Finge que me quieres - Lucy Score - E-Book
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Finge que me quieres E-Book

Lucy Score

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Beschreibung

Una casa, un trabajo y un novio increíble durante un mes. ¿Qué podría salir mal? Luke Garrison es un militar dulce, sexy y enigmático que está a punto de marcharse a Afganistán y lo último que busca es una mujer que arruine su soledad. Cuando el azar pone en su camino a Harper, una joven que quiere empezar de cero en otro lugar, cree que es la mujer perfecta para fingir que tiene una relación con ella y hacer feliz a su propia familia. Pronto saltarán chispas entre los dos y tendrán que decidir hasta dónde están dispuestos a llegar.     Autora número 1 en el New York Times Lucy Score es el gran fenómeno en BookTok "Me ha encantado. La relación entre Harper y Luke está llena de pasión y ternura." SmexyBooks "Lucy Score es una de las mejores autoras de romántica contemporánea actuales." Serious Reading

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Finge que me quieres

Lucy Score

Traducción de Patricia Mata

Contenido

Portada

Página de créditos

Sobre este libro

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52

Capítulo 53

Capítulo 54

Capítulo 55

Epílogo

Agradecimientos

Sobre la autora

Página de créditos

Finge que me quieres

V.2: Junio, 2024

Título original: Pretend You're Mine

© Lucy Score, 2015

© de la traducción, Patricia Mata Ruz, 2019

© de esta edición, Futurbox Project S.L., 2024

La autora reivindica sus derechos morales.

Todos los derechos reservados, incluido el derecho de reproducción total o parcial.

Esta edición se ha publicado mediante acuerdo con Bookcase Literary Agency.

Diseño de cubierta: Taller de los Libros

Imágenes de cubierta: Creative Market - WonderWonder - Larisa Maslova

Corrección: Ana Navalón

Publicado por Chic Editorial

C/ Roger de Flor, n.º 49, escalera B, entresuelo, despacho 10

08013, Barcelona

[email protected]

www.chiceditorial.com

ISBN: 978-84-17333-58-4

THEMA: FRD

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

Finge que me quieres

Una casa, un trabajo y un novio increíble durante un mes. ¿Qué podría salir mal?

Luke Garrison es un militar dulce, sexy y enigmático que está a punto de marcharse a Afganistán y lo último que busca es una mujer que arruine su soledad.

Cuando el azar pone en su camino a Harper, una joven que quiere empezar de cero en otro lugar, cree que es la mujer perfecta para fingir que tiene una relación con ella y hacer feliz a su propia familia.

Pronto saltarán chispas entre los dos y tendrán que decidir hasta dónde están dispuestos a llegar.

Autora número 1 en el New York Times
Lucy Score es el gran fenómeno en BookTok
«Lucy Score es una de las mejores autoras de romántica contemporánea actuales.»
Serious Reading

Capítulo 1

Era, oficialmente, el peor día de la vida adulta de Harper.

¿Qué le había visto a aquel idiota? Bajó la visera del coche con los ojos entrecerrados para protegerse del bajo sol primaveral. Por lo menos, que estuviera atardeciendo significaba que aquel día infernal ya casi había acabado. Aunque no tenía ni idea de adónde se dirigía.

Lo cual era perfecto.

Fue a coger el bolso en un gesto automático antes de acordarse de que se lo había dejado, junto con la cartera y el teléfono; el móvil con GPS que podría indicarle, como mínimo, si iba en la dirección correcta.

Hannah vivía a dos horas en dirección al suroeste de la ciudad. Harper no sabía si a la que había sido su compañera de habitación en la universidad le haría gracia tener una okupa en el sofá durante unos días, pero era su única esperanza en aquel momento.

La luz naranja del salpicadero que indicaba que el coche estaba en reserva escogió aquel instante para encenderse. 

—Maldita sea.

Se había olvidado de echar gasolina de camino a casa y, evidentemente, no se había acordado al salir hecha una furia.

Vio la siguiente salida: un pueblo llamado Benevolence, en Maryland. Puso el intermitente. Tendría que buscar una cabina. ¿Todavía existían? ¿Se sabía el número de algún conocido de memoria? Harper gruñó. 

Quizá podría pedir a alguien que le prestara un móvil, meterse en Facebook y preguntar a alguno de sus amigos que vivían cerca si podían llevarla. 

Al entrar en el pueblo, se detuvo un momento en el aparcamiento de gravilla de lo que parecía un bar, que se preparaba para una noche de viernes muy animada. Tenía aspecto rústico y recordaba a una cabaña de madera. No había luces de neón en las ventanas, solo un cartel pintado a mano que colgaba del alero del estrecho porche delantero. «Remo». Al lado había un patio en el que colgaban lucecitas y toldos de vela. Unos cuantos clientes se apiñaban alrededor de las estufas y de una hoguera.

La gente parecía agradable y en aquel momento le vendría muy bien un amigo.

Harper se bajó de su viejo Volkswagen Escarabajo y las bisagras chirriaron cuando cerró la puerta. Se apoyó en el guardabarros y contempló el lugar en busca de un simpático desconocido que tuviera móvil.

—¿Cómo lo hago para acabar siempre en estas situaciones? —dijo entre suspiros mientras se colocaba un mechón de pelo rubio por detrás de la oreja.

—¡Te lo he advertido!

El sonido gutural provenía del espacio que quedaba entre dos camionetas que se encontraban dos filas más atrás, donde un hombre alto gritaba a una chica morena y pequeña. La tenía cogida por los hombros y la sacudía con una fuerza estremecedora.

—Te lo he advertido, ¿o no?

La volvió a zarandear, esta vez con más fuerza.

Harper se dirigió hacia ellos.

—¡Oye!

El gigante no dejaba de gritar y apenas la miró por encima del hombro.

—Métete en tus asuntos, zorra cotilla.

Harper se dio cuenta de que el hombre arrastraba las palabras.

La chica morena rompió a llorar.

—Glenn…

—¡No quiero oír ni una palabra más! 

La agarró por el cuello con una de sus manazas, la levantó del suelo y la empujó contra la camioneta. La mujer intentaba deshacerse en vano de la mano que le apretaba la garganta.

Enfurecida, Harper se abalanzó sobre el hombre por la espalda. 

En cuanto estuvo encima de él, le rodeó el cuello con los brazos. Él dio un chillido demasiado agudo para un hombre de su tamaño y soltó a la mujer. Agitó los brazos y se golpeó la espalda contra la camioneta para intentar quitarse a la chica de encima.

Harper se agarró con más fuerza cuando sintió el peso del hombre contra el torso.

—No es tan fácil cuando nos defendemos, ¿verdad, capullo? —dijo ella entre dientes.

—¡Te voy a matar, puta! —gruñó.

Por un instante, Harper pensó en morderle la oreja, pero en lugar de eso, tomó impulso apoyando las piernas en la camioneta y le apretó el cuello con más fuerza. El hombre empezó a ponerse rojo de la presión.

Glenn la sujetó por los brazos, dio un bandazo hacia delante y Harper cayó al suelo, a los pies de la mujer que lloraba, y se golpeó el costado con tanta fuerza que, cuando se levantó, le costó mantener el equilibrio. El hombre le dio un puñetazo de refilón en el hombro, y a pesar de que no acertó del todo, el dolor fue inmediato. Ella le golpeó al lado de la cabeza.

—¡Glenn! —dijo una voz grave y cargada de autoridad por detrás de donde ellos se encontraban.

Harper aprovechó la distracción, que hizo que el hombre bajara la guardia un instante, y le propinó un puñetazo en la cara. Pero, entonces, el gigante borracho hizo que el aparcamiento se desvaneciera de un golpe.

* * *

—Oye.

Era la misma voz de antes, pero esta vez se acercaba a ella, flotando entre la neblina. Era una voz grave y un poco áspera.

Harper estaba tumbada de espaldas sobre la gravilla. Sentía que le ardía el perfil de la cara, pero lo que le llamó la atención fue el hombre que la observaba. Un pelo rapado y oscuro y la sombra de una barba de un día enmarcaban los ojos castaños más profundos que había visto jamás. El sol se ponía por detrás de la cabeza del chico. Era una vista preciosa.

—Vaya —susurró ella—. ¿He muerto?

Él sonrió y Harper observó que se le formaba un hoyuelo en la mejilla. Menudo pibón. Sin duda, había muerto.

—No estás muerta, pero podrías estarlo por enfrentarte a un salvaje de ese tamaño.

Harper gruñó al acordarse.

—¿Dónde está ese hijo de puta? ¿Y la chica, está bien?

—Ahora se está enfrentando a un agente de policía y Gloria está bien. Gracias a ti.

Le tocó con cuidado la cara, alrededor de donde tenía la marca del puñetazo.

—Menudo aguante tienes.

Harper hizo una mueca de dolor.

—Gracias. ¿Puedo sentarme?

Sin decir nada, la ayudó a sentarse y la sujetó por los hombros.

—¿Cómo te encuentras? —Sus ojos oscuros estaban cargados de preocupación.

Harper se tocó la mejilla con la punta de los dedos y notó el calor que irradiaba a causa de lo que parecía ser un fuerte golpe. 

—He estado peor.

Una cicatriz le cruzaba una de las oscuras cejas y unas arrugas suaves le enmarcaban los ojos. Tenía el brazo musculado y cubierto por completo con un tatuaje.

—Pelear con un tío de ese tamaño ha sido muy valiente, pero también muy irresponsable. —Volvió a sonreír.

—Pues no es lo más irresponsable que he hecho hoy.

—¿Estáis bien, Luke?

Harper apartó la mirada y se dio cuenta de que los rodeaba un grupo de gente.

—Sí. —Se giró hacia Harper otra vez—. ¿Puedes levantarte?

Ella asintió y se sintió aliviada al ver que no se le había despegado la cabeza del cuello con el movimiento. Luke la agarró por debajo de los brazos y la ayudó a ponerse de pie poco a poco. La multitud empezó a aplaudir.

—Ya era hora de que alguien pusiera a ese capullo en su lugar —comentó una persona entre carcajadas.

El resto de los presentes se echó a reír.

—Dios, Luke, ¿qué has hecho esta vez?

Una chica guapísima de pelo negro que llevaba una falda vaquera y un polo con el nombre del bar se abrió paso entre los espectadores.

—No te enfades con él, Soph —dijo un agente de policía—. No ha empezado él, aunque uno de los dos le ha roto la nariz a Glenn.

Harper miró la mano derecha de su héroe y se dio cuenta de que tenía los nudillos ensangrentados.

—Hay testigos suficientes para que pase unas noches en la cárcel, incluso si Gloria se niega a presentar cargos contra él —añadió.

La chica se rio a carcajadas, agarró a Luke y le dio un beso ruidoso. 

—Mamá estará muy orgullosa.

Luke puso los ojos en blanco. Aún sostenía a Harper.

La chica morena se giró hacia ella.

—¿Y tú qué has sido, un daño colateral?

—¡Qué va! —respondió el policía—. Cuando he llegado, he visto cómo le saltaba a la espalda enfurecida. Ha golpeado al idiota como si fuera Xena, la princesa guerrera, pero él le ha dado un buen golpe y entonces Luke lo ha abatido.

—Caso resuelto. —Señaló a Luke y a Harper—. Esta noche tenéis las bebidas gratis.

La multitud vitoreó.

—Oye, ¿y yo? —preguntó el agente, de morros—. Yo lo he esposado.

—Ty, obtendrás una recompensa cuando acabes tu turno. —Tiró de él, lo besó con fuerza en los labios y sonrió—. Que no se te olvide comprar huevos de camino a casa.

—Vale, vale —contestó con un suspiro—. Te tomo la palabra. Bueno, llevaré a este capullo a urgencias de camino a la cárcel. —El policía guiñó un ojo y se dirigió al coche patrulla.

Glenn estaba tirado en el asiento de atrás. Ty se sentó al volante y se despidió:

—Hasta luego.

Encendió las luces y deleitó a la multitud alejándose con el coche.

La chica se apartó el pelo del rostro y puso cara de exasperación.

—Ese es mi marido —dijo con un suspiro—. Bueno, chica dura, ¿cómo te llamas?

—Harper.

—Yo me llamo Sophie. Bienvenida a Benevolence. ¿Qué te parece si vamos a buscar hielo para que te lo pongas en la cara?

Capítulo 2

Sophie le consiguió a Harper un analgésico, hielo y una revisión médica improvisada en el lavabo de chicas.

—Bien, Harper, creo que te has librado de una conmoción cerebral. Has tenido mucha suerte —dijo Trish Dunnigan después de examinarle las pupilas una vez más—. Pero me gustaría que vinieras a verme mañana por la mañana. No pareces tener el brazo roto, pero puede que tengas una fisura. Y quizá también tengas alguna en las costillas. Tendría que hacerte una radiografía.

—Mañana no estaré aquí. Solo estoy de paso.

—De acuerdo, pero ve a tu ambulatorio lo antes posible.

Harper asintió, aunque sabía que no lo iba a hacer.

—Gracias por venir, doctora —dijo Sophie, apoyada en el tocador.

—No hay de qué. Estaba por la zona comprando comida para llevar. Me alegro de haber podido ayudar. —Se despidió con la mano al salir por la puerta.

—Siento haber causado tantos problemas —dijo Harper por debajo de la bolsa de hielo.

—¿Estás de broma? Eres una heroína. Glenn lleva maltratando a Gloria desde el instituto.

Harper suspiró.

—Menudo gilipollas.

—Totalmente de acuerdo. —Sophie se inclinó hacia el espejo y se puso brillo de labios—. Bueno, ¿qué me puedes contar sobre ti? Sé que no eres de por aquí.

Harper volvió a suspirar y respondió:

—Es una historia muy larga. Digamos que he pillado a mi novio y jefe en una situación comprometedora con la chica de la mensajería y he salido echando leches sin nada más que las llaves del coche.

—¿Y luego has acabado peleándote con un imbécil borracho en un aparcamiento?

—Sí.

—Vaya, eso sí que es un mal día. —Sophie la observó durante un instante—. ¿Entonces no llevas ni la cartera ni el móvil ni nada de dinero?

—Nada de nada. Además, me he quedado sin gasolina en el aparcamiento.

Sophie echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.

—Chica, no te podría haber pasado en ningún lugar mejor. Yo me encargaré de todo. —Se guardó el brillo de labios en el bolsillo delantero—. Empiezo mi turno ahora, así que te veo en la barra. Tengo una cerveza y un plato de nachos que llevan tu nombre.

Harper observó cómo la chica salía por la puerta tipo granero. ¿Qué no daría ella por tener esa seguridad en sí misma?

Dejó la bolsa de hielo y se miró en el espejo. El moretón tenía muy mal aspecto. Tenía la piel desde la sien al pómulo cubierta de manchas púrpuras. ¿Y si Luke seguía allí?

Harper se soltó la coleta y se peinó el flequillo hacia el lado para cubrir parte del cardenal. Dejó que el resto del pelo le colgara libremente alrededor de la cara.

No era un aspecto perfecto, pero tendría que conformarse.

Abrió la puerta y se adentró en una noche de viernes muy animada. La estética de cabaña del bosque seguía presente en el interior del bar, que tenía vigas de madera y una chimenea de piedra enorme en uno de los lados. La multitud se agrupaba alrededor de dos mesas de billar que había en una habitación elevada que daba al exterior.

Y allí estaba Luke, de pie al lado de la larga barra rústica, con una cerveza en la mano, esperando. Le acercó un taburete vacío con un movimiento del pie. No estaba muy claro si el gesto había sido una invitación o una orden.

Estaba buenísimo. Llevaba unos vaqueros y una camiseta sencilla de color gris. Estaba cuadrado, como los típicos chicos que salen en las portadas de las novelas románticas. Y qué ojos. Verdes, grises y marrones. No era de extrañar que Harper solo pudiera mirarlo embobada.

Se sentó en el taburete con cuidado, pues le dolían los músculos. Se miraron el uno al otro durante un instante y permanecieron en silencio, sin aportar nada al ruido del resto del bar.

—Hola —saludó ella al fin.

—Hola.

—Soy Harper. —Alargó la mano para presentarse.

—Yo me llamo Luke. —Le estrechó la mano durante unos segundos—. ¿Vienes por aquí a menudo? —Sonrió y le volvió a aparecer el hoyuelo.

Harper sintió que se le paraba el corazón. Ay, Dios. Ahora no. Era el peor momento para encapricharse de alguien. Había jurado mantenerse alejada de los hombres apenas dos horas antes y, poco después, uno le había dado una paliza. Se ordenó a sí misma recobrar la compostura.

—Es la primera vez que vengo. He oído que el aparcamiento de este lugar es una locura los viernes por la noche.

Él se enderezó, acercó los dedos al rostro de la chica y le apartó con cuidado el flequillo.

—¿Qué tal tienes la cara, Harper?

—Me recuperaré, Luke. —Se ruborizó al pronunciar su nombre. Le parecía extraño sentirse tan cómoda con un desconocido—. ¿Cómo tienes la mano?

Él le seguía tocando la cara y le acarició la mejilla amoratada con el pulgar. Alguien se aclaró la garganta cerca de ellos. Sophie estaba detrás de la barra con una sonrisa de oreja a oreja.

—Siento interrumpiros, chicos, pero esto es para ti —dijo antes de lanzarle una bolsa de hielo a Luke—. Y esto, para ti. —Le dio un botellín de cerveza a Harper—. Los nachos están en camino. Invita la casa. Siéntate.

—Gracias, hermanita —dijo Luke mientras se sentaba en el taburete vacío que había al lado del de Harper sin apenas mirar a Sophie.

Harper se ruborizó ante su atenta mirada y se aferró a la cerveza como si fuera un salvavidas.

—Gracias.

Sophie le guiñó un ojo antes de irse.

—Bien hecho, Luke —comentó un hombre larguirucho que llevaba una gorra roja y le dio una palmada en la espalda—. Menudo golpe le has dado a Glenn. ¿Lo aprendiste en el ejército?

—Gracias, Carl.

—Has acabado con él de un golpe —añadió Carl mientras golpeaba el aire con el puño derecho—. Recuérdame que nunca te haga enfadar.

—Acuérdate la próxima vez que no me hagas descuento en el almacén de madera —contestó Luke con indiferencia.

Carl volvió a reír y se dirigió a Harper.

—Qué alegría ver a Luke en tan buena compañía. ¿Cómo dices que te llamabas, rubia?

Luke los presentó con indiferencia.

—Carl, esta es Harper. Harper, este es Carl.

—Bueno, Harper, si hay algo en lo que pueda ayudarte mientras estás por aquí, no dudes en pedírmelo. Me encantará echarte una mano en lo que sea.

—De eso estoy seguro —respondió Luke—. ¿Cómo está tu mujer, por cierto?

—Está enorme. Sale de cuentas de nuestro tercer hijo la semana que viene. —Se irguió con orgullo—. Seguro que este es un niño. Un hombre no puede tener tres hijas.

—A no ser que esté pagando el precio por las travesuras que hizo en el instituto —argumentó Luke—. A lo mejor podrás compensarlo si vas a casa y le das un masaje en los pies a Carol Ann.

—Lo que estoy haciendo es mucho mejor. He venido a buscar sándwiches de carne y queso.

Justo cuando lo mencionó, Sophie apareció con una gran bolsa de papel.

—Marchando tres sándwiches de queso con guarnición. 

Acercó el pedido por la barra hasta donde estaba Carl.

—Saluda a Carol Ann de mi parte —dijo Luke.

—Claro. Encantado de conocerte, Harper. Si te aburres de este soldado, llámame.

—De acuerdo, Carl —respondió Harper entre risas.

—No lo animes —dijo Luke mientras Carl se alejaba.

—Así que eres soldado, ¿eh? —preguntó ella mientras se giraba otra vez hacia él.

—Es el capitán capullo de la Guardia Nacional del ejército —dijo Sophie después de dejar un plato lleno a rebosar de nachos y un puñado de servilletas.

Luke miró a su hermana, pero no dijo nada.

Vaya. Militar. Esa profesión estaba en el top tres de las más nobles y atractivas junto con las de bombero y vaquero. ¿Acaso aquel chico no tenía nada malo?

Harper observó a su alrededor y vio que el bar estaba cada vez más lleno. Parecía que todo el mundo hablara a la vez. Nadie estaba solo, ni siquiera los que habían llegado sin compañía. Se oían saludos y se veían manos levantadas por todos los rincones.

—Tengo la sensación de que este es un pueblo muy pequeño y que yo soy la única desconocida —dijo Harper.

—No te preocupes por eso, no durará mucho —advirtió Luke—. ¿Ves a esa mujer con la sudadera de conejito?

Vio que la mujer hablaba al lado de la gramola.

—Es Georgia Rae. Probablemente ya está planeando cómo arrinconarte para que le cuentes tu vida.

Harper rio y probó un nacho. 

—Y ese —añadió Luke mientras señalaba a un hombre con bigote canoso que estaba al lado de la mesa de billar— es mi tío Stu. Estoy convencido de que ya ha llamado a mi padre para decirle que estoy con la chica que le ha bajado los humos a Glenn Underhill. ¿Y ves que Sophie no hace más que mirar el móvil? Eso es porque mi madre le está enviando mensajes para saber qué aspecto tienes.

—Vaya. Creo que será mejor que me marche antes de que me inviten a comer con ellos. —Harper rio.

El móvil de Luke vibró encima de la barra. Miró la pantalla e hizo una mueca.

—Demasiado tarde.

—Muy gracioso —respondió ella con cara de exasperación antes de darle un trago a la cerveza.

Él le puso el móvil delante para que lo viera.

Pregúntale a tu amiga si puede traer tarta para la cena del domingo.

Harper se atragantó con la cerveza y se tapó la boca con la mano.

—Esto no puede estar pasando. Sigo inconsciente en el aparcamiento, ¿verdad?

Luke rio y le puso una mano, fuerte y cálida, sobre la espalda.

—Ya te gustaría.

«Clic».

Cuando Harper levantó la mirada, vio que Sophie los enfocaba con el móvil. 

—Soph. —El tono de Luke pareció una advertencia.

Su hermana sonrió con inocencia.

—¿Qué pasa? Uy, me tengo que ir. La comida ya está lista.

—¿Nos ha hecho una foto?

Luke cogió la cerveza. Harper aún sentía cosquillas donde la había tocado. 

Apoyó la cara sobre las manos hasta que se tocó la mejilla y recordó el cardenal.

—Me siento como si estuviera en otra realidad. Ni siquiera debería estar aquí. 

—¿Dónde deberías estar?

—En Fremont.

—Pues Fremont queda muy lejos.

—¿En serio?

—Está a cuatro horas hacia el oeste.

—Joder, iba en dirección contraria. 

Se inclinó hacia delante y se tapó los ojos con las manos.

—¿Va todo bien por aquí? —preguntó Sophie cuando reapareció—. ¿Qué has hecho ya, Luke?

—No, no es él, soy yo. —Las manos le amortiguaron la voz.

—Tenía que ir hasta Fremont esta noche —contestó Luke.

—Pues eso no va a pasar. Fremont está a cuatro horas de aquí —añadió la chica.

—Sí, ahora ya lo sé —gruñó Harper sin destaparse la boca.

Sophie rompió a reír y Harper se apartó las manos de la cara.

—Me alegro de que mi vida te parezca tan graciosa.

Eso solo hizo que la chica riera todavía más.

—Es para partirse. ¿Siempre te pasan estas cosas?

—¿A qué te refieres? —preguntó Luke.

Harper apoyó la cabeza en la barra mientras Sophie le contaba a su hermano los detalles de su situación, obviando, afortunadamente, la parte de la chica de la mensajería.

—¿Te has ido de casa sin coger nada más que las llaves del coche y te has pasado horas conduciendo en dirección contraria? —Esta vez fue él quien se pasó la mano por la cara y suspiró—. ¿Y dónde tenías pensado pasar la noche?

Harper se irguió en el taburete y dio un trago a la cerveza.

—No lo sé. Mi intención era mandarle un mensaje a Hannah por Facebook para pedirle que me viniera a buscar. Pero eso era porque pensaba que estaba a diez minutos de su casa.

—Puede que alguien del bar vaya hacia allí y te pueda acercar —sugirió Sophie.

Luke negó con la cabeza.

—No la vamos a subir al coche de un desconocido borracho.

—¿Por cuánto saldría un taxi?

—Sé realista. Además, para eso sería mejor darle dinero para gasolina.

—Dormiré en el coche —decidió Harper. Tampoco sería la primera vez que lo hacía.

—Muy bien, duermes en el coche. Y luego, ¿qué? —preguntó él.

—Le mandaré un mensaje a Hannah y le suplicaré que me venga a buscar por la mañana.

—Toma —Sophie le prestó el móvil—. Conéctate y mándale un mensaje. —Se fue un momento para llenarle el vaso a un cliente.

Harper vio cerca su salvación y se abalanzó sobre el teléfono. A continuación, introdujo los datos de su cuenta y se dirigió al perfil de Facebook de Hannah.

—¡Mierda! Su marido le ha regalado una escapada de fin de semana en Virginia Occidental. 

—Entonces no te servirá de nada que te demos dinero para gasolina. Vaya…, ojalá supiéramos de algún sitio donde te pudieras quedar a dormir. Eh… —Sophie miró a su hermano con una ceja arqueada.

Harper se echó hacia atrás en el taburete y alzó la vista al techo.

—Encontraré una solución. Encontraré una solución.

Sophie se apoyó en la barra.

—Oye, ¿y si pasa la noche en casa de Mickey?

—Por Dios —respondió Luke, y dejó la cerveza en la barra con un golpe.

—Vive solo ahora que su novia se ha ido. Estoy segura de que no le importaría tener una invitada durante una noche —contestó con tono de burla.

Harper entrecerró los ojos.

—Su novia lo ha dejado porque lo arrestaron por robar en una licorería —gruñó él.

—Pensaba que era porque se estaba tirando a Sherri, la del banco —lo interrumpió su hermana.

—¿Entonces por qué demonios te ha parecido una buena idea? —Luke se llevó los dedos a la sien.

—Te diría que pasaras la noche en mi casa, Harp, pero tendrías que dormir en un sillón viejo y probablemente te despertarían los gritos de mi pequeño de tres años —dijo Sophie mientras servía una cerveza del surtidor. 

—¿Qué le ha pasado a tu sofá?

—A Josh se le derramó un zumo y, luego, Bitzy decidió comerse los almohadones. Podría usar la otra mitad del sofá, pero está prohibido beber zumo.

Harper esperaba que «Bitzy» fuera el nombre de un perro.

Luke negó con la cabeza y Harper vio que se le tensaba la mandíbula.

—Entonces, ¿tu plan es dormir en el coche y el tuyo es mandarla a casa de un ladrón alcohólico e infiel?

—Bueno, al menos nosotras estamos aportando ideas. Tú solo las estás rechazando. Odio cuando haces de abogado del diablo —respondió Sophie de morros. 

Luke volvió a suspirar y bajó la mirada hacia la barra.

—Puedes pasar la noche conmigo y mañana, si quieres, te llevo a casa para que recojas tus cosas.

Sophie se dio media vuelta, pero, aun así, Harper vio su sonrisa de satisfacción.

—Oh, no. No puedo. No quiero incomodar a nadie —soltó Harper con los ojos como platos.

Luke la miró.

—Me incomodaría más que durmieras en el aparcamiento. Además, le prometí a la doctora que, si seguías en el pueblo, te llevaría a que te hiciera una radiografía mañana por la mañana.

—¿Y por qué no lo has dicho antes? —preguntó Sophie, con fingida crispación.

Luke la fulminó con la mirada y ella se quedó en silencio.

—Gracias, Luke. De verdad que no hace falta. Me iría bien sufrir las consecuencias de mi idiotez, así a lo mejor aprendo.

Él sonrió con la mirada fija en la barra y Harper vio cómo reaparecía el hoyuelo.

—Creo que ya has sufrido bastante por hoy. —Se giró hacia ella y le preguntó—: ¿Te parece bien si nos quedamos hasta que cierren?

—Claro —asintió ella.

¿Qué tenían sus ojos? Quizá era la sombra que se veía en su interior. Harper sentía una atracción inexplicable cada vez que aparecía. Era un chico tranquilo al que evidentemente no le apetecía hablar de sí mismo. En definitiva, no se parecía en nada al gilipollas de Ted. Harper pensaba, por cómo observaba lo que ocurría a su alrededor, que no se le escapaba nada.

—Bueno, háblame de ti, Luke. Creo que debería saber más cosas sobre ti si voy a dormir contigo.

—No hay nada que contar. —Se rascó la nuca.

—Ya. Seguro que no. —Arqueó las cejas y le dio un trago largo a la cerveza.

Él volvió a reír.

—Me llamo Luke. He vivido aquí toda la vida. Me dedico a la construcción y estoy en la Guardia Nacional. Y Sophie es mi hermana pequeña.

—¿Eso es todo? —le preguntó Harper al tiempo que le daba un codazo.

—¿Qué más quieres saber?

—¿Alguna vez te han detenido? ¿O tienes algún cadáver enterrado en el jardín? ¿Algún fetiche raro?

Él se inclinó hacia ella. Harper olió el aroma de su jabón. Era masculino. Sintió su aliento sobre el rostro y abrió un poco los labios. Se le cortó la respiración.

—¿Qué entiendes por «raro»? 

Capítulo 3

La noche pasó entre cervezas, comida y presentaciones de la gente del pueblo, entre la que cabía destacar a Georgia Rae. Harper estaba un poco pedo y muy cansada cuando por fin vio, junto a Luke, cómo Sophie cerraba las puertas delanteras del bar. Reprimió un bostezo. Eran las dos de la mañana; nunca se acostaba tan tarde. Sentía que le empezaba a doler la cara otra vez.

—Gracias de nuevo por quedaros conmigo —dijo Sophie mientras cruzaban el aparcamiento.

—Que pases buena noche, Soph —respondió Luke y le abrió la puerta del coche.

—Y tú. Buenas noches, Harper. Espero volver a verte.

Harper se despidió con el brazo que no tenía herido y dijo entre bostezos:

—Gracias por todo, Sophie.

—Más vale que la lleves a casa antes de que se quede dormida de pie, Luke.

Él dio un golpe en el techo del coche y dijo adiós con la mano cuando ella se alejó.

—¿Nos vamos?

Harper asintió y se abrazó a sí misma para protegerse del frío de la noche. Estaban solos. Lo iban a estar durante las próximas horas. Se preguntó si podría pegar ojo sabiendo que él estaba tan cerca… y presumiblemente desnudo. Los hombres como Luke no usaban pijama para dormir.

—Está ahí —dijo, señalando una camioneta de color gris oscuro que había en la parte trasera del aparcamiento—. ¿Tienes que coger algo del coche?

—No, no hace falta. —Lo único que tenía en su coche era el café frío de aquella mañana.

Caminaron juntos y Harper se frotó los brazos.

—¿Tienes frío? —preguntó él.

Ella afirmó con la cabeza y sintió un cosquilleo de comodidad y lujuria cuando Luke le pasó el brazo por los hombros y se acercó a ella. El calor de su cuerpo calentó inmediatamente la piel de Harper, que no pudo resistirse y se acurrucó contra él.

Luke abrió la puerta del copiloto y Harper se sentó con cuidado e intentó no hacer muecas mientras movía el cuerpo dolorido por los asientos de cuero.

Él se sentó en el asiento del conductor y arrancó el motor. Presionó un botón y Harper sintió calor bajo el trasero. ¡Asientos calefactables! Giró hacia la izquierda, salió del aparcamiento y, en unos minutos, aparcaron en el acceso para coches de una casa de ladrillo inmaculada con tres plantas y un gran porche delantero. Harper parpadeó cansada.

—¿Vives aquí?

Él miró la vivienda por el parabrisas.

—Sí.

—Esperaba algo diferente. El típico piso de soltero. ¿Compartes la casa con alguien? ¿Con tu novia? ¿Tu esposa y tus cuatro hijos?

—No. Vivo solo. —Sonrió brevemente, pero a Harper se le aceleró el corazón—. Vamos.

El porche, hecho de tablas anchas de madera, era amplio y se extendía hacia la parte trasera de la casa. Aunque no tenía ningún mueble, Harper lo imaginó con un columpio y macetas colgadas rebosantes de flores de colores.

Luke abrió la puerta y la sujetó para que pasara. Harper cruzó el umbral y esperó a que encendiera las luces. El recibidor daba a una escalera con un pasamanos ancho. Había dos puertas, una delante de la otra, que llevaban a estancias sin luz. Las paredes tenían un revestimiento oscuro hasta media altura y, por encima, estaban cubiertas por un papel pintado con rosas y colibríes. 

—¿En serio esta es tu casa?

Luke dejó las llaves en una mesilla que había justo al entrar, el único mueble que Harper había visto de momento, y arqueó una ceja.

—¿Por qué lo preguntas?

La chica siguió con el dedo una de las rosas de la pared.

—No, por nada. —Asomó la cabeza para mirar en la habitación que tenía a la derecha. Gracias a las farolas de la calle, vislumbró un sofá con reposabrazos de madera y, delante, una pantalla de plasma apoyada en un caballete. No había nada más en toda la habitación—. ¿Te has mudado hace poco?

—No —respondió avergonzado—. Hace un par de años.

—¿En serio?

—He estado muy ocupado.

—¿De dónde has sacado ese sofá? —preguntó, señalando el monstruoso sofá con cojines viejos de terciopelo rojo.

—Era de mi abuela.

—Menos mal. Pensaba que lo habías ido a comprar a un mercadillo y te había parecido el lugar perfecto desde el que ver los programas de televisión de predicadores evangelistas. 

Luke sonrió.

—La casa era de mi abuela. La compré cuando murió.

—¿Teníais buena relación?

—Todo lo buena que podía ser teniendo en cuenta que era una abuela loca italiana que te perseguía con una cuchara de madera. La mayoría de los muebles de la casa eran suyos.

—No parece que haya muchos —comentó ella.

—Quiero comprar algunos más, pero he estado…

—Ocupado —terminó Harper.

—Bueno, solo hay una cama, así que yo dormiré en el sofá.

Harper miró el incómodo sofá horrorizada.

—Ni hablar. No pienso echarte de tu propia cama.

—Pues tú no vas a dormir en el sofá.

—Tú tampoco —insistió Harper.

—¿Qué sugieres?

Ella se quedó en silencio pensando en las opciones que tenían.

—Somos dos adultos, estamos agotados y probablemente ambos tenemos un autocontrol bastante bueno. ¿A lo mejor podemos dormir los dos en la cama?

—Creo que no es buena idea —contestó Luke. Entonces, se sacó las manos de los bolsillos y se las llevó a la nuca. Estaba nervioso y a Harper le parecía adorable. 

—¿Por qué no?

—No nos conocemos y… —Se quedó en silencio.

Harper sintió cerca la victoria.

—Confío en que puedas controlar tus hormonas y en que no te abalanzarás sobre mí en plena noche —bromeó ella.

—No son precisamente mis hormonas las que me preocupan.

Harper le dio un golpe en el pecho. Estaba fuerte y caliente. Puede que tuviera razón. 

* * *

Los únicos muebles que había en la planta de arriba estaban en la habitación principal: una cama de matrimonio con dosel y una cómoda decorada con gravados que se encontraba en la pared de enfrente. 

—¿Más muebles de tu abuela? —preguntó Harper mientras tocaba uno de los postes de madera de caoba a los pies de la cama.

Luke asintió. Volvía a tener las manos en los bolsillos.

—Es bonita. —Harper se sintió un poco intimidada al estar delante de su cama.

—Si vas a estar más cómoda, puedo dormir en el sofá —dijo, y señaló hacia el pasillo con el pulgar.

—No seas tonto. Seguro que se te quedaría el culo dormido si te sentaras para abrocharte los zapatos. Somos adultos. No tenemos por qué estar incómodos, ¿verdad?

En lugar de responder, se giró hacia la cómoda y abrió uno de los cajones.

—Toma —dijo al tiempo que le acercaba una camiseta blanca—. Puedes usar esto de pijama.

Era una camiseta suave y estaba desgastada. Era evidente que la había usado mucho.

—Gracias. —La cogió con cuidado de tocar solo la camiseta.

—Puedes cambiarte ahí —añadió, y señaló el baño que daba a la habitación—. Voy a cerrar con llave.

—Vale, gracias. 

Se miraron durante un instante.

—La situación es un poco incómoda, ¿no? —preguntó ella.

Él sonrió.

—Un poco.

—Será solo una noche. —Harper no sabía si lo intentaba tranquilizar a él o a sí misma.

—Sí.

—Y somos adultos.

—Eso parece.

—Nos estamos portando como críos —razonó ella—. Solo vamos a dormir. —Vio cómo reaparecía el hoyuelo. Parecía hacerle gracia. Finalmente, Harper asintió y dijo—: Bien. Voy a cambiarme. 

En el lavabo, se lavó la cara con agua fría y se secó con cuidado el lado amoratado con una toalla. No se miró el resto del cuerpo, aunque, a juzgar por el dolor que sentía, lo debía de tener tan magullado como la cara.

Afortunadamente, no se estaba preparando para su gran noche con alguien como Luke, pues no tenía muy buen aspecto. De hecho, pensaba que nunca había estado tan mal, y si fuera a disfrutar de una noche especial con alguien como él, le gustaría que fuera perfecta.

Puso los ojos en blanco, pasó la cabeza por el agujero de la camiseta y se cubrió el torso. Se había quedado sin casa y sin trabajo; era ridículo que le preocupara más lo que pasaría si se acostaba con el atractivo capitán. Se preguntó cómo le quedaría el uniforme.

—Céntrate —dijo entre dientes—. Solo vamos a dormir.

Se pasó la mano por la camiseta de algodón y dio las gracias por haberse acordado de ponerse ropa interior. 

Se llevó el cuello de la camiseta hacia la nariz y respiró profundamente. Olía como él. Y estaba a punto de meterse en una cama que olía a él… con él. Esperaba poder controlarse mientras dormía.

Cuando Luke volvió a la habitación, ella estaba a los pies de la cama.

—¿Va todo bien? —le preguntó antes de abrir un cajón de la cómoda.

—Ay, sí. Es que no sé cuál es tu lado —contestó jugueteando con el bajo de la camiseta.

De repente, él pareció muy interesado en lo que había en el interior del cajón. 

—¿Mi lado?

—De la cama. ¿Duermes en un lado concreto?

Luke levantó la mirada.

—Normalmente duermo en medio, así que puedes elegir el que prefieras.

—Gracias.

Luke agarró unos pantalones de pijama.

—Ahora vuelvo.

En cuanto cerró la puerta del lavabo, Harper se dejó caer sobre la cama y se acurrucó debajo de las sábanas. Se colocaría tan cerca del borde como pudiera para que Luke ni se diera cuenta de que estaba ahí. No le causaría ninguna molestia.

Esperaba que no roncase.

La puerta del lavabo se abrió. Luke se quedó de pie en el umbral. Llevaba unos pantalones de franela desabrochados que le caían por la cadera. Harper se humedeció los labios e intentó no mirarle fijamente los abdominales. Cada rincón de su cuerpo estaba esculpido, musculado y macizo. Tenía otro tatuaje, un fénix encima del corazón. 

Madre mía. Iba a dormir en la misma cama que él.

No. No caería en la trampa de las malas decisiones otra vez. Se había prometido que iba a cambiar, que empezaría de cero y que se centraría en ella.

No estaba teniendo mucho éxito en lo de evitar mirarle el torso desnudo. Sus dedos se morían de ganas de recorrer el tatuaje, acariciarle el pecho, bajar hacia el abdomen y, luego, hacia la cintura del pantalón, indecentemente baja. Cerró las manos traviesas en puños bajo la colcha. Estaba convencida de que no podría pegar ojo. No al lado de ese cuerpo tan perfecto.

Él también la miraba, pero no se le salían los ojos de las órbitas, como a ella. Le pareció oírlo suspirar antes de acercarse hacia la puerta de la habitación y apagar la luz.

En la oscuridad, se sintió aliviada de no poder ver, hasta que sintió su peso al otro lado de la cama.

Al parecer, ambos habían tenido la misma idea y Luke se arrinconó en el otro borde de la cama.

—Buenas noches —susurró ella en la oscuridad.

—Buenas noches.

—¿Luke?

—¿Sí? —dijo, arrastrando la palabra.

—Gracias por dejar que me quede.

Él suspiró.

—De nada.

—¿Harper?

—¿Sí?

—Cierra el pico y duerme. 

Capítulo 4

En plena noche, Luke se despertó acalorado. No recordaba haberse quedado dormido. Escuchó la respiración de Harper y recordó que no estaba solo. La chica tenía la cabeza apoyada en su hombro, la mano sobre su pecho y la pierna por encima de las suyas.

Hacía mucho tiempo que no se despertaba entre los brazos de una mujer. Automáticamente, se deshizo del recuerdo. Se le daba bien, y centrarse en el presente también. Así conseguía superar el día a día.

Harper hizo un ruido parecido a un suspiro y se acercó más a él.

Aquella mujer era un desastre. Primero había invadido su noche y ahora estaba haciendo lo mismo con su cama. Le estaba costando mucho aguantarse las ganas de despertarla y decirle algo.

Harper. Era un nombre muy clásico para un espíritu tan libre. Él ya se estaba dirigiendo a Glenn cuando la había visto abalanzarse sobre él. Había sido muy irresponsable por su parte involucrarse de esa manera. Cualquier persona con sentido común habría pedido ayuda.

Sin embargo, Harper no lo había hecho; se había liado a puñetazos. Si esa noche era una muestra de su estilo de vida, era un milagro que siguiera viva.

Sin duda, era una mujer guapa. Tenía unos ojos grandes y grises que no se perdían ni un detalle y unos labios carnosos que nunca dejaban de sonreír. Y, a juzgar por el contacto con su cuerpo, tenía una figura con curvas suaves, el tipo de curvas que le piden a un hombre que las recorra con las manos. Emanaba tal energía que parecía estar a punto de explotar en cualquier momento.

No era una persona sosegada ni cauta. Luke la conocía desde hacía solo unas horas y ya estaba preocupado por su bienestar.

No tenía trabajo. No tenía donde vivir. No tenía dinero. Según Sophie, Harper estaba con la soga al cuello. Seguro que ni siquiera tenía un plan. No parecía tenerlo cuando huyó de su vida sin nada salvo las llaves del coche. 

Hablaría con ella por la mañana. Le preguntaría qué tenía pensado hacer y luego la disuadiría de llevar a cabo cualquier idea ridícula que se le ocurriera. La ayudaría, aunque ella no quisiera.

Luke apretó los dientes en la oscuridad cuando Harper movió la pierna hacia la parte superior de sus muslos y murmuró algo contra su cuello.

* * *

Harper se despertó y sintió el sol que entraba por la ventana en la cara. Intentó estirarse, pero se dio cuenta de que tenía los brazos inmovilizados. 

Luke.

La abrazaba por detrás, de modo que sentía su cuerpo caliente y duro contra el suyo y su aliento cálido en el pelo. La sujetaba de forma posesiva con el brazo tatuado y una de sus manos descansaba por encima de la camiseta, que se le había subido hasta la cintura, sobre uno de sus senos. Harper tenía el culo pegado a su imponente erección mañanera.

Esto sí que era una buena manera de despertarse. Abrigada, en un lugar seguro y entre unos brazos fuertes. 

Cerró los labios para impedir que se le escapara la risa que le estaba naciendo en su interior. Al fin y al cabo, era ella la que había estado preocupada por no poder controlarse.

Luke hizo un movimiento rápido y la abrazó con más fuerza.

Harper se mordió los labios. No lo conocía muy bien, pero estaba casi segura de que no le gustaría despertarse en esa posición tan… vulnerable.

Tendría que salir de ahí como pudiera (después de disfrutar de su compañía durante otro medio minuto). Se acurrucó y respiró su olor. El pecho de Luke se hinchaba rítmicamente contra su espalda y sus piernas la envolvían. 

Estaba convencida de que merecía una medalla por levantarse de la cama. Contuvo la respiración y le levantó la mano que tenía en el pecho con cuidado. Le sujetó el brazo y se separó de su cuerpo perfecto mientras maldecía entre dientes.

Se deslizó hacia el borde de la cama y se sentó.

Era atractivo incluso cuando dormía. Tenía las pestañas largas y oscuras y los pómulos marcados. Pero, a excepción de las pestañas, no había nada más de su aspecto que fuera delicado. Era de constitución fuerte y robusta. Harper observó las líneas definidas de su brazo; primero la parte musculada de los bíceps y, luego, el sensual tatuaje del antebrazo. 

Tendría que preguntarle qué significaba. Charlar con él durante el viaje le impediría pensar que se había despertado contra su cuerpo.

Harper, que se sentía como si la hubiera atropellado un coche, bajó con cuidado a la cocina, preparó la cafetera y abrió la nevera. Teniendo en cuenta el estado del resto de la casa (lo único que había era un montón de cajas en la sala de estar), no esperaba encontrar mucha cosa en la cocina, pero, para su sorpresa, había huevos, que estaban a un día de caducar, leche, queso y unas rebanadas de pan. Unos sándwiches de huevos revueltos los ayudarían a empezar el día con buen pie.

Por suerte, ya no tenía la cara tan hinchada, aunque el moretón había empeorado y le dolía todo el cuerpo. Se había encontrado un morado del tamaño de una pelota de béisbol en una nalga. Por suerte, el capullo que le había pegado estaría llorando como un bebé en una celda y, seguramente, Gloria habría podido dormir por primera vez en años. 

Harper vio el ordenador portátil de Luke en la encimera de la cocina, así que, mientras se hacían los huevos, decidió buscar en un portal de internet ofertas de trabajo en Fremont. Había unas cuantas que le servirían, al menos temporalmente. Era una pena que no conociera a nadie en Benevolence; aquel tranquilo pueblo y sus ruidosos habitantes le daban buenas vibraciones. Nadie se sentía solo en aquel lugar.

Aunque probablemente no habría muchas ofertas de trabajo. Además, pensó Harper mientras buscaba el azúcar, si se quedaba, se acabaría poniendo en ridículo delante de Luke.

Bueno, ¿y quién no? Era atractivo, protector y tenía unos ojos…

—Sin duda, es una mala idea —se dijo a sí misma.

—¿Siempre hablas sola mientras cocinas? 

La habitación se volvió más cálida y el ambiente pareció tensarse cuando Luke entró en la cocina.

Ella apartó la vista de la sartén y lo miró; estaba junto a la nevera, observándola. Todavía llevaba los pantalones del pijama, pero se había puesto una camiseta. Qué decepción.

—Buenos días —contestó ella alegremente mientras intentaba deshacerse de los pensamientos carnales que le volvían a la mente.

—Hola. ¿Qué es todo esto? —respondió, señalando hacia los fogones con la cabeza. 

Parecía cauto. Harper le dio una taza vacía.

—El desayuno. Es un modo de agradecerte que me hayas dejado pasar la noche aquí.

Tomó la taza y, al cabo de unos segundos, se dirigió hacia la cafetera.

Harper observó de reojo cómo se llenaba la taza de café mientras ella servía los platos. ¿Cómo sería tener esas vistas todas las mañanas?

* * *

—Te estoy muy agradecida, de verdad —dijo Harper mientras subía a la camioneta de Luke.

Él esperó hasta que se hubo abrochado el cinturón de seguridad y arrancó. 

—Ya lo has dicho.

—Bueno, es que no quiero que pienses que te estoy menos agradecida que cuando estábamos desayunando. 

Miró por la ventanilla mientras daban marcha atrás y salían hacia la calle; observó cómo el pueblo, bonito y limpio, se extendía al otro lado de la ventana. Las casas, bien cuidadas, se alineaban a lo largo de la calle principal junto a edificios históricos de ladrillo en los que había tiendas con nombres ingeniosos como «Denominador Común» y «La Tienda Brillibrilli». 

Cuando era niña, Harper soñaba con un lugar como aquel. Un lugar donde sentirse en casa. Pasaron por delante del instituto, rodeado de césped verde y con un campo de fútbol americano. Se preguntó cómo habría sido su vida si hubiera nacido allí.

—Estás muy callada —comentó Luke, mirándola.

—Estoy pensando. ¿Jugabas a fútbol americano? En el instituto, quiero decir.

Luke se detuvo en un semáforo rojo.

—Sí. Y también hacía atletismo.

—Qué deportista.

—¿Y tú?

—No, yo nunca he jugado al fútbol americano.

—Qué graciosa —respondió con amabilidad. 

Harper vio que se le formaba el hoyuelo y sonrió.

—Ni tampoco a ningún otro deporte.

—¿Por qué? ¿En tu cole no tenían boxeo?

—Qué gracioso. —Lo miró con cara de burla—. Circunstancias de la vida. Cambiaba de ciudad muy a menudo.

—¿Es que huías de órdenes de arresto?

—Empiezo a pensar que tienes una idea equivocada de mí, Lucas.

—No es culpa mía.

—Oye, tú me sedujiste en un bar.

—Sí, claro, en el suelo del aparcamiento.

—Es un detalle sin importancia —respondió ella haciendo un gesto con la mano.

Luke entró en un aparcamiento que había al lado de un pequeño negocio de color rojo. «Dunnigan y asociados».

—Maldita sea, Luke. Te he dicho que iría a ver a mi médico en cuanto pudiera.

—Te aguantas, cariño. Es el precio de un viaje en coche a la ciudad.

Harper se puso de morros.

—Si me encuentro bien.

—No mientas. Apenas te puedes mover. Ahora compórtate como una adulta y sal de la camioneta.

Ella subió por la rampa muy despacio detrás de él.

—Si te duele tanto, puedo llevarte en brazos —la amenazó.

Harper aceleró el paso y se quedó detrás de él, delante de la puerta.

—Ni siquiera está abierto —comentó desde atrás.

—La doctora ha venido antes para examinarte esas costillas tan bonitas que tienes.

La doctora Dunnigan salió rápidamente a la sala de espera vacía con un café en la mano.

—Qué puntuales, Luke. Ay —dijo, mirando el rostro de Harper—. ¿Cómo te encuentras?

—Genial —respondió ella—. De hecho, creo que te estamos haciendo perder el tiempo…

Luke alargó el brazo y le tocó la nalga amoratada con un dedo. Harper gritó. Tenía un radar buenísimo para los moretones. Eso, o le había visto el culo cuando se había levantado de la cama por la mañana.

—Ya. Creo que te voy a examinar de todos modos. Entra. Luke, tú también puedes venir. Te quiero enseñar dónde tenía pensado hacer la ampliación del local. Quítate el sujetador, déjate las bragas —le dijo por encima del hombro a Harper.

Harper se puso el batín con un aire sombrío e intentó taparse el cuerpo, por recato, todo lo que pudo. No le gustaban mucho las consultas médicas; el tiempo se encargaba de curarlo todo. Solo tenía unos cuantos golpes, que ni siquiera estaban entre los cinco peores que había tenido a lo largo de su vida. Pensaba que los demás estaban exagerando.

Sintió que alguien llamaba a la puerta y, a continuación, vio los rizos de la doctora Dunnigan.

—¿Estás visible? ¿Te importa si entra Luke?

Harper se encogió de hombros.

—Claro, no hay problema.

Bajó la mirada a los pies de la doctora mientras los dos entraban a la consulta. Luke se sentó en una silla y la doctora examinó los ojos de Harper con una linterna de bolsillo.

—Sigo sin tener una conmoción cerebral. —Harper suspiró.

—¿Lo sabes por experiencia? —preguntó la doctora con la mirada muy atenta.

—He tenido una o dos. Nunca se te olvida lo que se siente.

—¿No has tenido ni náuseas ni vómitos?

—No. Y tampoco se me ha emborronado la vista.

Dunnigan rio.

—Bueno, pues en ese caso coincido con tu diagnóstico. Creo que no tienes ninguna conmoción, lo cual significa que o eres muy afortunada o estás muy acostumbrada a recibir golpes, porque Glenn tiene los puños de cemento.

Harper se quedó en silencio y evitó mirar a Luke.

—Vamos a echarle un vistazo a las costillas. —Abrió el batín para examinarle el costado—. Ostras, lo tienes fatal. Tengo que hacerte una radiografía.

Harper se encogió de dolor cuando la doctora le tocó con cuidado los moretones. A continuación, le abrió un poco más el batín y Harper vio que a Luke se le tensaba la mandíbula. Sin decir nada, se levantó de la silla y empezó a caminar de un lado a otro de la sala.

La doctora lo ignoró y pasó a examinarle el brazo.

—De acuerdo, maestra de las conmociones, vamos a tomar unas cuantas fotos para el informe policial, te haremos una radiografía y podrás irte. Voy a por la cámara.

Harper suspiró y se dejó caer sobre la camilla. Una parte de su cerebro quería que se negara a tomar las fotos para el informe policial, pero recordó la cara de horror de Gloria cuando el hombre la había agarrado por la garganta. Tenía que hacerlo. Además, puede que volviera a ver a Luke si la llamaban para testificar.

Cerró los ojos y pensó que estaba en la playa, que llevaba un sombrero de ala ancha y un bikini en lugar del batín del centro médico.

—Harper. —Luke estaba de pie a su lado. Su voz parecía suave, pero tenía el rostro serio—. ¿Puedo verlo? —Tenía cogido el batín por el dobladillo.

Ella asintió. ¿Por qué no? Era lo más parecido a estar desnuda delante de él que iba a estar.

Luke le apartó el batín teniendo cuidado de no destaparle la parte delantera.

—Madre mía. —Le pasó los dedos por la caja torácica hasta justo la parte de debajo del pecho.

Harper sintió que se le aceleraba el corazón. Que Luke la tocara ahora que estaba despierto era incluso más excitante que cuando estaba dormido.

Extendió la mano y la colocó sobre el cardenal; las puntas de los dedos le rozaron la curva del seno.

Harper lo miró fijamente a los ojos y se preguntó cómo era posible que viera en ellos rabia y ternura a la vez.

—De acuerdo —dijo la doctora Dunnigan al entrar en la sala—. Manos a la obra. Luke, ¿puedes ayudarla a levantarse? Sacaremos las fotos delante de la pared.

Luke la agarró por los brazos y la ayudó a sentarse. Harper apretó los dientes para evitar hacer una mueca de dolor.

Extendió los antebrazos para erguirse y puso los pies sobre el suelo de madera. Cuando giró el cuello para mirar a Luke, vio en su mirada un conflicto de emociones. Él le acarició la mejilla con cautela y dijo:

—No volverá a pasar. —La promesa, a pesar de ser solo un susurro, parecía férrea.

Se apartó para que la doctora pudiera sacar fotos a las costillas, el brazo y el rostro de Harper.

—Con esto será suficiente. Vamos a la sala de rayos X. —Dunnigan dejó la cámara en el escritorio. 

Luke le sujetó a Harper la parte trasera del batín mientras se dirigían al otro lado del pasillo. Ella intentó imaginarse diferentes escenarios en los que su mano le estaría acariciando la espalda desnuda y en los que no la tratara como a una enferma.

La vida, a veces, era muy injusta.

¿Qué habría pasado si ella hubiera llegado al pueblo con un vestido bonito y la maldita cartera? Lo podría haber invitado a una copa y no habría sido necesario que la salvara ni que la ayudara. Si eso no era un aviso para que se empezara a comportar como una adulta, no sabía qué era.

Dunnigan los guio a una sala pequeña y sin ventanas e hizo que Harper se tumbara en una camilla. Ajustó la posición de la cámara por encima de sus costillas y le puso una tela de plomo por encima.

—No te muevas, será solo un minuto. 

Dunnigan hizo que Luke se quedara con ella detrás de la cortina protectora y Harper oyó el ruido de la cámara. Luego, la doctora la cambió de posición y le hizo una radiografía de las costillas y otra del brazo antes de dejar que se volviera a levantar.

Acercó un portátil hasta donde estaba Harper.

—De acuerdo, vamos a verlas.

Luke se acercó a ellas y se apoyó en la camilla. Su brazo y el de Harper se rozaban.

Dunnigan amplió una de las radiografías.

—Qué curioso.

—¿A qué te refieres? —preguntó Luke.

—Esta mancha de aquí —dijo, señalando la pantalla— es una fractura curada. Así que o tienes superpoderes o te habías roto las costillas antes.

—Creo que me las fracturé hace unos años —respondió Harper, y se cruzó de brazos. Le resultaba embarazoso comentar su historial médico con dos personas a las que prácticamente no conocía.

La doctora Dunnigan la miró por encima de las gafas y esperó.

—Vaya.

Harper la ignoró, pero sentía el peso de la mirada de Luke. Miró fijamente la pantalla.

—¿Entonces no me he fracturado nada? —preguntó alegremente.

Dunnigan miró las imágenes.

—Parece que te has librado. Esta vez.

—Ya te lo había dicho —comentó con una sonrisa de superioridad dirigida al chico.

—Eres muy arrogante teniendo en cuenta que tienes moretones de los pies a la cabeza —le recordó él.

—Más de lo mismo en el brazo —dijo la doctora Dunnigan, señalando a la pantalla—. Es una fractura antigua. Aunque esta parece que se curó mejor que la de las costillas. —Miró a Harper con recelo.

Ella se encogió de hombros y no respondió. El tiempo había sanado esas fracturas hacía ya muchos años y había curado también las heridas mentales.

—Nada nuevo, ¿verdad?

—No. —La doctora giró sobre la silla y colocó el portátil en la mesa—. Tienes un poco de hinchazón y muchos cardenales, pero podría haber sido peor. Te recetaré algo para el dolor para que puedas dormir y el reposo será la mejor medicina.

Capítulo 5

Después de salir de la consulta de la doctora, permanecieron parte del trayecto en coche en silencio. Estaban sumidos en sus pensamientos hasta que Harper preguntó:

—¿Qué significan tus tatuajes?

Él no apartó la mirada de la carretera.

—¿Por qué?

—¿No quieres contármelo?

—¿Por qué dices eso?

—Me estás respondiendo todo el rato con preguntas. Parece el viejo truco de los psicólogos.

—Ah, ¿sí?

Harper suspiró.

—Cuando hablo contigo, parece que estoy en un concurso de preguntas.

Luke sonrió, pero no dijo nada.

Harper se dio por vencida y se fijó en las señales de la carretera, que pasaban rápidamente por la ventana. Volvían a la ciudad a la que había llamado «hogar» durante los dos últimos años. Había usado esa palabra para muchas otras ciudades a lo largo de su vida, pero era por falta de una palabra mejor. Nunca se había sentido cómoda de verdad en ningún lugar desde que era una niña y vivía en una casa diminuta con una madre y un padre que ahora le parecían fantasmas.

—Bueno, ¿qué piensas hacer cuando hayas recuperado tus cosas?

Harper frunció los labios y suspiró.

—Echarle gasolina al coche e ir a casa de Hannah.

—Confías demasiado en la generosidad de tu amiga.

Por el tono con el que lo dijo, parecía que la estaba juzgando.

—Es algo temporal. Ya he estado mirando ofertas de empleo y he estado buscando piso. Me iré de tu sofá antes de que te des cuenta.

—¿Qué tipo de trabajos?

—Vi un par de vacantes para camarera o gerente, una de jefe de almacén de inventarios y, en el peor de los casos, tendría que conformarme vendiendo bañeras en uno de esos puestos que ponen en los centros comerciales.

—¿Ese es el trabajo de tu vida?

—El trabajo de mi vida es el que me ayuda a pagar las facturas.

—¿Quieres hablar de por qué te fuiste de casa sin tus cosas? —preguntó para cambiar de tema.

—No me hace especial ilusión —contestó ella, mirando por la ventana. Suspiró—. Fue solo un error. Mal criterio y una sorpresa desagradable por llegar a casa antes de tiempo.

—¿Tu novio?

—Ex, desde ayer.

—¿Te ha puesto los cuernos?

—Con la chica que hace el reparto en bicicleta. Por lo que vi, tenía unas piernas preciosas.

—Madre mía, Harper, eres un desastre.

Esta respiró hondo.

—Eso parece.

Una hora más tarde, Luke se detuvo delante de la casa beige que le señaló Harper.

—¿Quieres que te acompañe? No quiero que levantes mucho peso.