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El origen de nuestra crisis civilizatoria actual obedece a la interacción destructiva entre la antroposfera, la tecnosfera y la biosfera, como consecuencia del impulso ciego del desarrollo tecnocientífico que nos hace vivir ingenuamente, de espaldas a la naturaleza. En la Era del Antropoceno, este desajuste del metabolismo entre la sociedad global y la naturaleza se ha convertido en un peligro tanto para la vida humana actual y futura como para el vulnerable equilibrio de la biosfera. A través de esta obra, se exploran preguntas esenciales de la filosofía ambiental para entender el lugar del ser humano en la naturaleza, los dilemas éticos frente a la tecnociencia y cómo reorganizar los sistemas sociales para afrontar los desafíos ecológicos.
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Seitenzahl: 634
Veröffentlichungsjahr: 2024
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principios éticos y valores para una ciudadanía ecológica planetaria
PUBLICACIONES DE LA UNIVERSIDAD PONTIFICIA COMILLAS MADRID
CÁTEDRA DE BIOÉTICA
N.° 37
DIRECTOR DE LA COLECCIÓN
RAFAELAMOUSANOS
PEDIDOS:
PUBLICACIONESDELAUNIVERSIDADPONTIFICIACOMILLAS
Universidad Pontificia Comillas, 3
28049 MADRID.
TEL.: 91 540 61 45 - FAX: 91 734 45 70
JUANALBERTOLECAROSURZÚA
2024
Servicio de Biblioteca. Universidad Pontificia Comillas de Madrid
LECAROS, Juan Alberto, autor
Filosofía ambiental : principios éticos y valores para una ciudadanía ecológica planetaria / Juan Alberto Lecaros Urzúa. -- Madrid : Universidad Pontificia Comillas, 2024.
293 p. -- (Cátedra de Bioética; 37)
Bibliografía: p. 269-293
ISBN 978-84-7399-154-4
1. Aspectos éticos. 2. Aspectos filosóficos. 3. Ecología. 4. Ética ambiental. I. Título
Esta editorial es miembro de la Unión de Editoriales Universitarias Españolas (UNE), lo que garantiza la difusión y comercialización de sus publicaciones a nivel nacional e internacional.
© 2024 UNIVERSIDADPONTIFICIACOMILLAS
Universidad Comillas, 3
28049 Madrid
© 2024 JUANALBERTOLECAROSURZÚA
Diseño de cubierta: BelénRecioGodoy
ISBN: 978-84-7399-154-4
eISBN: 978-84-7399-146-9
Depósito Legal: M-23400-2024
Maquetación e impresión: R.B. Fotocomposición, S.A.
Reservados todos los derechos. Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier sistema de almacenamiento o recuperación de información, sin permiso escrito de la UniversidadPontificiaComillas.
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO I LA CRISIS SOCIO-ECOLÓGICA PLANETARIA: ORÍGENES Y DESTINO
1. LAS ESFERAS TERRESTRES: ANTROPOSFERA, LA TECNOSFERA Y LA BIOSFERA
1.1. El presupuesto antropológico de la crisis socio-ecológica
1.2. El desajuste entre la biosfera y la tecnosfera
2. EVOLUCIÓN HISTÓRICA DEL CONCEPTO DE NATURALEZA
2.1. La naturaleza y la técnica en la filosofía griega
2.2. El antropocentrismo estoico y cristiano
2.3. La idea de naturaleza en la modernidad
3. REFLEXIONES FILOSÓFICAS SOBRE LA CIENCIA Y LA TECNOLOGÍA
3.1. La técnica moderna como crisis de la humanidad
3.2. La solidaridad antropo-cósmica
3.3. La naturaleza como biosfera: el sentido fenomenológico de la Tierra como morada
CAPÍTULO II LA SOCIEDAD GLOBAL DEL RIESGO: LOS LÍMITES AL PROYECTO PROMETEICO
1. LA SOCIEDAD GLOBAL: ASIMETRÍAS Y DESIGUALDADES SOCIO-ECOLÓGICAS
1.1. Las desigualdades socioeconómicas de la globalización
1.2. Las desigualdades socio-ecológicas planetarias y la justicia global
1.3. La asimetría ética entre la generación presente y las generaciones futuras: la justicia intergeneracional
1.4. Población y medio ambiente: de un mundo vacío a un mundo lleno
1.5. El problema de la ineficiencia y la paradoja de la ecoeficiencia
1.6. El debate sobre la sustentabilidad y el desarrollo sostenible
2. LÍMITES AL PROYECTO PROMETEICO DE LA TECNOCIENCIA
2.1. La ecología como ciencia de los límites
2.2. Hacia una racionalidad ecológica: índices de bienestar y capacidades humanas
2.3. Los límites de la sociedad del riesgo y el principio de precaución
2.4. La gobernanza anticipatoria de los riesgos catastróficos globales y de los riesgos existenciales
CAPÍTULO III UNA ÉTICA PARA LA ERA DEL ANTROPOCENO
1. LA ANTROPOLOGÍA EN LA ERA DEL ANTROPOCENO
1.1. Las antropologías antihumanistas: la vuelta al primitivismo
1.2. Las antropologías transhumanistas: la huida de la vulnerabilidad del cuerpo y la Tierra
1.3. La antropología de la finitud: Alasdair MacIntyre y Hans Jonas
2. ALGUNOS ASPECTOS INTRODUCTORIOS A LA ÉTICA MEDIOAMBIENTAL
2.1. El antropocentrismo epistémico y moral
2.2. Las cuestiones centrales de una ética medioambiental
2.3. La necesidad de una ética del cuidado y del respeto hacia la naturaleza
2.4. El ámbito de la moralidad: el horizonte de la consideración moral
2.5. La teoría del valor: el valor intrínseco y el valor instrumental
CAPÍTULO IV LA FUNDAMENTACIÓN EN ÉTICA MEDIOAMBIENTAL
1. EL ORIGEN Y EVOLUCIÓN DE LA ÉTICA MEDIOAMBIENTAL
1.1. El utilitarismo de Jeremy Bentham y el trascendentalismo americano
1.2. Padres fundadores de la Environmental Ethics: John Muir y Aldo Leopold
1.3. The Land Ethic de Aldo Leopold
1.4. Albert Schweitzer: el precursor de los biocentrismos
1.5. El nacimiento de la Environmental Ethics
1.6. El debate continental: la discusión Karl Otto Apel vs. Hans Jonas y la contienda francesa
2. ENFOQUES ANTROPOCÉNTRICOS
2.1. John Passmore: la responsabilidad del hombre frente a la naturaleza
2.2. El antropocentrismo postkantiano de la ética de la responsabilidad de Karl-Otto Apel
3. ENFOQUES SENSOCÉNTRICOS Y BIOCÉNTRICOS
3.1. Liberación animal de Peter Singer y la defensa de los derechos de los animales de Tom Regan
3.2. Más allá de las éticas extensionistas: hacia un estatus moral relacional de los animales
3.3. Biocentrismo: el deontologismo de Paul W. Taylor y el consecuencialismo de Robin Attfield
3.4. La ética de la responsabilidad de Hans Jonas: un biocentrismo jerarquizado
3.5. Compatibilidad e incompatibilidad entre la ética animal y la ética ambiental
4. ENFOQUES ECOCÉNTRICOS
4.1. Land Ethic: Aldo Leopold y J. B. Callicott
4.2. Holismo ético de Holmes Rolston III
4.3. La Deep Ecology: Arne Naess, Bill Devall & George Sessions
5. LA ECOLOGÍA SOCIAL Y LA ECOLOGÍA POLÍTICA
5.1. La ecología social: Murray Bookchin y Edgar Morin
5.2. La ecología política: el movimiento de justicia ambiental y el ecologismo de los pobres
5.3. La filosofía medioambiental feminista y el ecofeminismo
6. LA BIOÉTICA GLOBAL, ÉTICA MEDIOAMBIENTAL Y LA ÉTICA DE LA RESPONSABILIDAD56
6.1. Una mirada fenomenológica a los orígenes de la bioética
6.2. Las concepciones fundacionales de la bioética: Fritz Jahr y Van Resselaer Potter
6.3. La bioética global: la necesidad de un esquema de principios y una metodología para una responsabilidad planetaria
CAPÍTULO V PRINCIPIOS ÉTICOS Y VALORES PARA UNA CIUDADANÍA ECOLÓGICA PLANETARIA
1. PRINCIPIOS PARA LA ÉTICA MEDIOAMBIENTAL1
1.1. Los fundamentos teóricos y los límites metodológicos de la ética medioambiental
1.2. Principios de nivel medio para la ética medioambiental
2. LOS VALORES DE AYER RENOVADOS PARA EL MAÑANA Y LA NECESIDAD DE NUEVOS VALORES PARA EL FUTURO
2.1. Las visiones de lo posible: hacia la reconstrucción ética del tejido social
2.2. Los valores de siempre renovados para el futuro: moderación, contención y suficiencia
2.3. Nuevos valores para la sociedad del futuro
3. LA CIUDADANÍA ECOLÓGICA: DEMOCRACIA, JUSTICIA Y RESPONSABILIDAD
3.1. Ciudadanía, democracia y medio ambiente
3.2. Enfoques de ciudadanía ecológica
CONCLUSIÓN
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
El uso de la tecnología debe basarse primero en el redescubrimiento del ser y los valores que acompañan a la praxis o transformación. Por lo tanto, la verdadera solución vendrá de introducir todo lo que se puede saber sobre la transformación humana en todos los niveles: en las escuelas, en las empresas, en los servicios públicos, etc. De ahí surgirá la acción correcta en su contexto adecuado.
Francisco Varela, in Wild Duck Review Vol. VI No.1 on “The End of Human Nature?” (2000/2005)
El presente libro es una introducción a la filosofía medioambiental cuyo objetivo es articular de modo comprensivo las distintas facetas de su principal objeto de estudio, la crisis socio-ecológica planetaria, comprendiendo las dimensiones ecológicas, históricas, sociales, económicas, políticas y éticas, guiados principalmente por el discurso ético-filosófico.
La motivación principal de este libro nace después de más de 15 años de docencia en el campo de la ética medioambiental en el que pude apreciar la creciente dispersión de la literatura especializada sobre este tema. En el curso de la revisión bibliográfica costaba encontrar un texto que lograra articular de modo sintético las distintas vertientes disciplinarias con las que se conecta la ética ecológica. Esto me llevó a plantear una obra que se aproxime al tema desde un enfoque interdisciplinario más amplio que solo el de una ética medioambiental. La opción fue abordar la crisis socio-ecológica planetaria desde una filosofía ambiental que comprenda una visión sinóptica de las distintas ramificaciones que esta disciplina tiene (filosofía de la tecnología, filosofía de la sustentabilidad, justicia ecológica o ambiental, justicia climática, justicia intergeneracional, justicia interespecies y conservación de la biodiversidad, entre otras) y sus principales conexiones con otras disciplinas como la sociología ambiental, la historia ambiental, la economía ecológica, la ecología política, y la bioética global.
La filosofía ambiental no solo se ocupa de las cuestiones normativas y axiológicas relativas a los problemas ambientales, sino también considera la dimensión fáctica (científica), política e histórica de este problema. La filosofía ambiental se hace cargo de responder a preguntas tales como cuál es el sentido del concepto de naturaleza y técnica y cómo han evolucionado en la historia; cuál es el lugar que ocupa el ser humano en la naturaleza y cómo entender la dualidad entre naturaleza y cultura; cómo comprender la relación entre la esfera de la naturaleza y la esfera técnica en relación con el bienestar y desarrollo humano, lo que implica cómo podemos y debemos organizar nuestros sistemas productivos, económicos, sociales y políticos para hacernos cargo de los problemas globales como el cambio climático, la pérdida de la biodiversidad, la degradación y contaminación de los ecosistemas, entre otras fracturas ecológicas.
Sin duda, en el corazón de la filosofía ambiental está el enfoque normativo y axiológico que busca dar respuesta a la discusión sobre el valor de los ecosistemas, las especies, plantas y animales y, en general, la vida planetaria, y cómo argumentar la respuesta normativa sobre la relación que los seres humanos mantienen con estas entidades. Además, busca dar respuestas a los problemas relacionados con los conflictos distributivos de acceso a recursos naturales, intercambio desigual de bienes ecológicos y distribución desigual de daños ecológicos entre las distintas sociedades o comunidades.
Desde el punto de vista metodológico, este libro adopta el discurso ético como eje central de análisis y articulador de las distintas disciplinas, como las antes enunciadas, que hoy en día abordan el problema medioambiental. Esta metodología se aplica a cuatro ejes éticos fundamentales y transversales a este libro: el principio de responsabilidad como cuidado del ser vulnerable, el principio de justicia ecológica y global, el principio de hospitalidad biosférica, y el concepto de ciudadanía ecológica planetaria.
Siguiendo el enfoque de una filosofía ambiental, estructuré este trabajo en cuatro líneas. La primera es el discurso de la ecología humana, que comprende la economía ecológica y la ecología política, e incluye la discusión sobre la sustentabilidad y el desarrollo sostenible. En la segunda línea analizo las antropologías que están en tensión al momento de dar una respuesta a la crisis medioambiental y social, aproximándonos a una vía media a través de una antropología de la finitud como base para una ética de la imperfección, que sea capaz de dar respuesta a la ética de la omnipotencia de la utopía moderna del progreso. Una tercera línea se centra en mostrar el amplio espectro de teorías de fundamentación filosófica de la ética medio ambiental. La cuarta línea dice relación con la propuesta ética, en tanto que filosofía de la responsabilidad y ética del cuidado, que comprende tanto a la humanidad actual y futura como al resto de seres vivos con los cuales compartimos la biosfera, de acuerdo con un modelo de principios de nivel medio.
Para dar una visión de conjunto, este es el itinerario que sigue esta obra. El primer capítulo, titulado «La crisis socio-ecológica planetaria: orígenes y destino», se divide en tres secciones. En la primera se plantea el presupuesto antropológico sobre el cual se construye la cosmovisión moderna que sanciona la separación metafísica entre el ser humano y la naturaleza, junto con abordar el problema de la interacción destructiva entre la antroposfera, la tecnosfera y la biosfera. En la segunda sección se lleva a cabo un recorrido histórico centrado en la evolución del concepto de naturaleza y de la relación del hombre con esta a través de la técnica, lo cual permitirá comprender las causas de la crisis medioambiental actual. En la tercera sección, se reconstruyen las ideas sobre la ciencia y la técnica de algunos filósofos contemporáneos fundamentales en esta reflexión, como Husserl, Heidegger y Ortega y Gasset. Finalizo con la descripción de los profundos cambios que impactan en la sociedad, la economía y en nuestra autocomprensión la penetración de las tecnologías digitales.
El segundo capítulo, que lleva por nombre «La sociedad global del riesgo: los límites al proyecto prometeico», está estructurado en dos secciones: en la primera, me centré en las condiciones de la sociedad industrial y postindustrial actual, a través de dos conceptos claves: la globalización asimétrica y la sociedad del riesgo. En este orden de ideas, describo los aspectos generales de la crisis socio-ecológica desde las siguientes perspectivas: las asimetrías socioeconómicas de la población; las desigualdades socio-ecológicas planetarias y la justicia global; la asimetría ética en la relación intergeneracional, esto es, la justicia intergeneracional; el impacto del problema poblacional; la paradoja de la ecoeficiencia y el debate sobre la sostenibilidad y el desarrollo sostenible. En la segunda sección de este capítulo, abordo el discurso ecológico como pensamiento de los límites y las nuevas condiciones de la acción tecnológica humana, en el que se destaca la importancia de los límites ecológicos, tecnocientíficos, éticos, jurídicos y políticos al proyecto prometeico de la tecnociencia.
El tercer capítulo, «Una ética para la era del Antropoceno», está dividido en dos partes. En la primera, se revisan las antropologías antihumanistas y transhumanistas que han resultado ser una forma de dar respuesta a la crisis socio-ecológica global. Esta revisión me lleva a plantear una postura intermedia de antropología de la finitud que, junto con las cuestiones centrales a la ética ambiental, permiten poner de relieve la importancia de una ética del cuidado y del respeto a la naturaleza fundamentada en un principio de solidaridad antropo-cósmica. En la segunda parte, desarrollo algunos aspectos introductorios a la ética ambiental: las diferencias entre antropocentrismo epistémico y moral; las cuestiones centrales de una ética medioambiental; la premisa de una ética ecológica —la necesidad de una ética del cuidado y del respeto hacia la naturaleza—; la discusión sobre el ámbito de la moralidad en la ética ambiental, esto es, cuál es el horizonte de la consideración moral; finalmente, la teoría del valor en ética ambiental: concepto y distinciones entre valor intrínseco y valor instrumental.
El cuarto capítulo aborda los distintos enfoques de la fundamentación de la ética medioambiental, a través de seis partes. En la primera, presento un recorrido sucinto por el origen y evolución de la ética medioambiental destacando los hitos que la precedieron: el utilitarismo de Jeremy Bentham y el trascendentalismo norteamericano; las ideas de los padres fundadores: John Muir y Aldo Leopold, y un análisis detallado de la ética de la tierra de Leopold; las ideas de Albert Schweitzer, el precursor del biocentrismo; y finalmente el surgimiento de la ética medioambiental en la filosofía anglosajona (Environmental Ethics) y el debate continental, que incluye la discusión Apel-Jonas y la contienda francesa. Desde la sección dos hasta la cuatro, se desarrollan los tres enfoques principales de fundamentación filosófica de la ética medio ambiental, a saber, los enfoques antropocéntricos, sensocéntricos, biocéntricos y ecocéntricos. En la quinta parte, se amplían los discursos de fundamentación a las posturas denominadas «ecologías sociales» dentro de las cuales se destacan la ecología política en su vertiente del «Movimiento de Justicia Ambiental» y el «Ecologismo de los pobres». Además, se complementa con las ideas desarrolladas por la filosofía feminista ambiental y en particular el ecofeminismo. Finalizo este capítulo con una síntesis de los diferentes discursos de la ética medioambiental y su relación con la bioética global y la ética de la responsabilidad.
El último capítulo, y que da nombre al presente libro, «Principios y valores para una ciudadanía ecológica planetaria», está estructurado en tres partes. En la primera se elabora una síntesis de los discursos de ética medioambiental con el fin de hacer un análisis crítico de los fundamentos teóricos y los límites metodológicos dentro de esta ética aplicada y, finalmente, se propone una estructura para la ética medioambiental de principios de nivel medio conformado por tres niveles de principios. El primer nivel es el principio marco de responsabilidad como cuidado del ser vulnerable que comprende los deberes de justicia intra e intergeneracional con los deberes de cuidado interespecies. El segundo nivel se compone de tres principios derivados del principio marco, cuya función es conciliar, en los conflictos socioambientales, los deberes para con los seres humanos actuales y futuros y los deberes con los seres vivos no humanos y el medioambiente. Estos principios son (i) el principio de justicia global intrageneracional; (ii) el principio de justicia intergeneracional (generaciones futuras); y, (iii) el principio de cuidado interespecies o de hospitalidad biosférica. El tercer nivel está construido sobre cuatro principios de orden operativo y que tienen por función cautelar el equilibrio e integridad de los principios derivacionales mediante reglas específicas que deben ser ponderadas y balanceadas cuando entran en conflicto. Esos principios estratégicos son: (i) el principio de sustentabilidad; (ii) el principio de precaución; (iii) el principio de responsabilidad compartida pero diferenciada; y, (iv) el principio de «quien contamina paga». En la segunda parte del capítulo, se reflexiona acerca de los valores de ayer renovados para el mañana, así como la necesidad de nuevos valores para el futuro, indispensables para enfrentar la nueva era del Antropoceno. La parte final está dedicada a desarrollar el concepto de «ciudadanía ecológica» y los principios y valores éticos que la sustentan, a saber, la suficiencia, la autocontención, la moderación, el valor del saber predictivo, el valor de la precaución ante los riesgos de las actividades tecnocientíficas, el valor del temor y la humildad ante los amenazadores avances de la tecnociencia, y el valor de la imaginación moral frente a los riesgos.
Agradecimientos
En primer lugar, quiero agradecer al Servicio de Publicaciones de la Universidad Pontificia Comillas por confiar nuevamente en el aporte que nuestro trabajo puede brindar a la comunidad interesada en la bioética y las éticas aplicadas, habiendo publicado ya dos libros en su Colección Cátedra de Bioética, y en especial, agradecer al director de la Cátedra de Bioética, Rafel Amos Usanos, y a la directora del Servicio de Publicaciones, Belén Recio Godoy, por su apoyo y paciencia en esperar la versión final de esta obra. En segundo lugar, agradezco a mi casa de estudios, la Universidad del Desarrollo (Chile) y a su Instituto de Ciencias e Innovación en Medicina de la Facultad de Medicina Clínica Alemana, donde he podido desarrollar las investigaciones que este libro reúne. Dentro de mis colegas de la Universidad, quiero agradecer, en especial, a Erick Valdés y a Raúl Campusano, quienes me estimularon constantemente a continuar con este trabajo y llevarlo definitivamente a puerto, confiando en que valía la pena ofrecer a la comunidad un libro introductorio y sinóptico en lengua española sobre las principales cuestiones que aborda la filosofía ambiental. Un especial agradecimiento merece el colega y amigo, Daniel Toscano, por su contribución a este trabajo con observaciones y sugerencias que mejoraron sustancialmente la obra. Agradezco también a mis ayudantes de investigación, Laura Bavestrello y María José Calderón, por el apoyo en la edición de este libro, contribuyendo con valiosas revisiones, comentarios y correcciones. Por último, quiero agradecer a Inés por acoger con espacioso y tierno cuidado los momentos de mayor tribulación vividos durante la edición final de este libro.
Este libro pudo ser realizado gracias al financiamiento de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (Chile), Fondecyt de Iniciación, Proyecto núm. 11180458.
La humanidad está viviendo una crisis socio-ecológica a nivel planetaria sin precedentes, cuyas causas se remontan a los inicios de la sociedad industrial, cuando comenzaron a utilizarse energías fósiles no renovables a gran escala. En las últimas dos décadas, esta crisis ha llevado a la comunidad científica a discutir si estamos entrando en una nueva era geológica, llamada era del Antropoceno, en la que el conjunto de las actividades humanas impacta como una nueva fuerza geológica de transformación planetaria1.
Este nuevo escenario histórico lleva a preguntarnos por el proceso que nos condujo a este punto. Sin un entendimiento sobre las razones que motivaron nuestra actual concepción de la naturaleza y del lugar que el ser humano ocupa en ella, no es posible comprender la profundidad de la crisis civilizatoria que vivimos. Esta crisis hunde sus raíces en profundos hábitos mentales, culturales e ideológicos determinados por una cosmovisión arraigada hace siglos en nuestra cultura occidental, cuyo dogma central es la radical separación entre el ser humano y el mundo natural que habita.
En este capítulo plantearemos el problema de la actual crisis socioecológica planetaria en términos del desajuste entre la antroposfera, la tecnosfera y la biosfera. Luego, llevaremos a cabo un recorrido histórico del concepto de naturaleza y de técnica para sostener que las raíces filosóficas de esta intersección crítica de la esfera natural con la humana, mediada por la técnica, se remontan a inicios de la Edad Moderna. Desde entonces, la idea de naturaleza toma un nuevo significado, debido principalmente a la influencia del dogma dualista, arraigado desde la tradición judeocristiana, que comprende la naturaleza como una realidad separada del ser humano. Finalmente, acometemos una reflexión filosófica sobre la ciencia y la técnica.
Lo discutido en este capítulo nos invitará a pensar al ser humano, no en oposición a la naturaleza, sino por medio de un principio de solidaridad con el mundo natural. Este principio no antropocéntrico abre la discusión en torno a la consideración moral de los intereses de los animales sintientes o del resto de los seres vivos, de los ecosistemas y la biosfera.
El biólogo y ecologista Barry Commoner fue uno de los primeros en denunciar el deterioro ecológico del planeta producto del impacto del desarrollo industrial y tecnocientífico. Una de sus principales obras, El círculo que se cierra (1973), está subtitulado con tres conceptos: Naturaleza, Hombre y Tecnología. Estos conceptos, a juicio de Commoner, requerían una nueva interpretación, porque los sistemas que conforman —biosfera, antroposfera y tecnosfera, respectivamente2— están interactuando con desajustes y desequilibrios que alcanzan a la totalidad del globo terrestre e impactan a la humanidad actual y futura.
En dicho texto, Commoner sostuvo que el crecimiento de la tecnosfera en la civilización industrial y postindustrial nos hace vivir ingenuamente a espaldas de la naturaleza, pues:
Creemos que hemos generado nuestro propio medio y que ya no dependemos del que nos proporciona la naturaleza. En nuestra afanosa búsqueda de las ventajas de la ciencia y la tecnología modernas, nos hemos dejado seducir por una ilusión casi fatal: que, gracias a nuestras máquinas, hemos dejado, al fin, de depender del medio ambiente natural (Commoner, 1973, p. 20)3.
Desde la cultura griega encontramos la imagen de las “esferas” para expresar la configuración del mundo natural y humano, desde la imagen de las concéntricas esferas celestes que rodean la esfera terrestre del cosmos griego hasta las esferas de las ciencias de la Tierra, la tecnosfera y la antroposfera (Sloterdijk, 2003; 2007)4. Sin embargo, lo característico de la intersección de “esferas” en nuestros tiempos es que los problemas de «un solo mundo» exigen una respuesta ética global que sea capaz de abordar el profundo desajuste entre la esfera de la naturaleza y la esfera humana y tecnológica5. La primera, en un sentido biofísico, es finita y hoy se encuentra saturada ecológicamente. La segunda está compuesta por una creciente población dividida por profundas desigualdades socio-ecológicas, ocupando el planeta en los límites de la capacidad de carga biosférica de acuerdo con los ritmos de producción y consumo globales.
La envergadura de este desequilibrio socio-ecológico no tiene precedentes en la historia y, por eso, surgen naturalmente las preguntas de por qué hemos llegado a este punto y cómo se daban las relaciones entre estas esferas en el pasado. A continuación, revisaremos las distintas formas de comprender la interacción entre la esfera humana y la natural desde un enfoque antropológico y luego histórico. Esto con el fin de observar cómo se estableció el dogma antropocéntrico que separa al ser humano con el entorno natural y que se expresa en un desajuste y choque entre la biosfera, la antroposfera y la tecnosfera. Tomando las palabras de Bruno Latour en Face à Gaïa (2015), estamos en una crisis que refleja «una profunda mutación de nuestra relación con el mundo».
Aunque el ser humano siempre ha alterado el entorno natural, partiendo de la técnica más simple como el manejo del fuego —así lo muestran los vestigios de las quemas de bosques dejados por los cazadores-recolectores—, lo usual era que el entorno se reestableciera frente a su impacto. Hoy, sin embargo, el impacto antropogénico en el ambiente genera desajustes ecológicos irreversibles.
El ser humano es esencialmente un homo faber, un ser técnico y cultural, ya que necesita de un conjunto de artefactos, procesos y prácticas estructuradas para satisfacer sus necesidades más básicas, las cuales forman una esfera protectora que compensa sus carencias instintivas: la «tecnosfera»6. Los restantes seres vivos que habitan el planeta mantienen, en cambio, dentro de la biosfera, procesos de equilibrio simbiótico (Margulis, 2002). Gracias a estas relaciones simbióticas, las especies en sus procesos coevolutivos autorregulan las tasas de población y conservan la biodiversidad. «La simbiosis —dice Margulis— no es un fenómeno marginal o raro. Es natural y común. Habitamos un mundo simbiótico» (2002). El ser humano es parte de este fenómeno, pero al mismo tiempo escapa de él por el lugar particular que ocupa en la biosfera, debido a sus cualidades de homo faber y homo sapiens. Por un lado, es parte de la red de seres vivos que la integran, pero, por otro, se distingue de ellos por su capacidad para dominar energías exosomáticas (las energías que no provienen del metabolismo del cuerpo) captadas del medio ambiente (como las energías fósiles). En este sentido es un homo faber. Al mismo tiempo, se distingue por su capacidad de transmisión de información, a través de un lenguaje articulado, que le permite perpetuar su capacidad técnica y crear una cultura. En este sentido es un homo sapiens.
El desajuste de la acción humana con el entorno se explica, desde un punto de vista antropológico, por la carencia en el ser humano de instintos fijos y capacidades naturales de protección y defensa como el resto de los animales. El ser humano es un animal no determinado o inacabado, como decía Gehlen, siguiendo a Nietzsche (Gehlen, 1980, p. 10). Esta condición lo obliga a depender y actuar por medio de artefactos (vestimenta, refugio, herramientas, armas, etc.), cuyos efectos sobrepasan el funcionamiento autorregulado del sistema biológico de percepción y movimiento del resto de los animales7. El circuito autorregulado de percepción-movimiento del animal se rompió con el primer homo faber, el primer constructor de herramientas o armas. El artefacto técnico proyecta las acciones orgánicas más allá del control instintivo del mundo perceptivo-efectivo propio del animal no humano. Por ejemplo, la invención de la lanza (una extensión del órgano de la mano) aumentó el alcance y efectividad de la acción de los miembros, pero esa misma extensión desajustó el instinto inhibitorio de la agresión, produciendo un comportamiento que excede los mecanismos de control en el proceso de supervivencia biológica, y que solo se puede controlar culturalmente por medio de pautas sociales o morales.
Si bien la libertad humana trasciende la libertad natural del animal no humano, y por eso se puede hablar de una «transanimalidad» del ser humano, el origen de la libertad humana está anclada en su corporalidad, pues, radica en la especial capacidad abstractiva del esquema de percepción-movimiento, en concreto, en la visión y el esquema corporal, que permite abstraer la forma o imagen (eidos) de los objetos y liberar a la percepción y el movimiento de la inmediatez del entorno en la que vive mucho más seguro el animal a partir de sus instintos. En esta capacidad de crear imágenes o símbolos, propia del homo pictor, se encuentra la función mediadora que une al homo faber con el homo sapiens. La libertad de imaginación del homo pictor, por ejemplo, aquella que puede verse reflejada en los primeros grupos de seres humanos que pintaron su vida en las paredes de las cavernas y se reconocieron en las imágenes pintadas, proyecta una capacidad infinita para manejar a voluntad las imágenes recordadas y volver a utilizarlas y representarse todo lo posible incluso a él mismo. Así fue como esta capacidad figurativa no solo potenció la inventiva del homo faber, permitiendo la creación de nuevas formas en la materia, las armas y las herramientas que ampliaron el control de la mano e iniciaron el desarrollo de la técnica, sino que también dio lugar a un lenguaje articulado del cual surge la intersubjetividad simbólica, la reflexión subjetiva, la experiencia de la verdad y la capacidad moral, que son las características propias del homo sapiens (Jonas, 1998, pp. 39-55).
De este modo, tanto la capacidad técnica e imaginativa como la capacidad lingüística diferencian al ser humano de los restantes animales y seres vivos. Y, aunque hay abundante evidencia sobre la capacidad de algunos animales para usar herramientas, la diferencia antropológica se sigue sosteniendo a partir de nuestra condición de homo faber, pues «nos constituimos a través de la fabricación y el uso de tecnologías que dan forma a nuestras mentes y extienden nuestros cuerpos» (Ihde & Malafouris, 2018). En otros términos, el ser humano mantiene una relación dialéctica con los artefactos que crea, pues estos modifican su mente y esta, a su vez, inventa nuevos artefactos, dialéctica que no se da en el animal que usa herramientas8.
Pero, más allá de nuestra diferencia antropológica, seguimos compartiendo con los animales no humanos y los demás vivientes la lógica de la autoorganización de la vida y un mismo espacio terrestre que nos dio origen. Desde Darwin sabemos que todos los seres vivos descienden de un mismo antepasado y hoy la genómica comparativa nos demuestra el estrecho parentesco que mantienen9. La vida de cualquier organismo, incluida por cierto la del ser humano, es por definición autónoma, libre, creativa, pero, también, frágil, vulnerable, finita, destinada a la muerte. Desde la mínima organización viva existe una autoperpetuación creativa, pero, al mismo tiempo, finita y vulnerable. Los biólogos chilenos, Humberto Maturana y Francisco Varela, denominaron a este patrón de autoorganización de la vida: autopoiesis10. Con este concepto querían expresar la lógica común a la vida, desde la célula (identidad autopoiética) y el animal (identidad neurológica percepción-acción) hasta el ser humano (identidad narrativa o lingüística recursiva) (Maturana y Varela, 1973; Varela, 2000). Para estos biólogos, todos los organismos mantienen relaciones de sentido con su entorno, lo que significa que cada uno de ellos tiene su propio telos o finalidad interna, procurando mantener un conjunto de condiciones necesarias para alcanzar de modo óptimo su identidad. En términos ecológicos, estas relaciones de sentido entre las especies se expresan con lo que Commoner llamó la primera ley informal de la ecología: en la naturaleza todo está interrelacionado con todo, no existe ningún ser vivo ni proceso cíclico de la biosfera que esté de más, de modo que los seres humanos, en cuanto seres vivos pertenecientes y dependientes de la biosfera, no están ajenos a sus leyes cíclicas y autorreguladas (Commoner, 1971, p. 27)11.
Sin embargo, a partir de la era tecnológica industrial y postindustrial, el homo faber ha superado con creces al homo sapiens. La capacidad de acción técnica ya no guarda proporción con nuestra capacidad de imaginación, anticipación, valoración y respuesta moral frente a este tipo de acción. Pensemos en lo que significó el lanzamiento de la bomba atómica en la II Guerra Mundial para comprender que los efectos del poder técnico, la devastación causada, superó con creces nuestra capacidad de imaginación. En otras palabras, nuestra sabiduría ética está lejos de estar a la altura de nuestro poder tecnológico.
Al respecto, el filósofo de la técnica, Günther Anders, decía que el ser humano actualmente no está a la altura de sus productos técnicos, pues hay un «desnivel entre hacer y representar, entre actuar y sentir, entre conocimiento y conciencia y, finalmente y, sobre todo, entre el aparato producido y el cuerpo humano (no adaptado al ‘cuerpo' del aparato)» (Anders, 2007, p. 32). A esta fractura la llamó el «desfase prometeico» (das prometheische Gefälle). El poder prometeico de la técnica se ha convertido en un peligro no solo para el ser humano, sino también en una amenaza para el vulnerable equilibrio de la biosfera entera. Frente a esta amenaza no basta con las llamadas a una cautela pragmático-técnica que abogan por más tecnología para paliar los efectos nocivos de la misma (technological fix), negando las implicaciones éticas y cualquier control social de su ejercicio. Por el contrario, como argumentaremos a lo largo de este libro, es necesaria una respuesta ético-política y una renovada imaginación anticipatoria frente a los riesgos del poder tecnológico.
Las éticas tradicionales de la proximidad, tanto en el espacio como en el tiempo, resultan ahora insuficientes para enfrentar esta situación. Por lo mismo, es necesario plantearse una ética planetaria, válida tanto para el prójimo como para el lejano en el espacio, y, asimismo, orientada al futuro, a las generaciones venideras. En el marco de esta ética, argumentaremos que la idea de responsabilidad12, entendida como cuidado por la vulnerabilidad de la vida, resulta clave para construir y reconocer obligaciones éticas con entidades que no reivindican por sí y para sí sus intereses, sino que reclaman del ser humano un deber de cuidado: la biodiversidad, los ecosistemas, las especies, los animales sintientes y las generaciones futuras. Las relaciones éticas con estas entidades van más allá de las relaciones morales simétricas de la ética tradicional.
Esta situación muestra que el alcance de la acción humana por el impacto del poder tecnológico escapa de los ámbitos de convivencia tradicionales —la microesfera (familia, matrimonio, vecindad) y la mesosfera (plano de la política nacional)—, afectando al conjunto de la humanidad (presente y futura) y su destino en el planeta (macroesfera). Por esto, «por primera vez en la historia del género humano, los hombres se encuentran emplazados prácticamente frente a la tarea de asumir la responsabilidad solidaria por los efectos de sus acciones a escala planetaria» (Apel, 1985, p. 342). De ahí que sea necesario generar una reflexión en torno a las bases antropológicas para desarrollar una ética para el Antropoceno (Capítulo III), así como para plantear los principios y valores de una ciudadanía ecológica planetaria (Capítulo V).
El concepto de biosfera fue por primera vez desarrollado por el geólogo ruso Vladimir Vernadsky en su libro homónimo: La biosfera (1926). Desde hace más de un siglo que la geología y la biología evolucionista conciben la naturaleza de manera radicalmente distinta a como se hizo en la modernidad. Deja de concebirse como un espacio homogéneo, infinito y divisible, para comprenderse a partir de la frágil, pero persistente interacción e interdependencia entre los organismos vivos y entre ellos y la materia no viva a lo largo del curso evolutivo de la Tierra.
La vida vuelve a ocupar un lugar central en el entendimiento de la naturaleza como en la antigüedad lo hizo en las concepciones animistas e hilozoístas del cosmos (Collingwood, 2006). Desde las formas más primitivas de animismos hasta las elucubraciones filosóficas más complejas de los panpsiquismos o hilozoísmos, todas coinciden en emplazar a la vida como principio del ser. La idea de «“mera” materia, es decir, de materia realmente inanimada, ‘muerta'» (Jonas, 2000, p. 21) estaba muy lejos de ser algo evidente en ese entonces. En realidad, fue un descubrimiento muy tardío en la historia, cuando con la revolución copernicana se expande la idea de naturaleza hacia el espacio cósmico infinito. Sin embargo, a partir de Lamarck, Humboldt y luego Darwin, la ciencia moderna comienza a abandonar la idea galileana y copernicana de una naturaleza muerta, homogénea, que no distingue nuestra esfera terrestre de otra esfera planetaria, dirigiendo la mirada a la particularidad del fenómeno de la vida en nuestra singular morada: la Tierra. Las primeras líneas de la obra de Vernadsky antes citada ponen en evidencia este cambio de perspectiva que empezó a gestarse entre los siglos XVIII y XIX con el idealismo romántico alemán y el nacimiento de las ciencias biológicas: «La faz de la Tierra, su imagen en el Cosmos percibida desde el exterior, desde la lejanía de los espacios celestes infinitos, se nos antoja singular, específica, diferente de las imágenes de los restantes cuerpos del Universo» (Vernadsky, 1997, p. 53).
La biosfera forma un sistema complejo compuesto de materia viva y no viva, una organización de redes de interacciones recursivas de los seres vivos en los ecosistemas. A partir de este concepto, Vernadsky tuvo la lucidez de anticipar que el ser humano comienza a desempeñar una función crítica en los procesos biogeoquímicos de la Tierra, porque, mediante su capacidad tecnológica, los está alterando de un modo decisivo, convirtiéndose en «una potentísima fuerza geológica planetaria» que está cambiando drásticamente la faz de la Tierra. Si bien el conjunto del fenómeno de la vida es una fuerza geológica de transformación a nivel planetario, para Vernadsky el ser humano con la tecnosfera adquiere un poder de transformación cualitativamente distinto al resto de la vida.
La idea de que el ser humano es una fuerza geológica planetaria, Vernadsky la tomó del geólogo ruso A. P. Pávlov. Él usaba el concepto de era antropogénica para referirse a la época a partir de la cual los primeros humanos (género homo) evolucionaron en la Tierra, pero sin dimensionar la capacidad de intervención de este en los procesos biogeoquímicos planetarios. Para Vernadsky, en cambio, este concepto tiene una significación que va más allá de la función geológica y evolutiva natural, adquiere una dimensión filosófica. No dudaba en pensar que la fuerza técnica de la sociedad del siglo XX comenzaba a destruir de modo creciente no solo los servicios ambientales que presta la biosfera, sino también los valores espirituales. Por eso, el hecho de que la humanidad estuviese convirtiéndose en una fuerza geológica poderosa era para Vernadsky, no solo un diagnóstico, sino que también una oportunidad evolutiva del ser humano en la Tierra. Apelaba a «una reconstrucción de la biosfera en el interés de la humanidad librepensante como una sola totalidad», fenómeno geológico y evolutivo que denominaba Noosfera (esfera del espíritu), un término que toma prestado de Teilhard de Chardin y Le Roy en 192413.
La descripción que hemos hecho hasta ahora de la evolución del homo faber nos ayuda a comprender por qué llegamos a los tiempos en que la esfera de la naturaleza y la esfera técnica no pueden ser interpretadas como espacios sin intersección y desajustes, como en el mundo antiguo en el cual el enclave humano, el artefacto de la ciudad, nada afectaba «la esencial inmutabilidad de la naturaleza como orden cósmico» (Jonas, 1995, p. 28). Tampoco puede interpretarse como en el mundo moderno, en el cual la esfera humana trasciende al orden natural, sin vínculo ontológico con este último, sometiéndose al destino utópico y prometeico de la razón instrumental de la ciencia y la técnica. Por el contrario, estamos en unos tiempos, como afirmaba Commoner en su libro En paz con el planeta (1992), en los que la tecnosfera está desajustada con la biosfera, lo que trae consecuencias críticas para los seres humanos que la habitan junto con la restante vida planetaria. La tecnosfera desequilibra muchos procesos biogeoquímicos de la ecosfera, rompiendo sus ciclos y homeostasis, entrando en abierta «guerra» con ella. Vivimos en un mundo ecológicamente saturado por los efectos de una sociedad planetaria que produce y consume por sobre los niveles de recuperación o reemplazo de los recursos naturales finitos disponibles y sobre la capacidad de los sumideros para absorber los desechos y la contaminación generada. En palabras de Commoner:
Lo que llamamos “crisis ambiental”, la serie de problemas críticos no resueltos que van desde los vertidos tóxicos locales a la alteración del clima global, es producto del drástico desajuste entre los procesos cíclicos, conservadores y auto coherentes de la ecosfera y los procesos lineales e innovadores, pero ecológicamente inarmónicos, de la tecnosfera (Commoner, 1992, p. 22).
El conjunto de sistemas artificiales que las sociedades industriales y postindustriales han construido en los últimos tres siglos, la llamada tecnosfera —grandes urbes, extracción de minerales y energías fósiles, aumento demográfico explosivo, entre otros factores— se acopla estructuralmente de un modo negativo con la biosfera, en la medida en que los procesos lineales tecnológicos no se ajustan a los procesos autorregulados, cíclicos y finitos de los ecosistemas. Aún más, el desajuste deviene crítico cuando este choque aumenta exponencialmente en virtud de las dimensiones insostenibles de una economía de mercado globalizada que impulsa un crecimiento indefinido para una sociedad global de consumo disfrutada por unos pocos.
Si bien, desde la perspectiva de la historia de la ecología humana, la naturaleza ha sido siempre humanizada, transformada, nunca intacta e inalterada, los impactos actuales son cualitativamente distintos en intensidad y escala. Efectivamente, desde las sociedades de cazadores-recolectores hasta las sociedades agrícolas, el medio ambiente ha recibido impactos ecológicos, pero, a diferencia de nuestros tiempos, ese impacto era asimilable por el entorno. Los cazadores-recolectores extraían vegetales y cazaban animales para una alimentación básica, devolviendo el producto de su metabolismo orgánico (energía endosomática) y manteniendo siempre poblaciones de baja densidad, la mayoría de ellas nómadas, lo que aseguraba cierto equilibrio entre la población y los recursos naturales.
Con la adopción de la agricultura y la ganadería, el impacto humano en los ecosistemas comenzó a ser mayor en comparación con el de las sociedades nómadas de cazadores-recolectores. El agroecosistema trajo consigo una nueva relación de las comunidades humanas con el medio ambiente: permitió aumentar la densidad poblacional y crear un sistema ecológico artificial del que se podía vivir sin moverse14. Los sistemas agroganaderos son ecosistemas artificiales que exigen flujos no espontáneos de factores productivos, especialmente el trabajo humano, con pocas especies dominantes (animales y vegetales domesticados) y vegetación intermitente, lo que causa el retroceso de los ecosistemas naturales (vegetación permanente, circuito cerrado de nutrientes y gran biodiversidad) y el aumento de la extinción de especies.
Con la técnica agrícola y ganadera empieza la historia de las civilizaciones, con sus adelantos técnicos, científicos, artísticos, etc., acompañada por el aumento de las poblaciones, la división de las clases sociales y las aglomeraciones humanas en centros urbanos, donde se concentraban los impactos ecológicos, siendo el más notorio de ellos la deforestación. Pese a los desajustes ecológicos que generaron las civilizaciones agrícolas, la lógica de su metabolismo socioambiental15 no colisionaba críticamente con el funcionamiento de la biosfera, pues se adaptaban y regulaban por los procesos cíclicos fijados por las dinámicas de la tierra y la energía solar. En fin, eran sociedades sustentadas por una economía de flujos de base orgánica dependiente de la superficie terrestre y alimentada por la energía solar.
La transformación decisiva, en cuanto al desajuste entre la tecnosfera y la biosfera, llegó con la Revolución Industrial, iniciada en la Gran Bretaña de mediados del siglo XVIII y rápidamente difundida al resto de Europa y Norteamérica. La clave de su funcionamiento estuvo en que por primera vez en la historia humana se dejan de utilizar solo energías exosomáticas renovables —como la fuerza humana y animal y la energía solar de modo directo e indirecto— y comienza el uso de otro tipo de energías exosomáticas, las energías fósiles no renovables, junto con la extracción y una transformación creciente de minerales no combustibles. Este uso de recursos energéticos y de recursos minerales permitió el paso de una economía orgánica de flujos a una economía de acervos o stock finitos de materias energéticas y no energéticas subterráneas que no se renuevan en escalas humanas, sino en largas fases geológicas. Para dar un ejemplo, a mediados del siglo XX el hombre consumía en un año el carbón que la naturaleza había tardado 10.000 años en producir.
La primera etapa de la industrialización se desarrolló sobre la base de la extracción de estas grandes reservas energéticas fósiles —en concreto el carbón— y de minerales —principalmente el hierro— con las que se construyó y sostuvo a la técnica mecánica o maquinista (la máquina de vapor) de la Primera Revolución Industrial. La mecanización permitió rendimientos enormes a nivel agrícola (una agricultura intensiva) y una industrialización mecánica con menor mano de obra y con un aumento creciente de la productividad y la variedad de bienes de consumo. Estos progresos motivaron el éxodo rural, la reducción de la población agrícola y el crecimiento de las ciudades y de los centros industriales, modificando las estructuras de clases sociales con la proletarización del campesinado y un aumento de la burguesía capitalista. Pero, en términos ecológicos, este proceso se dio en un «mundo vacío», esto es, en un mundo donde los recursos naturales no eran escasos y no había preocupación por los límites de su capacidad de renovación. Estos eran considerados casi bienes libres, por lo que la atención se centraba en el factor trabajo y el capital tecnológico.
A partir de este progreso industrial empieza una marcha acelerada de los adelantos tecnocientíficos, entre ellos, la revolución química, el control y aprovechamiento de la electricidad, la explotación del petróleo y el gas natural y el surgimiento de la industria petroquímica (pesticidas, herbicidas, fertilizantes, asfalto, plásticos, fibras sintéticas, entre otras materias). Esta fase de la industrialización corresponde a lo que se conoce como la Segunda Revolución Industrial, asociada a la fase «fordista» de la sociedad capitalista. En esta etapa comienza el desajuste estructural entre la tecnosfera y la biosfera que pasó inadvertido hasta que, en los años 1960, la comunidad científica alertó de las consecuencias de este desajuste en nuestro metabolismo socioambiental. Una de estas advertencias fue la de la bióloga norteamericana, Rachel Carson, quien denunció el abuso de los pesticidas en la agricultura, en particular del DDT, en un clásico de la literatura ecologista, La primavera silenciosa (1962).
Por esos años, adquirió cada vez más fuerza la conciencia del impacto de la actividad humana en el medio ambiente. Junto al uso de las energías fósiles (carbón, petróleo y gas natural), de los minerales no combustibles, tanto metálicos como no metálicos, y de la electricidad, se sumó, a mediados del siglo pasado, el uso de energías más complejas de controlar y más peligrosas como la energía nuclear. Con el uso de esta energía como arma de destrucción masiva se inicia la historia del poder y el riesgo de la autoaniquilación instantánea de la humanidad.
Sobre la base de estas fuentes energéticas, se produce un salto cuantitativo y cualitativo en todos los componentes de la estructura social (sistemas productivos y de consumo, comunicación, transporte, desarrollo urbano, población, vínculos sociales y culturales, etc.), principalmente, en las sociedades de los países industrializados. A este proceso de nuestra historia ambiental, J. R. McNeill y P. Engelke lo denominaron la «gran aceleración», en su libro homónimo, The Great Acceleration. An Environmental History of the Anthropocene since 1945. Desde esa fecha, no ha decaído el ritmo acelerado del uso primario de la energía, el uso del agua, el crecimiento de la población, entre otros factores como el uso de fertilizantes, uso de automóviles, etc., que impactan en los distintos ecosistemas (por gases de efecto invernadero, acidificación de los océanos, pérdida de la biodiversidad) del sistema Tierra (McNiell & Engelke, 2016; Steffen et al., 2015).
Este crecimiento acelerado y exponencial de los sistemas socio-técnicos no fue una preocupación política sino hasta inicios de los años 1970, cuando el Informe del Club de Roma, Los límites del crecimiento (Meadows et al., 1972), alertó sobre las consecuencias de mantener el dogma de un crecimiento indefinido en un sistema biofísico limitado, finito, como es la Tierra. En un mundo lleno o saturado ecológicamente —a mediados de la década de 1970 comenzamos a superar la biocapacidad16 de la Tierra, y desde 1961, la huella ecológica mundial se ha multiplicado por tres y la biocapacidad ha disminuido en un 50 %. Esto significa que la huella ecológica de la humanidad es superior a la biocapacidad de la Tierra, vivimos como si tuviéramos 1,75 planetas a nuestra disposición. Por lo tanto, es evidente que la preocupación central debe orientarse al capital natural (nuestra biosfera), que es lo que condiciona nuestro desarrollo y bienestar. En la medida que el capital natural no es reproducible como el capital humano y el capital tecnológico, estamos obligados a cuidarlo, a relacionarnos con él de modo sustentable (cambiar nuestros modos de producir, consumir, trabajar, descansar, viajar, etc.), para evitar riesgos globales, tales como el aumento de los eventos de clima extremo, cambios críticos del sistema Tierra, la pérdida de la biodiversidad y el colapso de los ecosistemas, que son los riesgos identificados como los más severos para la humanidad en los próximos 10 años, según el Global Risks Report17.
Como analizaremos en el próximo capítulo, la distribución de este impacto es muy desigual entre países de ingresos altos e ingresos medios y bajos. Las cifras generales de esta desigualdad social, económica y ecológica son elocuentes:
En los últimos 50 años, la economía mundial ha crecido casi cinco veces, debido en gran parte a una triplicación en la extracción de recursos y energía que ha impulsado el crecimiento de la producción y el consumo. La población mundial ha aumentado en un factor de dos, a 7.800 millones de personas, y aunque en promedio la prosperidad también se ha duplicado, alrededor de 1.300 millones de personas siguen siendo pobres y unos 700 millones pasan hambre (UN, 2021, p. 14).
Los ecosistemas se degradan a un ritmo vertiginoso como consecuencia del cambio de uso de la tierra, la explotación, el cambio climático, la contaminación y las especies exóticas invasoras, entre otros factores. A su vez, los efectos en la vida humana y no humana son enormes, cerca de 9 millones de muertes de personas al año (2015) por contaminación (16 % de todas las muertes en todo el mundo) (The Lancet Commission on pollutionand health, 2018) y cerca de un millón de los 8 millones de especies de plantas y animales del planeta se encuentran en peligro de extinción. El Informe técnico de Living Planet de 2022 muestra una disminución promedio del 69 % en el tamaño de la población de mamíferos, aves, anfibios, reptiles y peces desde el año 1970. La contaminación por plásticos marinos, presente en todos los océanos, ha aumentado diez veces desde 1980, lo que representa entre el 60 % y el 80 % de los desechos marinos. En el océano, casi un tercio de las poblaciones de peces están sobreexplotadas y más del 55 % del área total del océano ha sido invadida por la pesca industrial. Hasta 400 millones de toneladas de metales pesados, solventes, desechos tóxicos e industriales se vierten en las aguas del mundo anualmente. Además, la capacidad de producción industrial de la química mundial casi se duplicó entre 2000 y 2017. (Westveer et al., 2022). Actualmente, más de 2500 conflictos vinculados a combustibles fósiles, agua, alimentos y tierra están ocurriendo actualmente en todo el planeta (UN, 2021)
La conciencia sobre la extensión global de estos impactos antropogénicos junto con el vertiginoso progreso de la tecnología ha sugerido la existencia de una Tercera Revolución Industrial. Según J. Rifkin, esta tiene lugar a partir de la confluencia entre la revolución de las tecnologías de la información y comunicación (TICs) de las últimas décadas (entre ellas Internet) y la distribución de las energías renovables18 (solar, eólica, hidráulica, geotérmica, mareomotriz y biomasa), lo que «marca el inicio de una nueva era caracterizada por un “capitalismo distributivo” y una conciencia de la biosfera» (Rifkin, 2010, p. 14)19. En cambio para G. Anders, la Tercera Revolución Industrial comienza con la era atómica que sería la última porque es la época del «ocaso de la humanidad» y despliega su programa fundamental con el desarrollo de la ingeniería genética que junto con la revolución informática abre horizontes insospechados, en la medida en que pone en manos de la especie humana el destino evolutivo de ella misma (homo materia) y de las otras especies (homo creator)20.
Por último, hay quienes abogan por una Cuarta Revolución Industrial —concepto difundido por Klaus Schwab (2017), fundador de la Foro Económico Mundial—, que si bien está impulsada por la revolución digital, gracias a nuevas tecnologías emergentes (robótica, inteligencia artificial, nanotecnología, computación cuántica, biotecnología, Internet de las cosas, realidad aumentada, simulación virtual, entre otras) busca difuminar los límites entre la esfera física, digital y biológica21, con el objetivo de aumentar la productividad con más ecoeficiencia sin prestar atención a los límites biofísicos del planeta.
Este acelerado desarrollo científico-tecnológico, desplegado en los últimos 250 años con los impactos que hemos descrito, solo fue posible gracias a la cosmovisión moderna de la naturaleza, sin la cual no existiría la ciencia y la técnica como hoy la conocemos ni el bienestar individual y social. Las raíces de esta transformación histórica las abordaremos en el siguiente apartado, indagando sobre el origen moderno del concepto de naturaleza bajo la comprensión del ideal utópico de la modernidad.
1Este término fue introducido en la discusión científica por Paul J. Crutzen y Eugene F. Stoermer en un breve artículo en Global Changes NewsLetter de mayo de 2000: «La expansión de la humanidad, tanto en número como en explotación per cápita de los recursos de la Tierra ha sido impresionante. [...] Considerando estos y muchos otros impactos importantes y aún crecientes de las actividades humanas en la tierra y la atmósfera, y en conjunto, incluyendo las escalas globales, nos parece más que apropiado enfatizar el papel central de la humanidad en la geología y la ecología proponiendo usar el término "antropoceno" para la época geológica actual. [...] Asignar una fecha más específica al inicio del "antropoceno" parece algo arbitrario, pero proponemos la última parte del siglo XVIII, aunque somos conscientes de que se pueden hacer propuestas alternativas (algunos incluso podrían querer incluir todo el holoceno). Sin embargo, elegimos esta fecha porque, durante los últimos dos siglos, los efectos globales de las actividades humanas se han vuelto claramente perceptibles. Este es el período en que los datos obtenidos de los núcleos de hielo glacial muestran el comienzo de un crecimiento en las concentraciones atmosféricas de varios "gases de efecto invernadero", en particular CO2 y CH4». En marzo de 2024, el Grupo de Trabajo sobre el Antropoceno de la International Union of Geological Sciences, creado el 2009, decidió que no es un término geológico formal, «pero seguirá siendo ampliamente utilizado no solo por los científicos de la Tierra y el medio ambiente, sino también por los científicos sociales, políticos y economistas, así como por el público en general» (https://www.iugs.org/_files/ugd/f1fc07_40d1a7ed58de458c9f8f24de5e739663.pdf?index=true)
2El término biosfera fue acuñado en el siglo XIX por el geólogo Eduard Suess y luego desarrollado por el geólogo ruso Vladímir Vernadsky. El mismo Suess acuñó también el término antroposfera con el sentido de sistema de actividades y procesos con los que la humanidad interviene en el sistema Tierra, a saber, la cultura, la tecnología, el ambiente construido por el ser humano y sus actividades. Hace poco tiempo se ha introducido el concepto de tecnosfera, acuñado por el geólogo Peter Haff, entendido como un sistema complejo conformado por todas los artefactos y procesos técnicos que incluye al ser humano y sus actividades (ver nota 6).
3Jeremy Rifkin y Ted Howard en su libro Entropy: A New World View (1980) expresan esta misma idea, la ilusión de vivir desconectados de la naturaleza bajo la protección de la tecnosfera, en estos términos: «Resulta irónico que, a medida que la tecnología ha ido haciéndose más compleja y extendiendo su dominio sobre el mundo, hayamos llegado a verla como algo independiente de la naturaleza, como si generase su propia energía de la nada. [...] Lo cierto es que la tecnología nunca crea energía; solo consume energía disponible. Cuanto mayor y más compleja sea la tecnología, más energía consume. [...] Aunque todo esto resulta bastante evidente, aún seguimos viviendo bajo la ilusión de que la tecnología nos está liberando de nuestra dependencia del medio ambiente cuando nada podría hallarse más lejos de la verdad» (Rifkin, 1980, pp. 78-79).
4El filósofo Peter Sloterdijk ha desarrollado un proyecto filosófico en torno a la idea de “esferas”, y entiende por tales los diversos tipos de espacios vividos por los seres humanos: «La investigación de nuestro ‘dónde' [o de nuestro lugar propio], tiene mucho sentido ahora, pues es una pregunta dirigida al sitio creado por los hombres para tener donde poder presentarse como aquello que son. A este lugar le damos aquí el nombre de ‘esfera', recordando una vieja y honrosa tradición. La esfera es la redondez que, dotada de intimidad, apertura y particiones es habitada por seres humanos en la medida en que consiguen hacerse humanos. Debido a que habitar siempre presupone construir esferas tanto en grande como en pequeña escala, los humanos son los seres que levantan mundos redondos desde los cuales miran hacia los horizontes exteriores. Vivir en esferas significa crear la dimensión capaz de contener seres humanos. Las esferas son creaciones espaciales capaces de funcionar como sistemas efectivos de inmunidad para seres extáticos afectados por la exterioridad» (Sloterdijk, 2003, pp. 6-37).
5Peter Singer, en su libro One World Now: The Ethics of Globalization (2002), reflexionó sobre la necesidad de discutir acerca de una ética para un solo mundo que se haga cargo de los problemas que van más allá de los intereses nacionales debido a la globalización, como son las injusticias derivadas del comercio internacional, el calentamiento global, la política y el derecho internacional, como también la consideración de los intereses morales de los animales no humanos.
6Peter Haff, geólogo que ha desarrollado el concepto de tecnosfera, se refiere a este en los siguientes términos: «La tecnosfera incluye los sistemas de extracción de energía y recursos a gran escala del mundo, sistemas de generación y transmisión de energía, comunicaciones, transporte, redes financieras y de otro tipo, gobiernos y burocracias, ciudades, fábricas, granjas y otros sistemas 'construidos', así como todas las partes de estos sistemas, incluyendo computadoras, ventanas, tractores, archivos de oficina y humanos. También incluye sistemas que tradicionalmente consideramos sociales o dominados por el hombre, como las instituciones religiosas o las ONG» (Haff, 2014, p. 127).
7La antropogénesis se puede entender, siguiendo al padre de la etología Jacob von Uexküll, como un quiebre y superación del circuito de retroalimentación que se da en todos los animales entre el «mundo de los signos» (Merkwelt), propio de la experiencia perceptiva que desencadena los comportamientos instintivos, y el «mundo efectivo» (Wirkwelt), propio de las acciones posibles en el mundo entorno (Umwelt) (Uexküll, [1920] 2014), las que vuelven a alimentar las estructuras instintivas.
8«Por supuesto, en distintos grados, todos los animales son constructores de nicho y algunos de ellos son prolíficos usuarios de herramientas. Pero el hecho es que, en ningún otro mundo de vida, además del que llamamos humano, puede argumentarse que está constituido, y por lo tanto definido, sobre la base de su relación cambiante con la variedad de objetos materiales y tecnologías que fabrica y utiliza. Esta afirmación no implica discontinuidad con otros animales (todos somos parte del mismo proceso evolutivo); significa simplemente destacar el lugar especial que la fabricación y la cultura material tienen en la vida humana y la evolución» (Ihde & Malafouris, 2018, p. 197).
9Hay una diferencia de un 1,24 % entre el genoma humano y el del chimpancé y llegamos a compartir con el primer animal cuyo genoma fue secuenciado, el de un tipo de gusano (Caenorhabditis elegans), un 36 % de su genoma.
10La organización mínima de la vida (celular) es un proceso continuo de identidad que crea: «una barrera o membrana semipermeable que establece un límite de difusión y permeabilidad que discrimina entre un interior químico (o sí mismo) y los medios libremente difusos en el ambiente externo (no-sí mismo). Dentro de este límite, la vida celular es una red metabólica basada parcialmente en nutrientes que ingresan desde el medio exterior; una célula se mantiene mediante una red de transformaciones químicas. Pero —y este es el punto clave— la red de reacciones es capaz de generar los componentes que están siendo transformados, incluyendo aquellos que constituyen la barrera o membrana» (Lazcano & Varela, 1996, p. 146)
11Commoner propone cuatro leyes informales de la ecología: 1. Todo está relacionado con todo lo demás, en el sentido en que en la biosfera todos los seres vivos están interrelacionados entre sí en una extensa red de la vida. 2. Todas las cosas han de ir a parar a alguna parte, lo que significa que en la naturaleza no existe algo así como el desecho por sí mismo, lo que es desechado por un organismo puede ser alimento para otro. 3. La naturaleza sabe lo que hace, en el sentido de que, cualquier intervención del ser humano, es probable que sea perjudicial para un sistema natural si se tiene en cuenta que este es resultado de una evolución por ensayo y error de millones de años. 4. No existe nada gratuito en la naturaleza, pues lo que se gana por un lado se pierde por otro. En ese sentido esta ley recoge las tres anteriores, ya que en el ecosistema global cualquier cosa extraída por el ser humano debe ser reemplazada, el pago de este precio no se puede evitar, a lo más retrasar (1971, pp. 27-36).
12En tiempos del Antropoceno, para evitar la catástrofe del planeta, se requiere de la responsabilidad o intervención activa del ser humano en el mundo natural. Una postura que contrasta una responsabilidad activa al mero pensamiento preservacionista que evadiría tal responsabilidad, se encuentra en: Obst, A. R. (2023). Flying from History, Too Close to the Sun: The Anxious, Jubilant Futurism of Contemporary “Age of Man” Environmentalism. Environmental Ethics, volumen 45 (4): 337-357.
13Vernadsky en un artículo aparecido en American Scientist en 1943, titulado La biosfera y la noosfera
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