sed y la incomodidad del uniforme agobian todas las posibilidades de buenas emociones que pueda tener. A veces las buenas emociones imperan sobre esa sensación, tampoco todo es negro y triste, pero para hoy no es así, simplemente no quiero hablar, supongo entonces que la bruma ganó hoy sobre todo lo demás.

Cruzo la puerta de mi casa, las ganas de quitarme el uniforme imperan, pero antes me siento en la sala a apreciar las noticias: a veces hay de qué hablar, me ayudan a pensar, pero otras veces no es así y son el reciclado de las novedades que ya pasaron de antemano en el noticiero de una noche anterior, por lo que suponen, el verlas, una pérdida de tiempo. No obstante, las veo igual, mientras me alterno el ver el celular, tal vez allí halle algo novedoso, digno de ser apreciado.

En el celular salta una notificación: Isabela ha hablado con su conocida, quien —al parecer— por un módico precio, gustosa, dice, nos pone la coreografía. Nada mas requiere de nuestra aprobación, pero ¿cómo habríamos de oponernos? No es como que todos conozcamos una bailarina, pero supongo que al final habrá de ser decisión de nuestros padres. Isabela nos pide sus números telefónicos para que estos hablen con Elsa, la profesora de baile, cosa que le comunico a mi mamá para que se una a un grupo donde coexistirán todos los padres para acordar el “módico” y plantear un horario.

Dejo entonces que mi mamá se encargue de ello pues es hora de bañarse antes de que la misma bruma haga que me quede dormido en el sillón, con el uniforme puesto, lo que implicaría que al despertarme habré de hacerlo de mal humor, así que prevenir es no lamentar.

Abro la llave de la regadera, me meto en ella, una vez esté tibia (claramente). Tomo el shampoo, hay que empezar de la cabeza a los pies; hay que tener orden. Sinceramente soy pésimo en la regadera, me desconcentro con facilidad, esta se va como hoja de papel pegada a otra con saliva. En esta ocasión pierdo la atención por una chica, es habitual que me planteé la idea de ir tras una, pero esta en particular no es el caso el querer ir por ella. Me la paso bien hablándole, es mi amiga, aunque debo de aceptar que su risa me parece cautivadora, la lleva acabo con naturalidad; me parece dulce verla reír.

Salí del cuarto de baño, apenas lo hacía cuando oí:

—Que mañana hay que estar en el parque de cinco a seis —me dijo mi mamá.

—¿Para ver lo de la coreografía?

—Sí —me contestó.

Me metí a mi cuarto, debía cambiarme, estaba en bata.

Segunda situación donde suelo perder la noción de la concentración. El cambiarme, cuando no tengo ninguna prioridad particular, era toda una eternidad y un vaivén de situaciones, desencadenadas principalmente por bobear en el celular.

Me salta una notificación, era Anna, diciéndome cosas planteadas muy precipitadamente.

—¡Hola¡ ¿Qué haces?

— Hello, me estoy cambiando jajaja.

—Ohooou.

—¿Qué haces tú?

—Estoy con Iria, pero me dejó fuera de la casa jaja.

—¿Estás en su casa?

—No, ella está en la mía, pero quería que te hablase.

—¿Y por eso te dejo fuera?

—Eso parece.

—¿Y por qué en que me hablases o no radica el que te deje pasar?

—Pregúntale a ella —me escribía con connotación vacilona.

Para el último mensaje no abrí la conversación, estaba decidido cuando menos a superar la primera fase del cambiarme y ponerme la ropa interior; prescindir de la bata cuanto menos, de una vez por todas. Eso hice.

Me salta otra notificación de la conversación de Anna; esta vez era un vídeo, por tanto, tenía que abrir la conversación para verlo (obviamente). Otra vez, eso hice.

Era un vídeo elocuente. Vi a Anna grabar su puerta entre risas y vacilones forcejeos contra Iria, para que esta la dejase pasar.

—No bueno jajaja —le envié.

—Juas juas.

—Esa sí que es una batalla campal. Pero todavía no logro comprender por qué hubieres de hablarme para que te dejen pasar jajaja. (No sé si era ingenuo para planteármelo, o si para entonces no estaba denotadamente claro).

Sea cual sea la connotación de aquella irreverente conversación estaba feliz, hablar con Anna me hacía feliz, podía contarle prácticamente de todo, o simplemente admirar sus vaciladas, cosa que hacía gustoso.

Ahora sí, era preponderante ya cambiarme, la cara se me resecaba, no suelo ponerme crema, pero siempre hay excepciones cuando se requieren.

Una vez estaba listo salí a la sala, me senté. Suspiré, hay que relajarse. En la televisión estaba la típica programación de lunes a viernes, ese día era viernes. No hice más por cambiar de canal o querer buscar algo que me entretuviese, además mi mamá lo estaba viendo, me pareció.

Saque el celular, y sin ninguna idea clara de para qué, me metí en el perfil de Anna, comencé a ver sus fotos de perfil, cuando llego entonces a una foto en particular donde estaba con todas sus viejas amigas, guardé esa foto, una jovencita de las que estaban allí me llamó la atención, así que pensé que Anna podría, tal vez, presentármela, decirme su nombre, algo; conocerla, ¿ser su amigo?

—Oye, oye, oye.

—¿Qué pasó? —me contesta.

—Conoces a esta chica, ¿no?

—Jajaja, sí… ¿por…?

—Pues… No sé. Tal vez podrías presentármela.

—Primero dime ¿qué hacías viendo mis fotos de perfil?

—¿Tus fotos de perfil?

—Sí, ¿dónde más hubieras podido encontrar esa foto?

—Tengo contactos —le dije vacilón, para evadir su pregunta.

—Ajá, claro.

—Ya dime, mejor, si me la vas a presentar o algo. Por favor. —Le planteé vacilón.

—Está bien. Se llama Catalina.

—¿Y Jorioz podría tener la oportunidad de conocer a Catalina?

—Jajaja, puede ser. Le voy a enviar mensaje para presentarte.

La emoción se me subió en aquel momento, en pocos minutos estaría siendo juzgado por los ojos de Catalina para saber si era partido para ella o no. Había muchas variantes, cómo me presentara Anna era una de ellas.

Pasados unos minutos Anna me envía mensaje, era una captura de pantalla de lo que le había dicho a Catalina.

—¿Qué crees? Jajaja —le preguntó Anna.

—¡Hola! ¿Qué creo?

—Le gustas a uno de mis amigos.

—¿Ah sí? A ver, mándame una foto de él —le pide Catalina a Anna.

—Sí, permíteme un momento.

Anna ahora pedía por una foto mía, que la eligiera a conveniencia, para llamar la atención de Catalina, supongo. Había un problema, no era yo de hacerme muchas fotos así que me aventuré rápidamente a tomarme una en aquel instante.

Tenía una camisa beige, con un pantalón marrón; zapatos marrones. Supongo que lo que vistiese de la cintura para abajo no importaría nada, puesto que no se vería en la foto. Tomé un saco beige y me lo puse; no me vería presuntuoso, ese era yo, una persona a la que le empezaba a gustar vestir semiformal, así que no mostraría nada que no fuera. Me tomé la foto y se la envié a Anna.

—Aquí está —le escribía nervioso, mandándole la foto.

—A ver, deja se la mando.

Mis nervios eran altos, tal vez no por Catalina, pero supongo eso tiene ponerte a merced del juicio de otra persona para que esta valore si le pareces atractivo o no. En cualquier caso, ya le había preguntado a Anna por Catalina, ya Anna le había dicho de mí a Catalina, y ya Anna, seguramente, le estaba mostrando mi foto a Catalina.

—Aquí está tu resultado —me decía Anna enviándome también una captura de pantalla de su conversación con Catalina.

Puedo decir que las cosas salieron bien, Catalina parecía receptiva a recibir mi pretensión, por lo que empecé a seguirla en sus redes, y poco tardó ella en hacer lo mismo.

—Parece que las cosas salieron bien, Gavilán —me dijo Anna.

—Jajaja ¿tú crees?

—Sí, por supuesto.

—No soy muy bueno con las chicas… No sé, no se me suele dar.

—Tranquilo, ten por seguro que no es así como lo dices, mira, te voy a ayudar con ella, es mi amiga, yo la conozco.

Me desperté al día siguiente, el ánimo al tope porque hoy era día de iniciar ensayo, así que, teóricamente, no debía haber cabida para ser apático, debía darlo todo, al menos para encontrar lo gratificante de aquel evento.

En un abrir y cerrar de ojos, como se pasa la mañana, ya estaba llegando al parque donde habría de hacerle de bailarín de danzas de salón. Me subí a la gran tarima de concreto que yacía enfrente de un escenario con bancas de cemento. Ahí me formé, posicionándome cerca de donde estaban las personas con las que más me llevaba: Hernán y Rafael.

—Hola, chicos, me presento, soy Elsa. Isabela me conoce bien, ya he trabajado antes en este tipo de eventos que lleva acabo el profesor de danza, trabajé hace algunos ayeres con el hermano de ella y pues espero que podamos trabajar bien, que pongan de su parte, y pues yo igual daré todo de mí para que saquemos adelante estas coreografías, ¿les parece? —dijo presentándose.

Elsa nos puso a calentar, y ahí los veía, calentando, mientras yo hacía lo propio un poco cohibido y penoso.

Isabela nos presentó una propuesta de canción inicial que aceptamos y empezamos a ensayar. No había para ese momento parejas fijas, por lo que solíamos alternar de chica para ensayar esa canción que abriría el número en su conjunto. Solía tratar de bromear con ellas para que el bailar, cosa que daba por hecho no se me daba, no se hiciera pesado o vergonzoso. Todas respondían a mis bromas, excepto Millicent, que bailaba, al menos conmigo, por el puro compromiso. La química entre ella y yo era ríspida, y en eso pensaba hasta que sin preverlo me tocó bailar con Anna. Como dije antes, Anna, es risueña, no parece tensarse mucho con las situaciones, por lo que bromeaba más con ella regularmente, y era para fascinación mía, sostengo y reitero que su sonrisa me cautivaba, aunque no era de mucha importancia, o al menos no se la daba.

Terminó aquel ensayo, que era mucho un ensayo preliminar. Nos sentamos en las bancas de cemento, junto con nuestros padres. Ahí Elsa profundizó respecto de costos y horarios que, después de dialogarlos, quedaron acordados.

Una vez llegué a la casa me senté, después de beber agua, pues estaba agotado moderadamente, por aquel ensayo. Mi mamá se sentó igual, y entre cotilleos me resaltó algo que ella dice haber visto al final:

—Me cae bien Isabela, tiene cara de niña buena… No sé, pero se me hace tierna, digo, tampoco es tan guapa, pero tiene carisma, y pues… bonito cuerpo.

—Sí, es una buena chica, aunque a veces se comporta medio a la defensiva —contesté.

—¿Por qué?

—No lo sé, simplemente a veces se comporta soberbia, pero de vez en cuando, suele ser el resto de las veces una buena niña, ¿por qué lo sugieres?

—Al final, cuando estábamos sentados, vi que te veía con ojos… pues… sospechosos —me planteó con tono vacilón.

—Jajaja, no sé por qué. Digo, antes sí llegamos a flirtear, creo, pero ya tiene tiempo, ahora ella está en sus asuntos y pues yo en los míos. Pero igual qué te puedo decir, soy todo un galán —le dije bromeando—, a lo mejor ya cambió de opinión desde entonces.

Los dos nos reímos de aquella situación. Desconocía el por qué mi mamá me lo planteaba, pues muchas veces me insistía en recordarme que no poseía su permiso para tener novia, al menos no antes de los dieciséis, pero en el fondo supongo que ella y yo sabíamos que aquella limitación sería violada de alguna manera.

Ella se paró y se fue.

Yo caminé hacia el dormitorio, para verme en el espejo, creía tener el cabello largo, y eso me molestaba, pues recurrentemente este se movía de sitio, y tal vez por pecaminosa vanidad no lo quería así. Tratando de defenderme de mi propio juicio que me autoseñalaba de aquel pecado capital me dije: acabo de hacer ejercicio, me lo acomodaré simplemente para evitar verme el resto del día como si hubiese ido a perseguir criminales. Eso hice, y no más. Me quedé sentado enfrente del espejo pensando en lo que mi madre me había dicho, ciertamente eso me ruborizaba, pero no lo tomé como algo certero, de todos modos, no era mi prioridad, ni quería desgastarme en Isabela, ya tenía una cosa de la cual ocuparme, ¿no? Podré ser coqueto, pero no mujeriego.

Entre aquel análisis, a mi nariz llegó un particular olor y, después de buscarlo, caí en cuenta que venía de mi mano, probablemente un olor que se quedó de agarrar la mano de alguna de las chicas con las que bailé en el ensayo, pero este olor además era bastante particular, era peculiar, e indudablemente era el de Anna. Me tallé la mano en el pantalón tratando de que se fuera, e incluso me lavé las manos, puesto que sentía que Anna estaba allí, al lado mío, con el olor constante de ella. Me abrumaba, pues era curioso haber retenido su olor, y además reconocerlo con especial particularidad. Si tuviera que reconocer el olor de cada una de las mujeres que en el equipo estaban, probablemente solo reconocería el de Anna y eso me parecía raro, el cómo llegué a percibir y distinguir su olor de entre todas.

Ya había pasado un rato, el sol había caído, cuando aparece por primera vez en mi celular la imagen de que Catalina estaba conectada, era como si la aplicación me congratulase en la cara que ya podía hablar con ella, y eso quería hacer, conocerla, ver qué tanto de lo que reflejaba en la foto que tenía con Anna era verdaderamente su realidad interna. Fiel a una inseguridad interna que me abrumaba cuando de mujeres se hablaba, quería tener una especie de guía que me ayudase a no dejar que la conversación se muriese tempranamente; para ello envié mensaje a Letizia, compañera mía en el salón. Letizia era una joven tierna, cuya habla era curiosa, pues su tono era particularmente pasivo.

—Buena noche, bella dama.

—¿Qué tal, caballero? —Me contestó siguiéndome el juego.

—Quiero tu consejo, o más bien, lo necesito.

—¿Respecto a qué?

—Hay una niña, es amiga de Anna, se llama Catalina, me pareció guapa y pues… Quiero hablarle, pero no sé cómo.

—¿Cómo más habrías de hacerlo? Sé tú mismo, eso es suficiente.

—Ya, ya, pero… No quiero llegar, preguntar que qué tal estuvo la tarde. Que me contesté con un: bien, ¿y tú? A lo que yo responderé: bien, igual. Y entonces se seca la situación.

—¿Te gusta?

—¿Ella? Se me hace linda, sí, pero supongo que eso lo descubriré ahorita.

—A las mujeres nos gusta que nos oigan, nos gusta tener a quién contarle nuestras tonterías, empieza por allí y poco a poco irás avanzando. De todos modos, y por cualquier cosa, pues me envías captura de pantalla, y vemos qué hacemos para salvar la situación.

—Sale vale. Entonces ¡ahí voy¡ A ver qué tal sale todo.

Parece hasta risible, cómo nos cohibimos cuando queremos buscar hablarle a una mujer. Que esa sensación de pequeñez se traslade también al sentirse inseguro por mandar mensajes es absurdo. Pero ahí iba yo, envalentonado superficialmente a hacerlo.

—…

Casi lo logro. La segunda es la vencida.

—… Hola.

—Hola.

—Una noción tienes de mí, he de suponer, pero igual siempre hay cabida para las presentaciones.

—Jajaja, por supuesto, encantada.

—Soy Jorioz Louis, amigo de Anna.

—Un placer jajaja. Catalina, amiga de Anna.

—¡Dios! Tenemos mucho en común jajaja. —Bromeé sarcásticamente.

—Ya lo veo. Oye y ¿por qué el interés de hablarme? ¿Cómo diste conmigo?

—Pues te vi en una foto que tuvo Anna de perfil, y pues me pareciste una niña linda, y dije: vamos a hablarle ¿por qué no? Entonces ahí me ves con Anna preguntando por ti.

—Ohoo. Qué lindo.

¡Síííííí! Esa sensación de halago que produce creer que estás haciendo las cosas bien con la mujer a la que buscas cortejar es inigualable, dejas de ser pequeño para ser grande, dejas de estar cohibido para ser extrovertido, dejas de ser secundario a sentirte el protagonista. No obstante, es solo una vaga ilusión superficial de una sensación de grandeza que se esfuma rápido, y es sustituido por problemas: dimes y diretes emocionales.

Ahogado con la sensación absurda de triunfo, de sentir que lo estaba haciendo bien, tomé captura de la conversación con Catalina y se la envié a Letizia, apabullantemente triunfante.

—No es por nada, pero soy tremendo.

—Jajaja. Tranquilo, gavilán de todas las palomas, ahí la llevas, pero hay camino por recorrer.

—Me bajas los humos.

—Alguien tiene que mantenerlos bajos.

Regresé inmediatamente a la conversación con Catalina, a una mujer no se le hace esperar, supongo. Así que le contesté:

—Pues no creo haber hecho mucho para llamarme todavía lindo, pero si vuestra merced gusta ojalá podamos ser amigos.

—¡Claro! Ya nos iremos conociendo.

Y vaya que nos íbamos a ir conociendo.

La efímera gloria del día que por mi sangre corría pronto habría de acabar, no por alguna vicisitud que implicara el presagio de algo malo, sino que simplemente el día tiene un fin, y con él se van las cosas que con él se viven. El día terminó.

Llega el lunes y con él las ganas de poder plantear a Hernán y Rafael lo acontecido con Catalina. Era toda una novedad, pues comunes eran las veces que Hernán venía con la historia de algún amorío nuevo, amoríos que nunca eran certeros y que poco duraban. Mejor aún, comunes eran las veces que alguna chica a Rafael se acercaba, con claras connotaciones flirteantes. Sin embargo, pocas eran las veces que yo tenía mis propios romances, o al menos pocas las veces en relación con ellos, porque como situaciones aisladas sí que habían habido ya algunas vicisitudes, pero que, más apegadas al estilo de Hernán, eran poco certeras o tenían poca esperanza de ser concretadas. Las de Rafael tampoco se concretaban, no toda la gloria la tiene, pero más era porque poco hacía por ellas que porque en verdad no pudiera.

La clase de contabilidad llegó, lo que significa la guerra. Una incesante muestra de poder contable. El objetivo era claro: quien más rayados de diario, con sus respectivos esquemas de mayor y hoja de balance, hiciera, era el ganador, el magnánimo hombre que demostraría sus habilidades matemáticas y fiscales. Aunque a veces la mortal contienda para denotar poder y sabiduría era alternada por el cotilleo y la vagués.

En aquella hora de contabilidad Rafael solía acercarse a donde estaban Millicent, Anna e Iria, era muy amigo de ellas; Hernán se sentó con ellos. Yo no me había movido de mi lugar, hasta que Anna señaló mi ausencia a Hernán, por lo que este se dirigió a mí, desde donde estaban todos, haciéndome el ademán de que me acercara. Fui donde Hernán y el resto: siéntate aquí con nosotros, dijo Rafael. Sale pues, deja traigo mis cosas, les contesté.

Una vez llegado allí se me cuestionó:

—Ahora sí puedes decirnos de tu nueva aventura —dijo Rafael.

—Jajaja, la fiera tiene presa —bromeó Hernán. (Rafael y Hernán rieron).

Confundido les contesté: ¿Tengo nueva presa? ¿Qué presa? Que alguien me la presente para comérmela, ya que la he cazado.

—No des largas, hombre, lo que nos ibas a contar de la amiga de Anna —precisó Rafael.

—Ohooo. Pues vi a una de las amigas de Anna, creo que también la conoce Millicent, pues ya ven que ella y Anna fueron juntas a la primaria, y pues se me hizo agradable —señalé.

—¿Agradable o bonita? —Me cuestiona Hernán—.

—Pues es bien parecida, tampoco diré que no lo es.

—Uuuy, Pessoa yendo a por ellas —bromea Iria, refiriéndose a mí por mi apellido.

—¿Qué piensas hacer con ella? ¿Cómo se llama? —Pregunta Hernán.

—Se llama Catalina —irrumpe Millicent.

—Sí, se llama Catalina… Pues no sé, supongo que quiero conocerla —respondí.

—Jajaja, y ya en serio: te gusta, ¿verdad? —pregunta Rafael.

—… Se podría decir.

Para entonces Millicent se sorprendió, alzó las cejas en ese sentido y volteó a ver a Anna, como cuestionándola con la mirada. Inferiblemente Anna pareció haber captado lo que Millicent quería transmitirle, pero no se inmutó y volvió a seguir prestando atención a la conversación general. Iria les miraba, parecía entender lo que Millicent quería a Anna referir, pero no hizo por querer referir algo también.

—Pues no hay que decir más, ¡la quieres como tu señora! —Vaciló Hernán.

—Si Dios quiere que Catalina sea mi señora, pues que así sea —respondí, vacilando igualmente.

Continué con el balance general que estaba haciendo simultáneamente con la conversación, veía que Rafael parecía estar a punto de acabar, cosa que no quería que fuese así, quería ser el primero (al menos entre nosotros, pues algunas bancas más allá, Isabela, no dejándose conquistar por las distracciones, ya iba por la segunda hoja de rayado diario).

Todo me parecía bastante tranquilo, e incluso acogedor, los tonos beige del salón parecían cobijar la luz del Sol, que alumbraba discreto en la belleza de la mañana. Era un instante digno de disfrutar.

Millicent dejó su banca, pues fue con Terenzio, vaya cosa que hay que ver de nuevo. Sin embargo, dejó sola su banca, que estaba al lado de la de Anna, yo estaba por terminar, así que pensé buena idea el ver si Anna pudiese estar necesitando ayuda, por lo que me senté a su lado. Mirándola le pregunté:

—Pudiese ser que allí necesites una mano.

—No jajaja. Estoy bien, ya casi termino.

—Mmmm, ¿para qué le pides entonces a Iria que te pase la parte última?

—Aaayyy —replicó con una sonrisa— pues no le entiendo a la parte final, ¿sí?

—Pues por eso te ofrecía ayuda, mujer.

—Pero ya quiero entregar, luego me lo explicas, ¿vale?

—Tramposa —le vacilé mientras hacía un ademán con la cara— (me golpeó suavemente el hombro).

—Ahhh, y además violenta, de verdad. —continué vacilándole.

Dejé que terminara, mientras permanecía en la silla de Millicent. Miraba cómo se esforzaba en terminar el balance.

Mientras, a las afueras del salón pasaba Miriam, interés romántico de Rafael. Hubo de ser obvio, aunque yo no lo vi, estaba concentrado en mis propios asuntos (ver cómo Anna terminaba su trabajo), pero Hernán que estaba allí a su lado le increpó con ello. Rafael se chiveó, para más vergüenza suya Miriam entró al salón, al parecer iba a dejarle algún tipo de recado al profesor, las bullas no faltaron, Hernán las lideró.

—¡Te hablan Rafael!

—¿No es esa la niña que te gusta?

—¡Vas!

Rafael mientras tanto agachó la mirada, para no darle más motivos a aquellos señalamientos, pero no faltó la peculiar cara que ponía cuando entraba o veía de cerca a alguna mujer que le gustase: fruncía el ceño y parecía apretar sus labios, yo lo veía como si emulara la cara de un pato enojado.

Miriam se fue del salón, sonrojada también, dejándonos a un Rafael rojo, cual jitomate, que se destensó riéndose fuertemente con Hernán.

—Gracias eheee —dijo Rafael a Hernán, mientras reían.

—Nada, nada, para eso estamos, fiera.

Isabela había terminado ya, por lo que se acercó con nosotros. La presencia de Isabela era intensa, al menos para los varones, sostengo el decir que no es particularmente la más guapa, pero hacia aflorar una sensación de atracción peculiar, y no lo digo especialmente por mí, sino también por lo que veía en Rafael y Hernán, aunado a que no habían sido pocas las veces que ellos me habían planteado su fascinación por ella, secundándolos yo también en algunos casos, tal vez yo con más razón, pues había buscado a Isabela en el pasado, y ella me había correspondido en perspectiva, pero, fiel a mi novatez, no logré nada, y ahora Isabela fanfarroneaba de un chico de otro grupo el cual le gustaba.

—¿Tienen algo que hacer el fin de semana? —preguntó Isabela.

—Tengo que ir con mis papás al centro —respondió Millicent (no le caía particularmente bien Isabela) .

—Mmmm, ¿y los demás? ¿No quieren venir a casa de Josephine? Me invitó y me dijo que les dijera, porque no pudo venir hoy.

Josephine era una niña común, no me parecía que tuviese alguna característica particularmente resaltable y había sido interés romántico de Hernán. Al parecer se cambiaría de escuela, pues lo haría también de casa, y buscaba tener una última reunión con sus amigos.

—¿Dónde vive? —Preguntó Rafael—

—En las unidades que están aquí detrás.

—Ahh, pues ahí vives tú también ¿no, Hernán? —Preguntó Anna.

—Sí, de hecho, también vive ahí Isabela, jajaja —contestó.

—Todos muy cerquita.

—Pues yo tendré que ver, pero yo digo que sí —respondí al planteamiento inicial.

—Pues yo igual, digo, a lo mejor llego un poco tarde, pero sí voy —dijo Rafael.

—Vale, entonces le digo a Josephine y que al rato les envíe su dirección a los que no la sepan —dijo Isabela.

No solía aceptar ese tipo de proposiciones, la vagancia la prefería hacer en mi casa, pero me lo pensé dos veces, presionado en medida por la premisa de que sería la última vez que veríamos a Josephine, así que llegando le planteé a mi mamá al respecto, obtuve su permiso.

Me salta una notificación, al parecer Josephine había creado un grupo para plantearnos lo que antes Isabela nos decía:

—Chicos, pues como ya les dijo Isa, estoy planeando un mini convivio en mi casa. Pronto me cambiaré a otra más adentrada en el Estado de México, y pues me quedaría lejos nuestra secundaria, por lo que también me cambiaré de escuela.

—Pero ¿por qué te cambias? —Preguntó Hernán tratando de mostrarse triste.

—Estaba rentando la casa aquí, y pues ya subieron un poco la renta. Tenemos la casa allá, así que no vemos por qué no ocuparla.

—Sí, pues sí —respondió Hernán.

—Va a ser aquí en las unidades detrás de la secundaria, en el edificio C, número 128. ¿Vienen, entonces?

—Sí, pues sí —contesté.

Todos los demás aceptaron, excepto Millicent, que sostuvo tenía que ir al centro de la ciudad con sus padres ese fin de semana.

El plan estaba hecho, iríamos a la casa de Josephine pronto, pero no hay que correr, primero finiquitemos el día con paz y armonía, efímera.

Veía tranquilamente las noticias nocturnas, cuando de repente volví a ver a Catalina conectada. Mi interior volvía a debatirse el hablarle o no: ¿qué le diría? ¿Estaría de buen humor como para recibir algún chiste? ¿Es adecuado decirle chistes o debo mostrarme más bien serio? ¿Cómo habré de gustarle si ni me ha visto más que en un par de fotos y en la foto que le envié a Anna para que le enviara a ella?

Las cosas se aclaraban, Catalina debía verme, de lo contrario jamás habría de gustarle, no hay conexión que solo prolifere en vacíos mensajes que no te dejan expresar la complejidad de las emociones, o sus connotaciones profundas, pero el que escuchara mi voz era pollo de otra sopa, primero, al menos, debía ver mi cara, conocer mi rostro.

Todavía no oscurecía, así que tomé mi celular y fui a la parte de la casa donde creyese que había mejor luz e hice algo que no solía hacer ni por equivocación, no era principalmente fan, tal vez porque llenaba mi cabeza de complejos que me doblegaban, y que me seguirían doblegando, pero tenía que tomarme una foto y encontrar en ella la que más complejos superase para poder publicar, y en el camino, tal vez cautivar a Catalina.

No hay nada más curioso que la descripción de un acto simple: yo parado a conveniencia para tomar el ángulo más adecuado, donde la luz me diese bien, resaltando los detalles de mí que me gustaban: mi tez blanca, uniforme, de cierta manera, mi cabello castaño que tenía rizos claros a la luz del sol. Animándome me visualicé como un hombre que con todo podía. Solía medir lo que hiciese, al menos en aspecto romántico, con lo que Rafael, pero ciertamente los contextos y situaciones nunca habrían de ser los mismos. En el otro extremo de mí, mi brazo, agarrando el celular que tomaría la foto. Eso hice.

Publiqué la foto, llegándome un par de notificaciones, un instante después, de que algunas personas habían indicado que les gustaba, pero a mí no me interesaba eso de cualquier persona, sino de Catalina. Cuando vi que Catalina había reaccionado a la foto, me despreocupé, pues la foto había cumplido su cometido, impactar en Catalina.

El segundo paso del malévolo plan, que más bien era malévolo hacia mí y no hacia ella, por implicar enfrentarme a mí inseguridad a la hora de hablarle, era hablarle. Envié un mensaje a Letizia, debía estar allí, por si algo se complicaba.

—Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

—¿Qué tal? —respondió Letizia.

—¿Qué haces?

—Pues estaba viendo la televisión con mi mamá, ¿y tú?

—Pues venía a ti en busca de valentía.

—¿Qué pasó con la amiga de Anna? ¿Cómo se llamaba?

—Se llama Catalina. No ha pasado nada, pero tengo ganas de hablarle, pero todavía me lo estoy pensando.

—¿Y ahora por qué?

—Por las mismas primeras razones.

—Pues entonces te doy los mismos primeros consejos, sé tú mismo y todo fluirá naturalmente.

—…Supongo.

—Deja de suponer. ¡Venga, va! ¡Háblale!

Lo que buscaba en Letizia lo obtuve, el que me dijera que le hablase a Catalina, como buscando una excusa y deslindarme de la decisión. Como si usase la valentía ajena para suplir la propia. Sea como sea le envié mensaje a Catalina.

—Buena noche, bella dama.

—Jojo, ¿qué tal caballero?

—¿Cómo estás?

—Bien, bien, ¿y tú?

—Bien también… ¿Qué tal la escuela?

—Nada novedosa, aconteció regularmente.

—Eso es bueno.

Las ideas se me habían acabado, pude haber dado la conversación por terminada. No obstante, por afuera de la ventana vi una Luna llena que me pareció particularmente bella… Particularmente bella para usar de pretexto:

—¿Ya viste que hoy hay Luna llena? No sé si no me había parado a verla antes, pero me parece linda.

—Sí, la vi hace rato, está muy bonita.

—¿Sabes qué significa esto? Que hoy me convierto en hombre lobo.

—Jajaja, ajá, sí.

—Jajaja, no es cierto, no puede ser así, porque soy vampiro, pero no de los que se popularizaron hace un par de años con la novela, prefiero el tono del clásico, el de Vlad Tepes.

—Más sangrienta la cosa, ¿no? Jajaja.

—De hecho. Pero bueno, ya no te quito más tu tiempo, estimada. Ten buena noche —cerré, pues ya no tenía ideas.

—Jajaja, tenga usted buena noche.

Ya había cumplido mis dos objetivos: tener impacto gráfico en Catalina, y hablarle. Ahora sí, sin más demora, podíamos relajarnos y finalizar el día, así hubiera sido, pero llegó a mí una notificación de Anna.

—¡Hooola!

—Jajaja, hola. ¿Qué haces?

—Nada, estaba aquí con mi hermana. Estaba hablando con Millicent, pero se desconectó, y de Iria no hay luces, así que pensé en ti.

—Ahh, soy tu tercera opción —le bromeé.

—Jajaja no, sabes que no.

—Apostaría a que incluso podría ser la cuarta o la quinta, si me pongo debajo de Hernán y Rafael.

—Ora’, ¿por qué lo dices?

—Pues hablas más con ellos, me pareció lógico de suponer.

—Eso podría cambiar si hablaras más conmigo.

—¡Pero sí hablo contigo!

—Pero pues no lo suficiente, si dices que sientes que hablo más con Rafael y Hernán.

—Tampoco me regañes —le vacilé.

—Eres un payaso —me dijo, vacilándome también.

—Ya me voy a dormir don Payaso. Buenas noches —se despidió.

—Buenas noches, Ann —dije despidiéndome.

—¿Ann? Nunca me habías dicho así.

—Pues ya ves, me nació solamente, supongo.

—Jajaja, buenas noches —finalizó.

Es aquí donde visualizamos un time lapse, para posicionarnos al final de la semana, inminentes al convivio de Josephine. Ojalá así fuera la vida, de emotiva, recurrente, especial; poder saltar todo lo banal e ir a lo especial, reconocer los momentos genuinos cuando se viven y evitar los fatídicos, los que estremecedoramente te destruirán y harán caer hasta lo más subsumido de la derrota.

El Sol brilla en el horizonte y abraza mi cuerpo, tapado por un suéter que abriga una camisa de manga larga. No importa el calor o el frío.

Confuso me acerco al edificio donde parece ser vive Josephine; con miedo a ir en la dirección incorrecta, entre un mar de otros edificios, me adentro en el que apostaré será el de ella. Subo un piso, y hallo el número que Josephine nos señaló es su casa. Alzo la mano, pero antes de tocar lo pienso dos veces, volteó al costado, para cerciorarme que algún indicativo de allí me reconfirme que es ese el edificio, al final no necesité llamar a la puerta. La madre de Josephine abre, me recibe vigorosa. Pessoa, ¿cierto? —me pregunta— ¡Claro que sí! Eres inconfundible. Me adentro al departamento de Josephine y la veo sentada, riendo, estaba ya con Isabela. Las dos se paran y me reciben amigables.

Me siento al lado de Isabela, casi en forma de reflejo, olía bien. No intento insertarme en la conversación, pues parecen hablar cosas de las que solo las chicas hablarían, por lo que solo me pongo cómodo y paso de ello, hasta que Isabela se para y precisa que tiene frío. Josephine le dice que tal vez deba ir a su casa a por un suéter, que no había necesidad de agobiarse. Isabela asiente y dice que irá por él.

—Que Pessoa te acompañe —dice Josephine, mientras yo me quedo aquí por si llega alguien. Sirve que preparo palomitas, para ver qué veremos cuando lleguen todos.

Isabela me pregunta si deseo acompañarla, riendo le afirmo, pues qué mas habría de hacer allí sentado. Salgo con ella del departamento de Josephine, bajamos las escaleras y caminamos por el pasillo que había recorrido para entrar en el corazón del edificio, viendo los mismos colores de los que me agobié cuando entré: amarillos, naranjas pasteles, y además blancas puertas enrejadas que solían tener pajaritos de porcelana o algún otro adorno de tianguis colgadas en ellas.

Cruzamos un desordenado estacionamiento para llegar al edificio de enfrente que, básicamente, era una copia del edificio de Josephine, pero posicionado en otro lugar. Sus características se repetían, tonos amarillos y naranjas pasteles con puertas blancas enrejadas, con figurillas de porcelana colgando de ellas.

Subí con Isabela las escaleras, quedándome detrás de ella cuando esta llamó a su puerta. Su madre abrió.

—¿Qué pasó? ¿Qué se te olvidó? —le preguntó su mamá a Isabela.

—Nada, pero me dio frío, entonces vengo por un suéter o algo.

Su madre se percata de mi presencia; me invita a pasar y me ofrece de beber, yo le sonrío, pero le rechazo tal proposición: no, no, ahorita vamos a comer allá con Josephine, entonces mejor me reservo —le respondí.